LAS REVISTAS DE MI PRIMO (parte 2/4):

El domingo desperté muy tarde, más incluso que Claraque se levantó sin despertarme.

Aprovechando que estaba sola, escondí la revista bajo el colchón e hice la cama.

Me sentía un poquito frustrada, pues el domingo era el único día que mi tía dejaba libre a Clara, que no tenía que estudiar, por lo que no dispondría de dos horas a solas en el dormitorio.

Aún así, me las ingenié para echarle un vistazo rápido a la revista mientras Clara se daba una ducha, pero, temiendo que me pillaran, desistí en mi empeño.

El lunes recuperé el terreno perdido. En cuanto terminamos de almorzar y, tras fregar la loza, me asomé al salón para asegurarme de que mi prima estaba inmersa en los estudios, saliendo a continuación zumbando escaleras arriba para refugiarme en mi cuarto.

En cuanto estuve a solas, saqué la revista y me tumbé en la cama para hojearla. Esta vez no me anduve con remilgos y, en cuanto estuve sobre el colchón, metí una mano bajo la camiseta y me desabroché el sujetador del bikini, quitándomelo. Me apetecía acariciarme las tetas.

Estuve así un rato, jugueteando lánguidamente con mis pezones, que estaban como rocas, mientras me leía la historia de Julia y el piloto (en el texto me enteré de que se trataba del comandante García. Anda que se lo habían currado mucho).

Pero la cosa no era igual que el sábado. Había pasado la novedad. Además, el único reportaje realmente pornográfico de la revista era el de la azafata, mientras que el resto eran de mujeres, más o menos atractivas, exhibiendo impúdicamente sus encantos.

Entonces se me ocurrió. ¿Por qué no iba a hacerlo? ¿Qué tenía de malo?

Me levanté del cuarto con la revista enrollada en la mano y, tras asegurarme de que no hubiera moros en la costa, me acerqué a la puerta del cuarto de Diego, llamando quedamente con los nudillos.

– Soy yo, Paula – susurré mientras llamaba.

– Pasa – se escuchó la voz de mi primo.

Abrí la puerta, aunque no llegué a penetrar en el cuarto, quedándome en el umbral, apoyada en el marco. Mi primo estaba tumbado en su cama, con un libro en el regazo, mirándome interrogadoramente.

– ¿Me la cambias? – dije con sencillez, agitando la revista enrollada.

Diego puso los ojos en blanco y sonrió divertido, levantándose. Caminó hacia mí y tras agarrar la revista que yo le tendía, me dio un suave capirotazo con ella en la cabeza.

– Como te pillen, te vas a enterar. Recuerda que no puedes confesar que son mías ni bajo tortura…

– Que no, primo. Te lo juro. Además, no me van a pillar. Tengo mucho cuidado.

– Ya – dijo él simplemente.

Tras coger la revista, caminó hacia la estantería. Yo le miraba la espalda, preguntándome como quien no quiere la cosa si Diego habría hecho las mismas cosas que salían en la revista.

Con rapidez, mi primo extrajo otra de su escondite y me la acercó. Pero, al hacerlo, vi cómo de repente la sonrisa se borraba de su rostro y apartaba la mirada, como avergonzado.

Fue cosa de un segundo, pero me di cuenta de dónde se habían posado sus ojos instantes antes. Miré hacia mi pecho y me di cuenta de que mis pezones se veían claramente marcados en mi camiseta de algodón, pues el sujetador de mi bikini permanecía tirado encima de mi cama.

Mi rostro se encendió como una farola. Mi primo se había dado cuenta de que tenías las tetas duras. Madre mía, qué vergüenza.

Y, sin embargo, a pesar del bochorno que sentía… algo se agitó dentro de mí.

– Toma – dijo Diego, dándome el rollo de papel – Ya sabes. Callada como una muerta.

– Te lo juro – dije, haciendo el signo de la cruz.

Sólo que, en vez de hacerlo sobre el esternón, deslicé mis dedos sobre mi pecho izquierdo, rozando suavemente el erecto pezón por encima de la camiseta. Un escalofrío recorrió mi columna, en parte por el contacto sobre la sensible carne y en parte… porque Diego había visto perfectamente por dónde se había deslizado mi dedo.

Azorada, pero extrañamente exultante, regresé a la intimidad de mi cuarto. Me sentí contenta por lo que había pasado y, desde luego, mucho más excitada que minutos antes, cuando salí de la habitación. Tenía que reconocerlo, me había gustado que Diego me mirara.

Más envalentonada por cómo iban las cosas, decidí que iba a pasármelo en grande. Esta vez no me tumbé sobre la cama a toquetearme discretamente, sino que, sin pensármelo mucho, me desnudé por completo, tumbándome encima del colchón.

Como todavía me quedaba un resquicio de sentido común, decidí meterme bajo las sábanas, no fuera a ser que Clara subiera con algún pretexto y me pillara en bolas con la revista.

Una vez desnuda, me deslicé entre las frescas cobijas y empecé a acariciarme con delicadeza, jugueteando con mis dedos en mi entrepierna, provocándome los primeros espasmos de placer.

La revista de ese día era distinta. Allí no había series de fotos de mujeres desnudas. Allí todo el mundo follaba.

Me hice una deliciosa paja visualizando a mujeres de todo tipo, altas, bajas, rubias, morenas, blancas y negras siendo penetradas por pollas de todos los colores y tamaños (bueno, de todos los tamaños no, eso lo aprendí con los años, las tallas variaban de las muy grandes a las directamente gigantescas; de hecho salía un negro con una tranca que ríete tú del tipo del wassasp).

Entonces, cuando estaba en plena faena, me acordé de Diego. De Diego y de su… cosa. Recordé su tacto, su dureza, su grosor…

Empecé a gemir y jadear, frotándome vigorosamente el coñito y las tetas bajo las sábanas, la revista yacía a mi lado, abierta, mostrando a doble página a una mujer con una polla metida por delante y otra por detrás.

Por si las moscas, intenté bajar un poco el volumen, pensando que Diego podría oírme. Pero, entonces, me lo pensé mejor y empecé a subirlo, consciente de que tan sólo una fina pared me separaba de mi primo.

Y de pronto me apetecía mucho que se enterara de lo que estaba haciendo allí solita.

Me sentí muy guarra, allí desnuda, toqueteándome bajo las sábanas, intentando que mi primo escuchara mis gemidos de placer. Me puse muy caliente y me corrí enseguida, derrumbándome agotada en mi lecho.

