Esta es la continuación de:

Pablo, Ana. José, Mila y familia.

Y la historia comienza con: 16 días cambiaron mi vida. Capítulos 1 á 7

Sigue con: Mi nueva vida. Capítulos 1 á 7

Y continua con: 16 días, la vida sigue Capítulos 1 á 7

Mi perfil lo encontrareis aquí: solitario

ANA

Vaya, anoche le di a Pablo los cuadernos de mi madre y no sé si he hecho bien, no creo que se lo diga a nadie, pero no estaré tranquila hasta que hable con él.

Han llegado papá, Marga y Claudia de Madrid.

–Papá, ¿Como estas? ¿Qué ha pasado?

–Muchos papeles hija. Mila, tenemos que hablar.

Mi madre está seria, preocupada.

–¿Qué ha pasado José? ¿Más problemas?

–¡No, mi vida! Parece ser que las cosas se van solucionando. Isidro deja la herencia a sus hijos. Al ser menores Claudia es la que administrará los bienes hasta su mayoría de edad. A ella también le corresponde una parte, en base a los años de convivencia. Lo de Gerardo es curioso. Te lo deja todo a ti y a tu hijo. Alma quedaba fuera y no sé si lo que he decidido es lo correcto. Le he cedido, en tu nombre, el usufructo del local de parejas. Por otra parte, de nuevo eres propietaria de los pisos y aquí también he hecho algo en tu nombre. Les he dejado el local que preparamos a Amalia y Edu y les va muy bien. Pagarán todos los gastos y te ingresarán un diez por ciento de los beneficios netos. Todo se ha firmado ante notario. ¿Estás de acuerdo?

–¡Cómo no voy a estarlo José! Lo que tú hagas, bien hecho está, cariño. Lo que quiero es apartarme de todo eso…. Olvidar, José… olvidar.

–Entonces no pienses más en esto. Lo hemos solucionado. Así que todo resuelto. ¿Y por aquí, cómo van las cosas?

–Bien, Pablo ha estado viendo a las niñas, anoche estuvo cenando con nosotras. Hemos hablado mucho, eso nos hace bien, sobre todo a mí.

–Quiero verlo para hablar con él. ¿Cuándo volverá?

–Creo que esta noche, aunque no cena, nos acompaña y charlamos.

Marga y Claudia nos han dado un beso y han salido disparadas, están arriba con los niños. Se oyen reír, deben estar jugando.

Dejo a mis papis hablando de sus cosas y voy por Claudia, vamos a casa de Pablo para nuestra sesión de comecocos.

Nos recibe con la sonrisa de siempre. Me cae bien, mi madre dice que es una persona íntegra, en la que podemos confiar.

–Buenas tardes, señoritas. ¿Cómo les trata la vida?

–Por ahora, bien. El curso está por comenzar y no sabemos lo que nos vamos a encontrar en el insti. ¿Conoces algún profesor de aquí?

–No, mis relaciones las tengo en Valencia, pero puedo intentar averiguar si conozco alguno de los profes que vais a tener. Cuando empiece el curso hablaremos. Hoy vamos a centrarnos en vuestras experiencias. Tengo una vaga idea de cómo se inició Ana, pero no sé cómo llegó Claudia a entrar en ese mundo.

–Puff. No sé lo que sabes de Ana, pero a mí me ocurrió algo parecido. Cuando Paolo dejó a Ana, me propuse ligármelo, no fue difícil, como le hizo a ella, me llevo a bailes, discotecas, clubs, donde era popular. Me deslumbró. Me colé por él y me dejé hacer de todo. No contento con eso me llevó un noche a un local, donde, después de tomar algunas copas, unos amigos suyos me follaron por todos mis agujeros. No me importaba, estaba con él y eso me bastaba. Si me pedía que se la mamara a un tío, yo lo hacía, si quería que follara con otro, follaba y además me lo pasaba bien. Hasta que una tarde me llevó a su piso. Después de follar me llevo a casa de María, en la misma planta, nos presentó y dijo que tenía que salir para no sé qué. Me quede cortada, no conocía a aquella mujer, pero se portó muy bien conmigo, me invitó a un refresco mientras esperaba. Mucho después supe que esta señora utilizaba a jovencitos, como Paolo, para que le llevaran niñatas tontas, como nosotras, para introducirlas en el mundo de la prostitución. Ganaban mucho dinero con nosotras.

