Tercer capítulo de “Sustituí a su esposa en la cama de mi tío”.
Mi relación con mi tío era cada vez mejor, no solo era mi macho y el hombre en el que me podía apoyar sino que también sabía mantenerse en segundo plano cuando me apetecía jugar con  mi sumisa. María que, hasta un mes, solo era mi compañera de universidad, ahora vive con nosotros y como la obediente mujer que es, cuando llega de clase se cambia de vestido y se pone el uniforme de criada.
Todavía recuerdo el día que se lo hice. Como me resultó imposible encontrar uno que combinara elegancia y sensualidad, por eso tuve que comprar el típico de sirvienta antigua y arreglarlo. Mis retoques fueron mínimos: la larga falda quedó convertida en una minifalda que me permitiera disfrutar de sus piernas nada más verla e incrementé la longitud de su escote para que si nos apetecían sacarle las tetas, no tuviéramos que desabrochar ningún botón.
Acababa de terminar de coser, cuando escuché a Manolito llorar. Al mirar la hora, comprendí que lo que tenía el niño era hambre y sacándolo de la cuna, me puse a darle de mamar. El niño ya tenía nueve meses de edad y aún seguía dándole el pecho porque cuando ese crío se apoderaba de mi pezón, me hacía sentirle totalmente mío.
Esa tarde me senté con él en el salón porque quería esperar que María llegara para entregarle mi regalo. La morena no tardó en llegar y cuando lo hizo, seguía con mi niño al pecho.
Tal y como habíamos quedado, de puertas afuera, éramos amigas pero dentro de mi casa, esa muchacha debía mostrarme respeto. Por eso, tocó la puerta y pidiéndome permiso, se arrodilló a mis pies para mirar como el niño se alimentaba. Desde que descubrió que de mis pechos manaba leche, buscó limpiar ellas las gotas que mi chaval dejaba al terminar. Si para mí, era un placer criar a la antigua a mi primo, para ella, era una obsesión servirme.

Os reconozco que sentirla a mi lado mientras Manolito mama, me excitaba porque cuando el bebé dejara en paz mi pezón, vendría la boca de esa mujer a sustituirlo.


-Tienes un regalo- le dije al verla postrada a mis pies y mostrándoselo, le exigí que se lo probara.
María sonrío al ver de qué se trataba y cogiéndolo quiso ir a su habitación a probárselo pero con un breve gesto, le informé de que quería ser testigo de cómo se lo ponía.
Aun antes que empezara a desnudarse, comprendí por el brillo de sus ojos que mi sumisa estaba excitada. Dócilmente se puso en mitad del salón y con la lentitud que sabía que me gustaba, se empezó a desabrochar la blusa. Botón a botón la fue abriendo, dejándome disfrutar de cada centímetro de su escote. Una vez terminó, se despojó de ella, pudiendo por fín comprobar que bajo su sujetador, María ya tenía los pezones duros.
-¿Estas cachonda?- pregunté al advertir que le costaba respirar.
-Sí, ama- respondió sin dejar de desnudarse.
Llevando sus manos a su espalda, abrió el cierre de su brassier y tirando de él dejó libres sus senos.

-Date prisa, puta. ¡No tengo todo el día!- le dije ya acalorada y con ganas de verla vestida con ese uniforme.

María, al oír mi orden, supo que me estaba excitando y con la satisfacción de estar cumpliendo con su deber, se despojó de su falda, bajándola aún más tranquilamente por sus caderas. Al quitársela pude admirar que tal y como le había mandado esa mañana, en vez de bragas llevaba un cinturón de castidad, protegiendo mi propiedad.
-Tráeme las llaves- le pedí porque me urgía verla desnuda.
Mi sumisa, fue hasta mi bolso y me las trajo. Con verdadera ansia, abrí el candado para quitarle el siniestro aparato y aprovechando mientras se lo desprendía, pasé mis dedos por su sexo. Juro que me encantó descubrir que esa zorra lo tenía encharcado y sintiendo que bajo mi propia falda, ocurría lo mismo le ordené que acercara porque quería olerla.
Sumisamente puso su coño a mi disposición y tal como le había enseñado, con los dedos separó sus pliegues para que pudiera valorar si lo tenía como a mí me gustaba. Nada más acercar mi nariz a su entrepierna, fui testigo de la forma tan rápida con la que esa zorra se excitaba conmigo porque ante mis ojos, su sexo se anegó y derramando lágrimas de flujo, estas recorrieron sus piernas.
Satisfecha le pedí que me cogiera a Manolito. La morena lo sostuvo con cuidado porque sabía que ese crío era mi propiedad más valiosa y sin poderse ni mover, tuvo que soportar en silencio que con mis dos manos, le abriera sus nalgas para verificar que el plug anal seguía en su sitio. Al comprobar que no se lo había quitado, le di a modo de premio un sonoro azote en uno de sus cachetes y volviendo a coger a mi chaval, le ordené que se pusiera el uniforme.
Con celeridad, se vistió y tras hacerlo, bajando la cabeza me preguntó si estaba satisfecha. Al mirarla, comprobé que su belleza quedaba resaltada por esa ropa y deseando que Manuel, mi tío, estuviera ahí para verla, le dije:
-Para ser una piltrafa, no estas mal.
Como sabía que había pasado mi examen, sonrió deseando que llegara su recompensa. Usualmente si se portaba bien le dejaba que después de limpiarme del pecho los restos de leche, hiciera lo mismo entre mis piernas. La propia María era consciente de que se había vuelto una adicta de mi coño y mi peor castigo era cancelar su ración diaria de él.
-El niño ya ha terminado, cámbiale y vuelve.
Con celeridad, cumplió su cometido y colocando a Manolito en su cuna, volvió  a la habitación. Ya desde la puerta, se agachó y vino hacia mí, de rodillas y maullando como una cachorrita. Aunque me gustó la forma en que me informaba de las ganas que tenía de saborear el fruto de mis pechos, para entonces ya era una necesidad sentir sus labios en mis pezones y por eso le mandé que empezara.
María ni siquiera me respondió con palabras y pegándose a mi silla, comenzó a lamerme desde mis hombros hasta el cuello. La sensación de sentir su lengua acercándose por mi cuerpo era brutal y mientras mis areolas se ponían duras, bajo mis bragas mi sexo era ya un lago de deseo. Mi sierva no hizo ningún comentario cuando percibió las contracciones de mis muslos y recreándose en mi escoté, me despojó de mi sujetador, mientras yo sentía que esa tarde iba a obtener mucho placer de su boca.
Dejando mis pechos al descubierto, acercó su boca a ellos y con tono suave, me pidió permiso para empezar.
-¡Hazlo! ¡Puta!
Era tal mi calentura que en cuanto acercó su lengua al primero de mis pezones, mis dos pechos empezaron a manar leche. María al verlo y sabiendo lo mucho que me disgustaba que se desperdiciara, se lanzó a tratar de contener esos dos torrentes. Con las mejillas empapadas, bebió de mis tetas sin darse cuenta que su urgencia me estaba poniendo bruta y que el modo en que intentaba beber toda mi producción me estaba llevando al borde del orgasmo,
-Tráete un vaso- le exigí al advertir que la leche caía en cascada por  mi estómago.
Asustada por fallarme, salió corriendo y en vez de traer lo que le había pedido, trajo dos tazones. Su error  resultó mejor porque cogiendo uno de ellos, su tamaño le permitió mamar de un seno mientras la producción del otro rellenaba el recipiente.
-Soy una vaca lechera- dije al comprobar que la leche recién ordeñada ya cubría la mitad del tazón.
Sonriendo, mi sierva respondió:
-Sí, ama pero me encanta.
Al irla a reprender porque nadie la había permitido hablar, descubrí que tenía toda la cara empapada y muerta de risa, le dije que dejara mis pechos y se concentrara en mi sexo.
-Pero ama, se va a desperdiciar….- contestó estupefacta.
