Después del sexo nos quedamos un rato besándonos.

-¿Somos lesbianas?- preguntó Ana al fin. No puede evitar soltar una risa sonora.

-¿Qué ya no te gustan los chicos? ¿No te gustan las pollas, no quieres que te la metan nunca más?

-Bueno, yo…- titubeó ella, ante lo que me reí de nuevo

-No cielo, no somos lesbianas, solo buenas amigas.

Aclarado este punto, que parecía preocupar a Ana, nos arreglamos, nos vestimos y fuimos a mi casa. No quería que Ana se quedase sola en ese estado, aunque parecía mucho mejor después del sexo, y le dije que se quedase a dormir conmigo. Miguel saludó a Ana con un beso en la mejilla y no tuvo inconveniente. Cenamos, vimos un poco la tele y nos acostamos pronto. Miguel se quedó en nuestra cama y yo me acomodé con Ana en la habitación de invitados.

-¿A Miguel no le importa?- preguntó, no sé si tanto en referencia a que se quedara solo en la habitación como al hecho de que ella y yo compartiéramos cama.

-Claro que no- la tranquilicé. Nos acurrucamos en la cama y nos besamos.

-¡Que majo!-dijo

-¿Así que al final sí que te gusta mi novio?- dije entre risas, haciéndole cosquillas y fingiendo indignación. Ella se retorcía intentando librarse de mis cosquillas y también se reía.

-Un poco- contestó al fin- Al principio me parecía rarito, pero ahora me pone cachonda. El día que nos hiciste besarnos mojé las bragas. Tal vez por eso me cabree tanto, porque tenías razón.

-No te preocupes- le dije- Mi ofrecimiento de aquella noche sigue vigente. Cuando te sientas preparada, puedes follártelo- le susurré al oído mientras mi mano se perdía entre sus piernas.

Al día siguiente se fue a comer con su familia pero regresó a cenar con nosotros. Durante la cena estuvo risueña y coqueta. Inevitablemente salió el tema del beso en la discoteca. “En realidad me gustó”, volvió a confesar delante de él. “Pues aprovecha y dale un morreo”, la provoqué yo. Algo ruborizada se acercó a él y lo besó tímidamente. Miguel aprovecho y sacó la lengua, cosa que ella aceptó. “Ahora uno a mí, que me pongo celosa” dije y la besé a ella yo también notando aun el sabor de mi novio en su boca. El resto de la cena estuvo haciendo piececitos con Miguel, cosa que observé complacida. Cuando acabamos nos tomamos un cubata para ponernos a tono. Luego nos sentamos en el sofá muy juntitos dejándola a ella en medio. Besé a Miguel delante de las narices de Ana, luego la besé a ella. Nuestras lenguas bailaron contentas acariciándose. Después se besaron Ana y Miguel de nuevo. El beso fue más largo, mordiéndose los labios, batallando las lenguas. Mientras yo la besaba en el cuello y en el hombro y le acariciaba la pierna, cada vez más cerca de las bragas, hasta que mi mano se tropezó con la de Miguel, que le acariciaba el otro muslo. Me levanté y me cambié de sitio, poniéndome al lado de mi novio. Él giró la cabeza y me morreó, olvidando a Ana por un instante. Luego la volvió a besar a ella y luego otra vez a mí. Nos estuvimos besando alternativamente un buen rato, mientras yo le metía mano al paquete, hasta que me apiadé de él y liberé su miembro a punto de estallar. Me agaché para chupársela mientras seguía morreándose con Ana. Me encantaba su polla y me encantaba chuparla, saborear ese pedazo de carne que me daba tanto placer. Ana me cogió suavemente del pelo y las dos nos besamos. Bebí de su boca la saliva de mi novio y ella probaría de la mía el sabor de su miembro. Volvimos a centrar nuestra atención en él y se la mamamos entre las dos. Pasábamos nuestras lenguas por su tronco, cada una por un lado, le lamiamos la punta, ella le chupaba los huevos y yo me la metía en la boca, luego cambiábamos. Antes de que Miguel pudiera correrse con este tratamiento, desnudé a Ana y la senté sobre mi macho. Su pene desapareció engullido por la ávida entrepierna de mi amiga. Ella gemía extasiada. La abracé por detrás y la besé en el cuello y le estiré los pezones con los dedos y juntas comenzamos el bamboleo, arriba y abajo, cabalgando a mi novio, a nuestro novio esa noche. Él se incorporó y la besó a ella, luego me besó a mí y abrazados los tres siguió follándola. Así tuvo ella su primer orgasmo, temblando como una ramita azotada por el viento entre nuestros brazos.

A penas le di unos segundos para recuperarse y la puse a cuatro patas delante de mí. Miguel la penetró hasta que sus nalgas chocaron contra su pelvis. Yo la acariciaba y la besaba. Mi chico fue de menos a más, acelerando la velocidad y la profundidad de sus embestidas podo a poco. Conocía ese tratamiento porque lo había usado muchas veces conmigo. Cuando la vi a punto de caramelo le froté el clítoris y Ana se derrumbó en un orgasmo intenso, largo, agotador, un orgasmo que parecía interminable. Miguel había llegado al paroxismo y se la follaba lo más fuerte que podía, deseando estallar dentro de ella, cosa que finalmente logró, entre gemidos y gritos de placer de ambos. “Gracias, gracias” murmuró ella abrazada a mí. “Gracias a ti cariño”, le contesté.

*******

Después de aquello follamos muchas veces, tanto las dos solas como con Miguel. Ana aprendió a comerme el coño y terminó siendo una experta. Me encantaba que me lo comiera mientras Miguel se la follaba. Se tumbaba bocarriba y yo me sentaba sobre su cara mientras mi chico se la metía. Como quedábamos cara a cara a veces nos besábamos.

También nos veíamos de vez en cuando con María y Julio. En cierta ocasión se los presenté a Ana. Sobra decir que terminamos en su casa intimando. María se fue con Ana, encantada de tener otra amiguita con la que jugar, y yo me quedé con los dos chicos. Comencé a besarme con uno y con otro mientras que con sus cuatro manos me toqueteaban por todo el cuerpo. Nos desnudamos despacio. Yo estaba encantada de tener tanta atención masculina solo para mí. Miguel se puso a chuparme una teta y Julio la otra. Giré la cabeza y pude ver a María comiéndole el coño a Ana. Me arrodillé y contemplé los penes que se alzaban ante mí. Los acaricié, los besé y me los metí en la boca, primero uno y después el otro. Eran dos buenos miembros, algo más largo el de Julio, pero más grueso el de Miguel. Los masturbé y se las chupé hasta que me cansé. Miguel tomó la iniciativa y me puso a cuatro patas. Me la metió con facilidad porque estaba muy excitada. Frente a mi cara seguía levantándose imponente la polla de Julio. Me la metí en la boca de nuevo u se la mamé al ritmo de las embestidas de mi novio. La nariz me rozaba con el vello púbico de Julio, frondoso y desarreglado, y me hacía cosquillas. De fondo podía oír los gemidos de Ana mientras María le daba el tratamiento que yo tan bien conocía. Imaginaba la lengua de María jugueteando con el clítoris de mi amiga, llevándola al paroxismo. Sus gritos, de hecho, indicaban que estaba alcanzándolo. Acelerada por el placer de mi mejor amiga y con el coño y la boca ocupados por sendos cipotes no pude resistir más y me corrí yo también.

Después del brutal orgasmo, me tumbé rendida en el suelo. Ana vino arrastrándose hasta mí y me abrazó. Ni los chicos ni María se habían corrido todavía así que se juntaron y comenzaron a hacerse carantoñas. La besaron los dos, comiéndole la boca alternativamente, mordiéndole los labios y el cuello, succionando su lengua y chuperreteándole el hombro. Luego bajaron a sus tetas y se las repartieron, como habían hecho con las mías minutos antes. Me estremecí al recordarlo. Ana, mientras, me acariciaba, acurrucada a mí. Como si tuvieran una coreografía ensayada, María se sentó sobre su marido y Miguel se puso tras ella. Anonadadas comprobamos como la polla de mi chico iba entrando en el culo de nuestra amiga, que ya alojaba la de Julio en su coño. Era obvio que ya lo habían hecho antes, aunque hiciera ya tiempo. No tuvieron que hablar, conservaban la memoria muscular o, si se quiere, sexual, y no tardaron en acoplarse. Antes de que nos diéramos cuenta María ya estaba ensartada por los dos machos que se movían, aun lentamente, pero a un ritmo ascendente. Ana deslizó sus dedos entre mis piernas y comenzó a besarme la nuca y el cuello. La doble penetración que se desarrollaba ante nuestros ojos continuaba brutal, magnífica, excitante. Me encantaría que me hicieran eso algún día, me susurro mi mejor amiga al oído, desmelenada. A mí también, confesé, y sentí un estimulo de placer al hacerlo, ayudado por sus sabias caricias. Los gemidos de María iban en ascenso, ya eran gritos, que temí, alarmasen a los vecinos. El sonido de los miembros masculinos taladrando sus dos agujeros completaba la sinfonía y el olor a sexo invadía la habitación. Ana y yo seguíamos con la mirada clavada en el espectáculo, en los tres cuerpos jadeantes. Los chicos cada vez la follaban más fuerte y María parecía volverse loca de placer. Me pregunte si le dolería, sobre todo por detrás, pero su actitud denotaba que estaba disfrutando, así que debía ser que no, o no lo suficiente como para estropearle el placer. Finalmente los tres se corrieron. Primero Miguel empezó a acelerar sus movimientos llevándolos al paroxismo hasta que quedó desplomado sobre María. Esta comenzó a dar muestras de un ruidoso orgasmo mientras mi chico la taladraba, orgasmo que se prologó en el tiempo mientras Julio terminaba también. Ana me acarició con destreza y me corrí por segunda vez entre sus dedos. Giré el cuello y la besé para agradecérselo.

*******

Después de aquello volvimos a nuestra rutina normal. Ocasionalmente quedábamos con Ana o con Julio y María, incluso se que ellos quedaron alguna vez para hacer un trío, pero nuestra vida social se diversificó poco a poco. Tras unos meses Ana comenzó a salir con un chico y dejamos de verla íntimamente. A veces quedábamos con Mario, el hermano de Miguel, que seguía solo, en opinión de su hermano, porque no había superado la ruptura con Rita, la hermana de María, y la seguía echando de menos.

A lo largo de esos meses Miguel y yo habíamos estado practicando la penetración anal. Antes nunca lo habíamos hecho por ahí, pero desde que vi a María ensartada por mi chico y su marido me había apetecido probarlo. Cuando Miguel me desvirgó por detrás me dolió un poco, pero cada vez que lo hacíamos el dolor era menor y el placer más intenso.

Cierto día Mario llamó a Miguel deprimido. Había quedado con Rita y habían echado un polvo. Después, ella había vuelto con su amante lesbiana y él, que se había hecho ilusiones, se había quedado muy jodido. Por lo que me había contado Miguel no era la primera vez que ocurría. Me daban ganas de pedirle a María, con la que tenía confianza, que hablara con su hermana y le rogara que por favor dejase de jugar así con Mario, pero entendía que no era asunto mío y que no debía entrometerme, todos eran adultos en esa historia. Pero Mario me daba tanta pena, con su aspecto de amante romántico despechado, como un joven Werther de nuestros días…

Conocí a Mario al poco de salir con Miguel. Me pareció guapo, pero no tuve con él ningún pensamiento lascivo. Mis fantasías sexuales en aquella época eran bastante más convencionales. Cuando nuestra vida erótica se hizo más liberal, por así decirlo, y Miguel me empezó a contar historias calientes en las que participaba su hermano, sus intercambios de parejas, sus orgias y demás extravagancias sexuales, le empecé a mirar de otro modo. Lo que me ponía cachonda, sin embargo, era más el concepto de su hermano que la persona en sí, más las historias sobre él, que su aspecto físico o su personalidad. Sin embargo, cuando lo veía sufriendo por amor, con esa figura de héroe trágico, mojaba las bragas.

Aconseje a Miguel que invitara a Mario a cenar, para tratar de consolarlo y, sobre todo, para que no estuviera solo. Cuando llegó le abracé fuerte y mis tetas se clavaron en su pecho. Él me dio un beso en la mejilla, muy cerca de los labios. Primero hablamos de sus problemas, de lo que sentía por Rita y de sus decepciones. Miguel le aconsejó que se olvidara de ella o, cuanto menos, que asumiera que aquello se acabó por una buena razón, como él había asumido la ruptura con Sofía. Luego, para relajar el ambiente les pedí que me contaran anécdotas sexuales en las que ambos estuvieran envueltos. A esas alturas Miguel ya me las había contado prácticamente todas, pero quería volver a oírlas, en especial de labios de Mario. Al principio andaban un poco tímidos, pero a medida que avanzaba la noche y caían los cubatas se fueron soltando. En un momento dado estaban contando un trío con Rita en el que le hicieron una doble penetración, como la que había visto de Julio y Miguel con María. “¡Que envidia!”, dije sin poder contenerme. “¿Es una invitación?”, respondió en seguida Mario y los tres reímos. “Mira que te tomo la palabra”, añadió Miguel. “Pues cuando quieras y con permiso de mi hermano yo estoy a tu disposición”, continuó la broma Mario. Estábamos de risas y pasándolo bien, pero yo me estaba acalorando. Mario, por su parte, parecía que ya no se acordaba de Rita y que no estaba tan deprimido, incluso volvía a reír de nuevo.

-¿Y cuál fue la primera vez que os follasteis a una chica a dúo?- pregunté excitada. En seguida pude ver la cara de disgusto de Miguel antes de que Mario contestara.

-Fue con Rita.

-Lo siento cariño, no quería recordártela- y al decir esto le cogí la mano y le di un beso en la mejilla. Cuando le solté la mano, él la dejó caer sobre mi rodilla y yo no la retiré.

-Tranquila- dijo él- La verdad es que fue todo muy natural, ya habíamos hecho intercambios de parejas, así que un día que nos fuimos de fiesta los tres porque la novia de este estaba demasiado mayor para seguirnos el ritmo.

-¡Eh, no te metas con ella!- protestó Miguel- Bien que te la follabas cuando tenias ocasión.

-Al volver de la disco con unas copas- prosiguió Mario ignorando a su hermano- Rita me besó a mí, luego a él y terminamos en la cama los tres.

-¿Y todo por un besito?- dije yo dándole a Mario un piquito. Mis labios a penas rozaron los suyos, pero eso ya sirvió para ponerme a mil- ¿Así?

-No- respondió Miguel- Más bien así- y me calzó un morreo brutal, paseando su lengua por mi boca. Eso terminó de humedecerme.

-Vamos al sofá, para ponernos cómodos- dije, porque aun estábamos sentados a la mesa y la mano de Mario había estado avanzando por mi muslo y ya estaba muy cerca de mis bragas.

-Esto me recuerda a la primera vez que hicimos un trío con Sofía, la primera novia de Miguel- dijo cuando no sentamos- Ella se colocó en el centro del sofá, como tú ahora, y abrió los brazos para que cada uno nos pusiéramos a un lado.