Me dormí con una sonrisa en los labios, satisfecha como nunca antes había estado. Me pregunté si mi primo, al escucharme, no habría estado haciendo lo mismo que yo. Deseaba que así fuera.

Clara tuvo que subir de nuevo a buscarme, despertándome con su delicadeza habitual. Por suerte, aunque le extrañó ver que estaba arropada, no intentó apartar las sábanas, limitándose a decir que me esperaba abajo, aunque volvió a mirarme con cara rara.

Aunque, comparada con la que puso Diego cuando bajó y nos encontró en la piscina… Se puso colorado, incapaz de mirarme directamente, cosa que me encantó. Le encontré guapísimo.

Cada vez me sentía más mujer, más segura de mi misma.

Aquella tarde charlé hasta por los codos, cosa poco habitual en mí. Clara me tomaba el pelo, diciéndome que si había comido lengua, aunque, en el fondo, seguro que se preguntaba qué demonios me pasaba.

Por la noche tardé más en conciliar el sueño. Estaba descansada por la siesta y, además, no podía dejar de pensar en Diego y en nuestro pequeño secreto.

El hecho de que supiera que había estado masturbándome con su revista, me hacía sentir inquieta y excitada a la vez. De no ser porque me daba miedo que Clara me pillara, me habría hecho otra paja aprovechando la oscuridad de la noche.

Me dormí cachonda perdida. Y decidida a juguetear con mi primo un poquito más.

La historia se repitió al día siguiente. Sólo que esta vez tenía mucho más clara mi forma de actuar. Me sentía mucho más segura de mí misma que nunca antes. Como dije, mi carácter empezaba a transformarse.

Tras el almuerzo, fui en busca de la revista, hojeándola un poco y acariciándome ligeramente para ponerme a tono. No hubiera hecho falta, pues sólo de pensar en Diego ya bastaba para ponerme lasciva.

Volví a pegar a su puerta y abrí tras recibir permiso. Por desgracia, mi primo ya se lo esperaba y tenía la revista de recambio ya preparada. Pero yo no estaba dispuesta a que se librara de mí tan fácilmente.

– Diego – le dije después que el chico intercambiara las revistas – Estoy un poco aburrida. ¿Puedo pasar?

Mi pobre primo, que sin duda estaba acordándose de mi última visita, cuando llevaba las largas puestas, puso cara un poco rara. Sin embargo, como no tenía ningún motivo para negarse, accedió a mi petición.

Él volvió a sentarse en su cama y, aunque me apetecía mucho hacerlo a su lado, tomé de nuevo la silla frente a su escritorio.

– Dime – dijo Diego, lacónicamente.

– Verás, primo. Quería darte de nuevo las gracias por no haberte chivado y por haberme dejado las revistas. Me han gustado mucho y han sido muy… útiles.

– De nada – dijo él, sonriendo quedamente.

– Y quería saber… bueno. Si podría preguntarte algunas cosas.

– De acuerdo, Paula. Como quieras. Aunque, me reservo el derecho a no responder – me contestó.

– Vale.

Y lo hice. Queriendo gozar de mayor intimidad me levanté y me senté en su cama, a su lado, con la espalda apoyada en la pared, como él. Estábamos tan cerca, que nuestros muslos casi se rozaban. Percibí perfectamente cómo se ponía tenso. Disfruté con ello.

Diego pareció ir a decir algo, pero debió pensárselo mejor y se quedó callado. Parecía un poco inquieto, cosa que me encantó, pues yo me sentía bastante tranquila.

– En serio, primo – dije, mirándole a los ojos y apoyando una mano distraídamente en su brazo – Muchas gracias. Poca gente se habría comportado como tú después de lo que te hice.

Al hablar remarqué ligeramente lo de “te hice”, para traer de nuevo a su memoria el instante en que… ya saben.

Y lo conseguí. Mi primo estaba visiblemente nervioso. Me regocijé por dentro, pues, aunque él era el experto en esos temas, era yo la que dominaba la situación. Me lo estaba pasando bomba jugando con él.

Empezaba a descubrir mis armas de mujer y a adquirir experiencia en su uso.

– Ya te he dicho que no tiene importancia – dijo él, un tanto secamente – Ahora dime qué quieres.

– Bueno, Diego, es una tontería. Lo de las revistas está bien y eso, pero aún me falta mucho para llegar a esas cosas. Lo cierto es, que apenas si soy capaz de hablar con un chico. Contigo estoy muy relajada – dije, volviendo a rozarle el brazo – pero, cuando se trata de otro…

– Tranquila. Poco a poco irás soltándote. Recuerda siempre que, si un chico se interesa por ti, estará también nervioso.

– Ya, bueno. Pero, ¿cómo sabes si un chico se siente atraído por ti?

– Mujer, eso se sabe. Se nota. A veces con la mirada, o porque muestra mucho interés en ti… Ya verás como lo sabes.

– Pero, ¿y si no le gusto a ninguno? ¿O si quiero ser yo la que quiere hablar con uno que me guste?

– ¿Cómo no vas a gustarle a ninguno? – rió – ¡Si eres guapísima! Cuando os llevo a las dos en el coche, no sabes la de amigos que me han felicitado por la hermana y la prima tan guapas que tengo.

– ¿En serio crees que soy guapa? – dije, con mi mejor voz de pastorcilla.

– Pues claro. Qué tontería.

– Gracias – sonreí – Yo también creo que eres un chico muy atractivo.

Diego se puso muy serio, cortado, sin saber qué decir, mientras yo me sentía exultante por dentro. Decidí cargar un poquito más las apuestas.

– ¿Sabes? Tenías razón en lo que dijiste.

– ¿A qué te refieres?

– A que iba a masturbarme cuando me quedara a solas con la revista. Lo hice.

Diego se quedó atónito. Yo le miraba fijamente, con una sonrisilla pícara en el rostro. Creo que eso le molestó, pues respondió un poquito picado:

– Yo no dije nada de eso.

– Ya, bueno; pero lo insinuaste.

Nuevo silencio.

– ¿Tú también lo haces? – le solté.

– ¿El qué? – respondió él, fingiendo no entenderme.

– Masturbarte. Mirando las revistas.

