CAPITULO 2

Después de la conversación con Darío no podía quitarme de la cabeza ese número 23, en referencia al presunto tamaño de su miembro. Por más vueltas que le daba, pensaba que aquello no podía ser cierto, que era muy exagerado y me resultaba prácticamente imposible creerme que hubiera algo de semejante tamaño. Ya dije que no soy una experta, pero de soltera tuve la oportunidad de ver unas cuantas vergas y nunca nada que llegase ni tan siquiera a 20 centímetros, de eso estaba completamente segura. Si aquello era cierto, se trataba de algo monstruoso, no me extrañaba el miedo de aquella chica y su compañera cuando lo comentaron en el vestuario.

Aquella noche me costó conciliar el sueño. Tenía a mi marido al lado y recordaba nuestros momentos más tórridos, aquellos que no se producían muy a menudo en los últimos años, pero que me transportaban a nuestra juventud, cuando me seducía en la cama, con sus caricias, sus besos, pero volvía a recordar el tamaño de su pene, que debía ser normal, como comentaba mi hijo, de unos 17 centímetros más o menos, pero no los 23 de Martín.

Al día siguiente llevé a clase de pádel a Martita y Martín nos recibió como siempre vestido con aquel pantalón corto, que mostraba sus musculosas piernas, esa camiseta ajustada y su mirada, como siempre, tan seductora.

A partir de ese momento veía a ese chico de otra manera y le imaginaba aquel miembro enorme colgando. Mis ojos se dirigieron inevitablemente a su paquete, como queriendo adivinar que todo aquello que comentaban estaba realmente debajo y de pronto me percaté en que la mirada de Martín estaba clavada en mis ojos, por lo que me había pillado hipnotizada con “sus partes”. Me creí morir de vergüenza y disimulé como pude, aunque por su sonrisa él no dudaba la dirección de mi mirada y aquello debía ponerle más orgulloso y cachondo. Cuando dejé a Martita con él, desaparecí casi a la carrera con una disculpa tonta de haber dejado el coche mal aparcado pero avergonzada realmente por esa situación.

Cuando mi hija terminó su clase, estaba tan cortada que no quise esperar a Martin y apuré a Martita para salir del gym cuanto antes.

– ¡Adri! – oí a mis espaldas.

Me giré y era ese chico que me tenía loca, quien me llamaba al fondo del pasillo, tras haberse duchado.

– Hola, Martín. – respondí.

– Mañana tenemos clase, recuerda. – me dijo guiñándome un ojo.

Tenía que haberle dicho que no, tal y como tenía previsto y como le dije a Darío, que ya había pensado en dejarlo y no quería seguir yendo a sus clases de gimnasia, pero algo por dentro me empujaba a volver, era algo incontrolable y que me manipulaba sin ningún control por mi parte. En mis pensamientos sólo aparecía el número 23.

– Ok. Hasta mañana- respondí saludándolo sin hacer caso a mi parte racional.

Llegué a casa intentando serenarme pero cuando me metí en mi cuarto y me bajé las bragas, un hilo de flujo se unía desde mi sexo hasta la pequeña prenda. Estaba sin duda muy excitada y aquello era demasiado cachondo como para no seguir disfrutándolo.

Tuve que aliviarme de nuevo con unos masajes sobre mi vulva y mis labios mayores y en poco tiempo volví a entrar en un orgasmo sin apenas rozarme. Fue de esas veces en las que apenas un contacto leve de mis dedos sobre mi sexo me hizo explotar. Ya no recordaba cuanto tiempo hacía que no me masturbaba tan a menudo y ese chico lo había conseguido varias veces en pocos días.

Al día siguiente me puse otra de las mallas que había comprado para mis ejercicios. En esta ocasión era una de color fucsia, casi más atrevida que la otra y un top ajustado del mismo color dejando mi tripita al aire. Parecía haber olvidado mis miedos y mis reparos pero es que la intriga y el morbo lo superan todo.

Me miré al espejo y me sentí mucho más rejuvenecida, no sabía muy bien si era tan solo por la indumentaria o por todo lo que estaba sintiendo en mi interior, teniendo impregnado aquel deseo tan bestial y a la vez de sentirme deseada por aquel guapísimo joven.

Acudí al gimnasio y celebré que no estuviera mi hijo por allí, porque me habría sentido incómoda de nuevo. Me dirigí a la zona de pesas donde se encontraba Martín, que me regaló otra de sus increíbles sonrisas mientras miraba de arriba a abajo toda mi anatomía.

– ¡Guau, Adri, estás impresionante!

– Gracias – respondí apurada, pero contenta por su piropo.

– Desde luego es un placer seguir moldeando esa figura y poniéndote en forma.

Volví a sentirme halagada y a sentir un cosquilleo por todo mi bajo vientre. Comenzamos de nuevo con la sesión de spinning, pero los dos solos, permitiendo que nos mirásemos con cierto disimulo, pero sabedores de esa atracción mutua que ambos sentíamos. Estaba convencida de que era recíproco, pues lo demostraba ese chico con cada mirada y cada frase llena de halagos hacia mí. Estaba claro que le gustaban las mujeres mayores, pero a pesar de todo yo lo seguía considerando un juego ¿o quizá no?

