El juez Saavedra se recostaba plácidamente en mullido sofá del departamento. A su lado, también sentada, su esposa la señora Saavedra, bebiendo una Margarita, ambos observando el atardecer por el ventanal en la lujosa sala. Estaban de vacaciones en aquel paraíso romántico llamado Cancún.
Había entrado en dicho departamento un joven camarero con una bandeja de plata en mano;
– Buenas tardes, Señor Saavedra.
– Ah, camarero. La merienda… adelante, adelante.
– Mi amor – interrumpió la esposa en tono serio – trata de cuidar tu alimentación.
– Ah, pero cómo viniste cariño… déjame disfrutar un poco de la vida. – El joven, sin hacerles caso, se dirigió hacia el televisor de la sala para encenderlo. Al instante una voz sonó desde aquel aparato;
“Buenas tardes Señor Juez y Señora Saavedra… quiero decir, ¿buenas noches?¿Qué hora es por allí? Va, no me importa.”
– ¿Cariño? ¿Oíste eso? – Preguntó la esposa. Ambos giraron la vista hacia el televisor y lentamente se dirigieron al sofá para sentarse frente al mencionado aparato.
“Seguro se estará preguntando que quién mierda soy yo… Tal vez si su senil memoria chispea, recordará que usted me ha condenado a cuarenta y siete años de prisión por presunta manipulación y tráfico de drogas. Bueno, digamos que no quise terminar mi condena…”
– ¿Cariño? – preguntó la esposa – ¿quién es el hombre de la televisión? – El juez Saavedra estaba inmutable, casi temblando mientras seguía clavando sus ojos en el televisor.
“La transmisión que está viendo es en vivo. Ah, y no piense escaparse o apagar la televisión… ni mucho menos pedir auxilio, tengo un camarada infiltrado en su departamento.” – Al instante el camarero lanzó la bandeja al suelo y desenfundó un arma de grueso calibre con una media sonrisa dibujada en el rostro;
– Es cierto – dijo el camarero – ahora disfruten de la función. Manténganse sentados y vean la televisión.
“Seguro se estará preguntando también qué hago yo en su enorme mansión Ah, ¿No se le dije, Señor Juez? Mis hombres y yo estamos ocupando su mansión ahora mismo mientras usted disfruta de Cancún.”
El juez casi tuvo un paro cardíaco cuando escuchó esas palabras clavarse en lo profundo de su ser, y ni qué decir cuando el hombre prosiguió la transmisión;
“Como ve, ahora estoy sentado en el cómodo sofá de su lujosa sala… por cierto, ¿escucha los gritos en el fondo, señor Juez? Bueno, esas son sus decentes, delicadas y hermosas nenas Sofía y Marisol. Yo y mis hombres la vamos a pasar de lujo con esas chiquillas… y sus padres serán los espectadores de lujo.”
-Condenadas al Infierno-
“No se me desespere Señor Juez, que no somos tan brutales. Ah, ahí vienen, forzadas por mis hombres hasta el centro de su sala, mírelas, maniatadas y llorando a moco tendido. Pero qué marranas, deberían sentirse orgullosas, casi una treintena de hombres las desean y sólo lloran como niñitas consentidas.”
Ambos padres miraban con impotencia el televisor, viendo cómo sus hijas iban a ser utilizadas y vejadas por los hombres en vivo y en directo. El Juez Saavedra fue inmediatamente esposado a uno de los brazos del sofá y enmudecido con una cinta pegada en su boca a fin de no pedir ayuda. Repentinamente el muchacho que los tenía cautivo se sentó a su lado y ordenó a la señora Saavedra que se la chupara. Como la mujer se negó instintivamente, el joven blandeó su arma al aire;
-Venga, vieja calentona, vaya quitándose las ropas y déjeme contemplar ese cuerpo de yegua maciza… vamos, vamos.
La espantada mujer, al borde del llanto e invadida por un sentimiento de impotencia al ver el arma, fue lentamente quitándose las ropas hasta quedar desnuda. Se dirigió hacia el muchacho para arrodillarse frente a él y tomó su venoso mástil con la mano temblándole.
– A chupar, zorra de mierda, ¿qué espera? – y reposó el arma en su cabeza de manera amenazante. La señora Saavedra empezó la felación al lado de su marido, quien prefirió mirar la televisión;

