A Sara le dejé correr el carrete, pues aunque su cuerpo era delicioso y su juventud bella y apasionada; no quería abusar de sus dieciocho años. Debía dejarla vivir su vida y pedirle sexo solo alguna vez.

Lo cierto es que sus ojos, su pelo, sus pechos tersos y firmes, su culo de Diosa, toda ella; me hacían ir más al gimnasio a mantenerme. Siempre quise amar a las mujeres, siempre quise tener mil yeguas para mí. Manoli, su madre, era la única yegua de la que podría enamorarme. Ella me brindaba sexo cuando quería, al instante, y de una considerable calidad. Pero los nuevos objetivos me habían hecho verla cada vez menos. Me ayudó con mi madre y guarda el secreto de la cama de su hija. Es la testigo principal de mi proceso de locura. De mis discos de música clásica, el alcohol y el sexo.

No se si conté que dejé a mi mujer. Esgrimí dudas de enamoramientos, necesidad de estar solo un tiempo. Pedí a Manoli que me ayudara a guardar el secreto. Me alquilé un estudio en el centro, ello provocó que mi cuñada fuera más a buscarme. Cada vez que lo hacíamos me preguntaba sobre su hija, si me había gustado. También me bombardeaba con preguntas sobre mi madre, si ella lo hacía mejor.

Nunca renegaré de su plácida mirada, de su pelo rubio, de sus curvas, de su delgado cuerpo, de su forma de moverse en la cama, de su generosidad y dulzura. Pero le pedí vernos más espaciados en el tiempo. Ella, como siempre, aceptó; agachó la cabeza como la gran yegua que es, y se adaptó a mis exigencias como siempre hizo.

Se acercaba el fin de semana. Mi polla no me engañaba, ni mi ardor interior. Había hablado con mi madre, la cual llegaría el sábado a la ciudad, de pasar todo el fin de semana con ella. Pensé en la insistencia de Manoli respecto a ella. Y lo cierto es que los nervios que se agarran a mi estómago, y las constantes erecciones cuando pensaba en mi madre, eran significativas. Sin duda la que me parió era la yegua que mejor sexo me daba. Debo reconocer que su calidad supera el cuerpo explosivo de la joven Sara, y la voluntad y buena forma de su madre Manoli. Pero mi madre sabía conjugar el cariño que sentía hacia mí, se centraba en darme todo el amor y la dulzura, con altos picos de buen sexo; animal a veces. Su conversión paulatina de madre en hembra me atrapaba. Y realmente estaba emocionado de poder encerrarme con ella en su amplio y céntrico piso. Los dos solos, desde el sábado por la mañana hasta el domingo por la tarde. Éramos madre e hijo compartiendo el mismo techo. Pero sobre todo éramos hombre y mujer, a pesar de que con sus cincuenta y cuatro años marcaba casi quince de diferencia, que se citaban para tener sexo, disfrutar de la vida.

El sábado a las 12:30 llegué a su hogar, ella acababa de llegar, pues se disculpó para acabar de sacar el equipaje. El saludo fue puro de madre e hijo: besos en las mejillas y comentarios sobre su falsa percepción de mayor delgadez en mi cuerpo.

–        Lo cierto es que estoy yendo más al gimnasio.

–        Desde que no estás con tu mujer comes menos. Hoy almorzarás como Dios manda.

Sonrisas.

Me acomodé en mi habitación. Ardía en ganas de follar, desconozco si ella también. Realmente era una situación extraña, pues ambos sabíamos para qué habíamos quedado. Pero a la vez manteníamos bien la relación madre-hijo, que como si de una jerarquía se tratara, mandaba inicialmente y ante todo sobre la de hombre-mujer. O  tal vez era así. Porque en realidad nos estábamos comportando como siempre hicimos. El lado vicioso, erótico, pornográfico, morboso….. surgió en una locura que planteé con Manoli, y en la que milagrosamente mi madre accedió. Desde ahí nunca hubo mención alguna a ese episodio; solo seguíamos siendo madre e hijo, que llegado el momento compartían cama y tenían buen sexo. Pero tras él de nuevo la interpretación familiar como si nada. Quizás, la interpretación era la danza macho-hembra más antigua del mundo, porque ante todo éramos lo que éramos: madre e hijo, macho y mujer.

