Yo no salía de mi asombro.  Para cubrir a su amiga, la chiquilla Batista me había echado al incinerador sin ningún complejo y, a decir verdad, no parecía la expresión de su rostro rezumar sentimiento de culpa alguno.  Abrí los ojos y la boca enormes, presa tanto de la incredulidad como del terror; desde el piso, arrodillada como me hallaba, miré a Loana y pude ver que sus ojos estaban encendidos en furia, tanto que el color marrón parecía virar hacia el rojo: era como si estuviese a punto de estallar de un momento a otro.  Yo quería, por un lado, decir algo; sentía que necesitaba defenderme… y a la vez percibía que una invisible mordaza me tapaba la boca y me ataba la lengua: mi mutismo era el que correspondía a una criatura que se sentía infinitamente inferior ante la grandeza y altivez de Loana Batista, de pie ante mí y enfundada ahora en uno de sus clásicos vestidos cortísimos, en este caso de un color rosa fuerte al tono con sus sandalias.

            “¿Qué???” – rugió.
            “Sí… – explicó Eli -.  Nosotras le dijimos que no era conveniente trabajar tan cerca del borde de la piscina pero… es demasiado estúpida y no hizo caso”
           El rostro de Loana fue girando cada vez más hacia un tono que se condecía con el color del vestido que llevaba puesto.  Yo ardía de rabia y de impotencia; no podía creer que su hermana mintiera del modo en que lo hacía… Imposibilitada de hablar por fuerzas imposibles de definir, hice lo único que me salió como acto reflejo propio de mi condición de sumisa: me arrojé servilmente a los pies de la diosa rubia y besé su calzado para, inmediatamente, comenzar a lamerlo… Más que una declaración de inocencia, lo mío parecía un pedido de perdón… Loana me aplicó un puntapié en la boca que me echó hacia atrás.
            “¡Perra estúpida de mierda! – vociferaba -.  ¿Te confío la notebook para que hagas eso??? ¿Y qué va a pasar ahora con el trabajo que tengo que entregar el lunes???  ¡De rodillas, perra inmunda!!!”

Incorporándome desde el piso tras haber recibido el puntapié en mi rostro, me ubiqué de rodillas tal como me demandaba y, una vez que tuvo mi cara a tiro de su mano, me la cruzó violentamente con tres bofetadas.  Una vez más las sensaciones me encontraban: mi situación estaba lejos de ser alentadora, más bien todo lo contrario; y sin embargo, en ese momento fui conciente de lo mucho que extrañaba las bofetadas de Loana y de lo mucho que me excitaban… Luego de golpearme se giró sin decir palabra y, dándome la espalda, echó a andar en dirección a la casa… Las dos sumisas la siguieron, pero esta vez a una distancia algo mayor: parecían saber perfectamente cuándo no era conveniente acercarse en demasía a la diosa… Yo no sabía realmente qué hacer: su última orden había sido que me pusiera de rodillas y, si a ello le sumábamos que yo estaba en “falta”, se me ocurría pensar que debía permanecer allí a la espera de que regresase… Con muchísima vergüenza, mis ojos se encontraron con los de los amigos de Loana; la chica me miraba con una extraña mezcla de lástima y recriminación silenciosa… A los tres muchachos, en cambio, se los notaba absolutamente divertidos con el espectáculo que estaban presenciando.  Giré mi rostro hacia el resto: Eli seguía de pie al otro lado de la piscina y ni siquiera me miraba: parecía concentrada en revisarse las uñas de su mano derecha.  A las otras dos chicas se las veía más visiblemente compungidas, sobre todo a la morocha, cuya vista seguía clavada en un punto indefinido de la piscina…; estaba claro que sentía culpa… y yo abrigaba la esperanza de que fuera a soltar la verdad una vez que Loana regresase.

          “Bueno… de nada, ¿viste? – intervino Eli dirigiéndose claramente a la morochita -. ¿No me vas a decir gracias al menos?”
            La chica aludida seguía sin levantar la vista; movió la cabeza lateralmente:
           “Esto no está bien…” –  dijo, quedamente.
            “¡Aaay Belén!!! ¿Qué cambia? – preguntó la rubiecita con aire de fastidio -.  La notebook quedó inservible de todas formas… No vamos a arreglar nada diciendo lo que pasó… Al contrario, si mi hermana se entera, pueden prohibirte venir de visita de acá en más…¿no entendés, tonti?… En cambio, esta perra – me señaló – ya está acostumbrada a recibir castigos… y… uno más… ¿qué le va a hacer?”
             “Sí, en eso Eli tiene razón – intervino Sofi en tono apesadumbrado -.   Belu… no digas una palabra… Dejá todo así como está”
           Como si se tratara de un aquelarre en funciones, la conspiración en mi contra iba tomando forma… y yo, por supuesto, no contaba en absoluto.  Alguna remota esperanza me dejaba el hecho de que las chiquillas adolescentes estaban hablando en presencia de los amigos de Loana y quizás alguno de ellos se apiadase de mí… Sin embargo, la loquísima idea se me esfumó apenas hubo aparecido… ¿Contradecir a la propia hermana de Loana en su propia casa? Impensable… Y, por otra parte, la expresión divertida que yo había notado en ellos, particularmente en los tres varones, hablaba a las claras de que tampoco podían tener mucha intención de ayudarme en aquel terrible trance en el que me hallaba.
          Cuando regresó Loana traía en sus manos la fusta… Y temblé de la cabeza a los pies… Solté algo de pis, no sé si por el terror o por la excitación.  Tras ella venían las dos decadentes sumisas y pude ver la sonrisa demoníaca que brillaba en sus rostros; también les acompañaba la mucama, la misma que en otro momento trajera la notebook que ahora era el foco del problema: llevaba en sus manos una bandeja con algunos elementos que, estando yo arrodillada, no podía distinguir bien por quedar, en buena medida, fuera de mi campo visual.  Lo primero que hizo la encolerizada diosa rubia fue tomarme por los cabellos y levantarme casi en vilo para llevarme hacia la mesa de mármol; arrojó mi cuerpo prácticamente sobre la misma de tal modo que quedé doblada contra el borde con mi cola expuesta, desparramado mi abdomen sobre la superficie de la mesa.  La furia exacerbaba la habitual arrogancia de Loana; blandiendo su fusta en el aire la descargó una y otra vez sobre mis nalgas arrancando de mis labios hirientes quejidos de dolor.
          “¡Pedazo de estúpida! – rugía -.  Entre tantas estudiantes que hay en la facultad te tuve que elegir a vos, perra idiota… ¿Qué va a pasar con mi trabajo ahora?  ¿No entendés que para el lunes tiene que estar terminado y presentado?”
 

La fusta siguió cayendo sin piedad y Loana, fiel a su estilo, se ensañaba con una nalga por un rato para luego hacerlo con la otra.  La novedad fue que esta vez también alternó con mis piernas y hasta mi espalda; si antes había visto a la diosa rubia enfurecida, estaba bien claro que ahora lo estaba mucho más.  El dolor me hacía cerrar los ojos una y otra vez, pero en las pocas oportunidades en que logré entreabrirlos y mirar de reojo, alcancé a distinguir a las tres muchachitas que observaban la escena desde la zona de la piscina… En realidad, sólo dos observaban… La morochita, cuyo nombre era finalmente Belén, seguía sin levantar los ojos del agua y mantenía sus manos formando casi un único puño crispado contra el mentón; estaba bastante obvio que sentía una fuerte culpa y no quería mirar el castigo que me era infligido.  La que menos problema tenía en mirar era, por supuesto, Eli, quien lucía cruzada de brazos y con una expresión ciertamente fría e inexpresiva, bajo la cual podía vislumbrarse un atisbo de burla.  Sofi, por su parte, sí miraba, pero se notaba que, en buena medida, estaba también sufriendo con mi suerte, sobre todo si se consideraba que, con su silencio e incluso con su connivencia, había sido cómplice de la treta de Eli…

              No pude ver más porque una mano se depositó sobre mi nuca y me obligó a apoyar el rostro contra la mesa; alcancé a percibir que no era Loana sino que las dos muchachas deshumanizadas se habían puesto, una vez más, una a cada lado para sostenerme mientras era azotada.  Pude sentir las afiladas uñas de una de ellas recorriendo y acariciando el lóbulo de mi oreja con evidente sentido de burla, como así también su aliento y su boca babeante muy cerca de mi oído, mientras sus dientes dejaban escapar una pérfida risita.
           “Deberías aprender de tus dos compañeras que han estado trabajando duro y no han hecho ninguna estupidez… – continuaba reprendiéndome Loana a medida que seguía descargando la fusta sobre mí .
          Cuando dejó de golpearme quedé extenuada sobre el mármol; pude escuchar cómo Loana llamaba a la mucama y ésta, aparentemente, le alcanzaba algo que le había sido solicitado.  No supe qué fue pero de pronto algo me golpeó en la cara…  Abrí los ojos y descubrí un objeto que bailoteaba en el aire a escasos centímetros de mis ojos; una vez que logré precisarlo bien con la vista, noté que tenía una forma claramente fálica: dicho de otra forma, era un gran consolador…
            “Vas a tener esto metido en el culo de acá hasta la noche – dijo, imperativa, la diosa, mientras lo blandía en el aire casi como si se tratase de un arma -.  Ése va a ser el mejor recordatorio de lo que hiciste y, además, te va a hacer acordar todo el tiempo que tenés que trabajar duro para remendar tu error… Ya te dije, ese trabajo tiene que estar presentado el lunes… ¡Yo no puedo tener una mala nota!… Sepárenle las nalgas… ¡Ábranle bien el culo…”
            La orden final había sido, obviamente, para las dos chicas que me sostenían contra la mesa.  Apenas la recibieron, ambas saltaron hacia mi parte trasera y aferraron con fuerza mis nalgas tirando de ellas hacia afuera de tal modo de exponer mi orificio.
            “Lubríquenselo un poco” – ordenó Loana.
            Pude percibir claramente cómo una de ambas, o tal vez las dos, escupía dentro para, a continuación, comenzar a introducir un dedo.  Yo ya había pasado por la experiencia de recibir en mi ano el dedo de Loana pero eso no hacía que no doliera como si fuera la primera vez; el dedo entró y hurgueteó dentro mío, trazando círculos como para dilatar el orificio; al hacerlo, el dolor se incrementó porque la uña se me clavaba y yo sentía como que desgarraba mi interior.  Luego de haber dilatado lo suficiente mi orificio, sentí cómo se sumaba otro dedo y luego otro, mientras yo sólo podía emitir grititos que, al momento mismo de salir de mi garganta, ya eran ahogados por el dolor que estaba experimentando… Una vez que se hubieron cerciorado de que entraban tres dedos, retiraron los mismos sin ninguna delicadeza, lo cual me arrancó un alarido que, esta vez sí, se dejó oír… Así, el terreno ya estaba preparado para que Loana actuara con su objeto sobre mi retaguardia…
            La redondeada punta fue jugando en el orificio, describiendo círculos y empujando los plexos hacia afuera… Una vez que la resistencia pareció estar vencida. la rubia empujó la pieza dentro de mí sin más trámite.  El dolor realmente me quebró y, una vez más, un grito quedó ahogado en mi garganta… Y así, mi cola virgen fue penetrada ferozmente por un pene artificial que se abría camino dentro de ella sin detenerse en ningún momento ni dejar, sobre la marcha, de describir círculos… Pronto estuvo adentro en su totalidad y la sensación era que mi cola iba a estallar…  Loana tomó algo más que la mucama le alcanzó e instantes después me colocaba una especie de culote de cuero que, en lugar de ponerse por las piernas, se cerraba con cintas desde los costados; ajustó todas las hebillas al punto de ceñir la prenda hasta hacerme doler a causa del aprisionamiento a que me sometía… Al hacerlo, el consolador que tenía yo ensartado en el culo quedó perfectamente retenido, presionado e imposibilitado de volver a salir.  Luego de echar llave a sendos candados que pendían del culote sobre mi cintura, Loana me tomó por un hombro y me sacó de encima de la mesa de mármol para luego obligarme a ponerme a cuatro patas.  En ese momento levanté un poco la vista y mis ojos quedaron ante al magnetismo inescrutable del magnífico tatuaje de la orquídea.  Fue una perfecta forma de hacerme tomar conciencia acerca de cuál era mi lugar allí; que estaba donde merecía estar y no podía aspirar a estar en otro sitio… Si mi dueña elegía eso para mí, así debía ser…y si su hermana había decidido inculparme, era su hermana después de todo y, como tal, no cabía el más mínimo margen para el cuestionamiento  Con un rápido vistazo en derredor, atisbé los rostros de los amigos de Loana… los cuatro me miraban…, ante lo cual yo bajé los ojos con vergüenza y me encontré con la sobrecogedora imagen del escorpión tatuado en el pie de la diosa invencible…
 

Ella recogió algo que la mucama le alcanzó; avanzó unos pocos pasos hacia mí y juro que tuve la sensación de que el suelo temblaba bajo sus suelas.  Tomó mi mentón para hacerme levantar la cabeza y ello me permitió descubrir que lo que tenía en sus manos era la cadena de perro con la cual la noche anterior me llevara hacia lo que sería, casi, mi sitio de reclusión… No era nada alocado pensar que esta vez las cosas no serían diferentes… Calzó el mosquetón en la anilla de mi collar y tironeó hacia en dirección a sí misma provocándome una violenta sacudida; estrelló en mi rostro una nueva bofetada (la cuarta) y me sentí casi al borde del orgasmo… Luego se giró y, jalando la cadena, me arrastró prácticamente para llevarme a la zaga de sus pasos… Jaló con tanta violencia al abrir la marcha que me hizo perder el equilibrio, así que me recuperé tan rápido como pude para poder marchar detrás de ella sobre palmas y rodillas.  Pasé junto a sus amigos y uno, riendo desagradablemente, me propinó una cachetada en la nalga… Seguí el paso de mi diosa: otra opción no me quedaba por cierto… Caí varias veces de bruces al suelo y otras tantas tuve que levantarme, lo cual implicaba que, cada tanto, me encontraba arrastrándome o serpenteando sobre las lajas, el césped o (lo más doloroso) la granza…

         “Vamos estúpida… – me urgía Loana sin detener ni aminorar la marcha -.  Ya que no se puede curar tu estupidez, al menos vas a aprender a ser útil y no una estúpida inservible como sos ahora”
        Llegamos a nuestro destino, el cual no podía ser otro que mi “habitación”; ella se ladeó un poco para abrir la puerta con un golpe de sus caderas y luego me arrastró hacia el interior.  Me hizo poner de rodillas y de cara contra un rincón; en ese momento hundió su propia rodilla con fuerza entre mis omóplatos y me obligó a doblarme no sólo por el dolor sino también por el tipo de presión que hacía, ya que mantuvo la rodilla allí durante unos cuantos segundos.  Una vez que la retiró, me ordenó poner las manos a la espalda y se dedicó a atarlas entre sí con algo que yo no llegaba a ver.  Luego apoyó su mano sobre mi nuca y empujó mi cabeza hacia adelante hasta dejarme mirando el piso:
       “Así te vas a quedar por un buen rato… – anunció -.  Al menos hasta que yo decida otra cosa…”
       Y, taconeando sobre el piso de ladrillos, se alejó y dio un violento portazo… Yo quedé, una vez más, sola en el lugar, imposibilitada de moverme y sin siquiera atreverme a levantar la cabeza… ¿Qué pasaría si Loana se enteraba?  Ya para esa altura no era descabellado suponer que la rubia estuviese, de algún modo, al tanto de todo lo que sus sumisas hacían…  Me dolía todo y si bien cabría suponer que lo peor eran los fustazos que me habían sido propinados sobre cola y otras partes de mi cuerpo, hay que decir que lo que más me afectaba era esa cosa que Loana había enterrado en mi trasero…  Un cuerpo extraño presionando permanentemente y recordándome quién era ella y quién era yo… Me preocupaba sobremanera cuánto tiempo se suponía que debería yo permanecer así; por dos razones: en primer lugar, mis rodillas y mi cervical ya estaban dando señales de lo harto incómodo de la posición y yo no sabía verdaderamente durante cuánto tiempo sería capaz de mantenerla; en segundo lugar, tras la catástrofe de la notebook que acababa de ocurrir en la piscina,  se imponía como urgente retomar el trabajo lo antes posible a los efectos de que esuviese terminado para el lunes… ¿Pero cómo podía hacerlo estando yo inmovilizada y con las manos atadas?…
         No sé cuánto tiempo transcurrió; perdía toda noción temporal adentro de aquella habitación.  Me puse a pensar, de hecho, que aún no se habían cumplido veinticuatro horas desde mi llegada adentro de un baúl… y sin embargo parecía que llevaba un siglo allí… Cuando se volvió a abrir la puerta, reconocí el taconeo y el paso arrogante de Loana; ignoro si habría pasado una hora o dos desde que se había marchado.  Un arrastrar ahogado de manos y rodillas evidenció que venía en compañía de su habitual escolta de larvas indecentes…  Loana depositó algo sobre la mesita rodante…
         “Acá tenés otra notebook – anunció, algo más calmada pero aún furiosa -.  Más te vale que no me arruines otra más porque esta vez te juro que te echo de acá y no pisás más esta casa…”
 
La amenaza, en realidad, bien podría haber sido considerada una bendición para cualquier otra persona en mi misma situación… Eso, al menos, es lo que podría suponer el lector… Sin embargo y por muy extraño que pudiese parecer, en ese momento me produjo una intensa angustia… Loana sabía meter el dedo allí donde dolía (tanto en el sentido literal como en el figurativo) y la sola eventualidad de verme expulsada de allí, de ser desechada por ella, me puso tan mal que me hizo quedar al borde de las lágrimas… Ella sabía seguramente eso… y por eso me castigaba verbalmente con tal amenaza…  Me retiró las ligaduras de las muñecas y pude comprobar recién entonces que se trataba de cintas de cuero; no hizo en ningún momento nada que mostrara intención de quitarme el culote del mismo material y mucho menos el objeto que yo tenía instalado en mi culo.  Quedaba en claro, por tanto, que sólo me liberaba las manos a los efectos de que pudiese trabajar.  Volvió a recordarme con severidad mi imperiosa obligación de tener el trabajo ya listo y presentable para el lunes… y se retiró, seguida por las dos sumisas…
              El tiempo apremiaba; yo estaba dolorida por todas partes y me costaba desplazarme, aprisionadas como estaban mis caderas por aquella ceñidísima prenda y penetrado mi trasero de manera permanente por aquel pene artificial.  Aun así, urgía comenzar a trabajar lo antes posible para tratar de recuperar el tiempo perdido; los libros estaban allí y también los apuntes de las otras dos muchachas, con lo cual tuve que esforzar mi memoria lo más que pude como para comenzar a reconstruir los pasos que ya habían sido dados previamente; no tenía sentido seguirse lamentando por lo perdido.  Dos problemas graves me aquejaban: por un lado, el culote de cuero que me aprisionaba no me iba a permitir satisfacer mis necesidades fisiológicas en caso de que tuviese necesidad de hacerlo; por otra parte, la realidad era que yo estaba cansadísima, muerta de sueño por no haber prácticamente dormido durante la noche anterior  y agotada por el trato recibido durante ese día.  Aun así, junté voluntad de donde ya no la había y me dediqué con esmero a reconstruir el trabajo para Loana…
         Avancé bastante más de lo esperado en las siguientes dos horas.  Por suerte mi memoria se mantenía bastante bien a pesar del agotamiento.  Miré mi celular pero ni por asomo me iba a animar a utlizarlo… Había tres mensajes de Franco preguntando cómo estaba y qué estaba haciendo… e incluso un llamado perdido… No me detuve demasiado porque el trabajo urgía así que lo dejé en el piso y continué con lo mío… o mejor dicho con lo de Loana.  Cuando se abrió la puerta nuevamente ya era de noche… pensé en la mujer de la limpieza; con los sucesos del día casi me había olvidado de ella, lo cual parecía a todas luces increíble… Me arrebujé en mi lugar en un arrebato de miedo pero por suerte quien ingresó fue la esbelta enfermera de las interminables piernas.  Fiel a su estilo me sonrió al entrar; llevaba, como ya era habitual en ella, su bandeja repleta de elementos, la cual depositó sobre la mesita rodante.  Hizo rodar el mueble hacia donde yo me hallaba y, siempre con amabilidad, me hizo poner de pie y de cara a la pared apoyando las manos en ésta.
          Como siempre trabajó a mis espaldas, pero pude percibir el tintineo propio de un manojo de llaves.  Acto seguido pude ver por el rabillo del ojo cómo, primero de un lado y luego del otro, abría los candados que mantenían ajustadas las hebillas de mi culote de cuero.  La prenda dejó de ajustarme y un segundo después se soltaban las cintas que tanto me apretaban: fue como si la respiración y la circulación me volvieran; quedé liberada del culote.  Quedaba en claro que aquella mujer tenía, entre la servidumbre de la familia Batista, una cierta confianza o posición sobre el resto; de lo contrario, no se podía explicar que Loana hubiera depositado en sus manos las llaves de los candados.  Mi “liberación” obedecía, por supuesto, a una orden impartida por mi dueña… La enfermera llevó las manos a mi cola y comenzó, cuidadosamente, a retirar el consolador de mi ano… Sentí como si me sacaran de adentro el demonio mismo; mis plexos comenzaron a relajarse pero, por supuesto, iba a implicar un largo proceso después del tiempo que había estado aquella cosa alojada ahí dentro.  Aun cuando el pene artificial había sido reitrado, de algún modo era como si, incorpóreo o invisible, continuara en mi interior.  Justo en ese momento resonó la musiquilla de mi teléfono celular desde el piso… Eché una mirada por encima del hombro sin salir de mi posición y manteniendo las manos contra la pared; por la terminación del número que se leía… era Tamara…
            ¡Tamara! Mi amiga y compañera… ¿en qué andaría?  Parecía que hiciera años que no la veía… ¿Y para qué me estaría llamando?  Debo confesar que en algún momento se me cruzó la idea de contestar y decirle lo que estaba ocurriendo en aquella casa en que me encontraba, que avisara a mi familia, que buscara ayuda… Pero ese súbito sentimiento de rebeldía se fue tan rápidamente como llegó… Una marca en mi nalga me recordaba bien cuál era mi lugar, aun cuando no la viese…
            “Yo te diría que no contestes – intervino la enfermera como si hubiera leído mi fugaz intención -.  ELLA se entera de absolutamente todo…”
            Había remarcado de tal modo el pronombre “ella” que no se hacía necesario preguntar a quién se refería.  De todos modos, el comentario reavivó mi curiosidad al respecto.
             “¿Cómo es que… se entera?” – pregunté, tímidamente.
 

“¿No tuvo ella tu celular un buen rato en sus manos? – me repreguntó y de repente acudió a mi recuerdo la noche anterior, en la cual Loana había estado manipulando el teléfono en el local del tatuador.  De todos modos, la enfermera no esperó mi respuesta -… Seguramente te instaló un programa en tu teléfono… No lo podés ver porque está como invisible…pero ese programa hace que todo mensaje o llamado entrante vaya a parar también,simultáneamente, al celular de ella… Y del mismo modo cuando enviás mensajes o hacés llamados, también ella los recibe…”

           Así que eso era… Claro, no había sido entonces sólo para limpiar mi directorio que la rubia había tenido a mi celular bajo manipulación durante tanto rato.  Se había encargado, además, de dejarlo, de algún modo, vigilado y monitoreado…
          Entretanto, con la delicadeza habitual, la mujer que trabajaba a mis espaldas se dedicaba a tratar, untar y masajear las zonas de los tatuajes pero también los lugares en donde había recibido golpes.  Volví a ser inyectada en la cola; la última dosis según dijo… Cuando pareció que su labor estaba terminada, esperé que me diera instrucción de girarme o bien de volver a mi posición, pero no me dijo nada al respecto… Continuaba trabajando a mis espaldas… Me giré en un cierto ángulo hacia mi izquierda para ver qué clase de elementos manipulaba ahora… Para mi asombro, pero también para mi estupor, me encontré con que tenía entre sus dedos un objeto de forma semejante a un corcho, el cual a su vez iba unido con un cable a lo que parecía un pequeño cargador de batería o algo así (al menos ésa fue la imagen que me dio en ese momento): el artefacto estaba dotado de una antena, algunas perillas y un par de agujas indicadoras… Me puse pálida por el miedo… y no pude evitar preguntar:
            “¿Qué… es eso?”
            “Es un plug anal” – explicó ella -.  Loana quiere que lo tengas en el culo mientras estés acá”
            Un escalofrío me recorrió la espina dorsal y mis ojos estuvieron a punto de salirse de sus órbitas.
            “Pero… no entiendo… ¿qué es? ¿para qué sirve?”
             La mujer parecía manipular algunos controles y girar perillas con ojo experto.

            “Detecta la actividad de tu teléfono celular – explicó.  Señaló hacia un visor que aparecía en la parte frontal del artefacto -. ¿Ves esos números que aparecen ahí?  ¿Esas dos series de cifras?  Son los únicos dos números telefónicos  a los que te está permitido llamar o enviar mensajes… creo que son los de tus padres, ¿no? – yo estaba tan estupefacta que ni atiné a responder; de todas formas ella tampoco se quedó esperando a que lo hiciera, sino que siguió con la explicación -.  Bueno… la cuestión es así… en caso de que marques en el teclado de tu teléfono cualquier otro número que no sea ninguno de esos dos, una descarga eléctrica correrá a través de ese cable hasta tu culito… No te preocupes; no puede matarte… es una descarga de muy pequeño voltaje, aunque va aumentando y para detenerla tenés que apagar el celular en el cual marcaste el número prohibido…”
            Yo no podía dar crédito a lo que oía.  El corazón comenzó a palpitarme más rápido y la respiración se me hizo entrecortada… No podía ser real lo que acababa de exponer: tenía que ser algún truco para asustarme o que me portase bien.  Ella notó mi expresión de espanto:
          “No te preocupes – me acarició la cabeza como a un perrito -.  No va a pasar absolutamente nada porque vos no vas a usar el celular para algo que Loana no haya permitido, ¿ verdad?  No tengas miedo, linda… Sé lo que se siente porque todas hemos pasado por esto, creeme… Yo también he tenido un plug adentro de mi cola alguna vez… Pero bueno – sonrió -… hice las cosas bien y nada pasó… A ver… inclínate un poquito…”
 

La situación era tal que me costaba mucho procesar las palabras y las órdenes; estaba comenzando a apartarme un poco de la pared a los efectos de inclinarme como me pedía, cuando ella se detuvo, aparentemente pensativa…

           “Hmmm… esperá – me dijo -.  Yo diría que primero hagas tus necesidades… Hace rato que tenías puesto ese culote e imagino que tenés ganas…”
           La verdad era que mi vejiga ya estaba reclamando ser drenada.
           “Tengo… ganas de hacer pis” – admití, sin poder creer el grado de humillación que implicaba un anuncio muy simple.
           “¿Caquita no?” – preguntó, siempre con ese tono maternal que sonaba tan terriblemente humillante.
           Avergonzada ante la pregunta, negué con la cabeza.
           “Andá a hacer pis” – me conminó, dejando por un momento el plug sobre la mesita nuevamente.
           No se podía concebir tanta degradación; me empezaba a ver a mí misma tan patética como los dos esperpentos que siempre acompañaban a Loana.  Me giré y fui hacia donde estaba la palangana… Me hinqué sobre ella y miré hacia la pared; adivinaba los ojos de la enfermera sobre mí y no podía pensar en la posibilidad de orinar viéndola a la cara.  No me fue fácil: el pudor y los nervios hacían presa de mí, pero logré evacuar finalmente… Creo que por primera vez desde que tendría tal vez cuatro años, hacía pis con público…
           Cuando terminé, me incorporé y tomé de mi bolso el rollo de papel para higienizarme.
           “Yo te diría que también hagas caca” – insistió la enfermera, cuyas palabras, paradójicamente tan gentiles, entraban en mi dignidad como una lanza.
          “No… no tengo… ganas” – respondí con timidez.
           “Estuviste varias horas con esa  cosa adentro de la colita… En un momento más vas a tener esto – levantó otra vez el plug – y el agujerito te va a quedar ocupado hasta mañana en la mañana… ¿Qué pasa si te vienen ganas durante la noche?  Yo diría que hagas ahora, ricurita”
            Yo estaba abatida por la vergüenza.  Aquella mujer me estaba diciendo que defecara en su presencia.  ¿Se podía pensar en algo más humillante?  Parecía ser que en la finca de los Batista, siempre se podía encontrar algo más bajo… Pero había una realidad que yo ya había expuesto: yo no tenía ganas… Así que me mantuve firme en mi postura, no por una cuestión de actitud sino de sinceridad.
           “Es que… no puedo” – dije, con tono de lamentación.
            La enfermera asintió pensativa mientras se acariciaba el mentón. Luego se volvió hacia la bandeja que tenía sobre la mesita, la cual, por la cantidad de cosas que no paraba de sacar, parecía ya la galera de un mago… Pero no fue un conejo lo que sacó…
           “Una enemita te va a venir bien” – dijo sonriendo mientras me mostraba un objeto de goma con una terminación larga y puntuda.
            Una enema… ni siquiera recordaba haber recibido una en mi infancia… Y ahora, en edad de estudiante universitaria, aquella mujer estaba a punto de administrarme una.
            “Acercate” – me dijo.
            Avancé hacia ella y en cuanto me tuvo a tiro, me hizo una seña como para que me girase.
            “Inclinate y separá las nalgas” – fue la siguiente orden.
            Una vez que hice lo que me decía introdujo el extremo de la enema por mi orificio y accionó el fuelle a los efectos de arrojar el contenido líquido dentro de mi recto.
           “Ya está – anunció mientras retiraba la enema -.  Ahora a esperar un momentito.  Mantené cerrado el culito para que el líquido no se salga”
           Una instrucción humillante detrás de otra… En efecto apreté con mis manos ambas nalgas de tal manera de mantener lo más cerrado el orificio; no era tarea fácil ya que estaba muy dilatado por haber tenido instalado el pene artificial durante tanto tiempo.  Al cabo de un rato ella me dio orden de que soltara… Me incorporé y quedé de pie allí en la habitación, con la enfermera observándome, apoyada su cadera contra la mesita rodante y a la espera de que… mis intestinos dieran novedades…

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