Mis oídos ya hace rato que no pueden creer las palabras que brotan de los labios de Liz.  Por momentos me pongo a pensar que quizás todo esto sea una gran pesadilla, un maligno y prolongado sueño provocado por el coma… O quizás… O quizás esté muerto… y mi cabeza siga trabajando e inventando cosas, tal vez dando forma a mis peores temores… Pero por otro lado siento que es todo tan real: la voz de Liz, la entonación de las palabras, los movimientos que los sonidos permiten deducir… Por lo pronto él avanza hacia ella: eso está bastante claro; los pasos son lentos y pausados pero a la vez firmes y decididos.  El lobo va hacia su presa, la cual se entrega mansa y plácidamente a su influjo…
           Ahora escucho sus bocas besarse: también está claro; hay sonidos como de succión y reconozco auditivamente la forma en que Liz besa aun cuando, debo decir, se le detecta ahora un cariz que demuestra mucho más apasionamiento que otras veces.  Hay un beso largo, prolongado, hasta que finalmente sus bocas se separan: se vuelven a besar un par de veces más pero más corto.  Ahora sí, sus bocas parecen separarse definitivamente o, al menos para dar lugar al momento en que van a pasar a otro tipo de acción.
         Inconfundible llega a mis oídos el sonido de la hebilla de un cinturón; lo primero que puedo suponer es que él está soltándolo para bajar su pantalón.
          “Hmmmm… – dice él –. Se te nota un poco ansiosa por bajármelo…”
           O sea: me equivoqué; es ella por cuenta propia quien lo está haciendo.  No responde ni agrega una palabra, sin embargo, a lo que él ha dicho, sino que aparentemente sus dedos siguen aplicados a la tarea de soltarle el cinturón; a juzgar por lo que se oye, sus movimientos parecieran hacerse cada vez más nerviosos: había comenzado delicadamente pero se advierte que al haber encontrado alguna dificultad para soltar el cinturón, ahora lo hace con menos cuidado y con marcada ansiedad.  Cuando finalmente lo logra, se escucha el deslizarse del pantalón hacia abajo, posiblemente también el calzoncillo… La respiración de Liz se ha vuelto entrecortada, nerviosa, algo jadeante…
          “Hmmmmmmmmmmmmmmm… – suelta él visiblemente excitado – Ssssssí, asssssí…. Cometela toda, ¡toda!!!”
            Ahora sí puedo oír perfectamente que ella succiona… Se la está mamando… lo que nunca quiso hacer conmigo porque decía que era una práctica que le daba asco…
            “Hmmmm… – continúa él, pues su voz es la única que se escucha; de parte de Liz sólo salen sonidos guturales y onomatopéyicos -. Qué buena lengüita que tenés… así, así… Lameme bien la cabecita… así, así.. hmmm… qué bien que lo hacés.  Sos una putita…”
            Esto debería ser el final.  A Liz no le gusta el lenguaje guarro y menos cuando es peyorativo hacia la mujer… Sin embargo, me quedo aguardando una reacción o una negativa de su parte… pero nada; al contrario, parece como si la succión se volviera más frenética aun, como si el epíteto que el médico le había lanzado le diera nuevos bríos en lugar de ahuyentarla… Sinceramente… no puedo creerlo… Ésa no puede ser Liz…
          “Hmmm… sí, putita… así, así… esoooooo… Te voy a llenar esa linda boquita de leche calentita… Así, vamos…”
           Y otra vez el ritmo se acelera… Ella está chupando cada vez más y más alocadamente… Los jadeos de él invaden el aire y no puedo creer que no estén escuchando desde los pasillos, desde la enfermería, desde la guardia o desde las otras habitaciones, por más cerrada que esté la puerta… Se advierte claramente que él está a punto de eyacularle… y que va a hacerlo… en su boca… en esa boquita hermosa que tantas veces besé con pasión y sentimiento…
         “Aaaahhhh… aaaaah… aaaah… – jadea él y, por momentos, me parece que Liz quedar sofocada por alguna fracción de segundo, lo cual evidencia que él debe tener todo su miembro adentro de su boca y que, además, es bastante posible que esté acompañando la succión de parte de ella con movimientos de pelvis por parte de él: en otras palabras, le está cogiendo abiertamente la boca -. Eso, puta, así, asssssí… aaaaaahhhhh…aaahhhhh…aaaaaahhhhhh…. Tragatela toda… trágatela toda, ¡todaaaaa!”
         Acompaña sus palabras con un claro golpe que detecto como tal.  ¿Es posible que él le haya propinado una cachetada?  ¿A Liz? ¿A mi Liz?  ¿Y ella nada hace al respecto y sigue chupando?
         “Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh”
 

Tras el último grito de él, la respiración, si bien continúa jadeante, baja el ritmo.  Está claro que el episodio terminó.  ¿Le acabó en la boca?  Quiero pensar que Liz haya soltado su miembro en el momento en que él eyaculaba.

             “Lo hiciste muy bien, linda…” – dice él en la medida en que va recuperando el habla y la respiración; otra vez detecto que le ha propinado una cachetada, más suave que la anterior y que se me ocurre como de felicitación, como quien palmea a un perrito que ha traído de regreso el palo que han arrojado a lo lejos.
             Ahora también se escucha la respiración de ella… ya no tiene el miembro en su boca.
            “Así me gusta – continúa él -.  Te tragaste tooooda la lechita”
 
             Me siento un imbécil por haber llegado a creer que ella soltaría su pene en el momento de acabar.  El sonido de la cama de al lado evidencia que ella, ahora se ha echado de espaldas sobre la misma… Y a continuación,  la cama vuelve a crujir dejando en claro que ahora él también se trepa a la misma… Se puede percibir cómo se va arrebujando y no hace falta ser demasiado imaginativo para darse cuenta de que están uno junto al otro, probablemente él rodeándola con los brazos.  Los besos recomienzan: besos cortos pero cariñosos.
               “Perdón” – dice ella.
                “Perdón por qué?”
                “Porque supuestamente ibas a cogerme… y te hice acabar… Me ganó la ansiedad”
                 “Je,je.. ningún problema, linda… No te sientas mal que en un momentito más te voy a estar dando la cogida de tu vida…”
                  “Epa… – ella parece sorprendida -.  Es que… ¡de verdad se te está parando nuevamente!”
                 “Jaja… se nota que estás mal acostumbrada… Ése te debía coger bastante mal”
                 “¡Fuera de broma! – insiste Liz – ¡Jamás recuerdo que se le haya vuelto a parar tan rápido!”
                  “Je… Tenías una nena al lado y no un hombre por lo que parece”
                  Quiero crispar los puños pero no puedo.  Quiero levantarme y golpearlo… pero no puedo…
                  “Hmmm… qué malo que sos… – dice ella más en tono de lamento que de enojo -.  No te rías de los pobres”
                   “Jajaja… Es que las minas como vos necesitan hombres de verdad… hmm… me gusta cómo me estás tocando…”
                   “Y a mí me encanta tocarte… hmm… esa pija ya está para comérsela de vuelta”
                 “Je,je… sé que es lo que te gustaría, putita hermosa… pero vamos a lo que me habías pedido… ¿qué era?…”
                “Hmmmmm… no me acuerdo, ja…”
                “Querés que te refresque un poco la memoria?”
                 “Eehhmmm… cómo sería eso?”

                 “Primero vas a empezar por ponerte en cuatro patas sobre la cama”

                  Lo está diciendo, claro está, en tono de orden… Es absolutamente insolente hacia ella, hacia una mujer que tiene pareja y a quien le restaban pocos días para casarse, pero una vez más el tono de macho arrogante no pareciera a ella molestarle sino más bien todo lo contrario.  La estructura metálica de la cama cruje, lo cual evidencia que se está produciendo movimiento y que, más que probablemente, ella está adoptando la posición que él le acaba de demandar.  Las siguientes palabras del doctorcito lo confirman:
                 “Muy bien, putita, así me gusta verte… en cuatro patas como una perrita.  A ver si ahora te acordás un poco mejor de lo que me dijiste… ¿qué era lo que querías?”
                 Él paladea y saborea el placer que la situación le provoca.  Ella ríe:
                “No sé – responde haciéndose la tonta -, sigo sin acordarme doctor…”
               “Ajá… vamos a tener que recurrir a otro método para que te acuerdes… hay que profundizar el tratamiento… A ver, paciente, súbase la pollera y bájese la bombachita…”
 
