Capítulo 8: Tierra prometida

El amanecer les sorprendió abrazados en la misma postura. Hércules se despertó un poco desorientado hasta que reconoció el cuerpo de Akanke descansando plácidamente entre sus brazos. Aprovechó para observar su precioso rostro expresando por fin serenidad y paz.

No pudo evitar acercar la mano y acariciar con suavidad aquellos pómulos tersos color ébano y los labios gruesos que tanto placer le habían dado la noche anterior. La joven suspiró y abrió los ojos grandes y negros. Al descubrirle observándola no pudo evitar apartarle la cara con la mano mientras sonreía.

—No hagas eso por favor.

—¿El qué? —preguntó Hércules.

—Mirarme así.

—¿Por qué? —insistió él divertido.

—No lo merezco. —dijo ella en tono compungido— He hecho cosas muy feas…

—No digas tonterías. Tú no eres culpable de lo que te ha pasado. Y lo que ha hecho, lo has hecho para sobrevivir.

—No sabes nada. —dijo Akanke a punto de llorar.

—Pues cuéntamelo. Cuéntame tu historia Akanke. Quiero saberlo todo de ti, lo bueno y lo malo. Quiero saberlo todo de la mujer que amo.—dijo Hércules acariciando la oscura melena de la joven.

—Está bien, —respondió ella con un escalofrío al escuchar las palabras de Hércules— pero prométeme que no intentarás hacer ninguna tontería. Te quiero y lo único que quiero de mi pasado es olvidarlo. Nada de venganzas ni ajustes de cuentas.

—Prometido. —replicó Hércules.

—No sé por dónde empezar…

—¿Qué te parece por el principio?

Nací en una pequeña aldea cerca de Onuebu, a orillas de uno de los brazos menores del delta del Níger. Pasé toda mi infancia sin alejarme más de diez kilómetros de la aldea así que cuando vinieron unos hombres bien vestidos de la capital, buscando jóvenes guapas para servicio doméstico en Europa, no me lo pensé y accedí de inmediato, antes incluso de que hablasen de la pequeña compensación económica que recibirían mis padres.

Así que en mi inocencia hice un pequeño hato con las cuatro cosas que me pertenecían y subí al todoterreno. Una vez en él, me llevaron a Lagos donde hice los trámites para conseguir un pasaporte que jamás llegué a ver. Aquellos hombres me llevaron a un piso donde había otra docena de mujeres esperando partir. La cara de incertidumbre que expresaban hizo que mi confianza se evaporara. Intenté idear una excusa y volver a mi casa, pero el hombre que se encargaba de nuestra “seguridad” se mostró inflexible y no me dejó salir. En ese momento descubrí que estábamos encerradas y cuando intenté protestar recibí un bofetón por toda respuesta.

Las mujeres siguieron llegando hasta que formamos un grupo de alrededor de veinte. Entonces llegó Sunday con su metro noventa, su sonrisa cruel y sus manos grandes y cargadas de anillos. Nos obligó a levantarnos y nos miró una a una evaluándonos. Tras desechar a una de nosotras, aun no sé el motivo, nos dijo que al día siguiente partiríamos en un pesquero rumbo a España y que el viaje no sería gratis. Que nos descontarían del sueldo el coste del viaje. Nunca nos llegaron a decir a cuánto ascendía nuestra deuda y la única mujer que se atrevió a preguntarlo recibió una paliza de muerte.

El viaje fue una pesadilla. Apiñadas en la pequeña bodega que apestaba a pescado podrido de un pesquero, balanceadas por las enormes olas del Atlántico. Pasamos mareadas y bañadas en nuestros propios vómitos la mayor parte del viaje, sin llegar a ver el sol en toda la travesía.

El pesquero nos desembarcó en una pequeña cala solitaria, mareadas, famélicas, medio muertas. Sunday nos estaba esperando, impecablemente vestido, como siempre y nos hizo subir a una furgoneta. Nos llevaron a un chalet solitario en medio de las montañas. Estábamos, solas, hambrientas y sucias en un país extranjero, sin conocer su idioma, sus hábitos ni sus costumbres, no nos podíamos sentir más vulnerables.

Cuando llegamos nos permitieron ducharnos y nos dieron ropa, un tenue hilo de esperanza creció en mí, pero cuando nos reunieron a todas en el salón del chalet todo se vino abajo. Los hombres llegaron y con sonrisas que no auguraban nada nuevo, cogieron a las mujeres y se las llevaron a distintas habitaciones.

Un tipo gordo y bajito se acercó a mí y me olfateó como una comadreja. Yo cerré los ojos temblando, esperando no sé muy bien qué. Se oyó un ruido y el hombre se retiró renegando. Cuando abrí los ojos Sunday estaba frente a mí con la sonrisa blanca y afilada de una pantera.

Me cogió por el brazo y tirando de mí me llevó a una habitación con una gran cama por toda decoración. No se anduvo por las ramas y en cuanto cerró la puerta me ordenó desnudarme. Yo me encogí, poniendo los brazos por delante en postura defensiva. Sunday se acercó a mí me miró y me dio un doloroso bofetón antes de repetir la orden.

Temblando de pies a cabeza y con la cara marcada por los anillos de Sunday me quité la ropa poco a poco. Llevado por la impaciencia el mismo terminó por quitarme la ropa interior de dos tirones dejándome totalmente desnuda. Con una sonrisa de lujuria me amasó los pechos y magreó mi cuerpo diciéndome que era muy bonita y que iba a ganar mucho dinero conmigo.

Yo ya estaba aterrada y el hombre ni siquiera había empezado. Con parsimonia se acercó y me besó. Yo traté de resistirme, pero él me obligó a abrir la boca y metió su lengua dentro de mí unos instantes. A continuación lamió mi cuello y mis pechos y mordió mis pezones hasta hacerme aullar de dolor.

Intenté escapar, pero él me cogió y me tiró sobre la cama y a continuación se tumbó sobre mí inmovilizándome con su peso. Impotente sentí como el hombre hurgaba entre mis piernas mientras se sacaba un miembro grande, grueso y duro como una piedra de sus pantalones.

Lo balanceó frente a mí disfrutando de mi terror. A continuación se escupió en él y sin más ceremonia me lo hincó dolorosamente hasta el fondo. Grite y me debatí mientras el hombre inmovilizaba mis muñecas y me penetraba con rudeza. Yo lloraba y suplicaba, y gritaba pidiendo auxilio, pero mis gritos se confundían con los de mis compañeras de infortunio.

Llegó un momento que el dolor se mitigó un poco y pasé a no sentir nada. Dejé de resistirme y gritar y dejé que aquel hombre hiciese con mi cuerpo lo que quisiese mientras apartaba la cara y las lágrimas corrían por mis mejillas.

Tras lo que me pareció una eternidad Sunday gimió roncamente y con dos brutales empujones se corrió dentro de mí. Aquella bestia se dejó caer sobre mi aplastándome y cubriendo mi cuerpo con su repugnante hedor. Cuando finalmente se levantó yo estaba agotada, dolorida y sucia. Solo deseaba dormir para no volver a despertar, pero a la mañana siguiente volví a despertar y Sunday volvía a estar ante mí desnudo preparado para continuar con lo que él llamaba mi adiestramiento.

Las violaciones y las palizas continuaron durante semanas hasta que todas nos convertimos en una especie de zombis que accedían a cumplir cualquier orden de nuestros captores.

Una noche nos subieron a dos furgonetas y nos llevaron a la ciudad. Allí nos soltaron en un polígono industrial con la orden de que debíamos recaudar al menos trescientos euros si queríamos comer al día siguiente.

A partir de aquel momento nuestra vida fue una monótona sucesión de noches de sexo sórdido en el interior de coches o contra contenedores de basura y días de sueño intranquilo acosadas por terribles pesadillas. Yo aun tenía la esperanza de que si lograba reunir el dinero ue les debía me dejarían libre así que, haciendo de tripas corazón, me apliqué lo mejor que pude. En poco tiempo me hice con una clientela fija y empecé a ganar más del doble que las otras chicas, así que Sunday me alejó de las calles y me metió en “Blanco y Negro” un club de carretera dónde supuestamente solo iba lo mejor.

Una noche, tres hombres me alquilaron para llevarme a una fiesta. En realidad no había tal fiesta y me follaron en el coche. Cuando les pedí el dinero me dieron una paliza tan fuerte que perdí el conocimiento. Lo siguiente que recuerdo son tus brazos llevando mi cuerpo vapuleado y aterido de frío a tu casa…

Las lágrimas corrían incontenibles por las mejillas de Akanke mientras terminaba el relato. Hércules que no había dejado de acariciarla durante su relato. La besó y recogió con sus labios aquellas lágrimas susurrándole palabras de consuelo. Embargado por una profunda emoción, Hércules se vio impelido a abrazar a la joven estrechamente hasta que dejó de llorar.

—Ahora estás conmigo. Nunca volverás a sentirte así, te lo prometo. Conmigo estás segura.

La joven sonrió y le besó en los labios, sin saber muy bien cómo, el beso se prolongó, se hizo más profundo y ansioso y Hércules terminó haciéndole el amor, con suavidad, haciéndola sentirse amada y protegida.

Pasaron toda la mañana haciendo el amor y decidieron pegarse una ducha e ir a comer algo por ahí.

Akanke se puso un vestido blanco, largo y ceñido que resaltaba su figura espectacular. Se había atado el pelo en una tirante cola de caballo y Hércules no pudo evitar darle un largo beso antes de salir por la puerta.

Comieron en un restaurante cercano y decidieron dar un paseo por el parque. No podía apartar las manos de la joven y Akanke agradecía silenciosamente cada contacto.

***

Ahora entendía la desaparición de aquella pequeña furcia. Llevado por una indefinible desazón Sunday había salido a dar una vuelta en el coche. Condujo sin rumbo, girando al azar en los cruces a izquierda y derecha, disfrutando de los cuatrocientos caballos de su BMW y justo cuando estaba a punto de volverse a casa, esperando en el semáforo, la vio pasar espectacularmente vestida del brazo de un tipo grande como un armario.

¿Qué posibilidades había de encontrarse a su puta preferida, por pura casualidad en una ciudad tan grande, en un barrio por el que normalmente no pasaba? Definitivamente los dioses estaban con él.

Sin hacer caso de la señal de prohibido aparcar dejó el coche en el primer hueco que encontró y siguió a los dos tortolitos. Observó como su zorra se dejaba acariciar el culo por su nuevo chulo haciendo que la rabia creciese en su interior. Se lo iba a hacer pagar.

El paseo duró unos minutos y les siguió mientras enviaba un mensaje a Tico y a Slim diciéndoles que dejasen lo que estaban haciendo y viniesen hasta el parque. Gracias al wasap parecía otro gilipollas obsesionado con el móvil mientras organizaba el seguimiento de la pareja sin ser vistos.

Con una sonrisa vio como el hombre entraba en un edificio de ladrillo cara vista. Slim, que se había mantenido en reserva hasta ese momento se acercó lo suficiente para poner el pie antes de que se cerrase la puerta de entrada.

El esbirro de Sunday dejó que la pareja entrase al ascensor y esperó para ver en que piso se paraba. Abrió la puerta a sus compañeros e indicó a su jefe el piso en el que se había parado. Sunday subió hasta el quinto piso y avanzó silenciosamente por el pasillo. Se agachó y pegó los oídos a las puertas de las tres viviendas que había en el piso.

Con una sonrisa escuchó susurros ahogados y gemidos apagados… Tenían que ser ellos. Podía entrar ahora, pero seguramente ese gilipollas les causaría problemas, mientras que si hablaba con la joven a solas y aprovechaba su sorpresa amenazándola con matar a aquel idiota y a toda su familia, probablemente se la llevarían sin armar jaleo.

Tras cerciorarse por última vez, se escurrió en silencio y salió del edificio donde sus esbirros le esperaban. Inmediatamente dio instrucciones para que vigilasen el piso y le avisasen en cuanto el tipo saliese solo de casa.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

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