EL ASPIRANTE PERFECTO
 
Por Archaic69
Traducido por Sigma
 
“¿Es bella, verdad?” Allison Taxton cruzó sus piernas enmediadas, y se volvió para dirigirse a su subordinada. “Un espectáculo absoluto. Mírala, Caroline, mira estas fotos de la entrevista de hoy: cabello castaño rojizo, complexión esbelta, figura lozana, uuhhh.” La señora rodeo una de sus propias partes suaves con dedos enguantados, y empezó a acariciarse. “Sugeriría que me atiendas ahora, a menos que quieras que vaya por ti.”
 
Caroline se levantó de rodillas cansadas a pies cansados, y no expresó su aceptación; el extremo de la mordaza con forma de pene que separaba sus labios rojos, los había separado por la mayor parte de una hora, su forma y punta prohibían un lenguaje coherente. Lo que no prohibía ni la mordaza ni la señora eran los gruñidos como de animal con los que sus labios se habían asociado esta ocupada víspera. Bajo el nylon semi-transparente de sus pantimedias negras, sus nalgas ardían de dolor. Era el precio de disgustar a Allison, y su recuerdo movió ahora a Caroline rápidamente hacía su señora.
 
Allison miró a su chica acercarse, moviendo solo sus ojos en anticipación. Continuó ligeramente pellizcando y masajeando sus pechos a través del susurrante nylon de su vestido de noche, pero después de hablar a Caroline, la pasión creciente se había derretido de su cara. Ahora acariciaba y tocaba sus propios montículos casi inconscientemente; la intensidad fría había suplantado la alegría erótica en esos bellos, orbes azules como flor de maíz, y mientras evaluaba, Caroline se arrodilló silenciosamente ante su silla.
 
Entonces, en el oscuro suelo cruzado por siluetas de su oficina… ella esperó.
 
Un traje sastre: chaqueta negra y falda a rayas, la primera colgaba flojamente sobre un pecho como un par de toronjas; entre la chaqueta y el pecho había una blusa color crema, suave, con discretos botones forrados, alineados al frente. Entre la falda a rayas y su obvio soporte había pantimedias, de un negro suave que acunaba ambas piernas y su feminidad en sus confines sedosos. Sensatos tacones negros y menos sensata gargantilla negra servían como los únicos adornos ordinarios, aunque la última permanecía oculta, principalmente durante los días de trabajo, por su cabello largo y oscuro. El cabello estaba arriba ahora, la gargantilla prominente contra piel morena e hispana. A Allison le gustaba la visibilidad de su control.
 
La respiración de Caroline era rítmica y pesada, el falo del caucho oprimiendo su lengua entraba y salía ligeramente con cada momentáneo hundirse y alzarse de sus hombros. Más allá de esto el silencio ensordecía. Caroline sabía que su señora estaba interesada en extender el momento. Sólo de vez en cuando ella le perdonaría su mirada fija a la chica: cuando sus dedos suavemente obtuvieron los placeres más extremos de sus senos, sus párpados aletearían al abrirse y se cerrarían rápidamente, no obstante ningún otro sonido se profirió. Finalmente, Allison sonrió y se sentó derecha en su silla de oficina, regresando sus elegantemente enguantados brazos a los soportes, y sobre todo señalando un final a sus actividades.
 
Entonces se puso de pie rápidamente, y sus tacones azul marino resonaron agudos cuando rodeo a su chica, quedando detrás. Con un movimiento metódico en la hebilla tras su cabeza, las correas que retenían su mordaza cayeron de repente a un lado, y el pene resbaló benditamente de su boca, golpeando el suelo con un martilleo.
 
Caroline sabía que era mejor no moverse hasta que se le indicara. En un momento oyó pies enmediados siendo sacados de zapatos, y entonces un ruido cuando fueron arrojados a un lado despreocupadamente. Entonces, la voz de su señora: “Recógelo.” Caroline lo hizo, sosteniendo la mordaza empapada de saliva cuidadosamente en alto con dedos manicurados. “Ahora vuélvete y mírame.”
 
Todavía sobre sus rodillas enmediadas, Caroline obedeció. Su falda se subió un poco con el esfuerzo. Allison levantó una ceja. “Dulce Señorita Holcomb,” dijo suavemente, estirándose para frotar la frente de la mujer arrodillada, “Hábleme un poco acerca de la chica que era.”
 
Los ojos de Caroline se cerraron, y respiró, reuniendo fuerza, intentando pensamientos tranquilizantes. “Va a hacer esto otra vez. Por favor no… ¿Por qué tiene que hacerme recordar? No… seré fuerte; quizás… pueda haber algún placer… si soy buena. Esto último la ahogó más de lo que el falo alguna vez lo hizo. ¿En qué me he transformado?” “Yo…” comenzó tentativamente, ojos hacia el piso. “Yo solía…”
 
“No, perra.” Allison la cogió de la barbilla con la punta de su enmediado pie, y levantó su cara hasta que sus ojos se encontraron. “Me lo dirás mientras lames el pene.”
 
