Siempre he sido un poco pieza. Me crié en un barrio del extrarradio de Madrid y siempre rodeado de las peores compañías. A pesar de todo, era un estudiante razonablemente bueno. Aunque sólo fuera por amor a mi madre que se dejaba la vida trabajando para darnos una educación a mi hermano y a mí, después de que mi padre se “hubiera ido a por tabaco” y nunca hubiera vuelto a casa.
Yo era el típico español. Delgado y fuerte. Ni alto ni bajo. Moreno. La mayor parte de las veces sin afeitar. Con el pelo más largo de lo que quisiera mi madre. Aunque nunca he sido un adonis, tenía cierto desparpajo y siempre he tenido bastante éxito con las chicas. Chulo, un poco macarra, con una pequeña afición al hachís, muchas veces metido en peleas, y siempre llevando alguna moto de dudosa procedencia… tenía cierto nombre y siempre salía con una u otra del barrio.
Cuando pasó lo que contaré, estaba en primero de Derecho y tenía 18 años. Acababa de entrar en la Universidad, y quería tomármelo en serio. Lo necesitaba para salir de ese ambiente. Me gustaba el Derecho. Me encajaba. Para evitar que mis amigos me arrastraran al bar, por las tardes me solía quedar a estudiar en la biblioteca de la Facultad. Allí me sumergía en los libros: Derecho romano, Aministrativo… Los fines de semana, trabajaba en un bar de copas de mi barrio, pero entresemana tenía todo el día para mí, y lo aprovechaba entre clases y estudios.
Había una diosa morena que solía estudiar también en la misma zona de la biblioteca. Era mayor que yo y estaba en el último curso. No es que fuera una belleza exótica, pero era una chica con curvas y todo en su sitio, además de una bonita sonrisa, dientes blancos como perlas y ojazos enormes. Siempre la observaba discretamente cuando se sentaba frente a mí. Me encantaba ver cómo se colocaba muy bien su faldita para que no se le viese nada. Era una chica tímida y reservada. Por sus formas y su vestuario se notaba que era de procedencia adinerada. Educada. Con clase. De las que me volvían loco porque eran inaccesibles para mí. Nada que ver con las chicas de barrio con las que yo salía y con las que, cuando podía, experimentaba algunas perversiones.
Después de varias semanas, había conseguido cambiar ocasionalmente algunas palabras con ella. Se llamaba Cristina, tenía 24 años y un novio como Ken el de la Barbie. Era un chico de Erasmus, alemán u holandés, me da igual. Un gilipollas que notaba que me miraba mal. Como por encima del hombro. Me cabreaba ver como llegaba cada tarde, a última hora, y le daba un beso asqueroso en la boca. Ella, al ver que yo la miraba con expresión de desagrado, me miraba de reojo poniéndose colorada. Se notaba claramente que no le gustaba lo que le hacía “su Ken” en público, pero no se atrevía a decirle nada.
Poco a poco tomamos algo de confianza. Yo la ofrecía salir a fumar conmigo y ella, aunque no fumaba, a veces salía para despejarse. Nos entendíamos bien. Hablábamos de cosas sencillas como pelis de cine, o motos, que la encantaban. Yo exageraba mis conocimientos y le invitaba a llevarla a casa en mi quemada Yamaha, aunque ella siempre declinaba porque la venía a buscar Ken. Desde su altar de chica guapa, mayor que yo, educada y con dinero, se notaba que le hacían gracia mis ocurrencias. Pero nada más. Tampoco es que fuéramos grandes amigos, y ni siquiera nos sentábamos juntos cada tarde, pero nos conociamos.
A veces me quedaba mirándola, sólo por provocarla. Me divertía ver su reacción y su sonrisa tímida y, todos los estudiantes lo sabéis, en esos momentos de biblioteca, uno se entretiene con cualquier cosa para no estudiar. Yo, cada hora, salía a fumarme un cigarrito o un porro flojito y ella, si no era la hora en la que esperaba a su perfecto “Ken”, me acompañaba. El imbécil de su novio se cabreaba cuando la veía conmigo, como si yo tuviese opciones sobre ella, o como si fumar fuese el peor de los pecados. Alguna vez había presenciado como él la regañaba, y era desagradable de ver. Una diosa española siendo hablada mal por un imbécil. Me sentaba mal la actitud sumisa de ella aceptando su regañina y, aunque él me sacaba una cabeza, me daban ganas de darle un par de hostias. Pero no me quería meter en sus líos. Además, se notaba que ella, de alguna forma, le admiraba. ¿No habéis visto a personas que cuando peor las hablan, más defienden a sus parejas? Pues era un caso así.
Estaba enamorada. Algún día, en plan broma, cuando la notaba tensa con los estudios, le decía que tenía que relajarse “nos fumamos juntos un porrito y nos vamos con la moto a un sitio chulo que conozco donde puedo hacerte algo relajante…” y luego añadía “darte un masaje, no pienses mal jajaja, que además te ahorras el fisio”. Ella sonreía ante mi ocurrencia pero me decía “No puedo, tengo novio”.
Pero como a veces la suerte ayuda a los audaces (como decían los latinos), un día llegando a media tarde a la biblioteca la encontré en la puerta, con lágrimas en los ojos y muy nerviosa. Había tenido una bronca con su novio. Al parecer, el imbécil se había dejado el ordenador abierto y ella le había encontrado unos correos electrónicos con su antigua novia holandesa. Los tíos somos un poco cabrones. Incluido yo, que no pude evitar aprovecharme de la situación. Pasé mi brazo por sus hombros, y la llevé a un lugar apartado “vamos Cris, no des a la gente el placer de verte hecha polvo”.
Ella se dejaba guiar sin saber que se estaba metiendo en la boca del lobo. ¿O quizá lo supiese? Jaja lo desconozco pero el hecho es que acabamos sentados en la parte de detrás del aparcamiento, con las espaldas contra el muro, viendo como se hacía de noche. Ella, entre lágrimas, me contaba lo que había visto en el ordenador de Ken y yo, en una maniobra premeditada, la dejaba desahogarse diciéndole las cosas bonitas que a todas las chicas gustan mientras, esta vez sí, la daba de fumar de mis canutos procurando que esta vez estuviesen cargaditos.
–         Necesito relajarme –decía-
–         Fuma lo que quieras, son suaves, aunque no te pases…
–         ¡Joooo eres un sol! Vaya tarde te estoy dando –decía apoyando su cabeza en mi hombro y ya trabándosele un poco la lengua-
Como el buen cazador que estaba acostumbrado a ser (en mi barrio), esperé al momento adecuado pegadito a ella pero sin dejar traslucir mis verdaderas intenciones. Era un caso de libro: Cuando noté que había pasado la fase de disgusto, la de nostalgia, y ya iba a empezar la fase de euforia, la convencí sin demasiados esfuerzos a montar conmigo en la moto y la llevé al monte de las antenas. Era el sitio ideal: cercano, bonito, solitario y con vistas de la ciudad.
Imaginaos para mí, conduciendo mi moto y sintiendo en mi espalda las duras tetazas de Cristina, que iba partiéndose de risa detrás de mí mientras sus manos estaban sobre mi pecho. Mi pantalón estaba a reventar, pero aún no era el momento de actuar. Sólo cuando llegamos a mi sitio favorito, entre los árboles, y ella estaba boquiabierta con la vista de la ciudad de noche, le planté un beso tierno y suave. Profundo, intenso y cariñoso. No hay chica que se resista a un beso así. Vosotras lo sabéis.
–         Cómo besas –dijo divertida y algo borracha-
–         Gracias –dije yo aparentando la timidez propia de nuestra diferencia de edad y haciendo que nuestros cuerpos estuvieran muy juntos-
Tenía que actuar rápido, antes de que se arrepintiese de lo que iba a pasar o que pasase a otra fase menos conveniente “Ven, guapa, vamos a ver la ciudad” –dije yo mientras colocaba mi cazadora en el suelo junto a un árbol-. Una vez más, noté su actitud frente a las órdenes directas.
Me senté apoyando la espalda en el árbol, mirando el contorno de luces de la ciudad, y mandé a Cristina que se sentase conmigo. Sobre mi cazadora, con mis piernas a ambos lados de su cuerpo, y apoyando su espalda sobre mi pecho podía respirar el aroma de su pelo. Ummmm. Joder, qué delicia. Ambos veíamos la ciudad, mis labios rozaban sus oídos al explicarle cuál era cada barrio, y mis brazos la envolvían. La posición era ideal para mis propósitos. Tenía libre acceso a su cuello, su nuca, sus oídos y cada vez que ella giraba la cabeza, a sus labios. Joder, ¡qué necesitada de cariño estaba! Giraba su cabeza hacia mí para que continuase con mis besos, y yo le susurraba cosas bonitas mientras mis manos se metían dentro de su camiseta. Uffff qué piel más suave bajo sus tetazas, aún no le había soltado el sujetador, pero a través del tejido se adivinaban unos pezones durísimos pugnando por salir de la tela.
No opuso resistencia alguna a mis manos. Más aún, cada vez estaba más tiempo girada uniendo sus labios a los míos y explorando mi boca con su lengua. Había soltado su sujetador y mis manos acariciaban sus tetas ya sin ningún obstáculo. Ufff qué sensación era sentir sus duros pezones cómo se interponían y plegaban entre mis dedos según la acariciaba. No quería estropear nada, pero cada vez me comportaba más atrevido presionándolos y tirando de ellos. Cristina empezaba a jadear como una perra. Ella misma quiso dárse la vuelta y ponerse frente a mí, pero la sujeté firme en esa posición. Me gustaba dirigirla y marcar los tiempos, oponiéndome a su ansiedad. Supongo que los porros influían en su deseo. Después de soltarse ella misma con un gesto los botónes de sus vaqueros, me tomó la mano y la dirigió hacia sus braguitas. Yo detuve el movimiento en la costura, a la altura de su cálido abdomen, jugaba con su ombligo, con el elástico de su prenda íntima y con el suave vello de su pubis, pero voluntariamente no llegaba a su sexo. Quería que lo deseara. Sentía como respiraba y gemía. Si paraba mi mano me decía “sigue… sigue” y trataba de llevármela más abajo pero yo me negaba.
