Tal y como os comenté en el capítulo anterior, una cita a ciegas me permitió conocer a un monumento de origen panameño que se desveló como una amante sin par. Su dulzura solo era equivalente al fuego que recorría su interior cada vez que hacíamos el amor.
Esa mañana llegamos puntualmente a la finca de mi amigo y eso que durante el trayecto habíamos dado rienda suelta a nuestra pasión en mitad del campo.
Beatriz, su mujer, nos esperaba en la entrada y cogiendo del brazo a mi acompañante, empezó a presentárselas a todos los presentes como mi novia. Curiosamente al contrario que la noche anterior, ya no me molestaba que se refirieran a Maite con ese apelativo porque aunque por entonces no me daba cuenta, esa castaña me estaba conquistando con su modo de ser.
Estaban repartiendo los puestos cuando Manuel se me acercó un tanto inseguro porque se había presentado sin avisar una antigua amiga y no sabiendo donde meterla había pensado en colocarla con nosotros.
-No hay problema- contesté sin medir las consecuencias que tendría tener a esas dos mujeres juntas durante tres horas.
Reconozco que no se me pasó por la cabeza que Maite viera en Alicia una contrincante ni que Alicia asumiera que Maite era una caza fortunas sin escrúpulos que quería mi dinero. Lo cierto es que al explicarle el anfitrión que iba a estar en el mismo puesto que yo, esa rubia de pelo corto y ojos claros se acercó a agradecerme el detalle.
Desde que la vi acercarse a mí con esa delantera tan enorme supe que no era algo natural sino producto de la cirugía porque antes tenía unos pechos pequeños. Sé que a ella tampoco le pasó inadvertido el repaso que di a sus melones porque poniendo cara de putón desorejado, me los modeló diciendo:
-¿Te gusta la nueva Alicia?
Aunque esas dimensiones era exageradas para lo flaca que era, tengo que confesaros que se me hizo la boca agua pensando en que se sentiría estrujando esa silicona mientras oía gritar de placer a su dueña.
Desgraciadamente, Maite llegó justo en el momento en que con la mirada estaba repasando esas bellezas y por eso desde un principio, catalogó a Alicia como una guarra que quería quitarle su hombre.
-¿Me presentas?- preguntó la panameña mirando fijamente a la rubia.
-Alicia, Maite. Maite, Alicia- respondí percatándome que entre ellas saltaban chispas.
Como si fuera un combate de sumo, las dos mujeres se retaron con la mirada antes de educadamente darse dos besos en la mejilla. La hipocresía de ambas era evidente pero no queriendo echar más leña al fuego, me abstuve de hacer ningún comentario. Su enemistad quedó de manifiesto cuando la panameña pasó su mano por mi espalda mientras susurraba en mi oído:
-¿Quién es esta puta?
«¡Está celosa!» pensé al advertir su enfado y queriendo provocar a esa castaña, contesté:
-Alicia y yo fuimos novios.
Al enterarse que entre nosotros había existido algo más que amistad, se puso tensa y ya con un cabreo del diez, me preguntó si nos íbamos a nuestro puesto. Asumiendo que se iba a enfadar, le expliqué que teníamos que esperar a que el anfitrión nos avisara. Fue entonces cuando se enteró que Alicia iba a compartir la espera con nosotros. Sus ojos reflejaron la ira que consumía su cuerpo y tratando de cambiar la distribución fue en busca de Beatriz.
Para terminar de empeorar la situación, la rubia aprovechando su ausencia me pidió que la acompañara a su coche porque se le había olvidado el bolso dentro. Confieso que no vi nada extraño en ello y por eso tontamente la seguí rumbo al aparcamiento.
Ni siguiéramos habíamos llegado al mismo cuando Alicia pegándose a mí, me dijo que estaba muy guapo con la cabeza rapada y antes de que me diera cuenta, me estaba besando mientras pasaba su mano por mi entrepierna.
Si bien en un momento rechacé su contacto, al sentir esas dos ubres presionando mi pecho al tiempo que mi verga era liberada de su prisión fue más de lo que pude aguantar y levantándola entre mis brazos, la apoyé contra un árbol y usando un matorral como parapeto, de un solo golpe se la ensarté hasta el fondo.
-Sigue cabrón, ¡echaba de menos lo cerdo que eres!- chilló la rubia descompuesta al notarse llena mientras mis dientes se apoderaban de sus pezones.
