Mi prima venía a preñarse y la cedí a otra mujer.

Segunda parte de “Mi prima venía a preñarse y salió con el culo roto”

Como os narré en el capítulo anterior, Isabel, mi prima vino a verme para someterse a un tratamiento de fertilidad. Aunque en un principio me negué porque no la soportaba ni a ella ni al imbécil de su marido, al examinarla esa rubia resultó más puta que las gallinas y me entregó su culo. En este capítulo os voy a narrar mi visita a su casa y como mi parienta me demostró ser una máquina sexual sin parangón.
Había quedado con ella ese mismo viernes al salir del hospital, aprovechando que el inútil de Manuel iba a pasar el fin de semana con unos “inversores”. Reconozco que cuanto me invitó y me dio esa escusa peregrina, pensé sin temor a equivocarme que su marido se la había vuelto a dar con queso y que en realidad serían unas putas, las personas con las que iba a pasar esos días. Como estaba seguro que su mujercita iba a darme otra vez sus nalgas, no la saqué de su error y me preparé para disfrutar de ella sin la presencia de ese corneador cornudo.
Haciendo honor a mi fama de hombre puntual, estaba llamando a su puerta a las ocho de la noche. En mis manos llevaba un ramo de flores para agradecer sus “atenciones” pero ocultos en el interior de mi mochila cargaba un arsenal de instrumentos sexuales que pensaba usar durante mi estancia allí.
Tal y como había previsto, la zorra de mi prima me recibió vestida para matar. Obviando que éramos familia, se había puesto un vestido casi transparente que realzaba la rotundidad de sus curvas. Isabel tras saludarme con un beso en la mejilla, cerró la puerta y llevándome al salón, me pidió que me acomodara mientras ella iba a terminar de hacer la cena.
“¡Menudo culo tiene la condenada!”, me dije al observar mientras se iba a la cocina sus impresionantes nalgas.
Su evidente coqueteo quedó confirmado por el vaivén que imprimió a su trasero y por eso, babeando, descubrí a través de la tela que esa putilla solo llevaba un escueto tanga bajo su ropa. En ese momento, dudé si seguirla y follármela contra la encimera o esperar y seguir con mi plan. Al ver un mueble bar repleto de buen whisky, decidí aprovechar la “gentileza” de Manuel y darme un homenaje con su bodega.
Acababa de servirme un Chivas con hielo cuando la oí que me decía:
-Pon algo de música para crear ambiente.
-¡Qué romanticón!- gritó la guarra de ella cuando escuchó los primeros acordes.
Dando un sorbo a mi bebida, me reí pensando:
“Te vas a llevar una sorpresa, ¡So puta!”
Mi plan era enseñar a esa rubia que mis servicios eran caros y ya que no podría cobrarle mis honorarios de la forma habitual, iba a resarcirme con su cuerpo. Haciendo cálculos, mi querida primita tendría que entregarse a mí durante años para saldar esa deuda y por eso, para mí, ese fin de semana solo sería el anticipo.
Ajena a todo ello, Isabel volvió trayendo la cena. La sensualidad con la que se comportó al percatarse de la forma que la miraba, me indujo a suponer que la mujer no pondría demasiados reparos a lo que le tenía preparado. Su disposición quedó de manifiesto cuando acercándose a mi lado, me rogó que le pusiera una copa.
-¿Qué te apetece?- pregunté poniendo hielos en un vaso.
Mi prima sin cortarse en absoluto, contestó mientras me acariciaba el trasero:
-Algo muy frio para calmar mi calentura.
Haciendo caso omiso a sus manoseos, terminé de servirle el copazo y solo cuando le dio el primer trago, cambié de música y puse la canción de Joe Cocker: “YOU CA LEAVE YOUR HAT ON”. Isabel al reconocer esa melodía y saber que era la de la famosa escena del striptease de Kim Basinguer, me miró muerta de risa y preguntó:
-¿Y eso?
Lanzando un órdago a la grande, contesté:
-Quiero que te desnudes lentamente para que pueda valorar mi mercancía-.
-¿Por dónde empiezo?-, me dijo melosamente mientras se desprendía del primer botón.
Ni siquiera me digne en contestarla, fueron mis manos desgarrando su vestido las que respondieron su pregunta. Mi prima no se lo esperaba y tras unos momentos de incredulidad, sonrió diciendo:
-Me encanta que seas rudo- tras lo cual y siguiendo el ritmo de la música, se fue quitando el sujetador sin dejarme de mirar a los ojos.
El erotismo y la entrega con la que me obedeció, me reveló que esa zorra deseaba que la hiciera mía y por eso, trataba de descubrir por mis gestos, si me gustaba cómo se estaba desnudando. Confieso que me satisfizo ver que obedecía pero aún más observar que sus pezones lucían inhiestos, producto de la excitación que la embargaba. Decidido a incrementar su ardor, me acerqué a ella y con una mano levanté su barbilla.  Luisa creyó que quería besarla pero entonces como si estuviera tasando un animal en una subasta, le di la vuelta y comencé a estimar en voz alta su valor.
-No creo que pudieras conseguir más de cien euros por polvo en la calle- comenté hiriendo su autoestima.
Mi prima lejos de escandalizarse, se dio la vuelta y mostrándose en su plenitud, me respondió:
-Te equivocas. Hay mucha gente con buen gusto que pagaría una fortuna por mi culo. ¡Tú entre ellos!
Me cabreó darme cuenta que desde su punto de vista era verdad. Esa cabrona había conseguido que todo el tratamiento le saliera gratis. Por eso y sacándola de su error, cogí entre mis manos una de las negras areolas que adornaban su pecho y regalándola un duro pellizco, respondí:
-Estás hablando antes de tiempo. Todavía no sabes lo que tendrás que hacer para que considere saldada tu deuda.
Fue entonces cuando Inés, recreándose en su supuesta superioridad, me contestó:
-¿Ser tu amante? – y recalcando sus palabras con hechos, comenzó a desabrochar mi cinturón.