Diego me miró muy serio. Estaba empezando a darse cuenta de que estaba jugando con él, a medias flirteando, a medias tratando de hacerle pasar vergüenza. Decidió que no iba a permitírmelo. Al fin y al cabo, yo era su prima pequeña.

– Pues claro – respondió con firmeza, haciendo gala de una actitud adulta – Para eso son esas revistas. Te excitas y te masturbas. Ya te escuché ayer mientras lo hacías.

Esta vez la que se quedó cortada fui yo. No esperaba aquel contraataque tan directo. Me sentí un poco incómoda, pero logré mantener el tipo.

– ¡Oh! Perdona. No me di cuenta. Supongo que me emocioné demasiado.

– Supongo – dijo él, sonriendo, un poco más seguro de si.

– ¿Puedo preguntarte una cosa? – me lancé – Es algo un poquito personal.

Diego se lo pensó unos segundos antes de responder. Se veía que estaba empezando a disfrutar también con el juego.

– Vale. Aunque, como te dije, si me parece no te respondo.

– De acuerdo – dije, sonriéndole – Primo… ¿Tú nos miras en la piscina?

– ¿Cómo?

– Ya me entiendes… Si nos miras a Clara y a mí… como mujeres…

Mi primo se lo pensó un segundo. Pero luego respondió con aplomo.

– Claro. De vez en cuando. Las dos sois muy guapas. No se me puede reprochar que os mire un poco cuando vais en bañador. Soy un hombre al fin y al cabo.

– Me alegro – respondí, sonriéndole con calidez – Yo también te miro a ti.

– Bueno. Eso no es para tanto. Los tíos tenemos menos que mirar.

– Eso no es cierto – respondí con rapidez.

– ¿Ah, no?

– No. Clara me dice que soy una guarra, porque a veces… Te miro el paquete.

– Ja, ja – rió Diego – Bueno. Ya te he dicho que esas cosas no tienen importancia. Son normales a tu edad. Soy el único chico que tienes cerca y bueno… sientes curiosidad.

– Sí – asentí – Por eso hice lo que hice y te toqué… ahí.

Volvió a quedarse callado. Se notaba que la conversación tan íntima no le molestaba, pero no acababa de tener claro dónde estaba el límite.

– Claro, claro – titubeó – No pasa nada.

– ¿Y dices que nos miras a nosotras? – pregunté, zalamera.

– Bueno… No vayas a pensar que os espío ni nada de eso. Pero bueno, cuando estáis en la piscina… es difícil no echar un vistazo.

– ¿Te gusta mirarnos en bañador?

– Ya te he dicho que sois muy guapas. Y una pareja de jovencitas atractivas en bikini…. Soy un tío… – dijo, como si no hiciera falta más explicación.

– Y dime. ¿Alguna vez te has masturbado pensando en nosotras?

Toma ya. Directa a la yugular. Ahora sí que le había dejado cortado al pobre.

– Paula, creo que esto está empezando a salirse de madre. Una cosa es que charlemos un poco sobre sexo, ya que opino que no tiene nada de malo y que sin duda querrás saber más, pero esto ya es pasarse…

– Perdona, Diego – dije, simulando estar arrepentida – No quería molestarte.

– No pasa nada. Disculpas aceptadas.

– Aunque, supongo que, si no quieres responder, será porque sí que lo has hecho…

Y me eché a reír, haciéndole unas ligeras cosquillas en el costado. Él, juguetón, me las devolvió de inmediato, aunque puso especial cuidado en no tocar en ningún sitio inapropiado. Yo me retorcí de risa (más de lo debido), procurando pegarme un poquito a él, pues me encantaba sentir el tacto de sus manos sobre mi cuerpo.

– Vale, vale – me rindo – dijo Diego, percatándose de que estábamos peligrosamente cerca – Haya paz.

– Como digas – respondí, abandonando la lucha – Pero, si no respondes, tendré que concluir que sí que lo haces.

Mi primo me miró, calibrando la situación y decidiendo si respondía o le ponía punto y final a aquello.

– Vale. Te responderé, si tú también me dices algo – asintió.

– De acuerdo.

El corazón se me aceleró, esperando que Diego me preguntara si me tocaba pensando en él. Iba a darle una respuesta que le dejaría patidifuso. Me lo estaba pasando muy bien.

– ¿Verdad que el otro día no fue la primera vez que Clara se colaba en mi cuarto? – me preguntó, sorprendiéndome. No era la pregunta que esperaba.

– Diego… yo… no lo sé – respondí confusa, pillada a traspiés.

– Sí que lo sabes – afirmó, sonriendo al recuperar la manija de la situación – Si no contestas, asumiré que sí que lo ha hecho.

Me había pillado. Me la había devuelto pero bien.

– Diego, no puedo decir nada… se lo prometí.

– No hace falta. Tu silencio es respuesta suficiente.

– Jo, tío, vale. Tú ganas. Pero, por favor, no le digas nada a Clara. Se cabrearía muchísimo conmigo…

– Tranquila. No voy a decirle nada. Aunque procuraré tomar precauciones.

– Venga, hombre. Que no es para tanto. Le pasa lo mismo que a mí. Siente curiosidad y un día, que entró en tu cuarto a por un libro, te vio dormido, fue a arroparte bien y… bueno. Te vio la cosa.

Decidí intentar que pensara que había sido una sola la visita que Clara le había hecho.

– Vale. Te creo.

– Bueno. Pues ya tienes tu respuesta – afirmé.

– Cierto.

– Pues te toca. Respóndeme a lo de antes.

Diego sonrió de oreja a oreja, respondiendo sin titubear.

– Pues no. No lo he hecho jamás. Aunque seáis dos chicas muy guapas, sois mi prima y mi hermana y nunca he pensado en vosotras cuando me masturbo.

– ¡Eso no vale! – exclamé indignada.

– ¿Por qué no? – exclamó él, triunfante – Es la pura verdad. Te juro que no te estoy mintiendo. Una cosa es haberos echado alguna miradita cuando vais en bañador y otra meneármela pensando en vosotras. No lo he hecho.

Mierda. Me la había jugado. Y, lo peor, era que parecía sincero.

– ¿Y nunca se te ha ocurrido espiarnos? ¿Intentar ver cómo somos sin bañador? El otro día, en la piscina, a Clara se le salió una teta y no se dio ni cuenta. Estuvo un buen rato con ella al aire sin enterarse. Te lo perdiste.

