15

«Ya debe ser la hora», pensé al oír que Paloma y   María salían del baño. Asumiendo que habían terminado de acicalarse, cogí mi chaqueta y salí del cuarto. Al cruzar la puerta me encontré con que me esperaban embutidas en unos vestidos de noche francamente provocativos. Con grandes escotes y escasez de falda, dejaban al descubierto la mayor parte de sus cuerpos.

Durante unos momentos, babeando su belleza, disfruté mirándolas. Ellas, lejos de sentirse incómodas por mi repaso, se sintieron halagadas y con desparpajo, se pusieron a lucir los modelitos.

― ¿Estamos guapas? ― preguntó mi mujer.

―Estáis preciosas― reconocí admirando los muslámenes de ambas.

―Fíjate en María― comentó Paloma: ― Si no fuera porque tenemos prisa, ahora mismo me podría a lamer esos preciosos pechos.

― ¡Coño con la que estaba triste! ― respondió la aludida.

―Siento decirte que tiene toda la razón. Ese vestido te hace un culo formidable― intervine rozando con mi mano su trasero.

Mi señora, sonriendo, nos recordó que teníamos una cita y llamando al ascensor, dio por terminada la conversación. Lo que no se esperaba era que, al entrar en el cubículo, Paloma, mirándola, dijera:

― ¿Te has fijado que se le han puesto duros?

― ¿El qué? ― contesté haciéndome el despistado.

―Los pezones― y antes que María pudiera decir algo, acercando la mano a su pecho, le pellizcó el derecho.  

―Menudo despiste tengo, no me había dado cuenta― respondí e imitando a nuestra vecina, cogí el izquierdo entre mis dedos y expliqué: ―La pena es que nos están esperando porque si no me encantaría mordisquearlos aquí mismo.

María, ejerciendo de víctima, se quejó de esas rudas caricias y nos dijo que como broma ya tenía suficiente. Paloma no quiso soltar a su presa y acercándose a ella, susurró en su oído:

―Si quieres, que tu marido se vaya adelantando mientras tú y yo volvemos al cuarto.

 Cuando iba a contestar, se abrió el ascensor y dos turistas entraron en el estrecho habitáculo y eso hizo que nos tuviéramos que pegar unos a otros, dejando a mi señora entre los dos.

―Os conozco― poniéndose sería María nos avisó.

Obviando la amenaza implícita de sus palabras, sin pensárselo dos veces, dejando caer su mano por el trasero de mi esposa, Paloma se puso a magrearla.

―Me voy a cabrear― murmuró nuevamente.

Fijándome en ella, me percaté que se estaba viendo afectada por los continuos magreos de nuestra amante y que para evitar que los dos desconocidos notaran su excitación, miraba al techo mordiéndose los labios.

―Eres una hija de puta― cuando llegamos a la planta baja, dijo al salir.

Y demostrando que no le había molestado ese ataque, nos abrazó mientras íbamos caminando al restaurante donde habíamos quedado con la embarazada. Los cinco minutos que tardamos en llegar nos sirvieron para terminar de pulir los detalles de la velada y el modo en que intentaríamos seducir a esa monada.

En la puerta nos enteramos de que éramos los primeros y dando una generosa propina al maître, pedí que nos pusiera en una mesa tranquila. Ese tipo de petición debía ser algo habitual porque llevándonos a una, un poco alejada y oscura, me guiñó un ojo diciendo:

―Aquí nadie les molestará.

Comprendí al instante a que se refería. Aunque desde esa mesa teníamos una perfecta visión de todo el restaurante y debido al juego de luces, nuestra mesa se mantenía en penumbra, dificultando la percepción de lo que ocurriera allí. Satisfecho, puse a María y a Paloma cada una a un lado, de manera que cuando Bea llegara no le quedaría más remedio que sentarse frente a mí y llamando al camarero, le pedí que nos abriera una botella de vino.

―Ahí viene― nos avisó mi esposa.

Al darme la vuelta, reconozco me quedé sin habla. La jovencísima embarazada estaba preciosa con el conjunto de lino blanco totalmente pegado que había elegido para esa noche ya que entre otras cosas magnificaba tanto sus pechos como su vientre.

Por ello, tardé en reaccionar y tuvo que ser Paloma quien la saludara diciendo:

―Pareces una diosa.

La chavala se puso roja al escuchar el piropo de la madura y acercándose hasta ella, le dio un beso en la mejilla firmando el armisticio de una guerra que ninguna de las dos contendientes quería. Al saludarme, su boca quedó a pocos centímetros de la mía, pero recordando que según nuestros planes yo no era quien debía dar el primer paso, me abstuve de darle un pico e imitando a Paloma, la besé en plan casto.

―Siéntate a mi lado― dijo María tras saludarla.

Bea sonriendo se sentó en la silla que le habíamos asignado sin caer en la cuenta de que en ese sitio nada podría hacer ante un ataque coordinado de mis dos mujeres. Aunque lo cierto es que debió imaginárselo cuando nada mas sentarse, mi señora aprovechó para disimuladamente dejar caer la mano sobre su muslo.

―Siento el malentendido, te juro que pensé que sabías quien era y por eso no creí necesario explicártelo― entrando a saco Paloma le soltó.

Agradeciendo en cierta forma su sinceridad la novia de su ex respondió:

―No tenías porqué saber que no te conocía y menos que Juan te definió como un marimacho sin gracia a la que se le había olvidado hasta follar.

Soltando una carcajada, intervine diciendo:

― ¡Con esa descripción es lógico que no te reconociera!

Cabreada con la imagen que su antiguo marido había dado de ella, pero también conmigo por mis risas, Paloma no pudo más que preguntar a Beatriz que opinaba de ella:

―Eres la encarnación de una WHIP― respondió.

Al ver que la morena no la había entendido el acrónimo, se lo aclaró diciendo:

―Woman who is hot, intelligent and in her prime.

―Me has dejado igual― respondió Paloma debido a su total desconocimiento del inglés.

Muerta de risa, Bea le hizo una carantoña en la mejilla mientras la contestaba:

―Significa mujer ardiente, inteligente y en su mejor momento”.

―En resumen: ¡qué estás muy buena! ― María concluyó.

Radiante tras escuchar el piropo de labios de la que se suponía su rival, devolviendo la lisonja, respondió:

―En cambio tú, eres el morbo hecho mujer. Desde que te vi en la playa sueño con besarte.

― ¿Y a qué esperas?

No había terminado de decirlo cuando Paloma ya estaba cerrando su boca con un beso.  Al ver que sin cortarse le atacaba, recordé que habíamos quedado en que fuera mi señora la que empezara y realmente creí que había metido la pata, pero para mi sorpresa la joven respondió al beso con pasión.

―Se te han adelantado― comenté muerto de risa a María.

Riendo, María y con toda intención se puso a acariciar la pierna de Beatriz mientras esta seguía morreándose con nuestra vecina. Fijándome en la embarazada, descubrí que sus pezones se habían erizado por las caricias de mi mujer.  Su ausencia de reacción espoleó a mi esposa e incrementando la apuesta, subió por su muslo y descaradamente empezó a acariciar su pubis mientras me decía:

―Cariño, ¿sabías que esta zorrita no tiene ni un pelo en su coño?

―No― respondí haciéndome el impactado: ―En serio, ¿lo tiene afeitado?

―Completamente― replicó para a continuación empezar a alabar sus pechos diciendo que además de grandes y llenos de leche, los tenía en su sitio.

Interviniendo, Paloma preguntó su los tenía tan bonitos como ella mientras se ahuecaba el escote para que mi esposa y yo disfrutáramos de su visión.

Beatriz, incapaz de contenerse, gimió de deseo y bajando su mano, acarició la mano que le estaba masturbando mientras separaba aún más sus piernas:

―Sois malos.

Decidido a no comprobar personalmente la calidad de esas ubres, levantándome del asiento, metí mi mano por su escote para acariciarlas y tras masajearlas unos segundos, contesté:

―Diferentes, tus tetitas son un vicio, pero los suyos piden ser mordisqueados.

Mi esposa al ver que con las yemas de mis dedos me dedicaba a pellizcar los pezones de Bea, aceleró las caricias mientras posaba su otra mano en mi entrepierna.

―No seas cabrona, concéntrate en nuestra invitada― le pedí.

 Poniendo cara de no haber roto un plato, obedeció retirando su mano y con toda la mala leche del mundo, incrementó la velocidad con la que pajeaba a la joven mientras le preguntaba porque estaba tan callada.

Beatriz no pudo contestar ya que en ese preciso instante se estaba corriendo y Paloma viendo las dificultades de su teórica rival, contestó:

―La pobre está todavía cortada, pero verás que en unos minutos entra en confianza.

― ¡No es eso! ― protestó la cría: ―Estoy pensando en cómo vengarme de vosotras dos. ¡Pedazos de putas!

Nuestras risas incrementaron su cabreo y completamente derrotada, me dijo que necesitaba irse al baño. Momento que aproveché para picar su amor propio diciéndole al oído que cuando saliera del mismo, quería que me diera sus bragas.

No me respondió, pero me dio lo mismo porque sabía que iba a obedecerme. Mi señora al verla huir se rio y pegándose a mí, me dio un beso mientras me decía:

― ¿Te habrás dado cuenta de que he cumplido?

―Tú sí, pero Paloma no― respondí y mirando a nuestra vecina le exigí: ―Quiero que te metas debajo de la mesa y que cuando vuelva, le comas el coño.

Haciéndose la inocente, intentó protestar arguyendo que era un local público, pero fui inflexible y no tuvo más remedio que disimuladamente introducirse bajo el mantel.

Beatriz al volver solo me preguntó que donde estaba.

 ―Le han llamado al móvil―contesté y mirándola a los ojos, le dije si no me traía algo.

Al oírme, me dio sus bragas mientras se ponía en plan gallito diciendo que fuera la última vez que mandaba a mi esposa a masturbarla.  

Esperé a que terminara de hablar y en vez de disculparme, le pregunté por lo que había sentido. Sus mejillas se sonrojaron y bajando la mirada, me contestó:

―Me ha puesto brutísima. Pero eso no es justo porque no he podido ni defenderme.

―Ahora me toca jugar a mí― respondí:  ― Quiero que te subas el vestido y abras tus piernas.

La joven viéndome al otro lado de la mesa se creyó a salvo y soltando una carcajada, me llamó pervertido.

―Hazlo― insistí.

Haciendo caso a mi petición, se levantó la falda y abrió sus piernas:

―No sé qué buscas― dijo.

 Paloma supo que había llegado su momento y poniendo sus manos en las rodillas de la desprevenida joven, llevó la lengua hasta su entrepierna. Asustada por la sorpresa Beatriz gritó, pero al mirar hacia abajo y ver quien acababa de darle ese lametazo, se relajó.

― ¿Te lo han comido alguna vez en público? – bebiendo de mi copa, pregunté sabiendo que en ese momento la lengua de la morena estaba dando buena cuenta del inflamado clítoris de la embarazada.

―Nunca― replicó sin mencionar lo que estaba ocurriendo bajo el mantel: ― pero siempre hay una primera vez.

 Consciente que debía hacerla hablar de lo que estaba experimentando porque cuanto más largara, más cachonda se pondría, le pedí que me dijera desde cuando sabía que iba a convertirse en nuestra amante.

―Desde que vi como tratabas a tus dos zorras― respondió sin importarle la presencia de María ni la de Paloma.

Viendo que apretaba el mantel entre sus manos, presa del deseo, insistí:

― ¿Y qué pensaste cuando supiste que una de ellas era la ex de tu pareja?