Poco después llegó una chica, joven, guapa, bien vestida. La saludó con dos besos, me presentó y nos sentamos a charlar de cosas intrascendentes. Así está vamos cuando llamaron al timbre, María se levantó para abrir y la chica me dijo:

–Este es mi cliente, voy a prepararme.

Se fue por el pasillo y oí abrir y cerrar una puerta. María entró con un hombre, me miró y sin decir nada se fue por el pasillo donde había entrado la chica, abrió y cerró la misma puerta, María sonreía y me hacía gestos extraños.

–Ya van a estar liados los dos tortolitos. ¿Quieres ver lo que hacen?

Le contesté con un encogimiento de hombros. Cogió mi mano y me llevo, por el mismo pasillo a otra habitación. Quitó un cuadro de la pared, había un agujero, me indicó que mirara por él y lo hice. El hombre le comía el chochito a la chica, desnuda, tumbada de espalda sobre la cama. Él, vestido, se masturbaba con furia mientras su cara se perdía entre los muslos de su acompañante.

Me mojé. Casi sin darme cuenta, María, situada detrás de mí, acariciaba mis pechos, bajaba la mano hasta mis muslos, subía la falda y acariciaba mi cuquita sobre las braguitas.

Al principio me sorprendió, después me dejé llevar por el morbo de la situación. Recuerdo que cogió la cintura de las bragas y de un tirón las puso en mis tobillos. Su cara entre mis nalgas, lamiendo mi culo, mientras sus manos abrían mi chuchita y masajeaba mi perlita.

Me provocó una serie de orgasmos, con una intensidad desconocida para mí. Se me aflojaron las piernas, casi me caigo, ella me arrastró hasta una cama que había detrás de nosotras, me tendió y siguió chupándome la almejita, no podía parar de correrme, era una locura. Aquella mujer sabía cómo satisfacerme. Su boca, sus manos, todo el cuerpo era una máquina de proporcionar placer. Yo estaba alucinada, nunca había tenido contacto íntimo con otra chica y esta mujer, que podía ser mi abuela, me había hecho sentir lo que ningún tío, ni siquiera Paolo.

Después de aquello, María me propuso trabajar en su casa, me ofreció la posibilidad de ganar mucho dinero y acepté. A partir de aquel día visitaba una o dos veces por semana su piso, donde ella me concertaba las citas con los clientes. En una ocasión coincidí con Ana, creo que lo hizo adrede, desde entonces hicimos muchos trabajos las dos juntas. Lo demás ya lo sabes.

–¡Vaya historia chicas! Tengo que reconocer que habéis sido muy valientes. Entrar en ese tortuoso mundo y haber podido salir, es de elogiar. También debéis de reconocer que la suerte os ha acompañado en estas aventuras. ¿No pensabais en que podían haberos contagiado alguna enfermedad? ¿Y la posibilidad de caer en manos de algún desaprensivo que pudiera haberos hecho daño?

Ana baja la cabeza, asiente.

–Eso lo pensamos ahora, pero en aquellos momentos solo veíamos el dinero y la diversión. Porque a veces lo pasábamos muy bien.

Claudia estaba pensativa.

–Ya, pero tienes razón, Pablo. Ana ¿Recuerdas cuando nos llevaron a las dos a aquella fiesta en una mansión en el campo? Allí pasamos mucho miedo. Eran cuatro hombres, de más de cincuenta años, nos desnudaron y nos colocaron collares de perro y un plugin dentro del culo, con una cola colgando. Nos trataron como perras y ahora que lo pienso, lo éramos. –Sollozó—Éramos dos perras, teníamos que andar a cuatro patas, oler sus partes bajas como los perros, nos hicieron lamer sus miembros, los culos. Echaban comida al suelo y teníamos que comerla cogiéndola con la boca, sin utilizar las manos. Bebíamos de unos platos que tenían un brebaje raro, sabía a leche y menta.

