NOTA DEL AUTOR:

Salud y buena fortuna! Ya he subido un relato a esta página pero acabo de hacerme una cuenta así que lo volveré a subir para que sea más localizable. Se agradece si dais “feedback”. Siento si no hay sexo pero os prometo que en los siguientes si habrá. Si queréis contactar conmigo podéis hacerlo en lemaleante@gmail.com. Ahora simplemente disfrutad de la lectura. La paz sea con vosotros y gracias por dejar colaborar.

Maleante.

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Caía la noche en el bosque cerrado. El sol mortecino hacía brillar tenuemente sus últimos rayos, como queriendo anticipar, que después de él, vendría la oscuridad. En esos momentos, los campesinos, mercaderes, y toda persona de tanto de a pie como la de mayor estatus, habían abandonado hacía tiempo sus quehaceres, para refugiarse, en sus, casas, palacios, chozas, establos o los agujeros inmundos a los que llamaban sus hogares, pues a ninguna persona en su sano juicio le agradaba deambular en la oscuridad. Había sin embargo uno, que aún a esas horas seguía deambulando por el bosque. Se trataba de un hombre joven que rondaría los veinte. Con una melena parda como un roble hasta la nuca y una barba recortada que le hacía parecer unos años mayor. Lo que más destacaban de eran sus ojos grisáceos. Destilaban sabiduría y experiencia, y también mostraban que habían tenido que tomar más de una decisión difícil. En definitiva, no eran ojos propios de un muchacho de esa edad. Avanzaba por la espesura del bosque a lomos un soberbio caballo, negro como la noche, que a cuanto más escaseaba la luz, más se fundía con la negrura del entorno. Por la seguridad y la firmeza con la que lo montaba se podía apreciar que el joven era fuerte y también alto. Mediría casi dos metros. Vestía unas ropas simples y abrigadas, ideales para montar en el bosque. A su espalda descansaban un carcaj de flechas y un arco y en su cinto una espada nórdica y un “scramasax” que llevaba en el costado. Lo necesario para defenderse ante algún imprevisto. Aunque intentaba mantener la calma tenía una inquietud que iba creciendo en el conforme la visibilidad disminuía. Se acercaba la oscuridad y era obvio que no iba a encontrar la salida del bosque antes de que anocheciera. Y aunque no fuera un cobarde a ningún hombre sensato le agradaba pasar la noche en el bosque. Pues la oscuridad alberga cosas bellas, pero también terrores nocturnos. Entre ellos los lobos, que adoraban despedazar sus presas en la noche. Mientras el viajero extraviado se preguntaba que hacer un trueno rompió sus cavilaciones seguido de una fuerte lluvia.

-“Mierda.”-se dijo a sí mismo- “Se ve que hoy no tengo suerte.”

Se colocó la capucha de su capa con la esperanza de resguardarse un poco de la lluvia. Pero de nada sirvió, pues se empapó enseguida. Soltó una maldición en silencio y así procedió a seguir avanzando, preguntándose si serviría de algo. Como queriendo mostrar su persistencia los árboles se abrieron un poco dejando ver una pequeña luz en la lejanía.

-¡Loados sean los dioses!-exclamó esperanzado- Tal vez hoy pueda dormir seco.

Azuzó a su montura para que se moviera más rápido hacia esa luz. Lo cual no convenció mucho al caballo.

-Vamos amigo- le animo el jinete palmeándole cariñosamente el cuello- Solo un poco más.

El caballo empezó a trotar con más decisión hacia una posible promesa de refugio. La luz cada vez se mostraba más cerca. Aun así el jinete no se sentía tranquilo pesar de que ya empezaba a sentir un cálido fuego una sopa caliente y una cama mullida. Sentía que algo los acechaba, y por ello no paraba de mirar a su alrededor. Hasta que vio la fuente de sus preocupaciones. Un grupo de ojos brillantes que los observaban desde la maleza.

-“¡Mierda! ¡Lobos! ¿Por qué ahora?”- gritó para sí mientras espoleaba al caballo que también había olido el peligro. Ese fue el inicio de una persecución salvaje. No sabía cuántos eran pero eran más de cinco. ¿Quizás ocho? ¿Diez? ¿Un centenar? Poco importaba. Si los alcanzaban no iba a ser bonito.

-¡Vamos chico! ¡Vamos!-apremió a la montura con urgencia. Mientras tanto las ramas le arañaban el rostro y las zarzas la ropa. A punto estuvo de golpearse con una rama baja y caer del corcel, sellando así su destino. Pero consiguió verla a tiempo y agacharse para esquivarla. Cuando las fieras estuvieron a punto de darle alcance los arboles acabaron de repente para dar aun claro en medio del bosque. Lo malo era que había un pequeño desnivel inesperado y el caballo saltó cayendo así la montura y el jinete. El muchacho se levantó sacando raudo sus dos hojas. Aunque sabía que pocas opciones tenía contra una manada de lobos no pensaba ser una cena fácil de digerir. Pero no se vio rodeado. Los lobos lo observaban desde lo alto del desnivel al inicio del bosque. Aunque hubieran podido saltar tranquilamente el obstáculo y precipitarse contra el infortunado viajero. Parecían no atreverse a ir más allá de donde acababan los árboles. Gruñían, mostraban los dientes y aullaban pero no parecían atreverse a dar unos pasos más. El joven esperó precavido pero viendo que los lobos empezaban a retirarse envainó las armas y buscó a su caballo. El animal estaba a unos pocos pasos de él mirándole.