Los siguientes ejercicios fueron con unas mancuernas al principio y con unas pesas de halterofilia después. Le comenté mis miedos con respecto a las pesas y me dijo que si hacía paulatinamente no habría ningún tipo de problema y empezamos con unas alzadas de 20 kilos. Martín se situó detrás de mí y me fue indicando como hacerlo, pues a pesar de tener en casa un juego de pesas, nunca lo había probado por ese miedo a hacerme daño. Al volver mi cara hacia mi monitor le descubrí mordiéndose el labio inferior y obnubilado mirando mi cola, que embutida en aquellas mallas ajustadas mostraba lo mejor de mi culo redondo, algo que me encandiló y yo moví mis caderas ligeramente para que se sintiera aún más hipnotizado por mi trasero. Más que juego ya era provocación a todas luces por mi parte.

– No sé cómo se hace – dije con cara de inocente para que atendiera a mis ojos y no a mi culo.

– Es muy fácil, Adri. Mira, agáchate y agarra la barra con fuerza con tus brazos estirados. – respondió él con voz temblorosa.

Seguí sus instrucciones y al agacharme mi culo se echó para atrás lo que hizo que chocara justo contra el paquete de Martín. Tardé un rato en reaccionar, pero es que ese muchacho no se retiró al sentirlo, sino que se mantuvo quieto como si nada. No sabría decir cuánto tiempo permanecí en esa pose con mis glúteos ensartados contra su pene, que se iba sintiendo crecer bajo sus pantalones de chándal, ni tampoco averiguar ese tamaño que debía tener sin verlo, pero desde luego notaba que era algo bastante grande.

A continuación se agarró de mi cintura y su paquete se pegó aún más, pudiendo notar esa dureza que iba clarísimamente “in crescendo”.

– Ahora, Adri, levanta la pesa, flexionando ligeramente las piernas -me indicaba él.

Así lo hice, pero al tenerme agarrada por la cintura su pelvis se pegaba cada vez más contra mi trasero hasta que me puse erguida y él continuó en esa pose sin despegarse ni un milímetro. Podría haberme ayudado a elevar las pesas hasta la altura de mis hombros, sin embargo estaba más preocupado de pegar su pene contra mi cola y sus manos fuertemente agarradas a mi cintura para que no me moviera.

– Genial, lo has hecho muy bien. – me decía mientras sus manos acariciaban la piel desnuda de mi vientre.

Así hicimos varias levantadas más, hasta que me di cuenta que dos de las chicas del gimnasio nos miraban y cuchicheaban entre ellas. Aquello hizo que bajara la pesa inmediatamente al suelo y me separara ipso-facto de mi joven y atractivo profesor. El juego se estaba poniendo más que peligroso.

– ¿Estás bien, Adri? – preguntó confuso él al percibir mi reacción apurada.

– No, es que me duele un poco la espalda.

– Ah, vale. Entonces lo dejamos por hoy.

– Sí, casi mejor. – contesté mirando con el rabillo del ojo hacia las cotillas que nos observaban cuchicheando.

– Lo mejor es que te hagas unos largos en la piscina para bajar esa tensión en la espalda. – añadió Martín.

– ¿Tú crees?

– Sí, hazme caso, yo lo hago siempre que practico un ejercicio muy fuerte o se me cargan los hombros y la espalda. Lo mejor para quitar esa tensión es nadar durante un buen rato y si te tomas una ducha caliente y relajante después, aún mejor.

Me fijé en su paquete y este estaba notoriamente hinchado, señal de que la erección no se le había bajado ni un ápice. Volví a sentirme orgullosa de haberle provocado eso.

Me metí en el vestuario y saqué de mi bolsa un bañador de una pieza y me dirigí a la piscina con intención de nadar un poco y soltar esa tensión, como bien me indicaba mi gentil preparador, aunque en el fondo, la tensión era por otra cosa y no muscular, precisamente.

Después de nadar durante una media hora, decidí salir de la piscina y en ese momento Martín me estaba esperando con una toalla al borde para echarla sobre mi espalda.

– ¿Qué tal, Adri? – me preguntó en un abrazo del que intenté escapar porque no quería seguir estando a la vista de miradas indiscretas.

– Bien, bien, gracias, Martín – dije separándome y poniéndome frente a él.

– Estás guapísima – me dijo observando mi figura embutida en ese traje de baño.

– Gracias. – volví a contestarle mientras me secaba intentando que él no perdiera detalle.

El chico intentaba disimular, pero yo sabía que estaba teniendo una nueva erección al verme y eso francamente era muy excitante y hacía que yo me comportara de nuevo de una forma muy provocadora, jugando con mi pelo con la toalla, mordiendo sutilmente mi labio, secando mis piernas ligeramente agachada mientras mi profesor no perdía detalle.

– Ahora date una ducha, pero larga, para relajar los músculos aún más. – añadió dándose la vuelta e intentando que yo no le viera el bulto, pero fue inevitable, sin duda estaba empalmado.

Evidentemente yo también estaba muy cachonda, pues sus palabras sonaban siempre tan bien, y sus consejos acompañados de sus lascivas miradas se hacían casi un ruego hipnótico, por lo que no podía negarme, aunque no estaba muy segura si necesitaba ese tipo de relax.

