20

Saliendo de las habitaciones de su clienta, Walter dio un último repaso a la seguridad de las instalaciones y tras verificar que todo estaba en orden, pidió al restaurante de un amigo que trajeran un piscolabis con el que agasajar a la oriental.

-La próxima vez avísame con más tiempo- protestó su colega antes de comprometerse a que lo tendría a la hora deseada.

Sabiendo que cumpliría con su palabra, se despreocupó del tema y se fue a limar con su pareja los flecos de la velada. Para su sorpresa, la rubia no le dejó entrar en el cuarto y mandándolo a paseo, le pidió que no la molestase.

Preocupado con ese hostil recibimiento, no le quedó más remedio que ir a preparar él solo el ambiente propicio para el encuentro. Recordando la afición de la oriental por el champagne, tomó prestado de la bodega un par de botellas de Moët al no hallar su preferido y con ellas bajo el brazo, volvió a la casa.

Ya en el salón-comedor, seleccionó las canciones que sonarían y acumulando cojines sobre el sofá, quiso convertir ese incómodo diván en algo mullido por si al final hacían uso de él.

«¿Qué más falta?», pensó renumerando la lista de lo imprescindible: «Comida, bebida, música…», al ver que tenía todo listo, hizo tiempo sirviéndose un cubata.

Tal y como le había prometido, las viandas no tardaron en llegar y ayudado por el empleado de su amigo, las colocó más o menos decentemente sobre la mesa.

«Me hubiese venido bien el auxilio de Beth», se dijo al comprobar que, a pesar de sus intentos, no había conseguido dar el efecto que quería: «Luego que no se queje si no está a su gusto».

 Mirando el reloj, vio que era la hora y que ninguna de ellas había hecho su aparición, por lo que más nervioso de lo que le hubiese gustado estar, rellenó su copa.

«¿Qué tanto hacen? ¿Por qué llegan tarde?», entre dientes masculló dando un sorbo a su bebida.

Pasaron todavía quince minutos sin que la chinita se dignara a llegar o su novia saliera del cuarto, por lo que ya preocupado, se acercó a ver qué ocurría con Beth. No había llegado a tocar su puerta cuando de pronto el timbre de la entrada anunció la llegada de la heredera y deshaciendo su pasos fue a abrirle.

Al hacerlo, se encontró con Mei enfundada en una gabardina y no fue hasta que la dejó pasar cuando desprendiéndose de esa prenda, comprobó que le había hecho caso y se había puesto el picardías rojo que le había elegido.

-Estás guapísima- tartamudeó al ver que esa prenda casi transparente más que esconder realzaba la belleza de sus curvas y que a través del encaje, podía entrever la perfección de sus juveniles senos.

La chavala sonrió satisfecha con el piropo y girando trescientos sesenta grados, lució su espectacular trasero mientras le preguntaba por Elizabeth.

-Todavía no ha bajado- contestó prendado con la anatomía de su cita mientras la llevaba del brazo hacia el salón.

Una vez ahí y sin dejar de babear por ella, Walter le sirvió una copa del vino francés que le había sustraído sin permiso. Si Mei se dio cuenta de que el caldo ese era suyo, no dijo nada y luciendo una tierna pero seductora sonrisa, le dio las gracias al dárselo.

«Menudos tacones se ha puesto», murmuró para sí al comprobar que en vez de al pecho, la heredera le llevaba al hombro.

Con ganas romper el silencio que se había adueñado de la habitación, Walter le preguntó si estaba segura de lo que quería hacer:

-Por supuesto, estoy deseando que me hagáis mujer- con aplomo replicó la muchacha.

Justo cuando iba a contestar, un ruido le informó de la llegada de su novia y al darse la vuelta, casi se le cae la copa que tenía en las manos al verla entrar llevando únicamente un camisón al menos tan provocativo como el que había elegido para Mei.