“Bueno, bueno, lamento que mis hombres estén desgarrando tan cruelmente sus ropas, pero como que las putitas no quieren cooperar. ¡Ah! Mire a la menor, ¿cómo se llama? Sí, sí, Marisol. Su uniforme de colegiala no le favorece en absoluto, qué muslos se manda, las tetas bien prominentes, más que las de su hermana mayor Sofía, que es una universitaria bien atractiva pero de escasas curvas, ¡qué cuerpos bronceados se mandan los dos! Estará orgullosa la señora Saavedra por haber engendrado tamañas putitas, ¿no? Vea cómo se tapan sus partes privadas, las tetas con un brazo y su entrepierna con el otro, miran con pavor a mis hombres. Las veo demasiado flacas, supongo que se cuidaron mucho, crecieron en salones de belleza y gimnasios, típicos de las hijitas de gente rica como usted… ah, no, mire a mi compañero, el gordo grasoso, quiere introducirle el dedo corazón entre las piernas a la colegiala. Ahí la están sujetando para abrirle las piernas… ¡cómo se retuerce la nena, no quiere! Mire ahora, otro de mis hombres se está retirando su cinturón… ahora lo está doblando. ¡Parece que le va a azotar! Qué bestias son mis hombres, en fin. Ahí se acerca y… ¡Uh! El cinturón golpeó entre sus tetazas ¡Eso debe doler! ¡Cómo llora la putita! Bueno, al menos ya entiende que debe quedarse quieta, el gordo le está metiendo el dedo… vaya, como que le cuesta introducirlo. Seguro tiene un agujerito de lo más apretado… bueno, eso va a cambiar hoy.”

. . . . .

En la recepción de aquel hotel en Cancún, uno de los encargados había entrado en el sótano de la cocina a fin de entender de dónde provenían los sonidos de unos golpes ahogados. Quedó mudo al abrir la puerta del sótano y ver en el fondo a uno de sus camareros atado y sin ropas.
Tras ayudarlo, el camarero le relató que un extraño joven lo atacó y terminó vistiéndose con sus propias ropas para luego abandonarlo atado en el sótano. Rápidamente, el encargado comunicó el suceso al administrador, quien pensando que un ladrón había ingresado en las instalaciones, gestionó una llamada para la policía local a fin de atrapar al intruso.
Cerraron los accesos del hotel y tras unos minutos apareció un grupo de oficiales quienes decidieron tomar las riendas del caso. Entre ellos, el afamado comisario Riviere, quien ordenó buscar piso por piso al intruso y de paso advertir a los ocupantes de los departamentos que no salieran hasta que terminara la búsqueda.
. . . . .
Nuevamente en el departamento, el “camarero” estaba sentado plácidamente en el sofá, pero ya con la señora Saavedra sentada sobre él, de espalda, montándolo tras la chupada que le dio.
– ¡Salte, salte como la puta que es, vieja guarra! – ordenaba el muchacho. Los senos de la mujer se bamboleaban por los lados descontroladamente, ella gemía mudamente mientras su marido estaba hecho un desastre, no sabía si mirar la televisión donde sus hijas eran degradadas a juguetes sexuales o mirar a su esposa, quien lo corneaba con un muchacho que tenía la mitad de su edad;
“Como ve, en la otra esquina de su sala está chillando agudamente Sofía. Está maniatada al pasamano de la escalera y una barra de acero separa sus piernas mediante unos dogales injertados en los tobillos… se estará preguntando qué hace esa mujer introduciéndole barritas de chocolate en su tierna vagina… pues, esa es su empleada doméstica. Así es, señor Saavedra, la que lavaba sus ropas, la que le cocinaba, atendía el teléfono y arreglaba su mansión… ella era de las mías y me ha mantenido bien informado. Por cierto, ¿es buena ocasión para decirle a la Cornudísima Señora Saavedra que usted se ha acostado con la “empleada” en varias ocasiones?”
Al oír esto, la Señora Saavedra no pudo evitar sentir aquella noticia como un golpe a su vida. Como venganza a la infidelidad de su marido, empezó a gozar de la cabalgada que se mandaba con el chico de la pistola. Empezó a saltar más enérgicamente y a lanzar gritos de placer.
– Mira nada más – sonrió el muchacho- parece que a la vieja le gusta esto. ¡Eh! Deja de gritar así que nos pueden oír.

