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Ese día todo me había salido mal. El trabajo agobiante, el calor insoportable y encima una antigua novia que no dejó de llamarme, insistiendo en que quería que conociera a una amiga recién llegada de Panamá. Cansado por su insistencia, no me quedó más remedio que aceptar y quedé con esa desconocida en el Goizeko, un lujoso restaurante vasco ubicado en la zona más cara de Madrid.

Cansado y estresado hasta decir basta, al salir de trabajar, me tomé una ducha para relajarme. El chorro del agua cayendo por mi cuerpo consiguió lavar el sudor pero no consiguió expulsar el cabreo en el que estaba instalado por culpa de los negocios.

«Necesito una copa», pensé mientras me enjabonaba, «espero que mi cita sea divertida porque si no, no pienso quedarme a terminar la cena».  Con mis cuarenta y nueve años ya no estaba para perder el tiempo con una pareja aburrida y menos malgastar una noche con ella. Acostumbrado a alternar y con bastante éxito con las mujeres, últimamente tuve que reconocer, me aburría fácilmente. «Espero que no sea una niñata de veinte años», mascullé entre dientes ya escamado con el hecho que mi amiga no me hubiese querido contar como era esa tal Maite.

-No te preocupes, te gustará- me dijo al ver mi insistencia en que al menos me dijera qué edad tenía.

La seguridad de Ana contrastaba con mis pasadas experiencias con las citas a ciegas. «La que no era gorda, era insoportable», protesté mientras pensaba en mis gustos: «Soy fácil de complacer, me gustan más jóvenes pero no tanto para ir por ellas a la universidad. Altas, delgadas y con unas piernas largas que acariciar al terminar la noche».

-Joder como ella pero sin mala leche- exclamé cabreado al recordar cómo había terminado con esa morena por sus celos enfermizos.

El recuerdo del acoso al que me sometió durante tres meses pidiendo que regresara con ella, me alertó que quizás su conocida fuera también una celosa compulsiva. «Espero que no», maldiciendo temí, «otra más, ¡No!».

Enfadado sin motivo, salí de la ducha y ya desnudo sobre los azulejos del baño, dudé si afeitarme o no porque a muchas mujeres le gusta la barba de dos días que llevaba.

-Mejor me afeito.

Mirándome al espejo, la imagen del hombre maduro que me devolvió no me gustó porque a pesar de hacer ejercicio y mantenerme bien para mis cuarenta y nueve años, no podía negar que no era un niño.

«¡Qué jodido es cumplir años!», pensé mientras me enjabonaba la cara. La inseguridad de irme haciendo viejo sin tener a una mujer a mi lado, era un tema que empezaba a ser renuente en mi mente. «A este paso terminaré mis días en un asilo persiguiendo a las enfermeras».

Sabiendo que necesitaba no solo una compañera sino a una amante que me hiciera feliz dentro y fuera de la cama, me terminé de vestir dudando que esa tal Maite fuera la que el destino me designara.

«Eso solo ocurre en las películas».

Cita a ciegas en Gozeko Kabi

Al estacionar mi todoterreno, el aparcacoches vino raudo a por las llaves y por su propina mientras yo miraba alrededor buscando a esa panameña con la que había quedado y de la que no sabía nada. Para no saber, desconocía incluso su raza pero conociendo que el porcentaje de raza caucásica en ese país era de apenas un 11%, lo más seguro es que fuera de color. Personalmente, no me importaba su etnia. Una mujer puede ser guapa independientemente de su piel.

Al no ver a nadie esperando en la puerta, entré directamente al local. El maître, un conocido de años, me informó que todavía no había llegado nadie preguntando por mí y por eso le pedí una cerveza mientras esperaba.

«¿Cómo será?», me estaba preguntando cuando vi entrar por la puerta un espectáculo de mujer.

Con casi un metro setenta y unas piernas largas que no parecían tener final, la recién llegada era preciosa. Vestido con un  pantalón negro y una camisa con lentejuelas doradas, parecía una niña bien del barrio de Salamanca.

«Está buena», sentencié mirando su melena castaña.

