Nunca en su vida Cat se había puesto a fumar antes de desayunar pero se despertó tan ansiosa que su primer movimiento al sonar el despertador fue acercar la mano al paquete de tabaco. Sólo después de dar dos intensas caladas se serenó lo suficiente para darse cuenta que el despertador seguía aullando. Lo apagó y se dirigió al baño para darse una ducha.
La determinación de los primeros días se había ido esfumando y las noches se llenaban  de pesadillas violentas y lujuriosas.
Al  final, el día que tanto ansiaba y temía había llegado. Desnuda delante del espejo notaba como todo su cuerpo hormigueaba y bullía de una excitación que ni siquiera la nicotina había conseguido calmar. Se acercó al armario y se miró al espejo que cubría uno de sus paneles.  Allí parada y desnuda ante el espejo se rindió y se preparó para un nuevo encuentro con Mario.
Con el cuerpo aun tibio por la ducha eligió un conjunto de ropa interior con medias a juego que había comprado carísimo y que aún no había estrenado. El día prometía ser tórrido así que se decantó por una minifalda negra que  llegaba justo por debajo  del elástico de las medias y una blusa de seda blanca y translúcida que se cerraba por detrás. Satisfecha se miró una vez más al espejo y tras maquillarse, hacerse un apretado moño con su pelo y ponerse una gabardina y los zapatos de tacón negros salió suspirando a la calle.
Cuando entró en el Alfa notó como le temblaban las manos al introducir la llave en el contacto. Se había entretenido demasiado preparándose, así que excitada por la prisa y por el inminente reencuentro, se deslizó entre el tráfico velozmente esquivando coches y camionetas de reparto, adelantando por la derecha e incluso saltándose un par de semáforos.
Aún así llego diez minutos tarde. Cuando pasó el control de la entrada ya había un funcionario esperándola.
-Hola Caterina, hoy llegas un poco tarde. –dijo el funcionario a modo de saludo.
-Hola Melecio, me dormí y el tráfico está fatal. ¿Está Mario esperando ya? –preguntó intentando que no le temblara la voz.
-Sí, pero antes tienes que pasar un momento por el despacho del alcaide, quiere verte por no sé qué asunto urgente.
-Dios –pensó Cat tragando saliva mientras seguía en silencio al guardia hasta el despacho del alcaide.
A medida que se acercaba la angustia le atenazaba y no podía imaginar otra razón para ir allí que no fuese su sesión de sexo ilícito. Intentó preparar un discurso de disculpa y un modo de despedirse de aquel trabajo con dignidad pero su mente era un revoltijo y lo único en lo que podía pensar era en que ya no podría volver a abrazar el cuerpo desnudo  de Mario.
Melecio abrió la puerta del despacho del alcaide sin ceremonias y le franqueó el paso.
-Hola Cat,  –dijo el alcaide saliendo de detrás del escritorio y dándole la mano. – adelante quítate la gabardina y siéntate por favor.
Cat se sentó pero no se atrevió a quitarse la gabardina enseñando su atrevida indumentaria y  dio una excusa imprecisa para dejarla puesta mientras se sentaba. Ante ella, con su impecable traje de raya diplomática y sus gafas redondas en la mano, el alcaide la miraba con algo más que curiosidad.
-Te preguntaras por qué estás aquí –comenzó el alcaide mientras echaba una fugaz mirada a Cat en el momento en que ésta cruzaba las piernas y estiraba su gabardina. –Bien, ¿Ves ese montón de expedientes en mi mesa? Son los candidatos que se han presentado para tu puesto.   Entre ellos hay muchos con mejor currículo y otros tantos con insistentes recomendaciones, hasta he recibido la llamada de un secretario de estado, pero te he elegido a ti.
-No entiendo…
-¡Oh! Es muy sencillo. –le interrumpió posando sus gordezuelas manos en los hombros de Cat.
-Eres una mujer muy hermosa –continuó el alcaide acariciando la mandíbula de Cat haciéndola recurrir a toda su fuerza de voluntad para no crispar todo su cuerpo ante el contacto. –y eso no abunda por aquí. Yo soy de la opinión de que en una población de setecientos reclusos salidos,  esto puede llegar a ser muy útil. Precisamente he estado pensando estos días en uno de tus pacientes ese tal Frías.
-Si Mario Frías, un tipo de cuidado. –intervino Cat intentando fingir desapego y profesionalidad. –pero si lo que quiere es saber algo de lo que hablamos en las sesiones, sabe de sobra que está amparado por el secreto profesional.
-Mmm, sí, eso  es un pequeño inconveniente, pero deje que le explique y luego podemos volver a lo del secreto profesional. Supongo que ya habrá leído su expediente,  así que no hace falta que le recuerde que ese hombre atracó un banco con extrema violencia. Lo que no conoce son las circunstancias de la detención. Ese hombre acompañado de dos cómplices, uno de ellos una mujer entraron en el Barclays y después de reducir a los guardias  se dirigieron directamente al despacho del director y le arrebataron la llave de la sala de las cajas de seguridad. Una vez allí ignorando un montón de dinero en efectivo abrieron solamente tres cajas y se llevaron todo su contenido. En tres minutos estaban fuera, se largaron en un RS3 robado y no le hubiésemos pillado si no se hubiese demorado a la hora de cambiar de coche. Según parece fueron al polígono industrial donde tenían escondido el segundo coche pero éste no arrancó, así que Mario optó por dejar a sus compinches en distintos puntos del barrio e ir a deshacerse del coche a otro lugar. Entonces fue cuando tuvo el accidente, nadie resultó herido pero tres personas le vieron la cara, con lo que sabiendo que tarde o temprano iba a ser identificado, abandonó  el coche y escondió el botín.
-Un día después fue detenido, se le sometió a un escrupuloso interrogatorio, se registró su apartamento y se interrogó a todos sus familiares y conocidos pero no se consiguió dar ni con sus cómplices ni con el botín.  Nadie sabe lo que había en las cajas de seguridad pero la aseguradora ofrece casi dos millones de recompensa por su contenido y ahí es dónde entras tú. Estaría dispuesto a ofrecerte, digamos, el treinta por ciento de esa recompensa por tu colaboración.
Fingiendo meditarlo, Cat se tomó su tiempo para contestar.  Cambió de postura descruzando las piernas para ganar un poco más de tiempo y tras lanzar una mirada valorativa al alcaide dijo:
-El cincuenta.
-Imposible, el plan es mío y estoy asumiendo muchos riesgos.
-No tanto como los que yo voy a tomar. Tú puedes acabar despedido pero yo voy a la cárcel de cabeza, además el setenta por ciento de cero es cero, bastante menos que el cincuenta por ciento de dos millones.
-Está bien –replicó el alcaide mortificado –pero quiero resultados rápido. Haz lo que haga falta, si necesitas algo…
-De momento no necesito nada –dijo Cat evasivamente
– ¿En qué piensas?
-En que esto va a llevar su tiempo. Ese hombre es astuto, obstinado y extremadamente violento. Debemos hacerlo con cautela. Si se huele algo incluso podría correr peligro. Si se me ocurre algo ya te llamaré.
-Muy bien pero el tiempo no nos sobra,  no lo desperdicies. –dijo el hombre intentando ocultar sin éxito el brillo de avaricia de sus ojos tras los redondos cristales de sus gafas. –Hay mucha gente detrás de esa recompensa.
Cuando Cat entró en su despacho, Mario ya estaba cómodamente repantigado en el tresillo con los ojos cerrados pero indudablemente alerta. Sin hacer caso de su taconeo el hombre siguió tumbado con sus manos encadenadas reposando en su regazo.
-¿Estás cómodo? –preguntó Cat mientras se sentaba al otro lado del escritorio.
-Llegas tarde –respondió Mario lacónico.
-Tuve una reunión con el alcaide. –dijo Cat ligeramente irritada por la actitud del hombre.
-Ajá, -dijo Mario incorporándose. –Me imagino de que habrás hablado con ese viejo verde.  ¿Te gusta la sensación de  esas manos gordezuelas sobre tu cuerpo? Por lo que me han dicho tiene especial fijación por los pezones y tú los tienes muy bonitos…
Cat no respondió ante la provocación y cogió el expediente de Mario que por lo visto no paraba de crecer. En él se incluía un nuevo y detallado informe sobre la pelea en el patio hacía dos días.
-Tú también has estado entretenido por lo que veo –dijo Cat  hojeando el informe para aparentar una calma que no sentía.
-¿De veras quieres hablar de eso? –replicó Mario levantándose y acercándose a Cat. –Si quieres podemos matar el tiempo que tenemos hablando sobre mi infancia. Sobre cómo me violaba mi abuelito y como eso llevo a un niño inocente a convertirse en un delincuente sin escrúpulos o…
Sin terminar la frase agarró a Cat por la gabardina y levantándola la beso con intensidad.  Cat intento separarse para respirar pero Mario tenía aprisionada su cabeza entre sus manos. Notó como Mario le quitaba las horquillas que mantenían su moño sin dejar de explorar su boca provocando una avalancha de pelo rubio por su espalda.
Cat se separó y se quitó la gabardina tirándola sobre la silla, Mario se quedó parado  admirándola y haciendo sonar las cadenas de sus esposas.
El tiempo inactivo no había mermado sus capacidades y en cuestión de medio minuto las horquillas de Cat le sirvieron para abrir las esposas.  Sin darle tiempo a que  la joven se apercibiera, Mario se acercó y la besó de nuevo, todavía con las esposas puestas pero no cerradas. Con un movimiento rápido se sacó las esposas y tirando de las muñecas de Cat la esposo con las manos  a la espalda.
-¿Qué haces? –Preguntó Cat de nuevo sorprendida por aquel hombre. –¡Quítame esto ahora mismo!
-Tranquila sólo te estoy proporcionando una valiosa experiencia. –Dijo Mario con una mueca de diversión –Quiero que experimentes lo que se siente ante la privación de libertad.
Cat intentó decir algo pero Mario le tapó la boca:
-Uno de las primeras consecuencias es que no siempre puedes decir lo que deseas.
-Tampoco puedes defenderte –continuó Mario agarrando a Cat por el pelo y obligándola a arrodillarse.
Humillada Cat permaneció arrodillada en silencio mientras observaba como Mario se desnudaba. Un gran cardenal adornaba el centro de su pecho  recordándole la violencia de que era capaz aquel hombre. Sin saber por qué le vino a la memoria un artículo de un viejo libro de la biblioteca de la facultad en la que se asociaba la asimetría de los rostros con la brutalidad de los asesinos.
-En la vida pocas veces tienes lo que quieres, en la cárcel conseguir una sola cosa es la excepción que confirma la regla. Hasta la más pequeña minucia que en una vida normal no apreciarías aquí se convierte en un privilegio. –dijo Mario mientras terminaba de quitarse toda la ropa.
Cat vio cómo su pene casi totalmente erecto se balanceaba mientras Mario se acercaba a ella. Arrodillada y con las manos a la espalda no pudo evitar que Mario le agarrase de nuevo del pelo y le metiese la polla en la boca sin contemplaciones. Sin sus manos para controlar la profundidad de su penetración. Notó como la polla de Mario se alojaba en el fondo de su garganta y crecía de tamaño hasta sofocarla.
-Lo primero que notas cuando te privan de la libertad es lo poco que la valoras cuando disfrutas de ella, y cuando te la quitan es como si te faltase el aire. ¿No crees? –dijo Mario mientras retiraba un poco su pene para permitirla respirar.
Cat, medio ahogada tosió y escupió sin decir nada, únicamente concentrada en respirar. A pesar de todo el maltrato y lo incómodo de su situación, todo su cuerpo hervía de deseo por aquel hombre. Aún jadeante acerco su cara al miembro cárdeno y palpitante de Mario y lo acarició suavemente con la lengua recorriendo y chupando lentamente toda su longitud hasta llegar al escroto.