Me dirigí de nuevo en el vestuario y tras desnudarme me metí bajo la ducha de agua caliente haciendo caso a los consejos de Martín. Naturalmente mi mente no dejaba de dar vueltas en torno a él.

La verdad es que no sé cuánto tiempo estuve bajo la ducha, acariciando mi cuerpo, sobando mis tetas, rozando con mis dedos mi sexo, pensando que eran las manos de Martín las que lo hacían. Lo cierto es que el haber nadado durante un buen rato y esa ducha caliente me dejaron como nueva y aún permanecí un tiempo con los ojos cerrados disfrutando de esos chorros que caían sobre mi piel.

Me entretuve en secarme también de forma relajada con la toalla y de aplicarme después con total parsimonia una crema hidratante por todo mi cuerpo. Al hacerlo volví a sentir un placer inusitado o casi olvidado, haciendo que todos mis sentidos afloraran al máximo. Esparcí la crema hidratante por mis pechos, haciendo círculos concéntricos, después por mis brazos, mis hombros, mi tripita, mi culo, incluyendo esos rincones que todavía estaban más sensibles de lo normal, algo que hacía que cerrara los ojos y lo sintiera con más intensidad, ajena a todo lo que me rodeaba, solo teniendo en mi mente la imagen de mi joven preparador personal.

Busqué en mi bolsa la ropa para vestirme y me puse el sostén fijándome frente al espejo que mis pezones seguían erectos y se marcaban sobre la fina tela casi transparente. Después por más que busqué mis braguitas limpias no las encontré por lo que decidí ponerme los pantys sin nada debajo. Me calcé los tacones de aguja y al mirarme frente al espejo volví a ver a esa mujer ardiente y cachonda que parecía haber estado dormida mucho tiempo. Me fijé especialmente en mi sostén y en cómo se marcaban los pezones pero lo más llamativo era toda mi silueta con aquella indumentaria tan sexy, de manera notoria esos pantys que reflejaban la transparencia de mis largas piernas de una forma muy erótica, incluyendo mi sexo grabado en esa prenda de fina tela y haciendo que los labios de mi vagina dibujasen una rajita hinchada al no llevar bragas debajo.

Volví a echar un vistazo a mi cuerpo reflejado en el espejo y a justo al darme la vuelta para ver cómo se mostraba mi culo bajo esos pantys sin braguitas debajo, me quedé petrificada.

¡Martín estaba allí!, en el vestuario, de pie a escasos metros de mí, observándome detenidamente. No sé cuánto tiempo tardé en reaccionar, pero mi instinto fue cubrir con mi mano mi sexo que se mostraba clarísimamente bajo mis transparentes pantys y la otra mano la crucé sobre mi pecho para tapar esa otra parte de mí tan expuesta a su mirada. Supongo que él disfrutaba con aquello y seguía plantado en medio del vestuario de chicas escudriñando cada parte de mi anatomía con total detenimiento. Me costó también a mí no perder la compostura al verle allí plantado con su torso desnudo y una pequeña toalla enrollada en su cintura. Sus pectorales se marcaban potentes y sus abdominales rozaban la perfección, por no hablar de sus brazos. ¡Qué imagen tan perfecta!

Tras el susto y sin dejar de taparme con dificultad con ambas manos volví a la realidad de la situación para quejarme ante su inesperada presencia.

– ¡Martín! – dije casi gritando

– Hola Adri, perdona, pero es que es la hora de cerrar. – se excusó él sin dejar de mirarme.

– ¡Pero… esto es el vestuario de mujeres!

– Sí, tranquila no me voy a asustar. – dijo con cierta chulería.

– Pero, ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

– Menos del que hubiera querido – respondió con una gran sonrisa y otra vez un bulto evidente bajo su toalla viendo mis pechos aprisionados bajo el pequeño sostén y mis muslos embutidos en esos pantys que debían ofrecer una imagen muy erótica para él, especialmente mi sexo inflamado y clarísimamente dibujado en esa prenda casi transparente.

No dejaba de pensar en cuánto tiempo había estado allí fijándose en mí, ajena totalmente a su presencia, pero pensé que debió ser mucho, para verme, de seguro, completamente desnuda y quizá observar cómo me esparcí la crema hidratante por toda mi piel o cómo me vestí con tranquilidad, tanto mi sostén, mis zapatos y especialmente aquellos pantys sin nada debajo ¡Dios! Sentí una enorme vergüenza por un lado pero curiosamente una rara satisfacción por otro por haberle ofrecido esa exhibición imprevista.

– Martín si no te importa… – le dije señalándole la salida del vestuario sin dejar de taparme con mis manos: Una cubriendo mi sexo y el otro brazo tapando mis difícilmente mis pechos.

– Claro, no quería incomodarte, Adri, perdona. – se disculpaba pero sin borrar esa libidinosa sonrisa de su cara.

– Gracias.

– Me cambio y te espero fuera. – añadió saliendo del vestuario sin que yo dejara de ver también su impresionante y musculosa espalda desnuda a medida que se marchaba.