La llegada de esa niña hizo que todo el respetable se girara a verla. Su boca pintada de rojo llamaba a ser besada y su trasero era perfecto a pesar que era delgada.

«No debe de pesar más de cincuenta y cinco kilos», calculé mientras observaba que esa mujer echaba un vistazo a la sala como si buscara a alguien.

Creyendo que era una española más y por lo tanto no era mi cita, me puse a leer la carta de vinos olvidándome de ella.

-Hola guapo- escuché que me decían desde mi derecha.

Al levantar la mirada, me encontré a esa muchacha sonriendo a mi lado. Abochornado por mi falta de educación, me levanté a saludarla con un beso en su mejilla.  Al acercarme, un aroma fresco invadió mis papilas:

«Miss Dior », adiviné.

Ese perfume era mi preferido y por eso me la quedé mirando, al imaginarme que mi amiga se lo había contado pero no queriendo empezar con mal pie, le pregunté cómo me había reconocido:

Con un desparpajo que solo las centroamericanas tienen, me contestó:

-Eras el único que cuadraba con la descripción- y entornando los ojos, me soltó: -Un madurito enorme con cara de golfo.

Que nada más empezar hiciera referencia a mi edad, no me hizo ni puñetera gracia y por eso calculando que no debía tener ni treinta años, le solté:

-En cambio, a mí me mintieron. Me dijeron que eras una mujer y no una niña.

Mis palabras podían ser tomadas como un piropo o como un insulto. A la castaña no le pasó inadvertido mi contraataque y poniendo cara de buena, bajo su mirada mientras decía:

-Gracias, pero tengo treinta y ocho.

La actitud de la mujer cambió y de ser una bomba sexual que dejaba boquiabiertos a los hombres a su paso, en ese momento parecía una cachorrita abandonada que invitaba a abrazarla. Sabiendo que había adoptado un papel y que en realidad esa muchacha seguía siendo la mujer segura y rompedora que entró por la puerta del restaurante, me quedé pensando:

«Cuidado que esta niña sabe lo que quiere».

La confirmación que Maite era consciente de su atractivo me quedó clara cuando al sentarse en la silla que le había acercado, lo hizo de forma tal que permitió que mis ojos recorrieran su trasero en forma de corazón.

«Tiene un culo estupendo la condenada», sentencié sin darme cuenta que esa mujer me estaba empezando a interesar. Curiosamente al percatarse del exhaustivo examen que había hecho a su anatomía, bajo la blusa de la panameña dos pequeños bultos la traicionaron al sentirse excitada. «La gusta sentirse observada», pensé dejando mi copa en la mesa y mirando con descaro su pecho.

Maite al sentir la caricia de mi mirada, se puso roja como un tomate y cambiando de postura, evitó que siguiera admirando sus senos pero algo en ella me aviso que también se sentía alagada de que la viera sexi a pesar de nuestra diferencia de edad.

-Cuéntame, ¿a qué has venido a España?

Muerta de risa, llamó al camarero y le pidió que nos trajera una botella de Merlot, antes de contestar:

-Podría decirte que de vacaciones pero en realidad, ¡he venido por ti!

-¿Por mí?- pregunté extrañado ya que esa criatura no me conocía.

-Sí. Tanto me ha hablado María de ti, que supe que si todo lo que decía era cierto, debías de ser mío.

Confieso que en ese momento me estaba empezando a cabrear el que directamente diera por sentado que si le gustaba lo que descubría, yo caería sin más en sus brazos. Por eso decidido a darle un corte, posé mi mano sobre su pierna mientras le decía:

-No crees que a lo mejor no me atraes.

Sin importarle que mis dedos estuviesen en ese momento acariciando su muslo, la castaña luciendo la mejor de sus sonrisas, contestó:

-Ningún hombre ha resistido mis encantos. Si me gustas, serás mío- recalcó mientras imitándome ponía su mano en mi entrepierna y al sentir como mi pene se ponía duro al contacto, susurrando en mi oído, se alzó con la victoria mientras me decía: -Lo ves, ya estás bruto.

