CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: WORLD WIDE WEB 3.

Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas, Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Una disculpa a los que siguen y disfrutan mis relatos, entiendo que tardé demasiado en continuar pero así es el trabajo, dedico este cuento a aquellos que han sido pacientes.
Por Sigma
Las compañeras de apartamento de Cynthia la miraban boquiabiertas, ellas aún estaban vestidas con su ropa de dormir pero la estudiosa del grupo ya estaba arreglada y lista para salir, lo que era normal un sábado, pero la manera en que estaba arreglada las había dejado sin aliento.
– ¡Hola Cintis! -la saludó efusiva la rubia, Ana, con la que mejor se llevaba.
– ¡Te ves muy bien! -la halagó la pelirroja de piel apiñonada, Mitzy, la más coqueta.
– ¿A que se debe la sorpresa? -dijo con mal disimulado desdén la chica de piel blanca y cabello negro, Ariadna. Evidentemente con la que peor relación tenía.
La linda morena no pudo evitar sonrojarse al llamar la atención de esa manera, pero ni siquiera estaba segura de porque se había vestido así, se sentía avergonzada, pero también empezó a percibir un suave cosquilleo entre sus piernas y en su vientre.
– Oh… no es nada, solamente me dieron ganas de arreglarme un poco para ir de compras…
– ¿En serio? Pues estás hablando con las personas correctas -le dijo sonriente Mitzy- danos quince minutos y te acompañamos, sabemos dónde encontrar las mejores ofertas…
– Gracias pero yo… -balbuceó Cynthia intentando explicar que solamente quería comprar víveres.
– Vamos, vamos, no tienes que agradecerlo, te encantará, es la ropa más sexy y de moda que puedas encontrar.
– Seeeexy… -la palabra hizo eco en la mente de la joven, haciendo que le faltara el aire por un momento.
– Oh… yo… bueno, de acuerdo -finalmente respondió- si me ayudan a escoger…
– Claro Cinthis, encantadas, me alegra ver que decidiste soltarte el pelo y atreverte… -le dijo la rubia entre risas.
– Bueno, veremos si tienes salvación… -dijo fríamente la trigueña que siempre había visto a la estudiosa morena como a una inferior.
Los quince minutos se convirtieron en una hora de arreglarse, pero finalmente salieron las cuatro y se dirigieron a una enorme plaza comercial en el auto de Ariadna.
Las chicas sabían cómo lucirse: usaban minifaldas, pantalones cortos, escotes pronunciados y tacones altos, sin embargo Cynthia no lucía fuera de lugar en absoluto, de hecho se destacaba por su belleza, su elegancia y su encantadora timidez.
Pronto estaban probándose todo tipo de prendas y luciendo preciosas con todas, Mitzy y Ana escogieron para la morena minifaldas, pantaloncillos minúsculos, así como blusas y camisetas escotadas.
Algunas prendas en elegante color negro, otras en colores casi chillantes. Se reían y gritaban emocionadas mientras Ariadna las observaba desde un sillón con aire aburrido.
– Que bien me la estoy pasando -tuvo que admitir la joven morena para sí misma, pues no acostumbraba salir con sus compañeras, excepto claro por Ana. Sin embargo tenía una inquietud, al pasear por la plaza pronto se dio cuenta de que los hombres con que se cruzaba la miraban atentamente, sobre todo sus piernas, algunos impresionados, otros con franca lujuria, incluso un par de chicas la habían observado de una forma que mostraba más que admiración, sin embargo lo que la confundía era que por un lado tantas miradas y atenciones la avergonzaban, haciendo que se sonrojara pero a la vez se sentía acalorada y el cosquilleo en su entrepierna aumentaba de forma muy placentera.
– ¿Qué me pasa? -pensaba excitada mientras se pasaba lentamente dos dedos por los labios, después de descubrir a un par de adolescentes que la seguían por la plaza como perritos falderos. No podía saber que aunque le avergonzaba la atención que recibía de los demás X la había condicionado para excitarse precisamente por ello. Finalmente, después de comer en la plaza, volvieron al apartamento a descansar.