El joven dirigió su mano al hinchado botón de la mujer para friccionarlo duramente, pero ordenándole que ni se le ocurriese gritar. La señora Saavedra no pudo evitar llegarse mientras veía a sus hijas protagonizando una auténtica película de porno duro, empezó a temblar y emanar flujos a borbotones;

– Señor Juez – prosiguió el muchacho, gimiendo del placer – ¡qué… qué buena está su esposa! ¡Se corre como cerda viendo cómo son violadas sus hijitas! ¡Madre mía!
Mientras, en la televisión, proseguía el show en vivo; “Bueno, a Sofía le están retirando las barritas de chocolate empapadas de sus jugos y fuerzan a su hermanita a probarlas. ¡Pero qué brutos mis hombres, no tienen contemplaciones en azotar a Marisol para que pruebe el chocolate! Ah, bien, bien, ya está comiendo… joder, qué desagradecida, parece que va a vomitar.”
“Ahora observe cómo tres de mis hombres se llevan a Sofía para trabajarle esos agujeros tan apretaditos. Pobrecita, está viendo el pene de uno de los negros y parece que se va a desmayar. Ahí se acuesta uno en el suelo y la obligan a sentarse sobre él. ¿Ve cómo se niega? Qué malcriada, y mire, un, dos y tres varazos en la espalda y la nena ya aprende… ¡cómo llora, qué pesada! Apenas quiere sentarse sobre el negrazo, entra muy lentamente el pene, ¿ve cómo fuerza los pliegues de sus labios vaginales? Sofía está sudando raudales, se nota que le está forzando mucho su tierno capullito… ¡ah, no! Un segundo hombre le está metiendo dedos en el trasero de manera brutal… ¡eh, un poco más lento, compañero! Y ya, el tercero se la metió en la boca, vea cómo toma con violencia un puñado de su pelo y empieza el vaivén, le penetra la boca como si fuera un agujero más… qué imagen más bonita, su hija siendo poseída por tres hombres desconocidos en su sala.”

“Mire nuevamente a la colegiala, arrodillada frente al sofá, lamiéndosela al gordo mientras sus manitos pajean los sexos de otros dos hombres que están a sendos lados de su cuerpito, todo ello lo hace a punta de pistola. Observe cómo sus lágrimas y mocos se mezclan con el semen del hombre al que se la chupa, pobrecita, y eso que la punta del pene apenas entra en su boquita. Ese rostro de resignación de la nena no tiene precio. Por cierto Señor Juez, me parece curioso, cuando su empleada nos abrió las puertas, nos

 

encontramos a la nena estudiando “Lengua Castellana” en su cuarto… vaya, qué giros da la vida, ahora le estamos ayudando a usar la lengua a la putilla… ¿ve que al fin y al cabo somos buenas influencia, señor Juez?”

. . . . .
 