Su desfachatez incrementó mi enfado pero para mi desgracia cuando estaba a punto de soltarle una fresca, oí que me saludaban. Al mirar quien había llegado, descubrí que era Manuel, uno de mis mejores clientes y amigos, con su mujer. No pudiendo contestar como se merecía a esa castaña, me levanté a saludar a la pareja sin presentar a mi acompañante pero entonces, esa manipuladora se levantó diciendo:

-Ya que mi novio es tan maleducado de no presentarme, me llamo Maite.

Mi cara debió de ser un poema al verme asaltado de esa forma porque no en vano Beatriz era también una buena amiga.

«¿De qué va esta tía?», pensé sintiéndome contra la pared porque aunque esa arpía no lo sabía, ese matrimonio llevaba mucho tiempo insistiendo en que me buscara novia y tratando de librarme de su acoso, me había inventado que tenía una.

Mis peores temores se hicieron realidad cuando la mujer se auto invitó a nuestra mesa diciendo:

-¿No me extraña que Fernando te hubiese tenido escondida? ¡Eres monísima!

El piropo de Beatriz me supo a cuerno quemado pero en cambio para la aludida fue el inicio de una agradable conversación en la que descaradamente se inventó que llevábamos casi seis meses juntos.

«¡Será zorra!», mascullé al saber que si la descubría quedaría como un mujeriego ante la esposa de mi cliente y por eso tuve que aceptar a regañadientes su versión.

Queriendo vengar de algún modo la afrenta, volví a posar mi mano sobre su pierna y mientras mis dedos iban subiendo por su muslo rumbo a su sexo, siguiendo su mentira pregunté a Manuel a qué hora era al día siguiente la montería.

-Tienes que estar en la finca a las ocho porque a esa hora sorteamos los puestos.

La sorpresa que leí en la cara de la panameña me dio el valor necesario para incrementar su turbación al recorrer las distancias que me separaba de mi meta mientras confirmaba mi presencia a esa hora.  Acababa de llegar hasta el tanga que  tapaba su sexo cuando noté que separaba un poco sus rodillas mientras le decía a la esposa de mi amigo:

-¿Vas tú también? Me gustaría acompañar a Fernando.

Beatriz que no sabía que en ese momento mis dedos estaban acariciando por encima de la tela el sexo de esa criatura, contestó que por supuesto que estaba invitada. Alucinado por su descaro, castigué su osadía rozando su clítoris con una de mis yemas. Maite al experimentar mi toqueteo y queriendo reprimir un gemido,  cerró sus piernas dejando mi mano presa entre ellas. Su indefensión me indujo a incrementar mi ataque deslizando mi yema por debajo del tanga.

-¿Te ocurre algo?- pregunté en plan irónico a verla sufrir.

-Cariño, me pone bruta que me metas mano frente a tus amigos- contestó con sorna.

Me quedé paralizado al creer que me habían descubierto pero entonces soltando una carcajada aclaró a Beatriz que era broma. Esa rubia que al igual que se había escandalizado se unió a sus risas creyendo que era broma y recalcando el tema, me tomó el pelo diciendo:

-Ya era hora que te encontraras una que te pusiera en tu lugar.

Humillado iba a quitar mi mano de su entrepierna pero reteniéndola entre ellas, esa casi desconocida susurró en mi oído:

-¿Quiero verte chupando tus dedos llenos de mi flujo?

La calentura que descubrí en su voz me hizo obedecerla y recreándome frente a mis amigos, me los metí en la boca mientras decía en voz alta que estaba riquísimo su coñito.

-¡Mira que eres bruto!- chilló muerta de risa Beatriz. –Menos mal que sé que es mentira.

En cambio, Maite me miró descompuesta mientras sus pezones se alzaban tan orgullosos de haber vencido como excitados porque por primera vez ese maduro probara el tesoro que escondía entre los pliegues de su sexo. Por mi parte, tengo que reconocer que me pareció un manjar su sabor y que desde ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera hundir mi cara entre sus muslos y recorrer sus pliegues en busca de más.

Me consta que la muchacha también deseaba que lo hiciera porque pasando sus dedos por mi entrepierna, me preguntó murmurando que si nos íbamos.   Ni que decir tiene que la perspectiva de hacer realidad mi sueño fue suficiente para acelerar la cena y en menos de diez minutos, salir de ese restaurante no sin antes confirmar que al día siguiente estaríamos a la hora concertada en la montería.

