9

Me senté sobre la cama y acomodé mi melena echándola hacia atrás, pasándome por ella los dedos mientras mis tres mosqueteros me observaban expectantes. Me sentía profundamente bien, relajada, completa y satisfecha, aunque me moría de sed por tanto gemido y jadeo.

– ¿Quién me prepara una copa? – les dije. Me habéis dejado seca.

Luis se ofreció al instante, y salió hacia la cocina para coger hielos y preparar un combinado con la bebida que había quedado en el salón.

– Ufff – suspiré-, y lo que daría por poder fumarme ahora un cigarrillo…

– Alicia siempre tiene una reserva en su mesilla de noche- contestó inmediatamente Pedro mientras abría el cajón para sacar un paquete de tabaco, un mechero y un cenicero.

Me ofreció un cigarrillo rubio, y cortésmente me dio fuego. La calada del cálido y aromático humo me resultó de lo más satisfactoria y relajante al exhalarla a través de mis labios.

Luis volvió trayéndome un ron-cola que apagó la sed de mi garganta, y en cuanto el hielo de la copa rozó mis sensibles labios, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo haciendo que mis pezones volvieran a erizarse por la fría sensación. Mi particular camarero se quedó delante de mí mirándome fijamente, y mientras me llevaba nuevamente el cigarrillo a los labios para contrarrestar el cambio de temperatura, observé cómo su miembro respondía a mí volviendo a llenarse de sangre para engrosarse como una magnífica pieza de embutido. ¡Cómo me gustaba provocar eso!.

Pedro y Carlos salieron del dormitorio para recoger su ropa interior y servirse unas copas, dejándome a solas con aquel que se había quedado plantado ante mí.

– Chico – le dije tras exhalar el humo suavemente hacia él-, se te está poniendo dura otra vez, y yo no he hecho nada…

– Joder, Lucía, es que estás tan buena… -a aquellos chicos les encantaba alimentar mi ego con ese tipo de comentarios, como si el hecho de verbalizar cuánto les gustaba me convirtiese en algo real y no una simple fantasía casi adolescente-. Y tengo que confesar que tengo cierto fetichismo con el que me estás poniendo malísimo ahora mismo…

– ¿Ah, sí?- le pregunté con verdadero interés llevándome el cigarrillo a los labios- ¿y cuál es ese fetichismo?.

Su polla crecía por momentos, y empezó a alzarse para apuntarme directamente a la cara, a escasos veinte centímetros de ella. Sonreí al comprobar que realmente se estaba excitando más, y mis rosados labios soplaron el blanquecino humo hacia su descarada erección.

– Precisamente eso que estás haciendo. Me excita muchísimo ver a una mujer fumando, y más a una mujer como tú, y encima desnuda… – se agarró la tiesa verga y comenzó a acariciársela-. Eres mi fantasía hecha realidad…

Me quedé observando cómo se acariciaba el erecto miembro, contemplando con fascinación cómo se deslizaba en su mano con la punta apareciendo y desapareciendo de su puño y clavando en mí su mirada de un solo ojo. Siendo Antonio, cientos de veces me había masturbado de aquella manera, aferrando mi propia polla con la mano para darme placer como algo completamente natural. Pero ahora, ante mi nueva perspectiva de mujer, bajo la mirada de los azules ojos de Lucía, aquel acto me resultaba hipnótico, cautivador y erótico.

Escuchando cómo Pedro y Carlos parecían haberse enredado en una conversación con sus copas en la mano, me recreé en fumarme mi cigarrillo contemplando cómo Luis se masturbaba ante mi cara, excitándose más y más con cada uno de los besos que le daba a la boquilla del malsano vicio para exhalar suavemente el blanquecino humo, envolviendo la dureza empuñada de aquel jovencito en una cálida bruma.

– ¡Diossss, cómo me ponessss! – susurraba entre dientes aumentando la intensidad de las sacudidas en su polla-. Eres tan sexy…

Apagué el cigarrillo casi consumido, y vi un asomo de decepción en el rostro del muchacho.

– ¿Quieres que me fume otro para ti?- le dije sugerentemente cogiendo el paquete que Pedro había dejado a mi lado.

– Ufffff, si lo haces podría correrme en tu cara…

Con una mirada y sonrisa de picardía encendí otro cigarrillo, soplé el humo hacia el glande que asomaba del puño de Luis y me incliné para besárselo dulcemente.

– Jodeeeeerrrr… – gruñó.

Alterné mis labios entre el cigarrillo y la verga de Luis, combinando caladas con succiones de glande, hasta que el chico apretó los dientes cuando el humo salió de entre mis labios por última vez:

– Me corro en tu caraaaaaaahhhh…

Un chorro de espesa leche salió disparado de su polla para estrellarse contra mi rostro cruzándomelo con un reguero blanco. A pesar de su aviso, ocurrió tan rápido que no tuve más opción que cerrar instantáneamente los ojos para sentir cómo el denso fluido caía en mi rostro surcándolo desde la mejilla izquierda hasta regar mis labios. Como había visto hacer a las actrices de ciertas películas, abrí mi boca y la situé bajo su glande para que cayeran sobre mi lengua las últimas gotas de una exigua corrida, puesto que casi todo había salido en la eyaculación que adornaba mi rostro. Di una última succión a la rosada cabeza, y apuré la última calada del cigarrillo casi consumido.

– Eres una diosa… – me susurró Luis sentándose complacido a mi lado.

– Descansa, fetichista – le contesté con una sonrisa mientras me limpiaba la cara-, tienes que estar seco… Voy a ver qué hacen los otros dos en el salón…

Le dejé allí sentado, aún resoplando, y fui al salón donde encontré a Pedro y Carlos debatiendo. Ambos se habían puesto la ropa interior, y estaban tan enfrascados en su conversación, que no se habían enterado de lo ocurrido en la habitación contigua. Ni tan siquiera se dieron cuenta de mi irrupción en el salón, por lo que aproveché para recoger mi vestido del suelo y ponérmelo, aunque no encontré el tanga. Pedro se dio cuenta de mi presencia al hacer un aspaviento y girarse, momento en el que me encontró ajustando la prenda a mis curvas.