―Al principio, me sentí engañada pero luego al pensarlo, me dio mucho morbo― respondió, tras lo cual, ya sin ningún pudor, gimió de placer y posando sus manos en la cabeza de Paloma, disfrutó de las caricias de la morena y por segunda vez, se corrió sobre su silla.

 Disimuladamente, miré bajo el mantel y no me extrañó descubrir que mi vecina se estaba masturbando mientras hacía lo propio con su rival. Satisfecho al comprobar que todo iba según lo planeado, dejé que saliera de su encierro y retornara a su silla.

Al salir de debajo del mantel, los ojos de la morena delataban su excitación y por eso le pregunté que le había parecido, refiriéndome al coño de la joven. Pero entendiendo mal mi pregunta, contestó:

― Nunca creí que fuera capaz de hacer algo tan pervertido y menos disfrutar como una perra haciéndolo―contestó.

Despelotada de risa, Beatriz intervino diciendo:

―Serás puta. No sabes el corte que me dio sentir tu lengua en mi coño. Creí que todo el mundo se estaba dando cuenta.

― ¿Y eso te puso cachonda? ― dejé caer interesado.

―Jamás nada me ha afectado tanto― contestó.

 ―Entonces, ¿te ha gustado? ― susurró mi esposa en su oído.

 ―Sí. Estoy deseando que me llevéis a vuestra casa para perderme entre vuestros brazos.

―Todo a su tiempo― interrumpí: ― Antes de entregarte nuestros cuerpos, quiero cenar.

 ― ¿Me lo prometes? ― poniendo un puchero contestó.

Muerta de risa, Paloma contestó:

―Si este no quiere, no te preocupes… ni María ni yo te dejaremos tirada.

16

Después de cenar, nos llevamos a la embarazada a casa. Sabiendo que sería nuestra última oportunidad de seducirla, mi esposa me pide que deje la iniciativa a ella y Paloma. ULTIMO RELATO DE LA SERIE.

La alegría y armonía de la cena se prolongaron de camino a casa. Aun así, me quedó claro que las continuas bromas de Paloma y las exageradas risas de Bea eran una muestra del nerviosismo que cundía entre ellas. Por ello cuando acercándose a mí, María me pidió que mantuviera una actitud tranquila y que no forzara una rápida entrega de la embarazada, acepté.

        Supe también que había hablado con nuestra vecina cuando al entrar en el apartamento, sin que se lo tuviera que pedir y mientras yo me ocupaba de servir unas copas, Paloma puso una canción lenta y melosa en el equipo de música.

        Demostrando para que le habían servido los años de ballet clásico, María se quitó los zapatos y se puso a bailar en el salón.  Beatriz que desconocía esa faceta de mi esposa se quedó absorta siguiendo con su mirada el vaivén que imprimía a sus caderas. El suave ritmo de la música, lo pegado de su vestido y la sensualidad con la que se meneaba la tenían alucinada.

        ― ¿Verdad que es bella? ― Paloma susurró en su oído mientras la sacaba a bailar.

Incapaz de negarse, la joven embarazada la acompañó sin dejar de babear con el erotismo que manaba de María y muy a su pesar, se puso como un tomate cuando mi esposa le pidió ayuda para bajar la cremallera de su vestido.

Temblando como un flan, se la bajó mientras la música y su corazón se aceleraban al unísono.  Sintiéndose liberada María reinició el baile, pero convirtiéndolo en un descarado flirteo y mirando a la joven, lentamente fue bajándose la tela de sus hombros.

― ¡Dios! ¡Qué guapa eres! ― musitó al descubrir que los pechos de mi señora además de grandes eran tan duros que apenas se bamboleaban al bailar.

Mas afectada de lo que le hubiese gustado estar, sus pezones se erizaron bajo la ropa al ver que girándose María dejaba caer su vestido al suelo.

― ¿Qué tipazo tiene verdad? ― comentó Paloma al ver que la novia de su ex era incapaz de retirar su mirada del trasero de mi señora.

―Es increíble― respondió la joven al comprobar que a pesar de tener quince años más que ella, su cuerpo no tenía ni una gota de grasa.

Siguiendo la canción, María se quitó el tanga tras lo cual girando hacía ella con los brazos bajados, lució su cuerpo totalmente desnudo.

― ¡Estás depilada! ― no pudo dejar de exclamar al comprobar que nada le estorbaba la completa visión de su sexo.

Riendo y con una mirada pícara en sus ojos, mi esposa se fue acercando a ella en plan pantera. La sexualidad que emanaba la envolvió y ya presa de la lujuria, suspiró al sentir que sonriendo la empezaba a acariciar. Paloma no quiso perder la oportunidad y uniéndose a María, comenzó a besar a la joven mientras ella me miraba pidiendo ayuda.

―Relájate y disfruta― susurré observando desde lejos la escena.

Estar al margen me permitió admirar la belleza de los germinados pechos de la rubia, cuyo escueto vestido no lograba ocultar.

―Tranquila preciosa, no muerden― insistí mintiendo descaradamente porque si algo tenía claro es que alguna de esas dos pronto andaría mordisqueando esos monumentos.

 Coordinando sus ataques, María cerró su boca con un beso mientras Paloma deslizaba sus tirantes y liberando así sus pechos y los abultados pezones que los decoraban.

―Por favor― alcanzó a sollozar al sentir que los labios de mi esposa comenzaban a recorrer su cuello con dirección a sus pechos.

―Sois unas cabronas― protestó con un gemido al experimentar la respiración de las dos mujeres muy cerca de una de sus areolas.

Esta vez fui yo quien cerró su boca con un beso. Mi lengua se abrió paso entre sus labios, al mismo tiempo que mis manos se deshacían de su vestido. Las pocas defensas que todavía le quedaban desaparecieron cuando totalmente desnuda sintió las manos y los besos de los tres recorriendo su cuerpo.

―Quiero ser vuestra ― suspiró descompuesta casi llorando al verse dominada por una lujuria extrema.

―Lo serás, putita ― contestó Paloma mientras dejaba caer su ropa.

 Con el deseo latiendo en todas las células, Bea se dejó llevar a nuestro cuarto y posando sus labios en los de la morena, susurró:

―Me pone cachonda saber que eras la mujer de Juan.

Para mi sorpresa, la morena replicó mientras la tumbaba sobre las sábanas:

―A mí me ocurre algo parecido, estoy deseando que le pongas los cuernos conmigo y que luego te folle mi hombre.

Haciéndose la indignada, María se unió a ellas diciendo:

― ¿Y yo qué? También quiero probar a esta monada.

 Respondiendo a su queja, Bea se lanzó a sus brazos buscando sus besos mientras desde la puerta me permitía el lujo de ser testigo esa “tierna” escena.

―Seré de los tres― murmuró estrechándola contra su pecho.

Confirmando su interés con hechos, mi señora fue la primera en bajar por su cuello y comenzar a mamar de esos pechos con una determinación que me dejó acojonado. Los suspiros de la rubia no se hicieron esperar y mientras era objeto de los mimos de mis dos hembras, decidí intervenir.

Sorprendiendo a la joven, me deslicé entre sus piernas y separando los pliegues de su sexo, di un largo lametazo en el botón erecto que hallé escondido en los pliegues de su sexo.

― ¡Qué gozada! ― aulló al verse estimulada por todos lados.

Al igual que mi señora, Bea llevaba el coño depilado y gracias a ello, pude mordisquear su clítoris sin que nada me impidiera observar cómo su coño se iba anegando por momentos. Justo cuando iba a comenzar a introducirle dos dedos, Paloma me tomó la delantera y comenzó a follársela con sus yemas.

―Perra― gimió al sentirse desbordada.

