Esa mañana Jane comió algo de fruta y se marchó a dar un paseo sola. Tenía mucho en que pensar. Necesitaba hacer planes. Ahora ya se desplazaba con bastante facilidad por la bóveda forestal y Tarzán la dejó ir sabedor que ella podía arreglárselas.

Todo había empezado hacia tres semanas pero aquella mañana, después de su segunda falta estaba totalmente convencida, se había quedado embarazada. En el fondo se lo esperaba, había estado follando como una gata en celo durante semanas. Lo que le extrañaba es que hubiese tardado tanto en pasar.

No es que le disgustase el hecho de quedarse embarazada, de hecho cuando se dio cuenta se sintió tan feliz que sintió que el corazón no le cabía en el pecho. Le iba a dar un hijo al hombre que amaba.

Pero junto con la alegría también llegó el temor. Una de sus compañeras en la escuela era la hija de una comadrona y las historias que la chica le contaba eran escalofriantes. Naturalmente sabía que en la mayoría de los casos, los partos, aunque dolorosos, no entrañaban un grave peligro para la madre, pero aún así Jane era consciente de la necesidad de que su hijo viniese al mundo con ayuda de alguien experto en el tema.

El problema era como podía planteárselo a Tarzán. El salvaje sólo había visto parir a las monas y estas, por lo que ella había podido ver hasta el momento, no tenían demasiados problemas para dar a luz. No necesitaban ayuda y como mucho en cuatro o cinco horas tenían un monito precioso agarrado a su pecho…

Y esa era otra. Cuando su bebé naciese iba a estar totalmente desvalido un año o dos como mínimo. Realmente no tenía ni idea de cómo podría arreglárselas para que el niño sobreviviera en un lugar tan paradisíaco pero a la vez tan peligroso.

Siguió deambulando sin rumbo fijo durante cerca de una hora sumida en sus pensamientos hasta que unas risas femeninas llamaron su atención. Picada por la curiosidad y por ver otro ser humano después de tanto tiempo se dirigió hacia el lugar de donde provenía el alboroto.

A sus pies una pareja de jóvenes nativos se besaban y charlaban animadamente.

A pesar de que Jane no entendía nada, el lenguaje de la atracción y el sexo era universal y con deleite observó como el hombre fuerte y alto acorralaba a la joven menuda y bonita y le regalaba los oídos con dulces palabras mientras ella se hacía la remolona fingiendo querer escabullirse.

Jane se sintió identificada con la chica y las imágenes del sexo desenfrenado con Tarzán le asaltaron haciendo que un latigazo de excitación azotase sus ingles.

Finalmente la joven se rindió y dándole un largo beso al joven comenzó a acariciar su miembro por encima del taparrabos. El taparrabos comenzó a hincharse hasta alcanzar un tamaño respetable, pero cuando la mujer le quitó la prenda al guerrero, Jane se quedó patidifusa al ver aquel gigantesco miembro.

La joven en cambió no pareció amilanarse y agarró con seguridad aquella gigantesca porra de más de un palmo de longitud y gruesa como una pitón y se la metió en la boca.

Jane no pudo evitar acariciar sus pechos cuando la joven abrió su mandíbula hasta casi desencajarla para dejar entrar semejante miembro. El hombre resopló de placer y le metió la polla hasta el fondo de la boca.

Jane pudo ver horrorizada y excitada al mismo tiempo como la polla del hombre hacía relieve en la delicada garganta de la joven. Después de unos segundos la joven se separó jadeando y con los ojos llorosos comenzó a lamer y chupar la verga del hombre embadurnándola a conciencia con su saliva.

El hombre gemía y agarraba las finas trenzas de la joven empujando suavemente con su pelvis.

Con un ligero tirón obligó a la joven a incorporarse y le dio un largo beso mientras metía la mano entre sus piernas y comenzaba a acariciarle el sexo.

Jane metió a su vez la mano en el taparrabos y se acarició unos segundos antes de quedarse helada por la sorpresa. Al levantar la cabeza hacia el cielo acuciada por el placer vio con preocupación cómo no era la única espectadora. Por encima de ella, a unos treinta metros a su derecha, Blesa observaba a la pareja con curiosidad.

Jane se quedó helada sin saber qué hacer. Si intentaba avisar a los chicos quizás provocase el ataque de la pantera. Probablemente la fiera no se atreviese a atacar a los dos y se retirase aburrida después de un rato. De todas maneras decidió no quitarle el ojo de encima.

Mientras tanto el hombre había acorralado a la mujer contra un árbol besándola y chupando y mordisqueando sus pechos y sus pezones para seguidamente levantarle una pierna y penetrarla. Increíblemente, el hombre fue enterrando poco a poco su polla en el coño de la joven hasta que sólo sobresalieron sus huevos. La mujer suspiro satisfecha y sonrió comenzando a mover sus caderas. El joven no se hizo esperar y empezó a moverse, primero con suavidad, y luego al ver los jadeos y las muestras de placer de la joven con más rapidez y violencia. La joven no tardó en correrse con un grito que hizo huir a monos y pájaros de los alrededores mientras el guerrero seguía bombeando sin piedad.

Tras recuperarse ligeramente la joven apartó al hombre con suavidad lo suficiente para poder darse la vuelta. Durante unos segundos Jane se quedo extasiada viendo el espectáculo de aquella polla gigantesca y la joven desnuda con sus manos apoyadas contra el árbol y moviendo su cuerpo sudoroso y su culo grande y prieto para excitar a aquel hombre. El joven la penetró de nuevo con tal fuerza que los pies de la mujer dejaron de tocar el suelo por un momento. La joven gritó y comenzó a moverse al ritmo de los empeñones del hombre, dando pequeños saltitos para acomodarse a su ritmo.

Con las manos en su sexo y la vista nublada por el placer que sentía Jane apenas vio como el hombre le daba unos últimos y violentos empujones para luego sacar su polla y eyacular gruesos chorreones de semen sobre el cuerpo de la joven que temblaba de placer y excitación.

Cuando se recuperó del orgasmo Jane abrió los ojos y vio como Blesa tensaba su cuerpo y se relamía. Los jóvenes se estaban despidiendo.

Con horror pudo ver que el joven guerrero se iba y la mujer quedaba allí relajada haciendo dibujos con el semen que el hombre había depositado sobre su piel.

Blesa no esperó mucho y cuando estuvo segura de que el hombre no volvería, de dos saltos se plantó ante la joven que quedó inmediatamente paralizada por el miedo.

Movida por un instinto que desconocía, Jane se movió por el ramaje hasta encontrar un sitio adecuado y sin pensárselo pegó un salvaje alarido, agarró una liana y se dejó caer con los pies por delante impactando en el flanco de la pantera con la fuerza de un ariete. El cuerpo entero de Jane vibró y perdió la liana cayendo de espaldas con el choque, pero la pantera salió despedida y chocó contra un árbol a más de tres metros de distancia con un ominoso crujido. Blesa soltó un rugido de dolor y escapó rápidamente con un par de costillas rotas.

Jane se levantó con la espalda dolorida y esperando que no le hubiese ocurrido nada al bebé. La joven la miraba alucinada y después de decir unas palabras inteligibles escapó corriendo.

Jane iba a dejarla marchar pero luego lo pensó mejor y decidió seguirla para saber a dónde iba. La joven era ágil pero Jane había vuelto a subir a los árboles y la seguía sin dificultad. Tras unos minutos la joven se calmó y cambió la carrera por un trote más cómodo.

Cuando llegaron al riachuelo Jane lo reconoció al instante y ya no necesitó seguir por más tiempo a la joven, iba a la aldea de la que había partido meses atrás antes cuando intentaron secuestrarla.

-¡Querido amigo! -exclamó Lord Farquar abrazando a Avery. – No sabes lo que me alegra verte tan recuperado. Lamento haberte arrastrado de nuevo hasta aquí, tan cerca de recuerdos desagradables pero creo que la situación es crítica. Patrick ha desaparecido.

-¿Cómo que ha desaparecido? -preguntó Avery alargándole el equipaje al sirviente y subiéndose a la calesa que había traído Lord Farquar.

-Lamento que no puedas tomarte un merecido descanso tras este largo viaje pero el señor Hart me contó que hace tres días Patrick le abordó y le pregunto cuál era el mejor lugar para abastecerse para una expedición de caza. Al parecer antes de ayer salió sólo, acompañado de la hiena con destino desconocido. Varios negros lo vieron marchar en dirección sur camino de Ibanda.

-¡Ha salido en busca de Jane!

-Eso me temo. -replicó Lord Farquar -me he tomado la libertad de hacer los preparativos necesarios y partiremos mañana con el amanecer hacia Ibanda y luego a Rukungiri. Me temo que pueda perpetrar allí una carnicería si no encuentra lo que busca… sólo tú puedes detenerlo.

Patrick partió con lo imprescindible. Una manta, una mochila con agua, galletas, municiones y su rifle. Con la hiena abriendo camino comenzaban la jornada al atardecer y se desplazaban durante toda la noche. Los sentidos de Patrick eran ahora tan agudos que no necesitaba luz para desplazarse por la sabana y corría sin apenas cansarse durante horas. Antes del amanecer cazaba algún animal con ayuda de Damu, hacia una fogata y se daban un atracón antes de descansar todo el día con la tripa llena.

Tardaron diez días en llegar a Rukungiri. Durante el camino Patrick pensó en Jane. Aunque pareciese absurdo Subumba no la había encontrado en el reino de los muertos. Ella lo había achacado a que era blanca, pero la sospecha de que Jane seguía viva había ido creciendo en el corazón de Patrick y aunque después de poseer la salvaje sensualidad de la hechicera no estaba seguro de lo que sentía por Jane todo lo que le había ocurrido había sido por su causa y necesitaba terminar lo que había comenzado.

Recordaba a Jane como una joven cariñosa y sensual pero no emanaba poder por todos sus poros como Subumba. Cada vez que pensaba en la hechicera recordaba las salvajes sesiones de sexo, los desinhibidos gritos de placer de la joven y las perlas blancas de su semen adornando su cuerpo oscuro y satisfecho. Hasta ese momento no se había planteado lo que iba a hacer si encontraba a Jane con vida pero durante el viaje tuvo tiempo y llegó a la conclusión de que debía romper su compromiso, África se le había metido en la sangre.

Cuando llegó a la aldea una mezcla de temor y devoción rodearon a hombre y hiena. El viejo hechicero se les acercó. La diferencia entre la actitud servil de este y la majestad de Subumba le indicaron que no tenía nada que temer de él.

Ignorando los cánticos del viejo se dirigió a la choza del jefe y le indicó por señas que quería hablar con él. Con una orden y sin quitarle ojo a la afilada sonrisa de la hiena, el jefe hizo traer a un intérprete.

-¿Que desear?-preguntó el jefe temeroso.

-Información -dijo Patrick mientras se sentaba colocando despreocupadamente el rifle en su regazo. -supongo que recordaras quién era, y reconocerás quién soy ahora.

-Se quiñen eres, eres el diablo que viene a castigarnos por nuestros pecados pasados y presentes.

-Pues este diablo -dijo Patrick señalándose -destruirá esta aldea hasta los cimientos si no contestas a mis preguntas con total sinceridad.

-Haré lo que esté en mi mano. -dijo el jefe dando unas palmadas.

En pocos minutos un modesto montón de comida estaba servido en el suelo entre ambos. Las mujeres que lo habían servido se retiraron inmediatamente sin atreverse a mirar a los ojos de ninguno de los dos.

-¿Ha pasado algún hombre blanco por aquí desde que nos fuimos?

-No, ninguno Bwana.

-De acuerdo -dijo satisfecho con el tratamiento que le prodigaba el jefe.

-¿Habéis tenido noticias de la mujer desconocida?

-No pero hace poco tiempo una de nuestras mujeres salió a recolectar miel y volvió con una extraña historia sobre un espíritu del bosque que la había salvado del ataque de una fiera.

-¿Y?

-Dice que el espíritu se le apareció en forma de mujer con la piel blanca como la leche y el pelo del color del fuego.

-Traedme a la mujer, -dijo Patrick- deprisa.

Al poco llego un hombre arrastrando a una joven que evidentemente temblaba de miedo.

-Dime todo lo que sepas y no te pasará nada.

La joven habló durante unos minutos y atemorizada por la hiena fue totalmente sincera hablando de su cita a escondidas y todo lo que ocurrió después. Cuando terminó Patrick se quedó meditando unos segundos y luego cogiendo a la joven por el brazo la saco fuera de la choza.

-Me llevarás al lugar exacto donde ocurrió todo ¿Entendido? -dijo él recogiendo la mochila y saliendo del pueblo con la joven y la hiena.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *