El incesto.
  ¿Qué puedo decir? Estoy alucinado con el cacharro que ha crecido entre mis piernas, en unos pocos días. Nada tiene lógica alguna. Casi parece una m
anguera desde mi perspectiva. Grueso y morcillón, con el prepucio retirado sin necesidad de circuncisión, como si a esa tremenda polla le faltara piel para cubrirla por completo. Incluso en reposo, se notan algunas venas azulonas recorriendo el tronco. De verdad, es una pasada, y, lo bueno, es que ha dejado de dolerme o de picarme.
  Me devané los sesos los primeros días, tratando de hallar una explicación, o quizás una solución. No estoy muy seguro de que sea una bendición precisamente. Si me asusta a mí, ¿qué pensará cualquier mujer cuando la vea? No quiero ser un monstruo de feria. He buscado en la red información fidedigna sobre otros casos parecidos, pero, la verdad, solo he encontrado paparruchas. Rumores, un par de “records guinness”, y algunos actores porno, famosos por sus dimensiones, como Nacho Vidal, o el mítico John Holmes, con un tamaño parecido al mío. Sin embargo, aún existen dimensiones más extremas, como la de Frank Sinatra, con47 cm., o Liam Neeson, con41 cm.
  ¿En qué la metían esos dos? ¡Porque en un coño no cabía!
Bueno, por lo menos, me da ánimos. Los hay peores, suponiendo que haya dejado de crecer. Como también es lógico, he empezado a experimentar con ella. No os imagináis la cantidad de problemas que da un tamaño extra grande; no solo eso, sino que mi pene no baja de 18 o20 centímetrosen estado de reposo, conservando casi su mismo grosor que si estuviera erecto. Es como tener un pedazo de tubería en los pantalones.
  Lo primero, la ropa interior. Gracias a que uso amplios boxers últimamente, dada mi corpulencia, pero he tirado todos los slips que tenía en reserva, así como algunos de esos calzoncillos ceñidos, y he tenido que renovar mi provisión de gayumbos. Al mismo tiempo, he vuelto a aprender a colocarla en los pantalones, como un niño. No me es posible llevarla a un lado, como antes, porque se me sale del boxer, o se marca demasiado en el pantalón, por muy ancho que sea. Así que he lidiado con ella hasta encontrar una nueva posición cómoda: por la pernera abajo. Era lo más lógico, porque eso de que pasara “por el arco de triunfo” para recolocarla entre mis nalgas, como que no. Me da algo de cosa sentirla cerca de mi culito.
  Sin embargo, la posición de la pernera no es nada cómoda para sacarla a la bulla. Cuesta bastante trabajo sacarla por la bragueta. Así que tengo que orinar con los pantalones bajados hasta las rodillas. No pasa nada si lo haces en casa, a solas, pero en unos urinarios públicos canta un montón. Por eso, lo hago como las chicas, sentado, siempre y cuando, la manguera este floja, esa es otra. Ya he probado a doblarla al despertarme bien trempado. No hay forma. No puedo bajarle la cabeza. De hecho, al levantarme, tengo que orinar en la bañera, salpicando los azulejos de la pared, y pasar después el teléfono de la ducha para enjuagar.
  Otro inconveniente podría ser la talla de los pantalones, aunque, en mi caso, al usar pantalones amplios, no es preciso. Poco a poco, he ido descubriendo los distintos peligros para mi nuevo aparato. Debo acordarme de recolocarla cuando me subo al tractor. Las palancas de un tractor son peligrosas, os lo digo yo… También coger pesos es conflictivo. Antes tomaba, sin pensarlo, garrafas de25 litrosy las movía ayudándole del impulso de un muslo. Después de pillármela un par de veces, he aprendido a meditarlo antes. Aguantar un saco de abono de 50 kilos sobre las piernas, puede resultar un poco agobiante si te has pillado el capullo, creedme.
  Menos mal que no monto a caballo. Podría seguir con los distintos casos a los que me enfrento cotidianamente, pero no quiero aburrir a nadie. Solo decir que, a medida que experimento, encuentro soluciones que me van cambiando mi manera de vivir hasta el momento.
Una polla así, te cambia la vida. Nunca mejor dicho.
  Pero, lo peor, es que parece tener gustos propios. Si, no estoy loco. Actúa según unos nuevos impulsos que yo no he experimentado jamás. Por ejemplo, reacciona cuando una chica se acerca demasiado a mí, sin importarle el aspecto físico, ni su estado civil, ni su edad. Coño, hasta con mi madre lo hace. Debo tener cuidado de no acercarme demasiado a cualquier mujer porque puede dispararse sola. También reacciona a según que olores, que anteriormente no significaban nada para mí, como el aroma del café fuerte, o el de las uvas fermentadas, por ejemplo.
  Me da miedo pensar qué pasará con otras cosas mucho más degeneradas, pero, por el momento, esto ya es suficiente.
  Bueno, me falta hablaros de lo más importante, quizás. Seguro que todos lo habéis pensado ya, ¿verdad?
  ¿Cómo funcionará bajo mi mano?
La primera paja de prueba me la hice la misma noche en que el dolor desapareció. Llevaba todo el día con el órgano aprisionado y cuando lo solté, sin sentir dolor, ni ese maldito ardor, fue una liberación. Estaba en el desván, solo y desnudo sobre la cama. Me había pasado todo el día dándole vueltas al asunto. Estaba ansioso por explorar y comprobar. Creo que es natural, ¿no?
  Le dí cuarenta vueltas. La sopesé, la empuñé, la tironeé, la pellizqué, y no se cuantas “é” más. Es una pasada, os juro que tiene una textura diferente al resto de mi cuerpo. Su piel es más suave y tersa, pero, a la misma vez, más dura que en otros lugares de mi cuerpo. Puedo asegurar que la he golpeado contra superficies duras, y suena como una fuerte palmada, pero no me duele, más bien lo contrario.
  No, que va, no soy masoca, es que es así. ¿A qué es raro?
El caso es que, con la manipulación, se me puso enseguida extrema y dura, jeje. Parecía el mástil de la bandera, joder. Yo estaba sentado en la cama, espatarrado, con aquella cosa surgiendo entre mis piernas dobladas, y con mis dos manos aferradas. Tenía que darle caña; era más fuerte que yo. Así que me levanté, me metí en la bañera, de pie, y tomé el bote de gel de la ducha. Me eché un buen chorro en una mano y repasé la polla, de cabo a rabo. Respondía muy bien. Mis manos resbalaban perfectamente con el jabón. Subían hasta estrujar delicadamente el glande, para bajar, al unísono, friccionando todo el talle. Sobaba los gruesos testículos, bien cargados de semen. Descubrí que el glande era mucho más sensible que antes, no sé a qué es debido. También lo es mi escroto y la base del miembro, donde da paso a los huevos. El caso es que no hizo falta mucho para que me corriera, descargando un largo y potente chorreón de semen, como jamás he visto. Pero mi polla no se bajó, nada de eso. Aún no estaba satisfecha, quería más. Me tuve que hacer otras dos pajas seguidas para que bajara la cabeza, vencida.