Y no era para menos porque mientras la ex de su novio y yo jugábamos en su coño, María se dedicaba a mamar de sus pechos.

―Me corro― aulló la chavala al verse sacudida por el placer.

Sacando los dedos del coño, Paloma se lo prohibió diciendo:

―Todavía no lo hagas, quiero que nos corramos las tres a la vez.

Olvidando mi presencia, las tres se tumbaron en la cama y formando una especie de serpiente que se mordía la cola, puso su sexo al alcance de la boca de la rubia mientras buscaba el placer de mi esposa entre sus pliegues. María cerrando el círculo se dedicó a devorar la vulva de la recién incorporada.

 Recordando que ya dos veces esa monada se había escapado viva, decidí esperar antes de hacerla mía.

«Primero debe entregarse a ellas», pensé mientras en el apartamento se comenzaba a escuchar los suspiros de placer provenientes de sus gargantas.

―Cariño, Juan no te merece ― rugió nuestra vecina al sentir que la novia de su ex introducía una de sus yemas dentro de ella.

Bea se mostró encantada con la expresión de deseo que vio en la morena y sumando otro dedo, comenzó a follársela mientras era objeto del mismo tratamiento por parte de mi esposa. Los primeros síntomas de la cercanía de un orgasmo alertaron a Paloma y comprendiendo que tenía que hacer algo para que María las alcanzara mordisqueó con dureza su clítoris, consiguiendo que de inmediato se le llenara la boca de flujo.

 ―Guarra, ¡me encanta! ― chilló esta con alegría.

Admitiendo que no era mi momento, pero no pudiendo permanecer al margen, me dediqué a jugar con ellas, exigiendo a la que veía más caliente que se calmara mientras que azuzaba a acelerar las caricias sobre la veía más fría. De forma que, al cabo de unos minutos, comprendí que las tres estaban a punto y usando un tono autoritario, ordené a las tres que se corrieran. 

Nunca creí que me obedecieran y aunque parezca cosa de fábula, esas tres bellezas retorciéndose sobre las sábanas fueron presas de un gigantesco orgasmo.

―No me lo puedo creer― exclamé cabreado al ver que seguían ignorándome y que no contentas con el placer que habían compartido, las tres habían intercambiado de pareja de juegos y se habían lanzado sobre la que antes le había devorado el coño.

 Al ver que se volvían a sumergir en la pasión, decidí que era mi turno y separando a Bea, la preparé para ser la primera que follaría esa noche. De inmediato, María protestó diciendo que todavía ella no había sentido la lengua de nuestra nueva adquisición. Descojonado observé que la embarazada asentía con la cabeza y muerto de risa, la cogí de su melena llevando su cara entre los muslos de mi insatisfecha esposa.

―Gracias― respondió esta al experimentar que se reanudaban las caricias de la rubia.

 Aprovechando que la tenía a cuatro patas y sin pedirle su opinión, comencé a jugar con mi pene en el coño de joven preñada.

―Fóllatela― viendo mis intenciones me azuzó Paloma.

No hizo falta que me lo pidiera dos veces y lentamente fui introduciendo mi glande en su interior. Producto de su embarazo y a pesar de la humedad que lo anegaba, su conducto era tan estrecho que me costó entrar.

―Rómpeme― gimió descompuesta al sentir que ya tenía embutido la mitad de mi pene.

La presión que ejercía su coño me encantó e incrementando la fuerza de mis caderas sumergí centímetro a centímetro el resto.  

―Esto si es un pene― chilló al saberse llena.

Sus palabras nos revelaron la insatisfacción que sentía con su actual pareja y no queriendo pecar de indiscreto, me quedé callado. Paloma a ver mi cara se echó a reír y en voz baja, me explicó que el miembro de su ex era más bien escaso.

        ― ¿Eso es cierto? ― pregunté.

Colorada y casi llorando, la aludida confirmó que Juan no estaba bien dotado y que encima era un mal amante.

