La luz de la luna entra por la ventana del departamento y baña su piel perlada de sudor. Allí está, parada frente a mí, deleitándome con su caminar sensual, con sus ojos picarones y dedicándome su sonrisa tan oscura como una noche de cielo negro. Como aquella lejana noche de cielo negro.
Y se aleja, deja de ser “ella” y empieza a ser quien verdaderamente es. Es allí cuando cuecen los recuerdos, son mi eterna condena de la que no puedo librarme ni en mis sueños. Hace tanto… tanto tiempo.
Todo parece sanar cuando la veo, cuando me hundo en sus ojos miel y la hago mía. Sí, soy adicto a su cuerpo de mujer, es la única solución para mi insana mente y no hace sino que recordar sea menos pesado.
Pero ahora se aleja… y sólo me queda la luz de la luna.
* * *
Como chiquillos emocionados avanzamos por el pasillo del aquel hotel que distaba de ser cinco… cuatro… siquiera tres estrellas. Giro para sonreírle y ella me la devuelve, mirada picarona incluida. Tengo ganas de tomarla y hacerla mía allí mismo, desnudarla, enredar mis dedos en su pelo y morirme en sus ojos miel… no puedo evitarlo, es tan hermosa. Es lo lógico, se trata de mi esposa.
– Sofía – le susurro, acercándome, cercándola contra la pared. Gime al sentir mi mordisco en su cuello que se convierte en una lamida que va surcándola hasta el lóbulo. Le encanta, es una tigresa tras su apariencia fina y el vestido elegante … la conozco de punta a punta. Una mano suya se cuelga de mi cinturón, la otra baja la bragueta y… y simplemente me siento en el cielo cuando sus manitos juegan con mi sexo, cuando ronronea, cuando su cuello se tensa ante mis besos – te amo – digo al apartarme y con mi hombría levemente erecta, atrapada en sus garras.
– Humm… – Se retuerce, puedo ver un dejo de molestia en su rostro, una sonrisa oscureciéndose tras las ondulaciones de su pelo, oscura como aquella lejana noche de cielo negro. Se aparta, guarda mi sexo, cierra la bragueta y me toma de la mano –. Será mejor que avancemos.
Me guía, ella adelante y estirándome casi forzadamente. Puedo ver las curvas de su cintura enmarcándose en el vestido que le había regalado cuando éramos novios…¡aún le queda perfecto!, el pelo balanceándose de un lado a otro, toda su aura… la amo, es mi esposa, cómo no hacerlo.
Y llegamos a la habitación en la que nos aislaríamos del mundo por una noche. ¡Por fin! Quiero hacerla mía, toda la noche estuve aguantándome las ganas. Aseguro la puerta para luego acercarme.
– No tan rápido, corazón – pone ambas mano en mi pecho. Sonríe, señalándome con la vista el sillón mullido de una esquina. – Hoy te haré algo especial… – y violentamente abre mi camisa, caen algunos botones al suelo, aunque uno llegó a saltar y desaparecer entre sus senos.
– ¿Especial? – tomo su trasero para atraerla junto a mí.
– Un baile erótico – se aparta.
– ¡Ah, eso! No, no… con lo caliente que me dejaste allá en el pasillo… no me jodas con sandeces eróticas ahora, vamos.
– ¡Deja de pensar con la polla! – dice mientras sus manos van desde mi pecho hasta el cinturón, arañando dolorosamente, dejándome varias estelas rojas ardiéndome y una falsa cara de no-me-duele-nada.
– ¿Lo harás como aquella vez? – pregunto.
– ¿Como aquella…? Ah, digo.. sí, como aquella vez.
Retrocedo un par de pasos hasta llegar al sillón. Me acomodo y mis ojos le dicen que empiece. Cómo no va a pillarlo, es mi esposa, me entiende.
Separa sus piernas, esbeltas, poderosas, al límite del vestido… y lentamente se lo retira con poses eróticas. Sonrío, me excito… recuerdo.
Ya no es la chiquilla nerviosa que una vez besé por primera vez bajo una lluvia de junio. Peor no podía ser aquella ocasión para ambos; sus padres se divorciaban, tenía el brazo derecho enyesado tras un accidente en bicicleta… y yo, con un diente doliéndome demonios, mi cabeza andaba peor tras haber pillado a mi madre metiéndole lengua… a mi profesor de lengua… materia que nunca entendía cómo aprobaba y aprobaba… hasta aquella tarde, claro.
Pero todos nuestros problemas desaparecían cuando estábamos solos, por eso la llamé para encontrarnos en la plaza. Por eso no rechazó la oferta pese al mal clima. Queríamos joder el tiempo, olvidarnos del mundo por un rato… y cuando llegó nuestro primer beso, el mundo desapareció. Yo teniendo cuidado de no lastimarle el brazo, y ella apretujando dulcemente mi labio inferior con los suyos para no intentar rozar el jodido diente. No fue la postal más bonita, pero jamás podría olvidarme.
Ya no es aquella muchacha que lloraba cuando le decía que la amaba y que nunca nos separaríamos. Ahora es otra – aunque el mundo sigue desapareciendo cuando estoy con ella – ahora despliega confianza, es más erotica… más… más…
– ¿Y me cuentas cómo fue aquella vez? – pregunta al tiempo en que su tanga cae en la cama, justo sobre el vestido. Por allí pude ver el botoncito rebelde.
– ¿No lo recuerdas?
Me mira como si estuviera loco. Sonrío, disfruto de la vista – tía buena con medias de red y liguero – y me vuelvo a acomodar en el sillón; – Intentaste hacer un baile erótico en la sala de tu casa… no estaba nadie y aprovechamos… vamos, que todo comenzó de lujo pero por un movimiento torpe terminaste en el suelo con el tobillo inflamado.
– ¿Y luego? – Las medias y el liguero acompañaron al vestido, el tanga y el botoncito.
– Pues mucho llanto, muchos besos míos… y unos minutos después, nuestra primera vez.
– ¿Con el tobillo inflamado? – pregunta poniendo sus manos en su cintura, inclinando el rostro dulcemente, acercándose.
– Así de desesperados estábamos – se sienta a horcajadas. Besa mi pecho herido, sube, sube, sube y clava sus ojos en mí para decirme;
– Eres muy especial.
Sus manos buscan mi sexo y empieza a pajearlo sin siquiera soltar sus ojos de mí.
– ¿Qué pasó con el baile, Sofía?
– Pues no quiero lastimarme el tobillo otra vez, así que lo dejamos para otra – ríe.
Y me besa, me pajea, restriega su cuerpo cuerpo contra el mío. Me despoja de la camisa ( o de lo que quedaba de ella). Se arrodilla ante mí para retirarme los zapatos, las medias y luego el pantalón como una tierna sumisa. Sé lo que hará. Es tan morbosa, tan viciosa… por algo es mi esposa.
Con una mano toma mi sexo, con la otra, mis más preciadas pertenencias. Sus ojos picarones se clavan en mi mirada mientras su lengua serpentea por el glande. Se aleja, un halo de saliva cuelga entre la punta y su labio inferior… joder… abre la boquita y la come como niña golosa, sólo una porción… se queda estática por unos segundos que me duran eternidades… y muerde el glande, no dejando escapar cada gesto que hago.
Juega, juega y juega con la misma estrategia, se la mete entera, se la mete un trozo, que su lengua recorre el tronco, que su mano juega dolorosamente más abajo, que la otra me la casca mientras chupa la puntita… joder, es imposible resistirse. Es la mejor amante. Es mi esposa.
Se levanta, alejándose de la silla. Gira sobre su hombro para preguntarme:
– ¿Te vienes?
Sube a la cama como una perrita, meneando su sabroso culito adrede, mirándome sobre su hombro con una sonrisa oscura como aquella lejana noche de mis recuerdos.
– Te amo – me arrodillo en la cama, con mi sexo palpitante y a escasos centímetros de su jugoso coñito, la tomo de la cintura para guiar mis dedos por la raja su culo, me mira por última vez sobre su hombro… La penetro, mi verga en su coñito, la punta de dos dedos en su ano.
– ¡Agghhmm!
Todo es como si fuera una primera vez, su chorreante coñito abrazándome con fuerza, casi queriendo exprimirme a la fuerza, su apretado agujero trasero, rebelde, rugoso, cálido. Como aquel primer beso, trato de hacerlo delicadamente, como si aún fuera aquella que lloró cataratas en nuestra primera vez. Como si aún fuera la chica frágil y tierna… sí, había olvidado que ella cambió, ahora es más… más…
– Hummm… bebé, ¿por qué la ternura? – Comienza a ir y venir, pegando su culo contra mi pelvis, meneándolo, adelante, atrás… maldición, una diosa del sexo, la perfecta amante – pensé que estabas como para follar toda la noche.
Me vuelvo loco, ¡no sé qué decirle!, simplemente… simplente me convence con su carita para follarla con fuerza, violencia, rápido, duro, casi forzándola. Ella grita, gime, se retuerce, ríe, araña la cama con fuerza… el mundo no existe para nosotros.
* * * * *
La luz de la luna entra por la ventana del departamento y baña su piel perlada de sudor. Allí está, parada frente a mí, deleitándome con su caminar sensual, con sus ojos picarones y dedicándome su sonrisa tan oscura como una noche de cielo negro. Como aquella lejana noche de cielo negro.
Mi cara lo dice todo. Como en nuestra época de adolescentes follamos como si no hubiera mañana, como si no hubiera tabúes ni pecados.
Se dirige al baño. Al cabo de unos minutos sale con una faldita y un top que se ciñe deliciosamente.
– Me pareces una persona muy especial – dice retirándose el anillo para dejarlo en el sillón – y aunque a veces me asustas, sigues siendo mi preferido.
Toma mi jean que estaba tirado en suelo, y de allí retira mi billetera para abrirla.
– Me molesta cuando me llamas Sofía, me haces sentir como un mero instrumento que te sirve para recordarla… pero bueno, vale la pena – me muestra un fajo de dinero. Mi dinero.
Se dirige hacia la puerta, gira el pomo, prosigue sin mirarme:
– El anillo te lo dejé en el sofá y el vestido está cerca de tus pies… sólo me llevé lo que usualmente suelo cobrar. De todos modos, a estas alturas ya deberías confiar en mí, ¿no? Dos años ya…

Suena chirriante la puerta al abrirla.

– ¿Sabes? A veces me siento halagada cuando dices que me parezco a tu difunta esposa y que te hago recordarla… pero… por más terrible que pueda sonar esto; me gustaría que un día folláramos simplemente como prostituta y cliente. Me gustaría que digas mi nombre cuando te corres en mi cara o cuando me rodeas en tus brazos… cuando me besas… simplemente…
Da un par de pasos para retirarse, gira para proseguir;
– Y discúlpame por no saber devolverte los “te amo”, corazón.
Y se aleja, deja de ser “ella” y empieza a ser quien verdaderamente es. Es allí cuando cuecen los recuerdos, son mi eterna condena y no puedo evitarlo ni en mis sueños. Hace tanto… tanto tiempo.
Todo parece sanar cuando la veo, cuando me hundo en sus ojos miel y la hago mía. Sí, soy adicto a su cuerpo de mujer, es la única solución para mi insana mente y no hace sino que recordar sea menos pesado.
Pero ahora se aleja… y sólo me queda la luz de la luna.
Si no fuera por la luna, me mataría por no saber soportar el dolor. Si no fuera por la maldita luna, la noche sería tan oscura como aquella vez en que la perdí. Como aquella lejana noche de cielo negro.
En el sillón resplandece el anillo. El vestido negro, el tanga y el botoncito yacen al borde de la cama, mi billetera en el suelo, seguramente con menos dinero de lo que debería haber.
La veo irse, la puerta se cierra… y una vez más mi mundo se derrumba, una vez más muero sin consuelo, mi sonrisa se borra con mis propias lágrimas, una vez más mi corazón se queda sin dios al que rezar ni al cual pedir que me saque de mi dolorosa verdad… ella… ella no es mi esposa.
Vieri32
“Mujer Amante”, de Rata Blanca.
Siento el calor de toda tu piel
en mi cuerpo otra vez.
estrella fugaz, enciende mi sed,
misteriosa mujer.
Con tu amor sensual, cuánto me das.
Haz que mi sueño sea una verdad.
Dame tu alma hoy, haz el ritual,
llévame al mundo donde pueda soñar.
¡Uh…! Debo saber si es verdad
que en algún lado estás.
Voy a buscar una señal, una canción.
¡Uh….! Debo saber si en verdad,
en algún lado estás,
solo el amor que tu me das, me ayudará.
Al amanecer tu imagen se va,
misteriosa mujer.
dejaste en mí lujuria total,
hermosa y sensual.
Corazón sin dios, dame un lugar.
en ese mundo tibio, casi irreal.
Deberé buscar una señal,
en aquel camino por el que vas.
¡Uh…! Debo saber si es verdad
que en algún lado estás.
Voy a buscar una señal, una canción…
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

Un comentario sobre “Relato erótico: “Mujer Amante” (POR VIERI32)”

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