  ¡Dios, casi me salen agujetas en los brazos!
Debo tener cuidado para no excitarme demasiado porque, entonces, hay que satisfacerla, y no se rinde. No sé, creo que me estoy convirtiendo en un obseso sexual, lo cual no es nada bueno con mi aspecto. ¡A ver donde pillo cacho si me pongo burro! Ya he dicho que esto es una maldición…
  Han pasado unos cuantos días. Hago todo lo que puedo para acostumbrarme a la situación. Tengo cuidado al pasar al lado de mi madre y que nadie se de cuenta de nada. De repente, Pamela entra por la puerta, soltando la maleta y abrazando a padre por sorpresa. Viene de Madrid y no la esperábamos. Está guapísima, con un fino suéter negro y una falda a medio muslo, amarillo pistacho.
  Me besa en la coronilla, por la espalda, porque me pilla sentado a la mesa. Siento un suave tirón en la ingle. Dios, ella también. Saluda a Saúl con un beso en la mejilla y un golpe en el brazo, y, finalmente, se echa en los brazos de madre.
―           ¿Qué haces aquí? – le pregunta madre.
―           Hay una protesta de sindicatos, o no se que historia. No tengo que trabajar hasta el lunes, así que me he venido, que os echaba mucho de menos – sonríe Pamela, atrapando en brazos al inquieto Gaby.
―           Bien. Deja tu maleta en tu cuarto y lávate las manos.
―           Te llevo la maleta, Pam – le digo, levantándome.
―           Gracias, Sergi – me lanza un beso, tomando el pasillo.
  Dejo la maleta sobre su cama. Su habitación es un barullo de figuritas, peluches, pósteres clavados, y cojines de colores. Hacía ya mucho tiempo que no entraba allí. La escucho cerrar el grifo del lavabo cercano.
―           Deberías cortarte el pelo. Lo tienes muy largo – me dice al entrar.
―           ¿Me lo cortarás mañana?
―           Claro que sí, hermanito – me echa los brazos al cuello para que le de una vuelta en el aire.
  Es liviana como una muñeca en mis brazos. Tengo un flash sobre el sueño de la otra noche. Joder. Un nuevo tirón en los bajos. Quieta, ahora no. No me puedo quitar de la cabeza sus ojos mirándome mientras me la chupaba. Esos ojos marrones y verdes.
―           Vamos a comer – digo para salir del apuro.
―           Oye, hermanito, ¿qué le has dado a Maby?
―           ¿Yo? ¿Por qué? – me giro de nuevo hacia ella.
―           Me ha dicho que estuvisteis hablando, cuando estuvo aquí.
―           Si, en el bosquecillo. Estaba talando y se acercó.
―           Pues me ha comentado que le caíste muy bien y me ha hecho un montón de preguntas sobre ti – me sopla muy tenue, a la par que me golpea el hombro.
―           ¿Y eso por qué? – hay que ser tonto para preguntar eso, pero no es que tenga mucha experiencia.
―           Bueno, puedes preguntárselo tú mismo. Llega mañana. Estará aquí hasta que nos vayamos las dos para Madrid.
¡Joder! La cosa se complica. Yo no tengo nada controlada la pieza de artillería…
  Durante el almuerzo, miro disimuladamente a mi hermana, y me doy cuenta de que ella hace lo mismo. Sonríe como si supiera algo que yo no sé, y eso me mosquea. Al terminar, madre y ella se ponen a fregar los platos y a charlar de chismes de modelos. Aprovecho para quitarme de en medio. Tengo ganas de pasear y reflexionar. Tomo el sendero que sube las lomas de los bosquecillos plantados hasta donde están dos de las cinco colmenas que tenemos.
  Sopeso lo que puede ocurrir. Sé que puedo controlarme con mi madre y mi hermana. Pero con Maby no estoy seguro, y más si manifiesta interés por mí. Ya he asumido que ese príapo tiene algo que ver con Rasputín. Aún no comprendo cómo, pero es muy parecido al suyo, al que estaba metido en formol. No sé si es una reencarnación, una posesión, una evocación, o un puto milagro… pero sé que no es natural y que no tengo ni idea de cómo manejarlo.
  ¿Me obligará a hacer cosas que no yo no quiero? No sé, como violar a Maby, o correr detrás de las viejas… Brrrr, que escalofrío me ha dado. Corona la loma. Desde allí puedo ver la autovía a lo lejos. Más cerca, se encuentra la laguna Abel, con el destartalado edificio de la vieja comuna en una de sus orillas. ¿Cuántos chiflados quedarán aún ahí? Padre dice que ha visto pocos.
  Nuestras tierras lindan, por el norte, con una comuna de nuevos hippies chiflados. La comuna está desde antes de nacer Saúl. Sus terrenos contienen la laguna que el viejo Abel creó para criar patos y otros bichos. Los hippies cercaron todo y plantaron altos setos que no permiten distinguir nada, ya que ellos van gran parte del año, desnudos por ahí. Disponen de huerto y animales de granja, e incluso disponen de un pequeño molino. Cuecen su propio pan y pisan su propio vino. Son casi independientes, pero quedan muy pocos.
  Según padre, se han ido marchando al hacerse mayores. Sus hijos crecieron y necesitaban nuevos horizontes. En un principio, los niños de la comuna no acudían al colegio y eran educados por todos, pero, al crecer, unos elegían ir a la universidad, y otros buscaban trabajos o aprendizajes que no estaban en la zona. Así que la comuna empezó a declinar.
  Cuando más niño, entré un par de veces a bañarme en la laguna. Saúl me enseñó por donde colarme. Nunca me pillaron, pero espiar su desnudez no me pareció correcto, así que no volví más. Ha cambiado el aire. Miro el cielo. Grandes nubes oscuras se acercan por aquella parte, amenazando lluvia. Decido regresar.
La tarde se ha convertido en diluvio. Casi parece que es noche cuando aún no han dado las cinco. Contempló la lluvia desde una de las ventanas del desván. Me gusta la lluvia. Lava la tierra, alimenta el suelo, borra las heridas, y nada la puede detener. Resuena en mi lector Highter Place, de Journey.
  Me gusta el rock, se adecua bien a mi estado de ánimo.
Unos tímidos golpes a la puerta del desván. Es Pamela.
―           ¿Puedo? – pregunta, asomando solo que la cabeza rojiza.
―           Claro, tonta.
  Se sienta detrás de mí, en un viejo sofá reventado por mi peso.
―           ¿Te aburres? – me pregunta.
―           Me gusta ver la lluvia. Me hace divagar.
―           ¿Sobre qué?
―           A veces no tengo ni idea.
Se ríe de una forma franca y sincera.
―           A veces creo que eres un místico – susurra.
―           ¿Un qué?
―           Un brujo, un erudito de filosofías prohibidas y arcanas.
―           ¡No jodas!
―           Es cierto. Te miro y no aparentas tu edad. No te veo como a un crío.
―           No soy un crío. Tengo diecisiete años.
―           Lo sé – suspira ella. – Eres todo un hombre. Siempre lo fuiste para mí, desde que empezaste a crecer hasta dejar atrás a Saúl. Eres quien mantiene unida esta granja, Sergio…
  Dejo la ventana y me siento a su lado. El sofá protesta. La miro a los ojos.
―           ¿A qué te refieres, Pamela?
―           Trabajas por dos o tres jornaleros. Haces de todo en la granja, desde talar, cosechar, cuidar de los animales, y hasta recolectar la miel. Sin ti, papá no podría mantener esto.
―           Bueno, tengo que ayudar, ¿no? Ellos nos han criado.
―           Pero, no te quejas nunca – se abraza a mi brazo derecho y recuesta la mejilla. Su mano sube y me acaricia la mejilla y ensortija un mechón de mi pelo. – Dejaste la escuela para trabajar más. Ni siquiera tienes amigos…
―           Pam… — juro que trato de advertirla.
―           Eres tan retraído, tan misterioso… Veo más allá de este masivo cuerpo tuyo. Sé como eres en tu interior – sus ojos me hechizaban mientras que sus dedos no cesaban de mesarme el pelo. – Eres un espíritu puro, Sergio. De los que ya no quedan en el mundo…
 Me pongo en pie con un suspiro.
―           ¿A qué viene esta llantera? – pregunto, burlón, mirándola desde arriba.
Ella baja los ojos y se encoge de hombros. Recoge las piernas bajo sus nalgas y estira la corta falda amarillo pistacho. De repente, sucede. Es como si sintiera sus emociones, como si me traspasasen lentamente cada uno de sus sentimientos, compartiéndolos conmigo. Tristeza, decepción, un poco de ira, celos, envidia… Pamela está mal y no tiene a nadie con quien desahogarse. Ha venido a mí por eso, porque piensa que soy el más sensible de toda su familia. ¿Sensible? Tengo que girarme de nuevo hacia la ventana y contemplar el agua del cielo para impedir que la cosa de mis pantalones rompa su prisión de tela.
―           Puedes contármelo, Pam. ¿Quién te ha hecho daño? – pregunto, sin mirarla. Puedo notar como se sobresalta.
―           ¿Tan evidente es?
―           Para mí si – contesto y, esta vez, la miro. — ¿Qué ha pasado?
―           Hace seis meses, conocí a un chico – suspira al empezar, mirando hacia la ventana más alejada.
―           ¿Eric?
  Gira la cabeza y me mira, intrigada. Al final, asiente. Sigue con su historia.
―           Sus padres son alemanes pero afincados en los Pirineos. Nos llevábamos bien. Habíamos coincidido en varios desfiles. Cuando quiso ir más lejos, le dije lo que yo buscaba. No quería un rollete aquí y allá. Buscaba una relación estable y duradera; una relación que me aportara seguridad y beneficio.
―           ¿Tan insegura te sientes?
Vuelve a encogerse de hombros. Está a punto de llorar. Me tumbo en la cama, de bruces, aprisionando la polla bajo mi cuerpo. Eso si que me da seguridad…
―           Sigue, Pam…
―           Eric me comprendió y me respetó. Se marchó como un amigo. Me decepcioné un tanto. La verdad es que me gustaba, pero me mantuve firme. Él tenía cierta fama de ligón entre las chicas de la pasarela.
―           ¿Muy guapo?
―           Si, lo es, el cabrón.
El golpeteo del agua sobre el tejado me calma. La cosa va mejor. Estoy controlando. Me intereso más por la historia de mi hermana.
―           A la semana siguiente, empecé a recibir, cada mañana, una rosa y una tarjeta, en la que aparecía pintados unos labios. No había remitente, ni más nada. Una rosa cada mañana, en casa o en el trabajo. Cuando llegó la que completaba la docena, la tarjeta decía que esperaba que viera que no le importaba esperar para conseguir un beso mío. La firmaba Eric.
―           Buena estrategia – admito en voz alta.
―           Pensé igual – esta vez, la lágrima se desliza hasta su barbilla. – Eric demostraba clase y paciencia. Así que le dí una nueva oportunidad. Hubo flirteo del bueno. Salimos de copas, a cenar, al teatro y al cine, incluso visitamos el Guggenheim.
―           Como una película romántica.
―           Exacto. No se insinuó sexualmente ni una sola vez. Unos cuantos besos y ya está. No es que yo sea una virgen, ¿sabes? He estado con un par de amantes, así que no… es que no quisiera, sino que él no insistió, ¿comprendes?
Asiento y me giro. Quedo boca arriba, la cabeza sobre la almohada, las manos bajo la nuca. Me quito las botas usando la puntera de los pies. Creo que controlo la cosa. Miro a mi hermana. Está hermosísima a pesar de estar triste. La luz grisácea que entra por la ventana la favorece. Pienso, por un instante, en su vida como modelo, rodeada de bellos ejemplares, acudiendo a sitios elegantes, y siento celos. Me sorprende a mí mismo.
―           No me dí cuenta, te lo juro, me atrapó en una red de romanticismo, de promesas susurradas, de pequeños gestos galantes. Me creía la emperatriz Sissi, y caí como una tonta.
―           Creo que es un ruin de su parte, pero tampoco es para dramatizar – respondo suavemente.
―           Oh, si hubiera sido eso simplemente, casi le podría haber perdonado – eso suena peor. Sus mejillas enrojecen y desvía la mirada. Intuyo lo que va a decir. – Naturalmente, me entregué a él. Hizo conmigo lo que quiso. Durante un par de semanas, me sentí una actriz porno, créeme.
  “No sigas por ahí”.
―           No podía controlarme, ni me reconocía. Estaba todo el día pensando en sexo, deseando quedarme a solas con Eric. Repasaba, una y otra vez, las cochinadas que hacíamos en la intimidad y me excitaba mucho. Me estaba pervirtiendo.
  Gruño por lo bajo. Acomodo la polla con disimulo.
―           Al termino de la semana de la boda de Barcelona, Eric me llevó a una fiesta que daban ciertos promotores, bastante privada. Sin embargo, no fuimos solos. Eric llevaba una limusina llena de chicas, algunas las conocía, otras no. pero todas parecían obedecerle. Intenté preguntarle qué pasaba, pero me dijo que no era el momento. Al llegar a la fiesta, en un gran chalet de montaña, empezó a repartir el ramillete de modelos por entre los invitados. Yo veía como aquellos hombres maduros sobaban las modelos con total descaro. Contemplaba aquellas muecas viciosas en sus rostros cuando tocaban las prietas y jóvenes carnes. Descubría el rubor y la vergüenza en las miradas bajas de las chicas.
―           Aquello no era una fiesta habitual, ¿verdad? – dejo caer.