-Te equivocas- le solté. –Te haré mi esclava.
Tras lo cual dando un sonoro cachete en su culo, solté una carcajada. Isabel debió pensar que era un juego porque arrodillándose frente a mis pies e imprimiendo un tono sumiso a su voz, me dijo:
-Si ese es el precio, úsame…
Ni siquiera le di tiempo a terminar y retorciéndola el brazo, la llevé hasta su cama. Tirándola sobre el colchón y mientras ella no paraba de reír, le solté:
-¡Zorra! Si gritas tus vecinos sabrán que le pones los cuernos a tu marido.
Mi prima todavía en la inopia del destino que le tenía reservado, me gritó:
-¡No me violes! ¡Por favor!-
Disgustado porque no se tomara en serio mi actuación,  decidí darle un escarmiento y soltándole un tortazo, le grité:
-No se viola a una puta, se le paga y como yo ya lo he hecho solo voy a tomar lo que es mío- y sin esperar su reacción, le di la vuelta y cogiendo la cuerda la até.
-¡Me haces daño!- se quejó cuando apretando los nudos, la inmovilicé con los brazos atados a los barrotes de la cama.
Sin compadecerme de ella, le tocó el turno a sus tobillos y con ella ya maniatada, la cogí del pelo y pregunté:
-¿Cuántos consoladores crees que eres capaz de albergar?-
La rubia me miró asustada por primera vez e intentando comprender lo que ocurría me dijo casi llorando:
-Libérame,  ¡No me está gustando!
Aproveché su desconcierto para darle otro guantazo mientras me reía. Isabel ya  histérica me ordenó que parara pero entonces sacando u bozal de mi mochila se lo coloqué en la boca, teniendo únicamente cuidado de no asfixiarla. Incapaz de asimilar lo que le estaba ocurriendo, se retorció sobre las sábanas intentando zafarse pero tras unos minutos de vanos esfuerzos, se quedó quieta mientras sus ojos brillaban de ira.
Disfrutando de mi dominio, saqué unos dildos de diferentes tamaños y sin importarme que pensara, los fui introduciendo uno a uno dentro de su sexo como decidiendo cual era el mejor. A esas alturas, la rubia ya estaba convencida de que la iba a violar y por eso, empezó a derramar lágrimas mientras trataba de evitarlo.
Al verla al borde de la desesperación, decidí que era la hora de incrementársela y extrayendo un enorme falo de plástico del interior de la bolsa, se lo mostré diciendo:
-Mira lo que tengo aquí- tras lo cual embadurnándolo de glicerina, se lo incrusté hasta el fondo de su coño.
La expresión de dolor con la que me regaló, me reveló su angustia y que había obtenido mi propósito. Satisfecho y no queriéndola forzar más de lo necesario, le metí otro más pequeño en su ano. Ya ensartada por sus dos agujeros, puse los aparatos a la máxima potencia y la dejé sola. Acto seguido me puse a cenar.