Los gemidos de Alicia me impidieron oír el sonido de mi móvil cuando Maite viendo que no estaba dentro de la casa, me llamó. Os juro que no lo escuché aunque a buen seguro si lo hubiera hecho, tampoco lo hubiese contestado porque en ese preciso instante estaba ocupado dándome un banquete con esas tetas de plástico.
Usando mi verga como ariete, golpeé su coño repetidamente sin parar cada vez más caliente al sentir la cálida humedad que envolvía mi miembro al penetrarla.
-¡Me encanta! – aulló descompuesta mi presa sin impórtale que a cada empujón su pelo se llenara de las hojas que caían del árbol contra el que la tenía apoyada.
El destino quiso que fuera tanta la calentura de ambos que conseguimos corrernos rápidamente y por eso cuando ya satisfechos, salimos de detrás de ese matorral y nos topamos con la celosa panameña, esta no pudo echarme en cara que me la hubiese tirado aunque por sus ojos supe que lo sospechaba.
-¿Qué estabas haciendo?- preguntó echa una fiera al ver la melena despeinada de mi acompañante.
-Alicia había perdido su móvil –contesté aun sabiendo que no me iba a creer.
Maite que no era ninguna tonta, se mordió los labios para no gritar lo que opinaba de mi amiga y anotándolo en su libreta de agravios, decidió esperar a un mejor momento para vengarse tanto de esa rubia como de mí por haberla traicionado. A punto de darme una cachetada, prefirió darse la vuelta y acudir ante Beatriz, buscando su amparo.
«¡Está que muerde!», sentencié al verla irse enfadada pero contra toda lógica me gustó porque en ese estado Maite era todavía más atractiva.
Ya de vuelta, vi descojonado que la panameña se había agenciado a un incauto alemán para tratar de darme celos, olvidando que gracias a mi tamaño pocos eran los hombres que se atrevían a enfrentarse conmigo. Muerto de risa, me acerqué a ellos y posando mi mano en el trasero de Maite, la acerqué a mí diciendo:
-Cariño, te echo de menos.
La cara del pobre extranjero se transmutó al ver que su conquista era abrazada por un tipo más alto que él y despidiéndose nos dejó solos a esa castaña y a mí.
-Eres un maldito. ¡Te has tirado a esa puta!- me gritó dando por sentado que la gente a nuestro alrededor lo oiría.
En ese momento, solo tenía dos salidas o buscar el enfrentamiento o huir de él y por eso cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé sus labios con mi lengua mientras ella trataba de patearme. Durante cerca de un minuto, Maite intentó zafarse de mi abrazo hasta que viendo la inutilidad de sus actos se relajó vencida. Fue entonces cuando mordiendo su oreja, comenté:
-Zorrita mía, tú eres mi única princesa.
Mi deliberado insulto tuvo un efecto no previsto, bajo la camisa de mi acompañante dos pequeños bultos la traicionaron, dejando patente que le excitaba mi dominante modo de ser y sabiéndolo, la cogí de la mano y la llevé rumbo al puesto que nos habían adjudicado.
Con Maite y Alicia en el puesto de caza.
El azar quiso que el lugar donde íbamos a apostarnos para esperar, fuera una pequeña peña donde se divisaba una buena porción de monte bajo.
«Es cojonudo», sentencié que ese sitio era ideal al tener una buena visión de un camino hecho por jabalíes. «Al ser su salida natural, debo estar atento».
Alicia que era una cazadora experta, al revisar el puesto también supo que esa pequeña vereda podía ser por donde salieran las presas y haciéndose la sabionda, me lo dijo en voz alta con el único propósito de molestar a mi acompañante.
-¡Será zorra!- escuché a Maite maldecir en voz baja.
Decidida a no dejarse amilanar por mi amiga, decidió aprovechar su inexperiencia con las armas para pedirme que le enseñara como apuntar. Estaba a punto de levantarme de la roca en la que me había sentado cuando escuché que la rubia me decía:
-¡Déjame a mí! Eres bueno como amante pero pésimo como profesor.
La panameña buscó mi ayuda con los ojos pero con gran disgusto, se dio cuenta que su jugada había salido mal al ver que no me movía y no queriendo descubrir su animadversión por Alicia, tuvo que aceptar que ella le mostrara como hacerlo.
-Lo primero que tienes es que saber cómo encarar el rifle- dijo la mujer al tiempo que pegaba su cuerpo al de la castaña tras lo cual le mostró la forma de colocarse la culata contra el hombro mientras aprovechaba para darle un buen magreo por su pecho.
Maite se quedó petrificada al sentir el descarado manoseo de su contrincante pero creyendo erróneamente que era inocente, dejó que la colocara en la posición correcta. En cambio yo si me di cuenta que ese toqueteo era una forma de venganza pero queriendo ver como salía de ese aprieto, no dije nada.
-Ponte recta y mete el culo- volvió insistir la rubia dando un sonoro azote en las nalgas de la panameña –debes de relajarte antes de apuntar.
«Se está pasando», me dije muerto de risa al ver la expresión de sorpresa de Maite al notar el duro correctivo sobre su trasero. Ya interesado, me quedé mirando como Alicia seguía metiendo mano a mi pareja ante el total asombro de ella pero lo que realmente me dejó pálido fue descubrir en los ojos claros de esa rubia una especie de deseo animal que sintiéndolo mucho, reconozco que me excitaba.
«¡Esto se está poniendo interesante!», exclamé al observar la ira que se iba acumulando en Maite y esperando que en un momento dado, la panameña explotara.
Por su parte, Alicia aprovechando la inacción de su víctima se dio el lujo de recorrer con sus manos los pechos de Maite con todo lujo de detalle, llegando a pellizcar uno de sus pezones aludiendo a un supuesto bicho que tenía sobre la camisa.
-¡Ya entendí!- protestó la castaña al saber que la otra estaba abusando pero justo cuando ya iba a encararse con la mujer, un ruido proveniente de la espesura le hizo apuntar hacia allí.
La cornamenta de un venado fue lo único que vio antes de cerrar los ojos y presionar el percutor del arma. Contra toda lógica habiendo hecho todo mal, el ciervo cayó en el acto porque la casualidad quiso que el tiro le entrara por el codillo, rompiendo en dos su corazón. La sorpresa de ver que había cazado por primera vez, hizo que Maite dejara caer el arma y se lanzara a mis brazos en busca de mis besos sin saber que Alicia quería su ración y que aprovechando lo feliz que estaba la muchacha, abrazándola la rubia la besara también en la boca. La panameña no hizo ascos a esos labios creyendo que era una muestra de cariño pero al notar la forma en que esa mujer la agarraba del trasero, se percató que era deseo lo que sentía esa mujer.
-¿Qué coño haces so puta? Déjame en paz. ¡No soy lesbiana!- le gritó a la vez que de un empujón la echaba a rodar por la pendiente.
La desgracia hizo que el empujón la hiciera caer entre zarzas y que los pinchos de esas plantas se le clavaran cruelmente en los prominentes pechos operados de la flaca. Maite al escuchar sus chillidos llenos de dolor en vez de compadecerse de su desgracia, desde lo alto de la pena le soltó:
-Zorra, ten cuidado. ¡No vaya a ser que se te exploten!- y con una sonrisa de oreja a oreja se volteó hacia mí diciendo: -Ya sabes lo que le ocurrirá a cualquier putita que mires estando yo presente.
La violencia de sus ojos me impidió siquiera socorrer a la pobre Alicia y tuvo que salir sola de entre las zarzas y volver al puesto no fuera que otro cazador la confundiera con una presa.
Como comprenderéis a partir de ahí, el estar con esas dos encerrado encima de la peña no fue un plato de mi gusto y por eso cuando al cabo de dos horas, escuché el aviso que la montería había acabado recibí con agrado el mismo a pesar que no había disparado un solo tiro…
La comida y el posterior festejo en la finca de Manuel.
La humillación y el cabreo de Alicia le impidieron cruzar palabra mientras volvíamos a la casa donde iba a tener lugar el recuento de las presas y el posterior almuerzo.
«Está planeando como vengarse», pensé al verla con el gesto fruncido.
Los hechos me dieron la razón porque ya en el cobertizo donde estaban acumulando los cuerpos de los venados y jabalíes que se habían cazado esa mañana, la rubia comenzó a extender la noticia que Maite era “novia”.
La panameña al recibir las primeras felicitaciones, me preguntó extrañada que era eso y dando por sentado lo que iba a ocurrir, riendo le dije:
-Se llama así a un cazador que abate su primera presa.
Lo que me callé fue el ritual al que se le sometía al incauto que reconocía en público que era un novato y por eso disfruté malignamente cuando esa mujer empezó a pavonearse de haber matado de un solo tiro a ese venado.