―           No, ni mucho menos. Era un mercado de carne. Quise marcharme, pero Eric me apretó el brazo y me llevó a otra habitación, a solas. Me aplastó contra la pared y me dejó las cosas muy claras. El era el proxeneta de todas esas chicas y ya era hora de que yo le pagara por todas las cosas que había hecho por mí. Estaba allí para conseguir poder y contactos para él. No tenía porque asustarme de lo que querían esos hombres, pues yo ya había hecho esas cosas con él. Por si se me olvidaba, me tenía en varias horas de grabación… algo que desconocía totalmente.
―           ¡Que pedazo de cabrón! – el enfado empieza a vencer a la excitación.
―           No tuve más remedio que obedecerle. Podía destruir mi carrera en cualquier momento. No quiero hablar más de esa fiesta; intento olvidarla. Durante la semana que siguió, se portó como un príncipe. Me mimó totalmente, me traía a casa mis comidas favoritas. Me compró ropa nueva y me hacía el amor muy dulcemente. Yo no sabía que pensar. Me parecía que había soñado toda aquella fiesta.
―           ¡No me digas que le perdonaste! – estallo.
―           No, nada de eso, pero seguía aturdida, negando que me hubiera pasado a mí, ¿sabes? Eric sabe como aprovechar esos bajones para hundirte aún más. Lo que más me asustaba era las grabaciones que tenía.
Asiento. Ese es el problema más grave que tiene mi hermana, porque seguro que ese cabrón la mantiene aún en su poder. Se está desahogando conmigo porque tiene que contárselo a alguien, pero sigue con el collar puesto.
―           A la semana siguiente, trajo un hombre al piso, aprovechando que Maby no estaba. Era un hombre de unos cincuenta años largos, muy bien vestido y maneras cuidadas, pero sus ojos eran crueles. Daba miedo. Me lo presentó como el señor Black y me instó a que fuera muy mimosa con él. Me llevé a Eric aparte y le supliqué que no siguiera con eso. No sirvió de nada. Me dio un par de bofetadas que me hicieron arder, y me dio a elegir: el tipo o mis vídeos en Internet.
―           No sigas contando, Pam. Me imagino lo que pasó. Venga, déjalo…
Se levantó del sofá, el llanto ya desatado. Se arrojó sobre mi pecho y la acuné entre mis brazos.
―           Oh, Sergi… — sollozaba con el rostro enterrado en mi pecho – soy tan desgraciada… soy una puta…
―           No, no digas eso. Nada de eso es culpa tuya. ¡Ni se te ocurra pensar eso! ¡Eso es lo que pretende ese hijo de puta! ¡Hacerte sentir culpable para dominarte aún más! ¡Sé como piensan esos viles cabrones! – exclamo, enrabiado. No sé de donde saco ese conocimiento, pero es cierto.
―           Tienes… razón – musita ella, levantando los ojos y mirándome. – pero debo contarte… lo que hizo ese hombre conmigo…
―           No hace falta, hermanita.
―           Tengo que hacerlo, Sergi. Debo sacarlo como una espina, ¿comprendes?
Acaricio su ondulado pelo rojo, dándole a entender que la comprendo.
―           Ese hombre no quería follarme… quería domarme… Eric se marchó, dejándome a solas con él. Me ató a la cama, de pies y manos, y me arrancó la ropa, sin miramientos. Sus ojos ardían en furia, como si me odiara. Él ni siquiera se desnudó. Me torturó durante muchas horas…
―           Joder… Pamela – la aprieto contra mí, besándole la frene y el pelo, consolándola.
―           A veces me azotaba con la correa, o bien derramaba cera caliente en las zonas más delicadas de mi cuerpo… otras veces me humillaba de cualquier forma asquerosa, como orinarse o ponerme su trasero en mi cara – siento como sus dedos se aferran a mi cintura, hundiéndose en los rollos de grasa, buscando un apoyo para su dolor. – No quiero contarte todo lo que hizo conmigo, Sergi, de verdad, pero hizo muchas fotos y vídeos con su móvil. Yo estaba casi desmayada y sin poder defenderme, incluso cuando soltó las ligaduras.
  La súbita empatía que siento hacia ella, me hace llorar también. Nos abrazamos aún más fuerte, si eso es posible.
―           Me desperté porque me algo me oprimía el pecho. Eric estaba sobre mí, penetrándome. Su rostro tenía una expresión de vicio y asco, al mismo tiempo. Me miraba fijamente y cuando supo que estaba despierta, me dijo: “No he podido resistirme, puta. Estabas tan llena de mierda y semen, que tenía que follarte. Espero que hayas disfrutado con él.” Me hundió totalmente. le dejé acabar y esperé a que se durmiera. Me levanté, me duché, y cogí una maleta. Me he marchado de allí, casi con lo puesto, y he vuelto aquí…
―           Vale. Ahora estás a salvo, ¿de acuerdo? – le digo, limpiando su cara de lágrimas con un dedo. — ¿Has pensado en qué vas a hacer?
―           No lo sé, hermanito. No tengo muchas opciones.
―           Puedes negarte y pasar de lo que publiquen en Internet. Eso acaba olvidándose, lo sabes.
―           ¿Y si lo viera mamá o papá? ¿Y Saúl? ¡Que vergüenza!
―           ¿Denunciarlo a la policía?
―           Lo he pensado, pero es su palabra contra la mía, y se que es capaz de vengarse de forma cruel. A lo mejor no subiría los vídeos, pero podría hacerme daño o a alguien querido, incluso mucho tiempo después. Ese tío está enfermo, créetelo.
―           Pues entonces, solo te quedan dos salidas, muy drásticas, Pamela.
―           ¿Cuáles?
―           Una, marcharte. Irte bien lejos.
―           No, no soy valiente para eso. No soy nada sola.
―           Entonces, solo te queda matarlo…
―           ¡Sergi!
―           Bueno, a lo mejor tú no, personalmente, pero se puede contratar a alguien…
―           No… no me siento capaz de algo así… Tener eso en la conciencia…
―           Está bien, tranquila. Lo pensaremos con calma, de verdad. Has dado el primer paso, lo has confesado. ¿Te sientes mejor?
―           Si, la verdad es que me siento liberada. Gracias, hermanito – susurra, besándome en la mejilla.
―           Bueno, ahora no digas nada más, y escucha la lluvia sobre las tejas. Deja que eso te relaje. Aquí estás segura, entre mis brazos.
―           Si, Sergi… calentita y segura – ronronea.
Despierto horas más tarde. Es casi la hora de cenar. Pamela sigue abrazada a mí, dormida. La contemplo a placer. Tiene una expresión dulce e inocente. No puedo imaginarla haciendo las cosas que me ha contado. Debo hacer algo, no puedo perder a mi hermana por un imbécil como Eric. Si hace falta, le mataré yo mismo. La despierto suavemente. Ella me mira, confusa, y me sonríe.
―           Vamos, a cenar.
  No paro de darle vueltas al asunto de Pamela, echado sobre mi cama, desnudo como siempre. La casa está en silencio, todos se han ido a dormir. No ha dejado de llover, pero ahora es una llovizna débil la que cae. Casi no hace ruido. No hay luz de luna que entre por las ventanas y solo el resplandor mortecino de la farola que padre siempre deja encendida en el porche, enmarca débilmente algunas de las vigas del techo.
