Salud y buena fortuna! Y aquí va el tercero! Por fin! Harald Aaren vuelve con sus andanzas y desventuras. Siento mucho haber tardado tanto pero ahora mismo estoy fuera del país y no siempre puedo escribir. Pero ya está hecho! Me ha sorprendido gratamente encontrar comentarios positivos llevando a penas dos relatos escritos. Sinceramente no me esperaba que la gente se tomara unos minutos de su valioso tiempo para opinar en torno a mis relatos. Es muy de agradecer.  Espero sinceramente que disfrutéis leyéndolo tanto o más de lo que disfruto yo escribiendo. Como ya sabéis sois libres de dar vuestra opinión sea buena o mala. Si queréis contactar conmigo podéis hacerlo en lemaleante@gmail.com  Gracias otra vez y disfrutad de la lectura!

El Maleante.

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Harald estaba, como no perplejo. No era de menos. A fin de cuentas no es muy común que una bella joven se presente desnuda en la alcoba de alguien como si nada.

-¿M…mi ayuda?-balbuceó Harald, que aún no se había recuperado de la sorpresa inicial.- Lynn, ¿sabes qué hora es?  No puedes venir en mi habitación en mitad de la noche así como así.

-Pero tú dijiste que si necesitaba algo acudiera a ti-contestó Odalyn inocente.

-¡Yo no dije eso en ningún momento!-respondió Harald iracundo e intentando no gritar.

-Pues debiste ser más específico y decirme claramente que no podía venir a tu dormitorio a estas horas de la noche. Ahora ven. Necesito tu ayuda.-contestó simplemente Odalyn.

Harald estaba aún medio dormido y estaba demasiado cansado para encontrar lógica en los sinsentidos de la joven. A estas alturas poco le importaba su desnudez así que salió de la cama con cuidado de no despertar a su mujer  y comenzó a vestirse con lo básico mascullando entre dientes.

-¡Vaya!-exclamó Lynn con sorpresa.- ¡Tu virilidad es enorme!

La frustración de Harald iba en aumento.

-En el bosque vi a varios machos en época de celo. Se les ponía muy grande y grueso cuando querían montar a las hembras. Pero nunca había visto la de un hombre. ¿Todos la tienen de ese tamaño?

Los dientes de Harald rechinaban como los de un perro rabioso y estaba empezando a gruñir como uno.

-Cuando curé a Helhest vi que él también la tenía bastante grande.  Más que los ciervos. ¿Quién la tiene más grande? ¿Tu o Helhe…?

-¡De acuerdo Lynn!-explotó Harald furioso.- ¡Ya me he dado cuenta de lo mucho que te impresiona! ¿Ahora querrías hacer el favor de dejar de hablar de mi polla?

-¡Oh!- exclamó divertida Lynn- Así que ¿así es como se llama?

Entonces pasó lo que Harald quería evitar a toda costa: Que Kaira se despertara.

-Mmmmmm ¿Harald?-bostezó la reina- ¿Qué haces despierto? Es muy tarde.

-Nada mi amor-se apresuró a responder Harald.-Un asunto que debo solucionar. Vuelve a dormir. No tardaré.

-Más te vale.-respondió una somnolienta Kaira durmiéndose de nuevo.

Por suerte para Harald a Kaira le costaba centrarse nada más despertarse a menos que la situación lo requiriera. Y más si se acostaba cansada. Y con la guerra que le había dado Harald era muy probable que lo estuviera. Así que probablemente no se había percatado de  la presencia y desnudez de Lynn.

-Tienes que controlar más tu genio Harald.-le reprendió Odalyn con ligereza.

Harald ni se dignó a contestar. Caminaron en silencio por los fríos pasillos de Ulfgard  bañados con la débil luz de una luna creciente. Harald aún estaba molesto por la reciente intervención de Odalyn y su evidente falta de tacto. Pero se le paso al ver la belleza que emanaba cada poro de su piel bañada por la luz de la luna y el sensual vaivén de sus nalgas desnudas que ella movía sin percatarse de lo atractivas que resultaban. Lo cual hizo que Harald se agitara un poco. Se había equivocado: Aún le afectaba la desnudez de la joven.

-Bueno.-rompió por fin Harald el silencio y en parte para apartar su mente de tales pensamientos.- ¿Vas a decirme cual es el problema que tienes?

-¿Qué?-Lynn parecía ensimismada- ¡Oh sí! Espera a que lleguemos a la habitación.

-“A saber que gran problema tiene ahora”-pensó Harald con sarcasmo.

Caminaron hasta la puerta abierta de la habitación de invitados. O lo que antes era la habitación de invitados. Si antes estaba desordenada ahora era un completo caos. Los tapices estaban desgarrados, la cama estaba desecha y había cuencos y adornos esparcidos por doquier. Harald creyó distinguir los pedazos de un orinal roto a lo lejos. Y el dosel de la rica cama estaba arañado y mordido. La escena fue tan repentina para Harald que no sabía muy bien cómo debía reaccionar. No estaba seguro si enfurecerse por el desorden, reírse como un maniaco, tomar aire e intentar mostrarse amable… La verdad es que el ser molestado a estas horas y esa capacidad que parecía tener  Lynn para enervar su libido o aumentar su frustración no favorecían demasiado el buen humor de Harald. Optó por un tono de voz neutral.

-¿Qué ha pasado aquí Odalyn?   

-Ese es el problema Harald-dijo ella con voz aliviada al parecer por que el rey había dado con la raíz del problema.- Lo siento pero no podemos dormir aquí.

-No me digas.-añadió el monarca sarcástico.

-Los pequeños están nerviosos.-continuó Lynn.- se agobian aquí dentro. Y yo también. Creía que sería como dormir en una cueva. Pero no lo es. Las cuevas están vivas. Estas cuatro paredes son muy estresantes. He intentado calmarles pero no paran quietos.

-Sí, ya veo.-repuso Harald sarcástico.

-Así que necesitamos otro sitio donde dormir.

-¿Ahora?-preguntó Harald incrédulo.

-¡Pues claro Harald! La gente duerme de noche ¿no?-respondió Lynn con obviedad.- A veces pienso que no eres muy inteligente.

Las siguientes horas fueron un agotador “busca una estancia del agrado de una misteriosa y atractiva joven y seis lobeznos que se desarrollan a un ritmo alarmante”. Harald le propuso varios sitios que se le ocurrieron. Las habitaciones de servicio eran demasiado pequeñas, los barracones femeninos estaban llenos de armas y apestaban a aceite y a piel rancia. Cosa que no agradaba ni a los lobos ni a la muchacha. Los establos estaban bien pero a los caballos no parecía hacerles mucha gracia el tener a seis potenciales máquinas de matar durmiendo con ellos. Probaron con otras habitaciones de invitados con ventanas más grandes, menos decoración, más altas más bajas… Pero ninguna era la apropiada. Y el sótano quedaba descartado. Lynn no sabía muy bien lo que era pero cuando vio las escaleras que había que bajar y lo profundo que estaba retrocedió asustada. Harald ya no podía más. Estaba agotado por el viaje y por el esfuerzo que había hecho con Kaira. Solo quería poder volver a la cama dormir las pocas horas que quedaban hasta el alba con su mujer abrazada, y poder comenzar con el arduo trabajo que era ser el rey de un gran imperio. Así que debido a su urgencia de acabar con aquella búsqueda sin sentido a Harald se le ocurrió una idea diabólica para vengarse de Lynn.

-¡Ahora lo recuerdo!-exclamó Harald con un fingido entusiasmo.- Hay una habitación especial que guardamos para huéspedes exigentes como tú.

-¿De verdad?- contestó Lynn esperanzada.- ¿Habrá sitio suficiente para los pequeños?

-¡Desde luego! ¡Y para todas tus cosas!- Harald ya se imaginaba la cara de decepción que pondría Lynn cuando conociera la cruda verdad.

Se adentraron por varios pasillos y escaleras de Ulfgard, mientras Harald degustaba su pequeña venganza en su interior. Mientras tanto Lynn parecía inquieta. Daba la impresión de que intentaba imaginarse que clase de habitación especial podría ser aquella, y por qué no se la habían ofrecido en primer lugar. Tras  caminar algún tiempo entre las entrañas de la fortaleza llegaron a un gran claustro por el que se veía el cielo estrellado. El claustro era como si algún caprichoso dios se hubiera empeñado en que un bosque creciera ahí. Había robles, arces, hayas castaños así como arbustos y musgo. El tercer rey de Istramor Erik Aaren “El Erudito” había decidido que un rey debía tener un lugar donde relajarse sus arduas labores y poder estar en paz. Por eso hizo construir ese pequeño bosque en la fortaleza. Además era el responsable del enorme fresno que crecía en el centro. Era como si los Aaren hubieran decidido construir Ulfgard alrededor del Yggdrasil o como si el “Árbol del Mundo” se hubiera encaprichado con crecer en aquel lugar. Desgraciadamente hacía tiempo que nadie cuidaba ese bosque centenario. Los predecesores de Harald prefirieron preocuparse de otros asuntos como la guerra o el comercio.  Por eso ahora carecía del esplendor que había tenido antaño. Oculta entre la maleza se hallaba una vulgar puerta. Harald se detuvo ante ella.

-Hemos llegado. Estos son tus nuevos aposentos-anunció Harald abriendo la puerta e intentando contener la risa.

Cuando abrió la puerta la cara de Lynn era una mueca de asombro. Ante ella se hallaba una gran habitación llena de toda clase de mugrientos utensilios y polvo. Cuando “El Erudito” mandó construir el pequeño bosque decidió que era buena idea que en él hubiera un almacén donde guardar herramientas de jardinería para el cuidado de las plantas. En principio tenía ser una pequeña habitación pero el arquitecto que diseño los planos se equivocó porque en aquella época el reino tenía algo grande que celebrar. Así que estaba algo borracho cuando dibujo los planos. Y para cuando quiso enmendar su error ya fue tarde. Por eso el rey Erik tuvo un precioso bosque y un almacén de herramientas desproporcionadamente grande. Y por supuesto los años de abandono habían convertido aquel lugar en un agujero inmundo. Solo las mazmorras eran peores.

-Bueno: ¿qué te parece?-preguntó Harald esperando la reacción de la muchacha.

-Harald… Lynn parecía estar en shock- Esto es…

-“Ahora es cuando explota”-pensó para sí Harald expectante.

-No podemos quedarnos aquí.-repuso Lynn.

-“Oh sí.”-el rey de Istramor celebraba su victoria.- “¿Cómo sienta tener la esperanza de descansar en paz y que se vea truncada porque a alguien le parece buena idea disponer de ti justo en ese momento?”

-Sabía que la habitación iba a ser grandiosa. Pero no tanto. No puedes destinar semejante alcoba para alguien tan insignificante como yo. Como mínimo al rey de algún reino. Seguro que todas estas cosas apiladas son para que nadie indebido pueda instalarse aquí. Solo le haría falta una ventana para que fuera perfecto. Incluso estas fierecillas están contentas. Qué pena no poder quedarnos.

Lynn había dejado a los lobeznos en el suelo (a los que había transportado durante todo el trayecto) “Solo faltaba que me los hubiera endilgado a mi” Había pensado Harald. Ahora olisqueaban y husmeaban todo con curiosidad.

Ahora era Harald el que estaba en shock. De todas las reacciones esa era la que menos se esperaba.

-“Es un maldito almacén de trastos inmundo Lynn. Está sucio no tiene ventanas y dormir dentro es como estar en un una tumba. ¡Por todos los gigantes ni siquiera tiene una maldita chimenea!”- pensó Harald fuera de sí.

Iba a responder algo pero vio la pena en el rostro de Lynn por creer no ser digna de lo que para ella era todo un palacio. Y eso lo desarmó.

-“¡Dioses no! ¡No pongas esa cara! ¡No la soporto!

Por alguna razón Harald no podía soportar ver a Lynn triste. Y sobre todo, aunque ella afirmara ser menos importante que una noble, Lynn tenía una dignidad y gracia que muy poca gente tenía a pesar de tener unos modales un tanto mejorables.

-Bueno…-carraspeó Harald- sí que es verdad que esta habitación es muy solicitada por su… amplio espacio y sus hermosas vistas-Harald intentaba encontrarle a aquella pocilga virtudes que no tenía.- Pero eres mi invitada. ¿Qué clase de anfitrión sería si no te agasajara debidamente? Si quieres la habitación, es tuya.

-¿De verdad?-Lynn parecía emocionada- ¡No! Gracias Harald, pero es demasiado para mí.

-¡Tonterías! Si vas a alojarte bajo mi techo lo harás de la manera que estés más cómoda. ¡Es una orden como tu anfitrión y como rey!-exclamó Harald en un intento de ser serio que a Lynn le pareció de lo más cómico. Pero no se rió.

-¿De verdad que nos podemos quedar?-

-¡Maldita sea, sí!-Harald quería que aquella maldita búsqueda terminara de una vez.-Tu y esos pequeños monstruos os podéis quedar.

Y Harald recibió un fugaz beso en la mejilla.

-¡Gracias! ¡Gracias!-Lynn no cabía en sí de gozo.- ¡Ahora me pareces menos estúpido Harald Aaren! 

-Mmmmm… ¿Gracias? “¿Acabas de volver a llamarme estúpido Lynn?”

Harald empezó a mirar un poco mejor la habitación.

-A decir verdad no está tan mal.-dijo en voz alta- Hay bastante sitio. Solo habría que quitar todos estos trastos inservibles, y limpiar un poco. Supongo que se podrían instalar unos braseros. O mejor una estufa de hierro para no tener problemas con el humo. Y puede que hasta se pudiera abrir un hueco en la pared para hacer un ventanal. Los muros son sólidos. Aguantarían sin problemas. Es decir… Que aunque metiéramos una cama una mesa algunas sillas y demás muebles aún habría suficiente espacio para una joven y seis lobos adultos. Por muy grandes que sean. ¿Tú qué opinas Lynn?

Pero Lynn no escuchaba se había recostado contra un árbol cercano y estaba respirando con tranquilidad profundamente dormida y desnuda con los seis lobeznos a su alrededor acurrucados y en paz.

-“Lo que hay que ver. Debían estar muy cansados. Y mira que ponerse a dormir así de cualquier manera”-pensó Harald para sí mientras se quitaba la capa para tapar con ella a los durmientes. Tampoco pensó mucho en el hecho de haber mencionado que los lobos podían quedarse por lo menos hasta que fueran adultos.

Con paso cansado se dirigió de nuevo a su alcoba. Cuando por fin entró en el dormitorio se metió en la cama con su mujer que estaba profundamente dormida. Cerró los ojos y se dispuso a dormir. Pero entonces los cuernos del amanecer sonaron como un trueno, anunciando un nuevo día y con ello la jornada de Harald.

-“¡Mierda Lynn!”-maldijo el rey de Istramor saliendo de la cama hecho una furia y preparándose para atender a su reino.

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Ser rey no era tarea fácil. Y más aún ser el rey de Istramor. Algunos reyes dejaban sus asuntos políticos en manos de criados u otros nobles para dedicarse a labores más placenteras, como lo eran cazar, asistir a grandes banquetes, comer, beber y pelearse hasta perder el juicio, saquear tierras vecinas, fornicar con varias mujeres… Pero el rey Harald no era de ese tipo. Si algo ocurría en su reino quería ser el primero en saberlo. Esa mañana el rey no estaba de muy buen humor. Prácticamente no había dormido. Y en la cena del día anterior no había comido demasiado debido al agotamiento y de sus deseos de hablar y yacer de su amada reina. Así que a la intensa falta de sueño se le podía añadir un hambre atroz y la segura creencia de que sus deberes para aquel día no serían escasos. De modo que nuestro joven monarca se hallaba de un humor pésimo dispuesto a destripar o parir el cuello con sus manos desnudas a cualquiera que osara contrariarle más de la cuenta. Pero cuando entró en la Gran Sala su olfato de cazador se deleitó con los aromas del pan recién orneado,  los huevos fritos, la panceta y las gachas. Y es que el bueno de Daven había intuido que su señor no estaría lo que se decía en posesión total de sus facultades. De modo que había ordenado a los cocineros y sirvientes que el desayuno de aquel día fuera abundante y copioso para que al menos su alteza pudiera mantenerse en pie.  Harald, que sabía de la intervención del viejo mayordomo en aquello le deseó  mentalmente una vida larga y un puesto de honor en el Valhala cuando muriera. Se sentó en su asiento de honor y enseguida fue abordado por sirvientes que le proveyeron con comida y le saludaron amablemente. Harald intentó ser cordial pero sus ansias por comer y sus secas respuestas les dieron a entender que lo mejor era dejar las bandejas de comida desearle bien y marcharse en silencio. Estando entretenido comiendo Daven se acercó a comprobar si todo era del agrado de su amo.

-Buenos días majestad. ¿Es todo de vuestro agra…? ¡Por Surt y el fuego eterno!-exclamó cuando vio el rostro cansado y ojeroso de Harald.-Me atrevería a decir que no habéis tenido una noche muy… sosegada mi señor.

-En efecto Daven-contestó Harald-Esta noche he tenido ciertos… contratiempos.

-Entiendo. Lamento perturbar vuestra comida. Pero vuestra invitada Odalyn y sus… pequeños acompañantes han desaparecido. Los he buscado por todas partes pero no he podido hallarlos. He de añadir que su habitación estaba en un estado algo lamentable y todas sus pertenencias siguen ahí. Es curioso.

Harald suspiró. En parte porque el problema que Daven mencionaba ya estaba solucionado y porque compadecía al viejo.

-No temas Daven. Sé dónde están. Anoche tenían ciertos problemas con sus aposentos y me encargué de darles unos que fueran más de su agrado.

-¿Lo hicisteis?-saltó Daven extrañado pero se calmó al mirar el cansado rostro de su rey, y hacer relaciones.- Oh… Ya comprendo.

Harald asintió con un gran bostezo.

-Estáis agotado milord. Quizá deberíais tomaros un descanso. Ayer fue un día duro y…

-No, no-le interrumpió Harald con otro sonoro bostezo.- Soy rey y como tal debo atender a mi reino.

El bostezo que dio Harald fue profundo que su boca parecía el mismo Ginnugagap.

-¿Quiere mi amo que le traiga alguna bebida?-dejó escapar Daven casualmente.- ¿Algún brebaje vigorizante?

-“Ahora mismo te besaría anciano”-se dijo Harald- Sí Daven. Es justo lo que necesito. Una bebida que me despierte. Dile a Orm que me prepare una.

-Siento decepcionaros mi señor-dijo Daven eligiendo con cuidado sus palabras.- Pero maese Orm ha muerto.

Por unos segundos Harald se despertó completamente.

¿Qué?… ¿Cuándo?-lord Aaren estaba incrédulo.

-Hace unos días. Cinco si la memoria no me falla. Lo encontramos derrumbado en sus aposentos con una jarra de buen vino y una prostituta asustada. Ella jura que estaban… divirtiéndose y que de repente se desplomó. Llamamos a uno de los mejores galenos de la ciudad. Descartó el envenenamiento. Parece que a nuestro pobre Orm le tocaba partir ese día.  Que Oden lo tenga en su seno…

-Y que su alegría no tenga fin en el Valhala.-terminó Harald algo conmocionado.

El bueno de Maese Orm. Conocido por muchos como Orm “El Malhumorado”. El galeno de su padre desde que Harald tenía memoria. Era conocido por su constante mal humor, su afición por el juego, la bebida, la comida y las mujeres. También había sido un gigante pelirrojo con una barba poblada y algo calvo con unas manos enormes que nadie diría que servían para el oficio de curar. Pero había pocas personas que podían afirmar haber sido tan leales como el viejo Orm. Conocía de memoria las propiedades de todos los ingredientes que había el reino y de varios extranjeros. Y siempre se prestaba voluntario a asistir y socorrer a quien fuera aunque lo hiciera salpicado de maldiciones, gruñidos y un falso fastidio. Eran famosas sus discusiones con varios miembros del castillo, en especial con las matronas pues afirmaba saber más del arte de traer vástagos al mundo que aquellas “viejas ineptas y arrugadas”. Había asistido a más de un  miembro de la corte y había salvado millares de vidas. Nadie sabía de donde venía ni si tenía alguna familia. Era hermético con su pasado. Pero todos recordaban muy bien su llegada. Cuando el anterior galeno fue ejecutado por robar de las arcas reales El rey Rasmus ordenó pregonar por todo el reino que el puesto de “Galeno Real” estaba vacante. Fueron muchos los hombres y mujeres que se presentaron a aburrir al rey Rasmus con sus largas listas de conocimientos y méritos. Hasta que aquel gigante pelirrojo había irrumpido en la gran sala abriéndose pasó a través de los candidatos y la guardia. Cuando llegó ante el rey le exigió gritando que lo eligiera a él para esa tarea, ante el asombro de todos. Todos pensaban que el rey Rasmus lo mandaría apresar, lo castigaría por su insolencia y mandarlo ejecutar. Pero en vez de eso el rey lo miró divertido y le preguntó por qué debería hacer tal cosa. Pensando que se estaba riendo de él, se puso rojo de ira y espetó:

-Podría pegaros tal paliza que se os sacaría todos vuestros dientes ocho veces, haría desaparecer vuestra nariz, os arrancaría la barba a jirones y acabaríais tan hinchado y ensangrentado como una uva madura. Tanto que ni vuestra madre podría reconoceros. Y después procedería a rehaceros y curaros. Cuando acabara con vos sería como si nunca os hubiese tocado. Quien sabe: quizás hasta pudiera haceros más agradable a la vista.

oda la sala se quedó en un silencio sepulcral. Que fue roto frente al asombro de todos por las carcajadas del rey, que se reía como si hubiese perdido el juicio. Tras unas demostraciones básicas de que conocía el oficio, el rey decidió que ese era su nuevo galeno. Harald tenía tres años, pero había sentido fascinación, miedo y respeto por ese hombre que así le había hablado a su padre. Su perdida dolió a Harald pero procuró no mostrarlo.

-¿Qué se hizo con él?-preguntó Harald

-Lo que se debe hacer con un hombre así.-respondió con obviedad  Daven.- Se le lavó y se le vistió ricamente. Al atardecer hicimos una pira le dimos las gracias y quemamos el cuerpo mientras los soldados cantaban “La balada del Drakar Negro”. Aunque él y yo disintiéramos en algunos aspectos era un buen hombre y un leal sirviente del reino.

-¿Y quién le ha relevado?-preguntó Harald queriendo terminar cuanto antes.

-En cuanto a eso mi señor… aún no hemos tenido ocasión de encontrar un galeno real.

-¿Qué? ¿Pero no tenía un aprendiz?-preguntó Harald incrédulo, pues esa solía ser la tradición.

-Ya sabéis como era. No quería a “ningún mequetrefe que interviniera en su trabajo y su vida”. Así que no tenía ninguno.

-“No es que Orm fuera muy ordenado que digamos. Y sí. Eso suena como algo que diría él”-pensó Harald para sí.

-¿Y no habéis buscado un nuevo galeno?-preguntó Harald

-Lo intentamos señor. Pero la reina Kaira estaba muy ocupada con otros asuntos y no ha podido encargarse de todos ellos.

-¿Kaira ha estado administrando los asuntos del reino?-Harald estaba sorprendido- Pero si ella los odia. Prefiere los asuntos del palacio y la ciudad. Además Leif podría haberse encargado de ellos en mi ausencia.

-Y vuestro hermano se ofreció, pero su majestad la reina Kaira fue firme en esa decisión. Según sus propias palabras una reina debe saber gobernar su reino.

-“Mi reina, mi amor, mi guerrera y mi valkiria…-pensó Harald con ternura. ¿Te has encargado de tus quehaceres, los míos y aún has encontrado tiempo de buscar y preocuparte por un idiota como yo? Claramente no te merezco.”

-Creo que la reina continua durmiendo. Podéis pedirle un resumen de los acontecimientos dado que ella los atendió personalmente. Mandaré a alguien a despertarla y…

-No.-la voz de Harald era tajante.- Dejadla dormir. Es más no quiero que nadie la moleste. Manda a una doncella o dos que atiendan sus necesidades. Pero no quiero que nadie la moleste.

Kaira se había ganado un descanso más que nadie.

-Como gustéis majestad. Puedo intentar haceros un resumen de un par de asuntos que oído y…

Daven fue interrumpido por otro sonoro bostezo.

-Creo que primero mejor os traeré ese brebaje mi rey.-repuso Daven diplomático- El resumen puede esperar.

Harald pronunció una disculpa que fue distorsionada por otro bostezo.

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Gracias al fuerte mejunje de las hierbas que habían pertenecido una vez a un hombre que se llamaba Orm, Harald se sentía algo más despierto. La bebida, aunque amarga como una batalla perdida empezaba a correr por su sangre despertando los aletargados sentidos del rey. Una vez alimentado y medianamente despierto se dirigió a dar un pequeño paseo antes de su ardua jornada. Pensó en comprobar el estado de Lynn y los lobeznos, pero no le apetecía caminar hasta el bosque interior. En su lugar se dirigió a uno de los amplios balcones de Ulfgard a respirar el fresco aire matutino. Unos momentos después se dirigió a la Gran Sala ya vacía. Seguramente tendría audiencias. Harald se tomaba su labor muy en serio. Peo no podía con las audiencias. Cuando la gente venía contarle sus aflicciones y a pedirle que les pusiera remedio o las arreglara, le daba la impresión que siempre se lo pedían como si tuviera la respuesta a todo y como si él no tuviera quehaceres o preocupaciones. Los campesinos tenían siempre alguna demanda, deseo o riña entre ellos. Normalmente eran poca cosa: dos campesinos querían las mismas tierras, una joven se embarazada por un amante ilícito, quejas ante alguna de las tarifas o impuestos, invitaciones a fastidiosos eventos públicos a los que el rey tenía que asistir…  A veces traían problemas de verdad como bandidos, ataques por fieras salvajes, asesinatos, peleas entre familias o clanes (que había que parar de inmediato para que el conflicto no afectara a más gente). También tenía que firmar un sinfín de permisos y documentos, proveer de dinero a los gremios, ejército y arquitectos para nuevos proyectos. En resumen Harald pasó unas tres horas de la mañana intentando mantener el tipo ante una tarea que encontraba nada grata. Después venían las reuniones con la corte para saber cómo iban las cosechas, la defensa, las naves, la ganadería, el bienestar, la economía… Normalmente solía acabar con los representantes de cada ámbito solicitando más dinero al rey para nuevos proyectos. Algunas veces tenían sentido. Pero otras veces eran exageraciones y sus contantes parloteos y suplicas le daban dolor de cabeza a Harald, y muchas veces tenía que calmar su sangre nórdica que le exigía que si algo le desagradaba simplemente, lo golpeara, lacerara, acuchillara, aplastara, degollara, atravesara o mutilara hasta que dejara de hacerlo. Cuando la reunión acabó Harald recibió un mensaje que le entregó Daven. Era una simple moneda de hierro,  con el símbolo de una mano llameante.  Señal de que su presencia en La Fragua  era requerida.

-“¿Qué tendrá en mente ese loco de Algurn?”-se preguntó el monarca con un suspiro dirigiéndose a donde sus deberes la llevaban.

La Fragua, el centro de trabajo principal de los más finos artesanos de Istramor. No cualquiera podía trabajar allí. Estaba reservado solo para los mejores artesanos que estuvieran dispuestos a poner su talento al servicio del rey y el reino. Ulfgard estaba construido sobre un complejo sistema de túneles y galerías. Muchas de ellas habían servido muy bien de mazmorras, bodegas y bóvedas. Y es que las raíces de Ulfgard era donde se encontraban las mazmorras y La Fragua. Aunque tuviera ese nombre no eran solo espadas y armaduras lo que salían de allí. Todas las grandes ideas, artilugios, métodos e invenciones que habían hecho grandes a Istramor se habían “fraguado” allí. Por obvias razones de seguridad las mazmorras y La Fragua  estaban separadas por gruesos muros artificiales y naturales. Aquel lugar guardaba cientos de secretos y artilugios experimentales, que era mejor que nadie observara y menos tuviera acceso a ellos si se daba una fuga (algo improbable, pero mejor pecar de precavidos). Allí abajo había toda clase de trabajadores. Desde alfareros que hacían cuencos y jarrones dignos de adornar las estancias de Asgard, herreros que hacían espadas más afiladas y temibles que las garras y colmillos de cualquier bestia que hubiera existido, alquimistas que fabricaban toda clase de mejunjes. Desde potentes analgésicos a venenos que proporcionaban un final horrible. También había Ingenieros y arquitectos que diseñaban las más formidables y maravillosas construcciones, como también escribas que se encargaban de plasmar todo el conocimiento en los libros y un sinfín de oficios más. El mensaje que le había llegado a Harald venía concretamente de la sección del “Los hijos de Nidavellir”. La sección de aplicaciones prácticas, cuyo símbolo era una mano llameante. Señal de que harían cualquier cosa  por lograr sus objetivos.  Pocas personas conocían de la existencia de “La fragua”. Y menos personas  aún conocían su ubicación. No era buena idea que todo el mundo supiera donde se producían los avances del reino. Había hasta un grupo especial de sirvientes que se encargaban exclusivamente en cocinar, alimentar a los trabajadores, limpiar, y hacer lo que fura que hiciera que los habitantes de La Fragua    pudieran hacer su trabajo lo mejor posible. Harald se movió en silencio y con normalidad. No quería levantar ninguna sospecha. Caminó por varias galerías y pasillos, hasta que llegó a una vieja pero solida puerta de roble que se encontraba en una de las alas más remotas de la planta baja. La abrió y ante el apareció un viejo armario de escobas con todo tipo de materiales de limpieza. El pasillo estaba desierto, salvo por un criado con el pelo como la ceniza que estaba limpiando pausadamente el pasillo al que Harald saludó con una ligera inclinación de cabeza. Salvo que no era un criado. Era uno de los muchos guardianes ocultos que había en el castillo. Su trabajo era custodiar aquel viejo armario que era más de lo que parecía. No estaba solo. Habría seguramente, más de los suyos ocultos en las cercanías. Si había problemas se presentarían de inmediato en un suspiro y sacarían armas de la nada. Ese era su trabajo. Cumplir su labor sin que nadie supiera que la estaban llevando a cabo. Eran discretos, silenciosos, rápidos, eficientes y letales. Como sombras. De hecho así le gustaba a Harald llamarlos: Sombras. Se metió en el armario y cerró la puerta. Una vez allí buscó la pequeña hendidura que había en el suelo escondida entre unos trapos y demás utensilios de limpieza y metió una pequeña punta de lanza que tenía como colgante. Cuando estuvo completamente dentro, giró la muñeca como si de una llave se tratara. Acto seguido con un sordo crujido la pared frontal se abrió como una puerta corredera mostrando un lúgubre pasadizo de escaleras que daban hacia abajo iluminado tenuemente por unas antorchas. Recogió la llave se adentró en el pasadizo cerró la puerta apretando un botón en la pared y descendió hacia la negrura que no parecía tener final.    

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Le gustaba el montacargas. A Harald le gustaba mucho. La primera vez que vio esa curiosa plataforma de madera con cuerdas y poleas se había sentido extrañado y desconfiado. Pero era un gran trabajo de ingeniería y pronto descubrió que viajar en él era de lo más cómodo.  Debido a la ausencia de corrientes fuertes de viento a penas se tambaleaba y el recorrido normalmente era tranquilo. Gracias a un sistema de contrapesos y a la energía de un río subterráneo apenas costaba esfuerzo ponerlo en marcha.  Parecía que la plataforma no hacía más que descender en la oscuridad eterna a la que hacía frente con la luz de unos tenues candiles. Mientras bajaba Harald miraba a la oscuridad. Aquello era un cráter de piedra y por supuesto tenía sus límites y paredes naturales. Pero la negrura total hacía imposible distinguir nada. Aun así Harald vio y oyó algún movimiento a sonido. En la oscuridad. Sabía perfectamente de que se trataba. Eran ellos. Las Sombras. Su labor era proteger La Fragua y por lo tanto moraban en las paredes como letales y temibles arañas, siempre vigilando en las pasarelas y puestos de guardia que  se habían construido para tal propósito en la pared rocosa. Si algo estaba fuera de lugar o había algún peligro caerían sobre la amenaza como un enjambre furioso. A pesar de la tenue luz podían ver perfectamente que el visitante era el rey al que habían jurado proteger así que el trayecto de Harald fue silencioso. Por fin llegó hasta el fondo y una vez ahí pudo oír la música de la fragua: metal sonando, líquidos hirviendo, plumas escribiendo, fuego crepitando…   La Fragua estaba viva. Nada más bajarse del montacargas Harald vio una figura encapuchada que vestía una túnica gris y que le esperaba.

-Salud Egil. ¿Piensas salir alguna vez de este agujero?-preguntó Harald con sorna.

El encapuchado levantó la cabeza, dejando a la vista el rostro de un anciano de largo pelo y espesa barba gris con aspecto de estar cansado.

-Majestad…-dijo Egil con una voz profunda y lúgubre.- Ya sabéis que vivo para mi trabajo. Y las distracciones del mundo exterior hace tiempo que dejaron de interesarme. Así que son ciertos los rumores. Habéis vuelto de vuestro… viaje.

-¿Los rumores llegan tan abajo?-bromeó Harald.

-Solo los importantes.

-¿Está Algurn aquí?-continuó Harald.

-¿Ese viejo testarudo? No. A quién buscáis es a Bahir, ese jovenzuelo con aves en la cabeza. Está en su rincón con sus planos y su desorden. Estaba muy excitado y decía que tenía algo importante que mostraros.

-En ese caso mejor voy a buscarle.

-Si no os importa os acompañaré un trecho. Tengo que regresar a mi trabajo.

Ambos el anciano y el monarca caminaron por el complejo laberinto de túneles, galerías, bóvedas, celdas y pasadizos. En cada uno había artesanos ejerciendo su labor: herreros. Alfareros, tejedores, curtidores, cada uno tenía su nombre y su símbolo.

-¿Cómo va tu trabajo Egil?-preguntó cortésmente Harald.

-Bien, bien.-contestó el anciano.- Ahora estoy con un nuevo proyecto.

-¿Ah sí? ¿De qué se trata?-preguntó curioso el rey.   

– Cosas mías. Solo quiero probar una pequeña teoría

-¿Significa eso que vas a dejar de dedicarte a las pócimas y brebajes?-preguntó Harald con una risita.

-Me ofendéis majestad. Mi trabajo es mucho más amplio que las “pócimas y brebajes” como vos las llamáis. La alquimia es una ciencia misteriosa y complicada. Los alquimistas nos tomamos nuestra labor con seriedad y orgullo dijo mostrando con vehemencia el medallón de metal que lucía al cuello de un cráneo apoyado en un cáliz y ambos rodeados por una serpiente. El símbolo de su sección. Tras dejar atrás los habitáculos y lugares de trabajo siguieron caminando y hablando de banalidades y de sus respectivos deberes.

-En serio Egil: ¿De verdad piensas quedarte encerrado aquí toda tu vida?-decía Harald jovial.

-Yo vivo para mi trabajo y la investigación majestad ya deberíais…

Egil no pudo acabar la frase porque en ese momento se oyó una explosión  que hizo retumbar toda la cueva a la vez que unas lenguas de fuego salían de una puerta de hierro blindada. Un suceso así habría alarmado a cualquiera. Pero no a los moradores de La Fragua que estaban bastante acostumbrados a ese tipo de… pequeños imprevistos. Egil soltó una maldición.

-Malditos locos… “Los hijos de Nidavellir” conseguirán sepultarnos algún día a todos.

-¿En qué exactamente, se basa esa aversión que tenéis los alquimistas y los hijos los unos a los otros?-preguntó el monarca.

-No es aversión mi rey. Digamos que el modo de proceder de los hijos es… muy desacorde al nuestro. Nosotros buscamos nuevas fórmulas basándonos en la lógica, el método y la cautela. En cambio esas cabras locas les dan igual como proceder. Experimentan al azar obteniendo resultados al azar. Algunos satisfactorios, sí. Pero asumen demasiados riesgos. Vos mismo habéis comprobado que los resultados pueden ser… explosivos. Literalmente.

-Y supongo que ya habrás discutido amablemente tu punto de vista con Algurn.-repuso Harald imaginando la respuesta.

-¿Con ese sesos de roca?-preguntó Egil molesto- Lo intenté un par de veces. Y lo único que conseguí  fueron insultos y herramientas dirigidas contra mi persona.

-Exageras…-le quitó importancia el rey

-Tal vez. O tal vez no. En cualquier caso mi señor me parece que los dos tenemos asuntos de los que ocuparnos. Oden os guarde mi rey.

-Suerte con tus investigaciones Egil.-se despidió el rey palmeándole la espalda.      

Se adentró por el territorio de Los hijos de Nidavellir buscando una puerta en particular. Al fin la encontró. Una puerta de metal roja de la herrumbre y bastante abollada. A su lado había un letrero que rezaba así: “Bahir el Alocado. Genio inventor y decano del desastre.”

-“Bahir y su discreción…”-pensó Harald con un suspiro.

Llamó tres veces. Y como no recibió respuesta decidió entrar.

El propietario de aquellas estancias tenía como apodo “El Alocado”. El por qué se veía reflejado en ellas. Desorden. Pergaminos desenrollados y enrollados por doquier. Hojas en blanco desperdigadas y cientos de complejos bocetos en la pared dibujados con carbón y una tinta a base de zumo de frutas sangre y demás ingredientes. Restos de comida y platos sucios o a medio terminar, pedazos de carbón una chimenea extinguida. Un camastro pequeño abandonado en una esquina, extrañas maquetas de futuros proyectos a base, de madera, metal y hueso. Había estanterías llenas de varios cachivaches, libros y diversas herramientas desperdigadas y un banco de trabajo no muy ordenado.. También había una mesa llena de bocetos en la que descansaba una cabeza con una maraña de pelo negro sentada en una silla. El rey se dirigió a ella.

-Bahir… Bahir…-llamó en susurros intentando despertarle.

Al ver que no funcionaba intentó sacudirle un poco. Lo cual solo sirvió para que mascullara algo ininteligible.

-“En fin” –pensó Harald- “No tengo todo el día”

Y acto seguido agarró la silla y tiró bruscamente de ella haciendo que el durmiente se precipitara al suelo al faltarle un apoyo. El pobre diablo despertó como si uno de sus pies estuviera ardiendo.

-¡Dioses! ¡Qué demonios! ¡Majestad!-exclamó cuando fue consciente de su entorno.

-Buenos días Bahir. Siento haberte despertado tan abruptamente. Pero he oído que querías verme. Y no tengo todo el día. Si te sirve de consuelo mi primera idea fue arrojarte agua fría. Pero me pareció demasiado y temía por tus diseños.

-¿Cómo?-respondió incrédulo Bahir- ¿Ya es por la mañana? El tiempo si pasa rápido aquí. He estado trabajando en algunos proyectos y… Gracias por no despertarme de peor forma majestad.

Bahir era un extraño personaje. Era de estatura media y bastante delgado  y un cuerpo fibroso acostumbrado como estaba a trabajar en La Fragua. Su piel era como la caoba denotando su procedencia extranjera y llevaba una media melena negra hasta los hombros y algo de barba descuidada. Portaba una sonrisa perpetua de blancos dientes. Lo que más llamaba la atención de Bahir eran sus ojos. Eran dorados y llenos de inteligencia y locura lo cual a veces le daban aspecto de maníaco. Tendía a abstraerse en el trabajo y cuando se emocionaba explicando alguno de sus diseños tendía a hablar a una velocidad desmesurada. La historia de Bahir era simple. El Maestro Algurn, jefe de sección de Los hijos de Nidavellir lo encontró en una lejana ciudad del este, donde el sol siempre lucía la arena dominaba todo en lugar de la nieve y las ciudades guardaban mil y una maravillas que en gran parte eran desconocidas en aquellos lares.  En uno de sus viajes Algurn dio con Bahir, un huérfano de las calles. El viejo Maestro no dio muchos detalles pero algo en los ojos del muchacho le llamó la atención. Así que se lo llevó con él a Istramor como su ayudante para comprobar incrédulo que el chico tenía un don para las aplicaciones prácticas. En esos momentos Bahir intentaba poner orden sin éxito en sus estancias. Harald empezaba a impacientarse.

-Bahir… ¿Qué es aquello que tenías que mostrarme?

-¿Qué?… ¡Oh sí, sí claro!-Bahir corría por la habitación tropezándose y maldiciendo.- ¡Qué me parta un rayo! ¿Dónde está?

El joven buscaba frenéticamente. Harald esperaba no estar así toda la mañana.

-¡Por fin! ¡Ahí está!-exclamó cogiendo un bulto cubierto con un lienzo que estaba en una estantería.

Mientras lo agarraba derribó unos cuantos libros de la estantería. Cuando lo tubo se mostró ansioso ante el rey.

-¿Vas a mostrármelo?-Harald empezaba a mosquearse.

-Aquí no. Hay que ir al campo de pruebas. No temáis. Es la puerta en frente a la mía.

Salieron de la alcoba-taller para entrar por una gruesa puerta cuya llave Bahir tenía. Una vez dentro se encontraron en una larga estancia con variaos estantes llenos de diversas armas y varios monigotes hechos de madera y paja que servían como sujetos de prueba. Muchos de ellos estaban mutilados atravesados o quemados señal de las “pruebas” que habían sufrido. Bahir señaló a un monigote de paja con dianas pintadas en puntos vitales y que estaba bien lejos en el fondo de la sala. Acto seguido quitó el lienzo del misterioso bulto que había colocado en una mesa con gesto teatral. Harald no se esperaba aquello.

-Bahir… ¡Por todos los gigantes! ¿Qué demonios es eso? ¿Se supone que es un arco?

El objeto en cuestión era una especie de estructura que al final tenía dos palas de metal unidas por una cuerda. También tenía extrañas partes que el rey no comprendía de que servían.

 -Eso majestad…  Es el fututo de las armas a distancia. En mi lugar de origen algunos guardas los portaban. He intentado reproducirlos. Y no ha sido fácil basándome solo en vagos recuerdos. En cuanto a si es un arco… Es algo parecido. Yo prefiero llamarlo arco cruzado. ¡Es una maravilla! Intentad dispararle al objetivo. Los proyectiles están sobre la mesa.-dijo apuntando hacia el lejano muñeco.

-¿Quieres que dispare con eso?-exclamó Harald incrédulo.

Harald era un excelente tirador. Se había ejercitado con el arco desde una edad en la que aún no podía sostener uno de verdad y menos tensarlo. Pero no creía que disparar con ese cacharro fuera posible. Aun así lo intentó. Cogió el dichoso arco cruzado por el extraño mango con una mano. Con la otra agarró uno de los cortos proyectiles que estaban en la mesa y lo colocó en la cuerda. Agarró el arma con las palas en posición vertical y se dispuso a tensar la flecha con la otra mano. Tarea que le resultó imposible.

-¡No, no majestad!-exclamó Bahir quitándole el artefacto de las manos.- No se hace así. Lo siento, quizás debí tener en cuenta que al ser una nueva invención quizás no supierais como funciona.

Acto seguido prosiguió a tensar la cuerda pisando el arco y tirando con fuerza. Lo que le costó unos instantes. Por último colocó una de las pequeñas flechas en la ranura del mango por delante de la cuerda y se la entregó a Harald con cuidado.

-Listo majestad. Ahora solo debéis de apuntar y apretar esa pestaña. Tened cuidado. Es un modelo experimental y aún hay cosas que se deben mejorar.  Apoyadlo en vuestro hombro para ganar estabilidad.

Harald se mostraba algo escéptico frente a esa parodia de arco. Así que sin mucha convicción apretó el pequeño resorte del curioso artefacto. En menos de lo que bate las alas una libélula el pequeño dardo voló disparado del artefacto para estrellarse contra la cabeza del muñeco y atravesarla limpiamente. El rey se quedó sin saber muy bien que decir. Con aquel curioso artefacto acababa de generarle una muerte instantánea a aquel monigote. Intentó cargar el artefacto de nuevo pero la sorpresa le impidió manipularlo debidamente. Bahir selo arrebató y lo cargó de nuevo entregándoselo a su amo que disparó otra vez. Y otra. Y otra. Y otra. De esa manera el muñeco de pruebas presentaba heridas que se verían horribles en un cuerpo humano. Llegó un momento en el que Harald intentó cargar el arma el mimo. Pero la rompió sin querer lo cual le hizo sentirse estúpido. Sin embargo Bahir le justifico diciendo que era el primer modelo que verdaderamente funcionaba. Que aún le faltaba mucho para ser perfecto. Harald cogió un arco y flechas que había en un estante y disparó al objetivo .Al tener más experiencia con  el arco largo sus disparos fueron más certeros y rápidos. Acto seguido volvieron a las estancias de Bahir.

-Veo que os habéis fijado. El arco es más manejable y rápido y más fácil de cargar. Pero esta belleza alcanza distancias endiabladas. Y es mortal. Aunque si a su majestad no le place…-empezó Bahir algo decepcionado.

-Me place. Soy más afine al arco. Pero me place mucho. ¿Cuándo lo repares puedo quedármelo?

-¡Por supuesto que no!-exclamó Bahir para la sorpresa de Harald.- Este modelo es un desastre. Cuando lo mejore os haré un arma digna de un rey. Y ya que os gusta tanto el arco os presentaré cuando pueda una idea que tengo en mente.-dijo emocionado Bahir que ya empezaba a no entendérsele de lo rápido que hablaba.

-Quiero cien.-dijo Harald.-A nuestra guardia le vendrán bien. ¿Puedes conseguirlo?

-Bueno… Necesitaré unas cuantas manos más. El arma aún no está terminada… Y cuesta hacerlas y los materiales son caros…

-Pierde cuidado con eso. ¿Puedes hacerlo?…  ¿Bahir?… ¡Bahir!-Bahir se había dormido.

-¿Qué…? ¡Oh sí, sí! Por supuesto majestad.

-Excelente. Una cosa más. ¿Dónde está Algurn?-quisiera hablar con él.

-El Maestro Algurn está en El Horno. Supervisando un par de…-Bahir no acabó la frase pues se durmió de nuevo.

-¡Bahir!-gritó Harald

-¡Presente y para servir!-gritó Bahir al despertarse de sopetón.

-Bahir… ¿Cuándo fue la última vez que dormiste?-preguntó Harald algo seguro.

-Pues… Bahir comenzó a pensar- ¡Vaya! No me acuerdo. Empecé con la pruebas del último prototipo  dos días después del funeral de Maese Orm… ¡Oh cierto! Maese Orm ha muerto. Nunca le conocí pero…

-Bahir… -le interrumpió Harald-Eso fue hace tres días. ¿Llevas tres días sin dormir?

A Harald le tocó golpear a Bahir en el hombro para despertarle de nuevo. Como siempre contestó algo aleatorio.

-Bahir tienes que dormir. No puedes trabajar así.

-Luego majestad. Ahora tengo que hacer otro modelo e implementar mejoras.

-Bahir esto no es sano. Duerme.

-De verdad estoy bien. No me encuentro…-se durmió de nuevo para ser despertado de nuevo por el rey-…bien.

Harald no tenía tiempo para pelear con Bahir. Pero temía por él. Si trabajaba en esas condiciones podía hacerse daño o herir a alguien. Entonces reparó en un saquito de piel en el suelo. Lo recogió y cuando o tubo cerca de la cara supo lo que era por su fuerte olor. Aun así extendió un poco de los polvos que había en el interior y lo olfateó unos instantes.

-¿Sedantes?-preguntó Harald al joven ingeniero.

-Sí. Egil me los dio. Según él para que durmiera mejor. Tengo que mezclarlos con agua y beberlos. Pero no me hacen falta beberlos. Duermo perfectamente.

-Aja…dijo Harald asintiendo con una sonrisa sarcástica.

Acto seguido sopló el contenido de su mano, directamente a la cara de un sorprendido Bahir. No pasaron unos segundos hasta que Bahir se desplomó como un muerto debido a la mezcla de potentes hierbas.

-“Hay que ver”.-murmuró Harald para sí mientras acostaba al joven en su cama- “Es un trabajador excepcional pero no sabe cuándo parar. En fin. Vayamos a ver a Algurn. Descansa chico. Te lo has ganado.”

 

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Si La Fragua era un complejo ser vivo, El Horno era su corazón. Una gigantesca bestia ardiente que nunca paraba de exhalar ardientes ráfagas de aire y que estaba día y noche en funcionamiento. En él unos cien hombres y mujeres sudorosas, robustas y curtidas trabajaban codo con codo sin descanso, transportando menas de metal, fundiéndolas, vertiéndolo en moldes moldeándolo y trasportando las enormes piezas ya montadas. En el centro de todo el caos subido en una mesa y vigilándolo todo se hallaba un hombre de espesa barba castaña chamuscada aquí y allá. Era calvo salvo por algunos mechones de pelo que portaba en la nuca y costados de su enorme cabeza. Sus manos eran enormes y ásperas debido al arduo trabajo y su piel morena por la caricia del fuego. Habría sido un hombre imponente. Si no fuera porque le llegaba a Harald a la cintura.

-Salud y buena fortuna Maese Algurn.-saludo cordialmente el rey.

El hombrecillo se giró al oír su nombre.

-Ah, ahí estáis.-soltó sin más.- Y de una pieza por lo que veo. Bien, bien.

Algurn Alberich. Jefe de los Hijos de Nidavellir. Para muchos el mejor hasta la fecha. También apodado “Algurn el Talentoso”, “Algurn Cantar de Acero” o “Algurn el Enano”. Este último apodo no era muy difundido públicamente. Se murmuraban muchos rumores en torno a Algurn. Unos decían que su madre lo abandonó por ser monstruoso, otros que nació con barba y un martillo en la mano. Otros que el mismo Oden bajo a su una cuando era un bebe para bendecirle con el don de la forja a cambio de su peculiar aspecto. Pero el más extendido de todos era que en verdad era un Enano. Un verdadero Hijo de Nidavellir que se perdió en Midgard  nada más nacer.

-Trabajando duro por lo que veo.-dijo Harald.

-Veis bien. Algunos no tenemos tiempo de sentar el culo y no hacer nada todo el día.-dijo Algurn distraídamente mientras vociferaba unas órdenes.  

-No supongo que no.-admitió Harald.- ¿En qué estáis trabajando?

-Lo que nos pedisteis hace unos meses. Esa petición vuestra de encargarnos de los desechos humanos y de paso mejorar el sistema de abastecimiento de agua. Al principio me pareció que podíais limpiaros el culo con vuestra petición que queréis que os diga. Pero luego pensé más en ello y creo que es posible. He pensado en que podríamos mover las aguas (la potable y las negras) con tubos de metal. Tengo que decidir el material aún por el tema de la corrosión. Y eso implicaría agujerear el suelo. Tengo que asegurarme de que las cuevas no sean un problema para agujerear. Pero en principio todo marcha bien. También hemos comprobado si las bombas funcionan bien.

-¿Las bombas?-preguntó Harald extrañado.

-Ya sabéis el sistema de inundación de El Horno. Aquí tenemos muchos materiales inflamables y la fuente de calor principal está aquí. Sería muy inconveniente si se propagara un fuego teniendo en cuenta que el palacio y la ciudad están arriba. Y si la estructura de las cuevas se viera afectada la fortaleza podría hundirse. Y quien sabe. Tal vez parte de la ciudad. Por eso si hay un incendio incontrolable en El Horno, salimos todos, lo sellamos y lo inundamos con agua de los manantiales subterráneos. Después la extraemos.

-Ya comprendo. Por cierto: He estado con Bahir.

-¿Esa cabra loca? ¿Qué ha hecho esta vez?-preguntó Algurn como si esperara que la mitad de La Fragua  estuviera en llamas.

-La verdad es que me ha mostrado un invento muy interesante. Un nuevo sistema para lanzar proyectiles…

-¡Ah!-soltó más tranquilo”-Su dichoso “arco cruzado”. Yo prefiero llamarlo Avispa. El otro nombre es muy largo. He de decir que es ingenioso. Me ha dado hasta una idea en la que estoy trabajando. Os la contaré cuando esté más desarrollada.

Después de arreglar un par de asunto más el rey tubo suficiente con deambular bajo tierra y decidió volver a la superficie. Una vez ahí agradeció el aire fresco y puro. Aún tuvo que esperar un poco a que sus ojos se acostumbraran a la luz. Sintió hambre y sueño. ¡Y eso que su jornada aún no había acabado!

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Gracias a los dioses era hora de comer. Comió con Kaira y algunos de los miembros de su corte. Nada más sentarse junto a su mujer, lo recibió como solo ella sabía.

-Te voy a matar-le dijo en un susurro.

Harald se rió para sí mismo.

-Si siempre que dijeras que me vas a matar actuaras como ayer dejaría que me mataras todos los días cariño.-susurró Harald con una sonrisa lobuna.

-Idiota-lo contestó la reina sonrojándose.

Aquel día estaba espectacular como siempre. Vestía un vestido verde con un ligero escote u unas zapatillas de seda también verdes que le daban un aspecto delicioso. Llevaba el pelo suelto y una preciosa y delicada diadema de plata con un enorme zafiro en la frente que resaltaba sus preciosos ojos.

-Un pajarito me ha dicho que has dado la orden expresa de que no se me despertara.-continuó Kaira.

-Ese pajarito debería aprender a no decir todo lo que cuentan.-bromeó Harald.

-Harald: ¿Por qué lo has hecho? Sabes que odio quedarme en la cama todo el día.

-¡No me mientas Kaira Eivor, que te conozco!-río Harald.-Más de una vez me has suplicado que nos quedásemos todo el día en la cama. Además necesitabas descansar mi vida. Sé que no has estado ociosa estos días entre buscarme y dirigir el reino. Debías estar agotada.

-Lo dice el que ayer llegó a casa después de dos semanas fuera. Por ese precio podrías haberte quedado también.

-Me habría encantado cariño. Pero es mi deber real. Se supone que es lo que debo hacer.  

-¡También es mi deber! Sabes de sobra que puedo ayudarte con los asuntos de palacio y estado. No soy ninguna princesita indefensa-se quejó haciendo un mohín que Harald encontró enternecedor.

-Desde luego que no lo eres. Eres mi reina. Mi Valkiria y mi guerrera. Se lo fuerte que eres. Pero también he de admitir que disfruto mimándote.-dijo dándole un beso en la mejilla.

Por un memento Kaira no dijo nada. Después se le puso una sonrisa diabólica y dijo.

-¿Ah sí? ¿Conque disfrutas mimándome? ¡Qué maravillosa coincidencia! Porque yo también quiero mimarte

Acto seguido la mano de Kaira empezó moverse con suavidad por el muslo de su marido.

-Kaira… ¿Qué…?-Harald no entendía lo que pretendía su mujer.

-¡Calla tonto!-le susurró la reina juguetona.- Disimula y disfruta.

Acto seguido la mano helada de Kaira se metió por la cinturilla del pantalón de Harald. Lo cual le hizo dar un pequeño salto.

-¡No me jodas Kaira!-susurró casi imperceptiblemente el rey de Istramor. ¿Aquí?…¿Ahora?

-Calla… O nos van a descubrir. Actúa normal.-dijo Kaira mientras su mano intentaba despertar al aletargado miembro de Harald.    

Amar a tu pareja y varios años de matrimonio ayudan mucho así que en unos instantes Kaira tenía la virilidad de su esposo totalmente erguida y fuera de sus pantalones. Harald estaba perplejo a la par que excitado. Kaira nunca era tan atrevida. La suave mano de la reina subía y bajaba por el grueso falo del rey produciéndole un placer indescriptible. Además el placer se multiplicaba por lo indebido de la situación. Ellos dos… en pleno banquete y rodeados de gente.

-“¿Te imaginas que no solo usara las mano?-se dijo Harald totalmente excitado “Que usara esos gloriosos pechos o esa boca que tan bien me conoce… ¡No! Eso ya sería demasiado. Nos descubrirían. ¡Pero qué bien estaría!”

-Vaya, vaya Harald-murmuró la reina con malicia- se te ve incómodo. ¿Puede ser que quieras que pare?

Harald le lanzó una murada asesina como respuesta mues tenía que hacer mucho esfuerzo por contener sus jadeos y gemidos. La verdad es que Kaira sabía lo que se hacía. En un momento de lucidez Harald intentó deslizar una de sus manos libres por el vestido de Kaira. Pero esta le detuvo.

-¡Quieto!-susurró la reina.-Tú lo tienes más difícil. Y si intentas colar tu mano por mi vestido nos descubren seguro. Tranquilo ya me cobraré este servicio después.

Harald creía estar en el Valhala. Hubo un momento que alguien a quien no recordaría más tarde que le preguntó algo y el no pudo más que contestar lo primero que se le vino a la cabeza. Y por fin todo fue como debía. Harald Aaren rey de Istramor llegó al éxtasis de una forma anormalmente copiosa e intensa. Tuvo que hacer esfuerzos considerables para no gritar. Después de su intenso orgasmo el rey necesitó unos segundos para contener el aliento.

Su extraña mueca no pasó desapercibida a sus invitados pero Harald fue rápido y lo justificó diciendo que se había mordido la lengua. Lo cual provocó que la reina ahogara una carcajada. A Harald le habría encantado seguir con la faena con su mujer en la alcoba. Pero su jornada no había acabado. Ni mucho menos. Cuando se despidió de los comensales del banquete y fue a dar un pequeño paseo antes de atender alguno los tontos asuntos de la tarde, creyó oír hablar a una de las sirvientas con otra sobre una blanquecina substancia de fuerte olor bajo la mesa del rey. Por si acaso Harald Aaren caminó más ligero. 

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Los gritos sobresaltaron a Harald. No estaba muy seguro de dónde venían pero se las apañó en seguirlos hasta un corro de mujeres y hombres con aspecto de estar nerviosos. Harald se abrió paso entre ellos para observar una escena dantesca: El suelo estaba empapado de alguna sopa o guiso, la cazuela yacía volcada algo más lejos y en medio de la faena una muchachita de unos doce años aullando de dolor.

-¿Qué, en el nombre de Oden ha pasado aquí?-preguntó el rey conmocionado.

-La pobre Allie… la pobre Allie-sollozaba una criada.

-Ya le dije yo que no llevara sola el puchero. ¡Qué era demasiado pasado para ella!-dijo otra

-¡Oh dioses! ¡Mirad esas ampollas!-exclamó un hombre menudo horrorizado.

-¿Qué vamos a hacer?

-¡Debemos llevarla al galeno!

-¡Idiota! ¡Maese Orm está muerto! 

-¿Qué hacemos? Si no la ayudamos se pondrá peor.

-Sí. Podría hasta…

Harald conocía un truco o dos para tratar heridas superficiales. Pero esas quemaduras no tenían ningún buen aspecto. Necesitaban ayuda urgente. ¿Pero qué hacer? Orm estaba muerto. ¿Y dónde conseguir un galeno tan rápido? Quizá en la ciudad, pero Allie necesitaba ser atendida ya. Mientras intentaba tomar una decisión Harald no se percató de la figura pelirroja que se había arrodillado sobre la agonizante niña vestida únicamente con un simple vestido verde y descalza.

-“¿Lynn? ¿De dónde ha aparecido?”

La muchacha había rasgado para sorpresa de todos las ropas de la pobre Allie y observaba y palpaba el torso lleno de feas ampollas de la joven, que ya empezaba a convertirse en mujer.

-Quemaduras serias-dijo hablando sola- Necesita atención inmediata. No sé si tengo suficiente con mis remedios. Harald, ¿tenéis medicinas?

Harald se sorprendió un poco pero se repuso rápido.

-Sí. Tenemos bastantes.-dijo pensando en las estancias de Orm, que estaban bastante cerca.

-Bien, vamos.-dijo Lynn seria- Cárgala tú.

Los criados estaban desconcertados. No solo por la repentina aparición desea joven sino por el descaro con el que le hablaba a su rey. Pero más se sorprendieron cuando vieron al rey recoger a la malherida muchacha del suelo y la llevaba a las habitaciones de Orm seguida por aquella misteriosa joven.

Nada más entrar Lynn derribó el contenido de una gran mesa y Harald colocó a Allie con mucho cuidado. La pequeña no había dejado de gemir de dolor. Lynn empezó a revolver entre las decenas de estanterías y armarios en busca de cosas de medicinas y en un abrir y cerrar de ojos ya tenía vendas, tijeras y   un   sin fin de hierbas, polvos y mejunjes de los cuales solo Harald podía identificar unos pocos.  En seguida empezó a dar instrucciones: Harald encendió un fuego y colocó una sartén. Lynn cogió varias hierbas y ungüentos y poniéndolos en la sartén hizo una cataplasma. Sin embargo había un problema.

-Necesito lengua de serpiente para bajar la inflamación. Pero no veo por ninguna parte.-dijo Lynn seria.

-Lengua de serpiente… Yo ya he visto esa planta antes-dijo Harald pensativo.

Y la mente de Harald voló a cuando era niño y se quemó en la lumbre y Orm tuvo que curarlo.

-¡Ya está! La lengua de serpiente está… Ahí arriba.-dijo Harald perdiendo la emoción al comprobar que la dichosa planta se encontraba en el estante más alto de todos.

Lynn se propuso alcanzarla dando unos pequeños y graciosos saltitos que ni de lejos servían para alcanzar el último ingrediente.

-Harald, aúpame.-dijo Lynn de repente

-¿Que haga qué?-la verdad Lynn hacía unas peticiones precipitadas inesperadas.

-¿Acaso estás sordo? Levántame en brazos. Yo no llego y tú tampoco. Pero juntos sí. Que haya que explicártelo todo…-dijo Lynn con fastidio.

Así que Harald aupó a la liviana jovencita. Pero como aun no era suficiente Lynn se removió encima de Harald para subir más arriba instalándose en sus hombros. Dejando la cabeza de Harald en las faldas de la muchacha. Y con unas interesantes vistas.

-“¡Barbas de Thor Lynn! ¿Es que no portas nada debajo de este vestido?”-se dijo Harald conmocionado.

-¿Ya la tienes?-preguntó Harald impaciente.

-¡Aún no!-gritó Lynn- No la encuentro.

Harald empezaba a estar realmente nervioso. Ante sus ojos tenía completamente expuesta la hermosa feminidad de Odalyn, con esos pocos vellos pelirrojos. Una visión de lo más tentadora. Incluso para el más recto de los hombres. Además las faldas de Lynn actuaban como una carpa creando una atmosfera cerrada y por tanto haciendo que Harald Aaren respirará el aroma proveniente de la joven como si de una flor se tratase. Lo cual no hacía más que elevar el lívido del rey.

Mientras tanto Lynn, que no parecía darse cuenta de la apurada situación de su amigo seguía sin éxito buscando la condenada planta mientras maldecía con unas palabrotas no muy apropiadas para una señorita.

¿La has encontrado?

-¡Su puta madre, no!-exclamaba Lynn fuera de sí.- ¿Dónde está el jodido ingrediente maldita sea?

-“¡Oh Thor! ¡Oh Thor! ¡Oh Thor! ¡Oh Thor!-maldecía Harald en su mente- Encuéntralo rápido Lynn o por el amor de una madre te juro que no respondo…”

-¡Ya la tengo!-exclamó la chica triunfante- ¡Mierda, está atascado!

-¡Lynn no te muevas tanto! ¡Vas a desequilibrarnos!-gritó Harald con su voz amortiguada por el vestido de la joven.

Pero Lynn seguía forcejeando con fuerza amenazando gravemente a la estabilidad de ambos.

-¡Ya es mía!-exclamó la joven después de un último tirón.

Pero por desgracia para los dos desembocó en que Harald perdiera el equilibrio y se llevara a la pelirroja con él. Harald soltó un improperio pero en el último momento se las apañó para poner a Lynn sobre su pecho para evitar que se lastimara. Lo cual acabó con el rey de Istramor algo magullado.

-¡Diablos Harald!-exclamó la joven pletórica.- ¡Me has salvado! ¿Estás bien?

Harald hubiera respondido pero le era imposible. Los abundantes pechos de su amiga estaban presionados contra su rostro impidiéndole articular palabra.

-Vaya, perdón-dijo la muchacha apartándose y dejando respirar al joven.-Gracias otra vez por evitar que me hiciera daño. Eres muy galante Harald.

Y acto seguido Harald recibió un fugaz beso en los labios, lo cual no se esperaba. Acto seguido pensó en quitarse a Lynn de encima. Pero no lo hizo. Le gustaba esa posición. No había nada de malo en permanecer así unos instantes más ¿verdad? Pero para desgracia de ambos la puerta se abrió y un sirviente entró en ella, seguramente a comprobar el estado de la pobre Allie. Y observó incrédulo la comprometedora escena. Harald con delicadez apartó a Lynn de encima que se puso de nuevo a atender a Lynn como si nada hubiera pasado y sin ningún aspecto de estar avergonzada. Harald fulminó al criado con una mirada que venía  decir algo así: “Estamos en ello así que lárgate. Y no se te ocurra comentar nada de lo que has visto o te castraré como a un caballo” Lo cual surtió un efecto mágico. Mira que haberse olvidado de la niña herida…

-“Harald:-se dijo a sí mismo- Eres idiota”     

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Allie se encontraba vendada y dormida por el poderoso sedante que le había administrado Lynn. Por suerte no era tan grave como parecía. Unas curas más y reposo y volvería a corretear como un cervatillo. Según Lynn quizás hasta no quedara cicatriz.

Harald estaba impresionado, con el pulso, la precisión y eficacia de Lynn. En unos instantes había tratado una horrible quemadura con gran facilidad. No estaba exenta de sorpresas eso desde luego. Y luego estaba el suceso del bosque con los bandidos… Mejor no pensar en ello.

La verdad Harald ahora si estaba derrotado. El estrés de las últimas horas y la fuerte caída al suelo le habían agotado sobremanera. Por suerte aunque Leif fuera algo molesto a veces era un buen hermano y un sustituto diligente. Así que medio obligó al rey que se retirara a sus aposentos para que descansara un poco. A penas se tumbó en la cama el rey cayó en un profundo sueño. No habrían pasado ni dos horas cuando la puerta de la alcoba se abrió sigilosamente y unos pies ligeros se aproximaron a la cama del monarca. Pero Harald dormía profundamente. Si el intruso llevaba un cuchillo era posible que la vida de Harald hubiera acabado en ese mismo instante. Por suerte el intruso no portaba ningún cuchillo.

Ligero como un gato el misterioso personaje subió a la cama matrimonial y dirigió su atención a la entrepierna del rey. Con sumo cuidado bajó los pantalones del rey contemplando la también dormida virilidad del rey. Y poniendo una pícara sonrisa se dispuso a despertarlo.

Harald estaba teniendo un sueño estupendo. No recordaba muy bien de que se trataba pero se sentía genial. Era como si flotara en una nube y no pudo evitar poner una estúpida sonrisa. Pero el sueño era tan real que…

En ese momento el rey abrió los ojos y pudo ver a la reina Kaira ocupada lamiendo su miembro con parsimonia y gusto.

-¡Ah! Ya te has despertado.-dijo ella jovial.

-¡Y de qué manera! ¿No sabes que es de mala educación despertar a un hombre cansado?-preguntó Harald jocoso.

-Bueno… Es que estaba excitada.-se disculpó Kaira.-Además pensé que no te molestaría. Porque no te molesta, ¿verdad?

-No… Lo cierto es que no.-dijo Harald tranquilamente.

En ese momento Harald cerró los ojos, respiró plácidamente y se centró en el inmenso placer que le proporcionaba su esposa. Cuando el placer era demasiado se abstraía en otros pensamientos. De ese modo podía hacer que el placer fuera aun mayor y durara más.

-Sí que estas aguantando.-dijo Kaira juguetona.- ¿No vas a correrte?

-¿Cómo podría después del meneo que me has dado antes en la comida?-contestó Harald con guasa.

-Te ha gustado ¿eh perro?-dijo mientras apretaba el miembro de su marido algo más.-Se ve que voy a tener que jugar más duramente.

-¿Más duramente que esto?-bromeó Harald señalando su virilidad con el mentón.

-Muy gracioso.-dijo Kaira subiéndose a horcajadas y preparándose ara de nuevo unirse con su marido.

Y una vez más la unión tuvo lugar.

-¡Dioses!-aulló Kaira.- ¡Ya me empezaba a hacer falta esto!

-No podías aguantar ni siquiera un día ¿eh?

-¡Perro!-insultó Kaira.

-¡Furcia!-respondió Harald.

Y Kaira empezó a moverse con violencia. Nada de ternura ni de ir paso a paso. Todo se trataba de satisfacer los deseos de la reina y Harald no estaba en condiciones de seguirle el ritmo. Así que se dejó hacer. En un momento de lucidez se le ocurrió lamer y pellizcar las portentosas mamas de Kaira para aumentar más su placer si era posible. Los gritos de Kaira parecían querer echar la fortaleza abajo.

-¡Joder Kaira! ¿Tienes una forja por Coño?

-¿Y tú un ariete por polla?

Los dos amantes siguieron dándose placer mutuamente y besándose con locura.

-Kaira… casi estoy.

-¡No! ¡Aún no cabronazo! ¡Espérame!-exclamó furiosa la reina moviéndose aún más velozmente y arañando el pecho de su rey.  

Y por fin ambos acabaron al unísono. Kaira sintió como sus entrañas eran salvajemente inundados y eso la hizo feliz. Porque, ¿qué mujer no disfruta siendo llenada por el hombre que ama?

 -Dioses… ha sido genial Harald. Te quiero.

Harald no respondió.

-¡Cielos! ¿Eso te lo he hecho yo?-dijo fijándose en las marcas rojas de arañazos que Harald tenía en el pecho.- ¡Lo siento cariño! Ya sabes que suelo emocionarme y me descontrolo un poco.

Harald seguía sin responder.

-¡Maldita sea Harald! ¿Quieres responder algo o…?

Pero Harald no escuchaba. Se había dormido profundamente y respiraba con suavidad.

-Hay que ver. Solo lo hacemos una vez hoy y ya te duermes.

Y así, Kaira se arregló el vestido, el pelo y metió sus pechos en su sitio. Sería mejor que se lavara un poco para no pasearse con aquel potente olor por el castillo. Después cogió una manta de pieles y la extendió sobre su inconsciente esposo. Después lo besó amorosamente en los labios y se despidió con unas tiernas palabras, dejando al rey durmiendo pacíficamente.  

……………………………………………………………………………………………………………………..

Cuando Harald se despertó el crepúsculo ya había comenzado y los cuernos vespertinos ya sonaban, dando así fin a la jornada de muchos. Harald no sabía muy bien que hacer, pero ese pensamiento se esfumó cuando se le ocurrió que hacer. Así que se puso en  camino.

Cuando llegó al bosque interior el sol se había ocultado casi por completo. Se adentró en aquella enorme maraña de vegetación como si de un mundo totalmente se tratase. Cualquiera diría que aquello en verdad era un bosque si no supiera que en el otro extremo se hallaba la muralla con la puerta al desproporcionado cobertizo de herramientas. Para cuando vislumbró la puerta empotrada en la pared algo se lanzó sobre sus tobillos. Al principio se sobresaltó pero después al mirar al suelo no pudo más que reírse. 

-¡Malditos bichos! ¡Crecéis a una velocidad endiablada!

Los seis lobeznos habían salido a recibirle como un ciclón algunos jadeaban como si necesitaran agua urgentemente. Otros se revolvían y le saludaban como si fuera su madre a la que no veían en mucho tiempo. Y otros simplemente le mordían los tobillos de forma juguetona. Harald cogió a una de esas fierecilla que empezó a moverse como un diablo y a morder y lamer sus manos. ¿Sería posible que de verdad se estuviera encariñando con esas bestias?

Adentrándose más en el bosque vio a Lynn que estaba deshaciéndose de unas cuantas zarzas con cuatro cachivaches roñosos que habría encontrado en el cobertizo.  Harald la observó trabajar un rato hasta que la joven se percató de su presencia.

-¡Has venido!-dijo sonriendo.

-Bueno… tenía que ver cómo te habías instalado. También habrá que hablar de convertir esto en tu hogar.

-¿La niña está bien?-dijo Lynn algo preocupada.

-¿Allie? ¡Perfectamente! Sus padres la están cuidando y gracias a las pautas que les diste se recuperará en unos días. Hiciste un trabajo excepcional Lynn.

-Bueno… Solo eran unas quemaduras. Tratarlas es bastante sencillo.-dijo Lynn sonrojándose.-Tu tampoco fuiste un ayudante demasiado inepto.

-¿Dónde has aprendido a sanar?

-En el bosque. En casa he tenido siempre libros con pautas, remedios y descripción de ingredientes. Y cuando algún animal era herido normalmente intentaba curarlo. Así es como fui cogiendo práctica. Además no eres el único viajero al que he atendido.

Harald contempló a la muchacha. Era hermosa desde luego. Y también tenía ese aura de misterio y sabiduría ancestral que tanto intrigaba. A Harald le habían contado cuando era un niño que las Nornas, las tres diosas del destino, vigilaban la vida de todos los seres vivos y que si algo sucedía era porque entraba dentro de sus planes. Tenía gracia que Orm, su antiguo galeno real hubiera muerto hace unos días y él, se hubiera traído a esa jovencita que al parecer sabía cómo sanar. Harald sintió una corazonada.

-Lynn: ¿llegado el caso podrías soldar huesos?

-¡Claro! Basta con usar ramas rectas y fijarlas bien a la extremidad dañada. También conozco un buen remedio a base de leche de cabra y tejo que ayuda a que…

-¿Sabes tratar enfermedades?-le cortó Harald

-Sí. Resfriado común, gripe, viruela, sífilis….

-¿Sabes coser y amputar?

-Algo extremo y asqueroso… Pero sí…

-¿Cómo te manejas con los envenenamientos?

-¡Coño Harald!-exclamó Lynn enfadada.- ¿Quieres dejar de hacerme preguntas y luego interrumpirme? ¿A dónde quieres ir a parar?

Harald estaba pensando cómo abordar el tema.

-Lynn… ¿Te gustaría ser mi galeno? Por supuesto no estas obligada.-dijo viendo que Lynn iba a contestar.- Pero si te gusta y lo haces bien podrías dedicarte a ello. Y te pagaría claro está… Pero no tienes que aceptar si no quieres y…

-¿Lo dices en serio?-contestó Lynn emocionada.

-Desde luego.

-¡Sí! ¡Sí maldita sea!-dijo abrazando efusivamente a su amigo. Lo cual hizo que fueran rodeaos por la jauría de lobeznos.

-Te dije que les gustabas.-dijo Odalyn riendo.

-Muy graciosa.-dijo Harald agachándose para acariciar a las criaturas. ¿Les has puesto nombre?

Harald no sabía por qué había dicho eso.

-Aun no.- admitió la joven.- No me parecía justo hacerlo sin ti.

-Ya pensaremos en alguno en otro momento. De momento está oscureciendo. Pronto será la hora de cenar y sería bueno que te consigamos una cama. ¿Quieres que cenemos en La Gran Sala o prefieres quedarte aquí?

-Creo que cenaré aquí. Tanta gente de golpe… Además a los pequeños no les gusta estar solos. Además también tienen hambre. Otro día quizás.

-Está bien. Le diré a Daven que os traigan la cena. Y un jergón o algo hasta que te consigamos una cama en condiciones. ¿No tendrás problemas con el lecho verdad?-preguntó Harald algo preocupado por la experiencia de la noche pasada.

-¡En absoluto! Lo que traigas estará bien.

-Muy bien. Entonces te veré mañana. Buenas noches Lynn.

-Buenas noches Harald-dijo dándole un abrazo.-Gracias por todo.

-De nada… Y sí. Buenas noches a vosotros también fierecillas.-le dijo Harald a los lobos que en seguida habían empezado a montar jaleo a su alrededor.

Harald estaba de buen humor. Aunque cansado, ese día había sido productivo. Esperaba que hoy pudiera dormir en paz. Ahora cenaría e iría a dormir con Kaira y quizás algo más.

Entonces calló en la cuenta de que Odalyn y Kaira no se habían conocido aun. Aunque la aptitud de su mujer por la presencia de la muchacha parecía positiva tenía miedo de lo que podría pasar si se encontraban. Se podía armar una buena.

-“Ay Oden… ¡Dame fuerza!-formuló una muda súplica a los cielos”

CONTINUARÁ…

13 comentarios en “Relato erótico: “LAS TRES REINAS 3- LA VIDA EN RAGNASTEIN” (PUBLICADO POR MALEANTE)”

  1. Exquisito en trama, detalles, entorno, diálogos(acá quiero criticar algunos modismos españoles que no pegan con la temática nórdica. Por otro lado dicen Por Oden….no es Odín?) y morbo.
    Como dijo mi amigo Golfo, sublime.

    1. Lo primero gracias por tantos ánimos y comentarios a todos. Ayudan lo suyo. En cuanto a los modismos y tal escribo un poco como me viene. Y fallos hay seguro. Procuro cuidar mi ortografía pero escribir a veces es tan largo y cansado que cuando terminas no quieres volver a leer lo que has escrito (básicamente porque ya lo conoces) y tampoco tengo a nadie que lo lea de antes y me señale errores. En cuanto a lo de Oden u Odín… Ambos nombres son correctos. Por ejemplo tu eres Ion no? Pues ese nombre puede ser Ion, Jon, Jonh, John… Al líder de los Aesir se le puede llamar de ambos modos. Pero gracias por tu opinion. Es apreciada y considerada. Salud y buen día!

      1. Personalmente creo que te equivocas y aunque nunca se lo he preguntado creo que Ionlitio viene del átomo de litio cargado eléctricamente pero pensándolo también puede venir de la medicina para tratar diversas enfermedades mentales, jajaja
        Querido IonLitio: ¿cual es la razón de tu nick?
        ¿Una afición desmesurada por las ciencias o la bipolaridad que mantienes en secreto?

        1. Jajajaja me descubriste Golfo. Principalmente viene por las baterías de Litio ion. Sólo le cambie el orden. Lo del trastorno de personalidad… trato que Mr Hyde no salga de la cueva…..jejeje pero bueno, ya me conoces. Un abrazo amigos.

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