Sarita estaba deliciosa.

Consciente de que era para mí, que ella lo consentía con aparente buen agrado y de que tendríamos unas tres horas de tranquila intimidad, mi felicidad era un hecho irrefutado. El mundo daba vueltas al compás de la más bella música que jamás habrá escuchado el ser humano. La luz rojiza del atardecer de finales de septiembre, daba a su habitación un halo de intimidad serena y atemporal. Además de dejar pasar el color rojizo de la verdad caduciforme, la ventana situada sobre su escritorio dejaba ver un hermoso cuadro de castaños, naranjos y baja arboleda del parque que había justo enfrente.

–        Siempre me ha encantado la vista de tu habitación.

Se limitó a sonreír. Parecía nerviosa. Tengo que reconocer que, en el fondo, yo también lo estaba. Pero mi decisión era únicamente la de saborear el momento. Y el momento era el de la vida entrando en su habitación a través de su ventana, en forma de ocaso de un otoño cada vez más rojizo.

Ella permanecía observándome desde los pies de su cama, parcialmente sentada sobre el lateral accesible. La cama era alta y más bien pequeña. Por las paredes fotografías de futbolistas e ídolos musicales, alguno de los cuales no conocía. ¿Estaría más anticuado de lo qué pensaba?.

Me acerqué a la ventana y la abrí para respirar aire puro. Hacía fresco, de nuevo la cerré y corrí un poco la cortina para ganar más intimidad. Al volverme de nuevo la observé, ciertamente estaba preciosa:

“muslos al aire por llevar un estrecho pantalón corto, imitando el tejido vaquero. Sin medias, a su recién estrenada mayoría de edad no le hacía falta. Sus piernas eran lo largas que tenían que ser para una chica de unos160 cm. Algo regordetes en su terminación final, desembocando en un trasero que con ropa siempre pareció maravilloso…”

Ese trasero estaba a punto de verlo en todo su joven esplendor. Ese pensamiento me provocó llegar al final de la erección que inicié al abrirme, simpática y sonriente como siempre, la puerta de su casa.

“…..sus muslos aun algo morenos, herencia de la reciente temporada de playa. Más arriba una camiseta de una famosa gatita de dibujos animados, con colores rosa y gris predominando. La gatita de dibujos animados proyectaba sobre ella el hecho de aun parecer una chica al menos un año más joven de su mayoría de edad. Sus pechos, para que engañarnos, era lo que más me había atraído siempre de sarita, amplios sin exagerar; pero amplios y bien colocados: frutos del infierno, que es el verdadero cielo….”

La visión de sus pechos hizo que mi polla luchase por alcanzar una longitud mayor de la que tiene, empezaba a reventarme bajo los pantalones. Estaba demasiado caliente; tendría que haberme hecho una paja, o haberme tirado rápido a su madre cuando la vi por la mañana. Quise llegar en plenitud a sarita, y en plenitud se presentaba dicho monumento ante mí. Mi tercera yegua, ya conquistada a falta solo de la firma final. Era consciente de lo bruto que podría llegar a ser en la cama con una mujer, con Sara intentaría ir paso a paso. Sobre todo quería que le gustase el polvazo. Que yo le gustaba era seguro, en caso contrario no estaría allí esperando a que diera el primer paso, en espeso silencio. Mis horas de gimnasio y buena fama en la cama me ha costado. Sufrir sudando y no tener complejos y ser un puto gran follador y cabrón. Por eso estaba Sara allí, por eso a su madre, mi queridísima primera yegua Manoli, no le había costado demasiado convencerla.

“…..Sus ojos morenos pintados me miraban intentando resultar expresivos. Su pelo moreno planchado y largo caía sobre su frente y resbalaba sobre sus hombros hasta casi media espalda; como el manto divino de un hada madrina”.

Sarita estaba perfecta, deliciosa, inigualable, memorable, imponente, arrebatadora. Su juventud estallaba ante mí como la lejana primavera. Mi polla estaba totalmente preparada. Era el momento de dar el primer paso hacia el cielo, o el infierno; o donde quiera que me llevase esa joven de aspecto tímido, camiseta de gatita de dibujos animados y cuerpo de diosa.