– Vaya día… -dijo Ana a la vez que entraba con varias bolsas de tiendas a su cuarto-necesito recostarme, te veo al rato Cinthis…
– Creo que haré lo mismo Ana… -dijo la joven a modo de despedida, a la vez que en la sala se escuchaba a Ariadna y a Mitzy todavía platicando. Entró en su cuarto, dejó las bolsas junto a la cama y se recostó sonriente.
– Que bien me siento, aunque muy cansada… -pensó la chica al mirar al techo y por primera vez desde que llegó a la ciudad sintió que las chicas eran más que compañeras de apartamento- creo que ya pronto empezaré a salir a divertirme con amigas. Se sentó y miró sus bolsas llenas de ropa, pensó sacarla y acomodarla, pero solamente un momento antes de hacer un gesto de molestia y volverse a recostar.
– Nnnhhh… estoy cansada, mañana lo haré… -susurró para sí mientras rápidamente se quitaba la blusa y los pantaloncillos, tras lo cual dormitó un rato vestida únicamente con su ropa interior… y sus zapatillas de Scorpius.
Un rato después Cynthia regresaba a su cuarto tras terminar de cenar con las chicas y recordar entre risas las anécdotas del día. Excepto claro por Ariadna que había intentado varias veces molestarla con frases hirientes.
– Es ropa preciosa pero no creo que alguien como tú tenga lo necesario para usarla -le había dicho con una mueca burlona a la primera oportunidad, pero de nuevo no recibió apoyo de las otras chicas así que poco más pudo hacer contra la morena.
Incluso se planteó la posibilidad de salir todas juntas a bailar para estrenar sus compras, pero las chicas estaban aún cansadas de haber salido la noche del viernes y además haber ido de compras hasta la tarde del sábado, pero quedaron en salir a divertirse el siguiente fin de semana.
Ya con su holgada camiseta por pijama y habiéndose quitado al fin sus zapatillas la joven se recostó lista para dormir viendo algo de televisión. Horas después dormía profundamente boca arriba, su rostro de lado, sus brazos relajados a los lados, sus piernas ligeramente separadas.
A las 3 de la madrugada la computadora de la chica se encendió con un suave murmullo, al instante una música inaudible revivió a las zapatillas bajo la cama, en minutos ya estaban subiendo por las cobijas, y luego, latiendo suavemente, se apoderaron de los pies de la indefensa mujer, las correas como dedos controlando sus tobillos y causándole de nuevo un pequeño orgasmo al ajustarle las zapatillas en los talones.
– Ooohhh -gimió de nuevo, pero sin poder despertar debido al sopor sobrenatural del calzado. Las piernas se tensaron y flexionaron, luego se cruzaron y descruzaron elegantemente, las puntas de sus pequeños pies se deslizaron sobre las sábanas de forma acariciante, y entonces siguieron moviéndose obedeciendo a una voluntad ajena a la suya.
Esta vez el sueño era diferente, vestía una serie de capas de tela ligera, se miró en una fuente y descubrió que lo único que veía de sí misma entre tanta tela eran sus expresivos ojos maquillados de forma exótica y sensual, sus manos tatuadas con extraños motivos geométricos y sus pies desnudos adornados con pulseras y cascabeles.
En la realidad y a ritmo con la música se movía por la habitación, su cabeza inclinada levemente, como sonámbula se recogió el cabello en un peinado alto y empezó sacar ropa de las bolsas que dejó junto a la cama. Entonces empezó a vestirse, lenta y sensualmente, como en una especie de striptease inverso.
En el sueño escuchó un carraspeo tras ella y al darse vuelta se encontró con alguien que identificó como un rey, vestido con ropas elegantes y exóticas, reclinado en un extraño diván o sofá, mientras la observaba expectante.
Minutos antes en Hong Kong, el discreto personal de una pequeña y nueva empresa de Internet puso a funcionar su página por primera vez, mientras en otra ciudad más cercana a donde vivía Cynthia un joven de cabello corto había encontrado una nueva página web que prometía grandes placeres eróticos por medio del Internet.
El sitio se llamaba www.bailarinas-esclavas.com, y parecía que estaba a punto de estrenarse, la gran cantidad de testosterona en su cuerpo adolescente rápidamente lo impulsó a entrar al sitio.
– No hará daño si doy un vistazo… -pensó brevemente mientras se abría la página.
En segundos pudo ver un fondo negro con el nombre del sitio en exóticos caracteres plateados. Un instante después entre luces brillantes aparecía la leyenda:
¡Estás estrenando nuestro sitio! Recibes de regalo una sesión de cortesía con una de nuestras primeras bailarinas-esclavas. ¡Disfrútalo!
Con una sonrisa complacida el adolescente dio clic, rápidamente un programa de autodiagnóstico se activó y revisó si la computadora cumplía los requisitos mínimos: tarjeta de vídeo, bocinas, micrófono, etc. En segundos apareció otro anuncio:
Todo funciona. Puedes empezar. ¡Bienvenido!
Unas cortinas rojas creadas por computadora aparecieron y se descorrieron mostrando a una mujer en una habitación a media luz, aparecía de cuerpo completo, de pies a cabeza era esbelta y de piel morena e iba vestida de forma sexy aunque no escandalosa.
Llevaba una bella y ajustada blusa blanca de manga corta y botones abierta hasta la mitad, dejando ver un apetitoso escote del que se asomaban parte de las curvas de sus senos, parecía no llevar bra.
En sus caderas colgaba una linda minifalda elástica color azul cielo que exhibía cada curva de la chica y que apenas llegaba a medio muslo, dejando expuestas unas bellas y esbeltas piernas morenas. En sus pies llevaba unas zapatillas de altísimo tacón de aguja del color de la falda, eran puntiagudas, estilizadas y llevaban un delicado juego de delgadas pulseras sujetando sus tobillos.
– ¡Guaaauu! Que belleza -pensó el boquiabierto muchacho. Se dio cuenta de que el rostro de la chica estaba cubierto por una especie de capucha o pasamontañas negro que cubría por completo su cabeza, lo que le pareció algo extraño, incluso siniestro- vaya… de veras quieren mantener su anonimato.
Pero en un instante se olvidó de todo cuando vio como la mujer empezaba a mover sus hombros y caderas en un suave vaivén mientras flexionaba una de sus preciosas piernas siguiendo el ritmo con una melodía de jazz que había empezado a sonar en las bocinas del adolescente.
La música era sensual, cadenciosa, pero la chica no se movía de su lugar, solamente marcaba el ritmo, sin embargo el admirador ya parecía atrapado ante esa visión.
– Dios… como se mueve… -murmuró el chico embelesado sin perderla de vista.
En ese momento la música cambió de ritmo, aceleró y se volvió aún más poderosa. Al instante la bailarina-esclava levantó los brazos y extendió su pierna derecha hasta ponerla horizontal antes de lanzarse al frente y empezar a bailar.
En su sueño Cynthia vio como el rey hizo una seña con la mano y una exótica música empezó a sonar, al momento sintió un gran placer que la hizo arquear su espalda y sin poder evitarlo empezó a bailar.
– Nnnhh… que bien… se siente… -gimió de placer y en voz alta casi sin darse cuenta. El rey ante ella sonrió satisfecho y lujurioso mientras la confundida joven bailaba por el salón, agitando sus hombros y caderas con la música.
En su computadora el adolescente miraba embobado a la mujer mientras movía su cuerpo al ritmo de la canción, nunca había visto a una chica bailar así, la sensualidad brotaba con cada paso, de cada poro de su lozana piel, eran movimientos entre árabes, africanos y latinos tan candentes que casi sin darse cuenta el chico se bajó el cierre del pantalón, sacó su miembro duro y excitado y empezó a masturbarse.
– Mmm… -gruñó al ver como la mujer se ponía de espaldas a él y sacudía lujuriosamente sus nalgas mientras sus manos se mantenían en su propia cintura- sigue…
Los rápidos movimientos habían causado que su blusa se desabotonara más, sus firmes senos insinuándose con cada paso de una forma tan sexy que parecía una deliciosa tortura. Sus vigorosos pasos provocaron que la minifalda azul se subiera hasta sus caderas, mostrando no solamente parte de sus estilizadas pantaletas blancas adornadas de delicado encaje sino también sus preciosas piernas en toda su magnificencia, que con los altísimos tacones parecían trozos de deseo de color canela.
En ese momento la mujer recostada en la cama extendía las piernas hacia el techo, paralelas como columnas sexuales perfectas, entonces las abrió lentamente en V, dejando ver la cálida humedad que empezaba a manchar sus pantaletas.
– ¡Dios… ten piedad! -gimió enloquecido el joven, casi al borde del orgasmo mientras su mano se movía salvaje arriba y abajo. De pronto la mujer se levantó, se detuvo justo frente a la cámara, juntó sus palmas a la altura del pecho e inclinó la cabeza, como esperando, mientras la música se volvía más relajada.
– Nnnnhhhh… ¿Qué?… ¿Por qué paras? -gruñó molesto y confundido al ver detenida su inspiración.
– Soy Cynthia, tú bailarina-esclava, ordéname y te complaceré… -sonó en las bocinas del muchacho una voz encantadora, femenina… acariciante. No sabía si las palabras las había dicho realmente la mujer en la pantalla pues la capucha cubría su boca, pero su significado hizo que la cabeza le diera vueltas ante las posibilidades.
– Muéstrame tus ricas tetas… -le dijo al micrófono de su computadora con voz ronca mientras empezaba de nuevo a masturbarse… lentamente.
En su sueño de placer la chica morena bailaba casi sobre las puntas de sus delicados pies en el suelo alfombrado, disfrutando cada vez más de cada paso, de pronto el rey dio una palmada, la música aceleró su ritmo y Cynthia tuvo el irreprimible deseo de irse quitando las telas que cubrían su cuerpo a la vez que bailaba.
En un elegante movimiento circular se quitó uno de los velos que la cubrían, sintiendo una gran satisfacción al empezar a exponer su cuerpo, sus pezones ahora insinuándose bajo la vaporosa tela translúcida.
– ¡Aaaahh! -gimió de puro gozo en la realidad al agarrar los bordes desabotonados de su blusa que apenas cubrían ya sus senos y de un erótico movimiento los descubrió y arqueó la espalda, dejando que la prenda resbalara por sus hombros y brazos, su torso totalmente expuesto y la blusa adornando su cintura. Luego siguió bailando, giraba y saltaba abriendo las piernas en compás y sus brazos extendidos uno al frente y otro atrás de ella, mientras sus maravillosos senos se sacudían desafiando a la gravedad de forma hipnótica.
– Mmm… que… bien… -susurró sin aliento el chico. – Ordéname y te complaceré… -repitió la sensual y femenina voz.
– Quiero ver… tus… pantaletas… -dijo el joven ya sin pensarlo.
La mujer detuvo sus saltos y empezó a ondular su cuerpo y sus piernas sin moverse de su lugar, mientras sus manos sujetaba el borde de su falda y lo subían poco a poco, hasta mostrar sus exquisitas pantaletas rematadas de encaje y finalmente unir la falda con la blusa en un encantador aunque confuso cinturón.
De vuelta en su sueño Cynthia se había quitado otro velo, descubriendo parte de su entrepierna, dejando ver bajo el material semitransparente un pequeño trozo de tela blanca cubriendo su femineidad y la deliciosa separación de sus nalgas.
En su habitación la joven estaba a cuatro patas sobre la cama, luciendo justo esa parte de su cuerpo, haciéndola sacudirse con la música mientras alternativamente arqueaba su espalda y ondulada sus caderas.
– ¡Aaahhh! -gimió el adolescente aún más excitado, a punto de venirse- dime tu… nombre…
– Soy Cynthia… tu bailarina-esclava… es mi único nombre… -resonó en las bocinas la acariciante voz.
– ¡Nnngghhh! -gruñó el muchacho al llegar al orgasmo, enloquecido de ver como esa maravillosa hembra lo había obedecido más allá de sus fantasías- Mmm…
La mujer se había recostado boca arriba, de perfil para la cámara, su mano izquierda acariciando sus senos, la derecha metida suavemente en sus pantaletas y entre sus piernas, sus caderas subiendo y bajando con la música, sus tacones clavados en la colcha.
En el sueño, la morena bailarina se había desprendido de todos los velos, excepto del que rodeaba su cintura. El placer que sentía amenazaba con volverse intolerable, mientras giraba y giraba sin poder controlarse ante ese desconocido.
En la realidad el adolescente, al verla acariciándose de esa manera, empezó de nuevo a masturbarse ante su monitor, mientras la chica aceleraba el ritmo y en las bocinas se escuchaba la femenina voz.
– Soy tu bailarina-esclava… soy tu bailarina-esclava… -repetía una y otra vez como un cántico.
– ¡Aaaahh… Dios…! -exclamó el joven al escuchar las palabras, y de inmediato aceleró el ritmo de su mano. Pero justo entonces el sonido se cortó, las cortinas animadas por computadora se cerraron y el programa lo llevó de vuelta a la página principal.
– ¿Qué? No, no, por favor -casi gritó el muchacho mientras desesperado intentaba volver a la pantalla. Pero lo único que consiguió fue un anuncio que indicaba:
Fin de la sesión de cortesía. Para continuar favor de suscribirse. Aceptamos tarjetas…
– ¡Uuuhhh… maldición…! -gimió decepcionado mientras dejaba de leer y se recargaba en su asiento. A partir de ese momento no pudo pensar en nada más que en conseguir dinero para continuar, para volver a ver a su bailarina-esclava…
En el sueño Cynthia finalmente estallaba de placer luego de arrodillarse ante el rey que la controlaba, ese desconocido esbelto y carismático con su cabello recogido en una cola de caballo. Un orgasmo maravilloso que había alcanzado al bailar, simplemente al bailar para él. Hizo un arco con su espalda, apoyó sus manos tras ella y miró al techo mientras daba un grito de gozo.
– ¡Aaaaahhhh… aaahhh…! Cynthia despertó al escuchar que tocaban suavemente a la puerta de su cuarto. Se enderezó en la cama y medio dormida vio como Ana se asomaba tras abrir la puerta.
– ¿Estás bien Cinthis? No pretendía meterme si tu permiso pero me pareció oírte llorar y me preocupé…
– Oh… que linda… estoy bien, estaba dormida y… -sacudió la cabeza tratando de liberarse del pesado sueño que aún la dominaba- quizás tuve una pesadilla… gracias Ana.
– No hay problema, descansa…
La rubia cerró la puerta y sus pasos se alejaron, dejando a la morena aún somnolienta y confundida, se dio la vuelta en la cama… y entonces sintió algo extraño, llevaba puesta su vieja y cómoda camiseta para dormir y su ropa interior de algodón, pero en sus pies…
De un movimiento se sentó y apartó las cobijas para encontrarse con que llevaba puestas sus zapatillas de Scorpius.
– ¿Eh? ¿Me dormí con ellas? ¿Pero en qué momento me las puse otra vez? -pensó confundida mientras encendía la luz junto a su cama- ¿Qué demonios?
Sacudió la cabeza ante la extraña alucinación ante ella… pero… no, ya todo se veía normal… por un instante le había parecido que sus zapatillas eran de un suave color azul, con varias esbeltas correas al tobillo y una afilada punta, y que sus altísimos tacones se clavaban profundamente en las sábanas y el suave colchón.
– Mmm… quizás aún estoy soñando -pensó mientras que por reflejo se quitaba las zapatillas blancas de tacón mediano y las colocaba a lado de la cama. Finalmente la chica pudo dormir, y sobre todo descansar en paz.
A las 4 de la madrugada la puerta del departamento se abrió lentamente y Ariadna entró casi de puntillas para no despertar a sus compañeras, había estado casi toda la noche en casa de su más reciente galán, un hombre atractivo y arrogante, tal y como le gustaban, pero por eso mismo acababan de tener una tremenda discusión y prefirió regresar al apartamento con sus compañeras.
Se había dejado seducir por él ya tarde la noche anterior y aceptó su invitación a cenar en su casa, luego cogieron placenteramente y después pelearon por una estupidez.
– Vaya pérdida de tiempo… -pensó molesta mientras silenciosamente caminaba por el pasillo. En ese momento recordó como había tenido que tolerar a la cerebrito en la salida de compras, y no pudo reprimir un suspiro.
– Otra pérdida de tiempo… -susurró para luego hacer una mueca de desagrado.
Entonces pasó frente al cuarto de Cynthia y notó que la puerta estaba ligeramente entreabierta, pensó cerrarla pero lo meditó brevemente y luego sonrió con malicia.
– Veamos como duerme la estudiosa… ¿Será pijama de abuela? -bromeó consigo misma antes de empujar lentamente la puerta hasta que pudo ver el interior del cuarto.
La morena dormía de costado y de espaldas a la puerta, respiraba de forma lenta y relajada, su hombro desnudo asomaba del cuello de su camiseta y su cabello cubría la almohada.
Ariadna no pudo evitar sentir una punzada al verla.
– Uff… que envidia -pensó mientras torcía la boca- yo no puedo estar más de diez minutos expuesta al sol sin quemarme como un vampiro y ella puede pasar horas bronceándose. Aaarrgg… la odio.
Entonces las vio, las zapatillas blancas de diseñador que Cynthia había ganado al entrar a la página de Scorpius, tuvo que admitir que eran exquisitas.
– Además de todo tiene muy buen gusto -caviló molesta mientras entornaba los ojos- esas zapatillas son… son…
Por un instante la trigueña se quedó paralizada mirando el calzado, incapaz hasta de pensar mientras todo le daba vueltas.
De pronto volvió en si…
– ¿Qué estoy haciendo? Si ella se despierta pensará que soy una pervertida… -pensó sacudiendo la cabeza mientras se daba la vuelta y salía silenciosamente del cuarto. Pero sin saber por qué volvió a dejar la puerta entreabierta.
Rápidamente entró a su habitación, se quitó su minivestido negro y sus zapatillas de altísimo tacón a juego, luego se quitó su sexy lencería negra, se puso su pijama, un conjunto de playera y pantaloncillos muy cortos y cómodos, de color gris de una tela similar a la seda.
Apagó la luz pero se quedó un momento en donde estaba, como pensando, luego dejó su puerta entreabierta y al fin se acostó a dormir.
– Mmm… necesito algo de música -pensó ya casi vencida por el sueño, encendió su radio junto a la cama en una estación de música clásica y cerró los ojos.
Apenas minutos después las zapatillas de Scorpius entraban silenciosas al cuarto de la trigueña. Ella ya dormía boca arriba, su cuerpo más alto y esbelto que el de la morena era terso y pálido como la porcelana, sus senos bajo la tela se insinuaban medianos pero firmes, de forma similar sus nalgas eran pequeñas pero musculosas, una de sus piernas se asomó de las cobijas, no eran tan torneadas como las de Cynthia pero eran más largas y esbeltas, las uñas de sus manos y pies estaban pintados de negro.
Su rostro suavemente ovalado mostraba unos brillantes ojos verdes enmarcados en larguísimas y rizadas pestañas, su nariz respingada y afilada combinaba perfectamente con sus rasgos, su boca tenía labios rojos y delgados que la hacían parecer dominante y agresiva.
Las correas como garras de las zapatillas se abrieron y cerraron ansiosas ante la vulnerable y deliciosa hembra en la cama.
Rápidamente subieron por un costado y sincronizadas se acercaron a su objetivo, una se introdujo entre las sábanas y la otra se acercó al pie expuesto, se sujetaron a las puntas de sus pies y poco a poco fueron subiendo hasta que, a la vez, se apoderaron de los tobillos de Ariadna, haciéndola arquear su espalda y sentirse totalmente indefensa, como si estuviera maniatada.
Por un instante las zapatillas se quedaron inmóviles, pues los pies de esa mujer eran claramente más grandes que los de Cynthia, pero en un segundo el calzado se alargó y expandió visiblemente hasta igualar el tamaño requerido por la trigueña, y luego en un rápido movimiento la forzaron a calzarse la prenda haciéndola gemir suavemente.
– Aaahhh… -exhaló mientras giraba su cabeza de izquierda a derecha al sentir un pequeño orgasmo apoderarse de su cuerpo.
Ariadna cayó en una extraña pesadilla, se encontraba completamente atada, sus brazos y torso atrapados en una compleja red de cuerdas que dejaban sus antebrazos cruzados tras ella y sus manos casi tocando sus omoplatos, las cuerdas se cruzaban una y otra vez, alrededor de sus senos, de su cuello, su cintura, incluso una que salía tras su cuello se encajaba en su boca y pasaba entre sus dientes, amordazándola por completo. Solamente sus piernas estaban libres de esa red y aun así sus tobillos estaban atados con una cuerda corta, permitiéndole caminar a pasos cortos pero no correr.
Ariadna estaba completamente desnuda y expuesta, atada y vulnerable, una presa sometida, una ofrenda digna de un antiguo dios pagano.
En su cuarto las piernas de la trigueña se cruzaban y descruzaban, se extendían, se abrían, de pronto la hicieron saltar de la cama y empezar a bailar por el cuarto de forma primitiva y lujuriosa, con sus manos inmovilizadas a su espalda a ritmo con una melodía de Strauss. En sus pies brillaban con la escasa luz de la ventana sus zapatillas demoniacas, color rojo intenso, tacones altísimos, puntas afiladas, dominantes y sensuales.
De vuelta en su mal sueño, unos extraños sacerdotes llevaban a la mujer por un obscuro pasillo sujetándola de los brazos, eran ancianos, vestían túnicas largas y llevaban báculos, iban rezando en una lengua que Ariadna nunca había escuchado, pero de algún modo esas palabras la aterrorizaron…
– ¡Nnnngg… nnnhh…! –gruñía desesperada en la mordaza, trataba de resistir pero atada como estaba no podía defenderse.
– ¡No… por favor… ¿A dónde me llevan?… Suéltenme! -pensaba mientras forcejeaba.
Finalmente llegaron a un cuarto de piedra adornado con algunas estatuas y relieves, pebeteros y antorchas iluminaban la estancia mientras con calma los sacerdotes ataban una cuerda fijada a una gran piedra a la cintura de la mujer y desataban sus piernas, acto seguido se marcharon.
– ¡Auxilio… alguien ayúdeme…! -trataba de gritar pero solamente podía gemir a la vez que forcejeaba inútilmente con la cuerda, entonces notó que en sus tobillos llevaba unas bellas pulseras adornadas con cascabeles.
De pronto un rugido bajo y largo se escuchó en el cuarto, aterrorizada Ariadna volteó en todas direcciones sin encontrar de dónde venía el sonido, luego lo volvió a escuchar pero ahora muy cerca de ella. Entonces pudo verlo.
Caminando de cabeza en el techo avanzaba una extraña bestia negra de tipo felino, con una melena como la de un león y ojos rojos, de un fluido movimiento bajó al piso y se quedó mirando a la mujer como si fuera un manjar.
– ¡Mmmm… nnnhhgg… mmm…! –aullaba mientras intentaba mantener distancia a pesar de la cuerda que la limitaba, retrocedió y saltó asustada haciendo sonar los cascabeles en sus tobillos.
Al instante la bestia la miró fijamente, sus ojos brillando con intensidad mientras cambiaba de forma hasta convertirse en una sombra con forma de hombre.
En la realidad la mujer bailaba de forma fluida y sensual por la habitación, como una deliciosa ninfa de placer, se recostaba en el piso, abría y cerraba sus piernas como tijeras, de un salto se levantaba de nuevo y luego bailaba abriendo y cerrando los muslos.
En la pesadilla Ariadna se quedó paralizada… en parte por ver el increíble cambio del ser, en parte porque los ojos rojos de Baal la fascinaban de una forma incomprensible para ella. La entidad la miró de arriba abajo, como analizándola.
Al fin la chica se sacudió la parálisis e intentó retroceder de nuevo asustada, el tintineo de sus cascabeles volvió a sonar, la sombra inclinó la cabeza, extendió una poderosa mano con garras, sujetó la cuerda y dio un poderoso tirón que arrastró a la trigueña por los aires, haciéndola caer en sus brazos negros como la obscuridad del templo.
– Mmm… -gruñó al quedarse sin aire al chocar con el cuerpo a la vez duro y suave de Baal, su aroma parecía una mezcla de fuerza, dulce y deseo. Entonces el ente la sujetó del cuello y la hizo recostarse de espaldas en la roca.
– ¡Nnnnn… nnnnggh… ooorrr… aaaoorr…! –trató de resistir la mujer mientras negaba con la cabeza y apretaba sus muslos.
Pero el ser solamente hizo un gesto levantando una mano y las blancas piernas de ella se levantaron como por encanto, perfectamente derechas, tiesas y verticales, la mano de Baal abrió los dedos y como un reflejo erótico las piernas de Ariadna se separaron en una amplia y sexy V.
– ¡Ayuda… Dios… ayúdenme…! –rogaba inútilmente en su mordaza al sentir esas manos tibias deslizarse por el interior de sus muslos, por sus redondos senos y ya duros pezones rosados, a la vez que sus traicioneras piernas cooperaban con su atacante.
En el cuarto ella se había recostado de espaldas en la cama, su boca abierta gemía suavemente mientras sus piernas bailaban y dibujaban figuras en el aire guiadas por sus rojas zapatillas demoniacas.
Dentro de la pesadilla Baal disfrutaba mucho la situación, le encantaba el sonido que las hembras humanas hacían al gemir, eran como la música de los cascabeles de la época anterior a Babilonia, pero su verdadero placer venía de someter, pervertir y poseer a las mujeres bajo su influjo.
Con la hembra morena gozaba al corromper su alma inocente para convertirla en un animal puramente sexual, aunque no le gustaba estar bajo el dominio del humano al menos le permitía disfrutar a las mujeres… ya encontraría la manera de librarse del control de ese mortal.
Pero con esta mujer la sombra se encontró con que su espíritu ya estaba muy receptivo a los placeres carnales, no había necesidad de corromperla, con una sola vez que la poseyera la convertiría en su esclava para siempre.
Precisamente por ser tan susceptible, a Baal le había sido fácil imponerle un par de sugestiones simples, incluso sin que ella tuviera que ponerse las zapatillas: que dejara las puertas abiertas y pusiera música había sido sólo el primer paso.
La sombra quería poseer a Ariadna pero así sería muy fácil, para que pudiera disfrutarlo de forma completa tenía que poder corromperla, doblegarla, quebrantarla, pero ella ya era una muñeca sexual, al menos en parte, le faltaba un último empujón que el ser fácilmente podía darle.
Con sus ojos como brasas Baal escudriñó lujurioso el alma de la mujer, como un Casanova lo hace con el cuerpo de su amante, buscando cada duda e imperfección… un momento después sonreía malicioso mostrando sus colmillos. Había encontrado como corromperla, un motivo para doblegarla, aumentando así su propio placer a niveles que ningún humano podía entender.
– ¡Nnnnhhhh… nngghhh…! -trataba de gritar Ariadna aterrorizada por la mirada ardiente y la sonrisa siniestra de la sombra, pero seguía indefensa, sus firmes senos apretados y dominados, los brazos inmovilizado tras su torso, su boca sometida a la mordaza y sus traicioneras piernas bien arriba y abiertas, sus esbeltos tobillos adornados con cascabeles posados involuntariamente en los negros hombros de Baal, sus pies completamente de punta.
Entonces la trigueña vio como la forma del ente fluctuaba ante ella, se volvía más pequeña, más esbelta, menos angulosa, mientras la negrura que la formaba se desvanecía dejando en su lugar un cuerpo humano…
Un instante después los ojos de Ariadna se abrían como platos por la confusión y la sorpresa, la sombra ya no estaba, en su lugar, entre sus piernas separadas y receptivas la miraba Cynthia mientras seguía acariciando el interior de sus muslos
Su mirada cargada de lascivia le quitaba el aliento…
CONTINUARÁ
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