16

Los cinco minutos que tardó en salir los aprovechó Walter para vestirse y sin darle otra opción,  se despidió de ella comentando que la clienta lo había llamado.

        -Vete- respondió Beth llena de dudas.

Su jefe atribuyó al deseo su tono dubitativo y sin que nada perturbara su satisfacción, se despidió de ella dejándola en la habitación. Al secarse, el temor de ser descubierta volvió con fuerza a su mente y solo la confianza que tenía en la inteligencia de la oriental consiguió que no se pusiera histérica.

«Mei no es tonta», se dijo y recordando los consejos que le había dado, más sosegada se terminó de vestir.

Walter, mientras tanto,  había llegado al despacho de la heredera. Conociendo su carácter prefirió llamar. Al no responderle, entró pensando que no estaba y por ello le sorprendió encontrar a la joven mirando a través de la ventana.

-¿Qué le ocurre?- preguntó al comprobar que dos gruesos lagrimones recorrían sus mejillas.

Ante su sorpresa, en vez de responder, salió corriendo y lo abrazó. Perplejo y sin saber cómo actuar ante ello, Walter permaneció inmóvil mientras la joven lloraba desconsolada con la cabeza posada en su pecho.

-Tranquila, señorita- musitó desarmado ante el dolor que mostraba.

Desconociendo que todo era un paripé y que la muchacha estaba fingiendo, se preocupó y sin darse cuenta de lo que hacía, intentó tranquilizarla acariciando su pelo. La ternura de esos mimos, lejos de acallar sus llantos, los incrementaron.

«Algo grave le pasa», pensó al sentir como suya esa desesperación y con el corazón encogido, sintió lástima por ella.

Mei, en cambio y sin dejar de sollozar, disfrutó de la protección de su empleado mientras confirmaba en su interior la atracción que sentía por ese saco de músculos.

«Es impresionante», meditó al sentir que con solo oler su aroma todas las células de su cuerpo amenazaban con incendiarse y con mayor fuerza, se pegó al gigantón.

Su sostén poco pudo hacer para evitar que dentro de él aflorara el instinto de protegerla y totalmente mudo, dejó que la joven se desahogara contra su pecho. Lo malo fue que su cercanía y la presión que ejercían esos pequeños pero firmes senos aumentaron su zozobra al provocar en su interior una excitación culpable.

«¡Qué narices hago!», exclamó mentalmente cuando sus traicioneras hormonas comenzaron a alterarse con ese contacto y lleno de vergüenza, intentó retirarse.

La chinita agarrándose con fuerza le impidió hacerlo y eso incrementó aún más su preocupación cuando por la puerta apareció la mujer a la que acababa de pedir que se fuera a vivir con él.

-¿Qué pasa aquí?- preguntó ésta al sorprender a su hombre abrazado a la clienta.

Por un momento, Walter creyó que Beth iba a montarle un escándalo, pero en vez de ello se acercó a la chinita y con voz tierna intentó tranquilizarla.

-Mi madre… me ha llamado para decirme que un amigo de la familia ha pedido mi mano- sin dejar de sollozar Mei comentó.

Temiendo que tanto la heredera como su novia descubrieran el bulto que crecía bajo su pantalón, el hombretón intentó desviar la atención preguntando si eso era bueno o malo.

-¡Cómo va a ser algo bueno! ¡Si ni siquiera lo conozco!- replicó la chavala llorando con mayor intensidad.

        Que una madre se planteara entregar a su hija a un desconocido era algo que chocaba frontalmente contra lo aprendido desde niño y escandalizado le espetó que debía negarse.

        -Eso he hecho…- contestó poniendo cara de circunstancias: – …lo malo es que en mi cultura se debe obedecer a los padres y para decir que no, he tenido que mentirla.

        Asumiendo que todo formaba parte de su estratagema, Beth preguntó que le había dicho. Con una angustia total y tapándose el rostro con sus manos, respondió:

-Necesitaba una excusa y le dije que no era posible porque tenía novio.

-Buena salida- todavía en la inopia, Walter comentó.