Mi comodidad y felicidad radicaba en la naturalidad con la que ambos llevábamos esa situación. Como si fuera lo natural, como las tortugas que van al mar tras nacer. Como si lleváramos toda la vida esperándolo.

Hora de comer. Salí de mi habitación muy empalmado y nervioso. Vestía vaqueros y camisa de manga corta. La casa olía a limpia y a cocido. Ella había dedicado la mañana a adecentar la casa.

–        Hola cariño, comeremos ya. Ve poniendo la mesa; aquí mismo en la cocina.

Me sonrió y se giró de nuevo. Estaba de espaldas a la altura de la vitrocerámica, apartando la comida en platos. Vestía un cómodo vestido primavera. Con falda sobre las rodillas y poco escote, aunque con sus enormes pechos, muy bien colocados por algún sujetador, sus escotes siempre resultaban sugerentes por disimulados que fuesen. El movimiento de apartar la comida la hacía mover levemente las caderas. Esas caderas, ese trasero, ummmm, ya jamás miraría a mi madre de otra forma. Necesitaba irme con ella a la cama, no tenía ganas de comer.

Durante la comida charlamos de varios asuntos. Ella no aparentaba mostrar el más mínimo interés, yo disimulaba todo lo que podía. Tal vez, pensé con temor, haya decidido no seguir con esto y quiera obligarse a volver a la más pura relación madre-hijo.

Me quité esa idea rápidamente de la cabeza. “No, no puede ser. Le propuse pasar el fin de semana juntos y accedió feliz y ansiosa”. Mi mente bullía y mi polla explotaba.

–        ¿estás bien cariño?, te noto pensativo y distante. ¿Te ocurre algo?.

Puse cara de hartazgo.

–        En realidad no tengo mucha hambre. Pero la comida te ha quedado muy rica.

Ella apartó su plato, a medio terminar.

–        Yo tampoco quiero más. No nos conviene llenarnos. Dime, ¿vas a dormir siesta?.

Tragué saliva. En ese momento me sentía débil y manipulable, lejos del macho que usa yeguas para su instinto. Mi madre sabía como dominar la situación. Que me cortasen la polla si ella no estaba tan deseosa, o más, de follar durante toda la tarde.

–        Sí. Dormiré un rato. Por cierto, ¿no funciona el aire acondicionado?. ¡Este final de primavera está siendo especialmente caluroso!.

–        Pues no. Pero eres un exagerado, no hace tanto.

De repente sonó el portero automático. El eco de los timbres del resto de vecinos también se oyó. Fui a levantarme, pero me detuvo.

–        Se supone que no estamos aquí. Quedamos en que estaríamos todo el fin de semana aislados. Nada de timbres ni teléfono.

Mi ardor creció.

–        ¿Y los vecinos?

–        En esta época se van al chalet de la playa. Todo el edificio está vacío. ¿Quieres postre?.

“Tus melones, tus besos, tus caricias, tu lengua, tu cuerpo, tu coño, tu sudor….”

–        No. Bueno, voy a dormir un rato la siesta.

–        Está bien, dame un beso.

Mua, mua. En las mejillas. Pero su lengua se deslizó suavemente por mi cara tras el último beso. Me quedé parado sin saber que decir.

–        ¿Y bien cariño?, ¿no vas a dormir?.

–        Si….. sí. ¿Tu no vienes?.

Hizo un aspaviento que abarcó toda la cocina.

–        He de recoger todo esto. Tu descansa, por la tarde haré café. Aunque igual descanso un rato. Intentaré no hacer mucho ruído.

Mi habitación y la de matrimonio estaban pegadas, y se unían con una puerta interior; puerta que casi nunca habríamos.

–        No te preocupes, estaré un rato con el portátil; muchas veces me duermo con los cascos puestos.

Cerré la puerta y me tumbé en la cama. Entre las cortinas se filtraba la suficiente luz del día para poder ver bien, a pesar de las penumbras de las persianas de madera echadas y luz apagada. Me desnudé por completo y me tumbé en le cama. Estaba muy excitado y erecto; pensé en masturbarme con algún video por Internet. “Dios, que desperdicio de momento. Necesito sexo, deseo follármela”. Me veía incapaz de dar paso alguno. Supe que dependía de ella.

Decidí no masturbarme, dejarla intacta para mi madre. En el fondo sabía que era cuestión de tiempo. La danza madre-hijo no podría alargarse mucho más, ambos estábamos con las mismas ganas. Intenté dormir, desnudo sobre las sábanas.