Mi cabeza no dejaba de pensar por cuánto tiempo había permanecido ese chico ahí, mirándome, totalmente desnuda sin yo enterarme, pensando que nadie me estaba viendo y mucho menos él, que debió de recrearse en cada parte de mi cuerpo. Imaginaba que había tenido una buena visión de mis tetas, mi sexo, mi culo y que incluso me viera acariciarme, recordando precisamente la imagen de su cuerpo.

Me puse el vestido blanco y fino que se ajustaba a mi silueta. Salí afuera y allí estaba él, vestido también con unos vaqueros ajustados al igual que su camiseta negra y sin dejar de sonreír. Volvió a mirar mi cuerpo, esta vez bajo ese vestido ceñido, creo que más de lo normal. Yo me sentía en la obligación de reñirle, de decirle lo descarado y desvergonzado que había sido. Pero una vez más él se me adelantó.

– Al final, se ha demostrado que tienes todo un cuerpazo. – dijo echándome un vistazo a toda mi anatomía esta vez vestida, pero refiriéndose sin duda a cuando permaneció allí mirando por un buen rato, estando yo desnuda.

– Pero Martín… yo… esto… no me parece bien… ¿Cuánto tiempo me has estado mirando? contesté muy avergonzada y al mismo tiempo excitada.

– No te apures, Adri. He visto un ángel.

– Es que… me siento mal.

– No eres la primera mujer desnuda que veo. – añadió.

– Ya, me imagino, pero no sé… no creo que sea lo correcto.

– Seré una tumba, Adri, pero te digo que ha merecido la pena y no deberías sentir ninguna vergüenza, sino un gran orgullo, eres una mujer increíblemente hermosa y has conseguido impactarme de lleno.

Su mirada volvió a clavarse en mis ojos, como queriendo sacar algo de dentro de mí y yo no me veía capaz de regañarle, de decirle que eso no tenía que haber pasado, de la vergüenza que sentía de haberme visto desnuda, pero él continuó su frase:

– Es verdad, Adri, no me mires así, eres realmente increíble. Es cierto que no estuvo bien por mi parte, tienes que perdonarme, me he comportado fatal y de hecho no esperaba encontrarte desnuda, pero cuando te he visto no he podido controlarme, he visto un cuerpo precioso ante mí. Tenía que haberme dado la vuelta y marcharme educadamente de allí, en cambio me he quedado inmóvil admirando tu belleza, Adri… no pude resistirlo, más todavía cuando te pusiste esos pantys que llevas ahora bajo el vestido sin nada más, con esa transparencia tan erótica mostrando aún más tu estilizada figura y tu sexo…

Me quería morir, él me sujetaba del brazo para que no dejara de mirarle a los ojos, pero no fui capaz. Sentía una enorme vergüenza y al mismo tiempo me sentía cachonda, era algo muy extraño.

– Sé que no está bien entrar así en el vestuario de chicas y el haberte pillado así, Adri, aunque es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, te lo juro. – insistía él.

– Esto no está bien…

– Tranquila, además de mis disculpas, te debo una y el próximo día me desnudo yo para que puedas mirarme cuanto quieras y así estamos en paz.

– ¡Martín! – volví a recriminarle zafándome de su mano que aún seguí agarrando mi muñeca.

Prácticamente salí de allí corriendo, también de una forma infantil, pero no es que tuviera miedo o vergüenza de él sino de mi misma. Esas últimas palabras en las que me decía que me la debía, con la idea de poder verle desnudo a él, fueron demasiado para mí y me metí en el coche con premura antes de que por mi mente pasara alguna tontería más. No dejaba de imaginarle desnudo y con un miembro enorme entre sus piernas.

Salí disparada de allí muy excitada y sin dejar de pensar en lo sucedido. Nada más llegar a casa, me encontré con Raúl que me miró algo sorprendido, supongo que al ver mi cara traspuesta y en buena parte sofocada.

– Hola cariño. ¿Estás bien?

– Sí, sí – le dije sin detenerme en dirección a mi cuarto.

– ¿No me vas a dar un beso? – me dijo de pronto Raúl.

Hacía mucho que él no me pedía un beso ni que me mirara de aquella forma. Un cosquilleo de temor se apoderó de mi interior e intentaba por todos los medios que no se me notara.

– Vaya, estás espectacular, hace tiempo que no te veía ese vestido blanco. – añadió mirándome de arriba a abajo, viendo que aquella prenda era más corta de las que suelo usar y muchísimo más ceñida que el resto de mi vestuario, dejando a la vista, aparte de mis curvas, una buena porción de mis muslos embutidos bajo los pantys.

Me metí en mi habitación y me quité el vestido, volviendo a verme frente al espejo. Me dije a mí misma que aún era capaz de atraer a los hombres, y no solo eso, sino a uno de los más espectaculares que había visto en mucho tiempo, alguien que me tenía loca por completo en estos últimos días y lo más sorprendente, había conseguido con esa indumentaria despertar también la atención de mi marido que siempre andaba apático y desinteresado en todo lo mío. Eso me hizo sentirme mucho más atractiva y la imagen en el espejo, tal y como estuve en el vestuario ante la vista de Martín, ayudaba a sacar esa parte más salvaje y atrevida de mí interior.

– ¿Sabes? ¡Estás buenísima! – dijo de pronto Raúl que me observaba apoyado en la puerta de nuestra habitación sin que yo me hubiera dado cuenta.

Volví a hacer el gesto de taparme al verle allí mirándome detenidamente tan solo vestida con mi pequeño sujetador y esos pantys semi transparentes, sin bragas debajo.

– No te irás a tapar ante tu marido, ¿no? – protestó él acercándose a mí.

– No, cariño, es que me has asustado – respondí temblando bajo su abrazo y temerosa de que pudiera sospechar algo.

Retiré mis manos de mi cuerpo y él disfrutó observando mi cuerpo bajo aquel atuendo transparente que dejaba muy poco a la imaginación, especialmente mis pezones bajo el sostén y mi rajita expuesta bajo los pantys.

– ¿Estás bien, de verdad? – fueron las palabras de mi marido junto a mi oído.

– Sí, sí… – le respondí todavía aturdida.

– ¡Estás muy sexy! – dijo separándose de mí para observar esa indumentaria tan inusual en mí.

– Gracias – respondí notando como el calor subía por toda mi cara.

– ¿Ahora vienes del gym? – me interrogó sin dejar de mirarme seriamente a los ojos.

– Sí – respondí intentando que no notara mi apuro.

Me sorprendió mucho que me preguntara eso, Me quedé callada mirándole y eso me hizo recapacitar para poner freno de una vez por todas a esa tontería que me estaba enturbiando la cabeza y todo mi cuerpo, haciéndome comportar como una niña y no como una mujer hecha y derecha, esposa y madre de familia. Tenía que dejar de ver a ese chico y de comportarme así.

– Pues sí que te ha sentado bien hacer ejercicio. – volvió a decir mi esposo con su vista clavada primero en mis pezones erectos y en mi vulva dibujada bajo los pantys.

– Raúl, solo llevo dos sesiones.

– Pero dos sesiones intensas, ¿no? Son casi las diez. Te ha dado fuerte eso de la gimnasia… – añadió él, en un tono que me pareció que salía con cierta ironía.

– Sí, lo necesitaba. – respondí intentando ser natural.

– Ya, imagino… con el amigo de Darío, ¿No?

– Sí.

Llegué a pensar que Raúl sospechaba más de la cuenta y ahora estaba pagando las consecuencias de mi comportamiento tan indiscreto como poco inteligente.

– Todo el mundo habla maravillas de ese chico. ¿Martín, se llama?

– Si – respondí de nuevo sin que notara mi turbación.

– Darío, Martita… y ahora tú. Debe ser un crack ese joven… me gustaría conocerle. – sentenció.

Intenté disimular y que no siguiera con su interrogatorio para averiguar cosas que no debían ser. Pensé que en realidad yo no había hecho nada malo, pero mis titubeos podrían interpretarse bastante mal.

Al día siguiente hablé con Darío para que fuera él quien llevara a Martita a las clases de pádel con Martín, con la excusa de no encontrarme muy bien, porque en el fondo yo sabía que volver a verle era tener de nuevo un montón de turbulencias en mi cuerpo y en mi cabeza. No estaba dispuesta a que eso me volviera a descontrolar. Había que pararlo…. de raíz.

Durante el resto de la semana me dediqué a mí misma con una sesiones de estética, mi peluquería, mis amigas, con las que solíamos ir de compras y de algún modo borrando de mi mente tanta calentura y evadiéndome de posibles peligros.

Aquella tarde precisamente mis amigas y yo estábamos de compras por distintas tiendas y centros comerciales y una de ellas me comentó que mis trapitos estaban siendo más atrevidos y ajustados de los que suelo comprar. Intenté convencerlas que eran para deslumbrar a mi marido, pero se extrañaban de mi comportamiento, pues nunca compraba falditas tan cortas, ni pantalones tan ceñidos.

En otro momento de conversación con mis amigas en nuestro café de después de las compras una de ellas comentó.

– Desde que vas a clase de gimnasia, estás desconocida, parece que vas a comerte el mundo.

– No, simplemente quiero estar en forma. – dije quitando importancia.

– Bueno, teniendo un profesor como el que tienes, cualquiera no se come el mundo, jajaja… – añadió otra.

– ¡Oye, que es el amigo de mi hijo! – respondí toda digna para evitar cuchicheos, pero ellas rieron y aquello también me hizo sentir incómoda.

De pronto un mensaje llegó a mi móvil, precisamente cuando estaba distraída con nuestra conversación.

– “Hola Adri: Espero que no estés enfadada por lo del otro día. Vuelvo a pedirte disculpas, pero es que verte desnuda fue irresistible para mí” – decía el mensaje de Martín.

Mi cuerpo se convulsionó al leer aquel texto y mi cara debía ser todo un poema , pues una de mis amigas me preguntó alarmada:

– ¿Te encuentras bien, Adri?

– Sí, sí, no pasa nada. – respondí intentando disimular mi nerviosismo.

– Parece que te han dado un susto.

– No, no es nada.

De pronto el siguiente mensaje:

– “No has venido a traer a Martita a clase, ni has vuelto por el gym para dar tu sesión de ayer, supongo que sigues disgustada o enfadada conmigo. No sé cómo disculparme”

– “No pasa nada Martín, no pude ir por allí, fue por otros motivos” – contesté al mensaje con otro que me pareció más o menos correcto.

– “Pero ¿no vas a volver a venir a hacer nuestras sesiones en el gym?” – respondió el joven mientras mi cuerpo seguía revolucionado

– “Es que apenas tengo tiempo” – le devolví esa excusa.

– “No hay problema. Luego me paso por tu casa y damos las clases en tu gimnasio”

Todo mi cuerpo ardía y me levanté en dirección al baño mientras mis amigas me miraban sorprendidas. Una vez allí encerrada, me miré en el espejo y volví a advertir mi imagen de mujer cachonda que me devolvía el reflejo, con mis pómulos rojos, mis ojos vidriosos y mis pezones marcados sobre la blusa. Tuve que mojarme la cara con agua fría y también parte de mi nuca con la intención de apagar un fuego incontrolado.

– “No, Martín, no vengas a casa” – contesté en otro mensaje, intentando detener esa locura poniendo algo de racionalidad.

– “Bueno, de todos modos iré a ver a Darío que me ha llamado y si estás con ganas podemos darnos una sesión”

Mi cuerpo no era capaz de comportarse de forma normal y mi sexo volvía a encharcarse sintiéndome más cachonda por momentos. Mi mente tampoco atinaba a responder y preferí no hacerlo, justo cuando entró una de mis amigas al baño preocupada por mí.

Intenté explicarle que esos mensajes que había recibido eran sobre la salud de un tío mío que habían hospitalizado, pero no sé si fui muy creíble, ni cuando me despedí de ellas y salí de allí casi a la carrera.

Al llegar a casa oí unas risas que provenían del jardín y me acerqué a ver quiénes estaban en la conversación. La imagen que me encontré me sorprendió muchísimo. Allí estaba mi hijo Darío, mi marido y entre ellos, Martín, sentados los tres sobre las hamacas y bebiendo unas cervezas. Martita, más alejada, jugaba con sus muñecas al borde de la piscina. Los tres hombres hablaban seguramente de fútbol o de mujeres, pero se callaron al verme.

– Mira, aquí está Adri. – dijo mi marido al verme.

– Hola. – respondí intentando parecer amable y cordial, pero estaba sintiendo temblores por todo mi cuerpo y unos miedos que me atenazaban.

– Cariño, apenas me habías hablado de Martín, es encantador – añadió Raúl, mi esposo.

Por un momento pensé que me lo estaba reprochando y estaba a punto de darle una excusa tonta, pero él continuó diciéndome:

– Estábamos hablando con Martín que es tontería que te prepares en el gym, si te falta tiempo y que puedes hacerlo aquí en casa, en nuestro propio gimnasio. Me parece una buena idea.

– Sí, pero…

– Nada de peros, querida. Ya me dijo Darío que este chico es un crack, además si has decidido hacer algo, tienes que acabarlo, mujer y me alegro que por fin te dejes orientar por un profesional como él – añadió Raúl dirigiendo su mirada a Martín que no dejaba de sonreírme.

– Sí, pero, en realidad no sé si es necesario… – intentaba disculparme.

– Claro que lo es. Además he visto que Martín ha conseguido con Martita lo que nadie hasta ahora. No solo ha sabido encauzarla con las clases de pádel, sino que también se está volviendo mucho más responsable. Todo gracias a este chico. – añadió chocando su vaso de cerveza contra el de Martín.

Nuestro invitado me sonreía como si nada hubiera pasado entre nosotros… bueno en realidad no había pasado nada… ¿O sí?

Me senté con ellos en otra de las hamacas y después de servirnos otra ronda de cervezas allí mismo en el jardín, mi marido estaba entusiasmado con Martín y también con la idea de que fuera mi preparador personal. Incluso él mismo fue a enseñarle el gimnasio muy displicente, algo que volvió a sorprenderme, precisamente porque nunca se preocupaba por nada de lo mío y menos de que tuviera clases de gimnasia.

Me volví hacia mi hijo que también parecía aprobar mis clases con Martín en casa.

– Tu padre está muy raro. – le comenté.

– ¿Por?

– No sé, está desconocido, enseñándole la casa a Martín y todo eso, nunca lo hizo con ninguno de tus amigos.

– Bueno, Martín es un tío genial… – comentó él para destacar la diferencia.

– Claro. ¿Y no te molesta que venga a casa? – le pregunté dando un trago de cerveza esperando impaciente su respuesta.

– ¿Por qué me iba a importar, mamá?

– Quiero decir a darme clases, no sé, lo que hablamos el otro día… – dije como queriendo que aquello fuese el freno que necesitaba. Pero me equivocaba.

– Fue una chorrada mía, mamá, ya sé que no va a pasar nada, no sé por qué me hice esa idea. Ya sé que no vas a tener nada con él. Me dio un punto raro

– ¿Y no crees que él pueda seducirme? – hice la pregunta a mi hijo y en el fondo a mí misma.

– Es un buen amigo, confío en él y sobre todo en ti. Sé que no le vas a ser infiel a papá. – añadió muy seguro.

Tuve que dar otro trago de mi vaso para intentar disimular mi nerviosismo, pero casi me atraganto al hacerlo. Creo que esa última frase de Darío me puso todavía más incómoda y tensa, porque no estaba muy segura de saber guardar las distancias con un chico con el que me deshacía entera. La sola idea de estar a solas en casa con Martín me hacía vivir un cosquilleo por todo el cuerpo que no era normal y por otra parte me sentía muy débil, llena de miedos, sin saber en qué podría acabar todo.

El caso es que es verdad lo que comentaba mi esposo, algo debía tener Martín para tenernos a todos hipnotizados. Primero a Darío, a quien consideraba él mismo como su mejor amigo, después Martita, que efectivamente había cambiado de actitud desde que tomaba clases de pádel con ese joven. Yo naturalmente estaba loca perdida por el chico, pero es que hasta el desinteresado por todo, que era mi marido, estaba ahora encantadísimo con Martín. Todo se ponía contra mí ¿O debería decir a favor?

– Vamos, cariño, cámbiate y no perdáis el tiempo y dar unas clases para no perder tiempo. – me dijo Raúl y haciendo señas a Martín.

– ¿Pero hoy? – respondí mirándoles sorprendida.

– Claro. – respondió mi esposo con una caricia en mi brazo que hacía tiempo no me daba.

Miré a mi hijo intentando ver en su cara algún tipo de advertencia o de aviso como hizo días atrás, sin embargo al ver a su padre tan decidido y viendo que aquello no tenía la menor importancia, me sonreía aprobando lo que todos daban por hecho.

Estaba tan impactada, tan sorprendida y tan aturdida con todo que me metí en mi cuarto, me puse las mallas de gimnasia de mi primer día y bajé a dar mi clase particular con Martín, olvidándome de todo y queriendo borrar miedos y fantasmas de mi cabeza.

Al bajar, fue mi marido el primero que me sorprendió:

– ¡Caramba Adri, que cuerpazo!

– Gracias – respondí halagada y nuevamente sorprendida pues hacía tiempo que no me prestaba ningún tipo de atención.

– Sí que ha conseguido este chico hacerte cambiar, moldear ese cuerpo y convertirte en una jovencita. – añadió levantando su vaso en señal de admiración sin dejar de mirar mis muslos y mi culo bajo esas mallas.

Si el supiera lo que había conseguido ese chico, además de cambiarme y de darme clases de gimnasia y no era otra cosa que revolucionar mi cuerpo y mi mente hasta límites insospechados, pensé para mí.

Tenía muchas dudas por saber si Raúl podría sospechar algo y me estuviera poniendo a prueba, pero ¿Qué había de malo en que un amigo de mi hijo me ayudara preparándome con mis aparatos de gimnasia para exclusivamente ponerme en forma?, ¿Por qué habría de pasar otra cosa si yo me ponía en mi sitio y a Martín en el suyo?, ¿Qué tendría que sospechar mi esposo si no había pasado nada ni tendría por qué pasar?

En cuanto me metí en el gimnasio ya estaba Martín esperándome y volvió a sonreírme al verme aparecer ataviada con esos leggings negros y mi top que resaltaba mi pecho.

– Estás preciosa, Adri, como siempre.- dijo el amigo de mi hijo con uno de sus piropos y me invitó a sentarme en un banco de pesas para iniciar una suave tanda de calentamiento.

Él llevaba también su pantalón de lycra ajustado hasta medio muslo y una camiseta de tirantes muy ceñida a su cuerpo mostrando la silueta de toda su musculatura, que para mí era perfecta. Me senté en el banco y mi postura era bastante expuesta, la verdad, pues estaba tumbada boca arriba con mis piernas muy abiertas. Me colocó dos mancuernas de pequeño peso en los brazos y me indicó que fuera acercándolas a mi pecho.

Los primeros ejercicios fueron con las pequeñas pesas para potenciar el tono muscular de los brazos, boca arriba, después boca abajo y me fue aumentando el peso hasta terminar la tanda con unas pesas de cinco kilos cada una. Ya me estaban doliendo los brazos y los hombros, así que Martín al verme tan esforzada, me agarró por la muñeca suavemente y con firmeza a la vez mirándome a los ojos.

– Tranquila, no fuerces. Ya están los brazos, ahora pasemos a las piernas.

Me ordenó sentarme sobre una colchoneta boca arriba mientras me ponía unas gomas elásticas alrededor de mis tobillos.

– Ahora, abre y cierra las piernas, notarás la tensión. – me indicaba mi instructor, aunque yo no podía quitar ojo de su pectoral marcado bajo la camiseta y recordando el momento en el que le vi todo su torso desnudo en aquel vestuario días atrás. Mi vista también fue hasta llegar a su paquete, pensando en sí era posible que allí se escondiera un pene de 23 centímetros

Yo seguía abriendo y cerrando mis piernas mientras mi profesor no perdía detalle en inspeccionar todo mi cuerpo, especialmente sus ojos, que se iban a mi entrepierna cada vez que yo tenía la goma tensada por mis muslos que se mantenían bien abiertos. Por un lado estaba algo cortada, pero por otro me encantaba la sensación de sentirme observada de aquella manera por él. Seguía pensando en que no había nada malo.