Manoli me había citado por la mañana en casa de mi madre. Como era viernes estaría vacía hasta la noche. No hicimos nada, se sentó nerviosa en el sofá y me comunicó el final del plan:

–        Sara estará sola de seis a nueve, aproximadamente, de esta tarde. Estará esperándote, sabe que vas a ir a follártela. Le he hecho confesar que no es virgen, solo tuvo un par de relaciones con el chico que tonteó durante el verano.

Eso me sorprendió y tranquilizó a la vez. Mejor que no fuera virgen, o al menos que no lo fuera del todo. Seguro que ese chico inseguro de granos, aunque guapetón, no la habría hecho disfrutar ni una décima parte de lo que iba a hacerlo yo. Eso me dejaría más cerca de la doma definitiva de mi ansiada tercera yegua.

Manoli prosiguió, su respiración se entrecortaba algo mientras hablaba. No supe entender si eran nervios o excitación. Tal vez fuera una mezcla de ambas cosas.

–        Ella se queda en casa porque, supuestamente, tiene que terminar un trabajo para el instituto. (Había repetido curso un año antes, aun cursaba en el instituto, no obstante era una buena estudiante; sería una gran universitaria). Intenta irte antes de las nueve, o al menos no hagáis tonterías a partir de las nueve menos cuarto o antes. No creo que mi marido sospechase nada si te ve en casa, inventa una excusa de por qué estás allí si te encontramos.

–        Tranquila, no pienso jugármela lo más mínimo.

–        Cuando salgamos hacia casa, no obstante, intentaré darte una llamada perdida al móvil, calcula unos diez minutos, pues estaremos en el cine. Si vamos antes de esa hora ten por seguro que llamaré a casa, con la excusa de si Sara necesita que le llevemos algo de la calle. Ahí deberías irte cagando leches.

–        Entendido.

Manoli se relajó un poco. Me miró como implorando algo:

–        No sabes lo que me ha costado conseguirte esto. He invadido su intimidad hasta límites que jamás me hubiera imaginado, he hurgado en sus cosas más íntimas, la he interrogado y he simulado enfado severo con tonterías. Todo para pedirle esto. He estado paseando por el filo de un volcán en erupción y he tenido la suerte de no quemarme. Ten cuidado, por favor. Sara es toda una mujer, pero sigue siendo infantil. No tiene mi mente sucia. Lo cierto es que creo que verdaderamente le apetece contigo.

–        ¿Ella sabe que tu y yo nos vemos?

Cabizbaja y seria me respondió que sí:

–        Tuve que dejar que lo descubriera por sí misma. El que se diera cuenta de eso fue mi primer paso. Lo tiene totalmente asumido, aunque su trabajo le ha costado, y a mí.

–        Entiendo……

–        Por favor, dime que no vas a tratarla mal……. Sé bueno con ella.

–        Solo te puedo prometer que haré todo lo posible para que disfrute como nunca.

–        ¡Oh, mi niña chica, que grande se me ha hecho!

Me levanté dando por acabada la pequeña reunión.

–        He de irme a trabajar. Gracias por todo. Nunca podré agradecerte lo suficiente este regalo, cuñada. Es muy importante para mí.

Se fue tensa, con la mirada perdida. No debía ser un paso fácil para ella. Pero así era la vida que había decidido vivir. Ser mi yegua favorita es un privilegio difícil de conseguir y de mantener, y sin duda era sacrificado. Pero el placer que soy capaz de otorgar reduce a la categoría de insignificante todo lo demás. Manoli sabía lo que tenía y yo valoraba, más de lo que ella se imaginaba, el que intentara ser la mejor yegua posible para su amo.

La gran ciudad, con sus millones de habitantes, bullía al otro lado del otoño mientras caía el sol. En este, mi polla hacía lo mismo por una sola persona. Me acerqué más a ella. Olía a perfume juvenil y hacía solo un instante se había desecho de un chicle de fresa.

–        Bueno Sara, dime, ¿estás nerviosa?

–        Sí, tito.

–        ¿quieres seguir adelante con todo esto?, debes estar segura, no quisiera molestarte.

–        Sí, quiero.

Me apoyé en la cama junto a ella, intenté quitar hierro al asunto con un poco de labia, pero realmente, si hubiese sido otra mujer, ya estaría follándola con toda la pasión que pudiese. Miré el reloj, las seis y media, había tiempo.

–        Escúchame una cosa, no quiero que quieras porque tu madre y tú hayáis llegado a un acuerdo, quiero que quieras porque realmente te apetezca.

Se quedó un instante callada, temí haberla cagado con mi último comentario. Era solo palabrería para que fuera más fácil ponerla a cuatro patas y romperle el culo, pero ella pareció dudar.

–        En un principio accedí por ella. Pero realmente creo que eres un hombre que no está mal, ¿sabes?. No sé, pareces fuerte y no eres feo.

–        Oye, ¿Cómo que un hombre?, estoy hecho un chaval. Y solo tengo catorce años más que tú. Mira, mira.

Me deshice de la camiseta y dejé el botón del pantalón suelto. La erección se notaba y dejé que Sarita viera mis músculos y mi buena forma.

–        jajajaja, ya sabes tito. Para mi de treinta para arriba ya sois hombres, y tu ya pasas de la treintena un cacho.

–        Bueno, bueno, pero dime. ¿acaso no tengo mejor cuerpo que tus amigos?

–        No, si bueno estás un rato.

Jerga joven, buena señal. Empezaba a vencer su timidez. Realmente teníamos buena relación, pero la perspectiva a la que nos enfrentábamos era totalmente nueva para ambos.

–        Necesito estar totalmente seguro. No dudes que solo lo hago porque ya no eres una niña, aunque llevas más de un año con cuerpo de mujer. Y lo hago porque me gustas, si fueras fea o tuvieras peor cuerpo ni me lo plantearía. Debe quedar claro que solo es sexo.

–        ¿por qué te tiras a mi madre?

La pregunta me descolocó, empezaba a enfriarse la situación y el tiempo apremiaba.

–        Somos adultos y un día nos atrajimos. Nos lo pasamos bien juntos. Solo lo hacemos por diversión.

–        ¿Y ahora te quieres divertir conmigo?

–        Mucho, y sobre todo quiero que te diviertas tú. ¿vamos?.

–        Sí.

–        Dímelo.

–        Tito, ¿me follas?.

Su voz salió firme y sus ojos taladraron mi mirada. Ahora sí eran expresivos.

–        Por supuesto Sarita, será un honor darte lo tuyo.

Me acerqué a ella y la abracé y besé. Empezamos a enrollarnos. De repente llegó a mí un sabor juvenil. Era como los rollos que me tenía con mis amigas en el instituto. Partiendo de la nada y no llegando muy lejos. Ahora llegaría lejísimos.

Ella empezó a acariciar mis músculos con timidez, mientras no besábamos. Al principio le costó sacar la lengua, lo hacía todo con cierta inexperta frialdad. La acerqué más a mí y la agarré por el culo, pegándome a ella.

–        ups.

Dijo al notar mi polla enorme. Entonces me separé y desvestí por completo. Ella parecía maravillada con mi pene. Yo la observé un instante meneándola.

–        ¿te gusta?

–        Es la más grande que he visto nunca.

–        De eso no me cabe la menor duda. Eres afortunada, vas a encontrar tu mejor sexo al principio de tu vida sexual.

–        ¿eres muy creído verdad?

–        Bastante, y déjame demostrarte que no en vano.

Me acerqué a ella y le di la vuelta, le abrí las piernas. Ella permanecía de pie, ahora incorporada sobre la cama con los codos apoyados. Se dejaba hacer. Le quité los pantalones y ante mí quedó su culazo, mal tapado por unas braguitas rosas.

Le agarré el culo, una mano en cada nalga. Y me acerqué aun más hasta refregar mi polla. Ella dejó caer algo más el culo, justo lo que quería. Me agaché y desde abajo divisé el coñito bajo las braguitas rosas. Las deslicé hacia un lado con sumo cuidado hasta ver la rajita. Estaba completamente depilada. Acerqué mi boca y lamí la rajita despacio y de un extremo a otro. Sarita reaccionó de forma instantánea dejándose caer más en la cama para que mi acceso fuera más fácil.

Entonces le dejé caer las bragas y las tiré hacia el escritorio.

–        Tienes un coño precioso.

–        Gracias, me lo he depilado.

–        Lo sé y es divino.