Un ruido me despertó apenas al haberme quedado dormido. Entreabrí los ojos y apenas pude ver una sombra avanzando lentamente, cuidadosa, hacia la cama. La luz del sol del caluroso mediodía se colaba entre las aberturas de la persiana de madera. En la calle no había ruidos; sin gente en la calle peatonal de comercios cerrados por la hora.

La sombra se mantenía a una distancia prudente. Me froté los ojos y empecé a ver mejor. Mi madre me observaba con una extraña media sonrisa, a penas a medio metro de mi cama. Vestía con uno de sus camisones; uno blanco que dejaba muchas de sus carnes al aire, merced del calor que marcaba el próximo verano.

Caí en la cuenta de que estaba tumbado completamente desnudo sobre las sábanas. Me incorporé un poco y miré mi polla, estaba morcillota, a medio caer; pero contenida por la presencia femenina.

–        Chico, he intentado dormir un poco de siesta, pero no puedo dormir. ¿Acaso te he despertado?.

Había la suficiente luz para ver que tras la pregunta recorrió todo mi cuerpo con la mirada, deteniéndose más de la cuenta en mis partes. Mi pene reaccionó comenzando a crecer. Permanecía quieta a medio metro de mi cama, olía a perfume coco chanel, sin duda recién echado. Su voluptuoso cuerpo se dibujaba perfectamente bajo el diminuto camisón. Llevaba el pelo recogido en un moño. Sin duda estaba preparada para una tarde de acción.

–        Solo estaba descansando, tampoco podía dormir.

Ella asintió. El tiempo parecía detenido; tenía la sensación de que aquella mínima e intrascendente conversación se daba mientras en el resto de la humanidad pasaban siglos a cámara rápida. Pero desde la calle solo se colaban mínimos rayos de sol, atenuados por las cortinas. Ni el fugaz canto de pájaros nos llegaba. Ante mí el más absoluto silencio y una yegua de gran casta pidiendo guerra con su amable mirada de madre.

Pero dejé de ver a mamá, ahora solo veía a la hermosa mujer de cincuenta y cuatro años que tanto me quería, y con la que tanto disfrutaba en la cama.

Mi polla ya estaba preparada.

–        He pensado que podría meterme en tu cama a pasar la siesta. ¿Quieres pasar el rato con mamá?.

Me eché hacia un lado, dejándole espacio a mi izquierda. Mi respuesta fue escueta, pero mi polla y mis ojos clavados en el abultamiento de sus melones hablaron solos.

–        Sí.

Ella se acercó hasta el borde de mi cama, sin prisas, y deslizó los tirantes de la bata más allá de sus hombros. Sacó los brazos y la dejó caer. Ante mí quedó completamente desnuda. Volví a tener esa extraña sensación de estar viendo a mi madre, pero de una forma diferente pues ante todo era la hembra, la yegua, que buscaba al macho; la relación social más antigua de la sociedad; sin la cual jamás se habrían forjado los cimientos de nuestra civilización. Sentía el cariño hacía mi madre, con toda la ternura y dulzura que se grabaron a fuego en mis genes durante aquellos nueve meses. Pero se imponía el morbo y el deseo hacia la mujer. Difícil de explicar, pues sentía que mi mente era un continente de emociones. Desde que sentí eso por primera vez, quedé prendado para siempre de mi madre. Jamás ninguna mujer podría hacerme sentir nada parecido a aquello, que va más allá del sexo (el cual además era de alta calidad con ella), por más guapa, atractiva, morbosa y fogosa que fuera.

De nuevo el tiempo detenido, pasarían unos pocos segundos probablemente, pero yo sentía como en la calle pasaban décadas. Como los edificios se deterioraban y las gentes cambiaban sus ropajes desde la edad media hasta la actualidad, caminando a cámara rápida.

Pero fuera todo estaba en silencio. Como si la casa flotara en el espacio y mi madre y yo fuésemos el embrión de la sociedad que sobreviene.

Pensé que se había recogido el pelo para follar mejor, pero lo hizo para dedicarme un último guiño femenino antes de meterse en mi cama. Lo habría tenido planeado, pensé, marcar claramente la frontera entre madre y hembra. Protocolo necesario para poder disfrutar tanto como disfrutábamos sin agravios de conciencia.