– Lucía, por favor, ayúdame – me dijo casi como una súplica-. Tú tienes más experiencia…

– ¿Me estás llamando vieja? – le aseveré poniéndome en jarras y taladrándole con la mirada.

– No, no, por favor, no quería decir eso… – contestó azorado como el chiquillo que realmente era a pesar de haberme follado como un semental-. Quería decir que tú tienes más experiencia, seguro, en cosas de pareja… Éste –señaló a Carlos-, está rayadísimo con que ha puesto los cuernos a su novia… ¡y sólo llevan un mes saliendo!.

– Era broma – le contesté suavizando mi gesto. Dejando a un lado el sexo, la diferencia de edad y madurez era muy palpable.

– ¿Qué te pasa, Carlos? – le pregunté sentándome junto al chico que apoyaba sus codos sobre los muslos sujetándose la cabeza, visiblemente atormentado.

Carlos estaba sufriendo una especie de depresión postcoito, autoculpándose por haber tenido sexo conmigo, un sexo que ni siquiera había llegado a tener aún con su novia. Yo traté de hacerle entrar en razón para quitarse el peso de la culpabilidad de encima, tal y como llevaba un rato intentando hacer Pedro, pero el joven no quería razonar, y no hacía más que repetir: “Me voy a buscar a Irina, me voy a buscar a Irina”.

Justo cuando Luis se unió a nosotros volviendo del dormitorio con una amplia sonrisa y su inquieta verga ya enfundada en los calzoncillos, mi paciencia llegó a su límite. Ya no podía aguantar más ver a ese muchacho tan dulce, con el que había disfrutado, tan hundido por vivir engañado, así que, de improviso, le solté lo que sabía:

– Deja de culparte por ponerle los cuernos a tu novia. Ella te los pone a ti sin miramientos. No la conozco directamente, pero, créeme, conozco a su jefe, y es un auténtico cabrón al que tu querida Irina le da cuanto aún no has catado tú.

Carlos lo negó, diciendo que era imposible, que me lo estaba inventando para hacerle sentir mejor, pero yo le di datos sobre el jefe de su novia y el pub que le hicieron dudar.

– Y es más –añadí echando más leña al fuego-, dudo que Irina esté ahora mismo trabajando. Más bien se está trabajando a su jefe…

– No puede ser… –contestó con la duda ya en su interior.

– Eso te lo puedo confirmar yo – intervino Luis por primera vez-. ¿Tiene Smartphone?, ¿qué modelo?. Dame su número, y, Pedro, déjame tu ordenador portátil…

Luis era un auténtico pirata informático, y nos explicó que, desde su ordenador, con ciertos programas, podía colarse en el teléfono de cualquiera si conocía el número, el modelo y el nombre y apellidos del titular. Siempre tenía su ordenador encendido, bajándose cosas de internet, y era capaz de acceder remotamente a él desde el ordenador de Pedro.

Asombrados, vimos cómo el pirata por afición entraba en su propio ordenador desde el portátil de Pedro y, partiendo de los tres datos iniciales que Carlos le facilitó, rápidamente fue averiguando más datos del teléfono de Irina, saltando de un programa a otro, hasta que, finalmente, obtuvo las claves precisas que a través de un programa creado por él mismo, le dieron acceso al teléfono de la rusa para tomar el control. ¡Era fascinante!.

Conectó la red GPS del teléfono, y en unos instantes obtuvo las coordenadas de su posición. Las introdujo en una popular web de mapas, y todos pudimos comprobar que señalaban el pub donde la chica trabajaba.

-¿Veis?- dijo Carlos con triunfalismo-. Está en el pub, trabajando.

– Bueno –observó Pedro-, no señala exactamente el pub… Indica un poco más alejado de donde está el local…

– Los GPS no son exactos –intervino Luis-, todos tienen un rango de error de unos pocos metros… Yo diría que sí está en el pub.

– Pues claro- contestó Carlos.

– La verdad es que sí lo parece… -dije yo. Aunque enseguida recordé un dato fundamental-. Pero… Sé bien dónde vive su jefe: en el portal de al lado, y es justo donde señalan las coordenadas…

– ¡Qué interesante se pone esto!- exclamó Luis-. Voy a activar la cámara, a ver qué vemos…

– Pero la pantalla se encenderá, y si lo tiene delante se dará cuenta de que pasa algo raro –dijo Carlos apurado-. Seguro que está trabajando, dejémoslo ya…

– Que no, que no – contestó Luis trasteando con el ordenador-. No se va a enterar de nada. Puedo controlar cualquier cosa del teléfono sin que se enciendan la pantalla o el auricular… Tú no te preocupes…

En la pantalla del portátil de Pedro se abrió una ventana de vídeo, aunque estaba en negro.

– ¡Vaya!- expresó Luis con frustración-. El objetivo debe estar tapado… A ver qué se ve con la cámara frontal…

Cerró la ventana y abrió una nueva. Sólo se veía lo que parecía ser un techo uniéndose con una pared.

– Ale, ya está –dijo Carlos-, no hay nada que ver, seguro que lo tiene encima de una cámara de bebidas del pub…

– A mí me parece que hay mucha luz para ser un pub a estas horas- observó Pedro.

Yo no quise decir nada por el momento, sabía que Pedro tenía razón y, además, recordaba que el color de la pared del pub era mucho más oscuro que el de la pared que estábamos viendo en el ordenador. Pero no me hizo falta verbalizar mis pensamientos, en un abrir y cerrar de ojos, Luis ya había activado el micrófono.