  Siento abrirse la puerta del desván. ¿Quién es a estas horas, coño?
―           Sergi… ¿Sergi? – llama suavemente Pamela desde la puerta.
Joder. Estoy desnudo y no hay tiempo de ponerme ni siquiera los boxers. Tiro de la sábana y las mantas, tapando todo lo que puedo.
―           ¿Estás despierto?
―           Si, pasa, Pam. ¿Qué ocurre? – la invito, encendiendo la lamparita de la mesita de noche para que no se mate con las cosas que tengo en medio del desván.
―           No puedo dormir. Cierro los ojos y no dejo de ver los ojos de ese hombre. ¿Puedo quedarme contigo un rato?
―           Claro, hermanita.
Buff, menos mal que me he tapado. Pamela lleva un pantalón cortito, casi tan cortito que parece una braguita, y una camisetita verde de tirantes. Se nota que tampoco es muy friolera para dormir. Levanta las mantas y se desliza a mi lado.
―           ¿No me abrazas? – hace un pucherito. La muy jodía me va a descubrir.
Levanto uno de mis gruesos brazos y ella levanta la cabeza para que lo meta debajo. Se acurruca como una gata contra mí, como abrazada a un gran peluche. La verdad es que es muy agradable protegerla de esa forma.
―           Sergi…
―           ¿Qué?
―           ¿Estás desnudo?
―           Pues… si… duermo así, siempre. ¿Te molesta? – respondo, con la cara como un tomate.
―           No, solo me aseguraba – sonríe, mirándome un segundo.
―           ¿Apago la luz?
―           No, por fa… déjala un rato más. Así podemos hablar, ¿vale?
―           Vale.
Casi un minuto de silencio. Se ha levantado viento. Resuena el giro de la veleta.
―           ¿Sergi?
―           ¿Si?
―           ¿Qué piensas de Maby? ¿Te gusta?
―           Pregunta algo tonta, ¿no? Es una modelo. Maby le gusta hasta a un cadáver.
―           Pero, personalmente, digo.
―           Bueno, no he hablado mucho con ella, pero parece agradable.
―           Si, lo es, aunque un poco loca, la verdad – se ríe.
―           No me despreció como otras, cuando charlamos en el bosque.
―           Sergi, ¿no me digas que las chicas te desprecian?
Me encojo de hombros, no debería haber dicho eso.
―           ¿Por qué? ¡Si eres un encanto de chico!
―           Soy grande y feo. Tú no quieres verlo porque eres mi hermana y me quieres.
―           ¿Feo? ¿Quién te ha metido eso en la cabeza? Grande si eres, no vamos a discutirlo, pero feo… por Dios, ¡si hasta yo te besaría!
Le doy un traqueteo que casi la tira de la cama. Se ríe por lo bajo, con esa risa que te levanta el ánimo.
―           Mira, Sergi, te voy a decir lo que tienes que hacer cuando llegue Maby. Creo que te ha echado el ojito, aunque no estoy segura si es un capricho o algo más definido. Maby es una chica que ama la seguridad. Los tíos seguros de sí mismo la ponen mucho. Por eso siempre sale con tíos mayores y con algunos indeseables también. No debes mostrar dudas en nada. Cuando te pregunte por algo que te gusta, se lo dices en seco, sin pensarlo, sea bueno o malo. Eso no le importará, ya verás.
―           Eso será fácil para ti. Yo no he hablado de algo así con una chica en mi vida.
―           Lo harás bien, ya verás. Me comentó que eres muy fuerte, que levantabas tú solo los árboles.
―           Son álamos jóvenes, Pam, no pesan mucho.
―           ¡Ella que sabe! Los únicos árboles que ha visto son los del Retiro. No ha salido de la ciudad más que para venir aquí.
―           Ya, una cosmopolita.
―           Maby no se fija en los físicos. Si fuera así, te aseguro que no habría salido con la mitad de los tíos con los que anda. Ella…, jamás admitiré que yo he dicho tal cosa, ¿entiendes? – sigue al ver que yo asiento con la cabeza. – Ella busca una figura paterna en sus relaciones. Su padre la abandonó, a ella y a su madre, cuando tenía cinco años. Busca seguridad y alguien que la proteja, y eso es más importante que un tío guapo.
―           Pero, Pam… ¡tiene quince años!
―           Dieciséis en realidad, pero le encanta el número quince. De todas formas, es ya una mujer, mentalmente. No es ninguna niña, te lo aseguro. Me da cien vueltas en cuanto a relaciones.
―           ¿Por qué quieres que nos entendamos? – la miro, suspicaz.
―           Porque sé que tú no le harás daño. Si te gusta y ella ve en ti lo que está buscando, estará segura contigo. En Madrid, puedo controlarla si piensa en ti. Compartimos piso y hermano, sería genial. A veces, me da miedo cuando sale con esos pervertidos…
―           Bueno, por mí que no quede.
―           ¡Así me gusta, hermanito! – más besos y abrazos. Necesito buscar un nuevo tema de conversación para no pensar en lo que mi cuerpo siente. Se está poniendo retozona.
―           Me gustaría visitar Madrid – digo, casi más para mí.
―           Puedes venirte con nosotras y dormir unos días en el sofá. Te enseñaríamos Madrid – responde ella, con los ojos cerrados. Su mano izquierda acariciando mi cintura. Parece que el sueño la vence.
―           No es mala idea. Ahora viene la temporada más baja para la granja. Tenemos suficiente madera cortada para empezar el invierno. Podría escaquearme unos días…
―           Eso, eso, hermanito – gruñe ella, con su mejilla contra mi pecho. – Apaga la luz… nas noches…
―           ¡Debes ir a la ciudad, con ella!
Otro curioso sueño esta noche. Estoy sentado en la loma que divisa la laguna. Estoy desnudo, medio recubierto de abejas. Nunca las he temido. El sol está alto y hay florecillas por todas partes.
―           ¡Tienes que proteger a Pamela!
La voz parece provenir de mi interior, pero no es la mía. Es más profunda, más sabia, cargada de odio y pasión. Miro a mi alrededor; no hay nadie más.
―           Puedes encargarte de todo. Una vida no significa nada. Eric debe morir. Te enseñaré cómo hacerlo.
―           ¿Quién coño eres? – pregunto aunque sé la respuesta.
―           Ahora somos uno. Soy tu conciencia y tú eres mi ventana a la vida.
―           ¿Qué me enseñarás, Rasputín?
―           A vivir, a gozar, a defenderte, a conquistar. Todo cuanto imagines puede ser tuyo. ¿No te gustaría?
“Claro que si”, pienso, pero no me atrevo a expresarlo en voz alta.
―           Acompaña a Pamela a la capital. La protegerás de Eric y podremos hacer planes para ocuparnos de él, sin testigos, sin piedad. ¿Es que le perdonarás lo que ha hecho con ella?