Inmediatamente hice lo mismo y los dos me abrazaron y me besaron cada uno una mejilla, lo que me estremeció. Giré la cabeza hacia mi novio y nos besamos apasionadamente. Nuestras lenguas se acariciaron y sorbí un poco de su saliva. Lentamente, giré el cuello hacia el otro lado en el que su hermano esperaba mi atención. Miré de reojo un momento a Miguel como buscando su aprobación. De lo que hiciera en ese momento dependía el resto de la noche y, tal vez, de muchas noches más. Mario me miraba a los ojos con los labios entreabiertos, pero no se atrevía a dar el primer paso. Fui yo quien acerqué mis labios a los suyos y, con la mano que le acariciaba el pelo, lo atraje hacia mí. Oh, qué bien besaba. Recordaba a la técnica de su hermano pero con mayor firmeza y seguridad. Su mano había entrado en mis bragas y dibujaba círculos con los dedos índice y corazón en mi clítoris. Volví a besar a Miguel y luego otra vez a Mario. Mientras lo hacía, Miguel me mordió la oreja como sabía que me gustaba. Le morreé entonces a él y su hermano aprovechó para besarme el cuello. Estaba claro que sabían trabajar en equipo. Me quitaron la ropa despacio y me besaron los pechos. Allí estaba yo, con un hermano mamando de cada teta, como una madre magnánima. Los dedos de Mario entre mis piernas, que ya me masturbaban sin disimulo, y las bocas de ambos atrapando mis pezones, me pusieron al borde del orgasmo. Sin poder aguantar más le baje la bragueta al hermano de mi chico, le saqué la polla, que asomó firme y dispuesta, e hice ademán de sentarme sobre ella, pero él me detuvo.

-Las reglas son que el novio es el primero en metérsela.

-Ah, ¿pero hay reglas?- respondí balbuceante.

-Unas normas de cortesía que adoptamos consuetudinariamente- intervino Miguel colocándose detrás de mí. Contrariada miré el miembro que se me negaba, lo acaricié, lo meneé y, finalmente me lo metí en la boca, ya que entre las piernas aun no podía.

Miguel acudió en mi auxilio, me colocó a cuatro patas y me la metió mientras yo seguía chupándosela a su hermano. Empezó dándome duro desde el principio, pero estaba tan mojada que lo agradecí. No me era fácil mamársela a su hermano con las embestidas con las que mi chico me obsequiaba, pero lo hice lo mejor que pude. Tras unos minutos supuse la cortesía cumplida y desencajándome de Miguel me arrastré sinuosa hasta Mario y, esta vez sí, introduje su polla en mi coño húmedo y anhelante. Fue maravilloso sentirla dentro, por fin, pero no me moví, sino que puse el culo en pompa y miré a Miguel, que entendió en seguida lo que quería y se acercó a mi cultito. Al ser doblemente penetrada casi pierdo la respiración. A mi chico le costó un poco más que de costumbre metérmela por el culo, pero lo hizo con algo de esfuerzo. Me sentía llena, inmóvil, dolorida, pero rebosante de satisfacción. Fueron ellos los que se movieron por mí. Al principio despacio. Mario me agarraba la teta izquierda y Miguel la derecha, Mario me besaba en el cuello y Miguel en la nuca. Cuando ambos me metieron la lengua en la boca fue brutal. Sus penes apenas estaban separados por las paredes de mi vagina y mi ano y podía sentir sus movimientos pujantes, su competencia por estar más dentro de mí. Poco a poco fueron acelerando sus movimientos. Comencé a tener un orgasmo intenso y prolongado. Miguel sintió venirse y comenzó a embestirme con fuerza, como nunca lo había hecho cuando me daba por detrás. No parecía que nada pudiera detenerle. En el momento cumbre me mordió el hombro y se vació en mí. Unas sacudidas después su hermano inundó mi vagina mientras nos besábamos, mientras nos comíamos las bocas como posesos. Me tumbé en el sofá desfallecida y Miguel me besó tiernamente.

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