Ah, las maduras, esas maravillosas criaturas. Me encantan, no lo puedo remediar. Esas mujeres expertas, sabedoras de su belleza y del morbo que producen, que saben maximizar sus virtudes, como sus voces, sus gestos y sus roces.

Pero hay un problema, nunca he catado a ninguna. Como ya he contado en otras ocasiones, mi experiencia es limitada, y mi lista de mujeres es más bien corta, aunque recientemente se haya unido mi vecina Lorena (pronto habrá más de ella). Y en esa lista no hay ninguna MILF.

No obstante, las cosas estaban a punto de cambiar, además con una de las mujeres que más me excitaban de todas cuanto conocía. El turno iba a ser para la hermana de mi madre, Lucía.

Comenzaré describiéndola, aunque no pueda representar todo lo que me produce con palabras. Es una mujer obviamente madura, creo que ronda los 60, pero nunca se lo he preguntado. No es muy alta, medirá 1,60 m, de piel blanca, cabello rubio, imagino que tintado, delgada y con unos pechos bastante grandes. Además, la dama tiene una posición económica elevada, lo que no hace sino aumentar el morbo (las pijitas, ya se sabe…), sabe vestir muy bien, insinuando sin enseñar y bastante apretadita siempre.

La relación de Lucía con mi familia y particularmente conmigo es bastante estrecha, nos conocemos mucho tiempo y hay cierta confianza; lo que unido a que ella me gusta y ella lo sabe, ocasiona no pocos roces, por su parte o por la mía, que distan de ser involuntarios. Nunca he sabido si ella se siente atraída por mí o solamente quiere demostrar su atractivo, pero claro queda que lo consigue.

Este verano, en su propiedad del campo, una espléndida casa adornada con todos los lujos y con una piscina semiolímpica desde la que se puede ver toda la montaña que parece el paraíso, los hechos se desencadenaron de una manera que no esperaba, que ella tampoco, pero que nos vinieron a ambos como anillo al dedo.

Yo estaba pasando el día allí, junto a mis padres y a tía Lucía. El marido de ésta estaba trabajando, por lo que no había podido venir.

El día había sido divertido, como siempre, con baño en la piscina y deleite con el cuerpo de Lucía incluido, cuando por la tarde se desató la tragedia. De repente, llamaron a mi padre, con la urgencia de que habían asaltado mi casa en un robo, llamada a la que mis padres acudieron raudos.

En este punto, no está de más explicar que el campo en el que estábamos estaba bastante lejos de cualquier núcleo urbano, y la carretera de acceso era oscura y bastante poco transitada, el típico sitio que de noche da miedo.

Mi tía no quería quedarse sola, ni tampoco volver a casa sola, así que yo, caballerosamente, me quedé con ella.

Así las cosas, estaba solo en el campo con mi tía, alejados por lo menos 25 km de cualquier otra persona. Este solo pensamiento ya hizo que mi bañador aumentara un poco de volumen en la zona de la bragueta.

Tranquilos, empezamos a cenar, acompañando la opípara cena con un buen vino, tinto y fuerte, del que nubla los sentidos; y al cabo de tres o cuatro copas, a mi tía se le empezó a soltar la lengua, preguntándome por las chicas, por mis relaciones y demás. Ahí es cuando vi mi oportunidad, e intenté aprovecharla. Como se suele decir, si cuela, cuela,  si no, me la pela:

– Bueno Lucía, la verdad es que estoy centrado en los estudios, y además las chicas no es que le interese mucho a las chicas.- empecé diciéndole.

– Vamos Antonio, no digas eso; un tiarrón como tú las llevará locas- decía Lucía, sentándose cerca de mi.

– Por favor, deja de decir esas tonterías, no soy ningún tiarrón, soy normalillo o peor- le contesté, empezando a sentirme un poco incómodo.

– Pues mira, será porque mi marido tiene 63 años y una buena barriga, pero a mí si me pareces un tiarrón- mi tía, un poco borracha, me pasó un dedo por el pecho, por encima de la camiseta.

En este punto, vi posibilidades reales de cumplir uno de mis sueños eróticos, beneficiarme a esa morbosa madura, y decidí atreverme un poco más:

– Bueno, la verdad es que las chicas de mi edad tampoco me atraen, son todas unas niñatas sin personalidad, ya no hay auténticas mujeres… como tú- me lo jugué todo a una carta, pasándole un dedo por la cara.

En este momento, para dejar clara la situación, estábamos sentados uno muy próximo al otro, mirándonos fijamente, mientras seguíamos bebiendo vino, ya íbamos por la segunda botella, y los sentidos estaban algo “tocados”.

– Ayy, qué tontos sois, queréis mujeres de verdad cuando sois niños y queréis niñas cuando sois hombres, de verdad, esto de los hombres es un suplicio- dijo Lucía entre la risa y la ironía- además, he visto chicas de tu edad pasando por la calle que parecen modelos, no sé quién preferiría a una vieja de tetas caídas como yo.

– No sé a qué te refieres con lo de “tetas caídas”- dije encendiéndome, viendo muy victoria muy cerca- yo solo veo un par de pechos perfectos y en su sitio- haciendo un alarde de valentía del que no me creía capaz, se los cogí suavemente, soltándolos al momento, rojo como un tomate y agachando la cabeza.

Este gesto sorprendió a mi tía, pero la excitó mucho más, y fue ella quién se atrevió a dar un paso más:

– Vaya, no sabía que te gustaran tanto. Si tan perfectos te parecen, ¿por qué no les echas un vistazo más de cerca?

Mientras decía esto, Lucía se soltó el lazo del vestido que llevaba, revelando sus magníficos senos que tanto ansiaba yo ver. Eran unas preciosa colinas redondas, si bien algo caídas, nada que hiciera disminuir su atractivo, con grandes pezones oscuros, ya duros por la excitación, rodeados por aureolas también oscuras y grandes.

El movimiento de Lucía me dejó sin habla e, irreflexivamente, agarré ese par de flotadores mientras lanzaba mi boca hacia la suya.

Empecé a besarla, y pronto advertí que su lengua respondía a la mía, y empezaba a juguetear dentro de nuestras bocas, de manera algo torpe, no sé si por el alcohol, por los nervios, por la falta de práctica o por una mezcla de todo.

En este punto, nos levantamos y nos fuimos al sofá, unidos por nuestras bocas, y con mis manos como una prolongación de sus enormes tetas.

No obstante, algo no iba bien. Lucía no correspondía mi pasión, y la propia pasión que revelaban antes sus palabras, y el hecho de desnudarse ante mí, y tenía claro lo que era: un sentimiento que podía evitar que alcanzara mi meta, y que me iba a costar mucho vencer: la culpabilidad que sentía.

Sabedor de esta circunstancia, decidí ralentizar las cosas y hablar con ella, antes de que su rechazo fuera más obvio.

– Lucía, ¿te pasa algo? Te noto algo fría – dije mientras acariciaba su pierna.

– Antonio, Antonio, no podemos hacer esto. Soy una mujer casada, muchos años ya, además eres parte de mi familia, y eres solo un niño- contestó ella, completamente abatida.

La respuesta me dejó más helado de lo que esperaba incluso, ya que la cantidad de sentimientos dando vueltas sobre la cabeza de Lucía era enorme. Sin embargo, no me rendí, sino que seguí intentando convencerla, con la palabra… y con mi mano derecha:

– Oh vamos Lucía, no hacemos nada malo, solamente queremos disfrutar un ratito esta noche, que de otra forma sería muy aburrida. Ni quiero quitarte a tu marido, ni creo ser un niño, soy un hombre que sabe lo que quiere, y lo que quiero eres tú- dije besándola dulcemente en los labios, mientras con mi mano continuaba mi asedio sobre sus muslos, acercándome mucho a su secreto.

Proseguí mis movimientos, ya que ella no oponía resistencia, incluso, instintivamente abría un poco más sus piernas. Así llegué hasta sus bragas, las cuales encontré completamente empapadas. Lucía me miraba, presa de una excitación culpable que no conseguía frenar, pidiéndome con la mirada que siguiera.

Aprovechando esta brecha en su negativa, y el silencio de Lucía, esperando que avanzara algo más, desplacé sus bragas a un lado, dejando al alcance de mis dedos su vulva, la cual estaba inundada pos sus flujos.

– Antonio… mmm… esto está…mmmmmal, por favor, para… – me decía en un último intento por evitar que la masturbara, aunque todo su cuerpo me pedía que siguiera.

Empecé a acariciar su clítoris, con mi dedo índice, mientras pasaba los otros por sus labios, abriéndolos un poco. Comencé a masajear su botón, con dulzura, mientras los gemidos empezaban a escapar furtivos de su boca.

– Te gusta, ¿verdad? Apuesto algo a que llevas mucho tiempo sin que nadie te haga esto- dije yo, degustando la victoria que mis hábiles dedos acababan de concederme, ya que había derrumbado todas sus defensas.

– ¿Tiempo? En mi vida… había sentido algo así… Nunca me habían hecho algo como esto…- me contestó Lucía, luchando contra los suspiros y los gemidos que salían, cada vez con mayor fuerza, por su boca.

– Vaya, pues esto es lo que puedes tener conmigo, y muchas cosas más que te puedo descubrir, Lucía –le dije mientras volvía a besarla.

En este caso, no solo no opuso resistencia, sino que atrajo mi cara hacia la suya y me devoró la boca con ansia, como un animal salvaje que es liberado tras mucho tiempo en una celda. Tras esto, se quitó a duras penas las bragas e, intentando que no dejara de tocarla, bajó mi bañador, dejando a la vista mi polla, que orgullosamente erguida esperaba a ser acariciada.

– No quiero que pares con esto nunca, Antonio, nunca – dijo mientras echaba mano de mi artefacto, para empezar a masturbarlo con intensidad, mientras seguíamos besándonos.

Al poco de seguir en esta posición, con potentes gemidos y unas intensas convulsiones, Lucía se corrió sobre mi mano, dejándola impregnada de su flujo. Mi reacción, en este momento, fue llevarme los dedos a la boca, y probar el sabor de mi tía.

– Vaya Lucía, sabes tan bien como esperaba- le dije socarronamente.

Ella, fuera de sí, me pidió que la penetrara, que necesitaba sentir mi pene dentro de ella, como hacía tiempo que no sentía uno. Yo, sobra decir que obedecí, acostándome en el sofá sobre ella, con embestidas que incrementaban su ritmo, mientras besaba sus labios y sus pezones, a la vez que ella solo era capaz de gemir.

– Hum, hum, hum, joooder Antonio, sigue por favor, no pares de hacer esto nunca- me decía mientras la penetraba, cada vez más fuerte.

El escuchar a mi madura tía, mientras sus tetas se movían, acompasadamente junto a su cuerpo arriba y abajo, escuchando sus gemidos y su mirada de placer, unido a lo apretado de su interior haciendo presión sobre mi pene iban a hacerme estallar de un momento a otro. No quería, porque quería aguantar lo máximo, satisfacer totalmente a ese mujerón que se había convertido en mi amante esa noche, pero iba a correrme como en mi vida, en menos de un minuto.

– Lucía, voy a, voy a… a correrme – le dije mientras le agarraba los pechos y le pellizcaba los pezones.

– Quiero que te corras cariño… quiero que te corras dentro de mí, y me lo des todo- me dijo Lucía, totalmente extasiada.

Con esas palabras, otorgándome permiso para bañar su interior con mi semilla blanca, aceleré mis embestidas, alcanzado el clímax, mientras percibía que mi compañera hacía lo mismo.

Las contracciones de su coño sobre mi polla a la vez que los chorros de semen salían hacia el interior de mi tía, me indicaban que ella se estaba corriendo a la vez que yo, lo que, por extraño que parezca, me alegró, como indicando que existía una conexión especial entre ella y yo.

Ella debió sentir algo parecido, ya que al terminar, me besó con una mezcla de pasión y cariño que me dejó atontado y, devolviéndole el beso, terminamos abrazados en el sofá.

Tras separarme de ella, después de volver a besar todos los centímetros de su cuerpo que estaban al alcance de mi lengua, Lucía metió un dedo en su interior y, tras sacarlo impregnado de mi leche, lo introdujo con deleite en su boca, diciendo:

– Vaya Antonio, sabes tan bien como esperaba.

Después, me dio un sonoro azote y nos decidimos a irnos.

De esta manera terminaba una noche de fantasía, sacada totalmente de un sueño, que aún hoy pienso que no ha ocurrido, salvo por un pequeño detalle. Ese pequeño detalle es que se ha convertido en mi amante habitual, y quedamos para dar rienda suelta a nuestra pasión cada vez que alguno lo necesita, descubriendo cosas nuevas (para ambos) y saboreándonos mutuamente, como el más delicioso de los postres. Por supuesto, todas estas nuevas experiencias forman parte de los siguientes capítulos.

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