Fue entonces cuando Mei dejó caer la verdadera razón de su desasosiego:

-De buena nada. Me preguntó con quién salía y estaba tan nerviosa que le solté un nombre… y ahora, ¡quiere conocer a su futuro yerno!

Walter quiso saber quién era el afortunado:

-Como había quedado en verte, fuiste tú el primero que me llegó a la mente- soltando la bomba respondió la oriental.

Para un soltero recalcitrante como su empleado, esa información lo desbordó y recordando que solo unos minutos antes le había pedido a Beth que vivieran juntos, se negó diciendo que ya estaba comprometido.

Afortunadamente para la muchacha, la rubia acudió en su ayuda:

-Eso solo lo sabemos tú y yo. Nadie más.

-¿Me prestarías a tu novio?- temblando como un flan, Mei rogó a la guardaespaldas.

Soltando una carcajada, Beth no puso reparos siempre que ese préstamo no incluyera cama. Al ver que no estaba enfadada y que tenía buena disposición, Mei contestó:

-Me han enseñado a ser agradecida y si dejas que Walter aparente ser mi pareja, sabré compensarte. Respecto al sexo, nunca he estado con un hombre y jamás se me ocurriría quitárselo a una amiga.

 Testigo mudo de la forma en que esas dos mujeres estaban debatiendo su futuro, Walter protestó:

-¿Me imagino que tengo algo que decir?

-Claro, cariño- su pareja contestó: – Te conozco y sé que nunca dejarías desamparada a una damisela en apuros.

Escandalizado porque hubiesen pactado sin tomarle en cuenta hizo un último intento de zafarse del asunto diciendo:

-Para que fuera creíble tendríamos que aparecer acaramelados en público.

Desternillada de risa y señalando a la joven que todavía permanecía abrazada a él,  le espetó:

-No creo que te resulte desagradable dejar que esta monada te haga unas carantoñas frente a la gente.

Interviniendo en la discusión, Mei murmuró que tenía una mesa reservada Estela para comer. Al escucharla, Walter no pudo rechazar la invitación, dado que ese restaurante con tres estrellas Michelin llevaba años siendo un sueño inalcanzable que nunca había podido cumplir por su inacabable lista de espera. Por ello, renunciando a sus reparos, aceptó acompañarla.

La diminuta oriental dio un salto de alegría al oír que accedía y sin importarle la presencia de Beth, se lo agradeció con un breve beso en los labios. Ese gesto despertó nuevamente al durmiente que tenía entre las piernas, mientras desesperado intentaba evitar su erección.

Desafortunadamente para él, ese crecimiento anómalo bajo su bragueta no pasó desapercibido a su pareja y cuando ya creía que iba a armarle una marimorena, esta le sorprendió diciendo:

-Ves que tenía razón cuando dije que te iba a resultar placentero acompañarla, lo único que te pido es que luego desahogues tus ganas conmigo.

Sin comprender que habiéndolo pillado Beth no mostrara el menor signo de celos, se separó abochornado de la heredera y más cuando ésta se unió a su novia diciendo:

-Prometo devolvértelo sano y salvo, aunque quizás… ¡un poco calentito!

Indignado por el recochineo con el que se tomaban su embarazo, el hombretón salió huyendo con el rabo entre las piernas mientras escuchaba a su espalda las risas de las dos involucradas.

Ya solas, esperaron un tiempo prudencial antes de lanzarse una contra la otra a darse besos. Besos que se prolongaron hasta que la prudencia las hizo separarse. Entonces y solo entonces, la militar se atrevió a preguntar el por qué se había inventado esa farsa.

-No me la he inventado- colorada le reconoció: – Es verdadera la llamada. Lo único que no es verdad es que mi madre la haya tomado en cuenta.

-¿Entonces porque se lo has dicho?

Con una sonrisa de oreja a oreja, la muñequita oriental le explicó que así podría coquetear con él libremente sin que sospechara nada.

-¿Te han dicho que eres un pedazo de puta sin escrúpulos?- le respondió Beth despelotada.

-No, pero viniendo de la dueña de mi corazón lo acepto siempre que me prometas un pequeño revolcón antes de cenar.

-Pues va a ser que no. Espero que, durante la comida, pongas a Walter tan cachondo que al volver no me suelte hasta mañana.

-¿Y ahora?- preguntó con un suave aleteo de sus ojos.

Muerta de risa, Beth la cogió de la cintura…

17

Durante media hora, Walter descargó su cabreo en los subalternos que cubrían el turno de la mañana. Los primeros en sufrir los embates de su mal humor fueron el conductor de la limusina y el de el Cadillac al descubrir que eran las once de la mañana y todavía no los habían lavado.

-En menos de una hora, los quiero inmaculados- les gritó.

Al llegar a la garita,  les tocó el turno a los encargados de esta al comprobar que no habían anotado su llegada.

-Me la suda que sea vuestro jefe. No quiero que nadie entre o salga de la finca sin que quede registro de ello.

A pesar de ser consciente de estar cabreado por otros motivos, repasó con ellos las normas por la que se debía regir ese servicio mientras interiormente se desgañitaba en comprender la actitud de Beth.

«No me entra en la cabeza que me empuje a participar en esta pantomima», musitó entre dientes al no cuadrarle. Aunque nunca se habían prometido ningún tipo de exclusividad era incomprensible que le pusiera en bandeja a esa preciosidad y más cuando sabía lo mucho que le gustaba desde el día que la habían espiado desnuda.

 Tras analizar las diferentes posibilidades solo halló una que le cuadrara:

«Confía ciegamente en mí», se dijo inflando el pecho como un pavo real y borrando de un plumazo sus dudas, decidió que haría honor a esa confianza mientras se dirigía a cambiarse de ropa para acudir a la “cita”.

Conociendo el local al que iban, antes de ducharse, eligió una blazer azul que le había regalado Elizabeth y un pantalón a juego. Ya con la prendas sobre la cama, se metió al baño. Acababa de salir de la ducha y estaba afeitándose cuando apareció por la puerta su novia.

-¡Qué guapo te estás poniendo!- comentó alegremente mientras se sentaba en el borde de la bañera.

 Malinterpretando sus palabras creyó que se había arrepentido de la decisión y que quería echar marcha atrás. Por eso, tratando que no notara su decepción le dijo que si quería anulaba todo.

-No, quiero que vayas y que te lo pases bien… para que luego vengas y me folles- con desparpajo le soltó mientras pasaba una de sus manos por su trasero.

 -No te comprendo, ¿por qué quieres que juegue con esa zorrita?- preguntó en un intento de confirmar sus sospechas.

-Me encantó ver que te excitabas al verla desnuda y las ansias con las que me empalaste después- tomándole del pene y con su hombría entre las manos, respondió.

-Por eso te quiero tanto- encendido por esas caricias comentó mientras se acercaba a ella para aprovechar el momento.

La rubia demostró su buena forma física al rehuir ese ataque con una finta y riendo desde la puerta le rogó que se dejara mimar por la clienta para que llegara cachondo a cumplir con ella.

-¿Y si me la follo a ella en vez de a ti?- tentando la suerte, Walter replicó.

Muerta de risa, su pareja de tantos años respondió antes de desaparecer:

-Tendría dos opciones, o cortarte los huevos, o meterme en la cama con vosotros.

 «Honestamente, prefiero la segunda», murmuró mientras se vestía. Al terminar de acicalarse, salió en busca de su cita con pocas ganas, ya que lo que realmente le apetecía era darle un buen achuchón a la mujer que dejaba en la casa.

 Tal y como había supuesto, Mei no había bajado de su cuarto cuando entró en la mansión y por ello tuvo que esperarla en el hall mientras en la plazoleta de entrada la limusina y el coche de escolta aguardaban su salida.

Todos sus buenos propósitos quedaron hechos añicos al verla aparecer luciendo un espectacular vestido de gasa negra. Por mucho que sabía lo guapa que era, se quedó sin respiración al comprobar que la mujer que descendía por la escalera era el ser más seductor que había visto en su vida.