Por eso cuando Manuel actuando como anfitrión juntó a los cuarenta cazadores que habíamos tomado parte en esa montería supe en qué consistiría la venganza que había planeado la rubia. Valiéndose del privilegio de haber estado en el mismo puesto y quejándose que si no se hubiese adelantado la otra ella hubiera abatido a ese ciervo, exigió que le dejaran a ella ser el maestro de ceremonia de ese ancestral ritual.
Maite fue realmente consciente de lo que se le avecinaba cuando Alicia pidió un cuchillo y sajó el estómago del pobre bicho mientras el resto de la concurrencia aplaudía. Al ver los intestinos sangrantes esparciéndose por el suelo, la castaña estuvo a punto de vomitar pero entonces y antes que pudiese hacer nada por evitarlo, la rubia la agarró de la cabeza y le hundió la cara dentro de las entrañas del animal.
Asqueada y soltando hasta la primera papilla que le había dado de comer su madre, Maite se separó de su agresora mientras todos los presentes se reían de su expresión de desagrado.
-Serás hija de puta- dijo volteándose contra la mujer pero entonces los abrazos de la gente le impidieron dar una respuesta a modo de bofetada sobre la rubia que a carcajada limpia se reía de su desgracia.
Balbuciendo improperios a diestro y siniestro, la castaña llegó hasta mí y de muy malos modos, me pidió que le acompañara a una habitación porque necesitaba quitarse la sangre y los excrementos de encima. Llamando a mi amigo, le pedí me indicara cual era nuestro cuarto.
-El de siempre- respondió escuetamente porque estaba ocupado en reírle las gracias a un potentado que estaba en la fiesta.
Sabiendo que me había escogido una junto a la suya, volví con Maite y viendo sus fachas, no pude más que echarme a reír al comprobar el estado de su melena. El enfado de mi acompañante se magnificó y por eso en cuanto entramos al cuarto, cogió su maleta y se encerró en el baño sin darme opción a disculparme. Temiendo que una vez limpia, esa preciosidad me exigiera que la llevara de vuelta a Madrid, decidí aprovechar el poco tiempo que me quedaba para alternar con los amigos y tomarme una cerveza.
Llevaba al menos dos jarras ingeridas cuando un silbido de admiración me hizo darme la vuelta para encontrarme de frente con Maite. Con su pelo todavía mojado y embutida en un traje negro que magnificaba más si cabe su belleza, me quitó la cerveza de la mano y tomándosela de un trago, sonrió mientras me decía:
-Esa puta no sabe con quién se ha metido.
El rencor que vislumbré en el brillo de sus ojos me informó que pensaba responder con creces al ataque y supe al verlo que tarde o temprano esa panameña se vengaría. Por eso no me resultó raro, observar como miraba a su rival con ojos iracundos durante largo rato y que justo en el momento de tomar asiento, buscara colocarse a su lado.
«La va a putear todo lo que pueda», pensé al verlas juntas.
Sin demasiadas ganas, me senté en la misma mesa para intentar aminorar los daños una vez esas dos se enzarzaran en una pelea. Curiosamente, Maite cambió de actitud durante la comida y se puso a reír las gracias de Alicia con una intensidad que me hizo saber que estaba simulando. Los otros comensales resultaron ser un matrimonio y un conocido del anfitrión cuyo único atractivo era su cuenta bancaria porque además de pesar los ciento cincuenta kilos, Ricardo era el típico putero que acostumbrado a contratar prostitutas creía que todas las mujeres debían de plegarse a sus caprichos.
Tras varios comentarios machistas, la panameña me susurró:
-¿No crees que este idiota es perfecto para ella?
Más que una pregunta era una afirmación y por eso cuando todavía no nos habían retirado el primer plato y estaba charlando con el gordo, comprendí que algo extraño ocurría al ver que el tipo se ponía rojo mientras intentaba disimular.
«¿Qué le pasa a este?», me pregunté al ver que miraba de reojo a las dos mujeres que tenía enfrente totalmente sorprendido.
Al comprobar que Maite sonreía mientras estaba charlando con la rubia, supe que algo estaba haciendo y haciendo que recogía mi servilleta del suelo comprobé que mi acompañante estaba acariciando el paquete del Ricardo con su pie.
«¿Qué se propondrá?», mascullé al tiempo que me incorporaba.
El obeso que había visto mi maniobra, al verme otra vez incorporado me preguntó al oído cuál de las dos era quien estaba cachondeándolo. No queriendo delatar a Maite, contesté:
-La rubia.