-Por eso no te preocupes- contesté cogiendo el otro tazón y poniéndolo en el pecho libre.
Comprendiendo que no podía negarse a cumplir mis exigencias, se arrodilló entre mis piernas. Al verla en esa posición tan servil pensé que iba a ver saciada mi deseo con celeridad pero, en vez de ello, se dedicó a recorrer con su lengua mis pantorrillas mientras miraba con cara descompuesta su meta. Me sentí tan íntimamente observada que se me incrementó mi calentura e inundando la habitación con el olor de su celo, me quedó quieta esperando sus siguientes movimientos. Como una zombie controlada por sus hormonas, se vio impelida a acercar la cara a mi sexo. Ese aroma penetrante le llamaba e incapaz de negarse, introdujo su lengua en mi coño.
Mis gemidos le dieron la seguridad que le faltaba y abriendo con dos dedos mis labios, dejó al descubierto mi fijación. Con toda la parsimonia del mundo, lamió y mordió mi clítoris. Las carantoñas de su boca se fueron profundizando cuando con completo deleite saboreó el enorme flujo que brotaba de mi manantial secreto. Ya poseída por la lujuria, su lengua recogía a borbotones mi néctar mientras con su mano se empezaba a masturbar.
Demasiado caliente para contenerme, le exigí que se atiborrara de mí. Su lengua penetró en mi interior  asolando mis defensas. No solo violentó mi gruta, sino que aprovechándose de mi flaqueza, sus dedos acariciaron los bordes de mi ano. Me sentí paralizada al percibir que su índice se introducía arañando mi anillo. Totalmente empapada, me dejé hacer. Sentir que mis dos hoyuelos eran tomados al asalto fue superior a mis fuerzas y gritando, me vacié en su boca.

Todavía no me había repuesto del orgasmo cuando al levantar mi mirada, vi que Manuel nos observaba desde la puerta. Sus ojos reflejaban satisfacción pero entonces se fijó  en los vasos rellenos con mi leche que todavía portaba en mis manos:
-¿Y eso?- me preguntó.
Muerta de risa, me levanté y dándoselos, le dije:
-Son para ti.
El cabrón de mi tío los cogió y llevándoselos a la boca, empezó a beber de la leche de su sobrina, diciendo:
-Cariño, cada día  tu leche es más dulce.
Os juro que al verlo disfrutar del producto de mis pechos, me volvió a excitar y pasando mi mano por su bragueta, descubrí que la escena que involuntariamente le habíamos brindado, lo tenía también alborotado. Como María se había portado bien, decidí premiarla y por eso, levantándola del suelo, apoyé su cuerpo contra la mesa mientras le preguntaba a mi tío:
-¿Te apetece usarla?
Mi hombre sonrió y levantándole la falda, recorrió sus nalgas con las manos. Mi sumisa al sentir las yemas de Manuel acariciándole el trasero no pudo reprimir un gemido. Al percatarse de que la zorra tenía su chocho encharcado, no se lo pensó dos veces y sacando su pene, la penetró de un solo golpe.
Eso fue el preludio. Durante toda esa noche, tanto yo como mi marido seguimos gozando de María. Aunque nuestra relación a tres bandas no es lo habitual, os juro que no me arrepiento y es más os tengo que confesar que tanto mi tío como yo disfrutamos gustosos de la carne tibia de nuestra amante sin pensar en el futuro.
Todo se complica al venir mi madre de visita.
Nuestra idílica existencia donde mi tío, Manolito y yo formábamos junto con María una peculiar familia, se trastocó sin remedio un día que mi madre decidió visitarnos  previo aviso. El azar quiso que mi sumisa se encontrara sola en casa y creyendo que era yo quien volvía de la universidad, salió a recibirla vestida de uniforme.
Os podréis imaginar la cara con la que se quedó mi madre al verla ataviada con tan poco discreta vestimenta pero obviando el tema, le preguntó por mí:
-La señora todavía no ha vuelto- contestó María dándose cuenta del percal en que se había metido: -Debe estar a punto de llegar.
