Al otro día cayó por la fábrica Luciano, el hijo de Hugo.  Para mi desgracia, no vino esta vez con compañía familiar, lo cual le dejaba un mayor margen de maniobra.  Y, de hecho, del modo más obvio posible, prácticamente se abalanzó sobre mi escritorio apenas llegó.  Yo lo saludé cortésmente como también lo hicieron el resto de las chicas pero la realidad era que él tenía los ojos clavados como dagas sólo en mí.  Lo suyo parecía ser una obsesión perversa; ésa era exactamente la sensación que me había dado dos días antes al conocerlo, sólo que en aquel momento la presencia de su esposa actuó como factor de contención.

“La falda sigue corta, ¿no?” – preguntó con una sonrisa ladina y estirando el cuello como para espiar por detrás del escritorio; yo, en un acto reflejo, me cubrí con las manos.

“S… sí, por supuesto – respondí -.  Es la misma de hecho”
Asintió cabeceando y se quedó durante un rato sin agregar palabra aunque siempre con la vista permanentemente clavada en mí, lo cual no podía sino ponerme muy nerviosa.
“Vení para la oficina en cuanto te hagas un momento” – me dijo, con la misma naturalidad que si fuera el jefe allí.
“¿O… oficina?” – pregunté algo confundida.
“Sí, la de Hugo – aclaró -; hoy no está mi viejo”
Se marchó y detecté un brillo malicioso en su semblante al pronunciar esa última frase.  Apenas se fue, volvieron los malditos intercambios de miraditas entre Evelyn y Rocío.  Miré a Floriana.
“¡Bien! – me dijo ella alzando las cejas por encima de sus gafas -.  Me parece que le gustaste a Luchi, jaja… Mientras no tengas problemas con su esposa…”
Volvió a dirigir la vista a su monitor y me quedé pensando si había hablado en broma o en serio y hasta qué punto creía ella que Luciano podía pretender avanzar conmigo.  Dilaté el momento lo más que pude; me dediqué a seguir actualizando cuentas de clientes e incluso contesté un par de llamados telefónicos.  No hubo noticias de Inchausti, por cierto: en parte me alegré porque el día anterior había estado no insolente ni irrespetuoso pero sí bastante osado en el teléfono, pero a la vez en parte lo lamenté porque ésa era una buena venta, superior a cualquier otra y, al parecer, según lo dicho por Flori, superior a muchas de las que podían llegar a estar gestionando el resto de las chicas.  Abstraída en lo mío, fingí olvidarme de la convocatoria de Luciano pero Estela se encargó de recordármelo:
“No olvides que Luchi te está esperando” – me dijo casi al oído, inclinándose hacia mí.
En fin, ya no había escapatoria.  No tenía forma de dilatarlo.  Al pasar junto al escritorio de Evelyn sentí algo así como un pinchazo en la cola por debajo de mi falda.  Me giré hecha una furia; ella, desde su silla, sólo me miraba sonriente.  La muy zorra me había pellizcado.
“¿Qué hacés, imbécil?” – le recriminé.
“Ay, ¿tanto te molesta que te pellizquen el culo? – preguntó ella ampliando su sonrisa burlonamente -.  ¿No es acaso lo que te hacen siempre allá adentro?” – movió el mentón hacia delante en dirección a las oficinas.
Fue más de lo que pude soportar.  Le crucé la cara de una bofetada y me arrepentí al instante: era apenas mi tercer día de trabajo y ya había golpeado a una compañera de trabajo.  ¡Dios!  Acababa de firmar mi telegrama de despido o, al menos, así lo interpreté.  Su rostro enrojeció; se puso en pie convertida en un demonio y dirigió contra mi rostro un golpe a la mano abierta y con las puntas de los dedos extendidas: la intención, obviamente, era enterrar sus uñas en mi cara.  Ladeando mi cabeza, alcancé por muy poco a esquivar el arañazo  que apenas me pasó rozando la oreja.  Luego ella apoyó ambas manos sobre mi pecho y me empujó con fuerza, arrojándome de espaldas contra el escritorio de Milagros, otra de las chicas.  Se lanzó sobre mí como una leona enfurecida mientras yo hacía denodados esfuerzos por quitármela de encima y por frenar cada manotazo que me arrojaba; la saqué bastante barata, ya que ningún arañazo ni golpe me llegó de lleno al rostro, aunque en parte ello se debió a que el resto de las empleadas intervinieron con toda rapidez y la apresaron, inclusive Rocío, su amiga, quien no paraba de repetirle que se calmara.
Estela también apareció rápidamente en el lugar y, entre todas, lograron sacar a Evelyn de encima de mí.  Su respiración jadeaba como la de una bestia furiosa y sus ojos me miraban inyectados en sangre mientras las demás le apresaban los brazos para que no siguiera arrojando manotazos a diestra y siniestra.
“¿Qué está pasando aquí?” – preguntó alguien.
Era la voz de Luis, quien apareció en el lugar súbitamente.  Al incorporarme eché incluso una mirada hacia el final del pasillo y noté que algunos operarios de planta estaban asomados.  Claro, el jaleo que habíamos armado debía haber causado el suficiente revuelo como para llamar la atención de toda la fábrica.  Inclusive vi que la puerta de la oficina de Hugo estaba entreabierta y que Luciano asomaba su rostro con expresión intrigada aunque en ningún momento amagó salir de allí.
“Repito – insistió Luis dando un tono más autoritario a su voz -.  ¿Qué pasa aquí?”
“Esta… zorrita apestosa me golpeó” – farfulló Evelyn casi mordiendo las palabras; sin importarle ni un poco que Luis estuviera allí me arrojó un escupitajo que, por suerte, no llegó a destino.
“¡La golpeé porque ella… me pellizcó!” – repuse enérgica aunque con algo de vergüenza.
“¿La pellizcó? – inqurió Luis frunciendo el ceño -.  ¿Dónde?”
Bajé la cabeza avergonzada.  Un rumor de murmullos y risitas se levantó a mi alrededor.
“En… la cola” – dije.
Luis carcajeó:
“Jaja, bueno, va a ser mejor que las dos pasen ya mismo por mi oficina porque tenemos que hablar algunas cosas seriamente… Estela, acompañe a las muchachas por favor…”
Girando sobre sus talones se marchó.  Nos miramos con Evelyn: sólo había odio en el medio de ambas.  Las demás ya le habían liberado las manos por considerar que habían logrado sosegarla un poco pero yo temía que, de un momento a otro, se arrojara nuevamente sobre mí.  Estela, tal vez previendo eso, se plantó entre ambas.
“Bueno, chicas – dijo, en tono conclusivo -.  Vamos para la oficina de Luis”
Tomándonos a cada una de ambas por la manga de la blusa nos llevó a través del pasillo caminando siempre con ella en el medio.  Una gran angustia se apoderó de mí puesto que sentía temor por mi continuidad en el trabajo.  Al pasar frente a la oficina de Hugo alcancé a ver a Luciano que me miraba; me hizo un gesto como recordándome que me esperaba luego.  ¿Habría “luego”?, me dije a mí misma.
Una vez dentro de la oficina quedamos ambas de pie ante el escritorio de Luis como si fuéramos niñas en penitencia a punto de escuchar una reprimenda.  Él no estaba sentado al otro lado sino por delante del escritorio y con el trasero apoyado sobre el mismo.  No era mi jefe aunque sí el de Evelyn pero se comportaba, de todos modos, como si lo fuera de ambas.  Estela se retiró y, en parte, ello me intranquilizó un poco.
“¿Y bien? – inquirió Luis -.  ¿Tienen algo que decir sobre la conducta tan indecorosa que han mostrado?”
Me apresuré a hablar antes de que Evelyn lo hiciera.  Si la dejaba, podía llegar a sacar partido de esa ventaja y quizás me echaría tierra encima con una sarta de mentiras que yo no podía permitir.
“Ella me odia…- vociferé, sorprendiéndome a mí misma con el tono de mi voz -.  Desde el primer momento en que pisé esta fábrica, me odia y yo nunca le he hecho nada”
Esperé una encendida réplica por parte de Evelyn pero tal cosa no ocurrió; con gesto contrariado, se mantuvo en silencio mirándose las uñas de una mano cerrada en forma de puño.
“¿Algo que decir a eso, Evelyn?” – le preguntó Luis.
“Yo… sigo sin entender por qué despidieron a Mica” – dijo Evelyn siempre con la vista en sus uñas.
“Eso no es un asunto que te concierna, Evelyn – replicó Luis -.  Ni tan siquiera me concierne a mí ya que era empleada de Hugo y es él quien decide quién entra, quién queda o quién sale de su empresa”
“Pero… fue injusto – insistió Evelyn -.  La acusaron de errores que, en realidad, fueron de Floriana”
“Creo que he sido claro, Evelyn.  No estamos aquí para hablar de lo que pasó con Micaela.  Bien sé que es tu amiga y te debe doler que haya sido despedida, pero la cuestión aquí es otra.  Soledad no tiene ninguna culpa de lo que pasó con Mica… Ninguna.  Ella es una empleada nueva y, como tal, merece que se la trate con el mismo respeto y cordialidad que a las demás”
“Se pavonea todo el tiempo caminando sensualmente y mostrando el culo” – repuso Evelyn.
El pecho se me hinchó de la rabia; la miré y estuve a punto de saltar sobre ella.  Luis, en cambio, sólo reía:
“¡Celos entre mujeres!  Jaja, son imposibles, chicas… Bueno, a mí me parece que la forma de que esta empresa funcione es que quienes estamos en ella nos llevemos bien – no dejaba de sorprenderme cómo, según conviniera a su discurso, podía referirse a la empresa como sólo una o bien a dos -.  Y quiero que, a partir del momento en que salgan de esta oficina, ustedes se lleven bien.  De lo contrario, entre Hugo y yo tendremos que tomar las medidas correspondientes…”
Me sentí morir: las “medidas correspondientes”, desde luego, hacían referencia al despido tanto de ella como mío. 
“De mi parte, señor Luis…” – comencé a hablar.
“¡Luis!!
“L… Luis.  De mi parte puede estar seguro de que así va a ser.  Yo… no quiero tener ningún problema con Evelyn”
Él asintió, aparentemente conforme.  Miró interrogativamente a Evelyn como esperando alguna palabra de su parte.  Ella, sin embargo, nada dijo; con la vista en cualquier parte, ahora se dedicaba sólo a mesar sus rojizos cabellos.
“¿Es verdad que le pellizcó la cola a Soledad?” – preguntó Luis.
“Sí… es verdad – respondió ella sin mirarlo a los ojos.
“¿Puedo preguntar por qué lo hizo?”
Evelyn sólo se encogió de hombros.  No había respuesta después de todo.
“Me parece justo – continuó él – que para empezar a llevarse bien a partir de este momento haya que saldar algunas deudas pendientes”
Esta vez Evelyn sí lo miró.  Su rostro era un absoluto interrogante.  El mío, por cierto, también.
“No entiendo” – repuso ella moviendo enérgicamente la cabeza a un lado y a otro.
“Si usted le pellizcó la cola a Soledad, se supone que las cosas deben quedar a mano.  Ella ahora tiene que pellizcarle la suya”
Tanto el rostro de Evelyn como el mío se tiñeron de incredulidad.
“Luis…- farfulló ella -.  Es… estás loco”
“No le hables así a tu jefe – replicó él en tono severo aunque a la vez con el rostro sonriente -.  Además, en todo caso, ustedes no están muy cuerdas para hacer las cosas que se hacen y causar semejante revuelo dentro de la fábrica”
“¡Yo no hice nada”! – repuse enérgicamente.
“¡Me diste una bofetada!” – exclamó airadamente Evelyn girando la vista hacia mí por primera vez desde que ambas entráramos en la oficina.
“Chist, chist, silencio – siseó Luis gesticulando de manera contemporizadora con las manos -.  Haya paz, haya paz… Y tiempo al tiempo.  Estamos hablando del pellizco.  Evelyn, me parece justo que Soledad le pellizque su trasero.  Por favor, dese la vuelta y súbase la falda”
Evelyn miró alternadamente a Luis y a mí.  Sus ojos parecían pugnar por salírsele de las órbitas y sus puños se crisparon.  Clavó un taco con fuerza en el piso; estaba que hervía del odio.  Sin embargo y luego de un rato de vacilación terminó haciendo lo que Luis le decía; girándose para darme la espalda se llevó la falda hacia arriba mostrando su cola cubierta por unas bragas que eran bastante más recatadas que las mías.  Yo estaba paralizada; a decir verdad, mi incredulidad era tanta como la de Evelyn.  Miré a Luis, confundida; él, simplemente me hizo un asentimiento de cabeza.  Volví la vista nuevamente hacia el trasero de Evelyn y, muy despaciosamente, caminé hacia ella.  Me costó llevar la mano hacia la carne pero finalmente lo hice, buscando, obviamente, alguna parte de sus nalgas que no estuviera cubierta por las bragas ya que, después de todo, ella me había pellizcado a mí sobre la propia piel.  No le tuve lástima; me concentré en recordar lo que me había hecho y el incómodo momento vivido en los escritorios.  Así que aprisioné con fuerza la carne y hundí mis uñas hasta arrancarle un grito de dolor y provocar que todo su cuerpo se retorciera.  Se alejó unos pasos de mí y se giró para mirarme.  Su rostro seguía rezumando odio puro; se llevó las manos a la cola, seguramente dolorida.  Bien merecido se lo tenía, perra de mierda.
“¿Es suficiente, Soledad?” – me preguntó Luis.
“S… sí, Luis – respondí sin poder evitar que se me escapara una perversa sonrisa de satisfacción -.  Creo que lo es”
“¿Qué hay de ella? – protestó, airadamente, Evelyn -.  ¡Me golpéo!  ¿No se supone que…?”
“Chist, chist… – la calló Luis -.  Momento, Evelyn, tiempo al tiempo.  En este momento soy yo quien decide cómo deben resolverse las cosas y sé perfectamente lo que tengo que hacer para que las ofensas queden parejas”
El comentario me estremeció.  Ahora ambos me miraban fijamente.
“Soledad, ¿es cierto que usted golpeó a Evelyn?” – me interrogó Luis.
Otra vez me comenzaron a temblar las rodillas; bajé la cabeza.
“S… sí, Luis, yo la golpeé pero fue por…”
“Chist, chist, responda sólo a lo que le pregunto, Soledad… ¿En dónde la golpeó?  ¿En qué parte del cuerpo?”
Ahora los labios también me temblaban y me costaba hablar:
“En… el rostro… – respondí -; fue una bofetada”
“Bien, entonces creo que es justo que Evelyn se cobre la bofetada, ¿verdad?”
Lo miré sin poder creer.  Evelyn, en tanto, volvía a sonreír: y juro que me pareció la sonrisa más perversa del mundo. 
“¿Es justo o no?” – insistió Luis.
“S… sí – musité -, creo q… que… lo es, Luis”
“Entonces levante el rostro y mire a su compañera de trabajo para recibir lo que le corresponde”
A mi pesar cumplí con lo requerido y me encontré cara a cara con Evelyn, quien ahora caminaba lentamente hacia mí con esa sonrisa que ahora parecía no caberle en el rostro.  La miré con ojos angustiados cuando ella se plantó a menos de medio metro de mí.  Y a continuación recibí sobre mi rostro el duro impacto del revés de su mano; el golpe, por cierto, fue propinado con una furia bastante mayor que la bofetada que ella había recibido con anterioridad de mi parte.  Me hizo perder el equilibrio y caí sobre mis rodillas a los pies de Evelyn; lo único bueno del asunto era que al tener yo la vista en el piso, zafaba de tener que ver su más que segura expresión de satisfacción al tenerme de ese modo.
“Bien, ya están a mano con las faltas cometidas mutuamente – voceó Luis del mismo modo que si anunciara una sentencia -.  Ahora es momento de reconciliación”
Poco a poco me fui incorporando y recuperé la vertical.  La cara me dolía horrores y por otra parte me invadía la más absoluta incomprensión al no entender qué era lo que pretendía Luis ahora.  Aparentemente Evelyn tampoco entendió; su expresión era tan desorientada como la mía.
“Bésense” – ordenó Luis con una sonrisa de oreja a oreja.
Ambas quedamos atónitas; nos intercambiamos una mirada. 
“Luis, estás loco” – se quejó Evelyn, achinando los ojos.
Yo no dije palabra.  No sabía tampoco qué decir.
“Vamos, bésense ambas – insistió Luis llevando una palma de su mano contra la otra como imitando un acercamiento -.  Y así ya quedarán definitivamente en paz”
De pronto parecía asumir un tono de predicador o de gurú.  Nos volvimos a mirar entre nosotras y, casi como un acto reflejo, nos desviamos la vista mutuamente de inmediato.   De todos modos, al pensarlo fríamente y aun cuando pareciera una locura que nos termináramos besando a tan poco de habernos tomado a golpes, el pedido de Luis no me sonó tan descabellado: quizás era que me estaba acostumbrando a órdenes locas y perversas y, como tal, había esperado algo infinitamente peor.   Así que no lo pensé más: acerqué mis labios al rostro de Evelyn y la besé en la mejilla; ella, más que besarme, besó el aire y hasta pareció que contraía la cara para reducir al mínimo el contacto: fue casi como si cumpliera con una obligación a desgano; mi caso no era muy diferente, por cierto, pero busqué disimularlo más.
“¿A eso llaman besarse? – se quejó a viva voz Luis; ambas giramos nuestras miradas hacia él con una incomprensión aun mayor que la de antes -.  ¡Bésense!  ¡Con pasión! ¡Con intensidad! ¡Es lo mínimo que merece una reconciliación como ésta!”
Yo no podía creer estar entendiendo lo que creía entender; y me dio la impresión de que Evelyn tampoco.
“Luis… – dijo ella, con cara de asco -.  ¿Te… estás refiriendo a…?”
“Besarse, sí – enfatizó él -.  Abran sus bocas, saquen sus lengüitas – acompañó desagradablemente sus palabras haciendo lo propio con la suya -, introdúzcanlas cada una en la boquita de la otra… Ja, ¿Tengo que ser tan explicativo?”
Definitivamente todo estaba bien claro.  Yo, aun antes que Evelyn, asumí que no había más opción.  Era eso o quedarnos sin trabajo, de acuerdo a cómo yo lo interpretaba.  La miré fijamente a Evelyn y acerqué mi rostro al de ella, quien intentó echarse hacia atrás.  Me impulsé, por lo tanto, con más fuerza hacia adelante y apoyé mis labios sobre los suyos. 
Evelyn se resistía a abrirlos pero ya había entendido que no debía retroceder.  Saqué mi lengua por entre mis labios y los deslicé por sobre los suyos; no sé si decir que el acto le gustó, pero sí se notó que la conmocionó un poco.  A pesar de la resistencia inicial, en algún momento se entregó y permitió que mi lengua entrara por entre sus labios separándolos para, luego, comenzar a juguetear dentro de su boca.
“¡Eso! – exclamaba Luis que era pura felicidad -.  ¡Eso es lo que me gusta!  Vamos, chicas, demuéstrenme que lo saben hacer… y, sobre todo, que se han reconciliado y que se quieren, jaja”
Todo mi cuerpo temblaba porque, claro, era la primera vez en mi vida que besara a una mujer de esa forma y no dejaba de resultar paradójico que en ese sentido debutara con alguien que minutos antes se me había echado encima como una fiera salvaje.  Traté de no pensar; si lo hacía, terminaba enloqueciendo y, ya para esa altura, me veía forzada a aceptar que todo cuanto ocurría adentro de aquella fábrica era una gran locura.  Terminaba siendo yo, de hecho, quien estaba aceptando con más naturalidad tan demencial situación; Evelyn, más bien, parecía pasiva, como dejándome hacer: por momentos trataba de despegarse o cerrar su boca pero cada vez que lo intentaba yo volvía a la carga con mi lengua dentro de ella.  Hasta la tomé por el talle para evitar que se zafara reculando; forcejeó un poco tratando de liberarse, pero cedió… Tanto ella como yo teníamos los ojos cerrados para no vernos mutuamente pero al espiar en un momento por el rabillo alcancé a ver a Luis que se estaba… tocando.  Qué asqueroso…
“¡Muy bien! – exclamó de pronto en tono de felicitación y aplaudiendo -.  Lo han hecho muy bien.  ¡No tengo duda de que a partir de ahora serán buenas amigas!”
Ambas dimos por sentado que las palabras de Luis venían a querer decir que ya era suficiente, razón por la cual dimos por terminado el beso; nuestros labios se separaron y, por supuesto, los de Evelyn fueron los primeros en despegarse; se giró hacia Luis con una mirada que estaba lejos de ser amistosa:
“¿Ya podemos irnos?” – preguntó.
Luis negó con un dedo índice.
“¡No!  De ningún modo – fue su tajante respuesta -.  Falta algo…”
Una vez más un profundo signo de interrogación se dibujó en el rostro de cada una de nosotras. A él, en tanto, parecía divertirle nuestra incertidumbre.
“Ya han quedado devueltas las faltas que cada una de ustedes cometió contra la otra – anunció Luis – y ya se han besado y reconciliado, pero… falta algo…”
Jugaba con el suspenso.  Esperaba que alguna de nosotras preguntara de qué se trataba o simplemente encontraba un placer sádico en nuestra intriga ante lo que sobrevendría.
“Además de portarse mal una con la otra – explicó -, ustedes han también cometido una grave falta ante la empresa.  ¿Creen que eso que han hecho nos puede dar buena reputación?  ¿Qué pasaba si había clientes presentes en ese momento?”
“No los había” – protestó Evelyn.
“No los había, pero no es el caso – repuso él -.  Debemos castigar con severidad ese tipo de faltas para que no se conviertan en un precedente y no vaya a ser cosa que el día de mañana se tomen a golpes en presencia de algún cliente”
“Luis… – dijo Evelyn, con gesto de cansancio -.  Redondea de una vez.  ¿Cuál es el castigo?  ¿Nos van a descontar del sueldo?  ¿Nos suspenderán por una semana?”
“¡No, nada de eso! – respondió él con gesto desdeñoso -.  Tenemos que procurar que a ustedes no se les ocurra volver a hacer algo parecido y, por lo tanto, el castigo tiene que ser algo que realmente duela”
Otra vez silencio.  Otra vez suspenso.  Y miradas interrogativas.
“Algo que DUELA” – repitió Luis, remarcando con especial énfasis la última palabra.
Lo nuestro, por supuesto, era un mar de incomprensión.  Luis pasó al otro lado del escritorio y tomó su silla giratoria, la cual trajo desplazándola sobre sus ruedas.  Una vez que la ubicó frente a nosotras, se sentó.
“Comenzaremos por usted, Soledad – dijo, con tono de sentencia -.  Venga sobre mis rodillas y ponga el culo al aire”
Abrí los ojos tan grandes como fui capaz de hacerlo y se me escapó una interjección de espanto.
“S… señor Luis…”
“Luis”
“S… sí, L… Luis, p… por favor…”
“Venga” – insistió sin siquiera dejarme terminar mi suplicante protesta.
El límite para mi degradación volvía a enfrentarse con una nueva prueba.  El temblequeo se apoderó nuevamente de mis miembros.  No obstante ello, me las arreglé para ir despaciosamente hacia él, quien sentado y sonriente, me hizo una clara señal de que me cruzara boca abajo por encima de sus rodillas.  Levanté mi falda y bajé mi tanga ya que él había dicho precisamente “culo al aire”.  Una vez en tan indigna situación me ubiqué sobre él como si fuera una niña a punto de ser zurrada.
Y los golpes comenzaron a caer.  Uno tras otro fueron castigando duramente mis nalgas, las cuales yo, aun sin verlas, sabía que debían estar enrojeciendo.  Grititos de dolor brotaban de mi garganta y, cada tanto, pataleaba el aire en un acto casi reflejo mientras su mano abierta seguía descargándose pesadamente sobre mi zona trasera.  No sé cuántos golpes habrán sido; no los conté y no sé tampoco si él los contó.  ¿Veinte?  ¿Treinta?  Lo cierto fue que en un momento dio por terminada la paliza y me conminó a ponerme de pie nuevamente aduciendo que mi falta ya estaba debidamente castigada.
Miré a Evelyn.  Suponía que la muy zorra debía estar gozando con el espectáculo que veía pero, aun cuando  eso fuera cierto, su semblante revelaba una sombra de inquietud, lo cual no era extraño si, como era dable suponer, estaba pensando que en instantes más correría ella la misma suerte.  Me puse de pie, acomodándome falda y ropa interior.
“Ahora le toca a usted, Eveyln…” – conminó Luis.
Ella permanecía cruzada de brazos con expresión de contrariedad.  No dio el más mínimo paso para acercarse a Luis; siguió en su lugar moviendo acompasadamente una pierna, como con impaciencia.
“Vamos, Evelyn, su turno” – insistió él.
Una sonrisa dotada de un cierto cinismo se dibujó en el rostro de ella.
“Que tengas buenas tardes, Luis” – dijo, con desprecio, tras lo cual dio media vuelta y se marchó.
Su actitud realmente me impactó: había demostrado tener mucha más dignidad que yo.  Me produjo, incluso, una extraña admiración.  Con gesto de sorpresa, miré a Luis, quien meneaba su cabeza.
“Esa chica acaba de firmar su despido” – sentenció, con absoluta serenidad.
                                                                                                                                                                                  CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

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