La cara de Diego cambió, borrándose su sonrisa de un plumazo. Mi intuición me dijo que allí quedaba todavía tela que cortar.

– Oye, qué cara más rara has puesto – dije riendo – Es de lo más sospechosa.

– Calla ya, idiota – dijo él, ruborizándose.

– Venga, confiesa… – canturreé – ¿O tengo que torturarte otra vez?

– Déjalo ya, Paula.

– No. Has dicho que me responderías.

Se quedó callado un segundo. Pero, al final, se decidió a contestar.

– Fue una vez hace unos meses.

– ¡Lo sabía! – exclamé, entusiasmada.

– Te lo cuento porque no dejas de darme el coñazo – me advirtió – Como me entere de que vas con el rollo a mi hermana, llamo a tus padres en un segundo y les digo que te colaste en mi cuarto.

Nueva promesa al canto.

– Tampoco es nada del otro jueves – dijo Diego, tras reflexionar un poco – No es nada malo.

– Desembucha – le animé.

– Pues eso. Hace unos meses, Clara se estaba duchando y se olvidó de cerrar la puerta. Yo no me di cuenta y, como necesitaba ir al baño, entré.

– ¡Y la pillaste en pelotas!

– No. Verás, al entrar, me di cuenta de que corría el agua de la ducha, así que me paré en el acto y retrocedí.

– ¡Pues vaya cosa! – pensé, desencantada.

– Pero, cuando iba a salir, Clara apareció en la bañera, enjabonándose. Quedaba un hueco entre las cortinas y la vi… desnuda.

– ¿Ella no te vio?

– No. Estaba concentrada en enjabonarse. Yo me quedé parado un instante, sin saber qué hacer. No me di cuenta de que me había quedado mirando.

– ¿Y se lo viste todo, todo?

– Sí – dijo Diego, asintiendo – Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, salí del baño y empecé a cerrar la puerta. Pero no lo hice del todo. Me quedé con la mano en el pomo, manteniéndola abierta lo suficiente para poder seguir mirando.

– ¡Eres un guarrete! – reí, aunque no estaba riéndome precisamente en mi interior.

– Lo reconozco. Espié a mi hermana mientras se enjabonaba el cuerpo. Tiene un tipazo.

De reojo, eché un disimulado vistazo a la entrepierna de mi primo. No estaba segura, pero me dio la sensación de que abultaba un poco más que cuando entré. Me encantó constatar que no era completamente inmune a mi presencia y que la atmósfera de intimidad que había surgido entre los dos le afectaba igual que a mí.

– ¿Y seguro que no te masturbaste? – pregunté, juguetona.

– No. Te lo juro. De pronto fue como si saliera del trance, me di cuenta de lo que estaba haciendo y me marché. No se lo cuentes, por favor.

– Te lo prometo.

De pronto, Diego parecía haberse puesto serio. Me miró dubitativo, como dándose cuenta de que la cosa se le había ido de las manos y yo había acabado por llevarle a mi terreno.

Por desgracia, ya no tenía ganas de jugar más.

– Bueno, ya está bien de confesiones – dijo, levantándose de la cama – Llévate la revista antes de que me arrepienta. Pásatelo bien.

Me dedicó un guiño mientras me sonreía.

No me quedó más remedido que obedecerle, aunque no tenía ganas de marcharme de allí. Había disfrutado mucho con aquel juego de confesiones y flirteo. Me sentía un poquito cachonda y de buena gana hubiera seguido un rato más. Pero Diego no estaba por la labor.

– Vale. Me voy – dije con resignación.

Cogí la revista el escritorio y, justo antes de salir, me vino la inspiración.

– ¿Sabes? – le dije como quien no quiere la cosa – La verdad es que estoy un poco acalorada. Creo que voy a darme una buena ducha.

Diego se quedó callado, mirándome sin decir nada. Dedicándole una última sonrisa pícara, salí del cuarto, con el corazón nuevamente disparado en el pecho.

No perdí ni un segundo. Entré en mi cuarto, escondí la revista bajo la almohada y volví a salir, rumbo al baño que estaba al fondo del pasillo. No me hizo falta ni coger una muda, pues podía perfectamente volver a ponerme el bañador, porque luego volveríamos a la piscina.

Al pasar frente al cuarto de Diego, procuré hacer bastante ruido, para atraer su atención, aunque sospechaba que era innecesario, pues mi primo debía estar más que atento.

Entré al baño y, ni corta ni perezosa, dejé la puerta medio abierta.

No tardé nada en desnudarme, me miré en el espejo, eché un último vistazo al pasillo por si veía movimiento y me metí en la bañera, abriendo el grifo al máximo.

Repitiendo lo escuchado en la historia de Diego, dejé las cortinas sin cerrar y me quedé un rato dejando que el agua resbalara por mi cuerpo.

¿Vendría? ¿Se atrevería? Yo me moría de ganas porque lo hiciera. Me sentía cachonda perdida y ni el agua fría lograba calmar un ápice mis ardores.

Empecé a acariciarme el cuerpo, dedicándome especialmente a los senos. Los sentía duros, plenos, con los pezones erectos. Me moría de ganas de comprobar si Diego había venido.

Armándome de valor, di un paso atrás, de forma que pudiera vérseme por el hueco entre las cortinas desde fuera. Como había hecho Clara.

Sin embargo, no me atreví a mirar hacia la puerta. Sería una gran decepción si no estaba allí. Casi prefería no saberlo. Así que seguí deslizando las manos por mi cuerpo con calma, extendiendo una capa de jabón por toda mi piel.

Y miré. Ya no pude contenerme más. Por el rabillo del ojo, atisbé una sombra que se escondía junto a la puerta. Me sentí feliz, exultante. Me costó horrores no mirar directamente. Eso hubiera roto el encanto.

Pero ya sabía que estaba allí. Había venido. Por primera vez en mi vida, supe que había un hombre que se sentía atraído por mí, que se excitaba viendo mi cuerpo desnudo. Estaba caliente a más no poder.

Sin poder aguantar más, deslicé una mano entre mis muslos, empezando a masturbarme muy despacio. Menuda racha llevaba. En los últimos días me pasaba todo el rato haciéndome dedillos.

Pero aquel estaba siendo el mejor. El saber que Diego me estaba mirando, hizo que mis entrañas literalmente se pusieran a hervir.

Y la duda. Atormentadora. ¿Se estaría tocando él también? ¿Habría logrado que faltara a su palabra, cuando dijo que no lo hacía pensando en nosotras?

Me corrí. No pude evitar que se me escapara un gritito de éxtasis. Sentí que las piernas no me sostenían, así que me arrodillé en la bañera, sintiendo cómo el chorro de agua impactaba contra mi piel.

Alcé la vista. Ya me daba igual que me viera. Pero en el umbral no había nadie. ¿Lo habría soñado acaso?

No. Sabía que no era así. Diego había venido y me había espiado. Justo como yo quería.

Me sequé y volví a ponerme el bañador. Justo a tiempo, pues ya era hora de reunirme con Clara.

– ¿Dónde estabas? – me preguntó muy seria cuando me vio llegar.

– Tenía calor. Me he dado una ducha.

– No. Digo antes. Subí a por un libro y el cuarto estaba vacío.

– ¡Ah! En el cuarto de Diego. Estuvimos charlando un rato.

– Ya – dijo ella simplemente.

¡Leñe! ¡Un poco más y me pilla!

Entonces me asaltó una terrible duda. ¿Habría sido la sombra de Clara la que había atisbado en la puerta del baño? ¿Habría sido ella y no su hermano la que me había espiado mientras me duchaba?

– ¿Y de qué habéis hablado? – preguntó ella, simulando no darle importancia al tema.

– ¡Oh! De los estudios y eso. Me ha estado hablando de la universidad.

– Comprendo.

Pero presentí que no me creía. Tenía que tener más cuidado.

El resto de la tarde, lo pasamos en la piscina. Mi tía regresó pronto del trabajo y se dio un chapuzón con nosotras. Diego, en cambio, apareció sólo un segundo para despedirse y dijo que iba a salir. Ni siquiera volvió a cenar. Un telefonazo y punto. No me gustó. Quería verle antes de irme a dormir. Quería mirar su rostro, a ver si averiguaba si había sido él el espía o no.

Pero no regresó, dejándome frustrada. Mentalmente, le imaginaba encerrado en su cuarto, desnudo, tumbado en su cama, masturbándose mientras pensaba en mí en la ducha. Al menos eso esperaba. Adoraba sentirme deseada.

Y entonces llegó el sobresalto. Ni lo vi venir.

Tras ponerme el camisón, entré al dormitorio donde ya me esperaba Clara. Como siempre, ella dormía con unas simples braguitas y una camiseta vieja.

Estaba sentada en su cama, mirándome muy seria, mientras yo abría las sábanas. Me deslicé en el lecho y la miré. Seguía callada, sin decir ni pío.

– ¿Te pasa algo? – le pregunté.

– ¿A mí? No. Nada en absoluto – respondió ella, sin dejar de mirarme – Por cierto, ¿no te falta algo?

– ¿El qué?

Y la comprensión se abatió sobre mí como una tonelada de ladrillos. Con rapidez, deslicé la mano bajo la almohada. No estaba allí.

– ¿Buscas esto? – dijo mi prima, mientras sacaba de detrás de su cuerpo la revista que me había prestado su hermano.

– ¡Mierda! – exclamé atónita.

– ¿Y bien? – dijo Clara, un poco secamente – ¿Es esto lo que buscas?

– Dámelo – respondí, estirando la mano.

– ¿Por qué? ¿Es tuya?

– Sí. La traje de casa en mi equipaje.

– ¿En serio? ¿Encima vas a mentirme?

Me quedé callada.

– Venga, tía, que ya sé que todos los días te metes en el cuarto de mi hermano. Esto es suyo, ¿verdad?

Me habían pillado. No tenía sentido seguir mintiendo. Además, pensándolo bien, tampoco había ningún motivo para no contárselo (las promesas hechas no tenían sentido desde el momento en que Clara nos había descubierto), porque, al fin y al cabo, no habíamos hecho nada malo.

– Vale, Clara, lo admito – dije tumbándome de nuevo en mi cama – Deja que me explique.

Y lo hice. Se lo conté todo a mi prima. Bueno, todo no, obviamente omití la parte de los flirteos y el tonteo con su hermano. Pero le confesé lo demás.

– O sea, ¿que Diego sabe que me he colado en su cuarto? – dijo mi prima, bastante sorprendida.

– Sí. Bueno, lo sospechaba. Y lo tuvo claro cuando nos pilló aquella mañana. Él quería tener una charlita contigo, pero lo convencí de que lo dejara correr.

– Vaya, tía, gracias. Menuda vergüenza hubiera pasado hablando con mi hermano de por qué me colaba en su cuarto para mirarle… eso.

– Imagínate la que pasé yo. Si se la toqué y todo…

Las dos nos echamos a reír. La crisis parecía superada. A Clara no le importaba que charlara a solas con su hermano, lo que le molestaba era el secretismo, pues normalmente nos lo contábamos todo la una a la otra.

– Y a ver qué iba a hacer. Diego me hizo prometer que no diría nada y a cambio me prestó las revistas para… bueno, ya sabes. Para que aprendiera un poco.

– Ya – dijo mi prima, sonriendo – A saber lo que habrás aprendido tú aquí. Le he echado un vistazo por encima y los contenidos son la mar de didácticos.

– Bueno… Esa todavía no la he visto. Me la ha dejado hoy.

– ¿En serio? ¡Pues vamos a verla juntas!

¿Y por qué no? Total, ya hablábamos de sexo a la primera ocasión. No tenía nada de malo ver una revista porno con mi prima. Lo único negativo era que me tendría que aguantar las ganas de masturbarme si me calentaba. Pero bueno, tampoco tenía planes de hacerlo esa noche ¿no? Después de la sesioncita de la ducha…

Sin esperar respuesta, Clara se levantó rápidamente y se arrojó de un salto en mi cama, haciéndonos rebotar a ambas sobre el colchón. Entre risas, las dos nos sentamos medio incorporadas, las espaldas apoyadas en la cabecera, las piernas recogidas y muy juntitas la una a la otra, para caber bien en el lecho.

– ¡Qué emoción! – bromeó mi prima – ¡Mi primera revista porno!

– ¿En serio?

– ¡Qué va, tía! ¡Ya he visto muchas en el colegio!

– ¿En qué asignatura? – me burlé.

– ¡En el recreo!

Seguimos bromeando un rato las dos, sin decidirnos a abrir la revista, que reposaba en mi regazo. Lo cierto es que me sentía un poco inquieta ante la idea de ver porno con otra persona, aunque fuera una de mi total confianza. No sé, supongo que el calor que desprendía el cuerpo de mi prima me ponía nerviosa…

– Venga, Paula, ábrela ya. Sáltate las primeras páginas que están… pegajosas – rió Clara.

– ¿Cómo? – exclamé sin comprender.

Efectivamente, al abrir la revista me encontré con que las primeras hojas estaban pegadas las unas a las otras; extrañada, traté de separarlas, pero, al hacerlo, comprendí que iba a cargármelas, pues estaban adheridas por una sustancia reseca que las mantenía unidas.

– ¿Qué será esto? – dije, mientras me esforzaba en despegar las hojas.

Clara me miró, sorprendida, con una sonrisilla maliciosa en los labios.

– Estás de coña, ¿no? – me preguntó.

– ¿Por? No te entiendo.

– Tía. No me digas que no sabes por qué están pegadas.

Sí, ríanse de mí si quieren. Yo me acuerdo de aquella noche y también me río. Había aprendido muchas cosas en los últimos días, pero aún seguía siendo una pánfila de cuidado.

– Pues no. Supongo que Diego habrá derramado alguna cosa encima.

– Sí, seguro que ha sido eso – se carcajeó mi prima.

Pero yo seguí en Babia, sin enterarme de nada. Un poco picada por las burlas de Clara, salté las hojas pegadas y abrí la revista por la primera limpia. Correspondía a un reportaje en el que una chica rubia, bastante delgada, era literalmente montada por tres maromos.

En la foto en cuestión, la joven aparecía de espaldas a cámara, con una verga incrustada en su vagina, otra en el ano y una tercera hundida hasta las amígdalas. No pudo decirles si era guapa o fea, porque tenía la expresión tan desencajada, que ni su madre la habría reconocido.

– ¡Ala! – exclamó mi prima, admirada – Pero, ¿será posible?

– ¿Lo ves tía? – respondí, dejándome llevar por el entusiasmo – ¡Hasta por el culo! ¡Hasta ayer, yo ni sabía que se hicieran esas cosas!

– Yo sí lo sabía – dijo Clara – Pero nunca lo había visto.

– ¿En serio que lo sabías? No me mientas…

– No, lo digo de veras. Mira, hace un par de años se fue del pueblo Felisa, una chica de la quinta de Diego. Según me contaron, sólo lo hacía con su novio por el culo, porque así no se quedaba embarazada.

– Eso debería haber hecho Manoli.

– Seguro. Aunque, debe de doler, ¿no?

Por un segundo, estuve a punto de confesarle a mi prima que me había metido un dedo por el culo mientras me masturbaba, pero al final no lo hice, pues tenía miedo de su reacción.

– Supongo – fue lo que dije en cambio, encogiéndome de hombros.

– Venga, pasa la hoja.

Así lo hice, sumergiéndonos de lleno en las imágenes de la tremenda follada que le suministraban los tres hombres a la frágil rubita. La pusieron mirando a Cuenca, como vulgarmente se dice.

Yo, a esas alturas bastante acostumbrada al porno, no me sorprendí en exceso con las imágenes, pero Clara, en cambio, sí que alucinó un poco. Estaba todo el rato con la boca abierta, cerrándola sólo para decir sutilezas como “Joder, mira eso! ó ¡”No me puedo creer que le quepan tantas pollas a la vez”. Poesía pura.

Aunque, lo cierto es que no le faltaba razón. En una de las últimas fotos, la joven rubia era penetrada simultáneamente por los tres hombres por vagina y ano. Hagan cuentas… O sobra polla o falta hoyo… Pues los tíos se apañaron.

Riéndonos divertidas por ser testigos de tan extraño empalamiento, bromeamos para ocultar la realidad: que, aunque sentíamos vergüenza, nos estábamos poniendo un poquito a tono.

Yo era plenamente consciente del contacto del muslo desnudo de Clara contra el mío. La suavidad de su piel me turbaba. Me sentía nerviosa, así que decía tonterías para ocultarlo.

– Venga, pasa la hoja – me apremió Clara.

Tras pasar un par de páginas de publicidad, nos sumergimos en el siguiente reportaje. Era uno de esos con texto, así que, para entretenernos, lo leímos en voz alta.

La historia trataba de un chico que se encontraba con dos bellas mujeres (hermanas, al parecer) en el departamento de un tren. Cuando una de ellas se queda dormida, el joven es descubierto espiándola por la más joven (vestida de colegiala) y ésta, en vez de poner el grito en el cielo, le hace una mamada y se lo folla.

Y todo acompañado por unas soberbias fotografías a todo color de la escena en cuestión. Me sorprendí deseando ser yo la pícara colegiala y el chico… Diego, por ejemplo.

– Jo, Paula, me estoy poniendo brutica – dijo mi prima, de repente.

– Sí, ya. Yo también. Para eso son estas revistas, ¿no? – respondí, sin comprender muy bien por dónde iban los tiros.

– Venga, tú pasa la hoja, que yo me entretengo con lo mío.

Y entonces lo hizo. Sin cortarse un pelo, mi prima metió una mano dentro de sus bragas y empezó a frotarse vigorosamente, dejándome boquiabierta. No sé por qué me sorprendió tanto, tampoco era nada tan inesperado. De hecho, a mí también me apetecía hacerlo, sólo que la presencia de Clara me cortaba por completo.

– Pero, ¿qué haces? – siseé, atónita.

– ¿A ti qué te parece? Me he puesto cachonda y me apetece hacerme una paja. Tú sigue pasando…

– Pero, ¡vete a tu cama, estúpida! – exclamé – ¿Te parece bien empezar a toquetearte en mi cama?

– Pues vaya. Menuda mojigata – dijo mi prima con filosofía – Como que tú no haces lo mismo. Seguro que estos días no te has tocado mirando las revistas…

Me quedé callada. Tenía razón.

– No es para tanto. Las dos lo hacemos, ¿no? – siguió Clara – Pues a mí me apetece hacerlo ahora, mirando la revista. Pero, si tanto te molesta… lo dejo. Eres todavía más cría de lo que pensaba.

Otra vez su técnica de persuasión.

– Vale, vale – acepté, antes de darme cuenta de lo que hacía – Si tantas ganas tienes, haz lo que te dé la gana.

– ¡Guay!

Y me dio un beso en la mejilla. No sabía por qué, pero ese beso me enervó más todavía. Empezaba a no parecerme mala idea hacerme yo también un dedete.

– Venga, sigue leyendo – me apremió Clara, mientras su mano volvía a perderse en el interior de sus braguitas.

Yo obedecí, continuando la historia en voz alta. Era bastante morbosa y la calidad de las fotografías era excelente. Me resultaba excitante ver cómo la jovencita se follaba al desconcertado chico, mientras éste no le quitaba ojo de encima a la mujer que dormía, acojonado por si llegaba a despertarse y los pillaba en plena faena.

La historia me excitaba, lo reconozco, pero ni la décima parte de ver cómo la tela de las braguitas de Clara se ondulaba debido a los movimientos que realizaban sus insidiosos dedos. Como no podía verlo, mi mente imaginaba cómo se estarían deslizando esos dedos por la vulva de Clara, cómo la acariciarían, como… estaba cada vez más cachonda.

Mi lectura se hizo entrecortada, estaba muy nerviosa y excitada, mirando la revista y a mi prima, que seguía masturbándose con desparpajo. Su cuerpo, cada vez más caliente, se apretujaba contra el mío, soliviantándome todavía más.

– ¿No te apetece hacer lo mismo? – preguntó Clara de pronto, en una pausa entre gemidos de placer.

– ¿Yo? ¿Estás loca? – repliqué – ¡Ni muerta voy a hacerme una paja contigo al lado!

– Pues eres estúpida. Se nota que estás cachonda. ¿O no ves cómo se te marcan los pezones en el camisón? Seguro que estás chorreando ahí abajo…

Avergonzada, encogí las piernas contra el pecho, para taparme los senos, tras constatar que Clara decía la verdad. Sin dejar de acariciarse, mi prima me sonrió, burlona y, una vez más, utilizó su técnica para manipularme.

– Desde luego… vaya niña que estás hecha. Y yo que creía que habías madurado un poco…

Esta vez la pillé. Era plenamente consciente de que estaba tratando de engatusarme. Se burlaba de mí para que hiciera lo que ella quería, como siempre. Pero no, esta vez, no iba a hacerlo…

El problema era… que me moría de ganas.

– Pues tienes razón – admití, armándome de valor – Si ya lo hago cuando estoy a solas mirando estas revistas. ¿Por qué no voy a hacerlo ahora, si me apetece?

Esperé la pulla de Clara, pero ésta no llegó. Mi prima debía estar experimentando un placer especialmente intenso, pues se recostó completamente sobre mí, apretando con fuerza los muslos, atrapando su mano en medio.

Riendo, la aparté un poco y, completamente decidida a no ser menos que ella, me subí el camisón hasta la cintura, revelando mis inocentes braguitas blancas y, sin pensármelo más, deslicé una mano dentro, empezando a acariciarme suavemente.

Y allí estábamos las dos, sentadas en mi cama, hombro con hombro, masturbándonos mientras hojeábamos una revista porno. Me sentía muy excitada, enervada por la presencia de mi prima.

Continué como pude la lectura, entrecortándome cada dos por tres, pues era complicado mantener firme la voz mientras te estabas haciendo una placentera paja.

Queriendo alargar el momento, que estaba empezando a disfrutar, me acariciaba muy despacio, mientras me esforzaba en no perderme detalle ni de lo que hacía Clara a mi lado, ni de las aventuras en el compartimento del tren.

El reportaje acabó, así que empecé a pasar hojas en busca del siguiente. En la primera foto que encontré, aparecían dos bellas mujeres en camisón, posando juntas y sonriendo a cámara.

Yo pasé la página, acostumbrada ya a aquel tipo de historias, esperando encontrarme con la aparición de un afortunado maromo que disfrutara las gracias de las dos bellezas.

Pero no fue así. Al volver la hoja, me topé con las dos mujeres besándose apasionadamente. En la siguiente foto, una de ellas le había bajado a su amiga el tirante del camisón y se dedicaba con embeleso a lamer delicadamente el erecto pezón que había quedado expuesto.

La boca se me quedó seca. ¡Joder, era una escena lésbica! ¡Las dos tías iban a enrollarse!

De esa práctica sexual sí que había oído hablar. Unos meses antes, habían pillado a dos compañeras liándose en los servicios del insti. Las expulsaron un mes y no veas cómo corrieron las murmuraciones sobre ellas.

Pero era la primera vez que veía a dos mujeres besarse, pues en las otras revistas no había habido ninguna escena de lesbianismo. Y de pronto, encontrarte con dos mujeres echado un polvo mientras estabas masturbándote al lado de tu prima… decir que era turbador es quedarse corto.

Miré a Clara y me encontré de golpe con sus ojos clavados en los míos. Ninguna dijo nada, aunque estaba claro en qué pensábamos ambas. Sentíamos un corte que te mueres.

Sin embargo, no queriendo admitir que nos daba vergüenza aquello, las dos decidimos seguir como si tal cosa, simulando que no nos afectaba.

Durante un rato, continuamos viendo fotos de las dos mujeres follando, mientras seguíamos masturbándonos lánguidamente. Las dos se aplicaron con ganas a devorarse mutuamente, chupándose literalmente por todos lados. Me impresionó cuando empezaron a frotarse sus chochitos uno contra el otro, haciendo la famosa tijera y me sorprendí pensando en qué se sentiría haciendo eso.

Y seguro que Clara pensaba en lo mismo. Ninguna lo admitía, pero aquellas imágenes hacían que pensáramos la una en la otra… y en lo que estábamos haciendo.

Me sentía muy caliente, febril. En esta ocasión, ninguna leía el texto que acompañaba las fotos (yo, al menos, no habría podido hacerlo), así que seguimos mirándolas en silencio.

Me preguntaba qué se sentiría si era otro quien te tocaba, ¿sería distinto a hacerlo una misma? ¿Más placentero? ¿Sería peor?

Clara volvió a mirarme y yo hice lo mismo. Recuerdo que pensé que tenía unos ojos preciosos y que era guapísima.

Sus labios, entreabiertos, se movían al compás de su respiración. Me parecieron carnosos, deseables… ¿Desde cuándo era tan guapa mi prima?

Ninguna dijo nada. No hizo falta.

De repente, noté cómo los dedos de Clara aferraban mi muñeca, la de la mano que estaba usando para acariciarme. Al notar el contacto, me puse tensa como un cable, pero, tras un segundo de duda, no me resistí.

Muy lentamente, Clara tiró de mi mano, sacándola de entre mis piernas. Al aparecer mis dedos de dentro de la braguita, vi que estaban empapados, chorreando de mis propios jugos. Mi prima me miraba a los ojos, sin dejar de atraer mi mano hacia su cuerpo.

Cuando la apoyó sobre su estómago, no dudé más y, deslizándola muy despacio, la perdí entre sus muslos, sumergiéndola en el mar de humedad que había allí dentro.

En cuanto rocé la cálida carne, Clara dio un gritito de placer, cerrando los ojos y mordiéndose los labios, supongo que para no gritar.

De pronto, noté que su mano estaba sobre mí, para imitar a la mía. Sin darme cuenta, separé los muslos, abriendo las piernas para facilitarle el acceso.

Cuando sus dedos se enterraron en mi vagina, fui yo la que tuvo que ahogar un grito de placer. Creí que iba a volverme loca. Era la primera vez que unos dedos que no fueran los míos acariciaban esa zona tan delicada.

Por fortuna, conocían bien su trabajo.

No tengo palabras. En ese momento descubrí que no hay comparación entre tocarse una misma y que lo haga otro. No hay color.

Los dedos de Clara, inquietos, juguetones, empezaron a acariciar mi coñito dulcemente, sumergiéndome en un paraíso de placer.

Queriendo devolverle el favor, redoblé mis esfuerzos entre sus muslos, deslizando mis dedos por la ardiente intimidad de mi prima, rozando y acariciando justo como a mí me gustaba, cosa en la que, a tenor por los quejidos y gemidos de mi prima, debíamos tener gustos muy similares.

Y a ella tampoco se le daba mal la cosa. Sus dedos exploraban con notable pericia entre mis piernas, acariciándome y tocándome de forma harto placentera.

Abrí los ojos y nos miramos, con nuestras respectivas manos hundidas ente los muslos de la otra, dándonos placer en medio de la noche.

La revista yacía a un lado, a punto de caerse entre la cama y la pared, borrada por completo de nuestras mentes. En ese momento nuestro mundo se reducía a nosotras dos. No había nada más.

Clara, juguetona, buscó la entrada de mi cuevita y deslizó un par de dedos dentro, haciéndome relinchar. Yo, no queriendo ser menos, la imité, empezando a abrir y cerrar los dedos, explorando y palpando las profundidades de la acogedora gruta de mi prima.

Y Clara se corrió. De repente, pegó un bufido y, levantando el culo del colchón, sus caderas se agitaron espasmódicamente, mientras mis dedos no dejaban de moverse en su interior.

El ver a mi prima allí, sudorosa y bella, gozando de un tremendo orgasmo, hizo que me excitara todavía más, por lo que mi propio clímax no tardó en llegar. Mientras me corría, la mano de Clara me acariciaba suavemente, estimulando de manera deliciosa mi clítoris, que estaba al rojo vivo. Fue un orgasmo increíble.

Agotadas, nos derrumbamos en el lecho, abrazadas, la cabeza de Clara apoyada en mi pecho. Ninguna tenía ánimos para hablar.

Y así, las dos en mi cama, nos quedamos dormidas. Tuvimos suerte de que mi tía no viniera por la mañana a despertarnos. Habría sido difícil explicarle por qué dormíamos juntas. Le tocaba abrir la farmacia y salió temprano.

Cuando despertamos, más cerca de las doce que de las once, nos dimos cuenta de que nos habíamos dejado encendida la luz, lo que no nos había importunado lo más mínimo a la hora de dormir.

Nos miramos la una a la otra y sonreímos tontamente, un poco avergonzadas por lo que había pasado.

Entonces volvió a besarme en la mejilla, como había hecho la noche anterior. No sé por qué, pero me dio la sensación de que estaba dándome las gracias.

– Menuda nochecita, ¿eh? – dije, un poquito azorada.

– Y tanto. Jo, esa revista debe tener poderes o algo así.

– Desde luego.

Y no dijimos nada más. No hacía falta.

…………………………………..

Tras desayunar, nos fuimos a la piscina. Nos dimos un chapuzón y nos tumbamos en las hamacas, a tomar el sol.

Yo no dejaba de darle vueltas a lo que había pasado por la noche entre las dos. Tenía que reconocer que había disfrutado muchísimo. ¿Me estaría volviendo lesbiana?

Entonces apareció Diego, muy serio. Tras darnos los buenos días, se tiró de cabeza a la piscina y se puso a nadar.

Yo me quedé mirándole, admirando su musculado torso y pensando en cómo sería si fuera él quien me tocase… No, definitivamente no me estaba volviendo lesbiana.

– No le quitas ojo, ¿eh? – escuché que decía Clara de pronto.

Pegué un respingo y casi me caigo de la hamaca. Miré a mi prima, topándome de bruces con su expresión burlona desde detrás de sus gafas de sol.

– No digas tonterías – respondí con sequedad.

– Ya. Tonterías. Me pregunto cuál de los dos hubieras preferido que estuviera en tu cama anoche.

Y así, tras haberme puesto la cara como un tomate de pura vergüenza, mi prima volvió a reclinarse para disfrutar de su baño de sol.

Yo hice lo mismo, fingiendo que sus palabras me resbalaban. Aunque, lo cierto era que me había hecho la misma pregunta. Y tenía bastante clara la respuesta.

…………………………..

El resto de la mañana, Diego se mostró taciturno. Pensé que iba a hacer como el día anterior y se iba a ir con sus amigos.

Pero no, aunque estaba más callado de lo habitual, no hizo ademán alguno de marcharse. Me preguntaba si no sería porque también aguardaba con ansia el momento de mi visita diaria a su dormitorio. Esperaba que sí…

Luego… la rutina de costumbre. Almuerzo con mi tía, fregado de platos…

Le eché un par de miradas a Diego, para comprobar si se le veía nervioso. Así era. De hecho, a punto estuvo de tirar los platos al suelo. Comprendí que también tenía ganas de que nos quedáramos a solas.

Mientras fregaba, rememoré los acontecimientos de la noche anterior, lo que me excitó rápidamente. Y así, ligeramente cachonda y expectante por la visita al dormitorio del chico, decidí que esa tarde iba a lograr mucho más que una simple paja con una revista a solas en mi cuarto.

Me decidí a atacar.

CONTINUARÁ

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