-Estás impresionante- musitó desconcertado.

Satisfecha por la excitación que había causado en el hombre que debía y deseaba seducir, Mei contoneó su cuerpo cada vez que bajaba un escalón, dotando a su conjunto de una sensualidad sin límite mientras absorto su presa la observaba.

-¿Nos vamos?- preguntó extendiendo el brazo.

Walter supo de inmediato que lo que estaba insinuando era que la tomara del brazo y cumpliendo sus deseos, salió con ella rumbo a los coches mientras Elizabeth los espiaba desde una ventana.

«Suerte, preciosa», deseó a su compinche antes de irse a cumplir con su trabajo.

Ajeno a ser una marioneta en las manos de esas dos arpías, el hombretón abrió la puerta del vehículo para que pasara la heredera. Mei sabiendo que debía dejar transcurrir el tiempo antes de empezar a desarrollar sus planes no hizo ningún intento de acercarse a Walter durante el trayecto.

Eso permitió al experto en seguridad observar a la chavala disimuladamente mientras trataba de entender que una mujer referente en los negocios viera con normalidad que los padre tuvieran derecho a buscarle un marido.  No solo era una mujer bellísima, sino que era el deseo personificado. Sus piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una estrecha cintura en sintonía con los pequeños pechos que la naturaleza le había dotado. Estaba observándola cuando, al moverse y a través de la raja de la falda, involuntariamente expuso el coqueto tanga que se había puesto esa mañana. Excitado, el hombretón no pudo más que cambiar de posición para observarla con detenimiento.

«No comprendo que nunca haya estado con alguien», se dijo: «Con ese cuerpo podría tener al hombre que quisiera».

En ese momento, pilló al chofer dándola un repaso a través del retrovisor y sin entender por qué le cabreó esa ojeada, subió la mampara de separación de la limusina para evitar que siguiera espiando a su clienta.

«¡Qué falta de profesionalidad!», murmuró molesto con su empleado.

Mei sonrió discretamente y volvió a mirar por la ventana sin taparse mientras se congratulaba de que su discreto exhibicionismo estuviera teniendo éxito.

«La verdad es que, si no estuviera comprometido con Beth, no me importaría nada tener con ella un rollo. Realmente está buenísima», pensó Walter al observar a la preciosidad como la que tenía enfrente.

Sin casi tráfico, no tardaron en llegar a su destino y actuando más como guardaespaldas que como supuesto novio, abrió la puerta de su clienta para que se bajara. La joven le sonrió y simulando una relación que no existía se colgó de su brazo.

-Tu novia me comentó que Estela es uno de tus sitios favoritos- susurró pegándose a él.

La cariñosa actitud de la oriental le provocó un escalofrío al percatarse de lo a gusto que se sentía con esa cría y acelerando el paso, entró en el local. Ya en el restaurante el maître le recordó que, aunque no era obligatorio, por protocolo los clientes solían llevar corbata y que el establecimiento tenía a disposición de los que lo necesitaran un extenso surtido para elegir.

Estaba a punto de negarse, cuando de pronto Mei lo arrastró hasta el ropero y con una sonrisa comenzó a buscar una que fuera acorde con la ropa que llevaba.

-Ésta es perfecta- dijo cogiendo una azul del muestrario y sin darle tiempo a colocársela él mismo, se la empezó a anudar al cuello.

La diferencia de estatura obligó a Walter a agachar la cabeza, momento en que la chinita aprovechó para en plan traviesa darle un pequeño mordisco en la oreja. Esa pillería despertó su miembro adormilado y cortado como pocas veces, se quedó mudo mientras la chavala riendo le decía que estaba guapísimo.

-Gracias- replicó al cabo de un par de segundos, temiendo que no solo su acompañante, sino que todo el público del restaurante advirtiese la inflamación que lucía entre sus piernas.

Por ello, rápidamente pidió al empleado que los llevara hasta su mesa. El maître curtido en mil batallas no dio importancia al tonteo de la pareja y cumpliendo su cometido, les guio hasta una en mitad de la sala y una vez ahí, les preguntó si querían algo de aperitivo mientras leían la carta.

-Tráiganos una botella de Louis Roederer- adelantándose sugirió Mei.

El hombretón no supo que decir al oírlo porque no en vano ese champagne estaba fuera de sus posibilidades ya que en una vinoteca costaría al menos trescientos cincuenta dólares.

-¿Sabías que este vino se empezó a elaborar para satisfacer el gusto del Zar Alejandro II?- le preguntó incrementando su agobio.

-No tenía ni idea- respondió dando gracias de que ella fuese quien pagara esa cuenta porque si no el agujero que se abriría en su bolsillo sería de órdago.

Al llegar el sommelier con la botella, Mei rogó a su acompañante que lo probara.

-Delicioso- en voz baja confirmó al experto tras catar el caldo mientras en silencio la joven lo observaba con cariño.

Esa mirada embelesada no le pasó inadvertida a Walter y tratando de disimular la incomodidad que eso le provocaba, le dijo que era lo que quería comer.

-Lo que me apetece no está en la carta- respondió sin dejar de sonreír.

Extrañado por la respuesta, Walter en automático le preguntó cuál era su antojo porque a lo mejor se lo podían preparar en la cocina.

-No lo creo- muerta de risa, replicó la chavala.

Todavía en Babia, Walter insistió y Mei a carcajada limpia le soltó:

-Bobo… lo que se me antoja es darte un beso.

Tras lo cual y sin mediar nada más, breve pero sensualmente le dio un pico en los labios. El hombretón se puso totalmente colorado al sentirse engañado y molesto recriminó su actitud, diciendo:

-Señorita, no creo que sea apropiado que me bese cuando tengo pareja.

Desternillada por la reacción de su empleado, contestó:

-Beth me dio permiso para simular que eras mi novio y además no hay nada malo en que una mujer demuestre sus sentimientos al hombre que desea.

Todavía con el recuerdo de la tersura de sus labios en la memoria,   Walter murmuró que al menos la próxima vez le avisara.

-De acuerdo- contestó y abusando de su posición le dijo que lo iba nuevamente a besar.

Cogido en su propio renuncio, no se pudo quejar cuando, cumpliendo las condiciones que él mismo había impuesto, la oriental juntó los labios a los suyos. Al contrario que la vez anterior, ese nuevo beso fue con pasión. Paralizado por la sorpresa, Walter permitió que esa monada le forzara la boca con su lengua mientras no contenta con ello le acariciaba.

-¡Te estás pasando!- musitó descompuesto al advertir lo mucho que le apetecía dejarse llevar y responder con lujuria al ataque.

Con la alegría de un niño que acaba de cometer una travesura, Mei certificó que ese acoso no había hecho más que empezar al pedirle que se fijara en lo erizado que se le habían puesto los pezones. El neoyorquino se sintió un pelele en sus manos cuando no pudo evitar mirarle el pecho y descubrió que, aunque pareciera imposible la joven no había mentido.

«¡Está excitada!», exclamó acojonado viendo los pequeños montículos que lucía bajo su vestido.

Su zozobra se incrementó exponencialmente cuando olvidando cualquier tipo de decoro la joven tomó una de sus manos y llevándola hasta sus senos, le preguntó si creía que los tenía demasiado pequeños. Durante unos segundos, Walter disfrutó de ellos hasta que sintiéndose un cerdo le contestó que no, que era maravillosos.

Demostrando que era una experta en manipular a la gente, alegremente la zorrita le pidió que esa tarde cuando se estuviera follando a Elizabeth confesara a su pareja que se los había tocado.

Alucinado por el oscuro deseo de la joven, no pudo menos que tratar de saber el porqué, a lo que ésta contestó sin pudor:

-Me comprometí a tenerla informada y creo que debe saber que su macho me los ha magreado.

-Yo no quería hacerlo, has sido tú quién me obligó- se quejó indignado.

La respuesta de la pequeñaja le escandalizó aún más porque, en vez de intentar disculparse, con tono pícaro le preguntó que entonces si le pedía que se los volviera a tocar, él no se opondría. La insistencia en hacerle pasar un mal trago le cabreó y queriendo darle una lección que no olvidara, bajó el mantel comenzó a acariciar una de sus piernas.

