LA DELGADA LINEA ROSA

Fue la noche de la decimoquinta celebración de su cumpleaños cuando Jade tomó una decisión desconcertante; se debe admitir que el empuje cegador del placer tuvo algo que ver, pues la decisión fue tomada mientras su mano se empapaba de sus jugos vaginales en el orgasmo provocado por su primer acto de masturbación. Pero aun así era una decisión muy fuera de lo normal y completamente amoral si se le quiere ver desde esa perspectiva. Jamás se había atrevido a aquello pero la experiencia de sentir un orgasmo le dejaría el recuerdo marcado para siempre. Aquella tarde no había parado de sentirse libre con la falda que su madre le había permitido comprar para la ocasión; era una falda blanca, simple, pero exageradamente corta a lo que había acostumbrado a vestir en toda su vida. Ese día seria libre, libre en cualquier sentido de la palabra; tenía una absurda pero firme convicción de realizar a partir de entonces lo que fuera.

Para celebrar su cumpleaños había salido junto con sus compañeros al cine y a patinar, su madre le había ordenado que no se quitara el short de lycra que la cubriría debajo de la falda pero, apenas se alejó de casa en el autobús público, se deshizo de la prenda y la guardó en su bolso, bajo la mirada extrañada de su amiga Carolina.

– ¿No te regaña tu mama? – preguntó Carolina, con un dejo de preocupación

– No lo sabrá – respondió sonriente Jade

Llegaron a la plaza y bajaron del autobús. Corría un viento que se precipitó bajo la falda de la chica, Jade sintió una sensación de libertad al saber que debajo de aquella corta falda de algodón solo una braga blanca cubría su cuerpo. Era libertad lo que, a su punto de vista, sentía; además de una inexplicable sensación que le hacia sentirse más bonita, más atractiva de lo que ya era en realidad.

Caminaban hacia el recinto, Jade daba con emoción cada paso que levantaba una y otra de sus respingadas nalgas al tiempo que podía sentir la falda elevarse de un lado a otro a consecuencia del marcado paso. Se podía, deseaba, imaginar las miradas de los hombres proyectando sus ojos hacia su cuerpo; quería, pues, ser un punto de atención. Y si que lo era; para cualquier hombre era inevitable no echar un vistazo a aquella adolescente vestida de aquella manera y con aquel cuerpo. Jade tenía un cuerpo hermoso, no media más de 1.55 cm pero la baja altura resaltaba las dimensiones de su redondo culo, sus tetas no eran las más grandes pero estaban en pleno crecimiento y aseguraban un futuro prestigioso. Tenía también un cabello ligeramente rizado, largo y negro que mantenía siempre brilloso e impecable con toda clase de sustancias. Su rostro de niña inocente no coincidía con sus pensamientos cada día más lujuriosos, y sus gruesos labios y sus ojos oscuros eran la gota que derramaba el vaso de aquella indiscutible belleza. Incluso su amiga Carolina, una mulata desanimada por el color oscuro de su piel, sentía de pronto cierta envidia hacia Jade.

Si había mejor oportunidad para mostrarse al mundo tal y como ella lo deseaba, era esa tarde. Jade sonrió abiertamente cuando sus compañeros de la escuela, especialmente los varones, se quedaron boquiabiertos al verla llegar, vestida de una forma inédita hasta entonces. Todos estaban encantados con aquel cambio, especialmente Jade. La reacción de los muchachos era demasiado obvia e idiota, ninguno podía dejar de mirarla y los más atrevidos no paraban de hablarle e intentar estar con ella cuando, antes, ni siquiera le ponían mucha atención. Jade, por supuesto, notó el cambio y sin embargo todo aquello le encantaba. Quince minutos después ya estaban entrando a la sala del cine. Durante la película, Jade fue tratada como reina; se le ofrecieron los sorbos de refresco, las palomitas de maíz. La actitud de sus compañeros rayaba en lo evidente pero Jade era feliz no por llamar la atención de ellos sino por comprobar como con la sola belleza de su cuerpo podía generar todos esos cambios.

Independientemente de los halagos, Jade no se sentía atraída por ninguno de aquellos muchachos. Le parecían, de entrada, inmaduros y ridículos. Hasta entonces, su amor secreto era nada más y nada menos que su vecino, Yahir; un lustro mayor que ella y, por lo tanto, inalcanzable hasta lo platónico. O al menos eso era lo que ella creía hasta ese día.

– Carolina… – dijo Jade mientras salía del cine al lado de su mejor amiga

– ¿Qué pasó? – pregunto la negrita

– ¿Tú crees que, así como me veo ahorita, pueda interesarle a Yahir?

– No lo se, supongo que le parecerás algo distinta – respondió Carolina, aunque en el fondo no apoyaba mucho la intención de Jade de estar con alguien tan mayor a ella.

– Ojalá – suspiró Jade entusiasmada – aunque ahora, la verdad, siento que puedo estar con alguien mejor que Yahir, ¿no crees?

– La verdad sí – confirmó Carolina, deseosa de terminar aquella conversación.

El grupo de muchachos se dirigió hacia la pista de hielo, era bastante popular y siempre se encontraba con una buena cantidad de patinadores. A Jade le gustaba mucho patinar, pero no tanto como a Carolina, siempre patinaban juntas, cosa que no le gustaba tanto a Carolina que tenia que patinar más despacio de lo que quería y, además, se sentía un poco fea y anticuada. Hoy no era distinto, y más aun que Jade lucia radiante; sin embargo, esta vez no tuvo que preocuparse por eso por que Jade simplemente se le había perdido de vista.

Carolina disfruto durante media hora de la libertad de patinar sola, le gustaba tanto patinar como el deporte que practicaba todos los fines de semana: correr. La mulata practicaba atletismo, especialmente carreras de obstáculos, cada viernes en la tarde y sábados en las mañanas; tenía el deseo inocente de ganar algún día una medalla olímpica pero suponía, en el fondo, que terminaría siendo abogada, como sus padres.

Se acordó entonces de la ausencia de Jade; lo que le pareció extraño; no estaba en la pista, por lo que se acercó a la orilla de la pista y la busco extrañada por no encontrarla. Finalmente la miró; se encontraba platicando con los chicos que reparten los patines. Jade ya había mencionado lo guapos que eran, cosa en lo que Carolina estaba medianamente de acuerdo, pero eran bastante mayores desde su punto de vista para tener siquiera alguna amistad con ellos. No sabia que hacer, pero dispuesta a alejarla de ellos se atrevió por fin a acercarse; apenas llego su amiga le sonrió y la presentó a los muchachos.

– Miren, es ella quien les digo. – dijo Jade, al tiempo que a la pobre Carolina no le quedo más que morirse de la pena y saludar con la palma de su mano.

La negrita no supo que decir, se quedó ahí parada sin saber que decir hasta que decidió alejarse y sentarse en un banco mientras esperaba a que Jade terminara de conversar. Cinco minutos después su amiga se sentó junto a ella, emocionada.

– Quedamos de salir mañana, nos veremos aquí, ¿si podrías venir?

– ¿Quieres que te acompañe? Mañana tengo atletismo.

– Si, pero no iremos en la tarde, sino en la mañana. – propuso Jade, ante el asombro de la negrita.

– ¿En clases?

– ¡Si! Anda, ellos no pueden más que en la mañana; acompáñame. – insistió, ante la poca convencida de Carolina.

– Mi mama me lleva hasta la puerta, no se va hasta que entro.

– La mía también, vamos a entrar y después a salir.

– ¿Y como?

– Yo se como, acompáñame. ¿Si?

– Esta bien. – aceptó resignada.

Al día siguiente, Carolina entró con nervios a la escuela, esperando no salir de ahí pues no tenia el menor interés por ir con aquellos muchachos. Tenia, de cierta forma, mucho miedo. Cuando llegó se encontró con la sonrisa de Jade, se dirigió hacia ella y esta de inmediato la tomó de la mano y la llevó hasta los baños.

– Aquí hay que estar, de aquí a que entran a los salones.

– ¿Por qué?

– Para que no parezca que vinimos a clases. Así no queda prueba en la asistencia, y la escuela no se responsabiliza.

– ¿Cómo sabes?

– No se – sonrió Jade – así me dijeron. Después debemos de convencer a Don Octavio para que nos abra la puerta de atrás; hace rato lo vi, ya le dije.

– Y, ¿como lo convencerás? – preguntaba Carolina, esperando que Jade desistiera de su plan.

– Con dinero – sonrió de nuevo Jade – y con esto. – dijo mientras sacaba una falda escolar de su mochila.

– ¿Y eso?

– Una falda, pero mucho más corta que las que mi mama quiere que use. La mande a hacer y ya después la corté en mi casa. – dijo mientras, asomándose de que nadie entrara, se bajaba la falda puesta frente a su amiga y enseguida se vestía con la atrevida prenda – ¿que tal? – preguntó.

– Muy corta – respondió horrorizada Carolina.

Jade solo sonrió y se asomó para confirmar el siguiente paso de su plan; ya todos se encontraban en su salón y todo el personal administrativo, especialmente los prefectos, se dirigían a poner en orden sus oficinas o comenzar sus clases.

– ¡Vámonos! – dijo Jade mientras jalaba de la mano a la negrita, corrían apresuradas, temiendo que alguien las llegara a ver. Finalmente, aunque agitadas, llegaron a la zona trasera del instituto donde, como siempre, solo se encontraba Don Octavio.

Don Octavio no tenia mucho de “don”, en realidad no pasaba de los cuarenta años pero su aspecto de ermitaño le hacia parecer un anciano. Nadie sabia cual era exactamente su función, no era precisamente el encargado de la limpieza pero lo hacia y tampoco era un trabajador de esa escuela, pero se le pagaba por sus servicios. Era, en general, un trabajador de confianza pero en la completa informalidad.

Jade se acercó inmediatamente a él. Detrás, Carolina se horrorizaba por lo que sus ojos veían; la corta falda escolar de Jade dejaban ver todas las carnes de sus piernas y no costaba mucho dejarse a la imaginación pues, cada que el viento lo permitía, sus calzones rosados echaban un vistazo al exterior. Don Octavio también notó eso, y sonrió con descaro mientras miraba el cuerpo de la chiquilla.

– Ya Don Octavio, nadie nos vio. – dijo Jade, con la más dulce posible de sus sonrisas.

– Las van a regañar muchachas. – le respondió el hombre, con una falsa preocupación.

– Ayúdenos por favor, es que si no vamos no nos van a dejar inscribirnos a un curso de ingles que queremos – mintió la muchacha.

Pero era innecesario que mintiera; el hombre gozaba mirando el cuerpo de la chiquilla con un descaro que ni siquiera disimulaba, ante el horror de Carolina que miraba asqueada la escena. También Jade había notado la lujuria de aquel hombre horroroso pero sabía que era algo que tenia que soportar si quería salir.

– ¿Entonces que Don Octavio? ¿Si nos permitiría?

– Esta bien, les voy a ayudar. – respondió el hombre, quien de pronto, con todo el descaro del mundo, dirigió su mano hacia Jade y le acarició un costado de su pierna. La sangre de ambas chicas se congeló, Carolina y Jade se asquearon, y esta última tuvo que soportar las ganas de alejarse de aquellas manos.

Pero lo soportó con una sonrisa y dos minutos después se hallaban afuera de la escuela. Ninguna quiso comentar nada al respecto, caminaron varios minutos en silencio y poco a poco Jade fue recuperando el ánimo. Subieron a un autobús y de nuevo charlaron un rato de banalidades. Minutos después llegaron a la misma plaza, ahí ya los esperaba uno de los muchachos y las chicas se acercaron a él y lo saludaron con un beso en la mejilla. Se trataba de Mauricio.

– ¿Y Samuel? – preguntó Jade.

– No ha llegado, me dijo que pasara por él a su casa, solo las estaba esperando a ustedes.

– ¿Porqué no vino? – preguntó sonriente Jade

–  Se quedó dormido – mintió el muchacho con una sonrisa – ya esta cambiado, vive cerca, ¿vamos o nos esperan aquí?

– ¿Como iríamos? – preguntó Jade

– En mi carro – dijo Mauricio, señalándolo a la distancia

– ¡Ah que bien! – exclamó sonriente Jade – vamos entonces.

Carolina, que no estaba nada convencida, se acercó a su amiga y le pidió a Jade que mejor esperaran. Pero Jade no le hizo mucho caso, y sonriente, la jaló hacía el automóvil. Carolina se sentó en los asientos traseros, aburrida, mientras Jade platicaba contenta junto a Mauricio en el asiento de copiloto.

Llegaron a un complejo de departamentos. El chico estacionó el automóvil con naturalidad y bajó del auto.

– Bajen – dijo

Las muchachas descendieron el automóvil y el muchacho se encargó de dejar bien cerrada las puertas del vehículo. Se dirigió a uno de los edificios y subió las escaleras mientras las dos chicas le seguían el paso. Llegaron al tercer piso donde se detuvieron; el muchacho no tocó, sacó unas llaves de su bolsillo y abrió la puerta. Adentro se encontraba Samuel, sentado y desayunando en el comedor. Las chicas miraron extrañadas el lugar, y mientras a Carolina le parecía un poco sucio a su amiga Jade le agradaba el toca masculino que el lugar tenia. Sobre la mesa se encontraba una partida de Jenga a medio jugar, y, sonriendo, Jade se acercó directamente a ella.

– ¿Jugaron Jenga? – preguntó

– Sí, anoche – respondió Samuel – ¿quieren jugar?

– ¡Si! – respondió emocionada la chica

Así lo hicieron, y, naturalmente, las partidas se fueron extendiendo. A la quinta partida, cuando los ánimos, incluso los de Carolina, se habían soltado, los dos chicos propusieron nuevas reglas.

– ¿Que les parece si nos dividimos en dos equipos, y el equipo que pierda recibirá un castigo

– ¿Que clase de castigo?

– Pues por lo general jugamos a que, el que pierda, se tome una cerveza. Pero no se ustedes. – dijo Samuel, pretensioso

La idea sacó de su lugar a las chicas, y Carolina se puso muy nerviosa. Sin embargo, emocionada, Jade tuvo la desfachatez de aceptar el reto y, sabiendo que su amiga no aceptaría tan fácil, agregó.

– Esta bien, pero el que no acepte castigo que se quite una prenda.

Los muchachos se miraron sorprendidos, no solo no esperaban que la muchacha aceptara sino que no esperaba aquel último reto. Sin más, sacaron un paquete de latas de cerveza y las pusieron sobre la mesa. Jade hizo equipo con Samuel y a Carolina no le quedo más que hacer pareja con Mauricio; su molestia y enojo se notaban a simple vista pero no se atrevía a contrariar las estupideces de Jade.

La primera partida la perdieron Carolina y Mauricio; una acalorada discusión se abrió. Carolina no iba a tomar una cerveza y tampoco se quitaría la ropa, simplemente no iba a aceptar eso. Pidió irse, o al menos regresar al centro comercial pero Jade le insistió y le recordó que tuvo la oportunidad de no jugar y que aquello no era justo. Después de mucho discutir, los muchachos la convencieron de que no tenia que tomar cerveza, que con un trago pequeño de vodka seria valido. A pesar de lo ilógico de la opción, Carolina, adolescente e ignorante, aceptó de mala gana. El sabor le pareció fuertísimo, era la primera vez fuera de la sidra, que bebía alcohol. Tosió ante la diversión de Jade pero al final le pareció que aquello no seria tan grave al fin. El juego continuó hasta llegar a más de diez partidas, que cada vez duraban menos ante los mareos que comenzaban a aparecer.

Aquellos muchachos no eran nada tontos, llegaron a confundir a tal grado a las chicas que ellos ni siquiera estaban bebiendo nada, e incluso había veces que las dos chicas recibían castigo, ganaran o perdieran. Después de vaciar casi media botella de vodka, las muchachas estaban bastante más alegres, incluso Carolina lanzaba risotadas acompañada de las carcajadas de su amiga. No se daban cuenta cuando, de forma furtiva, las manos de los muchachos apretaban y manoseaban sus piernas y nalgas. Entre risas, llegaron y se sentaron frente al sillón y se dejaron caer en los brazos de cada uno de los muchachos; Carolina con Mauricio y Jade con Samuel.

En la televisión corría un DVD pornográfico que comenzaba como cualquier película común y corriente de vaqueros y guerreras apache, pero cuyos personajes se iban poniendo cada vez más calientes hasta terminar en orgias que Jade y Carolina miraban con atención y silencio mientras las manos de sus acompañantes acariciaban mañosamente el cuerpo de las chicas.

La mano de Samuel se restregaba sin vergüenza bajo la corta falda de la chiquilla, cuyas bragas rosadas ya se empezaban a humedecer en placer y deseo. Carolina, a pesar de su estado, era la única que inútilmente ponía resistencia. Sus tetas no podían evitar que las manos de Mauricio las sobaran; Cuando intentaba cubrirse el pecho el muchacho se dirigía a su entrepierna, costándole un poco de trabajo pues la falda de la chica era bastante larga a comparación de la de su amiga. Sin embargo poco a poco, por el placer causado por aquellos toqueteos y por el ritmo que la película pornográfica cobraba, Carolina comenzó a ceder al deseo. Quizás por la combinación del alcohol y las imágenes de aquella película y rompiendo cualquier tabú anterior, la negrita se levantó para después dejarse caer con las piernas abiertas sobre el muchacho.