-¿Estas bien Helhest?-preguntó el hombre a su caballo.

Pero le bastó un vistazo para darse cuenta de que Helhest no estaba del todo bien. Cojeaba de la pata delantera izquierda.

-“Oh no.”-pensó su amo. “¿Y ahora qué hago?” En su estado no puede cabalgar. Y a este paso no saldremos nunca de aquí. Miró a su alrededor y vio que se hallaban en una vasta pradera rodeada por el espesor del bosque. Había algunas colinas y arbustos por la zona y algún pequeño árbol que crecía tímidamente. Pero por lo general la zona no presentaba mucha vegetación. Y allí en medio del claro, se hallaba la fuente de luz: Una cabaña que desprendía humo por su chimenea. Si es que se podía llamar cabaña, pues era bastante grande. Pero no era su tamaño lo que impresionaba. Sino su estado. La construcción estaba adherida a un árbol monstruoso como, si quien construyo la cabaña lo hubiera plantado una vez terminada y durante cientos de años el árbol se hubiera fusionado con ella. Era un árbol grande y retorcido. Sin ramas ni hojas. Y grueso. Muy grueso. Habrían hecho falta una veintena de hombres para abrazar semejante árbol.

-Vamos Helhest, ya queda poco- dijo el esperanzado viajero tomando las riendas y dirigiéndose hacia el edificio, elevando una muda súplica a los cielos porque sus inquilinos fueran hospitalarios.

Mientras tanto seguía lloviendo con más fuerza y la falta de árboles había encharcado el suelo. Por lo que ahora el hombre y la bestia aparte de empapados, estaban sucios.  Llegó a la puerta, llamó tres veces y esperó. Al de un tiempo la puerta se abrió con un crujido. Extraño pues no había oído a nadie moverse dentro. En el umbras se hallaba una figura menuda y encapuchada en una túnica negra.

-Buenas noches. Siento perturbar la tranquilidad de vuestra casa. Pero me he perdido en el bosque, la tormenta nos ha sorprendido, por poco somos devorados por los lobos y mi caballo está herido. Estamos cansados, mojados, sucios y hambrientos. Por ello os agradecería si me dejarais pasar la noche en vuestra morada y brindarme un plato de comida caliente. No tengo inconveniente en pagaros- dijo llevando su mano a una pequeña bolsa que colgaba de su cinto.

-Guardad vuestra bolsa.- contestó la figura con una voz suave- Solo una persona vil exigiría dinero a un viajero extraviado. Con gusto os brindaré mi hospitalidad. Pasad, no vayáis a resfriaros. Si me dejáis a vuestra montura lo llevaré al establo para atenderlo apropiadamente. Vos mientras tanto, podéis entrar y calentaros.

En ese momento nuestro héroe se habría postrado a sus pies para darle las gracias sin embargo se limitó a murmurar unas palabras de agradecimiento y a precipitarse al alegre fuego que crepitaba en la chimenea. Se quitó la capa y se calentó lo mejor que pudo mientras el propietario de la casa desaparecía con su fiel amigo. Mientras esperaba pudo observar su entorno: Había pocos muebles pero la casa era amplia. Una mesa con un jarrón de flores y unas pocas sillas al lado de la chimenea de piedra negra donde colgaba una olla con un contenido hirviente desconocido. Para subir al segundo piso (si no había más) había una escalera de madera con las barandillas hechas de ramas retorcidas y escalones pulidos. En las paredes se podían ver las enormes raíces del árbol algunas estaban talladas con bellas filigranas y decorados y llenos de runas así como oros muebles de madera, como las estanterías repletas de libros que había. Lo que más sorprendía del ambiente era el olor que desprendían las plantas y las muchas plantas y hierbas que estaban colgadas aquí y allá. Muchas de ellas le eran desconocidas pero sí que reconoció hojas de tejo, acebo, beleño negro, menta sauco… Aunque era una mezcla variada pero agradable. Mientras estaba en sus cavilaciones la puerta se abrió y la figura entró rauda y empapada.

-Perdonad mi tardanza- respondió con jovialidad- Pero vuestra montura requería atención. Un pata torcida es algo serio por suerte ya está bien. Por cierto tenéis una bestia dócil y magnifica.  Solo necesita descansar unos días. Disculpadme si os he recibido con el rostro descubierto pero justamente me disponía a salir. Y habéis llamado a mi puerta. Voy a quitarme esto o la que se resfríe seré yo.