“Cocina bien la hija de perra”, pensé mientras daba buena cuenta de los platos que esa puta había preparado.
Con la tranquilidad que da el saber que cuanto más tardara, más tiempo tendrían esos artefactos para sacarla de las casillas, me lo tomé con tranquilidad y habiendo acabado, me preparé un café. Con la taza entre mis manos, volví a su habitación. Allí descubrí que el sudor cubría su cuerpo y que mi “querida” parienta estaba a punto de caramelo.
“Está buena” me dije valorando positivamente el estupendo cuerpo que se podía retorcía sobre el colchón.
Pequeña de estatura, mi prima era dueña de un par de peras dignas de un banquete.  Si sus pechos eran cojonudos, el resto no tenía desperdicio. Dotada por la naturaleza de una exquisita anatomía, comprendí que la mujer había dedicado muchas horas de su vida a mantener en un estado perfecto. Por eso y descubriendo mi presencia, empecé a acariciarla mientras le decía:
-Esta noche vas a experimentar nuevas sensaciones.
Inconscientemente, mi prima se relajó al sentir mis manos en su piel y antes de que se diera cuenta el cumulo de excitación que llevaba sufriendo, desencadenó un tremendo orgasmo que la asoló por completo.  Al percibir que su chocho rebosaba de flujo, le solté:
-Ves perrita como te gustará lo que te tiene reservado tu amo.
Fue entonces cuando de improviso sonó el timbre de su casa. Mi prima fue la primera sorprendida y más cuando sonriendo le informé:
-Acaba de llegar tu visita.
Su rostro reflejó incredulidad y miedo. Sin darle a conocer a quien había citado fui a abrir la puerta. La tortura de verse atada en una habitación, al alcance de la persona que había entrado en supuso, le aterrorizó y por eso cuando volví acompañado, Isabel llevaba el rímel corrido producto de un padecimiento espantoso.
-¿Es esta tu perra?-, me preguntó mi acompañante al ver a mi victima postrada en la cama.
-Sí- respondí.
Admirando la belleza de la mujer, mi visita se relamió los labios y me pidió permiso para irse a cambiar. Descojonado señalé el baño de la habitación y aprovechando su marcha, me acerqué a Isabel y quitándole la mordaza, le pregunté si le gustaba mi primera sorpresa:
-¿Quién es esa zorra?- contestó con su voz cargada de ira.
-Tu primera experiencia lésbica- respondí mientras volvía a colocarle el bozal.
Sacando fuerzas de su desesperación, intentó nuevamente zafarse de sus ataduras y solo se quedó quieta cuando al abrirse la puerta del baño, vio que la morena que la había estado observando venía totalmente desnuda. Alicia, así se llamaba mi invitada, era un portento de mujer de raza negra. Dotada con  una belleza casi masculina, tenía a gala ser una domina bisexual y por eso cuando le expliqué que le daría una sumisa que jamás había estado con una mujer, no se pudo negar y se mostró ansiosa de ser ella quien la estrenara.

Acechando a su regalo, la mujer se acercó a la cama y con su mano, comenzó a examinarla. Mi experimentó por primera vez la suavidad con la que una mujer tocaba a otra. Aunque sus ojos parecían que iban a salirse de sus órbitas, me quedó claro que en su interior, no le disgustaba porque dejó de debatirse y se relajó. Fue entonces cuando llamándome a su lado me besó tiernamente mientras se apoderaba disimuladamente del clítoris de la muchacha.
-Gracias, es preciosa- la morena me soltó justo antes de dedicarse por completo a la mujer postrada.
Esta creyó estar en el paraíso cuando sintió que los labios de mi amiga acercándose a su sexo. Os tengo que reconocer que me excitó ver que la rubia había cedido y que esperaba ansiosa descubrir esa nueva experiencia. Estaba tan fascinada con la negrita que sus ojos brillaron de felicidad al sentir que la recién llegada, sacaba el consolador de su coño y lo sustituía con su lengua.
-Tu perrita está cachonda- me señaló mi conocida al saborear el flujo que desbordaba el sexo de mi prima.
-Lo sé- respondí mientras me sentaba tranquilo en una silla a observar la escena, no en vano la había elegido porque además de ser una experta tenía esa rara cualidad de dar confianza a los novatos.
 
Tras varios minutos de continuos toqueteos y acercamientos, mi amiga decidió que Isabel estaba ya preparada toqueteos y desatando la correa que sostenía la mordaza, la besó en los labios. Fue un beso posesivo al que mi prima inducida por una pasión desconocida respondió con ardor. Se notaba a la legua que a Isabel le había encantado Alicia.
“No tiene mal gusto”, me dije.
Era alta, negra clara, de un tono que contrastaba con la blanquísima piel de mi mi prima.; cabello negro rizado y largo; con unos rasgos finos y unos ojos felinos, mi amiga era bellísima. Su cuerpo no se quedaba atrás. Tenía unos perfectos pechos redondos y un abdomen plano era el anticipo de una cintura de avispa y de un culo impresionante. En ese momento, os tengo que reconocer que viéndola me dieron ganas de ser yo quien estuviera atado.
La negra controlando la situación, desató a mi prima. Ya libre, lejos de huir, se entregó totalmente de forma que los besos continuaron por un buen rato. Después de un tiempo, mi amiga bajó poco a poco por el cuello de esa rubia hasta sus pechos. Los besó, los lamió, los succionó y los mordió haciendo que su dueña perdiera la razón gimiendo como una loca. 
Desde mi asiento me estaba perdiéndome gran parte de la escena.
“¡Mierda!” exclamé mentalmente y para solucionarlo cambié la silla de lugar para observarlas en todo su esplendor sin perder detalle de los acontecimientos.
No tardé en ver como Alicia llevaba sus dedos hacia la entrepierna húmeda de la otra. La agitada respiración de mi prima era muestra elocuente del terremoto que estaba asolando su mente. Isabel al sentir esos intrusos hurgando en su intimidad, abrió los ojos como platos.
-Disfruta  putita- le dijo al oído mientras la besaba, tras lo cual reanudó los lentos movimientos dentro de la inundada cueva en que se había convertido el sexo de la rubia.
Los gemidos de ambas llenaron la habitación cuando la boca de la negra se adueñó del hinchado clítoris de mi prima. Esta la miró alucinada al comprobar que lejos de asquearla, le encantaba que esa mujer la estuviera devorando y ya sin poder aguantar más, gritó mientras se corría.
-¡Dios! ¡Qué gozada!
Al oírlo, Alicia introdujo dos dedos dentro del coño de mi parienta y muy lentamente comenzó el mete y saca. Esa excitante escena se prolongó durante unos minutos hasta que viendo la morena que su “victima” se había visto liberada por segunda vez por el placer decidió dar el siguiente paso.
-Pásame mi bolsa- me ordenó.
Parcialmente molesto por su autoritario tono, me levanté y se la di. Con una sonrisa en el rostro, metió su mano en el bolso y sacó una caja de cera para depilar mientras le decía:
 

-Una puta como tú no puede llevar un coño tan peludo- tras lo cual cogió dos tiras de la cera y cuidadosamente se la colocó encima del pelo que le sobraba. Una vez paso el tiempo necesario, de un solo jalón, se las arrancó.
-Arggg, Me hiciste daño- la rubia se quejó.
-Tienes prohibido hablar, perra- le recriminó mi amiga y brocha en mano empezó a extender la crema de afeitar alrededor de su pubis. Isabel, más tranquila, empezó a disfrutar del leve toqueteo de la brocha sobre sus labios. El frescor de la misma se enfrentaba con el calor que ella estaba sintiendo en su interior. Yo, mientras tanto, convidado de piedra, seguía absorto todos sus movimientos.
Con mucho cuidado y con una cuchilla, Alicia afeitó ese monte y dando el último retoque me preguntó mientras con movimientos circulares jugaba con su clítoris, dándole suaves golpecitos con el dedo:
-¿Te gusta?
Reconozco que se veía hermoso y apetecible pero lo que realmente me encantó fue pensar en qué le diría a su marido cuando descubriera el cambio. Una vez acabó, se agachó y mordisqueando el interior de sus muslos, se fue acercando poco a poco a su objeto de deseo, Al llegar, sacó la lengua recorriendo su raja, y se concentró en el bultito erecto.  Primero con pequeñas aproximaciones, luego con una lamida profunda que tumbó nuevamente las defensas de mi prima.
-Sigue- gimió ya descompuesta al sentir que su enésimo orgasmo se acercaba.
Al escucharla, Alicia que  estaba disfrutando de la indefensión de la rubia, le dijo mientras sacaba un enorme arnés de su bolsa:
-Ahora te voy a echar un polvazo.
Isabel miró extrañada el instrumento al no haber nunca visto uno parecido y asustada por su tamaño, gritó:
-Me vas a destrozar.
La negra poniendo cara de sádica, le respondió:
-Es lo que quiero. Tu dueño me ha pedido que te enseñe como folla una mujer y eso es lo que voy a hacer- tras lo cual lo encendió y de un solo movimiento se lo insertó en su coño.
La penetración fue brutal. De los ojos de la rubia brotaron  unas lágrimas de dolor pero eso no detuvo a Alicia que, viéndola indefensa, aceleró su ritmo moviendo sus caderas en un movimiento frenético. Esa escena donde dos mujeres amándose formaban un mecanismo perfecto terminó por decidirme y acercándome  a ellas,  use mis manos para abrir las nalgas a la mulata. Su gemido me confirmó que era bienvenido y por eso ya sin reparo alguno,  introduje mi lengua en su ojete. Alicia, encantada con la caricia que estaba recibiendo su ano, me dijo:
-Ya era hora.
Su sabor agridulce me enardeció y  con un dedo fui relajando el esfínter, el cual rápidamente reaccionó, ablandando su tensión. Al comprobar que estaba lista, introduje mi pene lentamente mientras ella no dejaba de bramar de gusto. Ya con todo la extensión de mi miembro en su ano, sintiéndose llena prosiguió con sus penetraciones. A cada embiste mío, respondía Alicia con uno suyo sobre su hermosa montura. Esa doble estimulación al sentirse poseída y posesora, hizo que en pocos segundos, el placer la dominara y pegando un chillido, se corrió. Su cuerpo al desplomarse insertó cruelmente el arnés en la vagina de Isabel, la cual sobreexcitada, pedía más como si le fuera la vida en ello.
Fue entonces cuando nuevamente la zorra de mi prima me sorprendió porque pegando un alarido, me gritó:
– ¡Dale duro!
Su palabras fueron el empujón que necesitaba y explotando dentro del trasero de la negra, llené con mi semen sus intestinos. Ya exhausto dejé caer mi cuerpo sobre el de ellas mientras Isabel se retorcía buscando que el pene de plástico la llevara nuevamente al orgasmo.
Quizás fue entonces cuando se dio cuenta que acostumbrada a un matrimonio fallido, el entregarse a mí la iba a descubrir nuevos horizontes y por eso buscando mis labios, me besó diciendo:

 -Espero no haber saldado todavía mi deuda…

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