Me coloqué mejor y volví a lamerlo entero. Luego una y otra vez. Su rajita se abrió como una flor, dejando escapar humedad. Con los dedos lo abrí un poco más y hundí mi lengua. Busqué su agujero, el cual encontré salado y delicioso. Luego el clítoris, que sorprendentemente encontré bastante crecido. Se lo trabajé, desde abajo un rato, mientras no paraba de lamer desde el agujero hasta él.

Sarita gemía y cada vez estaba más tumbada sobre la cama.

Me levanté.

–        Túmbate boca arriba, nena. Creo que voy a seguir comiendo un poco más.

Ella obedeció y se abrió de piernas. Solo llevaba la camiseta de la gatita de dibujos animados y su mirada volvía a ser inocente y tímida, con un atisbo de creciente excitación. Sus ojos pintados me miraban de arriba abajo, estaba guapísima.

Durante un rato aguante sus embestidas de lado a lado, mientras su coño chorreaba. Gemía como una loca, sin duda sorprendida de lo gustoso que era lo que le estaba haciendo. Mi lengua no paraba de moverse en torno a su botoncito y dos de mis dedos, lubricados por sus jugos, entraban con traqueteante movilidad en su sexo. Una y otra vez, una y otra vez.

A veces cerraba las piernas y mi cabeza quedaba prisionera entre sus deliciosos muslos. Otras veces levantaba mucho su tronco, momento que aprovechaba para dejarle los dedos dentro y penetrarla con más holgura.

Al cabo del rato me detuve y me senté en la cama, con la espalda apoyada en la almohada. Sara se abalanzó a mí y me morreó de nuevo. Mientras me besaba su respiración se agitaba, aun gustosa por lo extremadamente bien que acababa de comerle el coño.

Ella sentó sobre mis muslos y se quitó la camiseta de la gatita. Debajo no había más que dos hermosas y amplias tetas. Con perfectos pezones y perfecta tersura. Todo en su sitio y todo muy bien hecho; parecían totalmente simétricas, de catálogo.

Me miró sonriente, segura de sí misma. Lo cual me sorprendió.

–        ¿Te gustan?

–        Me chiflan, Sarita.

Me harté de ellas. Metí la cara entre las dos, las besé y lubriqué con mi insaciable lengua.

–        ¿alguna vez te has comido una de estas?

Le dije al empezar a masturbarme. Estaba demasiado grande, necesitaba empezar a calmarla.

–        No, pero he visto como lo hacen las chicas en las pelis.

Sonreí.

–        ¿te atreverías?

–        Me encantaría.

Me acomodé y ella se deslizó hasta mi paquete. Su cuerpo era majestuoso, verdaderamente bello, se puso de rodillas y se agachó. Sus manos la cogieron algo temblorosas, estaba totalmente erguida así que le fue fácil palparla. En seguida imitó el movimiento de masturbación.

La miraba seria, intuí que le costaba algo dar el primer paso.

–        Solo tienes que darle besos y meterla en la boca, las mujeres nacéis sabiendo cómo hacerlo. Unas mejor y otras peor.

–        Espero que te guste.

–        Si la comes la mitad de bien que tu madre, me encantará.

El último comentario, lejos de avergonzarla, le espoleó. Sus labios recorrieron torpes el capullo. Abrió más la boca y se lo introdujo dentro. Noté su lengua moverse de lado a lado. Intentó seguir bajando pero le dieron arcadas cuando aun no había llegado a la mitad. Entonces, en pleno proceso de aprendizaje, se centró en dar gusto a la parte de arriba.

Su forma de mamar el capullo era bastante buena. Sostuvo un rato el ritmo, algo inconstante. Luego, sin duda por haberlo visto en películas. Dejó deslizar su lengua hasta recorrer la lengua entera. Y, apretando los labios contra su contorno, subió y bajó en una mamada lateral que me supo a gloría.

Ver a Sarita comiéndomela tan aceptablemente bien me conmovió y excitó más de la cuenta. Era mi momento. Miré el reloj, las siete y media de la tarde. Había poco tiempo, solo podría correrme una vez. Me sentía bien, sin peligro de corrida a la vista. Tendría que compaginar la cautela de no correrme rápido con darle la mayor satisfacción posible.

–        Ya está bien de besos, Sarita. Necesito meterla en caliente.

–        Vale tito, vamos. Te adoro.

Su mirada era cómplice. Sin duda había echado atrás los nervios y ahora se enfrentaba al temor de la follada. Buscaba mi complicidad, pero en ese momento solo pensaba en tirarme a esa tía tan buena, sobre su cama.

Me coloqué de pié fuera de la cama. Su altura me permitía una buena postura desde ahí. La agarré por las caderas y la atraje hasta mí. Se la clavé despacio, sintiendo mi polla entrar en ese coño joven y bien cuidado. Ella gimió temerosa de dolor, pero con final placentero. Me miró fijamente y extendió las manos para tocarme el torso. Yo la atraje más aun y empecé a penetrar. Mi polla se estrellaba contra sus carnes, mientras mis manos agarraban sus muslos brillantes y morenos.

Sara gemía mucho, más de la cuenta. Seguro que aquella follada estaba siendo escuchada por algún vecino. Sentí un pequeño temor de que me vieran salir de la casa. Sin duda no esperaría hasta que llegasen sus padres. Me iría corriendo tras correrme.

Me centré en no correrme y la polla empezó a responderme con holgura.

–        ¿Vamos a cuatro patitas, nena?

–        Vale.

Ella se levantó y se colocó con las rodillas y los codos hincados en su cama. Echó el culo hacia arriba, en un movimiento natural del gen femenino, esperando ser montada por su macho. El mismo movimiento que su madre, la misma forma de ponerse en pompa. Pero Sara era más bella y tenía mejor cuerpo. La observaba bellísima desde atrás.

Me coloqué y la follé fuerte y sin miramientos. Mi pene entraba y salía de su coño con más facilidad de la encontrada hasta ese momento. Embestida tras embestida, la chica se fue echando cada vez más encima de la almohada, y su cabeza empezó a dar golpes contra el armario que estaba justo tras ella. Mordía la almohada ahogando un gemido agónico de dolor y placer.

Empecé a sentirme a mil y las embestidas eran cada vez más duras. Ella aguantaba estoicamente con el culo bien alto, eso gesto tan femenino me llenó de orgullo; igualita que su madre pero más joven y con mejor cuerpo. Menudo fichaje, menuda yegua.

Aun me quedaba un poco más de fuelle cuando pasaban siete minutos de las ocho. Me quité de atrás buscando respirar un poco y que ella cogiera algunas fuerzas.

Me senté sobre la cama y le pedí que se acercase. Ella se sentó sobre mis muslos, y ante una indicación mía, colocó sus piernas detrás mina. Entonces la agarré por la cintura y la levanté hasta colocarla sobre mi polla. Sus tetas bailaban sobre mi cara.

Parecía torpona ante la novedad. Hasta que se clavó. Entonces, de nuevo, sacó la hembra que toda mujer lleva dentro.

La rodeé con fuerza y se la clavé desde abajo, ella pronto empezó a moverse de abajo arriba buscando el mejor acople. Nuestros cuerpos sudorosos estaban totalmente abrazados. Y sus pechos acudían a mi boca cada cierto tiempo, como el agua llega a la boca de un sediento.

Sus gemidos los ahogaba besándome y nuestro movimiento se perfeccionó, como dos bailarines experimentados. Las idílica postura se interrumpió por lo inminente.

Me deshice de ella y mientras me masturbaba le pregunté:

–        ¿Has visto en las pelis que algunas veces los chicos se corren en la boca de las nenas?

–        Sí, jajaja.

Se acercó a gatas hasta el borde de la cama, donde esperaba mi polla. Abrió la boca esperando su recompensa.

Me masturbaba mirando su cuerpo pero sus ojos negros, bellísimos, captaron mi atención. Me miraba fijamente. Le devolví la mirada y no dejé de hacerlo hasta correrme. Calculé mal y mi semen llegó a su cara, pelo, espalda, cama, almohada y pared del frente.

Ella se incorporó y me beso un instante.

–        Me ha encantado, tito. Ha sido increíble.

Miré el reloj, las ocho y media pasadas.

–        He de irme, será mejor que limpies todo esto antes de que llegue tu padre.

Su sonrisa me despidió en la puerta y yo avancé con decisión, temeroso de que algún vecino estuviera pendiente de ver al que había hecho gemir a Sara de aquella manera.

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