Es lo último que recuerdo. Cuando desperté, en un colchón en el suelo, desnuda, helada de frio, llena de moratones en las tetas y las nalgas, con el chocho y el culo dolorido e irritado. Tú estabas a mi lado, aún dormías. Te zarandeé para despertarte. En un rincón estaba nuestra ropa, tirada en el suelo. El vestido, que había comprado para esa ocasión, estaba manchado, sucio, como si lo hubieran arrastrado por el suelo.

Nos vestimos y al salir nos dimos cuenta que no estábamos en la casa donde fuimos. Era una caseta de aperos de labranza en medio de un campo. Cerca vimos a un pastor, con un rebaño de ovejas. Nos miró y se reía. Nos hacía gestos indicándonos que había estado follando con las dos.

Tuvimos que andar, campo a través hasta una carretera, donde, después de muchos intentos, conseguimos que un coche parara y nos llevara de regreso a Madrid. Le preguntamos al conductor donde estábamos y nos dijo que cerca de Illescas, en la provincia de Toledo. Aquella semana no fuimos a casa de María. Cuando nos decidimos a ir, íbamos dispuestas a tener una bronca con ella, amenazamos con denunciarla. Pero ella nos convenció. Nos dio dos mil euros a cada una y así se cerró el asunto.

–¡Dios mío! ¿Suerte? No sabéis de lo que pudisteis haberos librado. Pensad en las chicas que se han encontrado asesinadas. Algunas de ellas como consecuencia de “Fiestas”, en las que el alcohol, las drogas y personalidades psicopáticas, han convertido en sádicos asesinos, a los participantes, que nunca serán castigados, porque ostentan posiciones de poder que los hacen intocables. Es bueno que habléis de esto, para que toméis conciencia de los peligros a los que habéis estado expuestas. Ahora vamos a realizar un ejercicio de relajación. Sentadas como estáis, poneros lo más cómodas que podáis, cerrar los ojos, descansad las manos sobre los muslos con la palma hacia arriba. Inspirad profundamente, contad, uno, dos …hasta diez. Dejad el aire en los pulmones, uno, dos…hasta cinco. Expirad, uno, dos…hasta diez. Hacedlo tres veces….

Pablo nos fue diciendo como debíamos respirar, nos guió para relajar la mente, para controlar el flujo de pensamiento. La verdad es que el ejercicio de relajación fue muy positivo. Tras recordar lo que narró Claudia, me puse muy tensa. Realmente, estuvimos muy cerca de sufrir un percance, que podía haber terminado con nuestras vidas.

Ya más tranquilas y relajadas, le dije a Pablo que lo esperábamos para cenar, que mi padre había vuelto y quería hablar con él. Regresamos a casa, donde nos esperaban las personas que nos querían y a las que yo quería.

PABLO.

Tras la marcha de las chicas intenté relajarme, pero no dejaba de pensar en las cosas que me habían contado. Tan niñas y sometidas a los peligros de gente sin escrúpulos, capaces de las mayores atrocidades. Precisamente en los alrededores de Valencia, habían ocurrido hechos horribles. Jóvenes asesinadas, ultrajadas, cuyos crímenes estaban aún por esclarecer y seguramente, jamás saldrá a la luz la verdad de lo sucedido.

Me dirijo a casa de José. Me presentan a Claudia, a Marga ya la conocía, acompañaba a Mila, en una de nuestras entrevistas, en la cafetería del hotel de Madrid, donde me suelo hospedar. Me veo obligado a cenar. Intento oponerme, pero las muy tunas, se las apañan para obligarme a saborear los exquisitos platos que preparan. Son mis debilidades. La buena comida, el buen vino y después, una copa de brandi o pacharán, me ablandan, no puedo negarme, es el pecado de gula. Lo confieso, soy un pecadorrr.

Veo a Ana seria, con cara de preocupación, en un aparte, mientras recogen la mesa.

–Ana ¿Qué te preocupa?

–Vaya, te has dado cuenta. Verás, el pendrive que te di, con las hojas escaneadas de los cuadernos de mi madre, se lo copié del ordenador de mi padre, sin él saberlo. No quiero tener secretos con él. No se lo merece. ¿Qué puedo hacer?