Soltando una carcajada, respondí:

―Niña, eso no es el fin del mundo. Cada vez que necesites un buen pollazo, nos llamas.

Tras lo cual, y viendo en el rostro de la cría se iluminaba con una sonrisa, le pregunté si estaba lista para que la hiciera mía.

―Ya soy tuya― rugió descompuesta respondió mientras sin pensar en las consecuencias se echaba para atrás empalándose.

Esperando a que se acostumbrara a la invasión me quedé quieto, pero ella obviando el dolor que estaba sintiendo se comenzó a mover sin esperar. Gracias a lo caliente que mis mujeres la habían puesto, sus berridos no se hicieron esperar y mientras Paloma se lanzaba a mamar de sus pechos, Bea me incitó diciendo:

― ¡Fóllame como la puta que soy!

La voz de la embarazada estaba teñida de una inmensa excitación y al percatarme del riachuelo de flujo que caía por mis muslos, la cogí de la cadera incrementando la velocidad de mis incursiones.

  ― ¡Muévete! ¡Guarra! ― exigí.

Mi insulto la enervó, pero aún más sentir mi extensión chocando con la pared de su vagina y poco habituada a un miembro en condiciones, se volvió loca y aullando como posesa, me rogó que continuara.

―Te gusta, ¿verdad zorra? ― pregunté notando que el placer la iba conquistando poco a poco.

Para entonces la humedad de la chavala era completa y tras anegar su coño, se desbordó haciendo que con cada penetración salpicara a su alrededor. Con mis muslos empapados, observé que María y Paloma incrementaban la presión sobre nuestra nueva amante mordisqueando sus pezones mientras la joven era pasto del fuego de un gigantesco orgasmo.

― ¡Necesito sentir esto! ― gritó.

Su chillido azuzó mi calentura al comprender que se refería al tamaño de mi sexo y exprimiendo uno de sus pechos entre mis dedos, hice brotar un hilillo de líquido blanco.

― ¡Tiene leche! ― gritó mi mujer al verlo y antes de que Paloma pudiese arrebatarle el puesto, se lanzó en picado a mamar de él.

Nuestra amada vecina reaccionó apoderándose del otro y pegando un grito de alegría, me informó que también de ese seno manaba ese manjar. Beatriz al notarse ordeñada se vio golpeada por el placer y sin dejar de mover sus caderas, se corrió dando chillidos.

La virulencia de su orgasmo se iba incrementando por momentos y con todas sus neuronas amenazando con achicharrarse de tanto placer, me rogó que la acompañara. Su petición provocó que me dejara llevar y que explotara derramando mi simiente en su útero ya germinado. Ella al sentirlo no dejó de exprimir mi sexo hasta que, con mis huevos ya vacíos, caí totalmente agotado sobre ella.

Las otras dos que habían mantenido en un discreto segundo plano, se abrazaron a nosotros mientras pensaban en lo mucho que le debían al idiota de Juan por haberse vuelto solo a Madrid, dejándonos a esa preciosidad.

Epílogo

Hace ya mas de cuatro meses que volvimos del verano. En este tiempo, los sucesos se han desencadenado a una velocidad de órdago dando al traste con la vida que llevábamos antes.

Bea no solo dio a luz una monada de crio al que contra la opinión del padre le puso mi nombre, sino que abandonó a Juan y para terminar de sellar la desgracia de su antigua pareja, junto con Paloma, se mudó a vivir con nosotros.

        Durante unas semanas, tuvimos las normales tiranteces mientras nos acostumbrábamos a vivir tantos en la misma casa. Ahora lo único malo es que nos vamos a ver obligados a abandonar el piso en que llevamos doce años y la razón no es otra que, en pocos meses, no vamos a caber en él, ya que el puñetero destino ha creído pertinente que aumente nuestra peculiar familia.

María y Paloma, contra todo pronóstico, ¡se han quedado embarazadas!…

Fin

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