La hija puta de mi nuera utiliza a mi nieto para meterse en mi cama mientras me deja claro que antes que la viuda de mi hijo, ella es mi cachorrita. 

La cena no pudo ser más incómoda para mí al comportarse Sonia como si ella fuese mí criada y yo, su jefe. Por mucho que intenté normalizar el tema y que como la viuda de mi hijo se sentara y cenara junto a mí, se negó de plano diciendo que no sería correcto. Como ya se estaba volviendo una rutina, preferí no enfrentarme con ella y dando por perdido el tema, acepté que ejerciera ese papel al menos esa noche.

​―Muchas gracias, estaba todo riquísimo― comenté al terminar.

​―Su cachorrita ha sido siempre una estupenda cocinera―replicó con alegría.

No me hizo falta ser un premio nobel, para advertir que, bajo esa sonrisa, se escondía un honda satisfacción y despidiéndome de ella, me fui al cuarto. Allí me recibió la enorme cama de dos por dos y como muchas veces en mi vida, me sentí ¡sólo!

Soledad que se intensificó al escuchar las risas, los sollozos y los berridos que venían de la habitación que compartían Aurora, mi ex y Teresa, la suegra de mi chaval.

«Joder con las cincuentonas», maldije para mí al soportar el ruido que hacían amándose.

Para amortiguar las sonoras peripecias de esas dos, encendí la tele con la esperanza de que alguna película me hiciera borrar de la memoria, aunque fuera por unas horas, el suplicio en el que me había metido con la inestimable colaboración de mi retoño.

​Apenas llevaba diez minutos viendo una serie, cuando desde la puerta escuché que mi nieto me decía:

​―Abuelo, no puedo dormir.

​―Vente cariño, la cama es grande y cabemos ― acababa de decir cuando observé que Manolito no venía solo y que junto a él estaba su madre.

―Gracias, suegro por darnos cobijo― dijo la muy zorra mientras se metía con el niño en mi cama.

«Será hija de puta», blasfemé en silencio al ver que Sonia se pegaba a mí, dejando al crio a su derecha. 

​Con un cabreo de narices, pero sin poder decir nada, aguardé su ataque para tener un motivo por el que echarla con cajas templadas, pero desgraciadamente el tiempo pasaba y mi nuera no hacía nada punible o censurable.

«¿A qué espera?», me dije antes de advertir que se había quedado dormida junto con el chaval.

Poco a poco me fui confiando y levantando parcialmente mis defensas, me fijé en lo bella que estaba y que dormida esa arpía parecía hasta buena. Es más, muy a mi pesar reconocí lo agradable que era sentir su calor junto a mí e inconscientemente me acerqué un poco a ella. Con su trasero pegado a mi pierna, me dio miedo seguir y apagando la luz, intenté conciliar el sueño.

Confieso que me extrañó que Sonia no aprovechara la oscuridad para dar otro paso. Con ella a escasos centímetros de mí, le di la espalda y me quedé cuajado…

Muchos años con la costumbre de levantarme a las ocho hicieron que a esa hora abriera los ojos y que me quedara aterrorizado al advertir que durante la noche había cambiado de posición y que tenía abrazada por el pecho a mi nuera.

​«¿Ahora qué hago?», me pregunté al notar su seno desnudo bajo mis palmas.

​Si lo intentaba sacar, a buen seguro que Sonia se despertaría y por ello decidí no hacerlo mientras trataba de buscar una excusa con la que explicar por qué aprovechando su descanso había introducido mi mano por su escote.

Por unos minutos me quedé en la misma posición mientras asustado notaba que, sin hacer yo nada, uno de sus pezones empezaba a crecer bajo mis dedos. Si de por sí eso era embarazoso, más lo fue sentir que como efecto secundario, mi pene también se estaba comenzando a animar y que, si no hacía nada para remediarlo, mi nuera se despertaría por la presión que este hiciera en su trasero. Para colmo de males un olor dulce y penetrante al que no supe poner nombre ni saber su origeninvadió mis papilas provocando que mi erección alcanzara su plenitud incrustándose entre sus dos nalgas. Fue entonces cuando me percaté de que, bajo su escueto camisón, Sonia no llevaba bragas. Ese descubrimiento me hizo caer en que el aroma que me tenía subyugado era el de su excitación y por ello intenté sacar mi mano de entre sus pechos, pero ella me lo impidió cogiendo mi mano.