— Yo no he leído nada aún. Si quieres borro la información y se acabó. Pero tienes otra opción. Decírselo. Tal vez se enfade, pero por lo que conozco a tu padre, no le durará mucho el cabreo. No es bueno que guardéis secretos entre vosotros.

Al terminar el ágape, nos sentamos fuera, en el jardín. José comentaba lo que habían hecho en Madrid. Ana, sentada a mi lado, como buscando mi apoyo y protección.

–Papá, mamá, he hecho algo que creo que no está bien. Lo he comentado con Pablo y me ha animado a decíroslo. Papá ¿Recuerdas el día que se cayó Pepito? Cuando te lo llevaste al centro de salud dejaste el ordenador encendido. Fui a apagarlo y vi lo que estabas leyendo.

José agachó la cabeza hasta tocar la barbilla en el pecho. Alzó la cara.

–¿Y qué hiciste?

–Copiar el pendrive en mi ordenador, después le di una copia a Pablo. Lo siento.

Ana cubre la cara con las manos y llora. Paso mi brazo por los hombros y atraigo su cuerpo, me abraza. José me mira, no detecto enfado en su cara.

–Tranquilízate Ana. No pasa nada, precisamente quería hablar con vosotras de este tema. Mila, le di a Pablo un pendrive con las notas que tomé. Pero lo peor y tú no sabes, es que escaneé tus cuadernos, los que guardabas bajo llave en el baúl que tenias en tu armario. Es lo que Ana copio y entregó a Pablo.

Mila abatida.

–Por favor, dejadlo ya. No sigáis atormentándome. ¿Lo ves Pablo? Yo destruí esos cuadernos, pero de nuevo el pasado cae sobre mí. ¡He sido una puta! ¡He hecho cosas que sonrojarían al Maques de Sade! ¡Soy culpable de haber gozado con mi cuerpo durante años!… De todo eso no me arrepiento…Lo que me está matando es haberte engañado y estar enamorada de ti, José. Jamás he amado a ningún hombre. Los utilizaba, me aprovechaba de ellos. Solo era sexo, placer carnal, no conocía el amor, hasta que lo descubrí,… contigo. Por eso no soportaba la idea de perderte, por eso hice lo que hice. Pero ¿Hasta cuándo debo soportar esta tortura? ¿Qué puedo hacer, para que cese este tormento?

Me limitaba a observar las reacciones de los presentes. Mila se levantó para irse. Marga la abrazó. José se levantó y fue hacia ella, con delicadeza apartó a Marga y se fundió en un amoroso abrazo con su esposa. Claudia, madre e hija y Ana hacían pucheros. Las lágrimas corrían por sus mejillas. Tomé la palabra, con voz grave, pausada.

–Por favor, sentaos. Vamos a hablar. Creo que es un buen momento para empezar a sentar las bases de unas relaciones más estables de cara al futuro. Vuestro futuro. Ya conocéis las consecuencias de los engaños. Mila, lo que acabas de hacer es la mejor terapia. Habla, desahógate, confíales todo lo que llevas dentro, sácalo fuera…Habla. No te calles nada. Lo que piensas, lo que sientes, lo que te preocupa, lo que quieres…Habla. Te hará bien. Dime, ¿qué hay en los cuadernos, de los que habla José, que te afecta tanto? ¿Qué es lo que más te duele?

–Me afecta todo, Pablo. Pero hay episodios que son extremadamente dolorosos. Sobre todo los relacionados con su padre, mi suegro. Es algo que no puedo superar.

Solloza amargamente, con el rostro cubierto con sus manos.

–En eso te equivocas, Mila. ¡Sí puedes superarlo! Y debes hacerlo. Habla de ello, habla hasta que se convierta en algo trivial. ¿Que sucedió? ¿Que no puedes borrarlo? De acuerdo, pero ahora ya no ocurre, es el pasado, algo que debe ser, debe quedar convertido, en un simple recuerdo. Nada más. Como una enfermedad pasada, superada. Imagina que pasaste por un cólico renal, eso es muy doloroso, mucho, te lo puedo asegurar, pero una vez has expulsado el cálculo, todo vuelve a la normalidad.