En contra de lo que había previsto, Mei al sentir que su acompañante recorría con los dedos su piel, en lugar de quejarse,  sonrió diciendo:

-¿Sabes que es la primera vez en mi vida que un hombre me toca?

Asustado por sus palabras, Walter quiso quitar su mano, pero ella se lo impidió:

-Por favor, sigue. Haces que me sienta deseada.

La angustia de su voz al pedírselo lo enterneció y con su palma sobre los muslos de la cría, le dijo que no entendía cómo una mujer tan bella necesitaba sentirse así cuando podía con solo proponérselo que cualquier hombre la hiciera caso.

-¿Todavía no te has dado cuenta de que te deseo a ti?- preguntó a punto de echarse a llorar.

La confesión de su clienta lo desarmó por completo y usando los restos de responsabilidad que aún le quedaba, dejó de acariciarla mientras susurraba en su oído que eso era imposible porque él tenía a Beth.

-Si la convenzo a ella, ¿aceptarías que ambas te compartamos?- preguntó con una lágrima cayendo por sus mejillas.

Petrificado por el alcance de esa petición, Walter prefirió no contestar y tomando su copa, la vació de un trago. El destino quiso que el encargado de la comanda acudiera en su ayuda y mientras trataba de tranquilizarse, preguntó cuál era el plato estrella del restaurante.

-El sashimi de atún, acompañado de hongos de trompeta negra con una salsa de mirin y soja- respondió este.

Asumiendo que estaría buenísimo, preguntó a la chinita que iba a pedir. Interviniendo, el camarero comentó:

-Señorita Ouyang, como ya ha probado nuestro atún, me atrevo a recomendarle las vieiras crudas con sepia y shiitake y de segundo arroz negro con calamares y romesco.

-Me parece estupendo, Richard- aceptando la sugerencia contestó.

Impresionado por que no solo lo conociera, sino que supiera su nombre, Walter pidió el atún y el arroz mientras pensaba en la diferencia económica que había entre ellos y en el braguetazo que pegaría el hombre que la conquistara.

«Tendría la vida solucionada», meditó con una mezcla de interés y de culpa.

Estaba todavía dando vueltas al tema, cuando desde el otro lado de la mesa, Mei refunfuñó quejándose de que no le había contestado a su oferta.

-¿A qué te refieres?

Dulce pero firme, la muchacha se lo aclaró:

-Aparte de que ante los ojos de todos seas mi novio, quiero acostarme contigo. Estoy cansada de ser virgen y sé que entre tus brazos sería dichosa.

En otro tiempo y con cualquier otra, hubiese aceptado esa petición sin pensárselo, pero su relación con Beth y la inexperiencia de esa criatura le hicieron dudar.

-En el hipotético caso que Elizabeth aceptara, ¿no te das cuenta de que para entregarte a un hombre por primera vez debería sentir algo por él?

Sin aminorar un átomo la presión sobre su supuesto prometido, la heredera respondió:

-¿Quién te dice que no lo siento? ¿No has pensado que es algo que llevo madurando desde que os conozco?

En ese momento cayó en que la joven había incluido a Beth e intrigado le preguntó si era bisexual, a lo que sin rubor alguno contestó:

-Hasta que llegué a Nueva York, nunca me había planteado el sexo. Para mí era algo extraño y no me atraía, pero desde que os contraté no puedo dejar de pensar en estrenarme con… los dos.

-Niña, ¿en serio estás proponiendo que hagamos un trio? – creyendo que estaba siendo objeto de una broma y con el deseo que lo rebatiera, preguntó.

Llamando al camarero, Mei pidió que rellenara su copa y ya con ella en la mano, se explicó:

-No es algo tan raro. Quitando que me siento atraída por los dos, formáis una pareja sexualmente activa y a vuestro lado podría aprender en unos meses, más que con otros en años.