«¡No puede hacerme esto!», murmuré para mí al notar que, sin importarle que mi nieto estuviese dormido a nuestro lado, la viuda de mi chaval se ponía a restregar su culito contra mí.

Aprisionado entre el deseo y la vergüenza de que Manolito descubriera que su abuelo estaba abusando de su madre, no pude reaccionar cuando usando la mano que tenía libre acomodó mi glande entre sus pliegues.

―Complazca a su cachorrita― murmuró en voz baja, al tiempo que echándose para atrás se iba introduciendo mi virilidad en su interior.

La lentitud con la que lo hizo me permitió disfrutar de cómo sus pliegues iban cediendo y abrazaban mi verga con una sensual pero absoluta falta de violencia. Aunque anteriormente había disfrutado del cuerpo de mi nuera, siempre había sido yo el que había forzado ese momento y por eso me costó reconocer en la cariñosa y silenciosa mujer que se estaba empalando con mi herramienta a la zorra que violé con la ayuda de Aurora.

«¡Qué alguien me ayude!», imploré al sentir que mi glande chocaba con la pared de su vagina.

La humedad que me envolvía me hizo soñar y por un momento sentí que estaba con un ser amado y como si fuera algo innato, comencé a explorar lentamente su coño con mi pene mientras Sonia suspiraba cada vez más rápido.

―Su cachorrita necesita de su macho ― muy a mi pesar soporté oír que mi nuera gimiendo fuera de sí.

Temiendo que mi nieto se despertara, intenté zafarme de ella. Al no conseguirlo no me quedó otra que procurar que todo terminara cuanto antes y por eso afianzándome con mis manos en sus pechos, incrementé tanto la velocidad como la profundidad de mis embestidas. La viuda de mi hijo al notar mi verga machacándola una y otra vez decidió darme una lección y que por fin entendiera que a todos los efectos ella era mi mujer. 

―Suegro, ¡préñeme!― susurró mientras, con una maestría que desconocía que ella tuviera, cerraba los músculos de su vagina alrededor de mi pene haciendo imposible el sacarla de su interior.

El tono imperativo que usó me dejó helado y más cuando empecé a sentir que mi cuerpo se achicharraba por momentos.

―¡Dele un hermano a Manolito!― nuevamente escuché que decía exigiendo que bañara con mi simiente su fértil sembrado.

En ese instante, algo en mí hizo cortocircuito y me obligó a reaccionar. Desbordado por la lujuria, la sujeté y mordiéndole la oreja, le advertí que si no dejaba inmediatamente su actitud iba a tener consecuencias.

Girando su cara hacía mí, me miró sonriendo mientras un ladrido surgía de su garganta. Que me dejara claro de esa forma que no se consideraba mi nuera, sino que seguía siendo mi cachorrita, me volvió loco y tomándola entre mis brazos, la saqué de mi cama y la llevé al baño.

​Una vez ahí, abrí la ducha y sin esperar que se calentase, metí a la viuda de mi hijo bajo el agua fría y a pesar de los gritos que pegó, no me compadecí de ella.

​―Maldito, ¡me la pagarás! ¡Está helada!― rugió molesta.

​Me estaba riendo de su cara y estaba a punto de decirle que eso le pasaba por puta, cuando escuché que desde la puerta Manolito preguntaba:

​―Abuelo, ¿puedo jugar yo también?

Mirando al chaval, observé que se acababa de despertar y que, como buen niño, al escuchar mis risas quería participar. Soltando una carcajada, contesté:

―Claro, hijo. Lo único que tienes que esperar a que la loca de tu madre abra el agua caliente.

12

Para Sonia e incluso para mí fue una sorpresa mi comportamiento, ya que en vez de volver a huir como había hecho las últimas veces, me puse una bata y acercando una silla, me senté junto a la ducha a ver como la viuda de mi hijo se bañaba con mi nieto.