Todos estaban pendientes de mis palabras. Proseguí.

–Mira a tu familia, ellos no te reprochan nada. Te quieren. Y no están dispuestos a seguir viéndote sufrir. Acepta lo ocurrido como algo que le pasó a otra Mila, a la Mila pasada, no a la Mila presente. Esta es otra Mila. Distinta. Con otros valores, con otras miras de cara al futuro. Al futuro de toda la familia, donde incluyo a Marga, a Claudia,..A todos. Como te dije la otra noche, dedícate a buscar su felicidad…Y encontraras la tuya. Háblanos de lo que te preocupa, cuando lo expreses, comprobaras que no es tan importante como pensabas.

Mila me mira, suspira, une las palmas de las manos como si fuera a orar.

–Pablo, no puedes entenderlo. He hecho cosas horribles. Mi suegro hizo lo que quiso conmigo durante años, sin que su hijo supiera nada.

–Pero ahora lo sabe. Lo sabe y a pesar de lo doloroso que le pueda resultar, su amor por ti hace que esos horrores, a los que te refieres, carezcan de importancia. Lo que ahora desea es que tú superes esto, que vuelva la alegría a tu cara. ¿No ves que sufren con tu dolor? Piensa que la actitud que adoptes es primordial. Una cara afligida supone preocupación en los que te rodean. Un gesto alegre, alegra sus vidas. Y si te obligas a cambiar tu actitud, comprobaras como, poco a poco, tu vida cambia. La receta es para todos. Obligaos a mantener una actitud positiva, alegre, con gestos cariñosos, afables. Y vuestra vida cambiará.

José sonríe, acerca su copa a la mía haciendo chocar los cristales.

–No me equivoqué contigo, Pablo. Lo que acabas de decir me parece muy razonable, vamos a tratar de alegrar nuestras vidas. Vamos a dejar las lamentaciones…Por cierto, hablando de hablar, te propongo algo, quiero que todas estéis de acuerdo, si alguien tiene algún reparo, no se hará. Pablo. ¿Puedes darle forma de historia a las notas que te di para publicarlas? Y vosotras ¿Estáis conformes? Creo que puede ser una forma de airear los recuerdos, de, como has dicho antes, trivializarlos.

Miro a todas y asienten con la cabeza.

–De acuerdo, cambiaré, nombres, direcciones, en fin, dodos los datos que sean relevantes para evitar la identificación. Antes de la publicación los supervisaréis y me daréis vuestra conformidad. ¿De acuerdo?

Todos aceptan. Ana me mira.

–Vaya, mira por donde voy a ser protagonista en una novela porno. Pero ¿incluirás los cuadernos de mi madre en los relatos?

Mila se muestra incómoda.

–Sí, creo que debes incluir lo que anoté en los cuadernos. Es un compendio de atrocidades, sí, pero que me producían un gran placer al cometerlas. Cuando era yo quien las controlaba, pero te repito, lo de mi suegro fue distinto. Me vi forzada a aceptar una relación que no deseaba, pero él estaba acostumbrado, al igual que su padre, el abuelo de José y muchos de los señoritos amigos suyos, a hacer lo que les daba la gana con quien querían, por las buenas o por las malas. No pude oponerme, era capaz de cualquier cosa, estaba como loco.

Ahora era José el que arrugaba el entrecejo.

–Lo sé, Mila. Y yo no soy quien para juzgarte, mucho menos para condenarte y menos aún para castigarte. Lo que ocurrió, como bien dice Pablo, es pasado, le pasó a otra Mila, la que me engañaba. Ahora eres distinta, me consta que eres sincera en lo que dices. Solo te pido que cambies tu actitud. Queremos que vuelva la alegría a tu cara. ¡Dioss, te quiero!

Se abrazan los dos y se besan con verdadera pasión. Ana acaricia las manos de su amiga Claudia y se funden en un ardiente beso. Marga y Claudia también comienzan a jugar, se acarician. Me siento desplazado, tengo la sensación de estar al borde de un volcán en erupción.

–Bueno familia, creo que estoy estorbando. Me voy a casa…

Marga viene hacia mí y Claudia la sigue.

