Capítulo 9

A pesar de tener todas mis necesidades sexuales cubiertas no veía el día en que por fin iba a tener a Zulia entre mis brazos y es que esa preciosa lacandona de apenas un metro cincuenta me había dejado un recuerdo imborrable. El olor que desprendía había quedado impregnado en mi memoria y lo quisiera o no recorría mi hacienda soñando con hundir mi cara entre sus pequeños pechos.

Por eso cuando Uxmal, su padre, me notificó que mi boda con ella tendría lugar al día siguiente, me sentí pletórico y deseé que las horas pasaran con mayor rapidez mientras no dejaba de recordar la noche que habíamos pasado juntos y como le había hecho el amor a través de Olvido debido a la obligación de llegar virgen al matrimonio que existía en su pueblo.

Aunque durante esas horas cada vez que apuñalaba con mi verga el cuerpo de su sustituta me pareció que era el suyo y que los gritos de placer de esa morena cuando la tomaba salían de la garganta de mi princesa, necesitaba poseerla y que fuera mi pene el que desvirgara el coño lampiño de esa monada. La experiencia de esa noche me hacía no albergar duda alguna de que Zulia sería una mujer ardiente porque no en vano se había comportado como una zorra insaciable a pesar de ser virgen. Y es que usando a Olvido como instrumento de su lujuria, me había hecho el amor con una pasión pocas veces experimentada.

«Estoy deseando oír sus berridos», suspiré más afectado de lo que me gustaría reconocer al anticipar el momento en mi imaginación mientras me duchaba.

Mi pene se me había puesto duro y me pedía que me masturbara. Justo cuando estaba pensando en hacerle caso, un ruido me hizo abrir los ojos y descubrí a Yalit  desnuda junto a mí. La curva de su embarazo me  me puso a cien y tomándola en mis brazos, la introduje bajo el agua. Al depositarla sobre el suelo, vi a la rubia arrodillarse frente a mí y sin esperar a pedir mi opinión, comenzó a jugar con mi sexo. Al percatarse que mi pene había conseguido una considerable erección con solo tocarlo, me rogó que separara mis piernas y sin más prolegómeno, sacó la lengua y se puso a lamer mi extensión mientras con sus manos masajeaba mis huevos.

«Necesitaba esto», medité mientras observaba el modo en que mi concubina  se metía mi pene lentamente en la boca.

Demostrando una pericia sin igual, los labios de mi antigua profesora presionaron cada centímetro de mi miembro, dotando a su maniobra de una sensualidad sin límites. Cumpliendo su papel de sumisa, no solo fue dulce sino que se comportó como una autentica devoradora y con una sonrisa,  no cejó hasta tenerlo hasta el fondo de su garganta. Con él incrustado, empezó a sacarlo y a meterlo con gran parsimonia mientras su lengua presionaba mi extensión contra su paladar.

Poco a poco fue acelerando la velocidad de su mamada hasta convertir su boca en una ordeñadora y sabedora de lo que estaba sintiendo, se sacó la polla y con tono pícaro, preguntó:

-¿Estaba pensando en su boda?

-Así es- respondí y extrañado le pregunté cómo era que lo había adivinado.

Entornando sus ojos, me contestó:

-Hoy he conocido a su novia y me ha hecho saber que también será mi dueña.

La alegría que manaba de respuesta me hizo saber que de algún modo, Zulia había hablado con ella y por ello tuve que preguntar qué era lo que le había dicho:

-La Madre de Reyes me ha exigido que le mime hasta que ella pueda hacerlo en persona.

 Muerto de risa comprendí  a lo que se refería y con tono duro, la ordené que cumpliera con las órdenes de mi prometida. Satisfecha por mi respuesta, se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez, no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi placer como si su vida dependiera de ello.

-¡Sigue!- exclamé al sentir que mi pene era zarandeado y deseando correrme dentro de ella, le avisé de la cercanía de mi orgasmo y de mi deseo que se lo tragara.

Mi aviso lejos de contrariarla, la volvió loca y con una auténtica obsesión, buscó su recompensa. Al obtenerla y explotar mi pene en bruscas sacudidas, sus maniobras se volvieron frenéticas y con usando la lengua como cuchara fue absorbiendo y bebiéndose todo el esperma que se derramaba en su boca.  Era tal su calentura que no paró en lamer y estrujar mi sexo hasta que comprendió que lo había ordeñado por completo y entonces, mirándome a la cara, me dijo:

-¡El semen de mi rey es un manjar!-tras lo cual, riendo me pidió que le diera su recompensa.

-¡Serás puta!- exclamé al ver que se daba la vuelta y separaba sus nalgas con sus dedos.

-¡Soy la puta de mi señor y mi culo es todo suyo!

Queriendo devolverle parte del placer que me otorgaba cada día, me agaché ante ella y ya de rodillas, saqué mi lengua y con ella me puse a recorrer los bordes de su ano. Yalit , al notar la húmeda caricia en su esfínter, mi pegó un grito y llevándose una mano a su coño, empezó a masturbarse sin dejar de suspirar. Su entrega azuzó mi calentura y deseando romper ese hermoso trasero por enésima vez, metí toda mi lengua en su interior y como si fuera un micro pene, empecé a follarla con ella.

-¡Estoy completa siendo la esclava de mi rey!- chilló al experimentar la incursión.

Espoleado por su confesión, llevé una de mis yemas hasta su ojete y introduciéndola un poco, busqué relajarlo. El chillido de placer con el que esa mujer me agradeció esa maniobra, me dejó claro que iba bien encaminado y metiendo lo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras ella se derretía al sentirlo. Al minuto y viendo que entraba y salía con facilidad, junté un segundo y repetí la misma operación.

-¡Necesito que me encule!- gritó descompuesta mientras apoyaba su cabeza sobre los azulejos de la pared.

La urgencia de Yalit  me hizo olvidar toda cautela y ya subyugado por la pasión, cogí mi pene en la mano y tras juguetear con mi glande en ese estrecho agujero, no esperé más y con lentitud forcé como si fuera su  primera ese culo con mi miembro. La rubia, sin quejarse, absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, se permitió decir:

-¡Solo espero que no sea la última!- tras lo cual empezó a mover sus caderas, deslizando mi miembro por sus intestinos.

Paulatinamente la presión que ejercía su esfínter se fue diluyendo por lo que comprendí que en poco tiempo el dolor iba a desaparecer y sería sustituido por  placer. Previéndolo aceleré mis penetraciones. La arqueóloga se quejó pero en vez de compadecerme de ella, le solté:

-¡Cállate puta y disfruta!

Como su dueño, di comienzo a un loco cabalgar sobre su culo.

-¡Ya lo hago!- aulló complacida  al sentir el rudo modo con el que la estaba empalando.

Fuera de mí y recalcando mis deseos, solté un duro azote en una de sus nalgas mientras seguía usándola. Esa nalgada exacerbó su calentura y ni siquiera esperó a que menguara el dolor que escocía en su cachete para decirme:

-¡Quiero más!

Recordando lo mucho que esa zorra disfrutaba de los azotes, decidí complacerla y castigando alternativamente ambas  nalgas, marqué con golpes el ritmo de mis incursiones. Dominada por la pasión y comportándose como una fiel sumisa, la profesora esperó con ansia cada nalgada porque sabía que a continuación mi estoque apuñalaría su trasero y dejándose llevar, me pidió que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris.

Tanto estímulo terminó por colapsar todas sus defensas y casi llorando me informó que se corría. Su desahogo  fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene explotara en sus intestinos, tras lo cual y sin dejar de abrazarla me dejé caer sobre la ducha. Fue entonces cuando la que en otro tiempo había sido mi adusta profesora se incorporó y arrodillándose ante mí, comenzó a pedirme perdón por lo que había hecho.