La panameña ni siquiera esperó a que encendiera el coche para con sus ojos entornados y en silencio, bajarme la cremallera. La rapidez con la que discurría todo me hizo temer que esa lindura fuera en realidad una puta que hubiese contratado María para abochornarme pero estaba ya tan caliente y mi polla estaba tan dura que no pude más que aceptar cuando Maite sacándola de su encierro, agachó su cabeza y abriendo su boca, se la puso a mamar sin decir nada.

«Dios, ¡Qué boca!», exclamé mentalmente al sentir el sensual modo en que esa castaña se apoderaba de mi miembro.

Con una lentitud exasperante, recorrió mi glande con su lengua y embadurnándolo con su saliva, me miró dulcemente antes de írselo metiendo centímetro a centímetro en su interior al tiempo  que usando sus manos, acariciaba mis huevos cómo sondeando cuanto semen contenía dentro de ellos. Desgraciadamente la excitación acumulada y la pericia que demostró mamándola, hizo que antes de tiempo descargara mi cargamento contra su paladar. Maite lejos de mostrarse contrariada, se puso a ordeñar mi simiente con un ansia tal que creí que tardaría días en que se me volviera a poner dura.

Solazándose con su lengua recogió mi semen y se lo tragó todo mientras seguía con su masturbación en busca de dejarme seco y no contenta con ello cuando notó que ya no había más explosiones, busco cualquier rastro de mi leche para bebérsela.  De manera que en menos de cinco minutos después de haber salido del local, había conseguido el postre que tanto deseaba desde que le metiera mano contra su voluntad.

Al terminar, levantó su mirada y sonriendo, me soltó:

-Déjame en mi hotel. Estoy cansada pero te espero mañana a las seis para que me lleves con tus amigos.

Os juro que no me creí que fuera cierto y que después de lo que había hecho, esa zorrita me apartara de su lado y por eso cuando me despedí de ella en la puerta de su habitación hice un intento por pasar la noche con ella. Pero manteniéndose firme, Maite me soltó:

-No sería apropiado acostarnos juntos la primera noche que nos conocemos.

Viendo que era verdad y que me pasaría la noche solo, intenté hacerla cambiar de opinión diciendo:

-Tú misma has dicho que llevamos seis meses saliendo.

Muerta de risa, me besó y sin despedirse, cerró su puerta en mis narices…..

El camino hacia la montería

Durante toda la noche fui incapaz de conciliar el sueño. Cada vez que lo intentaba, volvían a mi mente esos labios carnosos que me habían brindado tan gran pero efímero placer. En mi imaginación la vi llegando a mi cama pero cada vez que intentaba cogerla entre mis brazos, riendo desaparecía dejándome todavía más cachondo y desesperado.

Por eso llegué a recogerla de muy mala leche a su hotel. Al salir por la puerta descubrí que no se había vestido para pasar el día en el campo y que en vez de ponerse unos pantalones gruesos que la protegieran de las zarzas, la muy incauta se había colocado unos leggins azules que para colmo marcaban con rotundidad los labios de su sexo. Su indumentaria poco propicia para la caza se completa con una camiseta de tirantes negra que dejaba entrever que llevaba un brassier rojo.

Nada más sentarse junto a mí, hice ver a Maite que se había equivocado diciendo mientras llevaba mis dedos a la suculenta rajita que tan ufana mostraba:

-Imagínate que vas entre árboles y una rama te araña aquí. No creo que te gustara.

La idea no le gustó pero la caricia sí y pegando un gemido me dejó claro que permitiría que la fuera poniendo a tono durante el viaje pero aun así me dijo que si quería iba a cambiarse pero negándome por la falta de tiempo, le dije que en el camino pararíamos en una gasolinera que frecuentan los cazadores y allí le compraría algo más apropiado.

Nunca le dije que iba aprovechar esa parada para meterme con ella en el probador y arrancando el todoterreno, salimos rumbo a la finca de Manuel. Ya de camino, el sol de la mañana nos pegaba de frente y el habitáculo del todoterreno se empezó a calentar.