Aquella desconcertante situación fue aprovechada de inmediato por el lujurioso muchacho; sin dudarlo un solo segundo sus manos se apoderaron del culo de la mulata y poco a poco alzaban la larga falda escolar que por mucho tiempo había ocultado el esplendoroso y bien formado culo que ahora estaba expuesto. Desde el otro lado del sofá, Jade quedó boquiabierta al ver el admirable cuerpo de su amiga; no se imaginaba, al igual que la misma Carolina, la preciada figura de aquel cuerpo que siempre se escondía entre ropa holgada y faldas largas.

Pero Jade no tuvo tiempo de seguir admirando el cuerpo de la negrita pues la mano de Samuel restregando su coño bajo sus bragas le proveía un placer que la embriagaba más que el alcohol consumido. Jade se hallaba en tal nivel de excitación y embriaguez que ella misma intentaba deshacerse de sus bragas, como si no soportara seguir vistiéndolas; el muchacho no tardó mucho en deshacerse de los calzoncitos rosas, dejando a Jade solo con su falda escolar y su coñito completamente expuesto. La vulva de la chiquilla era preciosa; cerrada y virginal parecía un capullo hinchado por el placer que poco a poco se abría y se humedecía mientras el en el aire flotaba ya el olor de sus jugos vaginales. La chiquilla se perdía en la embriaguez y la excitación mientras el lascivo muchacho terminaba de desabrochar su camisa escolar, dejando expuesto su pecho que aun era protegido por un sostén de algodón blanco que Samuel no tardó en alzar para exhibir y magrear los tiernos y no tan pequeños senos que se iban formando en el precioso cuerpo de aquella muchacha.

Del otro lado la historia era similar; alcoholizada también, la negrita había perdido los estribos y se había entregado por completo al placer. Poco le importaba que Mauricio hubiese arrugado sus bragas hasta meterla entre sus redondas nalguitas, y ella misma se estaba encargando de desabrochar su camisa, motivada por el placer que las habilidosas manos del muchacho provocaban en su coño. Su calzoncito se había humedecido y el olor de sus jugos se comenzaba a combinar en el entorno con los de su amiga.

Ninguna de las dos muchachas se dio cuenta siquiera en el momento cuando ambas ya besaban apasionadamente a sus improvisadas parejas; Carolina, que era el primer beso que daba, aprendió muy bien a darlos y recibirlos en menos de cinco minutos. Su compañero no perdía ningún segundo y aprovechaba toda oportunidad para recorrer con sus manos todo el cuerpo de la mulata. Mauricio apretujaba sin pudor las voluminosas, suaves y redondas nalgas de Carolina; sus dedos se escurrían dentro de las bragas atrapadas en medio del culo de la negrita y se precipitaban hasta acariciar el apretado ano de la chica y manosear el mojado coñito de la chica. Carolina no se escandalizaba ya de nada, solo parecía dispuesta a disfrutar de aquello.

La situación de Jade era la de un guarra cualquiera; abierta completamente de piernas la humedad en su coño le daba un brillo poco usual, la rosada flor de su labios vaginales recibían con excitación los mal intencionados dedos de Samuel. La chica se retorcía al tiempo que los labios del muchacho recorrían la pureza de sus senos y apretujaban con los dientes sus delicados pezones.

Los síntomas de la embriaguez se iban disipando, pero los del deseo sexual aumentaban con cada roce sobre sus inexpertos coños y sus pechos juveniles. Carolina miraba de reojo la postura de su amiga Jade, desdeñada cualquier indicio de inocencia.

La negrita comenzaba a darse cuenta de la situación; no era algo que no supiera, sabia que aquellos muchachos estaban abusando de la manera más ruin de sus cuerpos e inocencia. Pensó en resistirse, en detener aquel agravio, pero era demasiado tarde, ahora lo único que deseaba era saber hasta que punto llegaba aquel placer al que su cuerpo había sido obligado a llegar. Para Jade la situación era menos temible; era lo que se había buscado y ahí estaba, siendo sometida toda su inexperiencia y la de su amiga a los deseos y mañas de aquellos muchachos. No pensaba, desde luego, dar marcha atrás.

Mientras Samuel retiraba el sostén de Jade, Mauricio lanzaba al suelo las bragas de Carolina. Ahora lo único que cubría el cuerpo de aquellas dos jovencitas no era más que sus faldas escolares, azules y con diseños de cuadros.

Mauricio hizo a un lado, con delicadeza, el cuerpo de Carolina y la guio para colocarla en cuatro sobre el sofá. Samuel también se puso de pie y de la misma manera colocó a Jade. La morocha permanecía impaciente, esperando que continuara aquella sesión de placer; su coño se encontraba mojado e inflamado al igual que el de su amiga Carolina. La negrita estaba excitada, desde luego, pero hacia rato que había recuperado la razón y supo entonces que ese momento era la ultima oportunidad para evitar perder lo único que conservaba para entonces: su virginidad. Pero mientras se atrevía a detener todo aquello, mientras se armaba de valor para negarse a aquel ultraje su culo precioso seguía expuesto a aquel par de muchachos que no tardaron en desvestirse y preparar sus falos, ansiosos por penetrar de una vez la pureza de aquellos dos bellos cuerpos que se mostraban inmóviles frente a sus ojos.

Carolina seguía presionada por la idea de detener todo aquello pero atormentada por su incapacidad de atreverse a abrir siquiera la boca. Pero era demasiado tarde, casi al mismo tiempo las manos de aquellos chicos se instalaron en cada una de las suculentas nalgas de aquellas jovencitas.

Samuel se preparaba restregando la punta de su verga con los líquidos vaginales que expulsaba la concha excitada de Jade. Mauricio, por su parte, no pudo resistir el impulso de saborear el coño de la bellísima negrita que se hallaba frente a él. Se arrodilló y acercó su boca al coñito de la chica; era un capullo cerrado con pocos vellos púbicos que revelaban la juventud de la chiquilla. Mauricio acercó sus dedos y separo los labios vaginales de aquel coñito; lo que descubrió era simplemente conmovedor. El coño de la negrita se abrió como una flor, mostrando un interior rosado intenso; la piel oscura de su cuerpo solo aumentaba la belleza de aquella visión. Mauricio no pudo más que derrumbarse sobre aquel coño y enterrar su lengua en él; disfrutaba la textura tierna, el sabor amargo de los primeros jugos de la chiquilla y la virginidad del coño que saboreaba hasta el último rincón posible.

Carolina olvidó su plan de fuga y se retorció de placer al sentir los movimientos de aquella lengua que había invadido los labios de su inexperta concha. Los movimientos de la negrita la hacían restregar su culo sobre la cara del muchacho que rozaba con sus narices el asterisco del ano de la muchacha. Los movimientos sin piedad que el muchacho provocaba con su lengua fueron el colmo en el remolino de placer en el que se encontraba la mulata que ante tal nivel de excitación terminó descargando un chorro de jugos de placer en la boca de Mauricio que casi se atraganta con el primer orgasmo de la muchacha.

Del otro lado, Samuel se masturbaba ligeramente con aquella escena. Solo restregaba su pene contra el coño impaciente de la silenciosa Jade que aguardaba mirando la misma escena. Como si todo estuviera ritualizado, Mauricio se puso de pie y con los jugos de la negrita chorreándole por las mejillas acercó sin ningún cuidado ya su erecta verga a la entrada del rosado coñito al tiempo que su amigo se disponía a hacer lo mismo en el de Jade. Carolina, agotada por aquel tan inesperado pero abrumador ataque de placer, ni siquiera puso obstáculo alguno cuando la verga del muchacho comenzaba a escarbar sin detenerse a través de su estrecho e inmaculado coño. Entró suave pero sin complicaciones y se dedicó a realizar movimientos suaves que masajeaban de placer el interior del vientre de la mulata.

Del otro lado la historia parecía tomar rumbos distintos; un gritito agudo escapo de la garganta de Jade a quien Samuel le había clavado su verga completa sin la menor de las delicadezas. La mantuvo varios segundos ahí, en la calidez de aquel húmedo coño, y poco a poco fue sacando su falo que estaba manchado por un hilo de sangre. A los pocos segundos se volvió a precipitar de lleno dentro de aquel coñito que provocaba gemidos de dolor en la chica. Así se mantuvo durante diez embestidas en las que Jade fue aprendiendo a tolerar el dolor y a desear el placer que aquellas salvajes embestidas provocaban en su interior.

La negrita, a diferencia, no había liberado ningún hilo de sangre; el muchacho que la penetraba dudó erróneamente de la virginidad de la chiquilla, quien había reventado su himen accidentalmente durante una competencia de atletismo. Idiotizado por la frustración, al pensar que no era él el primero en penetrarla, Mauricio aceleró salvajemente las embestidas contra la negrita que no pudo más que sumarse al dueto de gemidos junto su amiga Jade, cuyo coñito seguía siendo castigado sin justificación aparente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *