unca pensé que llegaría a esta situación, que yo sería de esas mujeres que participan en orgias y tienen relaciones lésbicas o se lo montan con otros hombres delante de sus maridos. Si alguien me lo hubiese dicho antes de conocerle o aun en nuestros primeros meses de relación le habría dicho que mentía. Es curioso como la vida nos muestra cosas que nunca esperaríamos conocer y nos lleva por caminos que nunca pensaríamos andar.

El caso es que cuando conocí a Miguel no me pareció un “fuker” precisamente. Físicamente era normalito, nada feo pero tampoco nada llamativo, vestía como si la ropa se la comprase su madre y era más bien tímido. Un día le pedí los apuntes y comenzamos a hablar. Los dos teníamos veintipocos y estudiábamos Relaciones Laborales en la misma universidad. Sus apuntes eran un asco, escasos y con mala letra, acostumbrada a los míos con subrayados de tres colores, pero con ellos Miguel aprobaba siempre, así que algo bueno debían de tener. Por su conversación me pareció inteligente. Reservado, pero con sentido del humor. Por sus miradas deduje que le gustaba. No soy una modelo, pero soy mona. Morena, no muy alta aunque bien proporcionada, estoy delgadita y no soy fea de cara. Desde que había roto con mi novio, unos meses antes, me gustaba coquetear y sentirme admirada.

– Tiene novia- me dijo Ana, mi mejor amiga, cuando Miguel se fue.

– ¿Y tu como lo sabes?

– Luis es amigo suyo- Luis era su novio, un buen chico con el que estaba desde el instituto- Una mujer mayor. Así que el chaval que me miraba las tetas minutos antes salía con una mujer mayor que él. Puede que fuera interesante al fin y al cabo.

– ¿Cómo de mayor?

– ¿Y yo que se? Tampoco son tan amigos.

Cuando le devolví los apuntes charlamos un rato más y me sorprendí a mi misma dándome cuenta de que me gustaba. Era culto y su mirada tenía algo de seductor, tras una apariencia de desinterés, como si estuviera de vuelta de todo. No volvimos a hablar hasta que coincidimos en una fiesta universitaria. Allí, en un entorno más desenfadado flirteamos directamente. ¿Tienes novia?, le pregunté sin rodeos. No, se limitó a responder. Di por buena la contestación y nos enrollamos. Sin duda el chico sabía besar. No era el pringaillo que aparentaba, desde luego. Me puso a cien.

Al día siguiente me llamó y quedamos a tomar algo. Me contó que tuvo una relación con una mujer mayor pero que era cosa del pasado. Ese fin de semana fuimos a cenar y cuando me dejó en casa le hice una mamada en el coche. Terminé muy caliente y con ganas de acostarme con él. La ocasión vino el fin de semana siguiente. Consiguió las llaves de una propiedad de su familia en un pueblo vecino a nuestra ciudad y fuimos allí. Todo lo tímido o antisocial que podía mostrarse en algunas ocasiones lo tenía de arrojado en la intimidad. Ciertamente sabía lo que se hacía. Mi experiencia se limitaba a polvos furtivos con los dos novios que he tenido, el del instituto y el de la universidad. El primero al principio no sabía lo que se hacía y el segundo, la mitad de las veces, estaba borracho. No es que no hubiera disfrutado del sexo antes, pero con Miguel era diferente. Cada beso, cada caricia conseguían excitarme al máximo. Me comió los labios, me besó los pechos que con tan poco disimulo había observado todos esos días, me volvió loca pellizcándome los pezones. Cuando me tumbé sobre la cama deslizó su boca hasta mi entrepierna y comenzó a comerme el coño. Mi primer novio no lo hacía y el segundo solo después de comerle la polla y de pedírselo mucho, pero ni por asomo tenía tanta pericia. Miguel me hizo volverme loca. Cuando se puso sobre mí para metérmela lo tenía mojadísimo y estaba ya al borde del orgasmo. A la segunda sacudida estallé. Él lo notó y se ralentizó un momento. Poco a poco volvió a acelerar el ritmo de las embestidas mientras me besaba y me susurraba al oído lo bella que era. Aun tuve dos orgasmos más antes de que terminara él. Eres increíble, le dije mirándole a los ojos. Tu también, respondió.

Desde ese día empezamos a salir en serio. Estudiábamos juntos, salíamos de fiesta juntos y follábamos siempre que podíamos. Era atento, divertido y el sexo era fantástico. ¿Tan bueno es en la cama?, me preguntó Ana un día harte de oírme presumir. No lo sabes bien nena, dije yo relamiéndome. A medida que intimábamos íbamos practicando nuevas posturas y haciendo realidad nuevas fantasías. Parecía que Miguel se hubiera estudiado el kamasutra. Supuse que sería por su experiencia con una mujer mayor.

-¿Cómo la conociste?, le pregunté en una ocasión.

-Es la madre de la que entonces era la novia de mi hermano.

-¿Su madre? Pero ¿Cuántos años tiene exactamente?

-A partir de los 50 no está bien preguntarle la edad a una dama

-¡Más de 50!- sabía que era mayor que él, pero no pensaba que tanto. Comencé a imaginar cosas asquerosas. Me enseñó una foto. La verdad es que la señora estaba bien para su edad, pero era obvio que era mayor. Además me llamó la atención que era un tipo de mujer totalmente opuesto a mí. Alta, voluptuosa, de tetas enormes aunque algo caídas donde yo era bajita, estilizada y de pecho pequeño pero respingón.- No entiendo que te guste ella y te guste yo. Somos muy diferentes.

-No tengo un tipo definido de mujer.

-Entonces es que te gustan todas.

-No me gustan todas las mujeres, en todo caso me gustan todos los estilos, y de todas maneras eso no es lo importante. Qué más da que me gusten todas si solo quiero a una…

Su respuesta me pareció satisfactoria. Resultó que la novia de su hermano (la hija de su ex novia) también había sido la profesora de ambos, o sea, que también era mayor que ellos, aunque mucho menos que su madre, obviamente. Habían roto hacía poco las dos parejas, con poco margen de separación y su hermano parecía llevarlo peor que él. Cuando lo conocí confirme esa percepción. Era guapo, pero parecía un alma en pena.

Pasó el curso y terminamos la carrera. Él encontró trabajo en seguida, aunque un poco precario. Yo me puse a opositar. No logre plaza, pero me llamarón de interina. Al tener los dos una fuente de ingresos laboral, no demasiado segura, pero razonablemente estable, decidimos irnos a vivir juntos. La convivencia al principio fue dura, pero lo llevamos bien. El sexo seguía siendo fantástico, pero con el paso del tiempo se había hecho un poco repetitivo. Un día, por variar un poco, decidí depilarme el coño del todo.

-Tu ex no lo llevaría así, le dije guiñándole un ojo.

-Ella no, pero su hija sí, respondió él.

-¿Te lo dijo tu hermano?

-Mmmm, sí, digamos que me lo dijo…

-¿Se lo viste tu? ¿Le viste alguna vez el coño a la novia de tu hermano?

-Bueno, entre los cuatro llegó a haber mucha confianza. Íbamos a una playa nudista, nos paseábamos desnudos por casa… incluso hacíamos el amor en la misma habitación.

-¿A la vez? ¿Follabais unos delante de los otros? ¡Qué fuerte! Pues a mi madre no esperes verla desnuda…

-Tranquila, finiquitó la conversación él riéndose. Esa noche me folló con más fuerza que nunca. Yo también estaba excitada.

Cuando se lo conté a Ana ella también se extrañó.

-A ver si tu novio va a ser un pervertido.

-No digas tonterías.

-Tal vez no se limitaban a mirar. A lo mejor hacían intercambio de parejas.

-¿Con la novia de su hermano que además era la hija de la suya? ¿Estás loca?

Sin embargo desde entonces abrigué esa duda. Cada vez que follábamos no podía dejar de imaginar cómo sería tener a otra pareja al lado, mirándoles mientras lo hacían y siendo observada por ellos. Me imaginaba también a madre e hija con sus amantes, dos hermanos, tirándoselos, intercambiándoselos… al principio me horrorizaba, pero poco a poco fue poniéndome más y más cachonda.

Un día estábamos viendo una película sobre el típico triangulo amoroso y al final los protagonistas se montaban un menage a trois. Esas cosas no pasan en la vida real, dije yo distraída. Bueno, me corrigió Miguel, a veces sí. ¿Te han montado alguna vez un trío?, pregunté llena de curiosidad. Fue con tu hermano, ¿verdad? Os intercambiabais las parejas y hacíais tríos. Me miró sorprendido por mi atrevimiento. Alguna vez pasó, confesó. ¿Te parece muy horrible? No me parecía horrible, pero estaba alucinada, aunque en cierta manera ya me lo esperaba. La desenfrenada vida sexual de mi novio en el pasado me asustaba un poco, pero debía reconocer que también me ponía cachonda. Horrible no, solo un poco raro, le dije… Cuéntame los detalles.

Y me los contó. Era todo lo que había imaginado y más. Intercambio de parejas, tríos con todas las combinaciones posibles, también con la hermana de la novia de su hermano y su marido, orgias… era todo muy surrealista, muy perverso, pero a la vez muy natural, como si no hubiera nada anormal en ello, y, desde luego, a mi me dejaba mojadísima. Me contaba anécdotas sexuales de su pasada vida amoral y yo me calentaba como una cafetera. Luego follábamos con pasión, como los primeros días. Cuando se lo contaba a Ana flipaba.

-Te lo dije, es un pervertido.

-¡No seas cerrada de mente! Además eso es su pasado. Yo soy su presente.

Sin embargo era evidente que los tríos y las orgias le excitaban y yo tenía la sospecha de que tarde o temprano querría volver a hacerlos. Una cosa era que sus historias me excitaran y otra es que yo estuviera dispuesta a protagonizarlas. No estaba segura de que me atreviera a hacer algo así, llegado el momento, ni de que fuera bueno para nuestra relación.

Un día íbamos andando por la calle y nos cruzamos con una pareja de lesbianas cogidas de la mano. Una era algo mayor que nosotros y la otra era más joven. Las dos eran muy guapas y nada chicazos. Miguel las saludó brevemente y seguimos nuestro camino.

-¿De que las conoces?, pregunté por curiosidad.

-La mayor era la novia de mi hermano.

-¿Y ahora se ha hecho lesbiana?

-Es bisexual. Ya tuvo un lio con una chica antes de salir con mi hermano.

-¿Y en vuestras orgias también habían lesbianas?, pregunté algo sorprendida.

-No, rio él. Mi novia y ella eran madre e hija, no había royo lésbico.

-Lo dices como con pena.

-Pues sí, no hubiera estado mal. Tengo la teoría de que todas las tías sois un poco bisexuales en el fondo.

-De eso nada, protesté. Yo no soy lesbiana, ni bisexual. A mí solo me gustan los hombres.

-¿Seguro?, preguntó él malicioso. Te he visto bailar con tu amiga Ana en plan lésbico.

-Eso es broma, me defendí.

-Y morrearos

-¡Que mentiroso! Solo nos damos piquitos… y solo cuando estamos borrachas.

-Pues eso, concluyó él.

Poco después de aquello olvidé la conversación, pero la siguiente ocasión que Ana y yo nos fuimos de fiesta no pude evitar recordarla. Al principio estuve cortada, pero poco a poco me dejé llevar. Miguel nos miraba, así que bailé para él de la manera más erótica posible con mi amiga, manoseándola a gusto. La besé en los labios varias veces. Fueron besos sin lengua, pero más largos que de costumbre. Si ella notó algo fuera de lo normal no dijo nada. Terminé follando con Miguel como una loca. Todo aquello me había puesto muy cachonda. Me decía a mi misma que era el morbo porque mi chico nos mirase, pero en una parte oculta de mí anidaba la duda de sí eran los besos y el tacto de la piel de Ana los que, al menos en parte, me habían dejado tan mojada.

Miguel y yo comenzamos a frecuentar locales de intercambio de parejas. Sin ningún compromiso ni obligación de hacer nada, solo si surgía. No lo hacía solo por él. Yo también tenía curiosidad. Realmente no esperaba que fuera a pasar nada, estaba convencida que a la hora de la verdad me echaría atrás. Más que nada era cotillear. Las primeras veces fue patético. Hombres solos, alguna pareja mayor. Nada atrayente. Hasta que aparecieron ellos. Eran algo mayores que nosotros, pero no mucho. Sin ser modelos ni nada parecido, eran atractivos. Él era todo un señor, alto, moreno y elegante, con un poco de tripilla, pero en bastante buena forma. Ella era una morenaza de pelo rizado y formas voluptuosas. Hola María, dijo Miguel saludando a la mujer. Se dieron un par de besos y luego los hombres se dieron la mano. Os presentaré a mi novia, anunció después. Son María y Julio, me dijo. La hija mayor de mi exnovia y su marido.

Me quedé un poco pasmada. Aquel matrimonio que me había llamado la atención en el local de intercambio de parejas estaba formado por la hija de Sofía, la ex de mi novio, que también era la hermana de Rita la bisexual, la ex de su hermano, y su atractivo esposo. Miguel, claro, los conocía. De hecho, los conocía bíblicamente, al menos a ella, pues habían coincidido en sus orgias familiares. Después de las presentaciones nos sentamos a tomar algo. Nuestros acompañantes eran simpáticos y cultos, y parecían muy contentos de haberse tropezado con Miguel, como si lo echaran de menos. La conversación fue distendida y agradable. Propusieron tomar la última en su casa y aceptamos. Una vez allí empecé a ponerme nerviosa, pero no pasó nada fuera de lo normal. La charla no fue excesivamente sexual, salvo un par de comentarios picantes, ni salió el tema del intercambio de parejas. Éramos como cualquier grupo de amigos, charlando y riendo. Cuando nos despedimos María abrazó a Miguel largamente y le susurró algo al oído. Julio me dio dos besos castos en la mejilla, pero cuando le tocó el turno a María me besó muy cerca de los labios y me rozó un pecho, como distraídamente. Espero verte de nuevo pronto, me dijo con una voz que se me antojó sensual. Salí de su casa algo acalorada. ¿Qué te ha dicho María cuando os despedíais?, le pregunté a mi chico. Nada, solo que se alegraba de verme.

La semana siguiente Julio llamó a Miguel para quedar los cuatro. Le dije que me parecía bien. Cenamos juntos y, esta vez, fuimos a nuestra casa. El vino de la cena me había achispado y los cubatas que me tomé en casa no me ayudaron a despejarme. Esta vez sí que salió el tema de los intercambios de pareja. Confesamos que hasta entonces nos habíamos limitado a mirar. Ellos dijeron haberlo hecho un par de veces. Lo mencionaron con toda naturalidad. Estaban sentados muy juntos y se besaban y hacían arrumacos con frecuencia. María iba vestida muy sexi y ni siquiera yo podía apartar la mirada de su pronunciado escote, mucho menos los chicos. Les pedí que me hablaran de sus orgias con Miguel. Me contaron un par de anécdotas mientras mi chico enrojecía. Estaba muy caliente. Mientras maría hablaba Julio le metía mano con descaro. En un momento dado comenzaron a besarse apasionadamente. Miguel me besó a mí y le devolví el beso. Cuando me quise dar cuenta María le había sacado la polla a Julio y se la estaba chupando. Al ver que la observaba María se volvió a mí con cara de niña traviesa. Si te molesta nos vamos a alguna habitación, es que estoy muy caliente. No, le dije yo, me gusta miraros. Miguel me abrazaba por detrás y me besaba el cuello. Yo estaba petrificada, no me atrevía a seguir su ejemplo, pero tampoco podía dejar de mirar. Tras un rato de chupeteos la leche de Julio brotó y manchó la cara de María. Voy a lavarme, dijo risueña. Cuando volvió del baño se excusaron y se fueron. Nada más cerrar la puerta me abalancé sobre mi novio y follamos.

No sabía que pensar sobre lo que había pasado. Unos meses antes no se me pasaba por la cabeza que pudiera ver a una amiga chupársela a su pareja a escasos centímetros. Los había mirado y me había gustado, pero no sabía si quería que se repitiera ni mucho menos si me atrevería a ir más allá. Si te vuelven a llamar no quedes, le dije a Miguel. Tengo que pensar. Él me dio su palabra y la semana transcurrió lentamente sin ningún contacto por ninguna de las partes. ¿Te han llamado? Le preguntaba a mi chico muerta de curiosidad y con un suave picorcillo en la entrepierna. No, respondía él dejándome sin saber si me alegraba o no, si estaba aliviada o frustrada. Finalmente el viernes por la noche hubo un contacto, pero no fue con Miguel, sino conmigo. Hola Isabel, me dijo la voz de María por el auricular. Hola, respondí tragando saliva. Tras un rato de cháchara femenina quedamos para el sábado. Cuando colgué no sabía lo que había pasado ni cuando lo había decidido. Solo sabía que tenía las bragas mojadas.

Llegó el sábado y me sorprendí a mi misma estando nerviosa como una chiquilla. Me arregle como para una primera cita, me cambié de ropa varias veces hasta tener el look ideal y me puse el perfume caro. Fuimos a su casa directamente. Cenamos allí, María resulto ser una gran cocinera. Hablamos de todo, incluido el sexo, nos contamos intimidades de todo tipo y también estuvimos conversando sobre lo que había pasado el fin de semana anterior, sobre que María se la chupara a Julio delante de nosotros y yo me quedara mirando. Tuve que reconocer que me gustó, que me puso cachonda y que, en cuanto se fueron, Miguel y yo follamos como locos. De la mesa pasamos directamente al sofá. Julio y María comenzaron a besarse casi enseguida y esta vez yo hice lo propio con Miguel. Cuando me quise dar cuenta María se la estaba chupando a su marido como en mi casa. En esta ocasión yo, ni corta ni perezosa, le saqué la polla a mi chico y la imité. María, como si se hubiese picado dio un paso más allá y se quitó las bragas. Montó a Julio que seguía sentado en el sofá y comenzó a cabalgarlo. Yo no me quería quedar atrás así que continué imitándola y me senté sobre el miembro de Miguel que no decía que no a nada. Después de un rato follando en esa postura Julio puso a María a cuatro patas y comenzó a bombearla con ganas. Esta vez fue Miguel quien siguió el ejemplo de nuestros amigos y me puso en idéntica posición. María y yo quedamos frente a frente mientras nuestros machos nos mataban de placer. Con los vaivenes nuestras caras cada vez estaban más cerca hasta que María me sorprendió besándome. Fue un morreo brutal, nuestras lenguas chocaron al compás de las embestidas de que éramos objeto. En ese mismo momento tuve un orgasmo. Miguel siguió penetrándome. María me acariciaba los senos y seguía besándome. Estaba totalmente entregada. Me sentía como una perra en celo muriéndome de placer. Nunca me habían interesado las mujeres pero adoraba los besos de María. No quería reconocérmelo a mí misma pero me había atraído nada más verla, tan resuelta, tan segura. Y ahora allí estábamos, intercambiando saliva. Aun tuve otro orgasmo antes de que mi chico acabara corriéndose entre mis piernas.

Después de aquello estuvimos un par de semanas sin vernos. Ambas parejas teníamos compromisos atrasados. No obstante hablábamos con asiduidad por teléfono. Finalmente volvimos a quedar. Me asombraba su naturalidad, como si no hubiera pasado nada. Fuimos a una discoteca a bailar. María me engancho enseguida y nos pusimos a bailar sensualmente. Lo había hecho con Ana y otras amigas antes, pero era obvio que después de tener sexo una delante de la otra y, sobre todo, después del morreo, ahora tenía un significado especial. María no se cortó a la hora de meterme mano y yo se lo permití. En un momento dado quedamos frente a frente. Ella acercó sus labios a los míos, yo cerré los ojos, abrí la boca al contacto con la suya y me dejé llevar. Cuando me quise dar cuenta llevábamos un rato enrollándonos y nuestros chicos estaban agarrándonos por detrás. Besé a Miguel, besé a María y besé a Julio. Me pareció lo más natural. María agarró a Miguel y se puso a morrearle, así que yo hice lo mismo con su marido. Nunca había besado a dos hombres en el mismo día, mucho menos a uno detrás del otro. Estaba muy excitada, tanto que viajaba sobre una nube de deseo sexual que no me dejaba pensar con claridad.

Cuando nos cansamos de bailar decidimos ir a nuestra casa a tomar la última. En el coche los hombres fueron delante y nosotras detrás. Como era de esperar no nos estuvimos quietas sino que comenzamos a enrollarnos y a meternos mano. Ahí yo ya estaba desatada y era la que llevaba la iniciativa hasta el punto de provocar las risas de María, que me decía magnánima que me contuviese, cuando en mi entusiasmo le sacaba una teta del vestido para chupársela. Una vez en casa María se fue directa a por Miguel y yo me quedé con su marido. Nos besamos, al principio lentamente. Me hizo gracia la situación y sin poder evitarlo empecé a reír, una risa nerviosa. Las manos de Julio por todo mi cuerpo me hicieron ponerme seria. Era un hombre algo mayor que yo, pero atractivo, con experiencia sexual que, obviamente, sabía lo que se hacía. Me besó con profundidad, succionando mi lengua con elegancia. Me puse a temblar entre sus manos mientras mi ropa caía. De reojo vi a Miguel, ya desnudo, con su pene en la boca de María. Julio bajó su lengua por mi cuello hasta llegar a mi pecho. Me sujetó la teta derecha con suavidad y sus labios buscaron el pezón. Lo rodeó con la lengua, lo besó, lo lamió y lo succionó. No pude evitar un suspiro de placer. Luego me llevó de la mano hasta el sofá y me tumbó en él. A nuestro lado Miguel martilleaba a su mujer a cuatro patas, que gemía con vicio. Julio se tumbó sobre mí y acercó su pene a mi vagina. La punta rozó sus labios, acarició el clítoris… Métemela ya, por favor, supliqué. Él sonrió e hizo lo que le pedía. Me rendí ante él a la primera embestida. Su cuerpo desnudo cayó sobre el mío como un edredón y nos besamos. Levanté la mano y le acaricié los pechos a María. Ello lo notó y acercó su boca a la mía. Nuestras lenguas juguetearos felices. Apreté su boca contra la mía y sorbí algo de su saliva. Su marido me penetraba con arte y sapiencia y, a juzgar por sus convulsiones, mi chico tampoco se lo hacía mal. Nuestros pechos rozaban entre sí al compás de las acometidas de nuestros machos. Comencé a tener orgasmos, uno tras otro, hasta que perdí la cuenta. Creí desmayarme de placer. Finalmente Miguel eyaculó dentro de María que cayó rendida a mi lado y pocos minutos después Julio se corrió en mi coño palpitante lo que coincidió con mi último orgasmo.

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