Al observar la satisfacción del tipo y a modo de confidencia, le solté:
-Debe de andar caliente. ¡Lleva mucho tiempo sin que nadie se la folle!- la dicha que leí en sus ojos, me hizo seguir diciendo: -Te lo digo de buena fuente, no en vano hace años fuimos novios.
Mis palabras hicieron que como un resorte, su pene se alzara entre sus piernas y ya inmerso en la lujuria, me preguntó si iba en serio.
-Por supuesto. Alicia siempre anda en busca de un hombre que la domine.
Al creer que esa mujer compartía sus gustos sexuales, provocó que se mostrara interesado en ella y adueñándose de la conversación, comenzó un notorio coqueteo. La rubia ajena a los planes de Maite, se dejó tontear sin conocer a donde le llevaría su coquetería. La morena habiendo conseguido su objetivo, dejó al gordo en paz y riendo me dijo en voz baja:
-Esta noche, esa zorra será aplastada por esa tonelada de carne.
Aunque me extrañó su seguridad no pude más que soltar una carcajada al imaginarme a Ricardito echando un polvo a mi ex. Eso sí os reconozco que en ese momento, no creí que eso fuera a ocurrir y olvidándome de ello, me puse a disfrutar de la tarde.
Al terminar de comer, un pequeño grupo nos quedamos tomando copas mientras el resto de los comensales salían rumbo a sus localidades y como no podría ser de otra forma, Alicia y su supuesto galán se quedaron. Mientras la mayoría de los hombres jugábamos al póker, las mujeres se entretuvieron charlando y bebiendo en la sala de estar. Por eso cuando al cabo de una hora, vi a la panameña muerta de risa con la rubia, ratifiqué lo hipócrita que era mi acompañante. Pero lo que realmente me confirmó la mala uva de Maite fue cuando en un inter entre partidas, las dos mujeres se me acercaron y llevándome a un lado, me informaron que habían hecho las paces.
-Me parece bien- contesté sin creerlo.
Fue entonces cuando la morena pegándose a mí y de acuerdo con la otra, dijo mientras pasaba su mano por mi entrepierna:
-No bebas mucho, esta noche tendrás que complacer a dos.
Alicia que para ese momento ya llevaba unas copas, quiso confirmar las palabras de mi acompañante, acariciándome el pecho. El disgusto que se reflejó en la cara de la panameña fortaleció mi impresión que era una trampa y por eso cuando, en plan putón Maite me preguntó si se iban adelantando, supe que no tardaría en saber si era así:
-Perfecto, termino la partida y subo.
Al verlas subir abrazadas por las escaleras, me hizo dudar de sus intenciones y soñé con la posibilidad que esa tarde terminara gozando de un trío con esas bellezas. Por eso durante los siguientes quince minutos, no di con bola en las cartas y habiendo perdido más de doscientos euros, decidí subir a ver que hacían.
Cuando ya estaba abriendo mi habitación, vi salir del cuarto de al lado a la morena. Maite al verme, sonrió y pidiéndome silencio, dejó que entreviera el interior del aposento del que acababa de salir.
«¡Qué hija de puta eres!», descojonado, murmuré al ver a la rubia atada a los barrotes de la cama. La cosa no quedaba ahí porque no solo estaba totalmente desnuda y con un antifaz, sino que la había amordazado para evitar que gritara.
Sacándome de allí, Maite esperó a que estuviéramos en el piso de abajo para decirme:
-Esa zorra se creyó mis mentiras y está esperando a que te lleve hasta ella para que te la cojas.
Tras lo cual, sin darme tiempo a reaccionar, se acercó a Ricardo trayéndolo donde yo estaba, le dijo que Alicia le estaba esperando atada a la cama.
-¿Qué has dicho?- exclamó alucinado el susodicho.
Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, Maite contestó:
-Mi amiga lleva años soñando con que alguien la viole y me ha pedido que la atara para ti.
El gordo se puso a sudar con solo oírlo y dejando su copa en la mesa, acudió raudo a cumplir el supuesto sueño de esa rubia. La panameña decidió que no podía perderse el observar como culminaba su venganza y cogiéndome de la mano, fuimos tras el tipo. Ya arriba, descubrimos que fueron tantas las prisas de Ricardo que ni siquiera cerró la puerta antes de bajarse los pantalones y por eso fuimos testigos de cómo saltaba con el pito tieso entre las piernas de su víctima.
Esta se dio cuenta de inmediato que no era yo quien se la estaba follando y retorciéndose sobre las sabanas intentó zafarse del acoso de su agresor. El obeso por su parte creyó ver en esa reacción parte de su fantasía y sin dejar de penetrarla, llevó sus manos hasta los pechos de la indefensa mujer y comenzó a morderle los pezones.
-Te gusta, ¿verdad puta?- escuchamos que decía al tiempo que machacaba el sexo de Alicia con su pene.
Mientras tanto y bastante más motivado de lo que debiera, pegué mi verga al culo de la panameña. Maite al sentir mi dureza contra sus nalgas, me rogó que la llevara a nuestra habitación pero entonces y para su desgracia ya estaba suficientemente excitado y por eso sin hacer caso a sus ruegos, le bajé las bragas mientras con la otra mano me afianzaba en sus tetas.
-¿No iras a follarme en mitad del pasillo?- protestó al ver mis intenciones.
Sin dirigirle la palabra, saqué mi instrumento y antes que pudiese hacer algo por evitarlo, se lo hundí hasta el fondo de su vagina.
-¡Serás cabrón!- aulló molesta.
La facilidad con la que mi verga se introdujo en su interior me confirmó que estaba cachonda aunque no lo quisiese reconocer y por eso sin esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, comencé a meterlo y a sacarlo con rapidez.
-Llévame a la cama- rogó al sentir mi ataque.
Obviando sus deseos y mientras en la alcoba Ricardo seguía violando sin saberlo a Alicia, incrementé mi ritmo. Era tan brutal el compás de mis penetraciones que Maite tuvo que apoyarse con los brazos en la pared para no caer al suelo.
-Cabronazo, ¡me encanta!- gritó por fin asumiendo que le gustaba ser usada por mí.
Su entrega facilitó el contacto y ya inmerso en la lujuria, me agarré de sus pechos para seguir follando. La panameña al sentir mis manos apretando sus tetas, bramó como loca y moviendo sus caderas, colaboró conmigo buscando su placer.
-¡Así me gusta! ¡Muévete!- ordené al notarlo.
Mi acompañante supo que no pararía hasta descargar mi simiente en su interior y queriendo acelerar mi orgasmo, comenzó a chillar como loca que la embarazara. Lo creáis o no al escuchar de sus labios que quería quedarse preñada de mí, me dio morbo y cogiéndola de la cintura, llevé al límite mi ritmo.
La nueva postura provocó que mi verga chocara contra la pared de su vagina justo en el momento en que desde la habitación escuchamos a Alicia gritarle al obeso que no parara. No sé si los gritos de esa rubia contribuyeron pero en ese preciso instante, Maite empezó a convulsionar presa de un gigantesco orgasmo.
-¡Lléname con tu leche!- aulló descompuesta mientras brotaba de su sexo un torrente de cálido flujo que salpicaba mis piernas con cada penetración.
La idea que esa tarde podía inseminar a esa preciosidad me obligó a cogerla en brazos y sin sacar mi verga de su interior, la alcé y la llevé hasta el cuarto que nos tenían reservado. Una vez allí, la tumbé en la cama y reanudando mi asalto, le pregunté si era cierto que quería que la embarazara.
-¡Si quiero!- contestó con un ardor que no dejó lugar a equívoco… ¡Esa mujer deseaba ser preñada por mí!
Sabiendo que era más que una fantasía, aceleré y fui descargando mis cargados huevos dentro de esa mujer mientras ésta gritaba satisfecha de placer al tiempo que intentaba ordeñar hasta la última gota de mi cuerpo.
Agotado me dejé caer sobre ella y Maite lejos de incomodarle mi abrazo, se dio la vuelta y comenzó a besarme con pasión renovada mientras me decía:
-¡Júrame que me vas a hacer un hijo! Desde que me hablaron de ti, supe que el destino nos uniría….
Reconozco que lejos de molestarme, su fijación me alegró al percatarme que lo único que me faltaba para ser feliz en mi vida era un hijo, pero no queriendo perder la ventaja que me confería le dije:
-Si quieres un hijo, ¡lo tendrás! Pero antes, ¡me darás tu culito!- y sin esperar a que se lo pensara otra vez, le di la vuelta y pegando un largo lametazo en su ojete, me dispuse a tomar posesión de la última frontera que me quedaba por sortear.
Increíblemente, Maite sonrió y separando con sus manos sus dos blancas nalgas, me soltó:
-¡Es todo tuyo!
Al por oírla, comprendí que no dejaría a esa mujer volver a su país porque la quería junto a mí el resto de la vida….

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