–         tócate tú, vamos, obedece que son tu jefe. Hoy mando yo –dije con firmeza-
–         Eshhhperaa –contestó con voz de borracha y haciendo ademán de levantarse-
Por un segundo temí que el juego se había acabado. Pero no. Lo que hizo fue levantar su culito para quitarse sus molestos pantalones vaqueros. Ya sin obstáculos, ni corta ni perezosa, metió su mano dentro de sus braguitas y se puso a masturbarse suavemente delante de mí. Yo alucinaba. Desde mi posición veía completamente el pelo moreno de su coño y como sus dedos lo recorrían longitudinalmente haciendo ruiditos. Me mantuve unos segundos más disfrutando del espectáculo, y luego empecé a picarla un poco más:
–         Ummm con lo mona que parecías, ahora descubro que eres una chica mala
–         Essrsss pp…
–         ¿Quéeee? -no entendí del todo bien su respuesta pero por su sonrisa pícara y el colocón de los porros sospechaba que había dicho algo sucio-
–         Sssoy una putita… -dijo con voz algo pastosa-
–         ¿Sí? Repítelo que no lo he oído bien…
La dejé seguir calificándose con las palabras más cerdas mientras yo cada vez era más duro amasando sus tetazas y tirando de sus pezones. A veces entremezclaba mis dedos con los suyos entre los labios de su encharcado y caliente coñito. Estaba excitadísima y os podéis imaginar cómo estaba yo. No sé como no le hacía daño en la espalda con mi polla que estaba como una piedra. Ella empezó a gemir más y más. Parecía totalmente una película porno “ummmm ummmmggfff sí síiii”. Estaba a punto de correrse, pero no podía permitirlo no fuera a ser que se relajase y no me dejase follarla. Entonces la tomé con brusquedad del pelo y le dije
–         ¡Saca la mano de ahí!
–         Nooo –dijo melosa-
–         Que la saques, ¡joder! –Obedeció-
–         Jooo
–         ¿No eres una putita? Pues a comportarte como lo que eres, pero conmigo…
Entendió perfectamente lo que pretendía de ella. Rápidamente, se arrodilló ante mí que me había puesto de pie. Obedeciendo un gesto mío, me soltó con ansiedad mi cinturón, despojándome a la vez de mis pantalones y calzoncillos. Vi un gesto de aprobación en su cara cuando vió lo que escondía debajo. Mi polla estaba completamente empalmada apuntando al horizonte. Ni corta ni perezosa la metió en su boca y golosa se puso a saborear todos los liquidos preseminales que allí había. Se notaba que era una experta. Con una mano la tomó del tronco y la dejaba resbalar entre sus labios hasta lo más profundo, mientras con su lengua estimulaba la punta. Por aquel entonces nunca me la habían chupado tan bien. Era una auténtica profesional. Quitó la otra mano de mi cadera y se dispuso a llevarla de nuevo a su coñito desnudo.
–         No se te ocurra tocarte, sólo lo harás cuando te de permiso
–         Gggfrfagg –protestaba-
–         Aún tienes que mejorar tu trabajo de chupapollas –Yo estaba crecido, y además notaba que cuanto más sucio la hablase, más excitada estaba- y abre las piernas, me gusta que mi zorra abra las piernas cuando no lleva bragas…
Por supuesto, mis palabras eran órdenes para ella. Era bestial la sensación. Incluido el hecho de tener a una chica a la que admiras desnuda de cintura para abajo y comportándose como una guarra arrodillada ante mi polla. Yo estaba en un estado de gozo tal que dudaba si correrme en su boquita aún perdiendo la opción de podérmela follar después. Con mi mano acariciaba su cabello que me parecía el más suave que había tocado nunca.
Antes de llegar al punto de no retorno la aparté la boca y, ante su sorpresa, me separé de ella y coloqué estirada mi cazadora que estaba en el suelo. Me recosté con la cabeza sobre una gruesa raíz del árbol y con un gesto le pedí que se sentase sobre mí. No puso ningún reparo. Con cierta calma puso cada una de sus rodillas a mi lado regalándome una bonita visión de su coñito hinchado y abierto y las luces de la ciudad al fondo. Abrió sus labios con sus dedos y dejó resbalar la punta de mi capullo longitudinalmente sobre ellos instantes antes de dejarse caer un poco ensartándose en mi polla.
Se inclinó hacia mí y, según mis manos se metían en su camiseta sacando sus tetas por abajo, ella con unos pocos movimientos arriba y abajo se quedó completamente empalada en mi polla. Comenzó a cabalgarme lentamente. Adelante y atrás, alante y atrás, adelante y atrás… con los ojos a veces cerrados y otras abiertos como platos se la veía esmerada en darse el máximo placer. Yo acariciaba ahora dulcemente sus tetas. Duras, redondas, hinchadas, extremadamente suaves, y entre ellas una ligera película de sudor que rozaba con las yemas de mis dedos. No sé el tiempo que estuvo así, pero me esforzaba por retenerlo en mi memoria. Con una voz deliciosa me dijo:
–         ¿puedo correrme?
–         Claro que sí, cielo… pero que yo te sienta
Para mi extrañeza, cambió la posición de sus rodillas echándolas hacia atrás y quedando en una rara posición tumbada sobre mí y aún empalada. Entonces empezó a frotarse. Se movía extrañamente, como dirigida por su propio coñito que había encontrado el punto óptimo de roce sobre mí. Sentía su pelo sobre mi cabeza, y su pelo del coño arañaba ligeramente mi propio pubis. En nuestros puntos de contacto había un mar de fluidos corporales. Cristina seguía frotándose, incansable, gimiendo cada vez más intensamente, hasta que casi gritando comenzó a correrse como si toda su vida estuviese concentrada en cada uno de los espasmos “¡¡¡aaaahhhhh!!! ¡¡¡aaaahhhhh!!! ¡¡¡aaaahhhhh!!! ¡¡¡aaaahhhhh!!! ¡¡¡aaaahhhhh!!!”. Perdí la cuenta del número de sacudidas que tuvo, pero se quedó completamente empapada en sudor y desmadejada sobre mí.
Se quedó tumbada sobre mí. Desmadejada. Respirando con dificultad pero satisfecha. Así la dejé un par de minutos, pero yo aún tenía que cobrarme mi trabajo. Con mucha más suavidad, pero mayor firmeza la ordené “ponte como antes, Cris”. Obedientemente lo hizo y volvió a ponerse sentada y clavada sobre mí. Ahora me miraba con una extraña dulzura. Yo, sin embargo, la follaba con dureza. Movía violentamente mis caderas para asegurarme de que mi verga la entraba hasta el fondo de su ser. Ahora no me cabalgaba. Solamente se dejaba hacer. Se dejaba follar, utilizar. Como una muñeca hinchable que sabe cual es su obligación. Pero eso sí, mirándome con cariño. No pude aguantar mucho más y, entre escalofríos que partían de mi polla y me invadían hasta la punta de mis pies, me corrí dentro de esa diosa. En su acogedor coñito que se había abierto para mí. UUUUUFFFFFFFF. Aún me empalmo al recordarlo jajaja.
Entonces se tumbó de nuevo sobre mí. Y tras unos minutos, se puso a mi lado mientras nos besábamos la boca suavemente. No hacían falta muchas palabras. Sólo experimentaba aún el momento “amor” que se da en estos casos. En tres ocasiones me confesó entre susurros que había sido fantástico. Yo también aguanté unos minutos acariciándola y diciendo palabras cariñosas, pero no demasiado tiempo. Una vez más tenía que actuar con inteligencia y antes de que llegase el momento de su arrepentimiento, la dije con dulzura que nos íbamos y nos vestimos sacudiéndonos el polvo de la ropa. Por cierto, qué bonito es ver cómo se viste una mujer así.
La llevé a su casa y la dejé con lágrimas en los ojos. Ya había entrado en la fase posterior a la euforia y quizá se arrepintiese de lo que había pasado. A mí ya me daba igual, estaba claro que por diferencia de clase y edad, no podía aspirar a nada más con Cristina. Ya había tenido lo que quería. Me había metido en su cálido y perfumado coñito de niña bien, y la había hecho gozar. La había tratado como una mujer, como una novia cariñosa y como una puta viciosa ¿qué más podía pedir?. Cristina me dio un beso en la mejilla y se despidió con un simple “adiós”.
Durante la siguiente semana no la vi por la Facultad. Disimuladamente la busqué, pero no fue a clase o, al menos, no coincidí con ella. Cuando la volví a encontrar en la biblioteca, evitó nuestro contacto visual. Jajaja lo sabía, estaba arrepentida de lo que había pasado. Entendí rápido el mensaje y no hice ningún acercamiento. En realidad me daba igual, pero lo que me jodía era que a última hora de la tarde, llegó el imbécil de su novio holandés y la dio el mismo beso asqueroso que siempre. Ella le había perdonado y me parecía lamentable por su parte.
Con el paso del tiempo volvimos a nuestra rutina de salir a fumar un cigarro. No volvimos a mencionar el tema y yo ya no la ofrecía fumar ni vueltas en moto. No obstante, nos hicimos más amigos y, cuando había sitio, nos sentábamos juntos. A mí, Cristina me seguía poniendo super cachondo, pero no lo dejaba translucir. De hecho, me había buscado una “medio novia” muy parecida físicamente a ella, que era la que recibía las consecuencias de mi estado. Seguía enchochada del imbécil del holandés. Por mis amistades y mi actividad nocturna en un bar de copas me había enterado que el tal Ken en secreto se tiraba a alguna españolita más. No quise decir nada a Cris. Era el típico caso en que diría que es mentira y me echaría la culpa a mí. Además, allá ella. Con todo me moría por follármela más veces pero sabía que, después de lo que pasó, sus precauciones eran máximas.