Y acto seguido se despojó de la túnica negra con fluidez. En ese momento el hombre no pudo evitar sorprenderse. Por la forma de la figura y su voz suave había deducido que era una mujer. Pero no estaba preparado para vislumbrar lo que tenía delante: Ante sus ojos apareció una muchacha joven. Era de estatura media. No haría mucho que habría cumplido los dieciocho y si no estaría a punto de cumplirlos. Tenía una fina cascada de pelo largo y rojo como el fuego. Le llegaba un poco más lejos que los omoplatos y estaba perfectamente cuidado. Su cara era blanca como la niebla matutina, con una naricilla pequeña. Sonreía con jovialidad mostrando unos dientes blancos y perfectos. Lo que más llamaba la atención de su rostro eran sus ojos. Verdes como las hojas del bosque bañadas por el sol. Invitaban a perderse en su intensa espesura y belleza. Y tenían una chispa de sabiduría y malicia que hacían que los hombres se sintieran terriblemente atraídos hacia ella, como se sienten atraídos por el mar por muy peligroso que sea. Vestía una túnica verde, liviana y amplia que combinaba perfectamente con sus ojos. Debía haberse quitado el calzado para entrar porque iba descalza.

-Veo que habéis entrado en calor.-le dijo la joven viendo que estaba sentado en el fuego. Decíais que teníais hambre. No tengo mucho que daros. Y no recibo muchas visitas. Pero en mi humilde opinión preparo un estofado más que aceptable. Y acto seguido cogió un cuenco de madera y un cazo y sirvió el contenido de la olla en él, con ligereza y entusiasmo. Acto seguido se lo ofreció a su huésped junto con una cuchara.

-Comed. Os ayudará a reponer fuerzas.

El guiso en cuestión, no tenía aspecto de nada que él hubiera probado nunca. Era una especie de líquido espeso de un color pardo oscuro. A simple vista no parecía comestible, y ni siquiera se podía apreciar cuales eran sus ingredientes.

-“He visto ratas con mejor aspecto”-pensó- “Pero no te puedes quejar. Te ha ofrecido su hospitalidad y debes ser un buen huésped.”

Y así, no sin ciertas dudas, se dispuso a atacar el plato. Por segunda vez nuestro héroe se sorprendió. No estaba bueno. Era espectacular. Tenía la mezcla de cien sabores diferentes todos en una armonía perfecta dándole al paladar un baile de placeres y sensaciones.

-¡Asgard!-exclamó- el huésped- ¡Doy fe de que preparáis un estofado espectacular! En mi vida he probado nada semejante. ¿Qué le habéis echado?

-Me alegra que os guste-respondió la muchacha jovial. Podéis comer cuanto queráis. En cuanto a la receta siempre varía. Lleva setas, unas hiervas que encontré por ahí, diferentes carnes. Es de las pocas cosas que sé cocinar.

El joven aún devoró 3 cuencos más mientras que ella, solo comió uno. Una vez terminaron la anfitriona me empezó a hablar.

-Bueno. Ahora que estáis secos y saciados, ¿podéis decirme quien sois?    

-“¡Que desconsideración!”- pensó el huésped- “¡Ni me he presentado!”

-Pues…-empezó a hablar el joven- Me llamo Bjorn. Vivo en una aldea humilde a un día de aquí hacia el norte, llamada “Puntarota”. Y soy cazador.

La joven soltó una carcajada estruendosa, no exenta de musicalidad y belleza. Lo cual sorprendió a Bjorn.

-Por favor-dijo la joven intentando contener la risa-Es de mala educación mentir en techo ajeno.

-¿Cómo decís?- preguntó Bjorn sorprendido.

-Es evidente, que no decís la verdad

-¿Y cómo estáis tan segura?

-Para empezar: Vuestras manos- dijo señalándolas- Demasiado cuidadas para el trabajo duro de un cazador. Además tenéis callos en las palmas y yemas de los dedos, que son síntomas del uso continuo de una espada. Para seguir, os habéis ofrecido a pagarme por cobijo. Si fuerais de una aldea humilde no gastaríais vuestras preciosas monedas tan libremente. Procuraríais conseguir cobijo de forma gratuita. A continuación vuestro equipo. Esas armas son de buen acero, que no está al alcance de cualquier campesino. Por no hablar de vuestro caballo. Esa bestia no está hecha para arar el campo desde luego. Y por último… Habéis levantado vuestros ojos hacia la izquierda. Señal clara de que mentíais.

Y siguió riéndose con ganas. Mientras tanto Bjorn estaba sonrojado

-“¡Serás idiota!-se dijo así mismo- “¡Has inventado mejores mentiras que esa! ¿Pero en que pensabas? ¿Por qué no le dices de paso que eres leñador? Seguro que te cree. ¿Debería contarle la verdad?

Pero en ese momento como leyendo el pensamiento ella habló.

-No temáis. Si no queréis contarme vuestra vida es cosa vuestra. Vuestras razones tendréis. Pero sí me gustaría saber vuestro nombre. Vuestro nombre verdadero.

Bjorn estuvo callado unos instantes. Después tomó aire, miró a la mujer a los ojos  y habló.

-Harald. Me llamo Harald.

-Un placer conoceros Harald- respondió la joven.

Se hizo el silencio que enseguida fue cortado por aquella belleza.

-Estáis muy sucio. ¿Queréis tomar un baño?

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Harald se hallaba desnudo en una bañera en el primer piso de la cabaña. Pensando, pensando en todo lo que le había pasado en la última hora. A pesar de sus negativas su anfitriona había insistido en que tomara un baño. Harald no quería abusar y antes de que ella casi lo obligara a meterse en esa curiosa bañera hecha de piedras ramas y a saber que más que milagrosamente conseguía mantener el agua en su sitio, había exclamado.

-¡Por Odín ya habéis hecho demasiado por mí! Además, ¿qué diría vuestro marido si al llegar a casa encuentra a un desconocido desnudo en vuestra bañera?- pues era obvio que aquella ninfa no viviría sola en ese árbol.

A lo que ella respondió simplemente.

-No estoy casada. Y no os preocupéis. Nadie vendrá exigiendo explicaciones. Vivo sola.

Harald juraría haber detectado cierta pena en su voz pero no estaba seguro. Le gustaba esa casa. Era curiosa pero muy acogedora. No parecía mal sitio para vivir. Pero entendía que al vivir solo debía de hacérsele a uno grande y solitaria. Estando como estaba  en sus cavilaciones notó unas manos suaves que le acariciaban la espalda. Se sobresaltó y miró bruscamente hacia atrás. Su anfitriona estaba ahí, escurriéndose el agua que le había salpicado por la brusquedad de movimientos, de la ropa y el pelo. Cuando terminó miró a Harald y sonrió.

-Suerte que no teníais nada punzante a mano. De lo contrario ya estaría muerta.-dijo con una suave carcajada.

-¡Fuego infernal de Muspelheim!- maldijo Harald.- ¿Se puede saber qué hacéis?

-¡Oh nada en especial!- dijo ella con ligereza-. Solo asegurarme de que todo es de vuestro agrado. Y de paso traeros ropa limpia ya que la vuestra la he limpiado y está secando. Pero una vez aquí he decidido limpiaros la espalda. Y luego me he dado cuenta de que no os vendría mal un masaje en ella. Está muy tensa.

Y acto seguido empezó a limpiar la zona y darle un suave masaje. El joven reconoció mentalmente que mal no se le daba, aun así se sentía algo incómodo. Ella era muy hermosa sin duda. El agua había hecho que la túnica se le ciñera más al cuerpo permitiendo apreciar mejor sus formas femeninas. Además a veces al darle el masaje se acercaba más para poder hacer mejor su labor, lo que inevitablemente hacía que el muchacho sintiera sus pechos contra su musculosa espalda. Con lo cual todos esos estímulos contribuyeron a que su virilidad se irguiera en todo su esplendor. Lu cual terminó de abochornarle.

-“¡Contrólate hombre!”-se reprendió Harald mentalmente- ¡No puedes caer, por muy bella que sea!

El masaje siguió y Harald hacía lo posible por no dejarse llevar. Pensó en los lobos, en el bosque frío, en el momento antes de una batalla, en cadáveres putrefactos. Y por fin cuando solo se concentró en eso pudo olvidar por uno momentos a su bella anfitriona.

Cuando por fin acabó el masaje, la mujer salió para dejar que Harald se vistiese con la ropa que le había traído. Unos pantalones de lana, unos calzones y una camisa de tela áspera.

-“Suficiente”-pensó el hombre ya vestido.

Se dispuso a buscar a su anfitriona. Cuando estaba en las escaleras oyó que ella le llamaba del tercer piso de la casa. Se dispuso a subir poco a poco y una vez allí llegó a una estancia amplia iluminada con velas y lámparas de aceite, con un armario y una cama grande con un montón de pieles. Había poca cosa más. Su anfitriona se hallaba de pie esperándole.

-No he caído en la cuenta- le dijo ella.- No tengo más que una cama. Así que…

-Pues dormiré abajo, en el suelo dela cocina-saltó Harald.- ¡Faltaría más!

–¿Cómo?- preguntó incrédula la joven- ¡Sois mi huésped! ¡No puedo permitir que durmáis en ese incomodo suelo de madera!

-Pero es vuestra cama y-se justificó Harald- Y no…

-Y yo os la cedo con gusto. Vamos, so seáis estúpido. Si dormís en el suelo el masaje que os he dado antes no habrá servido de nada. Y sabiendo un poco como sois supongo que mañana os dará reparo pedirme otro. Id acomodándoos. Yo aún tengo un par de deberes que hacer.

De modo que Harald se despojó de la camisa que le había dado la mujer y se metió entre las pieles.

-“Extraña muchacha”-pensó para sí.- “Vive sola en esta extraña cabaña y parece no ser consciente de su belleza.”

Estando como estaba en esas cavilaciones no se dio cuenta de la figura femenina se acercaba con pasos felinos. Después de despojaba de su vestido mojado lo dejaba colgando cuidadosamente en una silla que había por ahí. Acto seguido se aproximó a la cama.

Harald percibió movimiento por el rabillo del ojo. Se giró para detectar el origen del mismo. Y por tercera vez aquel día, nuestro héroe se sobresaltó. Su anfitriona estaba ahí. Pero desnuda como un recién nacido. Su cuerpo era pálido. Sus pechos abundantes como la fruta madura coronados por dos pequeños pezones rosas. Tenía unas posaderas firmes y una pequeña mata cuidada de pelo rojo entre las piernas. Ella sonreía sin más como si no fuera consciente de su desnudez.

-Os agradecería si me hicierais un sitio- le dijo ella como quien da los buenos días.- No os preocupéis. Soy pequeña y no ocupo mucho espacio.

Harald se hizo a un lado con tanta brusquedad que se calló por un lado de la cama arrastrando con él una manta de piel de oso.

-Con un poco de sitio bastaba. ¡No necesito tanto!-río la joven divertida.

-¡Perdonadme!- se disculpó Harald más avergonzado de lo que había estado en la vida- Al final habéis decidido dormir en vuestra cama. Ahora me voy y…

-¡No digáis tonterías!-exclamó la ninfa desnuda- La cama es lo suficientemente grande para los dos. Además las noches son frías. Dos cuerpos calientan mejor que uno solo.

-“¡Ya tengo bastante calor, gracias!”-pensó Harald con fastidio.

-P…p…pero-tartamudeó el joven- Estáis…

-Desnuda-terminó ella- Así es. Es como acostumbro a dormir. Es más cómodo.

-No deberíamos.- afirmó Harald.

-¿Por qué no?-respondió ella incrédula- Solo hay una cama. Puede albergarnos a los dos sin problemas. La noche es fría. ¿Es que acaso no os agrada mi presencia? preguntó ella con voz apesadumbrada.

Harald estaba descolocado. Parecía en verdad dolida. Y no era su intención. Ella se había portado muy bien con él y él no quería ofenderla.

-No pero…

-¡Pero que!-exclamó ella algo airada- ¿Cuáles el problema?

Harald se lo pensó un poco. Y después no sin algo de incomodidad respondió.

-Hay… Tengo a alguien esperándome en el lugar de donde yo vengo.

-¿Eso era todo?- respiró aliviada.

-¿Qué si eso era todo?-esta vez el incrédulo era Harald.- ¡Hellheim! ¿Habéis entendido lo que os acabo de decir?

-Sí. Que estáis casado.-respondió ella con naturalidad.

-¡Precisamente! Y…

-¿Y qué?- preguntó ella.- Yo solo he propuesto que durmamos juntos. Ni más ni menos.

-“¿Pero que pasa con esta mujer?- se preguntó Harald a sí mismo asombrado- “Me pide que durmamos juntos en la misma cama. ¡Estando ella desnuda!”

-¿Y que os hace pensar que yo no iré a más?- preguntó Harald en un intento por disuadirla- Soy un hombre. Y estaremos los dos solos y juntos. Podría forzaros.

Pero ella le miró con ternura, con esos místicos ojos verdes.

-Eso no me preocupa.-dijo ella- Sé que sois un buen hombre y que no me haréis daño. Además: vos mismo habéis añadido que estáis casado. Así que no habrá problema.

Y acto seguido se metió en la cama invitando al incrédulo joven a entrar.

-¡“Por Odín que lo he intentado!”-se dijo Harald a sí mismo metiéndose en la cama y dando aquella batalla por perdida.

La joven inmediatamente de acurrucó contra el como un gato lo hace junto a una estufa. Su cuerpo era cálido.

-“¡Tranquilo Harald!”- se animó con urgencia- “No pienses en la bella mujer que tienes desnuda a tu lado. Piensa en los lobos, en tu vieja nodriza, piensa en las matanzas. Piensa en Kaira. ¡Eso es! Piensa en Kaira. Porque ella te quiere y tú la quieres.

Y así empezó a pensar en los momentos que había compartido con su amada Kaira. Lo cual le sirvió para no pensar en la desnudez de su acompañante nocturna.

-Buenas noches Harald- le dijo la mujer con voz adormilada y un bostezo señal de que estaba a punto de dormirse.

-Buenas noches…- Harald hasta ahora no había caído en la cuenta de que no sabía su nombre.

-“¿Estas durmiendo con una mujer desnuda que no es tu esposa y no sabes ni su nombre?-caviló en su mente- “¡Desde luego Harald eres de lo que no hay!”

-¡Esperad!-le dijo Harald- ¡No os durmáis! Aun no se vuestro nombre.

-Odalyn. Me llamo Odalyn-consiguió decir antes de dormirse con un sonoro bostezo.

-“¿Odalyn?-se dijo Harald a sí mismo incrédulo- “Hasta su nombre es hermoso.”

-Buenas noches O…

Pero no pudo acabar. De repente el sueño lo atacó con saña y calló dormido como un recién nacido.     

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  Una mañana brumosa despertó a nuestro héroe. Se encontraba relajado. El sueño había sido en verdad reparador. Se estiró como un gato recién levantado. Buscó a Odalyn pero no estaba a su lado. Miró a su alrededor. La habitación se presentaba vacía. Lo que sí había en una silla era su ropa. Ya seca y plegada. Se vistió y bajó a la planta baja. Aquello parecía una tumba, salvo por las pocas brasas que había en la chimenea. A Harald le pareció buena idea alimentarlas con un poco de leña. Una vez empezó a crepitar el fuego salió a fura. Una bruma blanquecina envolvía aquel páramo concediéndole un aspecto misterioso. Ahora que no llovía la belleza del lugar se apreciaba mucho mejor y ya no era tan lúgubre como la noche anterior. Estando como estaba mirando a su alrededor Harald descubrió un edificio cerrado al lado de la casa que no había visto la noche anterior. Estaba hecho con materiales del bosque por lo que el aspecto era de lo más pintoresco.

-“¿Será ahí donde esté Helhest?”-pensó el joven.

¡Helhest! ¿Cómo se había olvidado de su fiel amigo? ¡Estaba con él desde que era un potro! Entró con decisión buscando al equino.  Hellhest estaba en una caballeriza. Lucía buen aspecto y tenía heno suficiente.

-¡Helhest!- gritó Harald emocionado

El caballo respondió a su amo con un relincho que venía a significar que él también se alegraba de verle. Harald se acercó al animal y le palmeó el cuello.       

-¿Cómo estas compañero? ¡Vaya susto me diste anoche! Veamos como tienes esa pierna.

Helhest no pudo más que resoplar. Harald se agachó y examinó la pata del animal. Estaba vendada y pringosa por una cataplasma de hierbas que tenía. No parecía muy inflamada. Parecía que esa mujer sabía lo que hacía.

-“¿Dónde estará Odalyn?”-pensó de repente.

Una vez asegurándose de que Helhest estaba bien salió fuera del establo. Rodeó aquella mezcla de casa en el bosque y árbol milenario y  miró a su alrededor. Solo el prado y rodeándolo el bosque. ¿Dónde estaría aquella misteriosa chica? Pensó en ella y en sus hermosos ojos verdes. ¿Verdes? Miró hacia el bosque.

-“¿Y sí…?”-empezó a cavilar.

No habiendo acabado la frase avanzó directamente hacia la espesura del bosque. Recién empezada la mañana aquel lugar era impresionante. Los fresnos hayas, robles y demás árboles convertían aquel lugar en otro mundo. Una vez avanzado en lo profundo del bosque y desaparecida la pradera, Harald oyó agua correr.

-“¿Un río?- pensó para sí.

El sonido era pesado lejano y poderoso. No era como el fluir suave de un río. Y si lo era sería uno especialmente caudaloso.

-“No.-sentenció firmemente. Una cascada.”

Los incansable labor del agua había construido una de tamaño medio seguida por un río de cauce suave. Aquel lugar transmitía calma y paz. Harald respiró profundamente dejándose embriagar. El sol empezó a dejar entrever unos tímidos rayos matutinos que se colaban entre la niebla. Y ahí, sentada debajo de un gran fresno se hallaba Odalyn. Harald quiso acercarse a ella pero se detuvo al ver que estaba desnuda. Se hallaba sentada con las piernas cruzadas y los brazos apoyados con las palmas hacia arriba. Sus ojos estaban cerrados y respiraba profundamente, haciendo que sus pechos subieran y bajaran. A su alrededor había piedras, hierbas y ramas formando un circulo. Había lo que parecían los restos de una cierva delante de ella y ella se había pintado runas en el cuerpo con sangre. Lo que más llamó la atención de Harald fue la infinidad de animales que había allí reunidos. Lobos, ciervos, ratones osos, pájaros… Y un soberbio ciervo blanco como la nieve que se hallaba frente a la chica. Majestuoso e importante. En el fresno donde estaba Odalyn había una serpiente al pie, reptando entre sus raíces. Una ardilla en las ramas bajas observaba curiosa la escena sin detenerse un instante, saltando de una a otra.  Y por último una majestuosa y enorme águila estaba posada en la copa dominando todo el claro. Harald se alarmó. ¿Por qué estaban ahí todas esas bestias? ¿Estaría la joven en peligro? Tanteó en su cinto para coger su espada pero no la encontró. Se maldijo a sí mismo por haberla dejado en la cabaña. Sin embargo sí que se había traído la larga y mortífera hoja de cincuenta centímetros que era su “scramasax”. Un arma con un mango forrado en cuero con una hoja larga de un solo filo con una letal punta, durmiendo en una vaina de cuero con motivos nórdicos. Jamás se separaba de él. Odalyn se levantó de improviso y se giró para acto seguido abrazar al árbol. Harald, que en ese momento se acercaba “sax” en mano se detuvo de improviso. No se esperaba aquello. Aparte de que tenía una visión perfecta de las nalgas de la muchacha, la escena le impresionaba bastante. También pudo fijarse en su rostro. Seguía con los ojos cerrados. Pero sonreía. Parecía en paz en aquel lugar. Además el sol empezaba a brillar y los rallos que daban directamente en la joven la hacían parecer más bella. La magia se rompió cuando uno de los lobos se percató del joven armado y se volvió hacia el con el vello erizado y enseñándole los dientes con terribles gruñidos, seguido de unos diez lobos más y cinco osos, que no parecían muy contentos.

-“No puedo con todos”-entendió Harald.- “En menudo lío te has metido”

Y cuando parecía que todo estaba perdido…

-¡Harald! ¿Pero qué coño haces? ¿Cómo se te ocurre venir a este lugar armado?

Odalyn se acercaba a él corriendo, haciendo que sus protuberancias botaran al ritmo de la carrera. De no ser por la situación, habría resultado hasta divertido. La chica se interpuso entre el hombre y las fieras.

-Odalyn… ¿Qué…?

-¡Cállate!-le interrumpió ella- ¡Suelta esa arma! ¡Ahora mismo!

-Pero…

-¿Quieres salvar el pellejo? ¡Pues suéltala!-parecía que iba a explotar

Harald soltó el “sax” de mala gana. Inmediatamente las fieras se alejaron y volvieron a tumbarse por el claro pacíficamente. Odalyn suspiró aliviada y se dejó caer al suelo.

-Dioses… creí que íbamos a tener otra pieza despedazada a parte de esa cierva. Y la verdad no me apetecía nada-dijo ella- ¿Pero en que estabas pensando? ¿Ibas a pasar a todos los animales a cuchillo? ¿Tú solo?

-Yo…-titubeó Harald- Pensé que estabais en peligro.

-Ves a varias fieras inmóviles apaciblemente… ¿y piensas qué estoy en peligro? No es un razonamiento muy inteligente que digamos. Por suerte no ha pasado nada. Guarda tu cuchillo. Yo tengo que lavarme.

Y sin decir nada más se zambulló en la poza de la cascada para desaparecer entre sus aguas. Harald estaba perplejo. Era demasiado para aquella mañana. Y para colmo aquella joven seguía en cueros poniendo a prueba el aguante del pobre Harald. Lo peor es que ella no parecía percatarse. Y si lo hacía no le importaba. Lo cual hacía que Harald tuviera ideas seductoras. Pero nada recomendables en su estado.

-“¡Mierda Harald! ¡Contrólate! ¡Piensa en Kaira! ¡Te está esperando! ¡Cuando llegue a casa pienso follarmela hasta que llegue el maldito Ragnarok!- se dijo a sí mismo.

Recogió su cuchillo y lo guardó en la vaina. Odalyn nadaba como una ninfa. Harald prefirió mirar al ciervo blanco que se había tumbado al pie del árbol. Era una criatura hermosa de una belleza mística. No parecía de este mundo. Aquel lugar destilaba poder. Harald sentía que si permanecía ahí el tiempo suficiente oiría la voz de los dioses. Mientras se maravillaba Odalyn salió del agua limpia y como una autentica diosa. Se escurrió el pelo y se dirigió a abrazar al ciervo blanco y a susurrarle algunas palabras al oído. Después todos los animales se acercaron a ella y la joven empezó a acariciarlos y abrazarlos así como a recibir muestras de afecto de ellos. Después cogió su vestido, que estaba detrás del árbol y se lo puso.

-Vamos volvamos a casa. Tendrás hambre

-¿Por qué me tuteáis?-preguntó incrédulo Harald- A penas nos conocemos.

-Si quieres puedo dejar de hacerlo-dijo ella con ligereza- Pero me dio la impresión que dado que hemos dormido desnudos y en la misma cama teníamos confianza.

Harald volvió a recordar la escena de la noche anterior. Lo cual lo incomodó un poco. Pero no dijo nada.

-¿Que hacíais en ese claro Odalyn?- preguntó Harald.

-Puedes tutearme-le dijo ella.- Y si quieres llámame Lyn. Odalyn es muy largo. Respecto a tu pregunta adoraba a los dioses y a los espíritus del bosque por cuidar de mí. Y por traerme a un visitante. Por aquí no pasan muchos. ¿No has notado el poder de aquel lugar? ¿No viste a los animales en paz?

Harald fue a contestar pero Lyn le hizo una seña para que se callara. Acto seguido fue corriendo en una dirección y Harald no pudo más que seguirla. Cuando la encontró Lyn estaba arrodillada ante el cadáver de una loba imponente. Tenía varias heridas, fruto de alguna pelea.

-¿Por qué?-preguntó Lyn casi a punto de llorar- ¿No pueden dejar de pelearse? Ya les dije que tenían sitio suficiente para cazar. Pero no me hicieron caso.

-¿Quiénes?-preguntó Harald.

-¡Los lobos! Y ahora Masha está muerta. Y lo peor es que estaba lactando. Sus crías deben de estar por algún lugar indefensas. ¡Debemos encontrarlas!

Encontraron a los lobeznos en una madriguera que había un poco más lejos. Eran seis. Tendrían una semana. Demasiado pequeños para sobrevivir sin su madre. Harald pensó que lo mejor sería acabar con ellos. Pero Lyn empezó a cogerlos con cuidado.

-Lyn… ¿Qué hacéis?-preguntó Harald.

-Pienso cuidarlos. No los dejaré morir.

Le habría gustado decirle que no podría. Que eran lobos. Que probablemente morirían. Que los animales salvajes no funcionaban así. Pero en vez de eso se quitó la capa y los envolvió a todos con ella. Lyn le dio las gracias con una mirada. Se dispusieron a volver a casa con seis lobeznos hambrientos. Por el camino Harald decidió que era buen momento para despedirse.

-Os agradezco la hospitalidad que me habéis brindado. Pero volveré hoy a casa. Me están esperando.

Lyn le miró risueña y solo le dijo…

-Lo siento. Pero no irás a ninguna parte.

-¿Cómo decís?-Harald estaba alerta.

-Vuestro caballo está herido. No podéis hacerle viajar.

-Helhest es más fuerte de lo que…

-¡Oh!-rió divertida- ¿Así que ese es su nombre? ¡Muy apropiado teniendo en cuenta que es negro y está cojo!

Si no estuviera deseando volver a casa Harald se habría reído de aquella ocurrencia.

-Pero es vital que vuelva. Tengo asuntos que…

-Una semana. Solo te pido eso. En una semana te prometo que tu caballo estará en plena forma para un viaje y cien más.

Harald se lo pensó un segundo. Si quería salir del bosque necesitaba a Helhest.

-Está bien-accedió al fin- Solo una semana.

Y Odalyn sonrió con júbilo.

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La semana pasó como a la velocidad en la que se derrite una vela. En ese tiempo Lyn enseñó a Harald los secretos del bosque, como identificar hierbas medicinales, a escuchar a los dioses del bosque y  cuidar de Helhest y los lobeznos. También durmieron juntos como en la primera noche. Pero el día de partida llegó. Y Harald y Helhest estaban listos.

-¿A dónde te diriges al final?-preguntó Lyn mustia.

-A “Ragnastein”– dijo Harald- Es la capital del reino.

-¿En serio?-dijo Lyn- Llevo toda mi vida aquí. Así que se muy poco de lo que hay fuera de este bosque. ¿Es allí donde vives? ¿Dónde te espera tu mujer?

-Sí.-dijo Harald.- Os agradezco mucho lo que habéis hecho por mí. Por favor aceptad estas monedas…

-No las quiero.-dijo Lyn- No podría gastarlas aquí.- Y tu compañía me ha sido muy grata. Eso me basta.

-Volveré a visitaros algún día y…

-Seguramente estarás muy ocupado con otros deberes. Y estos bosques son peligrosos. Poca gente se acerca.

-Suerte con los lobos. Y que la suerte os sonría siempre. Que los dioses sean benevolentes y justos con vos.

Lyn fue a replicar que podía tutearle. Pero no dijo nada.

-¿Cómo salgo del bosque?- pregunto Harald.

-Ve hacia el norte. Siempre hacia el norte. No temas por las fieras del bosque. Lleva esto y no te harán ningún daño.

Lyn le tendió un paquete envuelto en cuero. Cuando Harald lo abrió se encontró un colgante circular de hueso con el árbol Ygdrasil en el centro.

-Sois demasiado amable- dijo Harald poniéndoselo- Os agradezco…

-¡Vamos!-le apremió Lyn con una sonrisa triste.- ¡Vete ya! Se te hará tarde. Y no creo que encuentres otra cabaña en la que pasar la noche.

Harald se dirigió hacia el norte. Tenía cien pensamientos en la cabeza. Lyn. Aquel lugar, el claro la cabaña, el fresno, los lobos, los animales, el ciervo blanco, el bosque. No dejaba de pensar en Lyn. ¿Qué hacía aquella joven sola en el bosque? ¿Y su familia? Ella no había dicho nada sobre el tema y Harald no quería ser grosero. Era hermosa y peculiar. No parecía de este mundo. Y sin embargo, Harald no pudo más que sentir pena por ella. Tan sola. En aquel bosque. Sin ningún ser humano… Pero no podía hacer nada por ella. Se dirigía hacia “Ragnastein” con su amada Kaira. Pero le daba rabia dejar sola a aquella chiquilla. Ella lo había dicho. No recibía muchas visitas. ¿Y si no volvía a ver a nadie en años? ¿Y si moría en soledad?

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Odalyn estaba limpiando la casa. Ya se había hecho a la idea que no volvería a ver a Harald. Había sido agradable esa semana con él. Poder hablar con alguien, reírse de él y con él, enseñarle el bosque… Y poder dormir con un ser humano por el simple placer de dormir. Pero eso se había acabado. Solo Odín y los dioses sabían cuando volvería a estar en compañía de otro ser humano. La solución era seguir con su antigua vida y no mirar atrás. Como había hecho siempre. Un ruido de cascos la despertó de sus ensoñaciones. Miró por una ventana y ahí estaba Harald montado en Helhest. Venía directo hacia la cabaña.

-“¿Pero qué querrá ahora?”-se dijo así misma Lyn saliendo fuera- “¿Tanto le costará orientarse?”

Cuando estuvo cerca de ella paró el caballo en seco. Y antes de que pudiera decir nada soltó a bocajarro:

-Odalyn: Sé que es muy repentino pero… ¿Quieres venir conmigo a  “Ragnastein”?

Odalyn se quedó paralizada un momento. Después sonrío luminosamente.

-Sí-dijo en un intento de contener las lágrimas de la emoción.

 

CONTINUARÁ

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GLOSARIO:

Helhest: Caballo negro infernal de la diosa Hela que tiene tres patas.

Ygdrasil: Árbol del mundo de los vikingos. Contiene los nueve mundos conocidos por ellos.

Muspelheim: Uno de los nueve mundos. Reino primordial del fuego.

Odalyn: Nombre nórdico. Viene de Oda que significa pequeña punta de lanza y Lyn que significa bella.

Kaira: Viene de Katherin. Significa pura.

Asgard: Hogar de los dioses nórdicos.

Odín: Padre y rey de los dioses nórdicos.

Scramasax”: El sax o scramasax (del antiguo alemán Schramme “herida superficial”, y Sahs “daga”) era el arma blanca más pequeña de las que portaban las tribus de origen germánico (francossajonesgodos, etc.) que dominaron Europa occidental tras la caída del Imperio romano. Fue un arma muy utilizada también, y sobre todo, por los vikingos entre los siglos VIII y XIII.

Bjorn: Oso

Helheim: Uno de los nueve mundos de Yggdrasil. Vendría ser el infierno Vikingo.

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