LA PRESA I

Tamiko se encontraba en su despacho, trabajando con el aburrido papeleo del negocio. Últimamente eso se llevaba la mayor parte de su tiempo, más específicamente desde que Diana trabajaba con ella. Se había destapado cómo una estupenda cazadora y cada vez tenían más carne fresca en el burdel. Tamiko sabía que gracias a que se hizo con el control de su vecina tuvo acceso fácil a la Universidad, lo que se traduce en una fuente inagotable de jovencitas así como de nuevos clientes. Incluso estaba barajando la posibilidad de hacerse con un nuevo local para agrandar el negocio.

Un ruido la sobresaltó, alguien subía las escaleras de acceso a su despacho de forma apresurada. Marcelo entró sin siquiera llamar a la puerta.

– ¿Que ocurre? – Preguntó la asiática, algo asustada por la actitud del hombre.

– ¿Sabes donde está Diana?

– No… Lo último que se dé ella es que capturó a la chica que consiguió fugarse, la mandó venir directamente aquí, como hace otras veces… ¿Pasa algo?

Marcelo lanzó una nota a la mesa de la mujer que, mientras la leía, iba cambiando la expresión de su rostro de expectación a incredulidad, acabando en un terror que nacía en lo más hondo de su ser.

– ¿Cómo es posible? ¿Crees que es él? – Preguntó Tamiko, afectada.

– ¿Quién si no?

– Tenemos que hacer algo.

– Pero, ¿Y si es una trampa? Es más, seguramente sea una trampa.

– Me da igual, Marcelo. No puedo abandonarla así.

————

Despertó algo aturdida, le dolía la cabeza. La primera sensación que tuvo fue de miedo pues, al abrir los ojos lo veía todo negro.

¿Que estaba pasando?

Llevó sus manos a la cara, haciendo sonar un ruido preocupante de cadenas, y palpó su rostro. Tenía algo. Una especie de máscara… ¿Látex? Parecía de látex, si. Cubría toda su cabeza, excepto un pequeño agujero en la parte de atrás que dejaba salir su pelo en una larga coleta.

Mientras intentaba quitarse la máscara, comenzaron a venir a su mente los últimos recuerdos. Había capturado una nueva presa y entonces… Un flash cegador, ruido, gente rodeandola… Y un fuerte dolor en la cabeza. ¿La habían secuestrado?

Aún en la situación en la que estaba intentó mantener la mente fría. La máscara tenia un pequeño candado en la base del cuello : era imposible quitarlo de momento. Se centró en las cadenas que colgaban de sus muñecas. Parecía que estaban enganchadas a la pared por medio de un mosqueton que, aunque lo intentó, no pudo desenganchar. También tenia una cadena que unía sus tobillos, le permitía mover las piernas, al menos un poco.

Por lo demás estaba completamente desnuda. Se sintió indefensa y expuesta, ¿Quién habría echo eso?

Una puerta sonó y entró alguien. Diana intentó inmediatamente conectar con sus mentes pero sin contacto visual, era imposible. Era una sensación extraña, notaba que había dos personas y sus sensaciones le llegaban de manera ahogada, como a través de una pantalla, demasiado débilmente cómo para conseguir algo útil.

– Ya era hora de que nuestra invitada decidiera despertarse. – Dijo una voz de mujer. Diana notó como se acercaba – ¿Has dormido bien, pequeña?

– ¿Quiénes sois? ¿Que queréis de mi? – La voz de Diana sonaba amortiguada por la máscara.

– ¿Que pasa? ¿No puedes leer nuestras mentes? Parece que sin esos bonitos ojos verdes no vales una mierda.

– ¿Por qué no me quitas esta máscara y te los enseño, si tanto te gustan?

– A lo mejor lo que hago es hacerme un collar con ellos, ¿Te gustaría más eso?

Mientras decía la última frase, la mujer retorció con saña un pezón de Diana, haciendo que esta gritar y se revolviese.

– ¡Zorra! – Gritó la chica que, aún estando en la situación que estaba no podía reprimir su ira.

– ¿La cazadora se está enfadando? Creo que voy a tener que bajarte los humos… Nikolai, cuelgala.

El hombre que la acompañaba comenzó a manipular las cadenas de Diana hasta dejarla colgada de techo, con los brazos en alto. Después colocó una especie de barra entre sus tobillos que la obligaba a mantener las piernas abiertas e impedía que pudiese apoyar los pies más allá de las puntillas.

– Ahora eres muy gallita, cazadora, pero cuando acabe contigo serás tan dócil cómo esas chicas a las que te gusta capturar.

La mano de la mujer comenzó a acariciar el pecho desnudo de Diana, recorriendolo en una delicada e interminable caricia. Inevitablemente, los pezones de la chica se reaccionaron a los estímulos, erizandose de manera evidente.

Un rubor que nadie podía ver ascendió a las mejillas de la chica, su cuerpo reaccionaba a expensas de su mente.

– ¡Para! – Espetó a la mujer.

– ¿Sabes? – La ignoró. – Es una lástima que no te pueda quitar esa máscara. Me gustaría que vieras todos los juguetitos que tengo para que nos entretengamos juntas, aunque pensándolo mejor, así tienes la emoción de la sorpresa.

La mujer detuvo sus caricias y colocó una pinza en cada pezón de Diana, arrancandola un grito.

– ¿Ves? ¡Así es mucho más interesante! – Decía mientras la chica se revolvía inútilmente. – No te resistas, será mejor para ti y te evitará sufrimiento.

Diana notó como el hombre la sujetaba desde detrás, inmovilizandola, mientras la mujer seguía manipulando sus pezones. Cuando paró notaba como si algo tirase de ellos hacia abajo y, al volver a revolverse el doloroso bamboleo que se produjo hizo que se detuviera.

– Espero que te gusten tus nuevos adornos, no te preocupes por si los pierdes, dentro de poco serán permanentes.

– Cuando te coja te voy a matar, zorra de mierd… ¡Ugh!

Un fuerte golpe en la boca del estomago detuvo sus palabras.

– Tu no vas a coger a nadie, tu no vas a matar a nadie. Entérate, puta, ahora eres nuestra y haremos contigo lo que queramos. Nikolai, demuéstrale a esta puta lo único para lo que va a servir a partir de ahora.

El hombre volvió a desengancharla, solo para atarla instantes después en otro lugar. Colocó a Diana con el torso apoyado en una superficie, amarrando sus piernas al suelo. Eso dejaba a la chica expuesta y vulnerable. Sus pechos estaban aplastados, acentuando el dolor de sus pezones.

Nikolai no se entretuvo demasiado y se afanó en mostrar a Diana cual sería su único cometido. La chica notó la polla del hombre abriéndose paso sin miramientos en su coño, notaba cada centímetro de avance como una cuchillada en sus entrañas. Se mordió los labios para no gritar, no quería darles esa satisfacción.

Cuando el coño de Diana se había tragado por completo la polla de Nikolai, el hombre comenzó un lento pero constante mete-saca. Extraía su miembro por completo solo para volverlo a introducir hasta que sus huevos impactaban con la chica, una y otra vez, una y otra vez, lentamente, con calma. Diana sentía la enorme polla de aquel hombre taladrándola, llenándola por dentro. Había imaginado una actitud más violenta por parte del hombre, que la hubiera follado con saña, sin reparar en ella. A todas luces esta situación era más llevadera que la que tenía en mente… Casi demasiado llevadera…

Las primeras y dolorosas embestidas de Nikolai, estaban dejando paso a unas suaves y placenteras penetraciones. El coño de Diana al principio seco, había comenzado a lubricar y, aunque quería evitarlo, suaves gemidos se escapaban de la boca de la chica. Tampoco ayudaba la amortiguada pero clara mente del hombre, el placer que estaba experimentando aumentaba el suyo propio.

Nikolai, al darse cuenta de la predisposición de la chica, comenzó a aumentar el ritmo. Sus manos amasaban las nalgas de Diana, apretandolas y separandolas con cada vaivén de su cuerpo, mostrando a intervalos el rosado y cerrado ojete de la chica. El hombre no se pudo resistir y, aunque no tenía intención de sodomizarla todavía, introdujo de manera furtiva un dedo en el agujero que tenia frente a él, lo que hizo saltar las barreras que contenían la excitacion de la cazadora, que comenzó a gemir ruidosamente ante la satisfacción de la mujer que la observaba.

El hombre se corrió dentro del coño de Diana, lo que sirvió como disparador del orgasmo de la chica. Cuando el miembro de Nikolai abandonó su cuerpo, Diana sintió una enorme sensación de vacío, se sentía partida por la mitad. Entonces llegó la sensación de culpa, ¿Cómo había podido disfrutar mientras la violaban?

– Espero que te guste la sensación de estar al otro lado… – Susurró la mujer a su oído. – Nikolai, vamonos, dejemos sola a esta zorra. Tiene muchas cosas en que pensar.

– ¿No la llevamos ante el jefe? – Era la primera vez que hablaba, su voz tenía un fuerte acento ruso.

– Todavía no, cuando requiera su presencia nos lo hará saber. Adios, cazadora. Espero que tu estancia aquí sea de tu a agrado. Nos veremos pronto.

Diana oyó cómo la puerta de la sala se cerraba y volvía a quedarse sola.

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, mostrando un gesto de debilidad que no debía permitir, lo odiaba. Pero no podía evitarlo, se sentía desvalida y humillada, habían hecho con ella lo que habían querido, ¡Y encima se había corrido!

Podía notar el dolor agudo de sus pezones así como los chorretones de lefa que comenzaban a descender por sus muslos. ¿Cómo iba a salir de allí? ¿Que más cosas la harían antes de que consiguiera escapar? No conocía la respuesta a ninguna de las dos preguntas, estaba sumida en la confusión.

Entonces se acordó de las últimas palabras de sus captores y una nueva pregunta le vino a la mente.

¿Quién era su jefe?

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