Nuevo episodio de la saga de aventuras y juegos con la doctora Ortiz. Esta vez introducimos en nuestro juego a Olga, la madre de familia, elegante e irreprochable esposa, que nos encontramos en el restaurante. Verlas juntas fue bestial, como describo ahora.

Hola a todos, gracias por seguirme y gracias por los comentarios y el ánimo. Sigo con las aventuras con María, la doctora Ortiz, brillante psicóloga y guapa mujer. En mis relatos anteriores “Mi mejor conferencia”, “En el restaurante” y “La doctora Ortiz”, me aprovecho de situaciones morbosas para disfrutar del impresionante cuerpo de la doctora en distintos episodios y lugares… un aseo de un centro de conferencias (ella era la conferenciante!), mi propio coche, un restaurante de lujo, en la calle bajo la lluvia y, finalmente, en su propia consulta. Todos los casos han sido morbosos, pero el que más me impactó fue cuando nos encontramos en un restaurante de lujo a una conocida suya, Olga, y cómo ésta se quedó con ganas de verse envuelta en nuestros escarceos.
Siempre, en todos los episodios, María ha intentado dominar la situación, y yo siempre me he salido con la mía. Eso es lo que me tiene absolutamente enganchado a María. Su afán por imponerse a mí utilizando sus armas me fascina y me estimula. Al final, en todos los casos he sido capaz dar la vuelta a la situación, para que su propio morbo, generado por su propia mente sucia, la haya hecho someterse a mí. Entregarme su cuerpo para mí. Ella también ha salido ganando.
Mi última ocurrencia fue presentarme en su ciudad, y acudir a su consulta de psicología con nombre falso, en la distinguida clínica en la que trabaja. Tuve que tomar dos días libres en mi trabajo para pasar allí una noche. Mi hotel era céntrico y moderno, de esos con mesas tipo barra de bar y taburetes. En mi relato, “La doctora Ortiz” describo cómo aparecí por sorpresa en su consulta donde, después de un episodio sexual muy jugoso sobre su mesa, me fui tras darle un pequeño regalo en un paquetito con el nombre “María” y quedar citados para la noche… mis últimas palabras antes de salir de su consulta, mientras ella se vestía para atender al siguiente paciente fueron: “Luego nos vemos, María, en el paquete hay un pequeño detalle para ti, junto con una nota con el lugar y la hora de nuestra cita de esta noche. Puede que entonces tenga un regalo mejor. ¿Lo querrás probar? 🙂 …”
Había decidido hacerle un regalo. Había sido tan divertida la “lucha” en nuestros encuentros, que me había creado una enorme gran sentimiento de cariño hacia ella, además de una gran excitación cada vez que oía su voz, imaginaba su cuerpo, o su aroma estaba cerca. Es una mujer bella y sexy, de generosas curvas, pelo rubio y piel suave. En nuestras conversaciones morbosas, María me había confesado que, a pesar de ser heterosexual, tenía la fantasía de hacer el amor con una mujer, una mujer con curvas y el “culo redondo”. Según sus palabras “un culo como me gustan a mí”, y esa frase se me quedó grabada en la mente. A lo más que la doctora había sido capaz de llegar con otra mujer es a darse un beso largo en la boca en una noche de alcohol y carnaval. Y como sabía que ella no iba a atreverse nunca a propiciar algo así con una mujer, había decidido proporcionarle yo ese regalo.
Me faltaba un pequeño detalle para ello, otra mujer dispuesta. Y yo nunca he contratado ningún servicio sexual, ni pensaba hacerlo ahora. Pero estábamos en su ciudad. Es decir, también era la ciudad de la mujer con la que nos encontramos en el restaurante de Madrid el día de su conferencia… casada, elegante, impecable. Iba a intentar que fuera ella la elegida. Ya tenía pensada la maniobra para provocar toda la operación y estaba seguro de que me iba a salir bien. En el fondo, ya tenían alguna experiencia juntas. El día del restaurante, al vernos meternos mano bajo la mesa a María y a mí, Olga se excitó una barbaridad, hasta el punto que le entregó sus braguitas a María para mí en un episodio en el baño de señoras que aún no he aclarado. Aún las tengo, aunque hoy se las voy a devolver. Son suyas.
Antes de seguir, me gustaría contar lo que había en el paquete que acababa de regalar a María al salir de su consulta. Una muestra en un pequeño frasquito de la colonia que usaba yo. Por supuesto, de hombre. Un juego de ropa interior negra, que simulaba ser deportiva pero era muy exclusiva y sedosa. De la marca Chantal Thomass, me había costado un dineral, pero tanto ella como la ocasión lo merecían. Se lo había comprado porque me recordaba a los calzoncillos negros ajustaditos que uso a veces y mi objetivo, sin que ella lo supiese, era darle un cierto aire masculino esa noche. Y, por supuesto, una nota con unas breves instrucciones y comentarios. Decía así: “María, cielo, nuestros encuentros me han hecho muy feliz. Vale, reconozco que te he hecho pasar algún mal rato, aunque luego siempre te has divertido. Yo mucho, así que esta vez para compensarte, he decidido hacerte un buen y merecido regalo. Sabes que me gusta mucho jugar, y aún no te diré lo que es. Sólo quiero que esta noche, bajo tu ropa te pongas lo que va en el paquete (perfume incluido) y te espero en el restaurante japonés MIYAMA a las 21 horas. Besos, Carlos”.
Así que, como regalo para mi psicóloga, Iba a intentar un trío por sorpresa entre María, Olga y yo. No conocía a Olga bien, y había un cierto riesgo de que no aceptase, pero valía la pena correr el riesgo. Además, estaba claro que nuestros juegos la atraían y su aburrido marido no le hacía caso. Y ello pese a que Olga era mujer muy bella, morena, de pelo largo y liso, labios carnosos y bonitas curvas. María conocía a Olga porque tenía a un niño que iba al mismo colegio que sus sobrinos y, algún día que María los buscaba, coincidía con ella. Yo sabía dónde iba María al cole porque me lo había dicho, y estaba justo al lado de la clínica, así que ese día me presenté allí a la salida del colegio. Simulaba ser un padre más. Pantalones de pinzas y americana informal. Sin corbata.

Y sí allí, en la puerta del colegio estaba ella según lo previsto. Vaqueros claritos ajustados y botas de piel marrones con tacón. Cazadora marrón a juego con las botas. Impecable, como siempre. Me acerqué al corrillo de padres y madres en el que estaban esperando la apertura de la puerta del colegio. Al verme, la sorpresa fue enorme. Le cambió el color de su cara. No hay que olvidar que sólo me ha visto una vez en su vida, hacia pocas semanas, y en esa ocasión, en un restaurante de lujo, contempló como manipulaba a María bajo el mantel y se excitó tanto que quiso entrar simbólicamente en nuestro juego. Creo que el alcohol, y el poco caso que la hacía el imbécil de su marido, también la impulsaron a entrar en nuestro juego.

 

Yo me acerqué con mi mejor sonrisa al grupo de padres y, dirigiéndome a ella, dije “Olga! Qué sorpresa! Hacía tiempo que no coincidíamos…”. Ella, visiblemente nerviosa al reconocerme, correspondió a mi saludo con dos besos en las mejillas simulando también una vieja amistad, y se apartó un poco de su grupo. En ese momento, con una actitud amable y relajada, pero no insistente, le dije “es que tengo algo tuyo y te lo tenía que devolver… además, tú me hiciste un regalo precioso y yo tenía que corresponderte”. De su boca salían palabras un poco inconexas “pero… cómo has llegado… no…”. Yo, con mi mejor cortesía, contesté sus dudas “da igual cómo, no temas, no soy un loco ni nada parecido, estoy en esta ciudad circunstancialmente y sólo quería devolverte esto. Te escribí una nota también”. Y sin mucho más intercambio de palabras, le entregué el segundo paquetito que había preparado ese día (con el nombre Olga), y me alejé con una sonrisa. Había pretendido mostrar una actitud tranquila y amable, y creo que lo había conseguido Ya estaban abriendo las puertas del colegio y los padres se disponían a recoger a sus pequeños. Ella, seguro que con el corazón latiendo y una bolsita en la mano, también.

La suerte ya estaba echada.
El paquete de Olga contenía sus propias braguitas. Aquellas que llevaba y entregó a María para mí el día del restaurante. Granates y con bordados granates también. Junto con ellas, había un sobre grande que contenía un segundo sobre pequeño y una nota escrita por mí: “Perdona por no haberte devuelto la prenda lavada, me ha inspirado tu olor para lo que te voy a proponer en este mensaje. El día del restaurante en Madrid me quedé impactado con lo que pasó. Me encantaría tener un juego contigo. Por supuesto, sólo si quieres. No te preocupes, si no quieres, te prometo que no te volveré a ver y te deseo lo mejor. En caso de que quieras jugar, tienes que seguir unas reglas del juego. Son estas: 1. Sólo voy a estar un día en tu ciudad, me alojo en el hotel XXXX, y mañana me vuelvo a Madrid. A las 22:30 en punto tienes que estar en la puerta de mi habitación y sólo allí abres el segundo sobre que está dentro de éste. 2. Por supuesto, si vienes, tienes que hacer todo lo que yo diga, vas a experimentar sensaciones nuevas y yo voy a guiarte en ellas. 3. Si tu puntualidad no es absoluta, entenderé que no estás dispuesta a hacer lo que yo diga, entonces no habrá juego. 4. No temas, no habrá ningún daño físico ni sensación de dolor. Todo lo contrario, habrá placer y morbo. 5. A las 3 de la mañana, un taxi te devolverá a tu casa. 6. El vestido que traerás será el mismo que el que llevabas en el restaurante, jajajaja esta regla no es parte del juego y te lo puedes saltar. Sólo es un capricho mío.”
Ya tenía todo el juego preparado. María, la psicóloga, citada a las 21 horas en un restaurante japonés de esos en los en los que los platos de sushi circulan solos por la barra. Allí comeríamos algo, tomaríamos una copa, y la iría preparando para su regalo, aunque aún mantendría la sorpresa. En cuanto a Olga, ella debía aparecer a las 22:30 horas en la habitación de mi hotel y seguro que vendría enfundada dentro de su vestido granate. Esta petición era un capricho mío, pero me iba a servir para saber si estaba dispuesta a todo esa noche. El vestido era elegante, ajustado, ligeramente escotado con botones en la parte de delante, con tirante ancho y brazos descubiertos. Estaba loco por verla aparecer.
Algo me hacía estar seguro de que ella iba a venir. En el fondo, ya me había regalado sus braguitas el día de aquella cena, cuando la encontramos cenando con su marido y el jefe de él y su esposa. María nunca me contó lo que pasó en ese aseo de señoras. Sólo sé que María y Olga entraron juntas, y salieron con los colores subidos en las mejillas y sin ropa interior bajo el vestido. Cada vez que lo recordaba sentía excitación, y esta noche iba a tenerlas a ambas en mi habitación. No me podía sentir mejor.

La tarde era radiante, o eso me parecía a mí. Tras un breve paseo por la ciudad, volví a mi hotel y me di un largo baño relajante. Me vestí informal, con vaqueros, camisa y un toque de colonia, y a las 20:50 ya estaba en la barra del japonés esperando a María. Ella llegó con una falda de vuelo negra, zapatos de tacón negros, camisa blanca transparente bajo la que se adivinaba la lencería negra que le había comprado… ummmm estaba preciosa. Me acerqué a darla dos besos y puede percibir el olor de mi propia colonia. Era un aroma masculino, y todo iba sobre ruedas. Hasta sonrió cuando pedí al camarero un gintonic para ella sin pedirle permiso antes. Mi idea era calentarla poco a poco, empezando despacio y, cuando retornásemos al hotel, incrementar los estímulos. Así que la cena transcurrió tranquila. Ella me insistía en que le dijese su regalo, y yo le decía que fuese paciente, que era una sorpresa. Mientras, comíamos un poco de sushi y llegamos a tomar dos copas. Después de una hora, a las 22 horas, le di un largo y húmedo beso en la boca que me correspondió con pasión pegando su delicioso cuerpo al mío. Lo había conseguido, iba contenta y caliente.
Aún así, seguí con mi estrategia, y en el ascensor continué con besos y susurros cerca de su oído, que sé que la ponen a mil. Son justo las 22:15. Antes de llegar a la habitación, en el pasillo del hotel, la pongo pegada de cara a la pared y le hago un chequeo bajo su falda susurrando en su oído. Ummmmm el tacto de la ropa interior es impresionante. Digo “abre” y ella abre ligeramente las piernas, permitiéndome acceder entre sus braguitas a su sexo. Está empapado, no es sólo el juego que nos traemos, o los gintonics, o los susurros, el riesgo de poder ser sorprendidos en el pasillo del hotel también ayudan a ello.
Al entrar en la habitación, sin dar ninguna explicación, cojo un pañuelo negro de seda, grande, y lo pongo atado al pomo de la puerta, por fuera. Ella, que aún no sabe lo que va a pasar ni que está Olga implicada, me mira sorprendida y traviesa. Piensa que es para ella, pero se queda decepcionada cuando cierro la puerta y no hago más caso del pañuelo. Le digo “tranquiiiiiiiiila, María, tu regalo llegará pronto. Ven aquí!” y viene al instante… jajajaja me pone mucho verla así. Obediente y expectante. Es genial, no sé si aguantaré todo el juego sin participar.
Ya es casi la hora en la que Olga debe aparecer. María sigue sin saber nada, y yo estoy atento a los ruidos en el pasillo y parece que hay alguien al otro lado de la puerta. Ha llegado superpuntual. Estará leyendo lo que puse en el segundo sobre “Olga, si estás leyendo esto es porque quieres jugar conmigo. Verás un pañuelo de seda grande atado al pomo de la puerta. Pegado al pañuelo, hay una bolsita con unos tapones de oídos. Por favor, ponte los tapones y pliega el pañuelo y átatelo delante de los ojos. Llama a la puerta y ponte de espaldas a ella.”
Suenan sus nudillos sobre la puerta. Y observo la expresión de sorpresa en la cara de María. Ella no esperaba a nadie. Es mi momento de gloria y digo riéndome “Ha llegado tu sorpresa, a partir de ahora no puedes hablar ni emitir ningún sonido audible”. Me mira traviesa mientras me dirijo despacio hacia la puerta tomando nota mental de preguntarle más adelante a María qué esperaba. Abro y encuentro a Olga la puerta. De espaldas y temblando como un flan. Preciosa. Con su venda en los ojos. María tiene prohibido emitir ningún sonido pero su carita muestra sobre todo sorpresa, aunque también malicia. Le hago un gesto de silencio y de calma.
Con el dorso de mi mano acaricio el brazo de Olga, su carita, su pelo, le hablo al oído para que oiga. Los tapones que lleva puestos en los oídos no son demasiado efectivos. Mi pretensión es que oiga mi voz natural, pero no los susurros que intercambie con María. Mi tono es casi infantil, tranquilizador. Mientras, la guío andando hacia atrás dentro de la habitación y cierro la puerta.
– “Hola Olga, qué guapa estás, que pena que no pueda verte tus ojos, pero bueno, si te portas bien luego los liberaré y verás todo. De momento has sido muy buena… y voy a hacer que lo pases muy bien, ¿quieres?”
– “Sí” dice tímidamente
– “¿Vas a hacer todo lo que yo diga? ¿en nuestro juego? ¿con todas las reglas que había en el mensaje?”
– “Sí” aún más tímidamente, pero con algo de estremecimiento que me encanta… estoy alucinado, nunca pensé que tendría tanto poder y sigo con mi actuación de director del juego. Me aseguro de que no ve nada, y la volteo para que quede frente a nosotros. Sigo acariciando suavemente su cuerpo, brazos, espalda, pelo… despacio, tranquilizándola. Al cabo de dos minutos su respiración se nota más relajada. Continúo con el juego, mientras guiño un ojo a María.
– “Olga, desabróchate los botones del vestido, despacio, pero no te lo quites…

Mientras lo hace, voy hacia María que está sentada en un sofá de dos plazas frente a nosotros. Le hago un gesto de silencio y otro para que se levante y, como si fuera una niña, le despojo de la blusa y de la falda… está preciosa en ropa interior. Su cara es un poema. No puedo evitar detener mis dedos unos segundos sobre sus braguitas. Su sexo está hinchado, desprende mucho calor. La cojo de la mano y la acerco a Olga, pero todavía no la dejo actuar sobre ella.

Centrándome en Olga, está preciosa, con el vestido abierto sobre su pecho y el sujetador bordado sin tirantes ante mi vista. Su labio superior tiembla, introduzco mis manos en su vestido y acaricio directamente su piel. Ufffffffffff es brutal, acerco mis labios a los suyos y la beso despacio. Me corresponde con ansiedad y voy incrementando la intensidad cogiendo además su cabeza con mis manos. Ella coge la mía y me doy cuenta de que me he equivocado en algo.
Horror!!! No puedo dejar que use sus manos!! Mi diabólico plan es que María suplante mi papel ante Olga sin que ella lo sepa!!! Al menos sin que lo sepa inicialmente. Para eso he quitado la falda a María, para que el vuelo de la falda no roce a Olga y la haga sospechar. Entonces la hablo al oído de nuevo “Olga, eres preciosa, me muero por acariciar todo tu cuerpo, pero no quiero que uses tus manos. Quiero que tú sólo sientas lo que te hago, que lo esperes con ansiedad, pero que no dirijas nada. Voy a sujetarte las manos con una corbata, cielo. No te asustes”. No sólo no se asustó, sino que ella misma puso sus manos atrás. Y cuando llegué con mi corbata se dejaba hacer. Había entendido el juego. Su pecho se agitaba, ahora con excitación. Aún estaba de pié y até suavemente sus manos a la espalda.
Continué con mi beso con Olga, pero María ya estaba nerviosa y comenzó a rozar su cuerpo sobre mi espalda como una gata. Uffffff sabe que eso me vuelve loco. Sé que tengo poco tiempo sobre Olga, y meto de nuevo mis manos en su vestido, voy a su espalda y le desprendo el sujetador sacándolo y tirándolo sobre el sofá. Mis manos están sobre sus pechos. Son duros duros y los pezones parecen diamantes. Miran hacia arriba. Es hermosa. Mis deditos juegan con sus pezones y ella empieza a gemir… con movimientos muy leves tiro de ellos, los aplasto, los presiono con mis dedos. Estoy excitadísimo, no imaginaba que nunca fuera a tener a esta elegante mujer en este estado. A mi disposición.
Con cierto disgusto le doy la alternativa a María. Su carita de ansiedad es la de un niño esperando a que el dependiente de la pastelería le entregue su porción de tarta de chocolate. Con un gesto le pido suavidad, pero no hacía falta, sólo viendo las primeras caricias se nota claramente que, aunque nunca haya acariciado a otra mujer que no sea ella misma, sabe perfectamente lo que hay que hacer. Y lo hace.
Me siento en el sofá y contemplo. No puedo evitar pasar mi mano sobre mis vaqueros a lo largo de mi polla. Estoy muy excitado pero sé que me tengo que reservar para después. Cojo mi teléfono móvil y hago alguna foto sin que ellas se enteren. A María no le gusta mucho aunque alguna ya la he hecho. No pretendo nada raro con ellas, sólo recoger este momento. Dejo a María acariciarla… a su criterio. Va deteniéndose en distintos rincones de su cuerpo. Usa sus manos y sus labios. Tarda en introducirse dentro de su falda, pero cuando lo hace Olga esta gimiendo como si acabase de correr 5 kilómetros. Y aún no se ha metido en sus braguitas. Por cierto, Olga lleva las mismas braguitas que la devolví esta tarde y estaban sin lavar. Me produce una curiosidad extrema saber que pasa por la mente de una mujer así cuando, vistiéndose en su casa se las pone para venir con un desconocido. No sé si algún día se lo podré preguntar al ponérselas
María aún no ha besado sus labios y ese es el momento clave, en el que Olga puede sospechar que no soy yo quien la besa y descubrir el juego. Me levanto y observo de cerca los cuidados que proporciona María. Estoy alucinado, la situación me fascina, excitado al máximo sigo con mis ojos las manos de mi amiga a escasos centímetros. Ahora se centra en el entorno de su sexo, en la piel de sus muslos, pero sigue sin introducirse en el interior de sus ya húmedas braguitas. Con un gesto de besarme la palma de la mano, indico a María que bese a Olga, y ella me guiña el ojo incrementando el ritmo de su mano sobre el cuerpo de Olga, esta vez ya encima de su sexo sobre la ropa interior. Las caderas de Olga tienen vida propia sobre la mano de María, está casi fuera de sí.

A continuación María hace algo que me sorprende y me enardece más si cabe: con su otra mano toma a Olga del pelo tirando de él con suavidad y firmeza hacia atrás, y acopla su boca abierta sobre el cuello de su amiga… que gime y se agita con gran intensidad. No puedo aguantar más y yo mismo tomo la mano de María y la introduzco dentro de las braguitas de Olga, a la vez que me sitúo detrás de María y meto mi propia mano dentro de las braguitas de ella misma. Ha entendido mi juego y repite los movimientos de mis dedos sobre su sexo, con sus propios dedos sobre el sexo de Olga. Es como una correa de transmisión. No hace falta decir mucho más del estado de excitación de ella misma, su sexo está completamente encharcado.

Con un susurro sobre su oído, ordeno a María que bese la boca de Olga… y sujetando aún a Olga de su melena, se funden en un morreo brutal. No sé si Olga nota que esos labios no son los míos, pero si lo ha notado no parece importarle en absoluto. Poco a poco y moviéndose helicoidalmente, introduzco mis dedos más profundamente en María y ella hace lo propio sobre Olga, que sigue sus gestos con sus caderas. Es una grata sorpresa comprobar que María sabe lo que hace, tanto con sus dedos como con sus labios. En pocos segundos, Olga comienza a convulsionarse y a gemir en un volumen altísimo. Se será corriendo como posiblemente nunca ha hecho con su marido. La imagen es brutal. Ambas mujeres de pié, semidesnudas, una de ellas con los ojos vendados sin saber lo que está pasando, y la otra con una mirada diabólica haciéndola gozar.

Dejo que Olga acabe su largo orgasmo y, cuando noto que ambas se van relajando, yo Intensifico mis movimientos sobre el coño de María. Sigo situado detrás de ella, con los dedos de una mano dentro de su cuerpo, me centro en determinados rincones que ya voy conociendo, a la vez que con mi otra mano, humedeciendo mis deditos los deslizo con suavidad y rapidez sobre su clítoris. Acabo consiguiendo lo que pretendía. María, suelta el cuerpo de Olga separándose un paso de ella hacia atrás, agarra con fuerza mis muñecas sobre su sexo y experimenta su propio orgasmo profundo y silencioso. María está pendiente de todo, creo que el hecho de tener que guardar silencio potencia su clímax. Gira el cuello mirando tímidamente hacia atrás. Preciosa. De pié, con los colores subidos, y el cuerpo ligeramente encogido. Todo está saliendo de forma inmejorable. Dejo un minuto que se relaje, y con la mano aún en su sexo, la dirijo al sofá, dos metros más atrás. Digo “quédate aquí, tesoro”… y ella susurra “no te la folles aún, no sé si me gustaría verlo, al menos fóllame a mí primero”. “Ssssshhhh tranquila tesoro, aún tienes tú que jugar un poco más con ella, además, es tu regalo, no el mío”. Y su sonrisa la delata.

 

Olga, de pié, está a la espera de que yo le diga como seguir. Ha adoptado el papel de dejarse hacer y no emite ninguna protesta, pese a tenerla de pie ya un ratito. Voy hacia ella y no puedo evitar sólo rozar mínimamente su cuerpo con las yemas de mis dedos. Sus pezones responden al instante. Son morenos, con una aureola reducida y concentrada en su color café. Son largos y apuntan orgullosamente hacia arriba. Las palmas de mis manos se mueven como si estuvieran dejándose pintar una imaginaria línea por ellos. Deslizo los tirantes de su vestido hacia atrás, por sus hombros, y este cae al suelo. Me separo un metro y la contemplo. Está preciosa, aún un poco nerviosa y excitada. Con sus braguitas granates aún puestas y sin medias. Vino sin ellas.

La beso suavemente. Con mi mano en su brazo, la hago caminar “vamos preciosa, lo estás haciendo genial”, la siento en un taburete con la espalda apoyada en la mesa tipo barra de bar que hay en la habitación. La sensación de frío al apoyar su espalda la pone una vez más la piel de gallina. Uffffffffffffff otra vez los pezones duros. Dudo si soltar sus manos, pero no lo hago aún, me gusta tenerla así, obediente y expuesta. Y sigo acariciando sus hombros y sus brazos con mis manos. Bajando llego a sus caderas, la parte exterior de sus muslos, sus rodillas… las separo para ver su sexo. Es precioso, el vello es corto y presenta una forma triangular mayor de lo que es común ver hoy en día. Los labios son muy oscuros, bien marcados. Brillan semiabiertos. No puedo evitar comenzar un recorrido con mi boca y mi lengua sobre su piel. He empezado en su oído y sé perfectamente dónde voy a acabar. Lo hago despacio. Muy despacio. Concienzudamente.
Por la cara interna de sus brazos, entre sus costillas, la piel de sus muslos, o la zona de la clavícula… la parte inferior de sus senos, una curva perfecta… y bajo hacia su ombligo. Presiono ciertas partes aparentemente no erógenas con mis manos y noto su reacción excitada. Todo el cuerpo es sensible en este momento. Pero yo sigo mi camino a su sexo. Me agacho ante ella contemplando su precioso coñito que se muestra ante mí según abro más sus piernas con mis manos en sus rodillas. Se deja hacer. Se recoloca en el taburete deslizando su cuerpo hacia delante, para que tenga mejor acceso. Ella también se muere porque llegue al lugar que yo deseo llegar. Acabo mi disimulo y mi boca queda conectada a su vulva. Paso mi lengua suavemente. Está gimiendo otra vez, echa su cabeza hacia atrás y emite sonidos ininteligibles al ritmo de mi lengua en su interior. De nuevo estoy completamente empalmado pero sigo disfrutando este delicioso manjar. Concentrado en ella. Siento que goza con mis juegos.
Súbitamente, las palabras que salen de la boca de Olga me dejan paralizado “Uffffffffffffff mmmmm me encanta, pero quiero que me lo haga María… que lo haga ella, por favor”, y María estalla en una carcajada gigante “¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA nos ha pillado…!”. Yo, entre divertido y excitado simulo tomar de nuevo el control de la situación y digo secamente “Ahh síiiii? María, ven!”. Ella se levanta con parsimonia, y moviendo sus caderas al andar al estilo Marilyn se sitúa a mi ladito. “Si, jefe?” dice divertida, justo antes de recibir un azote de mi mano en su precioso culito “Venga, doctora, ya ha oído a su paciente de esta noche, y creo que es una urgencia”.
Y después de quitarse sensualmente las braguitas para mí, se inclina provocativamente sobre el cuerpo de su amiga queriendo pasar los labios por la cara interior de sus muslos para jugar con ella de nuevo. Pero yo no quiero ya juegos. Me hago el ofendido en mi amor propio por haber sido descubierto en mi “siniestro” plan, siempre actuando (por dentro estoy muerto de risa) y, en mi papel de director de orquesta disgustado con los músicos, la cojo del pelo y centro su boca sobre el sexo de Olga, que sigue sentada en el taburete con las piernas abiertas… digo imperativo “tú ahí, que es tu regalo”. María separa su boca, me sonríe golosa y vuelve a la labor encomendada.
A continuación, simulando decisión en mis movimientos, hago lo siguiente que me da morbo: soltar las manos de Olga, liberar sus ojos del pañuelo y sus oídos. Estoy loco por que se vean la una a la otra… salvo el día del restaurante en el aseo siempre sus relaciones y conversaciones han sido formales y educadas. Dos chicas de orden. Y ahora se encuentran en este registro totalmente diferente. Dando rienda suelta a sus deseos ocultos. Es delicioso contemplarlo y participar. Jo, y eso que nunca he sido un fan de las relaciones entre chicas, pero en el momento, estar dentro del círculo me tenía hechizado. Tomé una cierta distancia, más o menos un metro, y me puse a contemplar la escena. Habían juntado sus bocas otra vez y las manos de ambas recorrían el cuerpo ajeno con ansiedad. Dejé esto suceder durante unos minutos, recostado en el sofá y con la mano sobre mi polla, me sentía satisfecho con la obra creada por mi sucia mente.
 

Pero María era golosa. Y su boca volvía a recorrer el cuerpo de Olga. Ella también sabía perfectamente dónde terminaba el recorrido de sus labios. La meta estaba entre las piernas de Olga. Ahora Olga sujetaba la cabeza de María contra su cuerpo a la vez que impulsaba su pelvis hacia ella. Las manos de María, abiertas, abarcaban los maravillosos glúteos de Olga sobre el taburete. Por su parte, el precioso culo de María, redondo y firme, se movía ligeramente con la escena. Entre sus piernas, la imagen de la grieta de su sexo, hinchado, era grandiosa. Olga tenía sus ojos clavados en mí, me miraba sin hacer nada, pero la carga sexual de sus ojos no soy capaz de describirla con palabras.

Me fui acercando, mi miembro estaba completamente excitado y, como los pezones de Olga que continuaba mirándome, también apuntaba hacia arriba. Me situé detrás de María, y con una pequeña advertencia consistente en situar mi mano sobre su grupa acariciándola, fui introduciendo poco a poco mi polla dentro de esa húmeda y caliente gruta, que últimamente me alojaba en su interior gustosamente. Sí, tengo mil cosas que probar con María y al final tiendo a acabármela follando en esta posición, pero este día era distinto. Olga me miraba, se mordía su labio inferior en una imagen preciosa. Yo también le miraba a ella como indicando que esta penetración no era sólo para María. También para ella. María me confesaría después que esos momentos en los que estaba en el medio de nosotros dos se sentía también la mujer más feliz del mundo.
Y sí, empecé a acelerar el ritmo y a poner cara de salvaje. Ocasionalmente, apretaba yo mismo desde atrás la cabeza de María contra el sexo de Olga. Otras veces acariciaba su longitudinalmente su columna. O le daba un azote. En realidad, todo ello formaba parte de una especie de actuación que le estaba dedicando a Olga. Algo así como “mira como dispongo de María”. Y poco a poco, quizá más por el trabajo que la boca de María la hacía sobre su coño, que por la imagen que yo le proporcionaba, empezó a contraerse… cerraba los ojos y los volvía a abrir para mirarme, como rebelándose ante lo que su cuerpo la ordenaba en otro profundo orgasmo. Y yo, actuando para ella y su momento, y para María que me sentía directamente, aceleré el ritmo al máximo de mi cuerpo, en un polvo salvaje y brutal, pero que dio el resultado esperado cuando los músculos internos de la doctora Ortiz tomaron vida propia sobre mi polla y ella se puso a gritar. A gritar a milímetros del coño de su amiga.
La escena era impresionante. Me hubiera encantado tenerla en un vídeo. Tomé nota mental de buscar algo así en Internet y mandárselo a ellas para que fueran conscientes del momento que me estaban regalando. Y así, luchando también contra mi mente que me llevaba a la explosión de mis sensaciones, y contra el ritmo diabólico que me impulsaba, me mantuve todo lo que pude sintiendo los últimos estertores del orgasmo de María. Después, tampoco aguanté mucho más, y notaba como se acercaba mi propio orgasmo. Envuelto por un aroma completamente sexual, me dejé llevar, pero aún quería añadir una guinda al momento. Saqué mi polla de dentro de María para que Olga la contemplase, la apoyé longitudinalmente sobre el valle de sus glúteos y, mirando a Olga en sus ojitos estallé brutalmente. Me encantó ver cómo la primera gota de mi semen impactó contra el torso desnudo de Olga. Estábamos desatados. Sin el menor pudor, la recogió con un dedo y se la llevó a la boca sin dejar de mirarme a los ojos. Era el paraíso. María también experimentaba escalofríos al sentir los chorros de mi caliente fluido sobre la piel sudorosa de su columna. Lo prolongué todo lo que pude y luego me dejé caer suavemente sobre su espalda, cubriéndola. Olga acariciaba cariñosamente nuestras cabezas. Nuestros cabellos.
Esa misma noche, hasta las 3 de la mañana en que llegó el taxi prometido a recoger a Olga, probamos muchas cosas más. Casi siempre las contemplé, y sólo participé completando escenas cuando ellas me lo pedían. Aún guardo algunas fotos en mi teléfono móvil que me comprometí a convertir en archivos protegidos y ocultos y enviárselas. Reímos, nos entregamos y gozamos. Tomamos varias copas. Incluso me di el placer de tumbarme en medio de la cama con cada una de ellas enroscada a cada lado de mi cuerpo. Una fantasía que no tenía mucho peso en mi sucia mente, pero que no pude evitar en ese momento practicarla. Mientras estaba en ese paraíso pensaba cómo dar una vuelta de tuerca más a nuestra historia. Pero de eso hablaré en el próximo capítulo.

Muchas gracias por llegar hasta aquí. Carlos López. diablocasional@hotmail.com

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre las modelos que inspiran este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/

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