​―¿No quiere entrar? – todavía creyendo que me podía manipular preguntó mi nuera.

Sin dignarme siquiera a contestar esa impertinencia, le comenté a Sonia que se diera prisa en bañar al niño porque al terminar se lo iba a llevar a sus dos abuelas. Ella se me quedó observando un tanto confusa al no entender a qué jugaba y menos qué me proponía. 

Pero fue al darme a Manolito cuando realmente la dejé descolocada al decirle que me preparara el jacuzzi porque quería tomar un baño con ella.

―¿Conmigo?― preguntó.

―Sí, ¿tienes algún problema con bañarte con tu hombre?

Casi se cae de culo al escuchar el apelativo con el que me había definido y aunque parezca imposible, el rubor cubrió sus mejillas como si realmente tuviese vergüenza de estar desnuda frente a mí.

―Suegro, ¿me lo está diciendo en serio?

Con tono serio, repliqué a la muchacha que si me volvía a llamar de ese modo me vería obligado a darle un escarmiento, escarmiento que no le permitiría sentarse en un mes. 

Mientras llevaba al chaval con Aurora escuché a mi espalda que Sonia me preguntaba cómo debía dirigirse a mí. Nuevamente la ignoré y para no dilatar más el asunto, toqué en la puerta de la habitación que compartía mi ex con Teresa.

―Vístete que vengo con el crio― avisé temiendo que me abriera en pelotas dejando a su amante colgada de un gancho o algo peor.

Supe que había hecho bien al escuchar la conmoción que se produjo en ese cuarto, sus cuchicheos y los cinco minutos que tardaron en abrir. Por la cara de disgusto de las abuelas supe que les había cortado alguna inconfesable práctica sexual.

―Necesito que cuidéis del niño el resto de la mañana― le dije a las cincuentonas y sin permitir que me interrogaran ni cuestionaran por los motivos por los que quería que se ocuparan de Manolito tantas horas, me di la vuelta y me marché.

―No la maltrates demasiado― muerta de risa soltó la madre de Sonia asumiendo que me iba a comportar tal y como había hecho esos últimos días.  

Al llegar al baño, me encontré que la viuda de mi hijo se había puesto una bata y que al no saber qué era lo que iba a requerir de ella, se había sentado junto a la bañera. Sin dirigirme a ella, me metí en el jacuzzi y viendo que la preciosa rubia permanecía sin moverse, le comenté:

―¿A qué esperas? ¿Me vas a obligar a salir e ir por ti?

Colorada y avergonzada como pocas veces, Sonia se levantó de la silla y dándose la vuelta, comenzó a quitarse el albornoz. Me hizo gracia que sintiera vergüenza cuando pocos minutos antes se había empalado usando mi verga contra mi voluntad.   

―Date la vuelta. Quiero ver realmente qué me ofreces y no solo tu precioso culo― le dije al ver que había dejado caer el batín al suelo.

Al escuchar ese piropo, hizo un postrer intento de tomar el control y se puso a menear el trasero a escasos centímetros de mi cara.

―Deja de hacer el idiota― le exigí y para que viera que iba en serio, le regalé un sonoro azote sobre sus ancas.

Aleccionada y con el trasero rojo, dejó de jugar y me miró cabreada.

―Tengo que reconocer que tienes unas tetas y una cintura en sintonía con tu culo― le dije mientras extendía mi mano hacia ella.

Agarrando mi mano, Sonia entró en la bañera y sentándose frente a mí, me preguntó qué era lo que quería de ella.

―Te equivocas, guapa. Lo importante es saber qué cojones quieres de mí― respondí con mi voz teñida de dureza.

Por vez primera, vi a mi nuera temblar y casi balbuceando, me dijo que no entendía a qué me refería con esa pregunta.

―Mira, niña. Sé perfectamente que no eres ninfómana por lo que tu comportamiento se debe a otra cosa y quiero saber exactamente de qué se trata. No me creo que busques un amo ni nada parecido.

―Pedro, ¿cómo te voy a hacer ver que realmente me gustas?― con dos lágrimas surcando sus mejillas, contestó.

Sin apiadarme de ella, insistí:

―¿Qué es lo que te gusta? ¿Mi dinero? ¿Mi coche? ¿Mi casa?  Porque no me vas a decir que estás enamorada de mí.

Indignada, levantó su mirada y me respondió:

―No te niego que me gusta que seas un hombre rico porque eso significa que como tu mujer tendría un buen nivel de vida, pero te olvidas de que ya me has ofrecido el mantenernos y no lo he aceptado.

―¿Y por qué no lo has hecho? ¿Acaso querías algo más?– pregunté.

―Claro que aspiro a mucho más. Necesito que ejerzas de padre de mi hijo y que ambos sepamos que siempre estarás ahí para cuidarnos. Quiero sentirme segura cuando me abrazas, saber que si me equivoco puedo contar contigo para avisarme de mi error. Deseo disfrutar de lo cerdo que eres en el sexo sabiendo que eres hombre de una sola mujer y que si traes a otra es solo para que disfrutemos los dos… ¡joder! ¡Pedro! ¡Necesito, quiero, deseo y aspiro ser tu mujer! 

Sus sollozos no pudieron ocultar la rotundidad de sus palabras e impactado por las mismas, dudé realmente no de ella sino de mí y si sería capaz de cumplir todas las expectativas de la que había sido mi nuera.

―Ven― la llamé y abrazándola, apoyé su espalada contra mi pecho.

Sonia no solo se dejó mimar, sino que ronroneó como una gatita al sentir mi manos recorriendo sus pechos.

―¿Sabes que nunca me he sentido tan segura de algo? No me importa cómo, pero quiero que seas mi hombre a todos los efectos. 

En silencio, cogí uno de sus pezones entre mis dedos y jugué con él, mientras deslizaba la otra mano hacia su sexo.

―Entonces… ¿me aceptas? – preguntó mientras separaba sus rodillas para facilitar así mi ataque.

Usando dos de mis yemas, separé los hinchados pliegues de esa monada y como si fuera un tesoro, busqué el botón que tenía escondido entre ellos.

―Contéstame…por favor― musitó descompuesta al notar que mis caricias se iban haciendo cada vez más atrevidas.

Asumiendo que era una batalla de resistencia, cogí su clítoris entre mis dedos mientras le regalaba un par de pellizcos en sus pezones.

―Dime algo, ¡necesito saber a qué atenerme!― rugió al verse sobrepasada y sentir que, si seguía recreándome con ella de esa forma, no tardaría en correrse.

Nuevamente mi respuesta fue física y aprovechando que mi pene lucía una erección de libro, la levanté levemente en la bañera y apuntando a su entrada, dejé que ella tomara la decisión.

―Cabrón, sabes que te deseo― comentó excitada pero molesta por mi silencio y dejándose caer, hundió mi verga lentamente en su interior.

Con mi nuera voluntariamente ensartada y sin moverme, aceleré la tortura que mis yemas ejercían sobre el hinchado botón que había descubierto entre sus labios. Ese estímulo doble junto con los suaves pellizcos que seguía dando a sus pechos fueron llevando a Sonia a un estado de excitación total y usando mi virilidad como su particular silla de montar, se lanzó al galope.

―Fóllame, ¡lo necesito! – con sus caderas convertidas ya en un torbellino me rogó.

Satisfaciendo sus deseos y gradualmente, comencé a sacar y a meter mi miembro con parsimonia, midiendo los tiempos y sin volverme loco.

―Úsame como tú sabes, ¡enséñame quién manda! 

Solo entonces consideré que era el momento y maximizando el ritmo y la profundidad de las placenteras cuchilladas que estaba regalando a mi nuera, le mordí la oreja:

―Putita, ¿quién soy yo para ti?

Dominada por la lujuria y llena de alegría al creer que la prueba a la que la tenía sometida iba a llegar a su fin, contestó:

―Mi hombre, mi amante, mi dueño… y mi propiedad.

Despelotado porque al fin se hubiese quitado la máscara, le pregunté a que se refería con eso de que yo era suyo. 

Sin dejar de usar mi pene como su montura, Sonia me replicó:

―Soy y seré tu dueña, tu amante, tu mujer … y la cachorrita que toda las noches te esperará ansiosa a que llegues a jugar con ella.

Por vez primera, esa rubia del infierno, esa manipuladora sin par fue honesta conmigo y premiando su honestidad, la tomé entre mis brazos e izándola entre mis brazos, salí con ella del jacuzzi.

―¿A dónde me llevas?― me preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.

―La zorra de mi nuera debe desaparecer y por eso te llevo al matadero.

Dando por bueno mi insulto, no me creyó el resto y por eso cuando la lancé sobre la cama, riendo a carcajadas, me llamó a su lado. Me acerqué a ella y usé las corbatas que había dejado con anterioridad sobre las sábanas para atar sus manos al cabecero.

―¿Me vas a azotar? – preguntó.

La felicidad de su tono me hizo saber que realmente esa rubia estaba tranquila y por eso mientras la terminaba de inmovilizar, quise saber si se fiaba de mí.

―Al cien por cien. Sé que nunca me fallarías.

Tras escuchar esa afirmación quise verificar que tanto de verdad tenía y por ello, me subí a horcajadas sobre ella. Excitada como pocas veces soportó que usando mi glande jugara con su sexo hasta que a punto de correrse me pidió que la tomara.

―¿Recuerdas que te dije que mi nueva debía desaparecer?― susurré en su oído mientras introducía un par de centímetros mi glande en su interior.

―Sí, mi amor, ¡mata a esa zorra!

Satisfecho por su respuesta hundí un poco mas mi pene en su vagina y recorriendo con mis manos su cuerpo, magreé sus tetas diciendo:

―Zorrita, te he atado para que no te puedas huir de tu destino. 

―Nunca huiría de ti― todavía en la inopia replicó.

Dejando atrás sus pechos, mis dedos siguieron subiendo por ella hasta llegar a sus hombros mientras de nuevo mi verga se introducía un poco más en ella.

―Acaba con la puta con la que se casó tu hijo― chilló al sentir que mi pene chocaba con la pared de su vagina.

​Haciendo caso a la guarra que tenía entre mis piernas, comencé a usar mi pene como ariete para demoler sus defensas, al tiempo que mis manos se iban cerrando alrededor de su cuello.

―Me encanta la asfixia erótica y contigo aún más― musitó con un decisión al notar que le iba faltando aire.

Soltando una gélida carcajada que retumbó en el cuarto, continué obstruyendo su tráquea mientras mi sexo martirizaba su interior con fieras embestidas.

―Hazme experimentar la muerte― chilló antes que mis manos terminaran de cegar su respiración.

Asumiendo que todavía no estaba preparada para mi sorpresa la sometí a media docena de empellones. Al advertir que estaba a punto de llegar al orgasmo, solté una mano y cogí un cuchillo.

―Mira la herramienta con la que voy a terminar de una vez con mi nuera para que mandarla al otro barrio y que vaya a reunirse con su marido.

―Hijo de … ― intentó chillar mientras se debatía intentando huir

​―No me creías, ¿verdad? Pensabas que estaba bromeando― susurré a esa siempre intrigante mujer: ―Ahora verás que voy en serio.

Tras mis palabras, Sonia sintió un dolor en el cuello y al mostrarle el filo del arma manchado de sangre, se corrió mientras sentía que se moría. Fue una muerte dulce y gozosa porque la ausencia del aire, el miedo y el placer dieron origen a un clímax que a pesar de sus veintiocho años jamás había sentido. 

―Yo te amaba― alcanzó a decir antes de perder el conocimiento.

Con ella tirada sobre el colchón, me permití el lujo de eyacular en su interior, satisfecho por lo bien que lo había llevado a cabo mi venganza. Tras lo cual, cogí el cuchillo, limpié la sangre y sentándome a su lado, velé su cuerpo durante diez minutos.

Diez minutos que tardó, Sonia en despertar. Al abrir los ojos y ver el bote con la tinta roja había usado para simular su sangre junto al arma, me miró diciendo:

―Juro que me lo creí, cabronazo. Pensé que me estabas asesinando.

Histérica me intentó pegar, pero dándole la vuelta, le di un par de azotes y sonriendo respondí:

―Yo solo te mataría a polvos, cachorrita mía…

FIN

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