Así pasó la navidad, el invierno, y entramos en primavera. La primavera la sangre altera, y más cuando la chica que se sienta enfrente cambia sus vaqueros por vestiditos y minifaldas. Para ella era el último año, y no quería suspender ninguna asignatura. El imbécil del holandés también se lo tomaba más en serio, después de estar todo el año tocándose los cojones. Seguro que le aprobarían por el morro por el hecho de ser erasmus y de fuera. Yo llevaba muy bien la carrera y se me había metido entre ceja y ceja follarme a Cristinita alguna vez más antes de que acabase el curso y desapareciese. La había perdido totalmente el respeto, y más aún cuando la muy imbécil hablaba de irse a trabajar a Holanda (y “su Ken” no lo sabía).
Un día, con la biblioteca bastante llena, estaba sentado frente a Cris y el imbécil de Ken a su lado. Ellos susurraban todo el rato y me estaban empezando a molestar. Él se puso a darle suave morreo mientras reían en bajo, y a mí se me ocurrió poner mi pié descalzo sobre el tobillo de ella, que estaba frente a mí. Abrió los ojos como platos sorprendida y tal vez enfadada, pero no dijo nada para que Ken no se enterase y la montase. Entonces empecé a subir mi pié sobre sus medias, por la parte interior de su pierna. Ella estaba más nerviosa, pero no decía nada. Cerró los muslos atrapando mi pié entre ellos y yo, con pequeños movimientos la frotaba.
No pasó nada más. Yo me quedé con un calentón brutal y ella creo que también. Esta vez no tomó medidas contra mí y los siguientes días repetimos el episodio. Mi “masaje” con el pie duraba entre 5 y 10 minutos, y era flipante ver cómo sus mejillas se sonrojaban mientras miraba de reojo a un lado y a otro, o los mantenía cerrados unos segundos. A la muy perra la debía poner caliente el riesgo, y venía todos los días con un vestido. Más aún, empezó a sentarse un poco más hacia el fondo de la biblioteca, en una zona más discreta, donde era más difícil que alguien apreciara nuestra maniobra. Además, allí las mesas eran más estrechas y mis movimientos eran más fáciles y más “profundos”. Con algo tan inocente, la explosión de adrenalina que suponía hacerlo estando su novio presente era brutal y ponía mi polla como una roca.
No obstante, mi mente no hacía más que maquinar la manera de dar una vuelta más de tuerca al asunto. Alguna vez, saliendo a fumar conmigo, quise sacar el asunto en nuestra conversación, pero ella cambió rápidamente de tema y dijo que se metía de nuevo a la biblioteca. Entendí perfectamente. No quería tener un amante ni ir más allá. Le bastaba con calentarse como una cerda mientras un chavalito de barrio “abusaba” de su confianza introduciendo el pie dentro de su falda y llegaba a sus bragas. Para mí no era bastante, ya había probado las mieles de su cuerpo y estaba obsesionado con repetir. Sus feronomas, impregnadas en mi me hacían sentir como animal primario dispuesto a todo, y más cuando percibá los modos dominantes en los que la trataba Ken y su actitud sumisa.
Pasaron un par de semanas cuando se me ocurrió el siguiente movimiento: Hacer discretamente fotos con el teléfono móvil bajo la mesa, de modo que se viera mi pie entre sus muslos. Era arriesgado porque casi siempre estaba Ken, pero eso me aseguraba que ella no iba a hacer nada raro como intentar quitarme el móvil. Estaba todo pensado. A la segunda vez que lo hice, ella se percató y me miró enfadadísima. Entonces, sonriendo y aparentando calma, la escribí un sms “Cris, si quieres que me porte bien y no diga nada, levantate al aseo, quítate las bragas y vuelve con ellas en el bolso”.
Me miró boquiabierta. Pero con un gesto de mis ojos hacia el baño, moví mis labios imperativamente diciendo “¡Vamos!”. Ella automáticamente se levantó y se fue. Esta vez tardó casi 10 minutos en volver, pero algo me decía que obedecería mis órdenes. Volvió con una cara indescriptible, más de enfado que de otra cosa, mientras yo simulaba estar absorto en mis estudios. Yo también estaba nervioso, pese a que trataba de aparentar seguridad. Pensé que se habría disgustado y se me acabaría el chollo. Así que salí a fumar. Ella no me acompañaría. Cuando estaba Ken no lo hacía.
Fumaba algo abatido, pensando que esta vez me había pasado empleando un pequeño chantaje, lo que nunca en mi vida había hecho. Mi sorpresa llegó cuando mi movil recibió el “bip bip” de un mensaje. Era de Cristina: “Eres un cabrón. No sé como te atreves con Johann (Ken) delante. Me has puesto tan caliente que he tenido que tomar algunas medidas jaja. Esto era lo que querías ¿no?”. Y a continuación había una foto de una prenda blanca colgada cuidadosamente en el pomo de la puerta del WC. Joder, os podéis imaginar el subidón que me produjo. Era la confirmación de que deseaba seguir jugando conmigo, y yo la iba a convertir en una depravada. Eso sí, siempre en la clandestinidad. Esa era la gracia del juego.