-¿Me podrías dar una botella de agua?-preguntó acuciada por la sed.

Mientras se le daba una idea perversa se me ocurrió y por eso en cuanto intentó beber, di un frenazo y se empapó por entera.

-Lo has hecho a propósito- dijo con mal genio al saberse burlada.

Riendo pasé mis dedos por su pecho mojado haciendo una breve parada en uno de sus pezones. Maite se contagió de mi risa y levantándose la camiseta, dejó que mi mano se hiciera con uno de sus pechos todavía cubierto por el sujetador mientras me decía:

-¿Te gustan? Uso talla noventa.

Su descaro me indujo a  retirar un poco tan incómoda prenda, dejando al descubierto una aureola rosada y grande que me hizo babear solo pensando en que pronto la tendría entre mis labios.

Ella, descojonada, me dijo al notar que lo cogía entre mis dedos

-Me captas de inmediato. Llevo toda la noche soñando con sentir tus dedos en mis pechos.

Sus palabras despertaron la bestia que había en mí y pegando u suave pellizco en su pezón, le pedí que se quitara los leggins.

-¿Aquí y ahora? ¡Podrían verme!- trastornada protestó por  mi petición.

-Sí, quiero ver el coñito que me voy a comer.

-Eso será si yo te dejo- contestó en absoluto mosqueada.

-Lo harás princesa- repliqué – y antes de lo que te imaginas.

Con una sonrisa de oreja a oreja y mientras me obedecía, insistió:

-Vas a hacer que me ponga húmeda y entonces querré que me tomes.

-Ese es tu problema- dije azuzándola a obedecer.

Usando toda la sensualidad que solo las mujeres de su país poseen, la panameña fue dejando caer lentamente esas medias a sus pies al tiempo que miraba de reojo como mi pene se iba sintiendo afectado por su exhibición. Al comprobar que se iba formando una dura erección bajo mi pantalón, Maite aceleró sus maniobras y ya sin los leggins, preguntó si seguía con el tanga rojo que llevaba a juego del sujetador.

-Hazlo princesa- fue mi escueta respuesta.

Esta vez ni siquiera protestó y quitándose las bragas, feliz separó sus rodillas mientras me decía:

-Mira, lo tengo encharcado con solo saber que tú lo estás viendo.

Mirando con un hambre atroz entre sus muslos, me quedé embelesado al comprobar que esa muchacha lo llevaba exquisitamente recortado y que solo un pequeño triangulo de vellos decoraba ese manjar.

-Tienes unas piernas preciosas- dije minusvalorando el bellezón de coño que tenía esa mujer.

Maite captó mi voluntaria omisión y mirando directamente a mis ojos, me dijo con tono pícaro:

-Y mi tesorito ¿no te gusta?

Reteniendo las ganas de parar a un lado de la carretera y forzar a esa mujer a entregar lo que ya consideraba mío, contesté:

-No puedo verlo bien. Usa tus dedos para enseñármelo.

Con una extraña felicidad en su rostro, esa muchacha que parecía no haber roto un plato, separó los pliegues de su sexo para cogiendo mi mano, fuera esta quien notara la tersura húmeda de su piel. Durante unos minutos recorrí con mis dedos esa dulce abertura mientras su dueña no paraba de gemir pidiendo que parara el todoterreno. Sus gritos y su respiración entrecortada me avisaron que estaba a punto de correrse y queriendo que obtuviera el primer orgasmos de los muchos que pensaba brindarle durante el día, incrusté mi dedo dentro de su almeja y como si fuera un pene pequeño empecé a follármela mientras le decía que era un poco zorra.

Mi insulto multiplicó la excitación de la mujer y colapsando en mitad del asiento, llegó al clímax mientras a nuestro alrededor los coches pasaban mirando al interior que ocurría extrañados que fuera tan lento en una autopista. Sabiendo que al menos un par de ellos se habían dado cuenta de la escena que ocurría en mi automóvil creí más prudente salirme de la carretera y aparcar bajo un árbol.

Ya con el coche apagado, me recreé mirando mientras Maite buscaba más placer forzando mi mano con las suyas. Su entrega me supo a victoria y bajándome los pantalones, le ordené que usara mi pene para empalarse.

Con lujuria en su rostro, la castaña no puso objeción y pasando una de sus piernas sobre mí, se sentó a orcajadas. Nada más sentir mi dureza en plenitud, la puso en la entrada de su sexo y dejándose caer, buscó rellenar su conducto con ella. La parsimonia con la que se embutió mi miembro me permitió observar como en cámara lenta el modo en que sus labios se abrían para dejar paso a mi incursión.

-Dime zorrita, ¿soy lo que esperabas?- pregunté aludiendo a los comentarios que su amiga había hecho de mí.

Exagerando su tono panameño y mientras terminaba de embutirse mi pene, contestó gritando:

-Si mi amorrrrr. Eres lo que esperaba y me quedaré todo el tiempo que quieras en España para estar contigo. ¡María no se equivocó contigo al contarme que encontraría mi hombre en ti!

Su entrega me permitió usar las manos para izarla sobre mi verga para acto seguido dejarla caer, de forma que el continuo empalamiento prolongó su orgasmo sobre todo cuando teniendo sus pechos a la altura de mi boca los cogí entre mis  dientes y los mordí buscando sacar una leche que no tenía.

-Mama todo lo que quieras pero sigue follándome- gritó casi aullando por el placer que recorría su cuerpo.

Dejando caer mi asiento para atrás, la obligué a ponerse a cuatro patas sobre él y de un solo golpe le volví a ensartar mi tallo en su interior. Fue entonces cuando hecha una energúmena trato de zafarse pero reteniéndola con mis brazos, lo evité mientras le decía:

-Ahora no te hagas la estrecha.

Sin dejar de debatirse, la muchacha me señaló que un pastor nos observaba con la cara pegada a los cristales.

Reconozco que debí hacer caso a sus súplicas pero era tanta mi calentura que me dio igual el tener público y acelerando el ritmo con el que acuchillaba ese coño, fui en busca de mi placer mientras murmuraba en su oreja:

-Deja que disfrute de una zorra como tú, seguro que solo ha visto una tan buena en las películas.

Espantada y excitada por igual, Maite dejó de luchar y se relajó al ver que el tipo era inofensivo y que se conformaba con ver cómo era poseída por mí, de forma que no tardó en contagiarse de mi pasión y abriendo la ventana, me gritó para que lo oyera ese inesperado voyeur:

-Demuéstrale lo macho que es mi hombre.

Desnuda y con sus pechos bamboleándose al compás con el que la hacía mía, el placer volvió a ella con renovados bríos y aullando como la perra en celo que era en ese momento, Maite sintió que su cuerpo se licuaba por enésima vez.

-¡Por dios! ¡No pares!- chilló sintiendo que el fuego la consumía desde dentro.

Con su coño convertido en un manantial, la muchacha fue objeto de un renovado ataque. Mi pene al entrar y salir de su interior, salpicó con su flujo tanto mis piernas como la tapicería mientras Maite se desgañitaba pidiendo más. Agarrándola de los hombros, incrementé la profundidad de mis penetraciones sabiendo que desde fuera el paisano se estaba pajeando viéndonos.

La excitación acumulada y los gritos de placer de esa zorrita, hicieron que como si fuera un volcán mi pene explosionara lanzando su ardiente lava contra las paredes de su vagina. La panameña al sentirlo, se dejó caer sobre el sillón totalmente agotada con su cara reflejando una total relajación.

Satisfecho por haber domado a esa mujer, me estaba acomodando la ropa cuando el pastor me preguntó si aceptaba que me cambiara una de sus ovejas por un polvo con ella. Maite al oir tan extraña propuesta se quedó petrificada al advertir que me lo estaba pensando.

Tras analizar los pros y los contras de ese negocio, soltando una carcajada, respondí:

-Aunque es una oferta tentadora, tengo que rechazarla. ¡Una oveja es demasiado valiosa!

Y encendiendo el vehículo, salí rumbo a la finca de mi amigo, sabiendo que esa castaña me seguiría dando mucho placer….

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