–Por favor Pablo. No puedes dejarnos solas, llevamos varios días sin sexo y lo necesitamos. Ven con nosotras…

–Pero, es qué yooo….

–Tú déjate llevar. ¿Cuánto hace que duermes solo, que no estás acompañado en la cama?

–Bastante tiempo. Pero no creo que deba…

–Debes. No puedes declinar la invitación de dos damas. ¿Verdad?

Me veo arrastrado hacia las habitaciones en la parte superior de la casa. Las dos jovencitas entran en una de ellas, dejan la puerta abierta. José y Mila van a, la que supongo, su habitación y las dos hermosas mujeres que me llevan de los brazos, como un condenado a la silla eléctrica, entramos en otro cuarto, con una gran cama formada por dos de matrimonio unidas. Marga me acaricia la mejilla con las yemas de los dedos. Un escalofrió recorre mi espalda. Claudia, tras de mí, pasa los brazos bajo los míos y se dedica a pellizcar mis pezones, que responden a la caricia endureciéndose. Marga acerca su boca a la mía, cierro los ojos, cuando se unen nuestros labios en un suave pico.

Mis manos moldean sus caderas, Claudia mordisquea mi oreja, otro escalofrió. Mi hermano pequeño se yergue, pugna por liberarse del encierro, una mano lo acaricia sobre la tela del pantalón, otra desabrocha el cinturón, el botón y la cremallera.

Antes de darme cuenta tengo los pantalones y el bran slip en los tobillos, la camisa casi arrancada, por la espalda y empujado sobre la cama.

Se desnudan en un santiamén y como dos tigresas en celo se abalanzan sobre mí.

Me siento como un cervatillo entre las garras de las fieras. Pero que garras, que fieras, que delicia de piel, de bocas, manos. Manos, las mías, acariciando masajeando magreando a derecha e izquierda, cuatro pechos, dos pequeños y dos grandes, sexos suaves, calientes, húmedos. Una boca se aferra a la verga, mientras otra muerde mis labios, mis tetillas. Lame mi mejilla, intento besarla pero no me deja, me inmovilizan, soy un juguete en sus manos.

La obscuridad me impide ver quien se ha empalado sobre mi verga, pero sobre mi cara se sienta…La otra. El aroma del sexo femenino invade mi paladar. ¡Diooooss! ¡Qué sabor, es delicioso! Con la lengua exploro las cavidades que se me ofrecen, las manos acarician los cuatro pechos, que ahora están unidos, dos a dos, intuyo que se besan, se abrazan, me acarician cuatro manos….

La cabalgada es cada vez más rápida, intento pensar en ecuaciones de segundo grado. Es la estrategia que utilizo para no correrme antes de tiempo, y lo logro. No sé el tiempo que llevamos, han cambiado de sitio varias veces, me han colocado sobre una de ellas mientras la otra, tendida sobre mi espalda se restriega por todo el cuerpo. Han hecho un sándwich conmigo.

No sé cómo, consiguen que yo le coma el coño a una, ésta a la otra y la otra mame mi verga, tragándosela como si fuera a engullirme entero.

Los inevitables orgasmos llegaron, traté, por todos los medios de que fueran ellas las primeras y lo conseguí, pero cuando me di cuenta que una se había empalado por el culo, no pude más. El espasmo me obligó a arquear la espalda y levantar a Claudia en vilo. Marga, ya las identificaba por el aroma, me comía la boca, hasta casi asfixiarme.

Grité. No pude evitarlo y debió sonar fuerte, porque se encendió la luz, se apartaron las dos lobas y me vi rodeado por casi toda la familia, excepto los niños. Todos estábamos desnudos, los cuerpos brillantes por el sudor. Aplaudían y se reían. Intente tapar mis partes pudendas, pero ante la situación lo consideré innecesario.

Me animaron a levantarme y todos juntos bajamos al salón, donde tomamos unas copas, haciendo chanzas de la situación. Mila tenía un cuerpo precioso. Ahora comprendía el éxito en su anterior ocupación. Miraba a todas y me sentía bien. Relajado, agusto con aquellas personas, para las que el sexo tenía otro sentido.

Yo había frecuentado algunas playas nudistas, una que me gustaba mucho era Los Caños de Meca, en la provincia de Cádiz. No me era raro estar desnudo ante otras personas, pero esto era diferente.

Acababa de echar un polvo inolvidable con dos preciosas mujeres y estaba ante una familia que había estado teniendo relaciones a la par que nosotros y estaban allí, con la mayor naturalidad. Padres e hijas juntos, comentando como lo habían pasado, el placer que habían sentido.

Mi mente era un torbellino, estaba descolocado. Una cosa era que te contaran como vivian y otra muy distinta comprobarlo y ser partícipe de esas vivencias.

Mila me miraba con, ¿curiosidad?

–¿Cómo lo has pasado, Pablo? Estas muy callado.

–Sí, Mila. La experiencia ha sido muy fuerte. Jamás había vivido algo semejante. Y he tenido muchas y buenas, pero esto de hoy…

–Te comprendo. El hecho de que seamos familia no te cuadra.

–Pues sí, me descoloca un poco. Pero por lo que veo para vosotras es de lo más natural.

Ana se ríe con ganas. Se acerca y pasa la mano por mis testículos. Con suavidad me aparto un poco.

–¿Y por qué no había de serlo? Nos queremos y así compartimos placeres que la inmensa mayoría de familias se pierde. Y no encuentro una razón para eso. Los tabúes impuestos por, no se sabe quien, ni por qué, nos parecen absurdos. Y no hay motivos para mantenerlos en el siglo veintiuno. Pertenecen a la “moralina” absurda de una sociedad hipócrita.

–Entonces, pregunto…¿Por qué tu madre está tan perturbada por su vida anterior? Ella ha hecho durante años lo que, en conciencia, ha querido. Con esta mentalidad no debería estar afectada.

Mila estrecha el brazo de su marido, sentado a su lado.

–Ha sido el engaño, Pablo. El haber tomado conciencia del daño que he infringido a José por haberlo engañado durante años.

–Pero. ¿Te has parado a pensar que a quien engañabas era a otro José? ¿A un hombre aquejado de traumas, arrastrados desde su niñez, que le impedían acompañarte en tu particular forma de vida?

–Sí, quizá tengas razón, tengo que convencerme de que somos dos personas distintas a las que fuimos. Pero me resulta difícil. Y tengo que reconocer que ahora me siento más satisfecha, sexualmente, que cuando ejercía la prostitución. Es un tipo de placer distinto, más pleno. Un abrazo, un beso de José, ahora, me enciende como una antorcha, son sensaciones desconocidas para mí. Que las he tenido de todo tipo.

–Pienso mucho en todo esto y he llegado a la conclusión, que una simple mirada de amor, es mucho mejor, no puede compararse al placer que he sentido al participar en una orgía. Donde practicaba el sexo mecánicamente, donde los orgasmos estaban vacios, eran solo descargas físicas. Nada comparado a lo que siento, desde que descubrí lo que, realmente era, hacer el amor. Esa sensación de plenitud, de cariño inmenso hacia el otro. Eso, no lo había experimentado nunca, con nadie. No lo conocía.

–¡Por fin! ¡Aquí tienes un motivo, una razón, para que tu vida cambie! ¿Te parece poco? Eso que aprecias ahora, que te colma de gozo, es lo que te ha convertido en una persona distinta. Ni mejor ni peor. Distinta. Las experiencias cambian nuestra vida, la modulan. Normalmente son pequeños cambios, pero en ocasiones, y esta es una de ellas, suceden cosas que producen cambios profundos, en nuestra forma de ver la vida, de comprenderla, de vivirla. Hoy he vivido una de esas experiencias, gracias a vosotras. Mi vida a partir de hoy será distinta. He aprendido mucho aquí, hoy.

Claudia, a mi lado, deja caer su cabeza sobre mi hombro. Susurra a mi oído.

–¿Lo has pasado bien? ¿Te gustaría repetir conmigo? Porqué a mi me encantaría.