Tras lo cual la llevó al salón y le preguntó si quería algo mientras esperaba. Mi progenitora con la mosca detrás de la oreja, le contestó un café. Preparárselo le dio la oportunidad de coger el teléfono y de llamarme. Al explicarme que la había pillado vestida así me dejó helada y anticipando mi vuelta, fui a su encuentro.
Al llegar a casa, dejé mis libros en el recibidor y casi temblando, la busqué. Cuando la vi, estaba jugando con Manolito que con cerca de un año ya empezaba a balbucear. El chaval en cuanto me vio vino gateando llamándome mamá. Como para mí era algo normal, no me fijé en la cara de mi propia madre que entornando los ojos, me preguntó un tanto escandalizada:
-¿Te llama mamá?
Supe que tenía que darle una explicación y optando por la más sencilla, riendo contesté:
-Pues claro. Para Manolito, soy su madre.
Mi respuesta no le satisfizo e insistió:
-Y a tu tío, ¿No le molesta?
Tratando de mostrar una tranquilidad que no sentía, le respondí:
-Piensa que soy la única figura materna que tiene y Manuel lo asume con normalidad.
-Ya veo- contestó en absoluto convencida, tras lo cual me informó que tenía unos asuntos que resolver en Madrid y si se podía quedar en la casa:
-Por supuesto, siempre serás bien recibida aquí- dije sin percatarme de que en teoría esa era la casa de mi tío y llamando a María le pedí que llevara su equipaje a mi cuarto para que durmiera allí mi madre.
Al irse la supuesta criada, francamente mosqueada, me preguntó:
-¿Y esta niña no debería ir mas vestida?
Soltando una carcajada, le mentí:
-Más bien, ¡Con ese uniforme parece una puta! El problema es que es nueva y la anterior era mucho más bajita.
Mi contestación la tranquilizó y uniéndose a mi risa, respondió:
-Deberías comprar uno de su talla, tu tío es viudo y no vaya a ser que teniendo la tentación en casa, se nos eche a perder.
Dándole la razón, le prometí que al día siguiente iría a por uno y cogiéndola del brazo, la llevé a la cocina para que me contara como estaba mi padre. Dos horas después llegó Manuel que alertado por nosotras ya sabía de la presencia de su antigua cuñada y actual suegra en la casa. Disimulando la besó en la mejilla y sentándose a nuestro lado, se unió a nuestra charla. Lo malo fue que una vez transcurrido unos minutos se relajó y me pidió:
-Cariño, ¿Puedes traerme una copa?
“¡Será bruto!” pensé al oír el apelativo pero sin darle importancia para que mi progenitora no se diera cuenta, me levanté a cumplir sus deseos. Mi madre que de tonta no tenía un pelo, se olió que nuestra relación iba más allá de lo típico entre tío y sobrina y entrando directamente al trapo, le preguntó:
-¿Cómo llevas la ausencia de mi hermana?
Manuel supo por dónde iba a discurrir esa conversación y anticipándose, le respondió:
-Todavía la echo de menos pero gracias a tu hija, su perdida me resulta más llevadera.
Mi llegada evitó que siguiera con su interrogatorio y quedándose con las ganas, guardó el resto de sus preguntas para cuando estuvieran los dos solos. Supe por las caras de ambos que había interrumpido algo serio y no queriendo que dicha conversación se reanudara, les informé que la cena ya estaba lista.
Al entrar en el comedor y sentarnos, el ambiente se tornó aún más tirante al decirme la tonta de María:
-Ama, ¿Le importa que empiece a servir por su madre?
“Joder”, pensé, “¡Estoy rodeada de brutos!, al advertir la cara de mi madre al escuchar de los labios de la criada la forma en que se había dirigido a mí y como no podía hacer nada al respecto, le contesté:
-Por favor.
Aunque no dijo nada, se la quedó mirando tratando de averiguar el sentido de tamaño respeto porque ese apelativo podría ser disculpado por un origen hispano pero en la boca de una española escondía un significado que debía indagar. Me quedó clarísimo que albergaba dudas cuando aprovechando que la teórica sirvienta estaba en la cocina, preguntó:
-Y a esta niña, ¿Dónde la habéis encontrado?
Estaba a punto de inventarme una historia cuando escuché a mi tío decir:
-Es compañera de universidad de Elena y debido a que sus padres se encuentran en mala situación económica, al enterarse de que necesitábamos una criada, le preguntó si podía optar ella al puesto.
“Definitivamente, hoy Manuel tiene el día espeso”, me dije al comprender que mi madre no se creería que una chavala española y encima universitaria fuera tan respetuosa con alguien de su misma edad y formación por lo que decidí intervenir diciendo:
-Al aceptarla y como parte de un juego, se dirige siempre a mí recalcando que si en la universidad somos compañeras aquí es nuestra empleada.
-Entiendo- contestó nada convencida.
El resto de la cena transcurrió sin novedad y al irnos a la cama, por primera vez en un año, no disfruté de las caricias de mi tío sino que tuve que compartir con mi madre la habitación. El colmo fue que cuando ya estábamos las dos acostadas, me dijera:
-Esa criada es un poco rara.
-¿Porque lo dices?- pregunté.
-No sé- me confesó. –Cuando le das una orden, te mira como a un ser superior.

Tratando de cortar esa conversación, le dije riendo que eran imaginaciones suyas tras lo cual, me di la vuelta y me hice la dormida.

Si de por sí era complicado todo se torna embarazoso al descubrir mi madre la naturaleza de María.
Al día siguiente como tenía prácticas, me desperté temprano dejando a mi madre todavía dormida. Mientras me tomaba un café, llegó a la cocina mi tío que tras preguntarme donde andaba su cuñada, me contó lo cerca que había estado la noche anterior de confesarle que éramos pareja.
Asustada, le pedí que no lo hiciera porque no sabía cómo iba a reaccionar. Mi respuesta totalmente lógica, le cabreó y hecho una furia, me preguntó:
-¿Te avergüenzas de mí?
-Para nada, mi amor. Pero dame tiempo.
Comprendí lo mucho que le había dolido al verle partir hacia su oficina sin ni siquiera despedirse, dejándome sola. Tras recapacitar sobre el asunto, decidí que esa misma tarde le iba a explicar a mi madre que estaba enamorada de Manuel y él de mí y con ese pensamiento reconcomiéndome la mente, salí rumbo al hospital.
Si ya de por sí eso era harto complicado, a las dos horas, una llamada de María me hizo saber que esa conversación era urgente pero que el contenido de la misma iba a ser diferente. Os preguntareis el porqué:
Es muy sencillo, mi madre había descubierto el carácter sumiso de María y para colmo ¡Se había aprovechado de él!
Todavía me parece imposible  pero estaba en un descanso tomándome un bocadillo, cuando escuché que mi móvil sonaba. Al cogerlo, vi que era mi sumisa quien me llamaba y contestándole, le pregunté si todo iba bien.
-Ama, lo siento. ¡La he traicionado sin querer!- me contestó histérica desde el otro lado.
Su nerviosismo era tal que tuve que esperar a que se desahogara llorando antes de poder preguntarle qué había ocurrido. Os juro que mientras escuchaba sus lloriqueos pensé que se había ido de la lengua y que le había reconocido a mi madre de que era la mujer de Manuel pero lo que escuché me dejó aún más aterrorizada.
-Ama, ¡Su madre sabe que soy su sumisa!
-¡Explícate!- le respondí separándome del resto de mis compañeros.
La muchacha con la respiración entrecortada, me contó que al despertarse mi madre le ordenó que le diera de desayunar y que al hacerlo, había derramado el café sobre sus piernas.
-¿Y?- pregunté sin saber cómo eso le había llevado a confesarle nuestra particular relación.
-Le juro que fue algo instintivo. Al darme cuenta de que la había manchado, le pedí perdón y me arrodillé a limpiarla. Le prometo que yo no hice nada malo pero cuando le estaba secando con un trapo sus muslos, su madre me cogió de la melena y me ordenó que lo hiciera como si fuera usted.
-¿Y qué hiciste?
-Su tono me recordó al suyo y por eso no pude evitar cumplir su orden.
 Tras lo cual me explicó que usó su lengua para retirar los restos del café de las piernas de mi madre. Alucinada por lo que me estaba contando, no pude más que quedarme callada mientras me decía que mi madre al sentir su boca había separado sus rodillas y le había ordenado que siguiera.
-¡No me jodas!- respondí estupefacta al escuchar de sus labios que mi carácter dominante era una herencia materna y decidida a averiguar hasta donde habían llegado le  azucé a que continuara.
-Ama, me da mucha vergüenza pero su madre llamándome zorra, me llevó al baño y allí me obligó a bañarla.
Ya curada de espanto e interesada en cómo había terminado todo, escuché que después de secarla se la había llevado a la habitación y entre las mismas sábanas en la que habíamos dormido, mi madre le había exigido que calmara el ardor que sentía entre las piernas.
-¿Me estás diciendo que mi madre te obligó a hacerle el amor?
-No, ama- contestó reanudando su llanto- su madre: ¡Me violó!
-¡No te entiendo!- exclamé escandalizada.
La muchacha, sin dejar de llorar, me contó que la mujer que me había dado a luz, la había tumbado en la cama y obligándola a ponerse a cuatro patas, la había sodomizado usando sus dedos mientras le azotaba el culo con un cepillo.
-No te creo- respondí con esa imagen torturando mi mente, sin darme cuenta de que interiormente me estaba empezando a excitar.
Al oírme, María intentó defenderse diciendo:
-Le juro que es verdad, es más, usted misma podrá comprobarlo al ver las señales de sus mordiscos.
Su sinceridad me dejó pasmada y tratando de que esa agresión no tuviera consecuencias, le pedí que no fuera a la policía. Fue entonces cuando con voz dulce, Maria me demostró hasta donde llegaba su sumisión por mí porque en vez de quejarse, me dijo:
-No pensaba hacerlo. Usted me ha enseñado quien soy y le debo mi vida.
Antes de colgar, me explicó que mi madre le había prohibido contarlo pero que ella no me podía fallar una vez más y por eso me lo había dicho. Al escuchar su tono amoroso, comprendí que esa morena me quería y por eso, no pude más que pedirle que la disculpara. Mi sumisa se quedó en silencio durante unos segundos para acto seguido preguntarme:
-Si lo vuelve a intentar, ¿Qué hago?
No supe que contestar y tratando de averiguar que había sentido porque no en vano mi madre solo había repetido lo que yo y mi tío hacíamos todas las noches, pregunté:
-¿Has disfrutado?
Sé que si hubiera estado enfrente de ella hubiese visto que se ponía colorada pero como la tenía del otro lado del teléfono, solo puede oír que me contestaba con voz avergonzada:
-Sí pero menos que cuando es usted la que me toma.

Su respuesta me tranquilizó pero comprendiendo que tenía que aclarar ese asunto con mi madre, dejé todo y directamente volví a mi casa.

Me encaro con ella.
Mientras me dirigía hacía el piso que compartía con mi tío, me puse a recapacitar sobre lo sucedido y aunque os parezca imposible fue cuando como cayendo el velo que hasta entonces me nublaba los ojos, descubrí que desde niña había sabido que mi madre era una dominante.
Aunque en relación con mi padre se comportaba con una dulzura total, cuando era con el servicio o con sus propias amigas su carácter era despótico y reflexionando, comprendí que yo era su igual. Con Manuel, mi tío, me comportaba como la mejor y más empalagosa de las esposas pero con María se me había revelado mi faceta de domina.
“¡Qué curioso!”, pensé anticipando nuestro encuentro, “nunca me ha hablado de ello pero de alguna forma me lo enseñó desde niña”.