―           No.
―           Bien. Haremos las cosas poco a poco, de una en una. Tienes mucho que aprender y yo mucho que enseñar. Será un intercambio interesante. Pero lo primero es lo primero…
―           ¿Qué va primero?
―           ¡Que va a ser, tonto! Estás durmiendo con una de las mujeres más bellas que has visto jamás… ¡follátela!
―           ¡Es mi hermana!
―           ¿Y qué? ¿Crees que es el primer incesto de la Historia? Veo cuanto te gusta. No me mientas…
―           No me atrevo.
―           Después podrás pedirle perdón, a ella y al Señor. ¿No es eso maravilloso? Sentir que te perdonan, que vuelves a tener su confianza… es lo mejor del mundo…
―           Los jlystýs…
―           ¡Si! Ya veo que has pensado en ellos – el tono es divertido, casi burlón. – Inténtalo. Si se queja, lo dejas. Es fácil. Lo que no pruebas, no puedes saborearlo.
No soy conciente de cuando lo hice, pero, en mitad de la noche, destapo mi cuerpo, retirando la sábana y la manta. Mi hermana sigue abrazada a mí; no se ha movido un centímetro. La lamparita aún sigue encendida. Aunque soy conciente de ello, no soy yo quien toma la mano de Pamela y la deja sobre mi polla. Es como si otra persona me dirigiera, pero el deseo si es mío. Restriego suavemente su mano sobre mi miembro, marcándole el camino. Pamela rebulle a mi lado. Murmura algo y sigue durmiendo.
  Mi polla está endureciéndose, más por la idea de que es mi hermana quien me está tocando que por su mano. Su mente inconsciente se hace cargo de acariciar en sueños el tremendo pene. Es como una sonámbula. Se remueve aún más, intentando atrapar la esquiva polla con ambas manos. Es cuando se despierta, tumbada casi de través sobre mi torso, y toqueteando una monstruosidad que queda patente a la luz de la lamparita.
  Me hago el dormido, para ver como reacciona. Tiene los ojos muy abiertos y la mandíbula caída.
―           ¡Dulce madre de Jesús! – farfulla. — ¿Qué es esto?
  No se atreve a mover para no despertarme. Se queda estática, mirando fijamente el gigantesco cíclope que la está mirando a ella.
―           ¿Desde cuando tienes esta cosa, hermanito? – masculla entre dientes. – Es inconcebible.
  No puede resistir la tentación de tocarla, ya que tiene la mano muy cerca. Pasa un dedo por el glande, ahora tenso y casi morado. Se distrae con su tersura y con el tamaño. El dedo sigue recorriendo todo el tallo hasta llegar a los testículos. Los sopesa con infinito cuidado, casi con reverencia. El dedo vuelve a subir y comprueba que el glande llega más arriba de mi ombligo. Una polla única, a su alcance.
  Abro los ojos y la miro, sin decirle nada. Ella se da cuenta de que estoy despierto y enrojece en un instante, dejando de palparme el miembro.
―           Sergi… no quería…
―           ¿Despertarme?
  Se encoje de hombros, sin saber cómo continuar.
―           ¿Habías visto una así antes? – niega con la cabeza.
―           Ni siquiera en una porno – comenta, tras tragar saliva. – Me iré a mi cama. Lo siento, Sergi…
―           ¿Por qué, Pam? No tienes porque irte.
―           Somos hermanos y no está bien.
―           Bueno, no hace mucho, alguien me ha dicho que el incesto siempre ha existido, que solo es algo degenerado cuando hay un embarazo… pero te comprendo, Pam. Yo también estoy muy cortado. Nunca he tenido una mujer tan hermosa en mi cama, tocándome. Es mejor que te vayas…
  Casi se resiste a abandonar la cama. Clava su mirada en mis ojos y puedo ver las dudas, el irracional deseo de quedarse. Pero suspira y abandona el desván. La escucho bajar quedamente. Apago la lamparita y pongo mis manos bajo la nuca. No me he propasado, la he dejado elegir. Al menos me enorgullezco de eso. La polla me duele de tan tensa que está. ¿Qué diría ahora el loco Rasputín?
  Hazte una paja.
Sonrío al imaginármelo. Aferró el bastón de mando con una mano, deslizándola lentamente. Necesito gel para que resbale bien. Estoy a punto de levantarme e ir al cuarto de baño, cuando la puerta se abre suavemente. Uno bulto más oscuro que las demás penumbras se acerca a la cama. Escuchó la madera del suelo crujir, acomodándose a sus pasos.
―           Ssshhh… no hables… no enciendas la luz – susurra Pamela, roncamente, antes de unir sus labios a los míos.
  Se ha deslizado de nuevo a mi lado, buscando mi calor. Su boca no deja de darme suaves besitos por el rostro y el cuello. Coloco una mano en su espalda, pasándola bajo la camiseta.
―           Pam… Pamela… — susurro.
―           ¿Qué? – contesta, deteniendo su boca sobre mis labios.
―           No sé besar…
―           ¿Cómo? ¿No has estado nunca con…? – exclama, algo más fuerte de lo que pretende.
Niego con la cabeza.
―           ¡Dios! ¡Que papeleta! ¡Encima virgen!
  Me río. Es la verdad. Ella va a ser mi primera mujer, si quiere, claro está.
―           ¿Quieres hacer tú los honores? – le pregunto.
―           No te preocupes, que tu hermanita te va a quitar muy a gusto el polvo acumulado, ya verás. Vamos a empezar con los besos. Sigue mi ritmo…
  Comenzó con suaves piquitos en los labios, que yo devolvía con agrado. Después, siguió con los pellizcos, sus labios intentaban pellizcar y tironear de los míos. Cuando comprobó que yo la superaba en eso, se ayudó con sus bien alineados dientes. Yo ni quise participar en eso; era capaz de dejarla sin labios. Poco después, estaba devorándome la boca, con la lengua tocando mi campanilla. Entonces, descubrí lo bueno que era en eso. Mi lengua era larga y gruesa, una lengua de gourmet, acostumbrada a engullir, lamer, y paladear las opíparas ingestas que habitualmente me zampaba. Podía tranquilamente recorrer todo el velo de su paladar con mi lengua, haciéndola gemir. Podía envolver su lengua en la mía y succionarla con mucha suavidad.
―           Para… para, Sergi… necesito aire – jadea, acomodada sobre mi pecho.
―           ¿Por qué has vuelto? – le pregunto tras lamer su nariz.
  Encoge los hombros.
―           Tenía que hacerlo. Dejémoslo así, ¿vale?
No le contesto, solamente le meto la lengua hasta donde puedo, succionando toda su saliva. Gime y se debate. Nos reímos al separarnos.
―           Veo que ya has aprendido esta parte. Pasemos a otra. Las caricias – dice, poniéndose de rodillas y sacando su camiseta por la cabeza.
  Aún en la penumbra, puedo delinear sus senos. Necesito verlos, aunque sea una vez.