Dejó caer el pelo, que estalló sobre sus hombros. En el amortiguamiento de la caída, dejó mostrada la inercia de mi mirada que llegó hasta sus pechos, grandes y algo caídos; pero deliciosos de amplia aureola y pezones medianos. Su vientre y cartucheras dejaban vista libre de caderas femeninas, amplias y voluptuosas, que guardaban el abismo de su hermoso trasero de nalgas azotables y muslos brillantes, muy bien depilada. Solo un hilo de pelos, fino y sugerente, en su sexo amplio y acogedor.

Si estuviera más delgada sería menos Diosa, si estuviera más gorda sería peor Yegua. Si tuviera otro cuerpo no sería mi madre. Guapa y retentiva, a pesar de la edad, de épocas gloriosas de gran cuerpazo. Bajita y voluptuosa. Sus mechas rubias parecían iluminadas, resaltando en la tenue oscuridad. Como si todo estuviera en blanco y negro menos su cabello.

Una ráfaga de aroma a vainilla inundó mi pituitaria, el colchón cedió hacía mi derecha. Mi madre se acababa de meter en mi cama. Ambos completamente desnudos, yo muy empalmado y ella muy mujer.

Se arrimó de lado, nos medio abrazamos y ella se cercioró de que sus pechos quedaran pegados cerca de mi cuello.

–        ¿Todo bien nene?. ¿Todo bien así?.

Sentía arder todo mi cuerpo.

–        ¿Podría comerte los pechos?.

Ella se incorporó hasta quedar recostada de lado, con el codo apoyado tras mi cabeza. Con la otra mano acercó sus pechos hasta ponerlos en la cara.

–        Claro mi amor, toma los pechos de mamá. Son todo para ti.

Comencé a lamerlos. Inicialmente los agarré por la base y pasé mi lengua por los pezones, endureciéndolos. Luego lamí haciendo círculos concéntricos alrededor de su aureola, la cual se arrugaba al tacto de mi lengua, cogiendo firmeza y dureza.

Me acomodé echándome más hacia ella. Mi polla debió quedar a su alcance pues sentí como la agarró. Seguí lamiendo sus melones, dando mordisquitos aquí y allá; mientras mi cuerpo se estremeció al notar como su mano derecha se cerraba en torno a mi polla, muy suave.

–        Ufff amor, ¿Mi nene tiene pupita ahí?.

Notaba como me palpitaba bajo su mano. Ella masturbó un poco, dejando el capullo fuera. En respuesta emití un gemido de ronroneo, alargado.

Ella siguió masturbando muy lenta, y yo cada vez me llenaba más de sus pechos. Pero no podía más, su contacto en mi polla me hizo ver cuánto necesitaba una mamada.

Noté un clic en mi cerebro. Metí la segunda marcha de transformación hacia domador de yeguas. Me levanté de la cama y me puse de pié a su altura masturbándome. Las miradas que cruzamos ya no eran de madre e hijo.

–        Venga mamá, aquí la tienes.

Ella se arrodilló, levantando el culo mucho tras de sí. Agarró la polla y la levanto, lamiendo los huevos. Luego se medio tumbó boca arriba, abriéndose mucho de piernas. Hizo un gesto para que se la acercara a la boca, ella esperaba en el filo de la cama sentada, con la almohada colocada en la espalda para mantenerla erguida.

Me acerqué y la agarró. La masturbó fuerte mirándome dulcemente, con reminiscencias de zorra necesitada. Dejó todo el capullo fuera y le escupió tres veces. Luego pasó la lengua, sorbiendo y saboreando.

El mundo volvió a detenerse. Su lengua recorría melosa todo mi capullo. Cerré los ojos y noté tocar el cielo. Una oleada de cómodo y casero placer recorrió mi espalda de abajo arriba, hasta contaminar mi materia gris.

Un instante después de aquella eternidad, su boca engullía mi polla entera. Arcadas lógicas llegaron a su garganta, pues la sentía muy gorda y grande en su campanilla. Superado esos fatigosos momentos inició la gran mamada. La polla la agarraba desde la mitad del tronco hasta los huevos, en movimiento de masturbación. La boca abarcaba, en cada embestida, desde el capullo ( en el que siempre dejaba deslizar la lengua) hasta poco más de la mitad. A veces paraba y la lamía entera.