– A ver qué escuchamos… -dijo.

Nada, no se oía nada. Luis subió al máximo el volumen de los altavoces del portátil, y los cuatro aguantamos la respiración sabiendo que, si el teléfono estaba en el pub, tendría que oírse música. Sólo se oía el ruido ambiente que un micrófono de esas características no podía filtrar.

– Se acabó el espiar a mi novia – dijo Carlos-. Seguro que ha dejado el teléfono en el almacén…

No había terminado la frase cuando de pronto oímos algo. Sonó lejano, pero era un claro y breve gemido de tono grave, un gemido masculino.

Carlos me miró a los ojos con la boca abierta, y en ellos vi que la incredulidad había desaparecido para pasar a la expectación.

– Mmmm… -escuchamos nuevamente.

La mano de Carlos fue inconscientemente a mi muslo derecho, y lo aferró con fuerza. Aquello me produjo una electrizante sensación que, unida a lo excitante que estaba siendo pillar in fraganti a la “famosa” Irina, hizo que mis pezones se pusieran duros para marcarse claramente en la fina tela de mi divino vestido.

– ¡Uuffffff! -oímos a través del ordenador-, para ya, que vas a hacer que me corra…

No había duda, era la voz del primer tío con el que tuve sexo siendo Lucía.

Pedro y Luis esbozaron una media sonrisa, y Carlos atenazó con más fuerza aún mi muslo. Noté humedad en mi entrepierna…

– ¡Joder! –sonó en los altavoces-. ¿Serás loba?. Si no te la saco yo eres capaz de succionarme hasta la vida…Te he dicho que sólo hasta que se me pusiera otra vez dura…

– Mi gusta polla –oímos por primera vez la voz de Irina con su marcado acento ruso-. ¿Jefe no da más leche a Irina…?

Observé cómo las vergas de Pedro y Carlos despertaban de su merecido descanso y abultaban con descaro la ropa interior de sus respectivos dueños. Para Luis aún era pronto, pero en sus ojos vi cómo le había excitado escuchar aquello.

– ¿Todavía quieres más? –se escuchó al jefe de la rusa-. Anda, ponte a cuatro patas… Te voy a dar como a la loba siberiana que estás hecha…

Yo ya estaba cachondísima, tanto como mis compañeros de espionaje. Escuchamos con atención los ruidos de movimiento que llegaban a través de los altavoces.

– ¿Así quiere culo de Irina, jefe? –preguntó la chica pudiendo apreciarse su voz mucho más cerca del micro del teléfono.

– Ufffff, qué culazo tienes, lobita… Te voy a hacer aullar…

– ¡¡¡Aaaaaaaaahhhhhhhhhhhh!!! – se saturaron los altavoces con la aguda voz de la novia de Carlos en pleno grito de dolor-placer, indicándonos que su culo acaba de ser brutalmente penetrado.

El cornudo cerró la tapa del ordenador, no necesitaba escuchar más. Y yo tampoco, estaba como una perra en celo y sólo podía pensar en aullar como acababa de oír a la rusa, así que, recogiéndome el vestido, me puse a horcajadas sobre Carlos situando mi húmeda vulva sobre la dureza de su paquete. Él, preso del despecho, la excitación y mi lujuria, me tomó por las caderas y me metió la lengua hasta el esófago. Luis se apartó llevándose el ordenador para apagarlo y observarnos cómodamente desde el sillón situado frente a nosotros. Sin embargo, Pedro, con su erección a punto de reventar el calzoncillo, se puso en pie tras de mí y, apartándome la negra cabellera, comenzó a mordisquearme el cuello tratando de abarcar, desde atrás, mis pechos con sus manos, incendiando aún más mi deseo.

Haciendo diabluras con su lengua en mi boca, a pesar de estar sentado, Carlos elevaba su cadera para hacerme sentir su potente erección presionando mi monte de venus. Su mano izquierda recorrió mi culito para terminar de descubrirlo, y llevó la derecha hasta mi boca haciéndome chuparle los dedos. Yo sabía lo que él quería, lo que deseaba desde el momento en que sucumbió a mis encantos y que, hasta ese momento, le había negado… Y tras escuchar a su sodomizada novia, yo ya estaba dispuesta a dárselo. Embadurné sus dedos con mi saliva, y suspiré con el exquisito placer de sentir cómo uno de ellos entraba suavemente por mi estrecho orificio trasero.

Pedro tiró de mi vestido sacándomelo por la cabeza para dejarme, de nuevo, completamente desnuda. Pude sentir la calidez de sus manos sobre mis pezones mientras apretaba mis generosos senos con pasión y sus labios succionaban el lóbulo de mi oreja derecha. Complementaba a la perfección las acciones de su amigo, que ya se había aventurado a introducirme todo el dedo corazón en mi culito y lo movía dentro y fuera, dibujando espirales, dejándomelo bien impregnado de mi propia saliva y haciéndome gemir en su boca mientras devoraba la mía. Tener dos bocas y cuatro manos para darme placer era una experiencia sublime que me incendiaba y me hacía desear llegar más lejos.

Mi coñito se restregaba sobre el duro paquete de Carlos, empapando su calzoncillo y poniéndole más bruto aún, animándole a penetrarme por detrás con otro dedo para arrancarme una especie de gruñido de la garganta cuando se instaló en mi agujerito dilatándolo, haciéndome incorporar y estirar la espalda hasta el punto de escapar del alcance de sus labios, momento que Pedro aprovechó para apretarme desde atrás los pechos, cuyas cúspides apuntaban hacia el techo, e invadir por sorpresa mi boca abierta con su lengua… casi me corro…

Me atrajo hacia sí, e izándome con la fuerza de su juventud, me obligó a ponerme en pie y girarme para tenerme toda para él. Carlos, cuyos dedos se habían visto obligados a salir del conducto que estaban explorando, no estaba dispuesto a cederme con tanta facilidad, así que también se puso en pie tras de mí, y mientras Pedro devoraba mi boca y apretaba su paquete contra mi cuerpo, sentí cómo sus manos agarraban mis posaderas y su virilidad, retenida por su ropa interior, se colocaba entre ellas, ¡Como me excitaba sentir esa pétrea longitud instalándose en el cañón formado por mis redondas formas!. Bajé el calzoncillo de Pedro, y pude sentir el tacto desnudo de su dureza contra mi vulva y bajo vientre.

Carlos había vuelto a perder su ventaja, pero enseguida la recuperó. Él también se quitó el calzoncillo y, ya libre de la represión, me hizo sentir su varonil potencia entre mis nalgas, atrapando mi cuerpo entre el de su amigo y el suyo, haciéndome suspirar al sentirme como el relleno de un sándwich, con dos marmóreas pollas a las puertas de mis entradas delantera y trasera.

El joven de mi retaguardia estaba ansioso, el haber oído en el ordenador cómo enculaban a su querida novia, le había hecho perder la calma con la que una hora antes me había deleitado. La vez anterior que me tuvo, se quedó con las ganas de darme por detrás, pero en ese momento ya no podía resistirse más. Cogiéndome por las caderas, consiguió separarme del cuerpo de Pedro y acomodar su polla entre mis prietos glúteos, abriéndose paso entre ellos hasta hacerme sentir el grosor de su glande dilatando la entrada trasera de mi cuerpo. Me mordí el labio inferior gimiendo por la característica mezcla de dolor y placer que eso me causaba, y estaba tan cachonda, que antes de ser totalmente consciente, me descubrí a mí misma empujando con mi culito hacia atrás.

– ¡¡¡Aaaaahhhhhh!!! – grité extasiada cuando toda la verga de Carlos invadió la estrechez de mis entrañas.

– ¡Jooooder! – oí que exclamaba Luis desde su sillón de privilegiado espectador-. Le has taladrado el culo…

Ante mí, a dos escasos palmos de distancia, vi cómo Pedro me observaba boquiabierto con la polla tiesa, lo cual me hizo esbozar una sonrisa.

– Eres alucinante – me susurró.

– Diossss… cómo aprietas… – oí que me decía Carlos desde atrás-. Me encantaaaa…

A mí sí que me encantaba sentir toda su erección dentro de mí, y ya estaba anhelando el delicioso mete-saca y continuo azote de su pubis en mis nalgas. No tuve que pedírselo. Puso una mano en mi espalda y me obligó a reclinarme hasta que apoyé mi rostro sobre el pecho de Pedro. Éste me recibió dejando que me apoyase, y aprovechando la ocasión para agarrarme de mis pechos y masajearlos aumentando mi gozo.

– Uuuummmm… – gemí contra el torso de mi amigo al sentir la polla de Carlos liberando la tensión de mis entrañas, retirándose para volver a invadirlas deliciosamente con un golpe de su cadera en mis posaderas.

El empuje me obligó a sujetarme agarrándome a las caderas de Pedro, y al mirar hacia abajo, sólo pude ver su redondeado glande apuntándome hacia la cara. Se veía hinchado, rosado y suave, tan apetecible…

Otro envite por detrás me arrancó otro gemido con el placer de la verga de Carlos abriéndome las carnes mientras su pelvis presionaba mi culito profanado. La sentí tan dentro, que mi cuerpo se flexionó un poco más hasta que mi rostro quedó apoyado sobre los abdominales de Pedro. Su punta de lanza estaba a apenas un palmo de mi alcance, y mi calenturienta mente empezó a plantearse la idea de bajar un poco más para saborearla.

No daba crédito a los pensamientos que en ese momento se agolpaban en mi cerebro. Apenas unos pocos días atrás, la sola idea de contemplar el sexo de otro tío me habría repugnado… Pero en ese momento, me parecía la cosa más atrayente del mundo, un instrumento para proporcionarme placeres que jamás habría imaginado que existiesen, capaz de deleitarme introduciéndose en cada uno de mis agujeros para extasiarme con su sabor, suavidad, dureza, grosor, longitud, esencia… Tenía una de esas herramientas explorándome por dentro, dándome un gusto tan profundo y prohibido, que mi propio sexo vibraba haciéndome estremecer, pero la idea de tener otra dentro… Había descubierto que me excitaba sobremanera chupar una polla, mi coño se hacía agua con ella en la boca, y la sola idea de comerme una mientras otra me penetraba… Mi mente femenina se incendiaba con la posibilidad de tener dos pollas dentro de mí, se desquiciaba con el deseo de ser doblemente penetrada por los polos opuestos… Quería hacerlo, quería responder a ese anhelo femenino, y aquellos dos descarados yogurines me iban a dar exactamente lo que necesitaba…

Para encularme más a gusto, Carlos puso una de sus manos sobre mi espalda:

– Baja – me dijo entre dientes-. Te voy a dar como el cabrón ese le está dando a mi novia…

Presionó con la mano para ponerme perpendicular a él, y gruñó de gusto con la constricción que ejercieron mis entrañas y mi culito en su ariete mientras bajaba. Mi rostro bajó por el abdomen de Pedro, y oí cómo suspiraba ante la perspectiva de lo que ya era inevitable. Soltó mis tetas, que colgaron libres, y me sujetó por los hombros. Yo deslicé mis manos de sus caderas a su joven culito, y lo encontré tenso y duro por la excitación. Su ansiedad dio respuesta a mis deseos, y antes de que terminase de bajar, se puso de puntillas para que su glande incidiese contra mis húmedos labios. La mano de Carlos ya no necesitaba empujarme la espalda para que yo bajase. Mi coñito se hizo agua sintiendo cómo, con una polla metida en el culo, otra se deslizaba entre mis labios y me llenaba la boca de carne.

– Un puente precioso – oí que decía Luis a nuestro lado.

No podía verle por la postura y por tener los ojos cerrados concentrada en las dos estacas que ocupaban dos de mis 3 agujeros follables, pero me imaginaba que estaba contemplándonos con la verga nuevamente engordando en su entrepierna, y me encantó la idea de sentirme admirada en semejante circunstancia.

– ¿Pero en qué clase de puta te has convertido? – preguntó desde algún oscuro rincón mi olvidado ser masculino.

– En la que a ti te gustaría tener… – le contestó mi voz femenina dentro de mi cabeza.

Carlos cogió un lento ritmo de caderas, haciéndome sentir su falo dentro de mí en toda su extensión, abriéndome el culo y golpeándome los cachetes con su pelvis una y otra vez. Con cada una de sus embestidas engullía la polla de Pedro, degustándola cuanto podía, disfrutando de lo excitante que me resultaba tener ese duro músculo palpitando en mi paladar mientras su dueño gemía de aprobación.

Tan brutal era el placer que Carlos estaba dándome al sodomizarme, y tan excitante el comerme otra verga a la vez, que no tardé en alcanzar un orgasmo que me hizo sacarme la polla de la boca y aullar como una loba esteparia mientras mi cálido zumo de hembra corría por la cara interna de mis muslos.

En ese instante, Luis nos sorprendió a los tres uniéndose a la fiesta. Se metió entre mis piernas y, regalándome un delicioso cosquilleo, lamió el fluido que discurría por mis muslos, hasta que llegó a la fuente de la que manaba para beber directamente de ella, sin importarle que los testículos de su amigo Carlos rozasen su barbilla mientras seguía empalándome por el culo con pequeños empujones. Entre los dos, prolongaron mi orgásmica agonía hasta dejarme sin aliento.

Cuando mi clímax declinó, aparté a Luis de mi entrepierna, y obligué a Carlos a salir de mí para incorporarme y tomar aire. Las piernas apenas me sostenían, temblaban con los ecos del placer que había recorrido cada fibra de mi cuerpo.

– Chicos – les dije-, necesito descansar… Me habéis hecho correrme otra vez, y ni me sostengo en pie.

– Tranquila – me dijo Pedro sujetándome entre sus brazos -. Ponte en el sofá.

Manejándome fácilmente con su juvenil fuerza, me instaló en el sofá, pero en lugar de sentarme o tumbarme, me puso de rodillas sobre el asiento y me colocó los brazos sobre el respaldo, situándose detrás de mí.

– Antes me castigaste, y obedecí sin rechistar – me dijo-. Ahora eres tú la que tiene que obedecer… – añadió con tono autoritario

– ¿Mmmm?- gemí. Aquello me calentó de una forma que no era capaz de comprender.

– Te has pasado la noche dándonos instrucciones, pero ya somos mayorcitos y ahora somos los dueños de tu placer.

– ¿Ah, sí?, ¿y qué vais a hacer? – ese nuevo tono me estaba metiendo nuevamente en situación, haciéndome olvidar el cansancio.

– Ahora estás a nuestra disposición. Y harás cuanto te digamos…

– ¡Sí! – corearon los otros dos.

– Yo también quiero follarte por el culo – añadió dándome un cachete que avivó más mi deseo.

– Auummmm… – contesté con voz de gata en celo.

Había perdido el control de la situación, y estaba completamente a merced de aquellos tres muchachos con sus miembros rígidos por mí. Sentí cómo me ardían los pezones y mi sexo volvía a lubricar… Esa situación era tan excitante…

Pedro me sujetó de las caderas, y colocándome la cabeza de su ariete entre las nalgas, me perforó el culo hasta que sentí toda su polla dilatándome por dentro y presionándome las entrañas con el golpe de su cadera en mis glúteos. Me postró contra el respaldo del sofá, con mis pechos rebotando sobre él, aplastándose y produciéndome una descarga eléctrica que recorrió toda mi espalda hasta encontrarse con el placer de haber sido penetrada. Sentí que me partía en dos de puro gusto, y grité:

– ¡¡¡Aaaaaaaahhhhh!!!.

La penetración había sido suave, gracias a que mi saliva embadurnaba su taladro y que el agujero de entrada ya había sido abierto por su amigo, pero la tenía más gruesa que este, y mi culo la estrangulaba con unas contracciones que me hacían jadear en plena gloria.

– ¡¡¡Jodeeeerrrr!!! – exclamó mi empalador- ¡esto es la hostia…!

Y empezó a bombearme sin compasión, penetrándome a buen ritmo y haciéndome desear que tan exquisito placer no parase nunca. Los azotes de su pelvis en mis glúteos se repetían con mis pechos sobre el respaldo del sofá, y su polla dentro de mí se abría camino dilatando y relajando mis entrañas con un calor que me consumía por dentro. Me parecía increíble que el sexo anal pudiera ser tan satisfactorio o incluso más que el vaginal, y lo estaba disfrutando en toda su extensión.

Pero los otros dos no estaban dispuestos a mirar únicamente cómo su amigo daba por el culo a la tórrida madurita que para ellos yo era, masturbándose sin más participación. También querían su parte de mí. Carlos, movió uno de los sillones para colocarlo tras el sofá, pegado al respaldo. Entonces, se puso de pie sobre él, y acercó su congestionado miembro hacia mí. ¡Qué irresistible me resultaba tener una polla erecta ante mí!. Aproveché uno de los empujones de Pedro para que esa verga me penetrase entre los labios y me follase la boca mientras yo me deleitaba chupándola con la satisfacción de volver a tener dos duros falos profanando el templo de mi cuerpo.

Luis ya había recuperado todo su vigor, y pidió a Pedro el turno para probar mi culito. Cuando Pedro se detuvo sacándome todo su miembro de mis entrañas, sentí que me podría derramar sobre él al relajarse todo mi cuerpo. Pero eso no ocurrió, y la sensación de placer y alivio por el breve descanso embriagó mi cerebro.

Tras una profunda succión a la sabrosa polla de Carlos que le hizo emitir un gruñido, giré la cabeza y le dije a Luis:

– ¿Pero ya estás listo otra vez?. ¡Pero si no hace nada que te has corrido en mi boca!.

Estaba realmente sorprendida, aquel muchacho había disfrutado conmigo una vez más que sus compañeros, y ya estaba preparado para darme más. Me había dejado claro que yo le excitaba muchísimo, y me encantaba sentirme deseada así, pero ni en el momento álgido de testosterona de mi adolescencia siendo Antonio, yo habría sido capaz de alzar la bandera tantas veces en tan poco tiempo.

– Me pones tanto – contestó él-, que aún tengo leche calentita que darte…

Sin ningún miramiento, me cogió del culo, pero en lugar de penetrar mi agujerito trasero, introdujo su polla suavemente entre mis labios vaginales y me la metió hasta el fondo.

– Mmmmmm –gemí de gusto, gratamente sorprendida por la novedad del cambio.

– Estás chorreando –me dijo denotando el placer en su voz-. ¡Uffff!, y muy caliente… A ver qué tal por este culazo…

Me la sacó haciéndome suspirar, y con un delicioso cosquilleo y calor, me la introdujo entre las nalgas hasta apretármelas bien con su cadera y hacérmela sentir toda dentro de mí. El paso ya franqueado por sus dos predecesores, y mis propios jugos embadurnando su taladro, me permitieron disfrutar de esa exquisita tortura de ser sodomizada desde que la punta se asomó a mi ojal, hasta que sus colgantes pelotas chocaron contra mi húmeda vulva, y fui nuevamente postrada contra el respaldo del sofá, donde la verga de Carlos me esperaba para llenarme la boca aprovechando el empujón.

Luis me montó como a una jaca salvaje, con precisos y poderosos envites de su cadera para incrustarme su polla en mis entrañas y sentir cómo estas le comprimían haciéndole jadear. Y aunque su ariete era menos grueso que el de Pedro, la estrechez de mi entrada y la ferocidad de sus envites, me hacían sentirlo como una barra de acero al rojo que me rompía por dentro, una auténtica delicia. Sin duda, era el mejor de los tres en esa disciplina, sólo comparable con la fogosidad de mi cuñado, quien en la segunda ocasión en que tomó mi culo me hizo ver las estrellas entregándome la pasión reprimida de años deseando a Lucía.

Estaba a punto de correrme otra vez, y eso me hacía comerme el dulce plátano de Carlos con tanta glotonería que, a pesar de que su aguante había aumentado considerablemente por las anteriores experiencias, tuvo que sacarme la polla de la boca resoplando.

– Joder, Lucía, la chupas tan bien que estoy a punto de correrme… Pero quiero darte más por el culo…

– Venga, cambiamos – dijo Luis arrastrando su falo por mi recto para sacármelo-. Yo creo que esta vez puedo aguantar la mamada bastante más tiempo…

– Pero… – intenté protestar para que fuese Luis quien continuase dándole duro a mi retaguardia.

– Te recuerdo que ahora ya no mandas tú, preciosa – me interrumpió Pedro sentándose a mi lado en el sofá con su dura verga apuntando al techo-. Vamos a hacer que te corras hasta que no te tengas en pie…

Y dicho esto, me cogió de la cadera y una pierna, y me hizo sentarme a horcajadas sobre su miembro. Su glande encontró mis labios vaginales y penetró a través de ellos hasta que quedé ensartada sobre su regazo.

– Mmmmm – gemí extasiada.

Pero su maniobra no había concluido, y se fue dejando caer hacia un lado hasta que quedó tumbado en el sofá, conmigo encima y mis pechos aplastándose contra el suyo.

– ¿Se la metes ahora? – le preguntó a Carlos.

El aludido ni respondió, saltó del sillón y al instante lo tuve en el sofá, de rodillas tras de mí.

– ¿Pero estáis locos? – pregunté asustada-. ¿No creéis que habéis visto demasiado porno?.

Pedro sonrió y alzó ligeramente su cadera para hacerme recordar con gusto que su polla seguía dentro de mí.

– Mmmmm – gemí, y el miedo inicial se convirtió en una tentadora perspectiva.

Siendo Antonio, había visto en varias escenas porno cómo dos tíos se habían trabajado a la vez a una chica por delante y por detrás mientras ella gemía como loca. Pero aunque verlo me había resultado excitante, mi mente me decía que aquello no era real, sólo una ficción. Sin embargo, en ese momento en el que estaba, siendo una mujer, el rememorar esas escenas me puso a mil. El ser yo la protagonista de esa doble penetración, habiendo conocido ya por separado los placeres individuales de tener una polla dura en mi vagina o en mi culito, se convirtió en deseo por probarlo, aunque tenía mis dudas de si eso era posible.

– Joder, chicos, que no lo veo posible… -dije verbalizando mis dudas-. Me podéis hacer daño…

– Si no se intenta no se sabe –contestó Luis mirándonos a los tres con una amplia sonrisa.

Sentí cómo Carlos se posicionaba sujetándome por las caderas mientras su glande se colaba entre mis glúteos.

– Uuuufffff- suspiré.

– Necesito metértela por el culo ya- me dijo al oído.

Su glande volvió a dilatar mi ano y empezó a penetrarlo lentamente. Apenas podía entrar, por la postura y la presión que ya ejercía en mis entrañas la verga de Pedro alojada en mi vagina.

– Aummm, no entra, aummm, no entra… – conseguí decir entre gemidos de placer al sentir una gran presión dentro de mí.

Pedro elevó sus caderas un poco más, consiguiendo que mi culo quedase más en pompa, y Carlos aprovechó para empujar con más ahínco.

– Joderrrrrrr… – proclamé mordiéndome el labio inferior.

Aquella polla entraba justísima, pero entraba, y ya debía de tener dentro la mitad, porque sentía mi interior como si fuese a explotar, pero no una explosión de dolor, sino una explosión de puro placer, aún mayor que el de una simple penetración anal, porque a la vez que mi culo estrujaba la polla de Carlos, mis músculos vaginales se contraían exprimiendo la de Pedro sintiendo cómo se clavaba en el fondo de mí.

– Aahhh, aaahhhh, aahhhh, aaaaahhhhh…

Cada milímetro de duro y ardiente músculo deslizándose por mi interior sin tener apenas espacio para ello, era una oleada de calor y disfrute que hacía que mi cabeza diese vueltas.

– Diosssss, ¡qué apretada estaaaaaássss! – dijo Carlos entre dientes.

Y de pronto, me dio un empujón tan potente, que me la metió entera de golpe, dilatándome las entrañas salvajemente y empujándome con las caderas para clavarme aún más en la verga de su amigo.

Grité, grité de sorpresa y de puro placer. No sentí dolor alguno, como había temido unos instantes antes. Estaba bien lubricada y dilatada por tres pollas distintas que habían hecho sus trabajos de profunda prospección con ahínco, por lo que sólo un placer intenso y vibrante dominaba todo mi ser. Me sentía abierta en canal, llena a punto de rebosar, extasiada de cálidas sensaciones expandiéndose por mis entrañas… Y mojada, muy mojada, como si me estuviese licuando ensartada es esas dos lanzas de acero que incrustaban sus puntas en las raíces de mi lujuria.

No podía moverme, atrapada entre los dos cuerpos de aquellos dos deliciosos jovencitos que habían tenido el descaro de hacerme gozar de esa maravillosa doble penetración.

Carlos se afianzó agarrándome por las caderas y posicionando bien las rodillas, y se echó un poco hacia atrás deleitándome con el arrastre de su taladro por mi estrecho conducto, produciéndome una grata sensación de alivio al liberarse algo de tensión. Esto también me permitió incorporarme un poco y separar mi cuerpo del de Pedro, y la sensación se hizo aún más deliciosa cuando Pedro colaboró sujetándome de los muslos y me elevó para que su inhiesta barrena se moviera dentro de mi vagina para su disfrute y el mío.

– Uuuuuuuuffffff – suspiré.

Pero no tuve más tiempo para el relax porque, inmediatamente, Carlos me dio otra profunda enculada con la que me metió su polla a fondo y me clavó sobre la de Pedro haciendo que mi cabeza diese vueltas en puro delirio de sentirme invadida con tal intensidad. Y Carlos empezó a sentirse cómodo con la postura, gruñéndome al oído con cada golpe de su pelvis en mis posaderas mientras la gruesa anaconda penetraba entre ellas. A la vez, sentía la estaca de Pedro incrustándose una y otra vez dentro de mí, como si quisiera llegar hasta clavarse en mi corazón de lujuriosa vampiresa abriéndose camino a través de mi vagina. Ambos estoques mantenían un titánico duelo de esgrima dentro de mí, haciendo la experiencia tan intensa, que ni siquiera era capaz de abrir los ojos mientras mi boca jadeaba.

No podía soportarlo, era demasiado placer para ser contenido, y exploté en un increíble orgasmo con el que todos mis músculos se contrajeron hasta hacerme pensar que podría partirme en dos. Mis dos amantes rugieron sintiendo la fuerza de mi clímax, pero no se dejaron ir con él, resistiendo mi constricción a duras penas, por lo que siguieron prolongando mi agonía dándome más y más, manteniendo mi orgasmo en vilo con cada penetración en uno de mis agujeros seguido de un inmediato empuje en el otro. Habían cogido un buen ritmo combinando sus embestidas, y ya no tenían ningún miramiento. Me perforaban con rabia animal, haciéndome perder la cabeza sumida en un orgasmo que se prolongaba hasta el infinito, transformando mi cuerpo en un festival de sensaciones que convertían cada fibra de mi ser en una señal de puro placer que destellaba en mi cerebro como un millón de luces de colores dando fogonazos todas a la vez. Y cuando parecía que aquello declinaba, un potente envite de Carlos contra mi culo me hizo sentir su polla entrando en erupción dentro de mí con una descarga de cálido semen que inundó mis entrañas deliciosamente.

Salió de mí, y me sentí liberada para levantarme yo también y tomar un respiro sacándome la verga de Pedro de mi chorreante coñito. Me puse en pie y respiré profundamente, pero ya tenía ante mí a Luis con la polla alzada y una sonrisa de oreja a oreja. La capacidad de ese chico me tenía perpleja.

– Todavía no es momento de descansar – me dijo-. Quiero volver a follarme tu culito, preciosa.

– Y yo estoy a punto – añadió Pedro desde el sofá-. Tendrás que terminármelo.

Antes siquiera de ser consciente de ello, Luis ya me había vuelto a colocar sobre el sofá, a cuatro patas en la postura del perrito, con mi cabeza a la altura de la cintura de Pedro, cuya verga brillante, embadurnada de mis propios fluidos, me pedía a gritos ser devorada. Y así lo hice, bajé mi cuerpo, sujeté el inhiesto pedazo de carne y lo introduje entre mis labios hasta que llenó mi boca para satisfacer mi insaciable apetito.