―           Déjame encender la lamparita… quiero verlos…
―           Si, Sergi.
Se queda de rodillas, cuando se hace la luz. No hace ningún gesto para taparse. Sería hipócrita, ¿no? Sus pechos son perfectos, tan hermosos como para hacer un molde con ellos y hacer que todas las mujeres remodelaran los suyos hasta dejarlos iguales que los de Pamela. Pujantes, no demasiado grandes, pues caben perfectamente en el hueco de mi mano. El ejercicio los mantiene erectos y duros. Ahora, la pasión hace lo mismo con sus pezones, que destacan rosados sobre su piel blanca. Tiene unas pocas pecas en el canal que separa sus senos; también sobre los hombros, divina.
  Me guía en como tengo que acariciarlos. Los amaso, los junto, los aplasto delicadamente. Tironeó de los pezones, hasta que, al final, llevo uno de ellos hasta mi boca.
―           Chupa, mi nene – me alienta.
 Decirme una cosa así a mí, es algo suicida. Tras unos buenos diez minutos, ambos pezones están tan sensibles que, cada vez que soplo sobre ellos, Pamela se estremece. Ya no ha vuelto a decir nada de la lamparita, por lo que puedo ver sus ojos entrecerrados, aumentando su expresión de placer, con los labios hacia delante, formando un delicioso hociquito que no deja de tentarme a devorar.
  Sus manos, mientras tanto, no han estado quietas ni un momento, deslizándose sobre mi pecho, pellizcando con fuerza mis pezones, y descendiendo por mi abultado vientre. Ha hurgado en mi profundo ombligo y arañado mis potentes muslos. Finalmente, ha atrapado mi glande con una mano, otorgándole unos precisos apretones que me han puesto en órbita.
―           Me toca a mí – dice mientras inclina su cabeza.
  ¿Qué puedo decir de la sensación única de sentir los labios de alguien amado sobre la parte más sensitiva de tu cuerpo, por primera vez? Todo el vello de mi cuerpo se eriza, y cuando digo todo, me refiero desde los pelillos del culo hasta los de la nuca.
―           Ah, Pam… no sé si podré contenerme – la aviso.
―           Tranquilo, grandullón. No importa… estoy deseándolo… — sonríe, antes de dedicarse plenamente a la mamada.
  Por mucho que lo intenta, solo puedo tragar el glande, y eso a costa de arañarme varias veces con sus dientes. Pero ya os he dicho que soy muy resistente al daño, así que lo soporto estoicamente. Suelta grandes cantidades de baba sobre la polla al intentar tragar, que, más tarde, sirven para lubricar bien el miembro. Pasa su lengua de un extremo a otro, repartiendo su saliva y sus caricias. Aprieta los huevos, como queriendo asegurarse de que están llenos. Estoy entre nubes, con una mano apoyada sobre su cabeza, sosteniendo sus rizos más largos en lo alto, para que no se manchen.
  No sirve de nada. Eyaculo sin previo aviso, con una fuerza desconocida, como un puto geiser que se hubiera pasado varios años atrancado. La pillo con la polla levantada, pegada a una de sus mejillas, buscando mi escroto con la lengua. El semen cae sobre su pelo, sobre su cara, sobre su espalda. Gime con fuerza, quedándose quieta. Creo que se ha corrido al sentir la descarga, no estoy seguro.
―           ¡Madre mía! ¡Estabas lleno! – me dice, chupándose los dedos. – Umm… sabe como a… no sé, pero está dulzón.
―           ¿Lo habías probado antes? – digo, poniéndome en pie.
―           No, pero me habían dicho que era salado.
  Traigo una toalla del cuarto de baño, con la cual le limpie el pelo y después la espalda. De la cara, ya se ha ocupado ella con la lengua y los dedos.
―           No se te he bajado nada – comenta, señalando mi polla tiesa.
―           Pues no. Eres demasiado guapa como para que se me vayan las ganas.
―           Oh, que encanto eres – me abraza, ambos de rodillas en la cama.
―           ¿Qué sigue ahora?
―           Bueno, lo normal es que estuviéramos follando ya como escocidos, pero vamos algo más lentos de lo normal. Lo ideal sería que me humedecieras largamente para preparar la penetración.
―           ¿Humedecer? – se que parezco tonto, pero no se a que se refiere.
―           Lamerme – sonríe.
  ¿Ves? Ya se ha encendido la bombilla. No soy tonto, es que me falta información. Pamela se coloca la almohada bajo las nalgas y me tumbo ante ella, con la mitad de las piernas fuera de la cama. Si mi lengua hizo estragos antes en su boca, imaginad lo que hace en su vaginita.
  Pamela lleva el pubis depilado, salvo una pequeña tira rojiza que acaba difuminándose a medida que se estira hacia su ombligo. Su coñito es estrecho, suave, casi infantil, o por lo menos es la impresión que me da. No es que haya visto muchos para comparar. Mi lengua se despliega intentando entrar. Ella salta a las dos o tres pasadas. Es como si tuviera un dispositivo eléctrico ahí y lo activara a cada pasada.
―           Uf… iiii…eso… Sergiiii… aaah… cabrón…me mat… aaas…
Me atrapa del pelo, fusionándome a su clítoris. Literalmente, está botando contra mi boca. Su espalda se arquea e, inmediatamente, con un espasmo, un fuerte y corto chorro de líquido cae sobre mi lengua. Al principio, creo que se ha meado, pero no sabe a pis, o por lo menos, no sabe mal.
―           ¿Qué es esto? – pregunto, embadurnándola con la mano.
―           Aaahh… cabronazo… es la eyaculación de la mujer – jadea. – Semental, para ser tu primera vez, has logrado algo que pocos consiguen.
―           O sea, que te has corrido, ¿no?
―           Si, Sergi, esta es la tercera vez que me corro esta noche, creo – dice con una risita. – Pero es la más intensa, por eso mis fluidos se han disparado. Ahora si que estoy bien lubricada, así que a la tarea.
  Se abre bien de pierna, coloca la almohada mejor, y tiende los brazos.
―           Despacito, hermanito, que me destrozas, ¿eh? – me avisa cuando la cubro con cuidado.
La verdad es que desaparece debajo de mí. Soy, al menos, cuatro veces más ancho que ella. Mi polla es como un misil guiado. Parece que ha olido su objetivo y no demuestra indecisión alguna. Ella misma aferra mi miembro con sus suaves manitas y conduce, nerviosamente, el obelisco de carne hasta su destino. Rozar su coñito es como tocar un cálido terciopelo húmedo. Es el anticipo de una unión condicionada por la naturaleza. Ese coño se ha hecho para mí y viceversa. Empujo con cuidado, atento a sus indicaciones.
―           Despacio, despacio… ummm… un poco más – indica cuando he metido todo mi glande. Su interior está aún más caliente y vibra a mi paso. La sensación es alucinante.
―           Pam… estaría follándote toda mi vida… sin descansar siquiera – le digo al oído.