               Se escucha ruido de tela deslizándose; la muy puta está haciendo al pie de la palabra todo lo que él le dice sin considerarlo humillante ni degradante o bien, lo que es peor, disfrutando con esa degradación a que él la somete.
               “¿Y ahora paciente? ¿Estando con el culito al aire se acuerda mejor?”
              Liz no contesta; la respiración se le ha empezado a entrecortar y se la nota agitada; está claramente excitada por la situación.
             “Quiero que me coja… doctor”
              “Aaaah, mire usted, vamos recuperando la memoria, pero todavía no del todo por lo que parece… ¿Cómo hay que hacer el pedido? ¿Ya se olvidó de las formalidades?”
              “Por favor, doctor… cójame”
               “Ahora me gusta más, jeje… – la risita de él rezuma triunfo -.  Pero lamentablemente no puedo porque me tengo que ir a ver a mi paciente…”
              “¡Noooo! – le interrumpe ella prácticamente en un alarido; difícil es creer que no haya sido oído desde los pasillos -.  Por favor… nooo… no te vayas Javier, no me dejes así…”
            Ella suena desesperada…
            “Pero tengo que irme paciente… Volveré más tarde…”
            “¡Por favooor!” – implora ella en un tono terriblemente hiriente.
            Se produce un instante de silencio.
           “Está bien – concede él -.  Creo que podemos hacer una excepción dado el estado desesperante en que se encuentra la paciente… Además, como ya dije antes, el otro paciente no tiene demasiadas esperanzas, jeje”
           Alcancé a notar un suspiro de alivio en Liz.
            “A ver, putita – continúa él – quiero verla mover el culito, como hacen las perras en celo cuando hay un perro cerca”
            No puedo describir el asco que siento.  De no ser porque no tengo nada en el estómago estoy seguro de que vomitaría de rabia y desagrado ante lo que estoy oyendo.
            “¿Así, doctor?” – dice ella, con un tono que busca sonar ingenuo y a la vez terriblemente perverso.
             “Hmmmm…. sí, paciente… me gusta mucho cómo lo hace…siga así, siga así”
              Mientras continúa degradándola verbalmente, puedo escuchar cómo él se va apeando a la cama; se oye el sonido de las palmas de sus manos posiblemente aferrándola a ella por la cadera; la cama cruje nuevamente… él está comenzando a montarla.  Un “ooh” ahogado, surgido de labios de Liz, marca el inicio de la penetración.  Y una vez más siento que una daga me estuviera lacerando por dentro, regodeándose en mis vísceras…  La cama cruje pero ahora rítmicamente… y a un ritmo cada vez más acelerado.  Los jadeos de él pueblan la habitación junto con los gemidos de Liz… El hijo de puta se la está montando… y todo eso está ocurriendo al lado de la cama en la que yazco… y en la misma pieza…
         El ritmo se incrementa… los jadeos y gemidos también…
       “Hmmmm… así, así, así… – dice él – así, puta, mové el culo que yo te la pongo bien puesta”

         Ella, por supuesto, no reacciona… o, más que probablemente, reacciona positivamente a los deseos de él… Puedo imaginar la escena, puedo verla…  Finalmente llega el grito de él, prolongado, sostenido… y el de ella, coronado su orgasmo en un tono sobreagudo que, a decir verdad, no le conocí en ninguna de las oportunidades en que tuvimos sexo.  Por más que me duela, él la está haciendo disfrutar mucho más de lo que yo pueda haberlo hecho alguna vez… Y él la está disfrutando a ella también…, a mi prometida, a quien se iba a casar conmigo apenas unos días después del fatal momento en que me tocara estrellarme en el auto… Quiero despertar… quiero cortar estas ataduras invisibles que me mantienen atado a la cama…

            “¿Lo disfrutaste o me equivoco?” – pregunta él con tono de sorna y sabedor, por supuesto, de la segura respuesta.
           A ella le cuesta recuperar el aliento… Cuando finalmente habla, la voz  le sale algo ahogada, lo cual me da la imagen de que permanece aún en cuatro patas y con el rostro ladeado y prácticamente estrujado contra la cama.
              “Nunca nadie me cogió así en mi vida… – dice -.  Nadie…”
            No dejo de maldecir a quien sea que, desde el más allá, arbitró las cosas de tal modo de permitirme escuchar… Hubiera sido infinitamente más clemente no dejarme hacerlo y que las cosas simplemente discurrieran… O bien dejarme morir… Sí, eso hubiera sido más justo todavía…
            Durante un rato más no se escucha crujir la cama; están seguramente arrebujados uno contra el otro.
            “Sos hermoso” – dice ella.
            “Vos también” – dice él.
                                                                CONTINUARÁ

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