Dejé que el intenso sabor de mis propios fluidos sobre su piel inundara mi boca y lubricase mis labios para que ese joven y delicioso falo se deslizase entre ellos mientras lo succionaba y acariciaba con la lengua. Me deleité con el auténtico e indescriptible sabor de puro sexo, degustando el exquisito manjar de zumo de hembra aderezado con unas gotas de líquido preseminal sobre suave piel de pétreo miembro viril.

Agachada como estaba, mi culo era una accesible diana, por lo que sentí cómo Luis me tomaba por la cintura para hacer un blanco perfecto con su glande penetrando entre mis glúteos e invadiendo mi ano para arrancarme un gemido con la boca llena de polla:

– Mmmmppffff…

Volvía a estar doblemente penetrada, ¡y cómo me gustaba aquello!, pero esa situación ya no pudo prolongarse más que unas cuantas embestidas de Luis, porque Pedro no era capaz de soportar por más tiempo mis profundas succiones. Sentí su músculo palpitar en mi paladar anunciándome la inminente corrida:

– ¡Joder, Lucía!,¡ joooder, Lucía!, ¡¡¡jooooooooderrrrrrrrrr!!!!.

La leche del muchacho se derramó en mi boca, y un magnífico envite de Luis en mi trasero hizo que el glande de su amigo se introdujese hasta mi garganta haciéndome tragar la corrida casi al instante. Tuve que sacarme la verga de la boca para poder respirar y no atragantarme a pesar de que la eyaculación no era abundante. Apenas tuve tiempo de paladear su dulzor deslizándose por mi garganta, y para terminar, los últimos estertores del orgasmo del muchacho regaron mi cara con pequeñas gotas del blanco elixir.

En aquel instante me sentí dominada, utilizada y humillada, pero eso hizo saltar un “click” en mi cabeza que lo convirtió en algo tan excitante, que tuve la sensación de reiniciarme como una máquina, recobrándome para disfrutar plenamente del excelente sexo anal que Luis me estaba proporcionando.

Ese pirata informático por afición era realmente bueno en la disciplina trasera. A pesar de no tener el grosor o longitud de la polla que acababa de mancillar mi garganta y rostro (tampoco es que Pedro fuese un superdotado, aunque sí estaba ligeramente por encima de la media), Luis manejaba su miembro en mi retaguardia con salvaje maestría, haciéndome sentirlo grande y potente, más placentero en mi culito que cualquiera que hasta entonces había probado. Experimenté con gozo cada penetración del inhiesto músculo a través de mi ano, dilatándolo y expandiendo mis entrañas hasta que la pelvis del chico alcanzaba a azotar mis nalgas, haciéndome desearlo más y más, hasta el punto de que volví a sentirme lo suficientemente fuerte como para retomar las riendas de la situación, desempeñando el papel de la ardiente y autoritaria madurita que se impone sobre el jovencito para aumentar su propio placer.

Tras tanto sexo, necesitaría sensaciones muy fuertes si quería acabar la noche con otro glorioso orgasmo, por lo que ordené a Luis que se sentara. El chico obedeció expectante, con su polla enrojecida y tiesa apuntando al techo.

Mi hermoso nuevo cuerpo me pedía sentirme completamente empalada, por lo que me puse de espaldas al chico y, sujetando su miembro con una mano, volví a colocarlo entre mis redondeces para sentarme repentinamente sobre él y ensartármelo hasta hacerlo desaparecer completamente dentro de mí.

– ¡Ooooohhhh! – gritamos al unísono mientras sus dos compañeros nos observaban sirviéndose unas bebidas.

Él agarró mis tetazas desde atrás estrujándomelas, y comencé a hacer sentadillas sobre él, saltando sobre su pértiga para clavármela a fondo bote tras bote. ¡Qué sensación tan intensa!, ¡qué maravilla de sexo duro y salvaje!. Sin duda, en una primera sesión jamás habría podido realizar esa práctica, pero estaba tan lubricada y dilatada, que la polla de Luis perforaba mi ojal sin ninguna dificultad, haciéndome sentir el fuego de un volcán en mis entrañas que estrangulaban aquel músculo cada vez que me sentaba por completo. Gracias a las corridas anteriores, los dos aguantamos el brutal polvo bastante más de lo que habríamos podido imaginar, y les dimos un magnífico espectáculo a Pedro y Carlos mientras terminaban de emborracharse mirándonos.

Subiendo y bajando, ya estaba a punto, sentía que me iba a correr pero no podía. Hasta que de pronto, Luis me sujetó del hombro tirando de mí hacia abajo y obligándome a clavarme al máximo su polla en mi culo. Sentí su corrida vertiéndose como incandescente lava en mi interior, y mientras él gruñía, noté cómo su otra mano se colocaba en mi coñito y dos dedos como garras lo penetraban con fuerza para hacerme estallar en un repentino e increíble orgasmo doble que casi me deja sin conocimiento.

Cuando conseguí levantarme, vi que mis otros dos amantes habían sucumbido al cansancio y la embriaguez, y dormitaban habiéndose perdido el apoteósico final. Luis se quedó sentado, sin mover un músculo y deleitándose con lo vivido y la contemplación de mi sudoroso cuerpo desnudo.

– Ahora sí que me apetece otro cigarrillo – le dije.

Cogí el tabaco de la madre de Pedro y me fumé un relajante cigarrillo ante el joven que me había confesado que aquello era su fetiche. Con una sonrisa en los labios, él también se quedó dormido.

Aprovechando que los tres habían quedado fuera de combate para un buen rato, me di una refrescante ducha fría en el cuarto de baño de la madre de mi amigo, llamé a un taxi, y me marché a mi casa dejando a los tres sementales dormidos como unos benditos, se lo habían ganado.

Al meterme en mi cama, mientras el cansancio y el sueño me convertían en su presa, un pensamiento afloró en mi cerebro:

– “Aunque sólo fuera por lo experimentado esta noche, merece la pena ser Lucía”.

CONTINUARÁ…

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