-Eres una diosa- comentó la oriental, acercándose a ella y dándola un breve beso en los labios.

-Tú en cambio eres una sexi muñequita que ningún humano dejaría escapar- contestó la rubia al halago mientras la tomaba de la cintura.

 Gracias a las plataformas sobre las que se había subido, la diferencia de estatura entre las dos no era enorme y desde su puesto de observación junto a la barra, el sujeto al que ambas anhelaban conquistar las miraba entusiasmado.

-¿Qué bebes princesa?- obviando la presencia de su novio, la militar preguntó.

La heredera le informó que champagne y tratando como mero camarero a Walter, pidió que le pusiera una copa a la recién llegada mientras siguiendo el ritmo de la música se ponían a bailar.

Sin dar crédito a como se estaban desarrollando los hechos, el segurata la sirvió y la acercó sintiéndose un convidado de piedra.

«¿Qué ocurre aquí?- se preguntó al comprobar que esas dos bellezas habían entrelazado sus piernas mientras en plan putón Beth agradecía a su acompañante lo cachondo que había dejado a su prometido durante la comida.

-Como tú hombre me encanta, me resultó muy sencillo.

-Y tú, ¿cómo te pusiste? – acariciando el pandero de la chaval, la militar insistió.

Soltando una carcajada, la millonaria quiso saber si Walter le había narrado lo ocurrido. Al contestar Beth que no y ante el espanto de su prometido, Mei la informó que su macho la había pajeado en mitad del restaurante.

-No te creo- sin un atisbo de celos, replicó al tiempo que le bajaba uno de los tirantes del camisón.

La heredera sonrió al sentir los dedos de la mujer acariciándole el pecho y mientras el neoyorquino no sabía cómo actuar, le detalló cómo le había llevado la mano a su entrepierna y cómo este la había masturbado.

-Será cabrón, ¡no me dijo nada!- contestó mientras empezaba a bajar por su cuello dándole besos.

Atónito al ver que su pareja de tantos años se metía en la boca uno de los diminutos pechos de la clienta, estuvo a punto de protestar diciendo que ella casi le había obligado, pero entonces y mientras gemía de placer, Mei alabó el tamaño de su miembro.

-¿Se lo has visto?- quiso saber la rubia subiendo el tono de su voz.

-Sí- respondió la cría describiendo la escena que había tenido lugar dentro de la limusina: -El pobre no pudo evitar que le bajase la bragueta y se lo sacara.

-¿Por qué no me lo había contado?- haciéndose la enfadada preguntó mientras le retiraba el otro tirante a la muchacha y dejaba sus dos pechitos al aire.

-No me diste la oportunidad- como gato panza arriba se defendió ya mosqueado al ver que su novia comenzaba a mamar del seno que acababa de liberar.

-Te pedí que te desahogaras conmigo, no con ella- con voz seria dijo la rubia sin dejar de disfrutar de la chinita.

-Y no lo hice- replicó totalmente desubicado al ver que Mei se permitía el lujo de magrear el culo de su prometida sin invitarle a él.

-No sería por ganas- insistió Beth mientras se sacaba las tetas y las ponía a disposición de la exótica y joven millonaria.

-No me la follé como te prometí y lo sabes ya que al volver te di lo tuyo-   se quejó con una erección más que evidente al contemplar que Mei se apoderaba de una de las ubres que hasta ese momento consideraba suyas.

Durante casi un minuto, tuvo que rumiar su cabreo mientras las mujeres se recochineaban de él frotando sus cuerpos casi desnudos cada vez con más pasión.

-¿Queréis que me vaya?- ya con un rebote de narices preguntó.

-No, tonto- replicó su novia: -Sigo molesta contigo, pero necesito tu ayuda para terminar de desnudar a esta zorrita.

Aliviado, cabreado y excitado por igual, Walter se acercó a ellas y llevando sus manos al picardías de la oriental, lo fue deslizando lentamente al observar que Beth aprovechaba para ir lamiendo la piel que dejaba al descubierto.

-Quítale las bragas que quiero saborear su chumino- ordenó al comprobar que no la había despojado del coqueto tanga.

Demostrando su enfado, obedeció desgarrando la carísima prenda mientras veía que Beth se arrodillaba.

-¿Tiene un coñito precioso? ¿Verdad?- riendo quiso saber su opinión.

-Mejor aún es su sabor- dijo revelando que ya lo había probado.

-Ninguno de los dos me contó que ya se lo habías comido- murmuró mientras pasaba su lengua entre los húmedos pliegues de la heredera.

-Tu hombre le dio un buen repaso esta tarde mientras me bañaba- confesó con picardía Mei.

Nuevamente, Walter creyó que iba a montarle un espectáculo, pero entonces y levantándose del suelo, Beth insistió en que quería verlo ya que no le habían dado la oportunidad de participar.

-Seguro que no le importa, según él tengo un coño muy sabroso- riendo a carcajada limpia, le espetó la heredera mientras se acercaba al hombretón.

-Desnúdate y llévala al sofá- exigió la rubia mientras se subía ella misma al sillón.

Alucinando en colores, su prometido comprendió al ver que separaba sus piernas mientras les esperaba qué era lo que quería la rubia y con una rapidez encomiable, se quitó la ropa y llevó a la joven hasta ella.

-Es todo tuyo- comentó Beth a Mei señalando su chumino.

Esta sin cortarse introdujo su cara entre los muslos de su empleada dejando su propio coño al alcance del que si todo salía bien sería el macho de ambas.

-¿Qué esperas?- le espetó Beth a Walter al ver la cara de estupefacción que tenía.

Comprendiendo que todo se había salido de madre y que no podía más que obedecer, separó los cachetes de su clienta para así tener mejor acceso a su sexo. Al hacerlo, comprobó que la joven seguía luciendo su himen, pero también ratificó que a Mei nadie le había roto el trasero y excitado con ser quién estrenara ambos agujeros, se lanzó en picado sobre la primera de sus metas mientras la heredera daba un primer lametazo en la vulva de su novia.

-Demuéstrale a esta putita que sabes comerte un coño mientras ella me lo devora- gritando ordenó Beth.

 El gemido de placer de la millonaria al sentir nuevamente que la lengua de Walter exploraba su virginidad fue tan intenso como sonoro y ante la incredulidad del neoyorquino, se corrió anticipadamente llenando de flujo su boca.

Cortado por lo poco que había necesitado para llegar al orgasmo, informó a la rubia de lo ocurrido y ésta, muerta de risa, le pidió que todavía no se la follara, que se lo tenía que ganar.

-Ayúdale con mi chumino- dijo con ánimo de revancha mientras presionaba la cabeza de la mujercita contra ella.

Walter no tuvo que ser un genio para saber que Beth estaba deseando sentir las caricias de ambos a la vez y haciéndose hueco entre las piernas de su novia, comenzó a lamer su entrepierna con la chinita de acompañante.

-Me encanta- sollozó la rubia al sentir que eran dos lenguas la que buscaban su placer y dominada ya por la lujuria, se pellizcó los pezones mientras le pedía que intensificaran sus caricias.

No sabiendo que hacer con sus manos, Walter decidió darles un uso y al tiempo que mordisqueaba el botón erecto de su novia, comenzó a pajear a la muñequita con la que competía.

-Mastúrbala, cariño. Qué sepa que serás capaz de satisfacernos a ambas- aulló fuera de sí al advertir la maniobra de su amado jefe.

 Por segunda vez en menos de cinco minutos el sexo de la oriental comenzó a esparcir sus efluvios descontroladamente y olvidando momentáneamente a Beth, Walter señaló el grifo en que se había convertido sin esperarse que ávida por disfrutar de su sabor, la rubia se bajara del sofá y le pidiera probarlo.

-Como antes has dicho, ¡todo tuyo!- comentó sonriendo el hombretón, dejándole vía libre.

  La chinita pegó un grito de alegría al sentir que su dueña le lamía y cerrando los ojos, se puso a disfrutar de la experiencia como si fuese la primera vez.

-Esta niña va a ser una fiera con un poco de práctica- meditando en voz alta, Walter comentó al ver que unía un clímax con el siguiente.

-Ya lo es- respondió su novia mientras daba buena cuenta de ella.

La calentura de ver como Beth disfrutaba sin recato de la clienta calentó aún más a su pareja, la cual, poniéndose detrás de ella y sin pedirle opinión, le ensartó su sable hasta el mango.

-Cabrón, ¡qué bien me conoces!- chilló la ex militar al sentir que la empalaba y sin dejar de saborear el sexo de Mei, moviendo las caderas rogó a su macho que la tomara.

Este no se negó y menos al ver que la chinita observaba con envidia el modo en que la estaba follando y recreándose en su monta, descargó un par de azotes sobre la rubia mientras le decía a la joven sin estrenar que luego le llegaría a ella el turno.

-Estoy deseando, pero por ahora me basta ver como mi futuro macho hace uso de su hembra.

Las palabras de la criatura azuzaron la lujuria de ambos y mientras Beth declaraba su placer voz en grito, Walter no pudo aguantar más y derramó su esencia en el coño de su amada. Nuevamente, la heredera los sorprendió al actuar por ella sola y es que sin que se lo tuviesen que insinuar o exigir, se bajó de su poltrona y hundiendo la cara entre los muslos de la rubia, se puso a recolectar con la boca la lefa que le corría por las piernas.

-¡Qué ganas tenía de probarla!- sollozó con felicidad mientras, a modo de chuchara, usaba la lengua para recoger esa delicia.

Estupefacto por la urgencia de la niña, el hombretón observó con interés cómo lo hacía y solo cuando verificó que había dado buena cuenta de su eyaculación, riendo las agarró entre sus brazos y en volandas, las llevó a su cuarto mientras se besaban con pasión ajenas a estar siendo transportadas hasta el lecho donde por fin desfloraría a esa exótica muñeca.

Una vez ahí y viendo que seguían entretenidas, se dio la vuelta y fue a por algo de comer y de beber, sabiendo que Beth no dejaría que su clienta se enfriase mientras traía viandas con las que aguantar sin salir de esa habitación al menos hasta el día siguiente…

21

A los cinco minutos, Walter volvió a la habitación con las botellas de champagne y una bandeja llena de sándwiches y al entrar se encontró con las dos mujeres sentadas en la cama esperándolo.

        -Tenemos que hablar- oyó que Elizabeth le decía.

El tono preocupado con el que le habló lo sorprendió porque no en vano las había dejado besándose y la alegría de entonces chocaba de plano con su gesto actual.

-Tú dirás- dijo dejando lo que llevaba sobre la mesa.

-Mei y yo tenemos algo que confesarte- murmuró con voz casi inaudible.

Al escucharla, se quedó petrificado al creer que la rubia lo iba a abandonar para irse con la clienta y por ello, se sentó para recibir la noticia.

-Para mí, la lealtad es algo importante…

-Lo sé- le interrumpió mientras en su mente se acumulaban negros nubarrones: -Hasta tu grito de guerra cuando hacemos el amor es “ Siempre fiel, siempre dispuesta”.

Con lágrimas en los ojos mientras la chinita la tomaba de la mano, la ex militar prosiguió:

-…por eso te debemos confesar que no te hemos sido totalmente leales.

 -¿Qué me quieres decir?- exclamó con los nubarrones ya convertidos en tormenta.

Muerta de miedo por su posible reacción, Beth se quedó muda y tuvo Mei que salir al quite diciendo:

-Recuerdas que, cuando te propuse que quería formar parte de vosotros,  tú no me contestaste porque tenías que hablar con tu mujer y yo te dije que esperaría su decisión.

-Claro que me acuerdo- hundido en la miseria, replicó esperando la puntilla que terminaría con su relación de años.

-Te mentí… Beth y yo ya lo habíamos acordado, pero como no estábamos seguras de cual sería tu decisión y ambas deseábamos formar una familia contigo, te hice creer que te ayudaría.

-Sois…¡un par de putas!- gritó sintiéndose engañado, pero a la vez contento.

Y sin dar tiempo a que esas dos asimilaran que no estaba cabreado, haciéndose el digno se tumbó en la cama con cara de pocos amigos.

-Cariño, lo siento- musitó la rubia mientras lo acariciaba en un intento de limar asperezas: -Te amo más que nada en el mundo, pero también quiero a Mei.

Imitando a su maestra y amiga, la heredera se tendió del otro lado diciendo:

-Sé que te gusto y que todavía no me amas. Yo en cambio no puedo pensar en volver a mi antigua vida y te ruego des a nuestra familia una oportunidad de existir.

Conmovido y feliz por sus palabras, Walter quiso castigarlas y prolongando la angustia de las dos, no dijo nada durante un par de minutos mientras ellas no dejaban de regalarle mimos.

-Por favor, dime algo- sollozando le imploró su novia.

-Aunque sigo enfadado, acepto- comentó abrazándolas: -pero tendréis que convencerme para que os perdone.

-Entonces… ¿puedo soñar en que voy a ser vuestra mujer?- sin llegárselo a creer preguntó la chinita.

-Eso depende en gran medida de ti y de tu entrega- replicó haciéndola sufrir.

-Si me aceptas, mi entrega será absoluta. ¡Dedicaré mi vida a haceros felices! Mi casa, mi dinero será vuestro- en plan solemne declaró la diminuta mujer.

-No es eso lo que queremos, tu casa y tu dinero son y serán solo tuyos, lo que queremos es otra cosa.

Emocionada por qué no quisiera su fortuna, Mei se quedó en silencio sin saber que era lo que le pedía. Tomando la iniciativa al conocer qué era lo que su hombre deseaba de ella, riendo le soltó:

-Mira que eres boba, lo que nuestro macho te pide y yo comparto es que te entregues en cuerpo y alma.

-Mi alma la tenéis y mi cuerpo solo espera a que él lo tome- en plan meloso y luciendo su mejor sonrisa la pequeña contestó.

-Mañana es tarde- el aludido respondió, repanchigándose sobre las sábanas

Con la cara radiando dicha, Mei tomó el sexo morcillón del que consideraba su marido, aunque no hubiese papales por medió, y lo empezó a pajear. Ante su sorpresa,  la rubia la detuvo muerta de risa.

-¿Te gusta el dulce?- preguntó, guiñando un ojo a su prometido, mientras se levantaba y se acercaba a la mesa.

La chinita respondió que sí, desconociendo sus intenciones y por eso se sorprendió cuando cogiendo un merengue de la bandeja, lo untó sobre el sexo del que la iba a desvirgar.

Walter soltó una risotada al comprender lo que la pervertida mente de Beth había planeado para reactivar su hombría y separando las piernas, facilitó su ardid.

 -Límpialo usando solo tu boca, putita nuestra- susurró Beth al oído de la inexperta, pero ardiente chavala.

Desternillada con la ocurrencia de su amada maestra, Mei echó sus manos hacia atrás y sacando su lengua, comenzó a disfrutar de ese dulce manjar y de su recipiente.

-También te dejo que tú lo pruebes- mirando de reojo a la militar, comentó mientras daba cuenta de un pedazo de nata que sobresalía sobre el glande de su macho.

La rubia no le hizo ascos a la invitación y mientras la oriental retiraba el dulce que embadurnaba el trabuco, ella se lanzó sobre el que había esparcido por los huevos de su amado. Con ese ataque coordinado, la erección de este no tardó en hacer su aparición y antes de que se lo dejaran inmaculado, su pene había alcanzado su máximo grosor y longitud.

-¿Crees que cabrá en mi cuerpecito?- preguntó con inquietud Mei al verificar que su mano apenas alcanzaba a rodearlo.

Soltando una carcajada, Beth miró a su amado diciendo:

-Sería mejor que la tomaras en plan perrito, para que así puedas controlarte mejor. Sabiendo lo urgida que está esta niña, si se empala corres el riesgo de desgarrarla.

Al no querer causarle más daño del necesario, Walter le dio la razón y entre los dos pusieron a la muchacha a cuatro patas sobre la cama.

-Mejor bájate y tómala desde el suelo- sugirió la rubia al contemplar las dificultades que su prometido tendría para follársela desde el colchón, debido a la diferencia de tamaño entre ambos.

Nuevamente, el hombretón aceptó el consejo y acercándola al borde de la cama, usó su pene para juguetear entre los pliegues de la chinita mientras ésta esperaba aterrorizada pero ilusionada que la tomara.

-Quiero que seáis los dos, los que me améis- tartamudeó nerviosa al ver que Beth permanecía al margen.

La militar comprendió sus motivos porque no en vano siempre había hablado de que quería ser de ambos y por eso reptando sobre la cama, se tumbó en ella poniendo su chocho al alcance de la oriental.

Con una alegría que se le desbordaba por los poros, Mei se giró hacia su macho diciendo:

-Ha llegado el momento que me hagas mujer.

Walter, bragado tras mil batallas, supo que todavía no estaba lista y mientras la joven se lanzaba a devorar el sexo de su novia, prefirió seguir enredando con su glande en ella sin metérsela.

-¿Te han dicho que tienes un culo precioso?- magreándolo preguntó haciendo tiempo.

-Lo tenía, mi señor. Ahora no me pertenece, se lo he regalado a usted y a mi dueña – contestó usando el usted en señal de respeto.

Satisfecho con la salida de esa criatura, metió unos centímetros de su miembro en el interior de la morenita mientras indagaba si algo en su cultura la obligaba a hablarle de ese modo.

-¿Sabes que me gusta tus pechitos?- insistió.

-Me alegro, pero nuevamente le informo que usted me pidió que les entregara mi cuerpo y eso he hecho, mis tetitas son de mi señor y de mi dueña.

Presionando con sus caderas, su pene se topó con una barrera infranqueable, barrera que identificó de inmediato como su himen y antes de traspasarlo, la interrogó porqué insistía en que él y Beth eran sus dueños.

-En mi país, cuando una pareja se entrega el uno al otro, ambos pasan a ser dueños y siervos. Por eso cuando he decidido entregarme a usted me he convertido en su sierva y solo espero que usted me tome para ser su dueña, al igual que ya lo soy de su señora.

-¿Me estás diciendo que en cuanto te desflore pasaré a ser de tu propiedad?- preguntó descojonado.

-Sí, mi señor, porque quedaremos unidos por algo más fuerte que un contrato, quedaremos encadenados por la sangre que derramaré sobre este lecho.

 La seriedad de sus palabras lo hizo dudar, pero al observar la cara de felicidad que compartían tanto Elizabeth como Mei decidió que una vida en común con ellas valía la pena y tomando impulso, mandó al olvido la sobrevalorada virginidad de la chavala.

-Disfruta de tu macho, mi dueña- gimió la rubia al contemplar que Walter la había desvirgado.

Mientras esperaba que se acostumbrara a esa invasión, Walter supo que tenía que decir algo y llevando su boca hasta el oído de la doliente, le susurró:

-Este siervo espera que su dueña le dé permiso para continuar.

Al constatar que ambos miembros de la pareja aceptaban ser suyos, Mei empezó a llorar de alegría y moviendo sus caderas, rogó a su macho que la tomara sin preocuparle si le hacía daño porque nada podía empañar la felicidad que sentía esa noche.

-Putita, no quiero hacerte daño sino hacerte disfrutar- Walter le dijo mientras comenzaba a moverse.

Sintiendo con cada penetración que se iba a partir en dos, la joven siguió devorando con verdadera ansia el coño de su amada, deseando que el dolor se fuera transmutando en placer.

Sus deseos se hicieron realidad al cabo de unos segundos, cuando su estrecho conducto consiguió dilatarse lo suficiente para que Walter la empalara.

-Tranquila, mi amor. Ya está pasando- con la cabeza en la almohada comentó la militar al observar que la velocidad de Walter se iba incrementando mientras este seguía impresionado por la presión que el coñito de la oriental hacía sobre su tallo.

-Duele, pero me gusta- contestó la morenita mientras acompasaba sus movimientos a los del hombretón.

-Sigue follándotela, no pares. Nuestra putita necesita saberse tuya- mirando a su prometido, Beth le pidió.

Para entonces, hasta la última célula de su cuerpo pedía a Walter que se dejara llevar por la lujuria y cabalgara con libertad sobre Mei, pero reteniendo ese impulso siguió incrementando lentamente el compás con el que la tomaba.

-Mi señor.. -rugió la joven con alegría al percatarse de que el sufrimiento había pasado y que el placer estaba tocando a la puerta.

La humedad que hacía que su verga se deslizara fácilmente en el interior de la chavala confirmaron sus palabras y mientras aumentaba la velocidad de su galope, con voz autoritaria le ordenó:

-Córrete y demuestra que eres nuestra.

Como por arte de magia, al oír esa orden, el cuerpo de la chinita colapsó presa del orgasmo. Observando el flujo que se derramaba por sus mulos, Walter comprendió que era el momento de olvidar toda delicadeza y descargando un primer azote sobre una de sus nalgas, la exigió que se moviera.

Si con una orden suya se había corrido, al recibir ese mandoble se volvió loca y chillando de placer, imploró a su macho que siguiera castigándola.

-Obedece a nuestra señora- Beth le pidió, uniéndose a la oriental.

Sintiéndose a la vez, jinete y silla de montar, dueño y siervo de la chinita,  la regaló una serie de azotes mientras llevaba al máximo la velocidad de sus caderas.

 Descompuesta por la acumulación de tanto placer en su pequeño cuerpo, Mei intentó seguir lamiendo el coño de su amada, pero incapaz de mantenerse a cuatro patas cayó sobre la rubia. Esta la recibió con los brazos abiertos y mientras la besaba, miró a su prometido y le pidió que regara con su simiente el fértil sembrado de la oriental.

Pero entonces ésta, levantándose nuevamente, imploró que todavía no lo hiciera porque antes tenía que marcarla.

-¿Como quieres que lo haga?- preguntó indeciso su hombre.

-Muérdeme el cuello, dejas tu dientes en él para que mañana al despertar y mirarme en un espejo, sepa que no fue un sueño y que realmente soy tuya.

Antes de que Walter pudiera responder, Beth alargó su cuello y se lo puso en la boca a Mei:

-Cuando nuestro marido te marque, quiero que tu hagas lo mismo conmigo. También quiero saber que esto ocurrió en realidad.

Sabiendo que le quedaba poco para el orgasmo, el miembro masculino de ese trio prefirió no tentar la suerte y acercando su boca a la chinita, la mordió dejando la huella de su mandíbula como muestra de su entrega. Y mientras la chavala hacía lo mismo sobre Beth, explotó de placer esparciendo su blanca semilla en el interior de la morenita.

Curiosamente, la militar al experimentar el dolor que le provocaron los dientes de su amada también se corrió y sin ser realmente conscientes, los tres juntos sellaron de esa forma su decisión de encadenarse de por vida…

Fin

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