―           Podemos empezar hoy, cariño – susurra, con una expresión feliz. – Empuja un poco más.
  No entra más de media polla, pero ella no se queja. Suspira, jadea y hace todo tipo de ruiditos, así como sus caderas parecen haberse vuelto locas. Cruza las piernas a mi espalda, empuja con los talones, tensa las nalgas, arqueándome sobre ella, o bien, de repente, rota las caderas de forma vertiginosa.
  En un par de ocasiones, sus ojos estuvieron en blanco, girados hacia arriba, los dientes apretados y respirando agitadamente por la nariz. Si eso no fueron dos tremendas corridas, que venga San Pedro y me lo diga.
―           Sergi… — me dice, cogiendo dos grandes puñados de pelos de mi cabeza para mirarme a los ojos – ¡aunque mañana no pueda dar un paso, métela más!
―           No cabe, Pam. Te voy a hacer daño.
―           Inténtalo, cariño – y me lame la barbilla, aferrándose como una lapa a mi pecho.
―           ¡Jjehsyiii! – chilla de forma incomprensible cuando empujo. Otros dos o tres centímetros han profundizado.
―           ¿Estás bien?
―           Dame caña, semental, no t… preocupes… dame fuerte y córrete… conmigo… cariño – suplica. No me queda otra. También estoy loco por correrme.
  Arrastro mi polla hacia atrás, hasta casi sacarla, con lentitud. Pamela gime como una gata rabiosa. Vuelvo a enfundársela, pero esta vez de un golpe, hasta la mitad al menos.
―           ¡¡SI!! – grita. Sus uñas arañan mi espalda.
  Repito la operación, pero más rápido.
―           ¡¡Aaah, siii!! – debo taparle la boca. Va a despertar a nuestros padres.
  Culeo rápido sobre ella. Ella me mira con los ojos entrecerrados por encima de la masiva mano que le tapa la boca. Solo surge un murmullo, pero noto como su lengua lame la palma de mi mano. Me muerde al correrse, agitando la cabeza. Parece que está agonizando. Retiro la mano y un hilo de baba cae de la punta de su lengua. Al ver esa expresión de absoluta lujuria en su cara, siento como mis cojones se aprestan para la descarga. El espasmo sube desde mis gemelos, ascendiendo a toda prisa. Me hace tensar la espalda, ahondando aún más con mi polla. Pamela se queja sordamente. Descargo con fuerza en su interior. Dos, tres, cinco chorros, espesos y calientes.
―           Ay, ay, virgencita… me corro… me corro otra… co cooorrooooo… — jadea de nuevo Pamela, casi en mi boca.
  Se abraza a mí, besándome toda la cara, con una felicidad que no creía posible. Me río con ella y de ella. Intenta rodar, pero peso demasiado para ella. Así que se queda muy quieta, abrazada, sintiendo como mi polla decrece hasta la mitad de su tamaño, pero no se sale de su coño hasta que ella se impulsa hacia arriba.
―           ¡Santa Rita! ¡Que polvazo! – dice, tomando la toalla que antes traje y secándose el semen que surge de su coño.
―           ¿Te ha gustado? – pregunto sin levantar la cabeza del colchón.
―           ¿Qué si me ha gustado? ¿Por qué te crees que estoy reventada, cabrón? – me da una seca palmada en la espalda. – No voy a poder moverme mañana.
―           No he usado preservativo – mi voz suena preocupada.
―           No te preocupes. Tomo la píldora.
―           ¿Y ahora qué?
―           ¿Cómo qué? ¿Es que quieres seguir? – me mira, asombrada.
―           No, me refiero a que haremos, porque no pienso dejarte, Pam.
―           Esto ha sido demasiado intenso como para ser una simple calentura. Siempre he sentido debilidad por ti, Sergi, siempre necesitabas un empujoncito mío. Pero creo que esto es diferente. No sé si es amor, pasión, o simple lujuria, pero habrá que asegurarse – se inclina y me besa un hombro.
―           Entonces, ¿me olvido de Maby? – me reí.
Me mira seriamente. No se está riendo.
―           Es mi compañera de piso, de trabajo, y una de mis mejores amigas. ¿Crees que tendríamos alguna oportunidad de estar juntos si ella no fuera cómplice nuestra?
Mi hermana me dejó K.O. ¿De qué estaba hablando?
―           No me mires así. En el fondo, me has comprendido perfectamente. Ahora, más que nunca, debes ligarte a Maby. Será bueno para ella y para nosotros.
―           No comprendo, Pamela. ¿Cómo puede ser…?
―           Mira, entre Maby y yo ha habido una relación anteriormente. Ahora somos amigas, pero, al principio de compartir el piso, fuimos pareja.
―           Pero… pero… Maby era una niña…
―           No la busqué en absoluto. Maby tenía catorce años. Recién llegada a la ciudad, con esa madre autoritaria que tiene. Estaba muy confusa, algo asustada por lo que deseaba su madre y las implicaciones que todo ello tenía. Yo estaba igual, era mi primer año en Madrid, era novata, pero tenía dieciséis años. Ya sabes que, durante ese año, su madre vivió con nosotras en el piso.
―           Si – contesto mientras la abrazo, la espalda contra mi pecho, abrigándola con mis brazos.
―           No fue nada bien, ¿sabes? Su madre se traía a sus novios a casa y la escuchábamos follar toda la noche, sin consideración, la mayoría de las veces borracha.
―           Joder.
―           Maby se acostumbró a venir a mi cama cuando esto sucedía. No era nada sexual al principio. Solo quería dejar de escuchar el chirrido del colchón. Hablábamos, escuchábamos música, nos hacíamos confidencias, y nos dormíamos abrazadas. Al final, sucedió. Ambas necesitábamos consuelo, cada una por sus motivos, pero nos faltaba un apoyo emocional. Así que ese fue nuestra muleta para enfrentarnos a los palos que nos llevábamos en muchas ocasiones. Dos crías amándose para consolarse, mientras la puta de su madre se comía los tíos por docenas.
―           No tenía ni idea, corazón – la tranquilizo.
―           Aquello se acabó en cuanto su madre se marchó con aquel dominicano. Pagaba religiosamente cada mes, pero Maby no la vio en varios meses. La chiquilla empezó a salir con otra gente, y nuestra aventura cambio por una buena amistad. Así que si consiguieras que Maby se interesara en ti, y lo creo sinceramente, podríamos tener una relación sincera y abierta entre nosotros tres. De paso, la sacaríamos de esas pirañas con las que se mueve y, además, ella nos serviría de tapadera para nuestro lío. Porque, hermanito, no pienso dejar de follarte en mucho tiempo.
 Me quedo sin habla. No hubiera creído nunca que mi hermana pensara de tal manera, ni que lo confesara tan abiertamente. No solo me había dicho que había mantenido una relación lésbica con una chiquilla, sino que ahora quería organizar un trío duradero con la misma y con su propio hermano.
  Pero, ¿de que coño me quejo, idiota?
                                                       CONTINUARA
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