Mario se dejó hacer cerrando los ojos para concentrarse en el placer profundo y primario que le proporcionaba Cat al chupar sus testículos. Poco a poco volvió a la realidad y cogiendo su pelo lo utilizó para obligarla a ponerse de pie.
El dolor de su cuero cabelludo al levantarse utilizando el pelo como único puto de apoyo le hizo soltar a Cat un gritito ahogado. Una vez en pie Mario empujo su cuerpo indefenso hasta topar con el escritorio.
-Otra cosa que experimentas casi desde el primer momento es que la fuerza es la que gobierna todo tu mundo.
Cat indefensa como estaba con la mano de él pegándole el rostro contra la brillante superficie del escritorio no hubiese podido evitar que Mario hiciese lo que le viniese en gana aunque hubiese querido. Inmovilizada y con el culo al aire  no pudo evitar que Mario le separase las piernas con varios cachetes en la sensible piel del interior de sus muslos y acariciase rudamente e exterior de su sexo estremeciéndola de placer. Cat  agito el culo  y gimió excitada intentando incitar a Mario a follarla.
Ignorándola pero sin soltarla, Mario le acaricio la vulva y el ano sin poder apartar la mirada de sus piernas torneadas enfundadas en las finas medias, y  con los muslos rojos por sus azotes. Incapaz de resistirse pellizcó y mordió su culo con fuerza arrancándole gritos de dolor y excitación.
Cuando Mario la penetró finalmente, todo su cuerpo se estremeció. Su polla dura y caliente resbalaba en su interior excitando todas sus terminaciones nerviosas y provocándole una avalancha de sensaciones que apenas podía abarcar.  No se movía, no pensaba, sólo se dejaba llevar  y gemía al ritmo de las embestidas de Mario incapaz de contener su placer.
Mientras Cat se abandonaba al placer Mario tiro de su pelo  y con un empujón calculado, la estrello contra la pared. Con satisfacción vio como Cat trastabillando e incapaz de parar su caída impacto contra la pared con el pecho perdiendo el aliento.
-Otra cosa que crispa los nervios a una persona cautiva son los registros. –dijo Mario mientras aprovechaba la sorpresa de Cat para arrancarle los botones de la blusa y desabrocharle el sujetador.– Suelen ser sorpresivos y violentos. No sólo tienen el objetivo de detectar objetos o substancias ilícitas también son un eficaz medio de coerción y humillación.
Las manos de Mario la abrazaban por dentro de la blusa amasando sus pechos, acariciando y pellizcando sus pezones. En ese momento Mario  cogió su polla y con un empujón seco  la introdujo en el culo de Cat.
Cat grito de dolor e intentó apartarse pero Mario la aprisiono con su cuerpo contra la pared inmovilizándola con lo que Cat sólo podía hacer leves intentos con las manos que tenía inmovilizadas a su espalda.
Cat, con todos los músculos contraídos por el dolor intento relajarse y respirar con normalidad para mitigarlo. Poco a poco su ano fue adaptándose al miembro de Mario y el dolor se hizo soportable. Antes de empezar a moverse en su interior Mario comenzó a acariciar su sexo con habilidad inflamándola. Sin darse cuenta fue ella la que empezó a moverse acompañando las caricias de Mario. Pronto comenzó a sentir un contraste delicioso. Por detrás el dolor que le producía el pene de Mario abriéndose paso por sus entrañas, por delante sus manos acariciándola, encendiéndola y excitándola, por detrás el calor y la suavidad firme del cuerpo de Mario, por delante   la dureza fría y húmeda de la pared de la oficina.
Esta vez con más delicadeza Mario comenzó a empujar dentro de Cat. Su culo virgen rodeaba y apretaba su miembro con fuerza haciéndole gemir. Cogiéndole de los brazos la separo de la pared y siguió penetrándola cada vez con más fuerza. Cat  emitía leves quejidos y contraía los músculos de  las piernas intentando instintivamente mantener el  equilibrio. Sin dejar de penetrarla finalmente le quito las esposas.
Cat se separó  de  él inmediatamente y sin dejar de frotarse las muñecas maltratadas se volvió  y le escupió. Le escocia el culo pero ya no podía parar. Le quería otra vez en su interior pero se tomó su tiempo.
-¿A qué adivino que es lo peor? –dijo ella dándole la espalda y quitándose la falda y las bragas. –Lo peor es la espera, cuanto menos tiempo queda más lento se arrastra el tiempo y más locuras se te pasan por la cabeza. Ahora te quedan más de diez años y no lo piensas –dijo acercándose a él de nuevo y acariciando y observando a su antojo el cuerpo desnudo de Mario.
Haciéndole una seña con la mano para que se sentase se sacó el sujetador quedándose desnuda delante de él salvo por la tenue blusa y empezó a masturbarse. Se acercó a Mario y dándole la espalda se inclinó para que  pudiese ver su sexo dolorosamente excitado justo antes de que volviese a meter el pene en su culo. El dolor había quedado ya muy atrás y Cat subía y bajaba con fuerza sintiendo oleadas de placer cada vez más intenso.
Finalmente Cat se corrió pero Mario, incansable, siguió acariciándole su sexo abierto hasta que Cat con un segundo orgasmo noto como su coño se inundaba  y expulsaba un chorro de líquido al exterior.
Cat se levantó, sus pierna brillaban  y su blusa se pegaba a sus pechos como en un concurso de camisetas mojadas. Adivinando sus deseos, Cat le acerco los pechos  y le dejo chupar los pezones. Después del segundo orgasmo había quedado satisfecha y sólo quería que el disfrutase. Se agachó y sin dejar de mirarle con esos ojos profundos y avellanados metió su polla bajo la blusa y la introdujo entre sus pechos tibios y suaves. Ayudándose con sus manos los apretó contra la polla  de Mario dejando que el la deslizase entre ellos hasta que Mario empezó a dar señales de que no iba  aguantar mucho más.
Cat volvió a coger la polla de Mario   y se la metió en la boca chupándola y lamiéndola con suavidad mientras Mario eyaculaba  con todo su cuerpo crispado por el placer…
-¿De qué hablaste con el alcaide? –pregunto Mario mientras se abrazaban y descansaban desnudos en el tresillo.
-Oh, nada, tiene la estúpida idea de que te puedo sacar información a base de polvos. Peor para él. Así podre pedir una supervisión más frecuente de un  caso tan límite como el tuyo.
-Mmm –intento disimular Mario sin terminar de creer en su buena suerte.
-¿Qué pasa? ¿No te gusta la idea? –Preguntó Cat incorporándose y mirándole a los ojos.
-No, es que se me acaba de ocurrir que si me ingresases en una institución psiquiátrica podrías someterme a una observación constante y el alcaide no podría interrumpir nuestra relación a su capricho.
-No te soltará tan fácilmente. Cree que eres la gallina de los huevos de oro.
-Puedes sugerirle que me puedes sacar la vedad más rápidamente con las drogas.
-¡Joder como no se me había ocurrido! Mañana mismo le llamo. Estoy segura de que esa garrapata avariciosa aceptara sin pensarlo dos veces. Pero hay un inconveniente, para hacerlo hay que pasar por un tribunal médico en el que no puedo influir. Tendré que prepararte para que lo pases.
-¿Y dónde es?
-Suelen hacerse todos en el Hospital de la Piedad, a unos quince quilómetros de aquí. Está relativamente cerca y tienen un buen servicio de psiquiatría siempre dispuesto a colaborar.
Cuando finalmente se separaron la satisfacción de Cat era enorme pero la de Mario no podía medirse. Estaba a dos pasos de la libertad. Sólo un detalle  ensombrecía su exultante alegría, la imagen del cuerpo frio y muerto de Cat…
 
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