Terminé mi cigarro y entré con calma y media sonrisa a la biblioteca. Evitaba poner atención en ella y trataba de estudiar, aunque tenía un mensaje preparado en el móvil para enviárselo. Ahora era ella quien me miraba con curiosidad, y yo me hacía el distraido estudiando. Pasados unos 15 minutos, saqué mi móvil y le mandé el mensaje “Cerca de aquí hay una zorrita que no lleva bragas. Quiero que abra las piernas ahora mismo!”. Pretendía hacerla obedecer órdenes, a la vez que introducía palabras sucias entre nosotros. Sorprendentemente, ella había quitado el sonido a los mensajes y tenía el móvil al otro lado del bolso donde no lo viera Ken. Haciéndose la distraida, miró su mensaje y, tratando de no prestarme atención, abrió sus piernas como la había ordenado.
Joder. Qué momento. A mis 18 años descubrí el morbo del dominio con una diosa así. Esta vez sí estaba nervioso y casi no me atrevía a hacer nada. No sé por qué, pero ahora sí pensaba que nos iban a pillar. Llegado a este punto tenía que seguir, así que saqué fuerzas de flaqueza y metí mi pie entre sus piernas llegando a su chochito, únicamente cubierto por las medias. Uffff notaba su calor y su humedad. Cristina frotaba sus ojos con sus manos abiertas simulando descansar. Yo sabía que estaba a punto de estallar. Yo también lo estaba. Me mantuve así un ratito corto y luego, tratando de no se apreciara mi erección bajo los vaqueros, recogí las cosas con rapidez y me fui a casa a encerrarme en el baño. Según estaba haciéndome la mejor paja de mi vida rememorando los momentos pasados, llegó un mensaje de Cristina “Sé lo que estás haciendo. Eres un guarro. Yo también he tenido que volver al WC. He dicho a Johann que me encontraba mal 😉”.
A partir de aquí, nuestra “relación” se revolucionó. Continuamente nos mandábamos mensajes guarros. Especialmente cuando había gente delante. Ambos teniamos asumido que era sólo un juego morboso. No hablábamos del tema entre nosotros, sólo miradas cómplices y mensajes. Para no levantar sospechas, ocasionalmente me dejaba ver por allí con Marta, mi chica que se parecía a Cristina, y que sin saberlo “pagaba” las consecuencias de nuestra historia. Supongo que el imbécil del holandés también salía beneficiado, aunque paradójicamente a mí me hacía sentirme superior a él por el hecho de que su linda novia con quien se ponía realmente caliente era conmigo. En realidad, estaba “trabajando para él”, manteniendo excitada a su novia. Incluso tenía una pequeña colección de bragas suyas escondidas en casa, y yo mismo le marcaba el tipo de ropa interior que debía llevar. Eso me hacía sentir que tenía poder sobre ella y me excitaba sobremanera.
Se acercaba el fin de curso y nuestro juego se mantenía. Ahora era incluso más morboso, porque el tiempo era muy bueno y la ropa era más ligera, aunque yo debía llevar siempre vaqueros u otro pantalón que disimulase mis continuas erecciones. Después de tanto empeño por mi parte para follármela, al final todo llegó por casualidad. Ese día llegó Cristina con Ken y me pareció más guapa que nunca. Llevaba un vestido ligero amarillo clarito con escote y manga corta, como de algodón, y unas sandalias de tiras de cuero marron. Debajo del vestido se adivinaban las formas de un tanga. No mostré mucha atención al saludarla, dije un simple “hola” y volví la cabeza a mis apuntes.
No obstante, al cabo de unos minutos ya estábamos con nuestro “juego” y mi pie rozaba la cara interior de sus rodillas. Rápidamente se mostraron visibles los puntos de sus pezones bajo su sujetador y vestido. Eso me encantaba. Después de un rato de caricias bajo la mesa y miradas cómplices, le mandé uno de mis mensajes habituales de esos días “Cristina, ve al baño que quiero tener ese precioso tanga en mi colección. Y no te entretengas”. Para mi sorpresa, ella me miró y con un leve movimiento de labios me dijo “no puedo”. Yo sabía que no tenía la regla porque la acababa de tener hacía unos días. Me sorprendió, pensé que se negaba a cumplir una “orden”, así que insistí con otro sms “Quiero que lo hagas. Vamos!”. Esta vez sí se levantó, pero el gesto de su cara decía que no lo iba a hacer. Efectivamente, al minuto me llegó un sms suyo desde el baño “no puedo, se va a notar”.
Iba a insistirla más, pero no lo hice. Luego supe que tenía miedo a manchar el vestido y que se viese, pero en ese momento me sentí decepcionado. No sé. El caso es que tomé mi paquete de tabaco de la mesa, y salí hacia fuera. La casualidad hizo que, al pasar delante de la puerta del baño de chicas que estaba en un pasillo nada más salir de la sala, ella saliese de pronto. Entonces la detuve y susurrando dije:
–         Dámelas Cris
–         No puedoooo, las llevo puestas
–         ¿Qué pasa? ¿Ya no juegas?
–         Sí juego. Pero hoy no puedo dártelas, si me las quito se va a notar –dijo apurada y nerviosa de que nos vieran hablando-
–         ¿Se va a notar qué? –susurré yo que no entendía-
–         Pues… -Miraba a un lado y a otro y no sabía explicarme-
–         ¡Joder! –susurré tomándola del brazo y, arrastrándola casi a la fuerza dentro del baño de las chicas-
La verdad es que no sé qué impulso me movió, pero mi gesto violento la sorprendió. Ví el reflejo de su cara en el espejo y, a pesar de que se la notaba apurada, había un brillo especial en sus ojos hacia mí que no me pasó desapercibido. No era disgusto, la estaba gustando mi gesto de coacción. Era como si estuviese tomando por la fuerza algo que era mío y ella se dejaba llevar oponiendo una mínima resistencia para seguir con el juego. Por suerte no había nadie en la zona de los lavabos, pero sí había algunos retretes ocupados. La dirigí hacia uno de los del fondo y cerré la puerta de golpe. La puse contra la pared quedándome yo a su espalda presionándola. Sólo podíamos hablar en susurros porque la pared de esos cuartitos no llega hasta el techo. Por arriba son son abiertos y se oye todo. La dije al oido en un susurro firme y algo violento:
–         Vamos a ver qué les pasa a estás bragas –dije metiendo mi mano bajo su vestido desde la parte de atrás-
–         Mmmmmm
Para mi sorpresa, sus bragas estaban ya mojadas por la zona de su sexo. Cristina estaba cachonda siendo tratada así. Ella sola mantenía las piernas abiertas y me dejaba hacer…
–         ¿Qué hay aquí Cristina? ¿por qué no me las querías dar? –susurré continuando con mi actuación de chico violento-
–         Es que si me siento se va a manchar el vestido.
–         ¡Calla! –dije autoritario-
Me puse a frotar su coñito sobre el tejido de  su tanga y ella jadeaba como una perrita. Abría las piernas y sacaba su culito para facilitarme la labor. Con la otra mano tomé su pelo como si fuera en una coleta y le ordené “Sácate las tetas para mí Cristina”. Ella, que obedecía sumisamente cada una de mis órdenes, se bajó el escote del vestido y las copas de su sujetador. Se la notaba excitadísima con lo que pasaba. Incluso mucho más que el día de los porros y la moto. Era morbosísimo. En el cubículo de al lado, separados sólo por unos centímetros y con el techo destapado, acababa de entrar otra chica y se oía el chorrito del pis contra el agua del inodoro. Parecía que directamente estaba con nosotros. También se oían voces de chicas que entraban o salían y hablaban en los lavabos. De repente pensé que quizá me estuviese metiendo en un buen lío por haberla forzado y susurré:S
 
–         ¿Quieres irte Cristina?
–         ¡Nooo, sigue! –dijo entre jadeos-
–         ¿Qué quieres que te haga, zorrita?
–         Lo que quieras… hazme lo que tú quieras… -su excitación la hizo decir esas palabras algo más alto de lo normal-
–         Sssshhhhh calla joder –dije preocupado- ten cuidado
Cristina, obedientemente, se tapó la boca con una mano mientras apoyaba su otro antebrazo en la pared y su frente sobre él. Ocultaba el rostro pero su cuerpo respondía entregado a mis impulsos violentos. Sus caderas se movían solas sobre mi mano. Yo también estaba muy excitado y no quería esperar más. Después de tantos días de calentón, era brutal tener a Cristina así, con la falda remangada en su cintura, las tetas fuera, los pezones duros moviéndose con su respiración, y tratando de controlar sus jadeos. Con gestos bruscos, ya que continuaba la representación de nuestro juego, me solté el cinturón y el botón del pantalón y tomé mi polla con la mano. Mientras una de mis manos frotaba y apartaba su ya encharcado tanga, con la otra me frotaba a mí mismo anticipando lo que estaba por venir.
–         Cristina
–         ¿Qué?
–         No te voy a quitar las bragas… como tú querías
–         Métemela ya por favor
–         ¡Calla, yo decido cuando te uso!”
–         Por favoooor… -antes de que siguiese hablando se la metí de un golpe– ¡¡ARGGGHHHHHH!!
Era parte del juego mostrarme duro. Ella sacaba el culito para que le entrase más y más, y la vi que se estaba mordiendo la mano con la que se tapaba la boca. Sentía como se movía y todo su cuerpo. Su terso culito, ya con marcas del bikini, sus pechos que estaban fuera de la ropa. La verdad es que tenía la sensación de que estábamos haciendo mucho ruido, pero no sería así pues nadie reparaba en nosotros. De hecho, ahora no se oía que hubiera nadie. Estábamos casi en silencio. Me estaba concentrando para durar mucho tiempo. Me estaba follando salvajemente y por segunda vez a una de las mejores hembras de la Facultad, varios años mayor que yo.
Una vez más sonó la puerta exterior de los aseos abriéndose e, instintivamente, mantuvimos silencio. Me detuve en mis movimientos, pero manteniendo mi dura y gruesa polla ensartada hasta el fondo de su ser. De repente algo nos sobresaltó
–         ¿Cgggistina? ¿Cggistina? –era el holandés-
–         Shhhh no digas nada –acerté a susurrar-
El imbécil, preocupado por la tardanza de su chica había decidido entrar a buscarla. Cristina se acojonó. Se quedó quieta como una estatua y yo, comencé a mover muy suavemente mis caderas saliendo un poco de su húmeda cavidad para volver a entrar hasta el fondo del todo. Por forzar más la situación, con una de mis manos tomé uno de sus pezones y comencé a presionarlo entre mis dedos y a tirar suávemete de él. Ufffff si ya era emocionante la situación, el peligro de ser descubiertos lo acentuaba aún más.
–         ¿Cgggistina? ¿Cggistina? ¿estás ahí? Are you there?
Cada vez se oía más cercana la voz de su novio. La verdad es que acojonaba, pero yo estaba decidido a mantenerme escondido. “¿Cggistina?” Dios mío, ya estaba delante de nuestra puerta que debía ser el único retrete ocupado. El cuerpo de Cristina comenzó a temblar incontroladamente y, para mi sorpresa, su sexo empezó a convulsionarse envolviendo a mi verga. Cada segundo notaba un espasmo más fuerte que el anterior. Mientras veía claramente cómo se mordía la mano para no hacer ruido. La muy zorra se estaba corriendo descontroladamente a escasos centímetros de su novio. Eso es lo que más cachonda la ponía. Yo no pude aguantar más y también empecé a vaciarme dentro del palpitante y caliente coño de la novia del animal que estaba al otro lado de la puerta, en una corrida intensa y abundante. La puerta exterior de los baños se abrió otra vez:
–         ¿¡Pero qué hace un tío aquí!? –Se oyó una voz femenina indignada con la presencia del “perfecto” holandés en el baño de las chicas- ¡Este es el baño de chicas, fueraaaa!
–         Vale… ya me voy ¿puedes mirggag quien está en ese toilet? –dijo con su característico acento-
–         ¡Que te vayas! ¡Fuera! O llamo al de seguridad…
Ufffffffffff suspiramos los dos al unísono cuando notamos la puerta cerrarse detrás de él. Nos habiamos salvado por la campana. Nuestra salvadora seguía despotricando sola sobre el hecho de que un chico haya entrado en el baño de chicas. Quizá pretendiese que desde el retrete que ocupábamos una chica dijese algo, pero Cristina no estaba para hablar. Aún temblaba y nos manteníamos en silencio. Cristina tenía las manos en la pared y respiraba fuertemente, recuperándose del tremendo orgasmo que la habíamos proporcionado su novio y yo. Cada uno con su aportación. Yo aún tenía mi polla dentro de ella, pero notaba como poco a poco empezaba a desinflarse y a resbalarse hacia fuera por el exceso de humedad.
Momentos depués contemplaba sentado sobre la tapa bajada del inodoro, como Cristina había sacado un paquete de clínex de su bolso y se limpiaba el sexo aún inflamado sin darse la vuelta a mirarme. Me levanté y desde atrás la besé en la mejilla. Ella debía tener una empanada mental importante porque tras un gesto de disgusto, cambió a una mirada cariñosa hacia mí. Le pedí que se diera la vuelta, quería verla limpiarse y recomponerse. Esta vez mis órdenes eran cariñosas, y ella, riendose por dentro, terminó de limpiarse frente a mí. Luego subió su tanguita y, con un gesto delicioso soplando con sus labios, me hizo ver que estaba frío porque aún estaría húmedo. Una vez colocado, se bajo y estiró el vestido quedando frente a mí otra vez la misma diosa a la que yo admiraba. Su mirada ahora era como la de una persona adulta que mira indulgente a un niño después de haber hecho una travesura. Supongo que la mía era del orgullo y satisfacción que tenemos los hombres en estos casos.
–         ¿qué hacemos?
–         Primero besarme –Dije poniéndome en pie- y luego sales, dices que te acompañe a casa que te encuentras mal, y me mandas un sms cuando estéis lejos… y no tardes
–         Jaja, das miedo. Lo tienes todo pensado…
–         ¿Qué te creías? Me gusta hacer las cosas bien –dije presumido, orgulloso de mi gesta de hacía unos minutos-
–         Ten cuidado, no venga la bruja que ha echado a Johann… voy a pintarme un poco.
Y se fue con la elegancia propia que sólo tienen las mujeres atrevidas, quedándome en el cubículo tratando de retener en mi memoria los momentos pasados. No fue la última vez que Cristina estuvo en mi poder, pero eso ya lo contaré en la segunda parte.
Como siempre, muchas gracias por vuestros votos y comentarios. También gracias a quien me aporta ideas por email. Como veis, las uso!!!
Carlos
diablocasional@hotmail.com

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