Los pensamientos de Andrea:

Después de haber estado gran parte del día juntas, Rosa me preparó los contenedores con la comida para Arturo y los muchachos (como ella les llamaba a pesar que eran mas o menos todos de la misma edad). Las tenía llevar al plantío en una mochila antes que se hiciera

Una vez terminada esa tarea, Rosa y yo nos despedimos y comencé mi caminata. Como iba a tener un buen tiempo a solas, me puse a repasar la locura de eventos que había pasado mi vida en tan poco tiempo.

Mis padres en la capital esperaban una visa que nos daría la oportunidad de conseguir una vida con mas posibilidades de progresar que en esta mugrosa villa miseria. Mi tío nos iba a dar vivienda en un apartamento extra que tenía vacío en una ciudad vecina a Nueva York. Esta idea de solo pensar que sucedería pronto, me hacía sonreír. Iba a poder tener amigos de mi edad e ir a un colegio en omnibus o cerca. No como aquí que caminaba casi cuarenta y cinco minutos para llegar a la escuela. Mi segundo pensamiento se concentró en estos días. Había perdido mi inocencia en cierta forma y me entusiasmaba hasta el punto de que me hacía sentir más mujer, como que había crecido de golpe. Descubrir la sexualidad había sido algo que marcaba una etapa muy importante de mi vida… lo sabía. Arturo me había enseñado el gran paso de una forma muy placentera. ¡Lo había disfrutado a tal punto que me hacía feliz haber sentido a un hombre dentro de mi! Pero no era que él me había gustado, no. No me parecía atractivo, es bastante mayor, podía ser mi abuelo. Luego de haber analizado esta parte llegué a la conclusión que lo que me gustaba era su sexo, su miembro, el único que había sentido dentro de mi cuerpo. Pero estaba empezando a imaginarme lo mismo en otros hombres y me causaban la misma excitación.

Y ahora, lo que me había pasado con Rosa al principio me causó confusión. Pero luego de analizarlo también, me di cuenta que al final todo se trataba de lo mismo: sexo. Aunque yo no lo había disfrutado de la misma forma que con un hombre, no me desagradaba para nada. Es decir, que se había despertado una nueva Andrea dentro de mí, una Andrea con nuevas fronteras, con deseos carnales, con ganas, cambiando los juegos infantiles para algo que me resultaba más atractivo y más disfrutable. Hasta los pensamientos me cambiaban y lograba vivir imaginaciones con una fantasía más próxima a la realidad. Cosas que tenía la posibilidad de sentirlas si buscaba la oportunidad.

Por ejemplo, ahora iba en camino a un lugar con gran expectativa pensando que iba a poder sentir otra vez algo que me llenaba totalmente de felicidad porque sabía que dependía de mi hacerla realidad. Sabía que los hombres estan listos para ello cuando una mujer lo propone. Y eso solo ya me excitaba, me hacía sentir escozor entre las piernas a punto de mojarme sin tocarme.

Y cuando todo esto iba pasando por mi mente, lo inesperado. ¡Empezó con una llovizna que en pocos minutos fue creciendo en intensidad hasta convertirse en una lluvia bastante fuerte! Pensé en regresar para buscar refugio en un lugar lleno de árboles que había pasado hacía unos minutos apenas. Estaba convencida que había avanzado más de medio camino. Además de mi dependía que hoy cuatro hombres trabajadores se alimentaran bien. No lo dudé un segundo más y alejando mi mente de la negatividad continué como si nada estuviera pasando.

Pasaron alrededor de quince minutos en esa intensidad y así como llegó se fue. Finalmente había parado pero yo estaba ensopada de pies a cabeza. Mi camiseta, el short, los interiores, las medias y los zapatos estaban ensopados. En el camino habían charcos de agua y lodo que incomodaban más mi caminata. Así pasé unos diez minutos más y cuando estaba sintiendo cansancio por el peso de la mochila y la ropa mojada, divisé el plantío de maíz. No veía a nadie cerca de la carretera hasta que llegué a la senda de entrada hacia la casita donde pasaban la noche durante la cosecha. Aquí los charcos eran mayores y debía desviarme en varias oportunidades lo cual aumentó más el peso de mis zapatos con la acumulación de lodo. Ya no daba más. Tenía ganas de sentarme a descansar un rato y cuando ya estaba casi decidida, ¡divisé la torre de agua con el molinete! Sonreí al empezar a ver el techo de la casa y luego la entrada.

En la puerta me quité los zapatos para no ensuciarles con lodo el piso y abrí. Me encontré con Luis Eduardo que terminaba de ponerse una camisa. Los dos nos sorprendimos.

– Hola Andrea!

– Hola!

– Déjame ayudarte con la mochila -dijo apurándose a ayudar a quitármela.

– Gracias! Ya estaba bien cansada.

– Pero… estás ensopada niña!

– Si, me agarró el chaparrón a medio camino.

– La verdad que eres valiente haber llegado hasta aquí con este tiempo.

– Es que no quise regresarme cuando empezó a llover porque les traía de comer y no sería justo dejarlos sin comer.

– Gracias Andrea. Además de hermosa tienes un corazón muy lindo.

Dejó la mochila en la mesada de la cocina.

Luis Eduardo debería tener unos cuarenta años creo. No soy muy buena en eso pero es menor que Arturo. Es bajito, con aspecto de ser fuerte. Tiene una cara bondadosa pero cuando sus ojos se entrecierran hay algo de picardía en ellos. Lo había notado la vez pasada cuando estaba charlando con Arturo el día que vine. Tiene el pelo con muchos rulos y abundante. Con la barba crecida de unos cuatro o cinco días que no se afeita. Su boca es fina que la hace más agradable por esos dientes blancos que se asoman cuando sonríe. Cuello grueso. Manos muy maltratadas con uñas cortas pero un tanto manchadas por la cosecha a pesar de que usan guantes. Estaba vestido con unos pantalones anchos para mayor comodidad mientras trabajan y la camisa de franela para protegerse de vientos un poco fríos cuando va anocheciendo.

Cuando se dio vuelta me dijo caminando hacia mi con sus vivarachos ojos y sonrisa muy agradable:

– Tienes que quitarte esa ropa, está ensopada. ¿Tienes qué ponerte?

– No, no traje nada mas.

– Dejame ver… -dijo cambiando de rumbo para buscar entre su ropa.

Sacó una toalla y una camiseta que me ofreció con una sonrisa amistosa.

– No te va a quedar muy justa, pero te va a servir para que entres en calor y tengas algo seco para ponerte -me dijo midiendola en mi cuerpo- Pero si quieres caliento algo de agua para que te laves un poco. ¿Quieres?

– Bueno… si. Tengo algo de frío.

Tenía las piernas completamente manchadas de lodo y los pies habían cambiado de color! Miré alrededor como algo curiosa y le pregunté:

– ¿Dónde están los demas?

– Ni bien paró la lluvia volvieron a la cosecha. Yo me tuve que cambiar porque estaba más lejos y para llegar hasta aquí me ensopé. Hice lo mismo que tu vas a hacer y me siento muy repuesto ahora. Hazlo, créeme que te vas a sentir bien.

Mientras me hablaba estaba calentando el agua en un contenedor grande que tenía su propio fuego de leña por debajo. Me señaló una palangana grande en el medio de la sala.

– Por suerte el fuego se mantenía encendido y se me hace más rápido poder calentar más el agua. Ahora te ayudo si quieres. Te metes allí y te pongo el agua.

No entendía cómo iba a hacer porque pensé en que pretendía que me desnudara asi nomás. Debe de haber leído el gesto en mi cara porque enseguida agregó:

– Oh, no te sientas mal. Pensaba que te metieras con tu camiseta y el interior y de paso lo lavas para luego colgarlas para que se sequen. Yo te puedo dejar a solas, no hay problema.

Me sonreí pensando que mi mente había sido más mal-intencionada que la de él. Creí que buscaba verme desnuda.

– Esta bien Luis Eduardo, gracias. No tienes que irte.

– Bien. Si quieres quítate el short y te metes. Yo voy agregando baldes con el agua tibia. ¿Si?

– Si.

Me quité el short y las medias y me metí en la palangana. Él me miraba y yo lo miraba para estar preparada cuando me tirara el agua. Cuando se aproximó me recogí un poco el pelo con las manos y empezó a echarme el agua lentamente en la nuca. Recibí esa agua tibia con mucho placer porque finalmente mi cuerpo volvía a su temperatura normal poco a poco. Fue a buscar más y me trajo también un jabón.

– Toma, si quieres lavarte un poco también.

– Gracias -le dije mientras seguía llenando el tanque.

Cuando el nivel llegaba a mi cintura dejó de traer agua.

– ¿Esta bien asi? ¿Te sientes mejor?

– ¡Si! Ahhh… -levanté mi cabeza disfrutando mientras mi mano mantenía el pelo recogido.

El se sentó en un banquito bajo al lado mío:

– Mira, yo me tengo que ir. Pero cuando termines no te preocupes de desagotar la palangana, yo lo hago cuando regresemos.

– Bueno, gracias -dije asustándome cuando el jabón se me resbala y cae dentro.

– Ja, ja, ja! -se rió Luis Eduardo

Yo miraba dentro tanteando con una sola mano porque no quería soltar mi pelo. No quería que se mojara porque no tenía cómo secarmelo rápido.

– ¿No lo encuentas? -dijo metiendo la mano dentro -¿te ayudo?

Me encogí de hombros como afirmando. Buscabamos los dos y él lo encontró casi debajo de mi entrepierna.

– ¡Aquí está!

– Ja, ja, ja, gracias… -dije mirándolo nerviosa al sentir su mano en mi piel tan cerca de mi intimidad.

Otra vez esa mirada pícara se reflejaba en sus ojos sonrientes.

– ¿Te ayudo? -dijo pasándome el jabón en la pierna mas cercana a él, a lo largo en dirección a mi pie,

Me sonreí nerviosa y bajé la vista. Sus ojos me atraían la atención y el contacto de su mano acariciándome con el jabón me estaba gustando mas de lo que debería ser. La situación parecía tomar otra forma en mi mente. El calor que me volvía y me hacía sentir relajada. La tranquilidad del lugar y el ruido del agua resultaban un aliciente. No sé qué me pasaba.

Al bajar la vista me dí cuenta que la camiseta mojada no dejaba nada de mis pechos ocultos. Los pezones se veían clarísimos asi como la aureola. Se marcaban como si no existiera la tela de mi ropa.

Cuando su mano regresaba del pie hacia arriba, levanté mi mirada y encontré sus ojos fijos en mis tetitas. Me miró y nos sonreímos los dos a la vez. Yo con verguenza. Él con deseos. Mi mano seguía sujetando el pelo y la otra posada al borde de la tinaja. Su mano llegaba al destino que sin quererlo me hacía entrecerrar los ojos. Bajé la cabeza inmediatamente para que esa sensación no fuera descubierta, pero no pude. Uno de sus dedos llegó adonde más deseaba que llegara.

Levanté la cabeza apoyando la nuca en el borde y quedé con la boca entreabierta a punto de gemir acompañándolo con un movimiento de mi pecho hacia adelante. Ardía de deseos.

Ahora esa mano volvía a alejarse hasta la rodilla pero yo no abandonaba mi posición. Respiré profundo por la nariz y cuando la mano volvió a subir, esta vez fue mas decidida y la palma completa cubrió mi vulva. En ese momento abrí los ojos otra vez y tenía su cara muy cerca. Le sentía el aliento. Mi boca se abrió automáticamente junto con mis piernas ante un movimiento de su mano que otra vez paseaba la palma de arriba hacia abajo. Y cuando volví a cerrar los ojos, el calor de sus labios presionó los míos y mi lengua saltó para juntarse a la suya. Estaba totalmente fuera de control otra vez!

Esa mano llegó al borde del elástico de mi interior y sin el menor esfuerzo venció la resistencia resbalando por la carne y los vellos púbicos hasta la entrada de mi entrepierna. Una vez pasó hacia arriba otra vez, de regreso el dedo del medio de su mano bajaba presionando entre los labios de mi vulva que no puso ninguna resistencia a que lo fuera metiendo. Sus labios se apretaban más a mi boca y poníamos más fuerza en el contacto de los labios y en los movimientos de nuestras cabezas de un lado a otro, dandole la oportunidad a nuestras bocas para comernos uno al otro. Levanté la pelvis como pude cuando dos dedos se colaban dentro de mí. Gemí en su boca. Solté me pelo y sin hacerme caso, mi mano descontrolada fue a parar a su entrepierna. Se la toqué por encima de la ropa. Estaba durísima y peleaba por salir del pantalón.

– Asi… tócamela asi…

– ahhh… -fue mi respuesta a su movimiento de los dedos en continuo de afuera hacia adentro de mi vulva.

Me ayudó con su mano a desabrocharse y ni bien la sacó fuera me llevé una sorpresa al tocarla. ¡Era mucho mas gorda que la que conocía! Quería mirar pero no lo hice. No quería que ese momento cambiara de energía.

– Asi…! Pajéame…!

– ¿Asi? -le dije mientras mi mano subía y bajaba.

– Si! Asiii! Qué rico me lo haces!

Y volvimos a comernos las bocas. Ahora con más desespero. Su mano me quitó el interior del todo y se levantó del banquito. Me ayudó a levantarme y me quitó la camiseta. Mis pezones lo apuntaban durísimos a lo que no se hizo esperar y me los empezó a chupar. Le abracé la cabeza mientras mis dedos se colaban en su cabello con lentitud. Su boca me hacía sentir ese deseo de que no se detuviera chupándome toda. Pasaba de uno al otro pezón y abría la boca para meterse toda la aureloa entre los labios. Su lengua se paseaba por todo alrededor dejandome las tetas ensopadas de su sabrosa saliva caliente. Ahora mis dos manos y diez dedos le revolvían el cabellos y apretaban su cabeza con un poco más de presión para que me chupara con más insolencia.

Sus manos bajaron hasta mi trasero y agarrándome por las nalgas me levantó en el aire. Su pantalón cayó totalmente al piso y así, parado, sin apoyo atrajo la entrada de mi vulva hacia esa arma dura y erguida que buscaba su víctima. Lo ayudé abrazándolo con mis piernas y colgada con mis brazos alrededor de su cuello. Sus manos me obligaban a avanzar mi pelvis hasta que la punta de esa gruesa y dura carne intentaba penetrarme. Hubo un poco de resistencia porque mi pequeña entrada no había dilatado lo suficiente todavía. Seguimos intentando moviéndonos. Yo subía mi pelvis hasta donde podía, resbalándome hacia abajo y sintiendo esa poderoza verga que resbalaba entre los labios de mi conchita.

Me prendí de sus labios otra vez besándolo con más furia y empujé como pude hasta que la cabeza se esa pija venció la entrada. Me dolió un poco pero él me balanceaba de arriba a abajo con las manos en mis nalgas todavía hasta que las subió a mi cadera y me empujó con fuerza. En ese momento resbaló hacia adentro y me penetró toda de una sola embestida!

– “¡Qué gruesa la tiene…!” -pensé, comparando la situación con la de Arturo.

Mi orificio estaba muy estirado. Sentía un poco de incomodidad en los tendones de donde se abren las piernas. Me quedé abrazada y quietita como si me hubiera paralizado con ese dolor.

– ¿Te duele? -me preguntó.

– Si…! Bastante!

– Cálmate, no quiero que te sientas mal. Quedémonos quieto por un ratito y vas a ver como te acostumbras a mi verga.

– Bueno… -se me salía una lágrima y después otra. Pero eran lágrimas de dolor mezcladas con deseos incontrolables de que me cogiera. Me gustaba este hombre. Me gustaba cómo se había desarrollado este momento tan lindo…

Pasamos así un par de minutos sin dejar de besarnos. Nuestras bocas totalmente mojadas por la saliva que nuestras lenguas emanaban, por abrir las bocas lo más grande posible a cada chupada de labios.

– ¿Todavía te duele mucho?

– No, ya no tanto…

Me moví como pude. Quería sentir. Quería que me ayudara. Y él caminando y sosteniéndome con sus manos en mi trasero, me apoyó la espalda contra la pared y aprovechó a sacarla un poco y volver a penetrarme.

– ¿Asi la puedes aguantar ahora?

– Asihhh… siihh! -gemí.

– Qué rica tienes esa conchita Andrea…!

Lo miré sonriéndole con los ojos y me abalancé contra su boca otra vez. Me encantaba besarlo. Ahora más que estabamos tan apretados de la pelvis. No cabía ni un papel entre nosotros. La tenía muy adentro en esa posición. Me gustaba. Le sentía los testículos contra el orifico de entrada de mi trasero. Se salió un poco y volvió a penetrarme con fuerza. La posición mía contra la pared con las piernas en alto alrededor de su cintura le permitían entrar hasta lo más recóndito de mi vagina. Poco a poco nos empezamos a mover y fuimos aumentando la velocidad. El deseo de coger llegaba a un punto tan desesperado que parecíamos dos furiosos contendientes peleando uno con el otro por sentirse lo más adentro posible.

– Te voy a dar mi leche! -me gritó- ¿la quieres?!!!

– Si!!! Damela!!! -me atreví a gritarle yo a él.

Una embestida más fuerte que las demás seguida de una pausa. Luego otra embestida con otra pausa y sentí el calor dentro de mi cuerpo.

– Tómala! ¿La sientes?

– Siiiiihhh!!! Ahhhh….! Siiihh!

– Te estoy llenando la concha! Qué divina la tienes!

– Llénamela!

Me desconocía. No me importaba decirle cosas. Quería que me hablara sucio y yo quería hacer lo mismo con él. Y le dije:

– ¿Te gusta?

– Me encanta cogertela!

– No pares! Sigue cogiéndome por favorrrr…!!!

Tenía miedo que no me dejara terminar, pero no me defraudó. Siguió moviendo su verga dentro de mí hasta que me llegaba la explosión de emoción que me daba un orgasmo insolente, un orgasmo que me hacía temblar las caderas y restregarle la vulva muy fuerte contra su pelvis, de arriba a abajo con desespero y gritando mis gemidos tan alto como podía. No lo podía soltar. Mi orgasmo era interminable y todo mi sistema nervioso se volvía loco. La piel se me erizaba y mi boca buscaba seguir chupándole la suya. En pocos segundos mis empujones y restregones eran más espaciados hasta que empecé a calmarme.

Mi mejillas hervían. Entre las piernas sentía deslizarse un poco de semen mezclado con mis jugos orgásmicos. Me transportó hasta el borde de una de las camas y me depositó sacandome la pija lentamente. Finalmente salió toda como escupida por mi vulva, con un poco más de semen derramándose en la frazada de la cama y un poco en el piso.

Sorprendentemente Luis Eduardo se arrodilló levantándome las piernas y me empezó a chupar. Sentía un deseo enorme de ser cogida otra vez. Quería más y él también. Se dio media vuelta y me puso a horcajadas sobre su boca. Me chupó arrastrándome con sus manos en mis nalgas a lo largo de toda mi conchita. No daba crédito del deseo que otra vez me despertaba. Siguío pocos segundos más y otra convulsión me hizo sacudir hasta que caí en otro orgasmo largo apretandole la cara con mis piernas y restregándome en su boca. Él chupaba deliciosamente, su lengua me penetraba y me desesperaba. Otra vez, poco a poco me fui abandonando. Lentamente recobraba mi conciencia normal, volvía a tener un poco más de control. Nos quedamos así por unos minutos. Se puso a la altura de mi boca y le chupé los labios, le pasé la lengua y disfruté de toda esa mezcla de semen con mi venida.

– Bien Andrea! Posees una calentura muy grande. Eres divina cogiendo también. ¡Qué rico como me hiciste gozar!

Me sonreí mirándolo a los ojos.

– Me doy cuenta que te gusta mucho la verga, verdad?

Y me volví a sonreir hasta que lancé una corta carcajada nerviosa.

– Bueno. Me tengo que regresar al campo. Anda, termina de vestirte y trata de secar tu ropa en la estufa de leña.

Luis Eduardo se vistió y antes de irse me dio un abrazo con un beso en la boca.

– Nos vemos mi linda.

– Chau -le dije en punta de pie para llegar a sus labios otra vez.

Se fue y me puse en la tarea de arreglar todo como pude. Vacié la tinaja balde a balde y finalmente me dediqué a preparar la comida para calentarla cuando llegaran.

Me tiré en la cama y quedé dormida mientras pensaba lo rico que me había hecho sentir Luis Eduardo. Pensé en lo que me había dicho Rosa acerca de los hombres que me miraban con deseo. Me di cuenta que de mí dependía que estas cosas sucedieran con quien yo quisiera. EN cierta forma yo ponía las reglas.

– ¿Qué estará haciendo Rosa? ¿Habrá llegado a la ciudad?

Y al rato mis pensamientos se fundieron en un sueño quedándome dormida.

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adriana.valiente@yahoo.com

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