El siguiente ejercicio era sobre un balón gigante que nunca había usado anteriormente en mi gimnasio particular y con el que Martín me fue indicando distintos ejercicios. El primero era estar sentada sobre esa enorme pelota y mis piernas abiertas haciéndola girar sobre mi culo en círculos, después sentada en el borde y recorriendo de adelante a atrás, al tiempo que él me sujetaba por las axilas, por la cintura, incluso alguna mano se posó accidentalmente sobre mi pecho. No sólo no me molestó, sino que sentí un delicioso cosquilleo en un acto aparentemente inocente.

– Ahora sentada, abre y cierra las piernas mientras avanzas con tu trasero sobre la pelota.

– ¿Así? – le preguntaba yo, pero me parecía que lo estaba haciendo mal, aunque siempre expuesta en una pose que parecía más un reclamo sexual que otra cosa.

– ¿Notas los músculos de tu vagina? – me preguntó de improviso, Martín.

Aquella pregunta me dejó descolocada, pero en realidad era cierto, notaba como apretaba los músculos cercanos a mis ingles, mis posaderas y especialmente la tensión de los músculos de mi entrepierna.

– Sí, lo noto. – respondí con una leve sonrisa.

– Claro, es genial sentir como se tensan ahí los músculos, ¿no?

– Sí.

– Pues verás que luego tus relaciones sexuales mejoran.

– ¿Cómo?

– Sí, Adri, cuando tengas sexo, verás que tu vagina ha ido incorporando nuevos movimientos que antes estaban dormidos y se irán reforzando músculos que harán más satisfactorias tus relaciones.

– ¿En serio? – pregunté sorprendida, mientras él asentía divertido al ver mi cara.

– Sí, las tuyas… y las de tu marido que saldrá beneficiado.

En mi cabeza daba vueltas la idea de tener sexo, pero no precisamente con mi marido, sino con ese chico que tenía delante y que me estaba volviendo completamente loca. De vez en cuando mis ojos volvían a su entrepierna sin dejar de imaginar la grandeza que se escondía debajo tal y como todos comentaban y que yo seguía sin creerme.

– Ahora ponte boca abajo sobre la pelota y haz lo mismo sobre tu bajo vientre.

– Es que me caigo. – le dije cuando vi que perdía el equilibrio y me deslizaba de costado por la enorme bola.

– No te preocupes, yo te sujeto.

En ese instante las dos manos de Martín se apoderaron de mi culo y se mantuvieron firmes allí. Tenía que haber gritado, debería haberle dicho que no me tocara con tanto descaro, mi obligación era advertirle que mi marido o mi hijo podían entrar en cualquier momento, sin embargo me sentía tan bien bajo los brazos potentes de ese chico, que me estaba sobando el culo mientras yo me movía en círculos sobre la bola gigante, notando como mi sexo palpitaba y mi culo sentía un placer inusitado. No deseaba que aquello acabara nunca… ni que esas enormes manos abarcaran mi culo con total descaro pero de una forma deliciosa.

En ese instante apareció Martita en la puerta del gimnasio y debió quedarse sorprendida por mi postura, tumbada boca abajo sobre la pelota y las dos manos de Martín aferradas con fuerza a los cachetes de mi culo.

Me levanté como un resorte, intentando aparentar normalidad, pero el hecho de que me hija me viera en aquella situación me hizo sentir esos miedos de nuevo y una impresión que no quería que ella notase.

– Hola cariño. – dije

– Hola, ¿os queda mucho? – preguntó la pequeña.

– Estamos acabando. – añadió Martín que también parecía nervioso con la aparición inesperada de Marta.

– Ah, vale, tenemos que ir al club para mi clase de pádel. – inquirió mi hija sin dejar de mirarme, haciéndome sentir muy incómoda.

Cuando la niña abandonó el gimnasio, mi profesor me dio dos besos y al hacerlo apoyé mis manos sobre su pecho y casi me da algo sintiendo sus labios tan cerca de los míos, porque lo cierto es que su boca estuvo a muy pocos milímetros de la mía. Desapareció de mi lado dejándome de nuevo, aturdida.

– ¡Adri! – me llamó Martín justo cuando ya estaba saliendo por la puerta.

– Dime Martín – respondí notando cómo mi corazón latía a toda pastilla y mi sexo seguía palpitante igualmente.

El chico miró a su alrededor asegurándose de que estábamos solos:

– Tienes un culo precioso. Y muy paradito como decís los argentinos. La cola más bonita que he visto jamás. – añadió y desapareció con su gran sonrisa.

Me quedé cachonda perdida sobre la colchoneta sin poder responder, ni decir nada y viendo desaparecer a ese hombre que me encandilaba con cada momento vivido cerca de él, incluso alejado de mí, recordándole.

Naturalmente me fui a duchar y tuve que terminar ese calor que me invadía con otro de mis deditos, dándome placer con mis caricias e imaginando de nuevo a mi profesor. No tardó en llegarme un orgasmo que me dejó temblando de placer y que seguía reviviendo en mi cuerpo cosas que no estaban latentes desde hacía mucho tiempo.

Juliaki

CONTINUARÁ…

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