El comisario Riviere ya había recibido varios informes de su grupo desplegado en el edificio, iban varios los pisos requisados pero no encontraban al sospechoso. Sólo encontraron un par de camareros, pero eran todos reconocidos por el administrador como sus empleados. El hombre decidió tomar la posta del asunto y empezó a ayudar en la búsqueda en los pisos que aún faltaban.

Mientras, en el departamento, la señora Saavedra seguía saltando sobre el muchacho y su esposo continuaba observando el televisor totalmente atónito;
“¿Ve lo que tengo en mi mano, señor Juez? Seguro que sabe lo que es… es un enorme consolador de dos cabezas, especiales para las chicas. Parece que Marisol vio el consolador… ¿te gusta, niña? ¿Pero por qué lloras ahora? Caramba, gente rica, ¿quién los entiende? Ahí traen a sus adoradas hijas en el centro de la sala, apenas han sido usadas y ya se quieren morir… qué mugrientas se ven, ¿no?. Ah, ¡cómo se abrazan! Se están dando fuerza, pero bueno, así desnudas parecen ser más bien putitas lesbianas. Ahora me traen a la universitaria Sofía, mire cómo la sujetan, le están introduciendo las braguitas de su hermana colegiala en la boca, sirve como bozal, muy práctico. Ahora le abren las piernas y estiran vulgarmente sus labios vaginales. ¿Ve esa carne rosadita de primera? Es ahí donde yo aparezco, señor Juez.”
“Observe, estoy metiendo el consolador en la nena… ¡se retuerce como loca!, si no fuera por la braga gritaría como una puta en celo, es que este es de los más grandes que conseguí. Para meter esto debo girarlo como rosca… esto… así… ¿ve? Jo, no pensé que entraría la cabeza en el agujero de su puta hija. Mírela, ya no llora, tiene su rostro triste de zorra lleno de lágrimas y mocos, creo que en el fondo le está gustando… muy en el fondo. Y ahora la nata, su dulce hermanita se sentará sobre la otra cabeza del consolador… bueno, mírela ahí, se niega rotundamente a hacerlo. Estas zorritas aún no conocen el morbo del sexo filial y lésbico… Ah, el negro le está dando fustazos insistentemente en los muslos, uno, dos, tres… ¡no para! Esto, vea cómo chilla la putita, ¡se cayó al suelo! Pero qué marrana. Creo que ya lo pensó bien, se está dirigiendo hacia su hermana para sentarse sobre la otra punta del consolador. Veo que aprenden rápido, unos buenos azotes y ya cumplen órdenes.”
Mientras tanto, en Cancún, la señora Saavedra, luego de haberse corrido con el muchacho, fue obligada a punta de pistola a acostarse boca abajo sobre una mesa, que estaba ubicada entre el televisor y el sofá donde estaba esposado el Juez.
Allí el joven la sometía analmente no sin antes introducirle cinta adhesiva en su boca a modo de bozal y esposar sus manos en sendas patas de la mesa para inmovilizarla. El muchacho se dirigía al esposo mientras la sodomizaba;
– Qué culo se manda su esposa, Señor Juez, joder… mire esas nalgas… qué rugoso se siente encularla. Mierda, ¡míre cómo se retuerce su puta señora! Y luego entrecierra las piernas y arquea la espalda… creo que le gusta. Sí. Tengo unos amigos a quienes las presentaré, sí, su putísima esposa se la va a pasar un campeonato con nosotros… vamos…
El señor Saavedra estaba devastado, ya no miraba nada, sólo se limitaba a escuchar los gemidos de su esposa frente a él y el llanto de sus hijas en la televisión;
“Ve qué hermosas se ven, llorando, sudando y teniendo sexo entre ellas. El negro les ordena que se besen, chaquea el cinturón al aire y… ¡mírelas! ¡Cómo se morrean con fuerza!, se nota que no quieren volver a sufrir más trallazos.”
Media hora fueron enfocadas en medio de su incesto forzado hasta que por fin los hombres la separaron. Ellas estaban exhaustas y rogaban descanso, pero eso estaba lejos de cumplirse;
“Ahora están llevando a Sofía otra vez a la esquina de la sala entre cuatro negros. Bueno, allá ella con su orgía. ¿Y la nena Marisol? Pues allí se la están llevando mis hombres al segundo piso. Se la pasarán cañón con ella. Mírela, no tiene ni fuerzas para subir los escalones.¡Cómo tiembla!”
La cámara enfocaba primero cómo Sofía era vejada en un sándwich de negros… dos veces. Sus gritos pronto se ahogaron cuando otros hombres le insertaron sus erectos sexos en la boca para penetrarla enérgicamente para luego llenársela de semen. El líquido pegajoso ya era tanto, que cuando otro la penetraba ahí, se le escurría de entre los labios de su boca y colgaba vergonzosamente de sus labios. Todo eso mientras sufría del sándwich sexual.
Luego la cámara fue dirigiéndose al segundo piso donde mostraba a su hija menor, Marisol, llorando por la penetración anal a la que el gordo la sometía en la cama matrimonial. La joven se retorcía como podía y su rostro estaba totalmente enrojecido y sudoroso. Cuando el hombre se largó todo en sus intestinos, no le dieron tregua a la jovencita y la sujetaron en la cama para introducirle una variedad de objetos en ambos agujeros. Primero bananas, que luego la forzaron a comer, así como luego huevos de chocolate en el trasero para dárselos de comer nuevamente. Obviamente no pudo completar la faena pues parecía querer vomitar cada tanto mientras seguían injertándole objetos como bolillas chinas y consoladores de varios tamaños. Cuando la cámara bajó a la sala para enfocar nuevamente a Sofía en la orgía, el perro de la mansión había entrado ladrando;
 
“¡Joder! ¿Y ese perrote? Apareció de repente… habrá oído las quejas de sus dos amas. Menos mal entró a la sala con intenciones de jugar con mis hombres… mueve la cola como si fuéramos todos sus amigos. A ver si el perro se desenvuelve como todo un macho con la universitaria de Sofía. Eh, qué tonto soy, parece que Sofía me escuchó y se está retorciendo como loca allí en la orgía donde está… ¡Eh! Nena, ¿te asusta que un bicho te la meta? Anda, que dentro de poco te será de lo más normal… vamos, muchachos, suéltenla y tráiganla al centro de la sala.”
“Mire a su puta hija, quiere protestar pero sólo sale el semen de mis hombres de su boca… ¡Qué pesada es! Llora como niñita mientras la atan en la mesa para que el perro penetre su culito.”

En efecto, reposaron al perro sobre la espalda de Sofía y ordenaron a la muchacha – a punta de pistola – que envíe el erecto pene del perro en su agujero que ella desee. Lógicamente la joven no estaba como para captar órdenes, así que uno de los hombres se puso un guante y llevó el sexo del can en su trasero. Fue filmada cerca de diez minutos con el perro bombeándola violentamente y rasguñándole la espalda con sus patas hasta que Sofía chilló ensordecedoramente, con su rostro enrojecido y bañado en lágrimas y sudor… al parecer el perro estaba trancado a ella y empezaba a tirar semen en sus tripas.

“Bueno, mientras esperamos a que el perro se desacople de la putita, le diré que no extrañe mucho a sus hijas… ¿Que qué? Esto… ¿No se lo dije? ¡Disculpe, es que a veces soy un desfachatado! Nos llevaremos a sus dos hijas a nuestra base en compensación por los años que me condenó a la cárcel. A partir de hoy, sus adoradas niñas serán las putas de mi grupo, no se preocupe, las haremos masticar algunos mejunjes para que se mantengan excitadas, de otra forma dudo que aguanten el estilo de vida de putas. Tal vez las pongamos a callejear por dinero en el país donde iremos… Eh, no se ponga así Señor Juez, es que necesitamos más ingresos.”
“¿Ve el rostro de la marranita de su hija mientras el perro sigue trancado y expulsando semen en su culito? ¡Mire el rostro de zorra enviciada! ¡Está disfrutando! ¿Será que mis hombres le dieron de tragar alguna sustancia prohibida? Parece que sí. Y ahí están bajando por las escaleras a Marisol, apenas camina, seguro le dieron duro… ¿Qué le pasa? Ah, escuchó todo lo que dije y patalea como tonta, creo que esto de ser puta de por vida no le gusta… ¡Madre Santa, cómo llora nuevamente! Ya, ya la está calmando el gordo, flagelándola con el cinturón… y ahora la está callando al introducir su grasoso pene en su boquita ahí en la escalera. Ya decía yo que estas furcias maleducadas no saben apreciar la buena vida, pero ya verán. Lastimosamente no tenemos la lujosa comida que ellas degustan todos los días aquí, probablemente vivan de semen, agua y lo que sobre de nuestra comida. Tal vez se hagan adictas a alguna droga que tenemos produciendo… ¡Uh! ¿Qué dije? ¡Me descubrió! Parece que usted no estaba tan equivocado después de todo, Señor Juez. Sí, producimos drogas… “
“Ahí las llevan a la camioneta estacionada en su jardín, mírelas, bañadas en sudor y semen, sus rostros llorando raudales… ahí también subirá el perro con ellas. Nos llevaremos a los tres. Ah, mire, el negro le introdujo consoladores en sus irritados agujeritos y ata sus manos a sus respectivas espaldas… y vea cómo vibran los aparatillos. ¿Soy yo o estoy viendo brillantes fluidos escapándose de sus vaginitas? ¿Ve el rostro de sus hijas? Parece que les está empezando a gustar, ¿no?¿O será que ambas están drogadas? Joder, debo hablar con mis hombres, como está la cosa creo que sus hijas ya son adictas a esos mejunjes que le dieron. Bueno, ahí le pusieron las máscaras de cuero y directo a la camioneta las dos chiquilinas.”
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El comisario había derribado la puerta del departamento con una fuerte patada, entró con el arma apuntando hasta la sala con otros oficiales tras él. Sorprendidos quedaron al ver al Juez esposado al sofá, con su sexo visiblemente erecto bajo el pantalón, viendo una especie de película de porno con dos jovencitas de protagonistas – aún no sabía que eran las hijas del Juez – mientras que la Señora Saavedra estaba acostada boca abajo sobre una mesa, con sus manos esposadas a sendas patas de dicha mesa, con su rostro impregnado de lo que parecía ser semen.
Del baño del departamento salió sonriente el muchacho que los mantuvo cautivos, pero su sonrisa se oscureció al ver a los oficiales, quienes rápidamente se abalanzaron hacia él para arrestarlo. Todos bajaron sus armas y el comisario Riviere se acercó al televisor donde continuaba hablando un extraño hombre;
“Si quiere saber cómo le va a sus emputecidas hijas con nosotros, sólo deberá ir dentro de dos meses al mercado negro y buscar en los clubes de películas clandestinas, la sección de porno duro… seguro sabrá reconocerlas en las portadas de videos de orgías, sesiones forzadas de incesto lésbico así como de zoofilia en las que su hermoso perro será partícipe con las dos. Haga todo lo que crea conveniente para encontrarme, incluso pida ayuda a esa policía estatal de mierda que protege a los ciudadanos… sí, vamos. Será gracioso ver a la policía intentar localizarme. Pues nada más, disfrute su semana en Cancún, señor Juez y señora… sé que yo he disfrutado la mía en su mansión y con sus adoradas hijas.”
El comisario Riviere y sus oficiales aún no sabían que estaban viendo en el televisor a un hombre que pronto debían capturar… y a dos jovencitas que debían rescatar.
Continuará…
 
 
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