Caroline tragó, podía sentir el sedoso pie de su ama alejándose de su mejilla con una elegante facilidad. Tan sexy… Dios, no, basta. Empezó de nuevo, esta vez bajando la vista y levantando el pegajoso pene de goma hasta sus labios. “Yo… yo soy de una buena familia en California… y yo…” tartamudeó mientras lengüeteaba la base de la falo, “Y yo… siempre he tenido todo -ummm- lo que he querido.”
 
“¿Una chica rica?” Allison preguntó, jugando un papel intrigado. “¿Una perra rica?”
 
“Ungh, um, sí, Señora Taxton,” cerró sus ojos y empapó la polla con su lengua. “Era tan, tan rica. Papá… mmm… él le compraría a su niñita… mmm… le compraría cualquier cosa.”
 
“Eras una niña de Papi. La niña buena de Papi.” Allison rió entre dientes, y despacio se sentó, moviéndose para asir el dobladillo de su vestido azul oscuro. “Me gusta eso. Pero te volviste mala, ¿verdad?”
 
“Papá, no quería que me fuera,” comenzó, siguiendo la sugerencia, “Estaba…” sus uñas rojas jugaron ligeramente con la polla.”… Estaba… necesitaba… cosas.”
 
“Sí, corazón… si… todos necesitamos cosas.” El vestido de Allison se deslizó despacio, arriba de sus pantorrillas, sus muslos, revelando más y más de sus medias mientras subía.
 
Caroline empezó a perderse, como había pasado tantas veces antes “Comencé… ungh… a ser mala. Yo… quería cosas…” sus labios rodearon la punta del falo en un beso, “Cosas… mmm… que papi… no podía darme”
 
Ahora el vestido estaba arrugado cerca de la cintura de Allison. Ella también tenía sus ojos cerrados, las cimas de encaje de sus medias expuestas, sus piernas apoyadas y extendidas en una ‘V’, los pies en punta. “Porqué Caroline, se volvía una mujer, un sexy y bella mujer.”
 
“Sí… yo… una mujer.” Ladeó su cabeza hacia atrás en éxtasis, torciendo el pene ligeramente. “Yo… mmm… dejé… dejé a Papi.”
 
“Sí, te fuiste al este. Comenzaste la escuela, damita traviesa.” Allison empezó a acariciar sus bragas, continuando en un susurro cuidadosamente rítmico, “Debiste ser azotada por tus impulsos.”
 
“Ha… Harvard,” empezó a jadear, y esta vez, mientras continuó manipulando la polla falsa entre su lengua y su mano izquierda, su derecha flotó lentamente al dobladillo de su propia falda.
 
“Tan buena escuela para jovencitas. Te enseñaron cómo vestir, cómo… “un pequeño gemido mientras su dedo trazaba el contorno de sus bragas.”…actuar. Ibas a ser una dama, mi bonita mascota.”
 
La rigidez inicial de Caroline la había abandonado: ahora estaba medio inclinada, con solo una enmediada rodilla todavía fijada al piso, mientras la otra pierna estaba trabada recta incómodamente tras ella. El dobladillo de su falda a rayas ahora apenas ocultaba la parte más oscura de su lencería, mientras la mayor parte de esta estaba plegada a lo largo de las mejillas de su trasero. Sus ojos estaban cerrados, y ella empapaba el falo del caucho en largas pasadas, de la base a la cima y entonces de vuelta. Un pequeño gemido escapó de sus labios cuando llegó a la punta del pene por tercera vez, pues era entonces cuando la punta de los dedos de su diestra frotaron su sexo cubierto de nylon.
 
“Pero entonces,” Allison se inclino hacia adelante en su silla hasta que su cara estaba a pulgadas de su desprevenida mujerzuela, “viniste a trabajar para mí.” Y chasqueó sus dedos.
 
Una luz entró en la mente de Caroline, y el suelo se encontró con su cuerpo a gran velocidad. Yació allí, desarreglada, la cara en el suelo con su largo cabello oscuro, todavía envuelto en su coleta, cayendo en cascada a lo largo. Entonces, sin mirar arriba, gimió, en la calmada, tímida voz de niñita que creía todo lo que había sido. “¿Señora, puedo?”
 
“¿Por qué, mi perrita? ¿Estas excitada?”
 
La ofuscación del último episodio se había disipado. Caroline alzó la cabeza hasta la altura de las rodillas de Allison. Su cara ruborizada de humillación. Pero bajo sus medias, su sexo estaba rojo de necesidad. “Sí, señora,” jadeó, cada músculo tenso. “Su perra está excitada.”
 