-¡Estás loca! – le espetó y buscando un motivo con el que afianzar su negativa, le preguntó qué pensaría su madre de semejante locura.

Cogiendo su mano y llevándola bajo el mantel, la millonaria murmuró:

-A ella solo le interesa tener nietos… en cuanto me dejes embarazada, lo aceptará.

Walter casi se atraganta al notar que la chavala la ponía en su coño y en una clara invitación para que la masturbara, había separado los muslos. Instintivamente, la acarició mientras buscaba en su mirada su reacción.

-Llevo cachonda desde que supe que me acompañarías a comer – musitó entre dientes al sentir las yemas del hombre que deseaba buscando su clítoris sobre la tela del tanga.

La humedad que descubrió entre sus pliegues ratificó sus palabras y en cierta forma contagiado de la lujuria que esa monada emanaba,  el especialista en seguridad quiso saber si era consciente de que les pedía algo más que sexo.

Con una confianza que le sorprendió, la enigmática muchacha replicó:

-Si todo se desarrolla como preveo, seré vuestra mujer y que juntos formaremos una familia.

Tras soltar esa bomba, Mei desbordó todas sus previsiones cuando con sus ojos brillando de emoción le rogó que, mientras conseguían el visto bueno de Beth, le diera un adelanto.

-¿Quieres que te pajee aquí y con todo este público?- alucinado cuchicheó en su oído.

Con las mejillas coloradas, la chinita asintió con la cabeza. El descaro de la cría y el morbo de la situación pudieron más que sus reparos y mientras disimulaba bebiendo champagne, se puso a jugar con el botón que escondía entre los pliegues.

-Gracias… no te haces una idea cuanto lo necesitaba- en voz baja le informó al sentir las yemas de Walter explorando su intimidad.

La naturalidad con la que asimilaba esa caricias lo azuzó a continuar y separando la braguita con los dedos, se concentró en su húmedo e hinchado clítoris mientras la chinita se mordía los labios para no gritar.

-Sigo sin entender como has llegado virgen hasta ahora, siendo tan zorra- susurró satisfecho al comprobar la excitación creciente de Mei.

Al escuchar ese adjetivo en labios del hombre que deseaba y que en ese preciso instante la estaba masturbando, la heredera sintió que su cuerpo colapsaba y en un intento de alargar su placer, cerró las piernas.

-Nadie te ha dado permiso de correrte, putita- al oído le comentó mientras la seguía pajeando.

Indefensa ante su avance y casi sin respiración, se disculpó con la mirada mientras sucumbía al orgasmo. Walter sonrió al percatarse de su estado y en vez de recriminarla el haber cedido al placer, se recreó entre sus pliegues metiendo con cautela un dedo en su interior.

-Por favor, no me desvirgues ahora. Quiero que lo hagas con permiso y en presencia de Beth- suspiró temblando sin parar.

Ese sollozo y el deseo que escondía lo conmovieron y comprendiendo sus razones, retrocedió sacando la yema de su coño, para acto seguido regalarle un pellizco en el clítoris como despedida. Durante casi un minuto y sin que mediara acción por su parte, Walter observó cómo la muchacha seguía inmersa en el placer y se corría ante su mirada.

«Es increíble cómo se ha puesto», pensó viendo el tiempo que necesitaba en recuperarse.

Ya más tranquila después de haber saciado su imperiosa necesidad de placer,  Mei le preguntó sonriendo si eso significaba que había posibilidades de que algún día formara parte de su harén.

Al escucharla, el gigantón exclamó:

-¡Primero tendrás que ayudarme a convencer a Beth!

Entornando sus negros ojos y sin revelar que ya había estado con ella, la joven quiso saber cómo pensaba engatusarla.

-Ya se me ocurrirá algo al volver a casa mientras le hago el amor.

Mei lo sorprendió por enésima vez al pedirle si podía espiar cuando se la tirara.

-No, preciosa. Sería demasiado peligroso que te descubriera.

Aparcando el tema, Walter le preguntó por su vida antes de llegar a América.