-No te comprendo-  murmuré sin saber a qué se refería.

Con dos gruesas lágrimas surcando sus mejillas, respondió:

-Su prometida quería ver cómo me sodomizaba.

Estaba a punto de contestarle cuando de pronto, escuché:

-¡Es verdad mi rey!

Al girarme y mirar quien hablaba, descubrí a Zulia sentada tranquilamente en el lavabo. Confieso que me quedé pasmado y que no supe qué decir al observar  la sonrisa que lucía en su rostro pero comprendí que al menos no le había molestado el ser testigo del modo tan violento con el que enculado a esa mujer. Muy al contrario, la expresión de su cara y el brillo de sus ojos me revelaron que no era disgusto sino deseo lo que manaba de ellos.

-No podía esperar a verle en acción- comentó un tanto avergonzada – desde que estuvimos juntos,  no he parado de soñar en la noche que mi amado me hiciera mujer.

Si sus palabras eran suficiente elocuentes, más aún lo fue verla acercarse a mí maullando y sin esperar mi consentimiento, observar a esa joven arrodillarse ante mí.

-¿Qué estás haciendo?-  pregunté impresionado por la sensualidad de sus movimientos.

-Sé que va contra las normas de mi pueblo pero no me veo capaz de aguantar una noche más sin ser suya. Ansío probar su virilidad- contestó al tiempo que acercaba su boca a mi verga.

Mi pene reaccionó como impelido por un resorte y a pesar del poco tiempo que hacía desde que me había corrido, se irguió orgulloso ante la perspectiva de ser usado por ella.

-No debemos- mascullé a la defensiva y viendo que no se detenía, me levanté de la cama.

-¡Por favor! ¡Lo necesito!- protestó con tristeza.

-Tenemos que esperar a la boda- insistí.

-No puedo aguantar otra noche- replicó a moco tendido.

Yalit , hasta entonces había permanecido al margen y comprendiendo que estábamos en un callejón sin salida, decidió intervenir:

            -Hay otra solución.

            -¿Cuál? –preguntó mi princesa totalmente angustiada.

            La rubia, que era conocedora de la función de Olvido en el Hotel de Tuxtla, se acercó a la morenita y pasando una mano por su adolorido esfínter, la impregnó con mi semen y se la dio a probar diciendo:

            -Aquí tienes la esencia de nuestro rey.

            Durante unos instantes la dulce lacandona se quedó pálida pero ante la insistencia de mi concubina abrió sus labios y tímidamente comenzó a lamer los dedos impregnados que le ofrecía, para acto seguido lanzarse como una obsesa a dejarlos limpios

            -No se preocupe tengo más- Yalit  murmuró muerta de risa al ver la cara de tristeza de la joven. Corroborando sus palabras, se tumbó sobre la cama y separó con sus manos sus dos cachetes para así mostrarle su ojete rebosante de mi semilla.

 Zulia me miró pidiendo mi aprobación.

-Yalit  es de los dos- comenté dando implícitamente mi permiso.

Dudó durante unos segundos antes de arrodillarse entre sus piernas y viendo que no me oponía, agachó su cara y comenzó a devorar con auténtica ansia los restos de mi eyaculación que brotaban del interior de la rubia.

-Gracias amado mío- repetía una y otra vez mientras daba lametazos cada vez más profundos en el forzado ojete de la sumisa.

            Esa continua estimulación provocó los gemidos de Yalit  y eso lejos de contrariarla, la azuzó a seguir hurgando con su lengua dentro de ese trasero. Por ello antes que mi prometida hubiese conseguido recoger toda mi semilla, observé que se acercaba el orgasmo de la arqueóloga y sabiendo que no iba a poder frenar mucho más mi propio apetito, decidí dejarlas solas mientras ordenaba a mi esclava:

            -Consuela a la que va a ser tu dueña.

            La rubia comprendió mi orden y cambiando de postura comenzó a besar los diminutos pechos de la chavala. Viendo que esta no se oponía, salí de la habitación…

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