“Entonces,” Allison, todavía inclinada hacia adelante, extendió una mano, y cubrió uno de los pechos de Caroline a través de su ahora desarreglada blusa, “por todos los medios.”
 
Con un gemido de lujuria, Caroline cayó hacia atrás sobre la blanda, y espesa alfombra, poniendo su falda alrededor de su cintura. Sus manos se dispararon a su hinchada entrepierna, y desgarró las ahora empapadas pantimedias que la habían ocultado. Agarró la polla de donde había caído, y, piernas arriba y separadas, la zambulló dentro de ella con la desesperación de alguien que podría no volverse a venir nunca. Su gruñido no era menos erótico por ser autoinfligido.
 
“¡¡Uunhhhh!!”
Allison se reclinó una vez más para mirar el lujurioso espectáculo. La extensión del musculoso muslo que ahora se extendía derecho en el aire se agitó y convulsionó con cada una de las acometidas de su perra.
 
“Uhnnh… uhnh.”
 
“Haces ruidos como un animal, Caroline. Sabía que lo harías el primer día que entraste a mi oficina.”
 
Caroline no escuchaba, no podía. Continuó sus acometidas, haciendo que la polla sostenida por su mano se encontrara con su ávida pelvis, ambas trabajando sin ritmo, pero con mutua desesperación. Una de sus zapatillas de tacón alto cayó al suelo, y ella distraídamente movió su pie cubierto con media negra para patear el otro.
 
“Me intrigó: tu confianza, tu inteligencia, templadas con tu incapacidad absoluta para discernir mi fachada.”
 
“Oh, ugn, oh Dios… por favor.” Caroline parecía lista para alcanzar el clímax; sus pies en punta, sus ojos bien cerrados, sus palabras un gimoteo.
 
“Eras un aspirante perfecto. Pero tristemente…”
 
“¡¡¡¡¡UUUGGGGHHHHH!!!!!!”
“…difícilmente un desafío.”
 
Las piernas de Caroline cayeron al piso como árboles ante un leñador. Yació allí, el falo medio colgando de su delicada feminidad, el sudor empapando tanto su cabello como su rostro, su costoso traje y medias demasiado maltratados en su deseo de venirse.
 
Allison se puso de pie, y despacio caminó en círculo alrededor de su chica, manteniendo un movimiento no muy diferente al que hace un detective con el contorno de la tiza. Sonrió. “Por eso nuestro nuevo aspirante será tan bueno para la compañía, mascota. Verás, ella…” indicó el resplandeciente monitor que había sido tan absolutamente ignorado a lo largo de su encuentro, “…no será un candidato fácil. No es ni densa, ni extravagante: así lo juzgué durante nuestra sesión.”
 
La oscuridad empezó a arrastrarse por los sentidos de Caroline, un sueño nacido de su duramente obtenido orgasmo. Pero alcanzó a oír las últimas palabras de Allison.
 
“Y lo qué es mejor… todo su propósito aquí es de percepción. ¿Qué desafío mejor que el juego en el que se sabe que se está en el rango del cazador?”
 
Caroline movió su cuerpo, y traicionó su duda al volver a abrir sus ojos para encontrarse con los de su señora.
 
“Veras, dulzura, esa criatura tan bella hizo demasiadas preguntas. Y lo qué es más… cuando se levantó para irse, vi la insinuación de un cable oculto detrás de su chaqueta.”
 
La oscuridad huyó, y fue reemplazada por primera vez con un nuevo tipo de luz.
 
“Comienza mañana.”
 
Parte 2
La mañana se arrastró hacia Jennifer Grey, primero articulándose sólo como una línea de luz sondeando ligeramente entre sus cortinas. Mientras la hora se arrastró más y más cerca de las 8 de la mañana sin embargo, el tejido entre su durmiente forma y el insistente día muy bien podía haber sido un pañuelo. Jennifer se volvió una vez, dos, y otra vez, aun sin comprender el propósito del sol en entrometerse en su codiciado letargo. No comprendía, es decir, hasta que el teléfono sonó.
 
“¡Oh! Oh Dios.” Así no podré. Cogió el receptor de su lugar, y en un momento se compuso absolutamente; cuando dijo sus obligatorios saludos, su voz había evitado toda sugerencia de somnolencia. Aunque…
 
“Señorita Grey. ¿No la despertamos, verdad? Espero que no. De vez en cuando nuestras horas de operaciones tiran hasta a nuestros más acostumbrados empleados fuera de tiempo, y ni siquiera tengo reloj hoy.” La voz era poco familiar, y una mirada rápida a la pantalla de Identificación no reveló nada: ‘FUERA DE ZONA.’ Pero Jennifer se había asegurado de que nadie más supiera este número.
 
“No señora. Es una hora absolutamente regular. Ah… solo que tenía la impresión de que era esperada a las seis y treinta”
 
Hubo una risita alegre. Definitivamente no es la señorita Taxton. “Señora Grey, llamo en nombre del HSA para confirmar su cita de hoy con nosotros. La señorita Taxton mencionó el horario; yo sólo quería darle suficiente tiempo para prepararse. ¿Ayer se cubrió con usted el código de vestir?”
 
No lo había sido. La mente de Jennifer voló, rápidamente intentando reestablecer su personaje, sus maneras, para ser consistente con su actuación en la entrevista. Aceptación, no aseveración, era la clave. “No señora. Supuse… ¿empresarial casual?”
 
“Un poco más. Nosotros aquí a HSA buscamos una clientela alta, Señora Grey. ¿Puedo sugerir…?”
 
Jennifer sonrió para si misma. Mi agencia tiene unos cuantos códigos propios, chica. Muy bien podrías estar llenando bolsas de evidencia para mí. “Por favor. Estoy pérdida.”
 
“Nuestro traje esta diseñado para presionar, vender, e intimidar, Señorita Grey. Quédese con colores neutrales al principio. Sugiero un traje color negro opaco, la falda de un atractivo pero atrevido corte, un chaqueta que pueda quitarse sin arruinar el conjunto, pantimedias por supuesto (gris sería preferible al crema con ese color) y sensatos zapatos de tacón.” Terminó al final con un tono que parecía el de la lectura de una lista de la compra. “Ahora tengo mucho que hacer. Debo irme. Buen día, Señorita Grey.”
 
Jennifer aun sostenía el receptor. Su boca estaba abierta. Me acaban de decir que tono de lencería usar. Sin embargo, la mujer había calificado el comentario como una sugerencia. Si había algo en esta asignación a la HSA, era que no había extraños para cubrir sus espaldas. Colgó el teléfono y, sonriendo, recogió el otro, un celular negro que no era más grande que su palma, antes de marcar. “Hunt, Jennifer M.” Una pausa, y entonces,” 6-R-7-Y-B. Bien. Gracias. Hola, señor. Sí. Dígame, ¿qué flujo de dinero en efectivo tengo aceptado para esta asignación?”
 
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La manecilla grande de su reloj se movía poco a poco, cada vez más cerca de las doce, mientras la pequeña descansaba incómodamente arriba de las siete. Mierda. Los tacones de Jennifer resonaron rápidamente mientras trotaba escaleras arriba, de vez en cuando una ansiosa mano bajaba para tirar de su falda demasiado corta. Mierda, llego tarde.
 
El día se había usado placenteramente, después que los negocios con la Agencia quedaron fuera del camino. Tenía, descubrió, un presupuesto permitido federalmente de $10.000 con el cual seguir la operación. Como nunca tuvo personal, y como la mayoría de sus misiones involucraban investigación menos… sutil, la suma había sido totalmente un misterio para ella.
 
Pero ya no. El traje excepcional que usaba ajustaba tan estrechamente con el descrito esa mañana que bien podría haber sido confeccionado por quien llamó. La falda era lo mejor: de color casi negro, estaba cortada justo por encima de sus rodillas cubiertas de media gris. La hacia sentir sexy y segura, pero mientras se apresuraba escaleras arriba hacia la estéril entrada de cristal ahumado de la HSA, su preocupación de como lucía templó sus buenos sentimientos. No debo olvidar porqué estoy aquí.
 
El edificio era grande, prístino, y podría haber parecido vacío, si Jennifer no lo supiera mejor. HSA corría junto con el reloj, se le había dicho, apilando cambios de diferentes maneras cuando la necesidad surgía. De ahí, se le explicó, su inclinación por empleados solteros.
 
Las puertas de vidrio se separaron con un susurro, y Jennifer caminó lentamente para arreglarse. Con una profunda inhalación, cruzó por el umbral, las instrucciones de la semana pasada acunadas cuidadosamente en su memoria: “Señora Hunt, su propósito no será presumir ni culpabilidad ni inocencia. La HSA es tan limpia que rechina… o es la ilegalidad más meticulosamente encubierta en Nueva York. De cualquier modo, no esperamos que su estancia allí sea corta.” Con otro susurro, las puertas se sellaron tras ella.
 
La entrada era grande y prohibitiva, consistente principalmente de mármol. Columnas paralelas a las paredes, y, a esta hora tardía, consiguieron crear sombra suficiente por el cuarto para que Jennifer no viera a la otra mujer hasta que habló.
 
“Señorita Grey.” No era una pregunta.
 
“Um. Sí. Soy yo.” Jennifer se acercó y sostuvo ante ella su mano como presentación.
 
“Mi nombre es Caroline Holcomb.” Pareció estudiar a Jennifer, y no le tomó la mano hasta que sus ojos se hartaron. Cuando las agitaron, Jennifer se preguntó si sentiría alguna vez algo tan suave como la mano de la otra mujer. Era como si se la acabara de rociar con talco. “Le mostraré el camino a la oficina central, donde podremos empezar.”
 
Se dio la vuelta sobre su tacón (un tacón muy alto, notó: casi cuatro pulgadas) y Jennifer la siguió al ascensor al extremo del corredor. Pero cuando la puerta abrió con un suave tañido, simplemente se hizo a un lado, y realizó un gesto.
 
“¿Usted no viene?” Jennifer preguntó, confundida.
 
Hubo una pausa, y de nuevo Caroline recorrió a la recién llegada con sus ojos. “Me gusta su traje, Señorita Grey. Y no, no puedo acompañarla. Se me han asignado a otro deberes.”
 
“¿Entonces alguien se reunirá conmigo arriba?” Jennifer se estaba sintiendo un poco rara de repente, y no quería ir arriba sola.
 
Una extraña luz corrió por los rasgos de Caroline ¿…de interés… o… anticipación? “No.” sonrió. “Las cosas funcionan bastante bien aquí, Señorita Grey. Encontrará que su oficina ha sido preparada debidamente.”
 
Jennifer asintió, y con una ligera sacudida de su cabeza para sacudirse los nervios, entró.
 
Caroline miró las puertas cerrarse, y entonces cuidadosamente sacó un trapo limpio de su chaqueta antes de proceder a limpiar sus manos. Donde limpió, salió un polvo color crema. Te atrapé para ella, niña bonita, pensó mientras examinaba el nuevo color del trapo contra la luz. No tenía alternativa, pero te atrapé. Dejó caer el trapo en el cesto de la basura mientras se marchaba. Maldita mancha.
 
Parte 3
Cuando el ascensor empezó su ascensión del primer piso, Jennifer Grey estaba sintiéndose un poco inestable de pie. Para el momento en que la aparentemente rápida subida había puesto diez pisos detrás ella, se había hundido sobre sus enmediadas rodillas, con puntos negros manchando su vista. Y cuando las puertas se abrieron en el piso 42, su destinación predeterminada, ella ya no poseía la conciencia para apreciar el fin del paseo.
 
Allison Taxton miró apreciativamente a la caída joven desde su recientemente tomada posición entre las puertas. Frunció sus labios húmedos y rojos en un suave silbido. Suerte para ti que no soy de las que favorecen darse un banquete con la caza. Pronto habría tiempo para que ella se diera un atracón con la chica bien formada y de senos turgentes que estaba delante. Pero por ahora… los preparativos.
 
Salió rápida y resueltamente del ascensor, a la zona de oficina atestada de cubículo tras ella. Haciendo ademanes a dos jóvenes damas, rubias con falda corta y evidentes medias de liguero, escogió sus palabras cuidadosamente: “Chicas, deben mostrarle a la Señorita Grey mi oficina vía la ruta escénica. Consideren durante el viaje que no ha visto todavía la amplitud de este lugar.” Una de ellas sonriente, la otra luciendo lujuriosa, no obstante asintieron con aceptación, y, con la facilidad de la práctica, levantaron a Jennifer por las manos y tobillos y la maniobraron hábilmente hacia el otro extremo del nivel.
 
Allison esperó hasta que habían dado vuelta a una oscura esquina, contó hasta diez, y entonces las siguió, su tacones de cuatro pulgadas resonaban a paso firme por el piso. En su mente hacia tictac un reloj insistente. Tenían seis minutos: seis era todo que la mente podía concebiblemente descontar en circunstancias desorientadoras, todo lo que no se extrañaría al recuperar la conciencia. Se haría en cuatro.
 
Cuando abrió las puertas de su oficina, las rubias se movían con precisión quirúrgica. La chaqueta de Jennifer había sido retirada, colgaba pulcramente de un perchero cercano, y su blusa crema le siguió igual de rápido. Allison sonrió mientras los pechos de Jennifer, con forma de pera, grandes y firmes, se balancearon pesadamente de los confines de su recién quitado brasier. Cuando el torso entero de la Señorita Grey fue desnudado, una de las dos chicas miró a Allison y sonrió. “No esta cableada hoy, Señora.”
 
“Excelente.” Este se pone cada vez mejor. “Rápido, desvístanla totalmente y procedan.”
 
Con una risita, una chica se hizo ligeramente a un lado, y, sacando un paquete transparente e instrumentos metálicos de su bolso, empezó a manipular los varios artículos de encaje que se le entregaban mientras la violación de Jennifer progresaba. Allison, con las manos tras la espalda, empezó a rodear la escena, observando todo. A estas alturas, la falda de corte estrecho de la Señorita Grey estaba siendo deslizada por sus largas piernas cubiertas de medias grises, y Allison saboreó la falta de bragas bajo las medias. Allison sabía que eso decía algo sobre una mujer. “Tu, mi bonita mascota, serás una mujerzuela tan complaciente cuando termine contigo.” La desnudada no dijo nada, por supuesto, y la mujer que la desnudaba, ansiosa por complacer, rápidamente le empezó a enrollar las medias sobre sus piernas.
 
Allison la detuvo, observándola con una mirada gélida: “Ten cuidado de no rasgarlas, perra. La señorita Grey nunca se debe sentir impulsada a considerar las circunstancias de estos momentos de inconsciencia. Despertará, y todo estará bien con su mundo.” Allison retomó su paso, notando la húmeda condición de sus propias medias, hoy blancas, con unas bragas transparentes, de corte alto. “No sabrá, por ejemplo, que tres de sus propias compañeras de trabajo aquí en la HSA,” Allison deslizó sus manos por el cabello de las chicas arrodilladas mientras pasaba, “han visto sus tetas y su sexo. No sabrá que una de esas tres,” se detuvo un poco cerca de la chica con los instrumentos, deslizando un pie enmediado dentro y fuera de su zapatilla negra, “ha colocado meticulosamente inductores sensoriales, diminutos, remotos, dentro de artículos específicos de su ropa. No sabrá que, a pesar de su tamaño, cada uno es capaz de inducir una reacción corporal equivalente a un vibrador en el sexo.” Una risita cruel. “No sabrá que estas pequeñas maravillas son, de hecho, casi transparentes, en especial contra ropa más oscura…” Puso sus dedos índice y medio juntos y empezó a masajear ligeramente en círculos sobre su propia entrepierna, sobre su falda y sus medias. “Que, sabrá, es lo que requerimos en nuestra código de vestir.”
 
Entonces prácticamente ronroneó y continuó las caricias, deteniendo sus pasos por el cuarto. Allison sabía que se distraía, que debía concentrarse, pero cada vez que sus ojos recorrían a la mujer desnuda, se volvía más y más consciente de dolor entre sus piernas, la pulsante, húmeda necesidad.
 
Sus sirvientes sin embargo, trabajaron indiferentes. 3 minutos habían pasado, y más que cualquier cosa en el mundo, temían la ira de su ama, tendrían que sudar más antes de la consumación del trabajo. Las diminutas astillas de plástico fueron colocadas rápidamente pero con precisión, dondequiera que se pudiera encontrar una zona erógena en la ropa de Jennifer. Tres en cada copa del sostén negro de encaje: una en cada parte inferior, donde el peso de los senos se soportaría, una a lo largo de la parte superior de la copa, donde el gentil beso de un amante podía plantarse, y la última a lo largo de los centros, donde los suaves pezones color café de Jennifer probablemente descansarían. Adicionalmente, varias fueron colocadas con rápida precisión en las pantimedias grises y sedosas de Jennifer: una en cada punta reforzada y en cada planta del pie, una a lo largo de la parte de atrás donde cada pantorrilla estaría delicadamente cubierta, y dos en la parte gris oscuro de las pantis mismas, una en la parte frontal, a lo largo de la costura, y una opuesta a esta, atrás. “Estamos listas, Señora,” dijo la chica que las colocaba.
 
“Aguarden sólo un momento.” Allison era una criatura controlada, pero hasta ella podía ser seducida bajo las condiciones correctas. Todavía aplicando presión a su feminidad, se arrodilló sobre su desnuda, durmiente presa, y con todo el control que podía convocar, se limitó a un breve beso en cada uno de los pezones erguidos de Jennifer.
 
El gemido las tomó a todas por sorpresa. Allison se levantó, sus ojos bien abiertos. El polvo… el polvo había de mantener a la víctima absolutamente inconsciente de todo estímulo. Todo estímulo por el tiempo asignado. Nunca había fallado. A menos que… no todo hubiera sido transferido. Caroline Holcomb. Allison sonrió apreciativamente. ¿Me desobedeciste? La perspectiva de ello la deleitó; imaginaba que Caroline había perdido todo uso como pieza de entretenimiento meses atrás.
 
Ahora quedan dos minutos, si tenemos suerte. Chasqueó sus dedos rápidamente, y las chicas se apresuraron a vestir a la inconsciente Jennifer, poniéndole sus pantimedias, zapatos, sostén, etc. Todo debía estar perfecto, cada pliegue y pinza necesitaba igualar las condiciones de la ropa antes de que fuera retirada. Las chicas sabían esto, y satisficieron la exigencia tan rápidamente como era posible. Aun así, los segundos corrían.
 
Finalmente estaba hecho. De nuevo levantando a Jennifer por los tobillos y muñecas, se apresuraron a las puertas del ascensor, que se habían mantenido entreabiertas. Jennifer gimoteo suavemente y se movió esta vez, pero permaneció benditamente dormida. Allison las siguió, su valor aun incomparable.
 
Jennifer fue apoyada sosteniéndola contra la barandilla del ascensor, y uno de sus zapatos, que se había caído durante el tránsito, fue colocado de nuevo en su pie enmediado por Allison, mientras las dos putitas que habían ayudado corrieron precipitadamente a rincones menos públicos. Allison entonces hizo una evaluación final de su víctima, y, fijándose que todo estaba en su lugar, retrocedió tras las puertas que se cerraban.
 
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Jennifer agitó su cabeza de lado a lado. Un ascensor que subía tantos pisos siempre la desorientaba. Nerviosamente, verificó su reloj. Dios, no pensé que estuviera TAN atrasada. Mientras el ascensor rebotaba al parar, un tintineo sonó, y las puertas se abrieron para revelar a la Señorita Allison Taxton, vestida inmaculadamente, y dando palmaditas con el pie de impaciencia.
 
“Señorita Taxton, lo siento. Tuve problemas y perdí la noción de tiempo.”
 
La señorita Taxton pareció considerar su excusa, una bastante débil hay que reconocer. Entonces sonrió placenteramente y se acercó a la recién contratada con una mano extendida. “Estas cosas pasan, Señorita Grey. Bienvenida a la HSA.”
 
Parte 4
La situación de Caroline Holcomb era poco envidiable, como mínimo.
 
Permaneció de pie silenciosamente en el santuario oculto de la HSA, las manos a sus lados, pies ligeramente separados, parpadeando rápidamente, y sudando profusamente. El parpadeo se podía atribuir a la brillante luz blanca que destacaba su figura, proyectándola contra la vaguedad de la oficina. El sudor, sin embargo, era debido a algo totalmente distinto.
 
Desde su posición arriba de la tarima, Allison Taxton estudió a su bonita mascota. Caroline llevaba uno de sus trajes con falda marca registrada, un conjunto azul marino que le ajustaba bellamente, y se recortaba bien contra sus redondeados senos. Donde terminaba, aproximadamente dos pulgadas sobre la rodilla, brillaban débilmente un par de casi resplandecientes medias color crema, semi-transparentes y elegantemente acariciando los músculos de sus piernas. El traje se completaba arriba y abajo por una gargantilla negra (en parte cubierta por su negro y largo cabello) y un par de zapatillas de tres pulgadas, respectivamente. Allison sabía que su perra lucía deliciosa en cualquier ocasión, pero eran momentos como estos, cuando estaba de pie nerviosamente atenta, que era más vulnerable, y así, más atrayente.
 
El silencio empeoraba (era una de sus tácticas favoritas) y Caroline podía sentir su peligro, casi como si fuera una cosa tangible. Más allá del toque de la luz se movían los sirvientes: todos femeninos, sabía Caroline. De vez en cuando, sus tacones resonaban por el frió suelo de concreto, y el eco, a veces lejano, a veces cercano, estremecía sus nervios. Finalmente, no pudo soportarlo más.
 
“Señora,” Caroline empezó titubeante, sus suaves labios hispanos apenas se separaron por las palabras, “¿me necesita?”
 
Allison saltó de su asiento, y bajó las escaleras entre ambas de dos en dos. Caroline retrocedió atemorizada del ataque, pero su mejilla fue agarrada, pellizcada, y detenida. El dolor era feroz, las uñas afiladas, y se oyó gritar aniñadamente. La vergüenza se apoderó de ella. La mujer que fue se había ido. Pero tuvo poco tiempo para contemplarlo, mientras Allison ponía sus rostros muy cerca uno del otro, y entonces dijo a algo, no a Caroline, sino a la habitación: “Esta vaca ya ha hablado demasiado. Atenla. “Con eso, le dio a Caroline un vigoroso empujón, enviándola trastabillando sobre sus tacones altos antes de caer en el piso. Se quedó allí por un momento, su dignidad abandonada, su falda subiéndose hasta sus pantaletas y sus piernas enmediadas incómodamente extendidas.
 
Pero un momento fue todo lo que tuvo. Respondiendo a su señora, cuatro chicas sirvientes convergieron en ella desde las sombras, y, sujetando un miembro cada una, la levantaron. Caroline había aprendido largo tiempo atrás que forcejear era inútil, pero no podía evitarlo. Trató de liberarse golpeando, retorciéndose y pateando, una vista que Allison captó con deleite, pero el agarre de las chicas era firme. Rápidamente, la cargaron hasta un oscurecido cuarto tras la tarima, donde sabía que primero sería drogada y entonces “preparada” al gusto de su ama. Silenciosamente, dejó de retorcerse, mordió su labio inferior, y oró por que Jennifer Grey valiera lo que vendría a continuación.
 
La agente Grey ahogó un bostezo tras sus dedos perfectamente manicurados. Alrededor de ella sonaban los típicos pitidos, tecleo, y timbres de una oficina trabajando, pero el ruido hacía poco para despertarla.
 
Después de un año con la Agencia, un año lleno de puertas derribadas a puntapiés, traficantes de droga, y la mafia, este trabajo en cubierto parecía insulso. Sobre todo si los días siguientes se mantenían como este, entonces estaría segura de que nada pasaba. Suspiró y bebió unos sorbos de su taza del café. Quizás sólo era demasiado impaciente. ¿Después de todo ésta era, qué?, ¿su segunda vez en el edificio? No obstante, esperaba más acción de la que las discusiones en el botellón de agua podría satisfacer.
 
Una encantadora cabeza pelirroja surgió por encima de la pared de su cubículo. “Eh, Jen. Te escuche bostezar desde aquí. Te dije que este lugar era aburrido.”
 
Jennifer sonrió. Tristen había sido tan amistosa esa noche, llevando a Jennifer de la mano, le mostró los pros y contras de la oficina, el sistema de computadoras, básicamente todo lo que la Señorita Taxton no había cubierto antes de apresurarse a llevar a cabo algunos negocios. “No,” contestó educadamente, “Por supuesto que no es aburrido. Solo tengo que ajustarme a estas horas.” Levantó su taza. “Esto ayuda.”
 
“Será tu mejor amigo. Hablando de lo cual, tengo que ir formular una petición de varios suministros. Cualquier cosa que necesites, dilo ahora. Pasará un rato antes de que regrese.”
 
Jennifer agitó su cabeza en un “no” y le agradeció, volviéndose a enfocar a la tarea a mano mientras la chica se marchaba. Tan buena gente, Jennifer pensó para si. Si algo pasa aquí, de ningún modo había afectado a todo el personal.
 
Estiró sus largas piernas bajo el escritorio, deslizó sus pies enmediados fuera de sus zapatos. Se sentía tan bien sacudir sus dedos del pie un poco, y esperaba que nadie se diera cuenta de su falta de profesionalismo. Ciertamente las pantimedias hacían que sus piernas se sintieran mimadas, pero había algo que decir en favor de tacones más bajos, particularmente hasta que se acostumbrara a la rutina de la oficina. Distraídamente cruzó sus piernas, poniendo un pie sobre su rodilla para poder frotar la tensión fuera de este.
 
Dios, se siente bien, pensó, mientras deslizaba sus dedos una y otra vez sobre el suave, nylon gris. Pronto el otro pie ya pedía atención, así que cambió. Se sentía bien. Mejor de lo que sus masajes del pie normalmente se sentían. Quizá su torpe novio-de-la-semana simplemente no lo había estado haciendo bien. Despacio y luego rápidamente deslizó sus manos sobre su fina lencería, incluso tomándose un momento para frotar su musculosas pantorrillas. Cerró los ojos. La oficina estaba tan silenciosa de repente. Quizás había un descanso. Eso estaría bien. Continuó usando sus manos, segura ahora de que se podía relajar brevemente. ¿Dios, su lencería había sido tan sedosa antes? Era tan suave bajo sus dedos, tan apretada alrededor de sus pantorrillas, de sus dedos, su sexo… acarició su feminidad, su dulce sexo, oh su sexo… “Ohhnhh…”
 

Los ojos de Jennifer se abrieron de pronto, y tímidamente recorrió con ellos alrededor de su espacio inmediato. ¿Lo había dicho en voz alta? Su cara se ruborizó con un rojo horrendo. Todos los ruidos tan prevalecientes en la oficina habían reasumido su volumen típico. ¿Solo se lo imaginó? ¡Dios, por favor que así sea! ¡Sería tan humillante! No, cálmate, nadie escuchó. Apresuradamente, resbaló sus pies enmediados de vuelta en sus zapatos, y volvió a poner sus dedos en el teclado. Lentamente sus latidos cardiacos se volvieron más regulares. Bueno, pensó. Relájate. Pero cuando Jennifer Grey volvió a cruzar sus enmediadas piernas por la rodilla, su calma de nuevo se vio superada por la mortificación. Entre sus muslos, su enmediada entrepierna estaba calida y suave como siempre… pero también húmeda. Y no había sido así en largo, largo tiempo.

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