-¿Qué quieres saber?- le respondió entablando una conversación en la que la joven asiática demostró ser una mujer encantadora con un ingenio divertido y vivaz que terminó de demoler sus dudas.

 Por ello y cuando ya estaban de camino al coche, Walter comprendió que esa chavala podía otorgar el picante necesario para que su relación con Elizabeth perdurara en el tiempo.

        «Ojalá acepte, creo que podría funcionar», se dijo mientras le abría la puerta de la limusina.

Una vez dentro del vehículo, en esa ocasión fue Mei la que bajó la mampara y sin dar tiempo a que el segurata se preparara, llevó la mano hasta su bragueta.

-¿Qué haces?- preguntó al contemplar que la cría intentaba bajarla.

Con una sonrisa en los labios, contestó con picardía:

-Nunca he visto el pene de un hombre y cómo tu novia me pidió que te calentara antes de volver, es lo que pienso hacer.

No pudo ni quiso quitarle ese antojo e inmóvil, permitió que lo sacara de su encierro a pesar de no tenerlo totalmente erecto. La diferencia de tamaño entre ellos quedó nuevamente de manifiesto al cogerlo entre sus diminutos dedos:

-¡Es enorme!- exclamó la oriental mientras absorta veía cómo crecía ante sus ojos.

El ego masculino de Walter se vio incrementado con esa alabanza, pero aún más cuando con una mezcla de admiración y de miedo, la chavala le informó que era imposible que ese trabuco entrara en ella.

 Riendo, la besó mientras le decía:

-Si Beth acepta, no solo te desvirgaré con él sino también pienso usarlo para romperte tu pequeño pero sabroso culito.

Esa amenaza lejos de preocuparla, la excitó y meneando el hierro en que se había convertido el miembro del que consideraba ya su macho, soñó con el día en que la tomara como su mujer y por eso,  luciendo su dentadura en una sonrisa perfecta, respondió:

-Si la convences, seré totalmente vuestra y podréis usarme dónde, cuándo y cómo más os apetezca.

-¿Sabes que eres un poco puta?- Walter comentó mientras le acariciaba el pandero.

Retorciéndose de gusto al sentir las manazas del gigante recorriendo sus cachetes y sin cortarse, la joven replicó mientras seguía masturbándolo:

-La culpa es vuestra. Llevo cachonda desde que os conocí.

La seguridad con la que esa inexperta criatura reconoció su desaforado apetito sexual exacerbó el deseo que sentía por desflorarla y solo la inminente llegada a la mansión, evitó que olvidando que requería el permiso de su pareja la tomara sobre los mullidos asientos de la limusina.

-Cariño, estamos a punto de llegar. Mejor guárdamela para que nadie se entere de lo mucho que me atrae la jefa- pidió el hombretón.

Haciendo un gesto de desagrado al oírlo, la joven se recuperó en seguida y antes de obedecer, le pidió permiso para darle un beso antes de volverla a su encierro.

-Tu misma- sonriendo replicó mientras separaba las rodillas para facilitar el deseo de la chavala.

Mei no lo desaprovechó y agachándose entre las piernas de su guardaespaldas, tras darle un largo y placentero lametazo se introdujo brevemente la polla en la boca.

-No habíamos quedado en eso- Walter protestó al saber que si seguía iba a ser imposible rechazarla.

Riendo a carcajada limpia mientras se relamía los labios, la millonaria se disculpó diciendo:

-Era una tentación demasiado atrayente saber que se sentía al mamártela.

Esa respuesta le puso sobre aviso de que iba a ser una fiera en la cama y visualizando en su mente, la noche en la que la tomara supo que la deseaba tanto como ella a él.

«No tengo ni idea como voy a hacerlo, pero me urge que la acepte en nuestra cama», se dijo mientras se acomodaba el pantalón antes de salir del vehículo.

Las dificultades del neoyorquino para esconder su erección estimularon la picardía de la chavala, la cual muerta de risa se quejó de que fuera Beth fuese la beneficiaria de su trabajo.

-Eso te pasa por zorra, la próxima vez ten las manos quietas- zanjando el tema, Walter le espetó mientras se despedía de ella.

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