La certeza de que compartíamos esa cualidad, me tranquilizó de formar que cuando llegué a casa, ya sabía que le iba a decir. Aun así cuando crucé la puerta de mi hogar y la vi cómodamente sentada en el salón, me volví a poner nerviosa. Mi madre ajena a lo que se le avecinaba, me saludó alegremente sin apartar su mirada de la revista que ojeaba.
-¿Desde cuándo lo sabes?
Por mi tono adivinó a qué me refería y por eso dejando lo que estaba leyendo en la mesa, me miró diciendo:
-¿El qué? ¿Qué te acuestas con tu tío o qué eres una dominante?
-Ambas dos- respondí sorprendida por su franqueza.
-Respecto a lo segundo desde que eras una cría y en lo que concierne a Manuel, lo supuse desde el momento que te quedaste a vivir con él cuando murió mi hermana.
-No te entiendo.
Mi madre entonces acercándose a mí, tomó mi mano y me hizo una confidencia que marcaría mi futuro en adelante.
-La mayoría de las mujeres de nuestra familia viven esa dualidad. Por un lado necesitan del cariño de un hombre pero se desarrollan plenamente al poseer y disfrutar de una sumisa a su antojo. Cuando tu tía falleció comprendí que podías ser feliz con Manuel porque él aceptaba nuestra peculiaridad y por eso te pedí que le ayudaras.
Alucinada comprendí que no solo sabía de nuestra relación sino que la había fomentado pero también descubrí que mi tío me había mentido al no contarme lo de su esposa.
-¿Quieres decir que la tía también era una domina?
-Sí, hija y como sé lo difícil que es encontrar a un hombre que lo comprenda y lo acepte, me pareció ideal no dejarlo escapar y que fuera tu pareja.
Con un torbellino asolando mi mente, me senté y directamente le pregunté:
-Entonces, ¿Papá lo sabe?
-Si te refieres a mi orientación, por supuesto y  disfruta de mis conquistas.

Pero si lo que quieres saber es si conoce vuestra relación, la respuesta es no.

En ese momento, María entró a ver si necesitábamos algo y como de nada servía seguir disimulando, le pedí que me diera un masaje en los pies. La pobre muchacha sin saber qué hacer, se arrodilló y me descalzó. Su cara reflejaba su desconcierto y por eso poniendo mis dedos en su boca, le dije:
-Obedece.
Mi tono duro la convenció y obedeciendo empezó a lamerme los pies mientras seguía hablando con mi madre. Haciendo como si no existiera y dirigiéndome a mi progenitora le pregunté si actualmente tenía una sumisa.
-Claro hija. Una vez descubrimos nuestra faceta, las sumisas llegan a nosotras como las moscas a la miel. Exactamente no sé cómo funciona pero esas perras andan buscando una dueña y al vernos sienten una atracción irrefrenable de ser nuestras.
Cómo no me había contestado, insistí. Mi madre soltando una carcajada me reveló su identidad diciendo:
-¿Te acuerdas de Isabel, la vecina y de doña Manuela, tu antigua profesora?
Muerta de risa comprendí que la buenorra del sexto y la zorra de mi maestra eran sus perras y ya excitada, me quité las bragas y le pedí que me lo contara mientras María se apoderaba de mi sexo.
La excitación de mi madre al observar a mi sumisa comiendo mi coño no me pasó inadvertida y recreándome en el morbo que me daba el que ella fuera testigo, le insistí en que me contara como se le habían presentado esas dos zorras.
Orgullosa de ver que había heredado su perversión, me confesó:
-Con Isabel fue algo natural, desde que se mudó al edificio descubrí que era una sumisa por la forma en que me miraba cada vez que nos cruzábamos en el portal pero como por el aquel entonces tenía otra puta, no le hice caso hasta que un día que andaba cachonda, le obligué a comerme el chocho en mitad del ascensor.
Esa imagen no solo me calentó a mí sino que a mis pies María se vio afectada e imprimiendo mayor velocidad a su lengua, me informó de su calentura. Fue entonces mi madre me preguntó:
-¿Puedo usar a tu puta?
El brillo de sus ojos era tal que no pude negarme y tirando de María se la puse entre sus piernas. Mi sumisa asumió su deber y separando las rodillas que había puesto a su disposición, se dedicó a satisfacer mis exigencias.
Sé que muchos no lo comprenderéis y que incluso os sentiréis escandalizados, pero en ese momento me pareció normal compartir con mi madre los servicios de esa morena y levantándome del sofá, saqué de un cajón de la cómoda una arnés con el que usualmente me follaba a mi propiedad. Tras ajustármelo en la cintura y mientras lo embadurnaba con el flujo de María,  le pedí que me explicara cómo se había agenciado a mi profesora.
-Eso fue más curioso y en gran parte gracias a ti- respondió pegando un gemido al sentir que la morena le había metido dos dedos en el interior de su vulva.
-No te entiendo- le dije porque esa madura era una zorra implacable que tenía acojonada a toda la clase.
Mientras introducía mi pene postizo en el sexo de mi sumisa, me contestó diciendo:
-Tus compañeros puede pero tú no le tenías miedo. Y fue al ver como la manejabas a tu antojo y como ella se derretía al cumplir tus caprichos cuando descubrí su faceta.
-No fastidies- ya destornillada de risa y mientras empezaba a mover mi cintura, quise averiguar el momento exacto en que la había sometido.
Mi madre que para entonces ya estaba presa de la lujuria y sin importarle que opinara, se pellizcaba los pezones teniendo a la morena entre sus piernas, me confesó:
-Fue un día que me llamó para quejarse de tu comportamiento. La muy zorra quería que te echara la bronca por el modo en que manipulabas a sus pupilos pero salió escaldada de esa reunión porque nada mas cerrar la puerta, la besé y sin darle tiempo a reaccionar la obligué a comerme el chumino.
El modo tan vulgar con el que se refirió a su sexo, me hizo saber que estaba a punto de correrse e imprimiendo una mayor velocidad a las incursiones con las que me estaba follando a Maria, le pregunté:
-¿Te lo comió mejor que mi perra?
-Mucho mejor- respondió mientras se retorcía – ¡Tu sumisa tiene mucho que aprender!
Mi menosprecio y el de mi madre, lejos de perturbarla, la calentaron aún más y mientras intentaba mejorar la forma en que satisfacía a mi progenitora, empezó a gemir de placer producto de la cercanía de su orgasmo. Satisfecha por su obediencia y fidelidad, le di un azote y jalándola del pelo, le informé que se podía correr. María al obtener mi permiso pegando un alarido llegó a su climax, derramando su flujo por doquier.
Mi madre, que hasta entonces se había estado reteniendo, dio un grito y uniéndose a mi sumisa, se corrió. Fue alucinante escuchar sus gemidos compitiendo con los de mi sierva y ya totalmente necesitada de sentirlo yo también, exigí a María que me satisficiera. La muchacha al oírme, me ayudó a quitarme el arnés y viendo que me ponía a cuatro patas, entendió a la primera que era lo que necesitaba.
No tuve ni que pedírselo, en silencio se colocó el aparato y sin esperar ninguna orden, me penetró con él. Os juro que al principio sentí vergüenza de que mi madre observara a mi putita poseyéndome pero en cuanto ese pene de plástico rellenó mi conducto me olvidé de todo y berreando como en celo, le exigí que continuara. También os tengo que reconocer que no tardé en correrme y que cuando lo hice, pegué los mismos gritos que mi madre y mi sumisa dieron escasos minutos antes.
Al terminar, me dejé caer en la alfombra agotada. Fue entonces cuando mi madre, me ayudó a volver al sofá y una vez me había repuesto, me dijo:
-Hija, esta noche duerme con tu hombre, no es bueno que se quede solo.
Su tono me reveló que quería algo más y por eso le pregunté:
-¿Qué más quieres?
-Ya que va a estar ocupada, ¿Me prestarías a tu sumisa?
Soltando una carcajada, accedí.

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