Con su otra mano se acariciaba el coño. El coñito de mamá, por donde salí hace algo más de treinta años.

La alarma de primera corrida llegaron tras un largo rato de mamada.

–        Ei, ei, ei. Para mamá, que te vas a llenar de leche.

Ella se la sacó de la boca, y se limpió la baba que le caía por la barbilla mientras reía por mi comentario.

–        Muy buena mamada.

–        Gracias.

Me incorporé un poco y la besé con lengua. Luego la azoté en las nalgas apremiándola para que me dejara acomodar entre sus piernas.

–        Vamos a ver a qué sabe ese coño.

De nuevo rió. Más excitada que nerviosa.

–        Ya sabes a qué sabe, granuja.

Ella se abrió y yo escupí en su coño pasando la mano por el. Gimió fuerte ante el contacto. Ya no éramos madre e hijo.

Abierto como una rosa, húmedo como la primera flor cuidada por el hombre. Sus labios carnosos eran mordidos y dejados caer, provocándole contoneos de doloroso placer. Mi lengua y mejillas entraban tras mi lengua, quedando mi cara mojada por los flujos de mamá.

Los dedos entraban con asombrosa facilidad y su clítoris se dejaba lamer dando botecitos como una bolla en mitad del oleaje. Mamá no cesaba de gemir. Con el coño al cien por cien, y mi polla muy erecta y más relajada, había llegado el momento.

Me incorporé sin previo aviso. Ella me recibió con una sonrisa. Agarré la polla y la dejé en la entrada, notando la facilidad con la que aquella húmeda cueva podría tragarla.

Coloqué un brazo a cada lado, ella acarició los músculos de gimnasio que se marcaban en ellos.

–        Mi nene fuerte, mi machote.

Lo dijo excitada, apresurada, invitándome a clavarla urgentemente.

Entro como cuchillo afilado en mantequilla caliente. Noté como las cálidas carnes internas de su coño envolvían mi polla, dándole un caluroso, dulce y amable recibimiento. La penetraba lentamente, sacándola entera hasta un par de centímetros, y entrando de nuevo hasta el final. Aguantaba las ganas de follarla fuerte, primero mejor así; poco a poco, sintiendo el calor de la gran hembra.

Ella se movía cada vez más hacia arriba, buscando contacto, queriendo acelerar la follada. Gemía y movía la cabeza de lado a lado, muy necesitada, queriendo más.

–        Vamos nene, ¡¡fóllame!!.

Seguía con la misma penetración.

–        ¿Cómo dices mamá?

–        ¡¡¡¡Fóllame!!!.

–        No te escucho bien

Su respiración se agitó, su mirada era más penetrante, sin trazas de su habitual ternura. Ahora era solo una yegua que deseaba ser domada. La tenía justo donde quería.

–        ¡¡¡¡¡¡¡¡¡Que me folles, joder!!!!!!!!. ¡¡¡¡¡¡Fóllate a tu madre!!!!!!!. Taládrame, desgárrame, mátame a pollazos, ¡¡pedazo de cabrón!!. ¡Hazme tuya!, úsame, sé mi macho. ¡¡¡Vamos!!.

Mantuve un poco más la situación.

–        ¿Eres buena zorra?. ¿mereces la follada que reclamas?.

Ella respiraba agitada, notaba su coño más mojado.

–        Soy tu zorra, lo seré hasta que desees. ¿Tu yegua?, ¿es así como me llamaste un día?.

–        Mi yegua preferida. La zorra de mi madre

–        ¡¡¡¡¡¡¡Folla ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

No la dejé suplicar otra vez. Comencé a follar muy fuerte, muy directo; manteniendo la compostura con la elegancia del buen jinete.

Sus gemidos aumentaron mucho el volumen. Eran alaridos de perra en celo, gritos desgarradores. Imaginaba que esos gritos retumbaban por todo el edificio, ¿vacío?, de tres plantas. Debían recorrer toda la silenciosa calle. Mi madre era la madre de la tierra; que ocupaba el aire con sus gritos desgarradores y gemidos de hembra en celo. Si alguien paseaba en ese instante sin duda debía escucharla. Seguramente estaba siendo oída en los edificios vecinos.

La danza comenzó. Ahora ella se colocó en posición de arco, con el culo muy levantado, dejándolo accesible al macho, y su torso pegado a la cama. Lamí un poco antes de meterla de nuevo. Escupí en mi mano y la pasé por su, sorprendentemente depilado y bien cuidado (¿blanqueado?), ano. Saqué la polla del coño y la metí en su culo. Ahí costó hacerla entrar, solo presioné hasta un poco más del capullo. A ella le dolía, pero aguantaba dócil, tocándose el coño para sentir placer.

Ahora ella me tumbó y se colocó a mi lado. Estábamos sudados, ella sopló en mi frente.

–        Ummm, que rico está todo nene.

Lamió mis pezones mientras me masturbaba. Mi polla estaba a mil. Siguió bajando, deslizando su lengua por mi vientre. Me dio una corta mamada antes de subirse a cabalgar.

Mi madre folla muy bien, sabe lo que se hace. Me dio el respiro necesario para que mi polla recobrase fuerzas para poderme trabajar desde arriba. Se clavó se apoyó en mi torso, moviendo el culo hacia delante y hacia atrás, restregándose mi polla dentro de ella.

Su pelo caía frente abajo. La observe mientras se movía. De repente era mi madre de nuevo. Su cara, su pelo, sus gestos. Joder, es mi madre la que me está follando. Y podía agarrarle las nalgas, azotarlas, acariciar sus muslos y pechos. Ella se dejaba hacer todo, ¡mi madre me dejaba tocar su cuerpo desnudo mientras me follaba!.

 Ahora era más gata que yegua, ronroneaba gimiendo queda, mientras su cuerpo bailaba sobre mi polla. Mis manos agarradas una a cada nalga. Sentí impulso, empecé a taladrar desde abajo; ello cambió la situación. Ahora la polla reclamaba entrar de abajo arriba. Ella respondió con un chillido de placer y venció su cuerpo hacia mí.

Pam, pam, pam, pam. Ahhhh. Sihhhh. Asihhhh. Fóllame. Folla a mama. Más fuerte. Más fuerte. Ummm. Ummmm. Pam. Pam. Pam. Mamaaaaa. Mamaaaaa. Mamaaaaa.

Me iba.

–        Mami ya estoy, estoy a punto.

–        ¡Vamos amor!. La quiero tragar, me la he ganado.

Nos levantamos y quedé de pie de nuevo junto a la cama. Ella se arrodilló en el suelo y se preparó para hacerme acabar.

La masturbaba acercándola a la boca. El cambio de postura me hizo tardar un poco más de lo previsto. Ella me miraba muy tiernamente mientras la masturbaba y lamía el capullo y daba ánimos.

–        Vamos nene, venga mi machote. Dáselo todo a mamá. Ummm, sihhh, eso es.

Una gorda salpicadura la pilló desprevenida y salió disparada sobre sus ojos. Entonces se la metió en la boca donde, mamándola, tragó todo el resto del semen.

Luego rió y se limpió el semen con las manos.

–        Guau, jajajaja, casi me dejas ciega.

Me quedé sentado en la cama, relajado.

–        Voy a darme una ducha amor.

La luz que entraba era más pobre. Miré el reloj, las seis de la tarde.

A las siete salí de la habitación sin saber muy bien qué decir. Mi madre preparaba la cena, vestida con un cómodo pantalón de chándal y camiseta. Saludé al llegar.

–        Hola nene. ¡Menuda siesta eh!. ¿Cenarás en casa?.

Me sorprendió su postura. Era de nuevo mi madre en plenitud. Actuaba como si nada hubiera pasado, a pesar de la media tarde de sexo fuerte y de alta calidad que acabábamos de tener.

Sin duda debía tener una cruel lucha interna para mantenerse como si nunca pasara nada. Separando a la perfección ambas relaciones. Era solo mi madre, era como si hubiera estado ahí toda la tarde, haciendo cosas en la casa.

–        Sí. También me quedaré a dormir esta noche.

–        Como quieras cielo. Ya sabes que aquí tienes tu casa.

Cenamos y vimos una película. Nos dimos las buenas noches y nos fuimos a dormir.

–        Buenas noches cariño, que tengas dulces sueños. Mañana tendré churros para desayunar. ¡Me hace tan feliz tenerte en casa!. Siempre serás mi peque.

A las tres de la mañana me despertó un ruido. Encendí la luz de la mesilla y pude ver a mi madre desnuda a los pies de mi cama.

– Cariño, no puedo dormir.

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