Me giro hasta tropezar mi boca con la suya, el beso me provoca de nuevo un escalofrío. Me avergüenzo al comprobar que mi miembro está tieso como un palo, intento disimularlo, pero me resulta imposible. Se produce una carcajada generalizada. José es el único que no se ríe a carcajadas, solo sonríe.

–No te apures, Pablo, a mí me ocurre a menudo y estoy acostumbrado a sus chanzas y sus risas. Ya te habituaras. Esta familia se mantiene unida, entre otras cosas, gracias a la risa de sus mujeres.

–Ya lo veo, ya. Pero, la verdad, es un corte ¿No?

Siguen las risas. Cuando se calman, José se levanta y se lleva a Mila. Marga los sigue. Ana y Claudia, hija, suben a su dormitorio. Claudia sigue besándome, acaricia mi pecho y lleva mi mano a su sexo empapado.

–Vámonos arriba, Pablo, duerme conmigo esta noche. Serás solo para mí y yo para ti. Me gustas mucho y lo que has hecho, correrte en mi culito, me ha dejado muy cachonda.

–Pero ¿Y Marga?. ¿No duerme contigo?

–Marga duerme con quien quiere. Pero prefiere hacerlo con Mila. Está enamorada de ella y la comparte con José.

–Pero entonces, José y ella…

–También follan, si les apetece. No hay reglas ni obligaciones. Solo el respeto a los deseos de los demás. Si propones y te dicen que sí, bien, si la respuesta es no, pues es que no. No hay más que hablar.. ¿Vamos?

–Vamos, la verdad es que tu también me gustas mucho, Claudia.

Subimos apagando luces, acariciándonos y besándonos. La noche fue apoteósica. Follamos de todas las formas imaginables, algunas de ellas desconocidas para mí. Claudia era una mujer fantástica. Disfruté como un adolescente, no ya con mis corridas, sino con las suyas. Se entregaba en cuerpo y alma, era un autentico volcán de pasión y por lo que pude comprobar, muy necesitada de sexo.

–Eres maravillosa, Claudia. Ni en mis más cálidos sueños, pude imaginar algo así en una mujer.

–Lo estoy pasando muy bien contigo, Pablo. Me gustas mucho, te lo dije y lo repito. Me has hecho sentir como hasta ahora, solo lo había hecho José. Él fue el primer hombre con el que llegue a correrme.

Conocía la historia por haberla leído en las notas de José. Aún así le pregunté.

–¿Y con tu marido? Tuviste hijos. ¿No sentías nada?

–No. Mi marido era…especial. Buscaba solo su satisfacción, yo era, para él, como una muñeca hinchable.

En la obscuridad pude ver como una sombra se acercaba, un movimiento en la cama, unos susurros.

–Mamá, Ana se ha quedado frita y yo no puedo dormir, ¿me puedo quedar?

–Está Pablo conmigo Claudia y no se si…

–Por mí no te preocupes, Claudia. La cama es grande. Yo me aparto…

–No, no. Quédate donde estas. Solo quiere un cariñito, ¿verdad amor?

–Sí, mami, porfiii.

Con la tenue claridad que entraba por la ventana, pude ver como la chica se acurrucaba junto a su madre. Unos movimientos significativos me hacían sospechar que algo ocurría entre las dos. Poco después gemidos, suspiros y un estremecimiento me indicaron que la chica había tenido su orgasmo. Quedé, sobrecogido, en silencio, con una terrible excitación. Estaba de lado, tras Claudia. Una mano acaricia mi herramienta y la conduce hasta la raja del culo.

Claudia también se había excitado haciéndole lo que fuera a su hija. Con la calentura segregaba líquido preseminal, con el que lubriqué el canal e introduje el miembro en su ano. Me movía lentamente, oía respirar a la hija, que al parecer dormía. Mi anfitriona se masturbaba por delante, acariciaba su vulva y llegaba a acariciar mi aparato. Bombeé hasta que sus uñas se clavaron en mi nalga, aquello fue el detonante de un orgasmo simultáneo. Logré controlar los gemidos, pero el temblor de los cuerpos y de mis piernas, despertaron a la chica.

–Mamá, ¿ya estáis liados otra vez? Me tienes que dejar que le eche un kiki a Pablo.

–Ya veremos. Ahora duérmete….

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *