8

Durante el trayecto de vuelta, tuve que aguantar el exhaustivo interrogatorio al que me sometió don Javier, preguntándome en teoría sobre lo que habíamos hecho durante esos dos días, pero realmente queriendo saber cómo se había comportado esa bruja fuera del ámbito académico.

        ―Doña Mercedes jamás deja que se le escape el más mínimo atisbo de humanidad. Siempre y en todo momento se comporta como lo que es, una maestra en todo lo que hace― respondí recordando la “pericia” con la que hacía las mamadas.

Como no podía ser de otra forma, su colega no captó el verdadero significado de mis palabras y pensando que me refería a que era una encorsetada, tratando de hacerse el simpático, comentó:

―Siempre he considerado una pena que siendo tan guapa nunca se desmelene. Aunque a veces no lo parezca, los profesores tenemos nuestro corazoncito y somos humanos.

Mis camaradas, desde el asiento de atrás y exagerando las broncas que esa rubia les había echado, comenzaron a opinar que de tener corazón lo tendría de acero galvanizado:

―Por no poder, no puede meterse ni a monja. ¡Ni Dios la soporta!

Al escuchar las críticas vertidas hacia su compañera, don Javier intentó defenderla hablando de la maravillosa mente que tenía y que, en cierta forma, era tanto su interés por la geología que se había olvidado de que había otras cosas en la vida.

        Sabiendo que nadie me creería si se me ocurría contar que la tarde anterior había reventado el culo a esa estirada, decidí callar cuando sus alumnos volvieron a atacarla aduciendo a una supuesta frigidez la actitud de la madura.

―Estoy seguro de que esa no ha visto una polla en vivo y menos a un tío en pelotas― dejó caer Alberto, uno de sus mejores pupilos.

Que fuera uno al que nunca había visto que regañara en público el que más le atacara, me molestó y reaccioné cómo si se hubiese metido conmigo:

―Lo que realmente te molesta es que esa mujer ni siquiera se fije en ti y que me haya elegido a mí como compañía durante el viaje.

Debí de acertar porque sobredimensionando el rebote que sentía, me embistió como un Mihura diciendo:

―Debes de ser un jodido masoquista si después de cómo te trata, la defiendes. Chaval ¡despierta! ¡Es una jodida zorra y siempre lo será!

Si no llegan a pararme mis compañeros, os aseguro que le hubiese dado un buen guantazo a ese mierda. Mi indignación era tan brutal que hasta don Javier tuvo que intervenir para calmar mi furia y viendo que nos habíamos calentado en exceso, prohibió que se siguiera hablando de su colega.

A partir de ese momento se instaló un silencio total en el coche, silencio que no desapareció durante el resto del viaje. Es más, ni siquiera al llegar a la ciudad universitaria alguien se atrevió a romperlo y por eso tras recoger mi mochila, me fui de ahí sin despedirme.

Lo primero que hice fue ir a mi residencia a recoger ropa limpia y con muda suficiente para una semana, tomé un autobús al centro.  Ya en Callao busqué el sex―shop donde debía agenciarme de todo lo que Irene había escrito en la lista. Confieso que no me costó encontrarlo. Un par de tetas en neón es un reclamo publicitario que solo un negocio de su tipo se puede permitir y traspasando su puerta, descubrí un mundo inexplorado por mí hasta ese momento.

Caí rendido ante esas estanterías llenas de artilugios cuyo uso me era totalmente desconocido y lo que debía ser cuestión de unos minutos, se convirtió en casi una hora durante la cual no pude dejar de pensar en que podía haber en la mente calenturienta de los creadores de semejantes juguetes.

«Hay que ser muy degenerado para diseñar algo así», pensé al coger en mi mano la reproducción a tamaño real del pene de un caballo.

― ¿Le puedo ayudar? ― comentaron a mi espalda.

Su tono dulce me hizo girar y reconozco que estuvo a punto de darme un ataque cuando vi que la propietaria de esa voz era una preciosa chinita vestida de colegiala.

«La madre que la parió, ¡qué buena está!», exclamé sin ser capaz de retirar mis ojos de la corta minifalda a cuadros que llevaba puesta.

Tan acostumbrada debía de estar a producir esa reacción en los clientes que no se quejó al comprobar que mi mirada se perdía entre sus muslos y sin perder la compostura me ofreció nuevamente su ayuda. Por mucho que intenté dejar de disfrutar de la visión de esas piernas bronceadas, me fue imposible y pensando en lo mucho que me gustaría descubrir la tersura de su piel, le extendí la lista que Irene había confeccionado.

―Venga conmigo― contestó.

 Hipnotizado por el movimiento de su trasero la seguí por el pasillo hasta la sección especializada en dominación y ahí girándose hacia mí, me preguntó si tenía alguna preferencia especial. No supe ni qué contestar al ver que me estaba señalando una estantería repleta de kits con los elementos básicos de bondage.

―No sé. Tú, ¿cuál preferirías? ― contesté sin darme cuenta de que, con ello, estaba asumiendo que esa preciosidad era una sumisa.

Por un momento, la oriental se quedó callada y tras revisar los diferentes artilugios, escogió un conjunto compuesto por una máscara, unas esposas y un siniestro, pero efectivo, látigo de cuero.

―Si actualmente tuviese un dueño, me gustaría que me sometiera con esto― contestó con un acento que delataba su origen.

Me dio morbo que no fuera española pero lo que realmente consiguió erizar todos los vellos de mi cuerpo fue el deje apenado de su voz que convirtió la respuesta que me dio en un grito de auxilio. Aun así, no quise meter la pata, no fuera a ser que la hubiese malinterpretado. Por eso me abstuve de comentar nada y le pedí que siguiera con la lista.

―Un arnés doble― leyó y mirándome a los ojos, me pidió más datos porque dependía el uso que iba a darle.

Comprendí que se refería a si iba a ser usado con una mujer o por el contrario con un hombre. Indignado por el hecho que pensara que podía ser yo el que fuera sodomizado contesté:

―Mi chica y yo vamos a estrenar a una sumisa.

Por un momento me pareció que dudaba y entonces me asombró advertir que bajo su blusa habían aparecido dos pequeños bultos, síntoma inequívoco que por algún motivo se había excitado. Que alguien habituado a todo tipo de fetiches se viese afectado por mis palabras me hizo pensar en lo mucho que esa muchacha echaba en falta un amo. Por ello y midiendo mis palabras, le pedí que me enseñara uno tamaño XL. La chavala apenas me miró al darme uno que llevaba adosados dos enormes penes realísticos.

― ¿Crees que son lo suficientemente grandes? ― pregunté acercándolos a ella.

―Cualquier puta disfrutará al ser tomada con esto ― respondió con un revelador brillo en los ojos.

No sé exactamente que vi en su actitud, pero lo cierto es que consiguió despertar mi lado dominante y arriesgándome a un tortazo, le solté:

―Yo en cambio preferiría olvidar estos juguetes y usar mi verga para someterte.

 La cría en vez de ofenderse por la burrada bajó su mirada avergonzada y con sus mejillas coloradas, replicó:

        ―Por favor, ¡no siga! Llevo mucho tiempo sola.

        Con esa confesión, asumí que me estaba dando vía libre pero aun así no las tenía todas conmigo cuando atrayéndola hacia mí, metí mi mano bajo de su falda:

―Es una vergüenza que una bebita como tú no tenga alguien que la cuide.

Afortunadamente, la joven no hizo ningún intento por rechazarme. Es más, ronroneó al sentir mis dedos jugando con su trasero y eso me permitió disfrutar de sus duras nalgas con libertad, antes de juguetear bajo sus bragas.

Supe que esa asiática estaba disfrutando con ese magreo al encontrarme su coño totalmente empapado y por ello, me atreví a separar sus pliegues con mis yemas mientras le preguntaba si en la tienda había algún reservado.

Con un movimiento de cabeza, señaló una puerta y sabiendo que no se iba a negar, la tomé de la cintura y alzándola en volandas, la llevé allí.

―Mi señor, pueden descubrirnos― sollozó con la respiración totalmente agitada por la excitación que la dominaba.

Contesté como esa joven y guapa putilla deseaba. Poniéndola de espaldas a mí, le bajé las bragas y de un certero empujón, la empalé.

― ¡Dios! ― no pudo evitar gemir la chinita al sentir que mi pene se introducía con violencia en su sexo.

Mi brutalidad bien podía haber hecho que me rechazase, pero en cuanto se recuperó y en vez de quejarse por esa invasión, casi gritando me imploró que siguiera tomándola.

―Eso pienso hacer― contesté y disfrutando de sobremanera con la presión que su estrecho coño ejercía sobre mi verga, seguí con mi lento pero continuado asalto.

Supe que ya se había acostumbrado, al sentir que una densa y cálida humedad facilitaba mis avances y por ello dando un paso más, llevé mis manos a sus pechos y regalé a mi nueva y sorprendente adquisición con sendos pellizcos en sus rosadas areolas.

―Gracias― aulló al sentir mi ruda caricia sobre sus pezones y con nuevos bríos, me rogó que no tuviera piedad al abusar de ella.

Sus palabras me convencieron y agarrando su melena con una mano, usé la otra para azotar sus nalgas mientras la exigía que se moviera más rápido. No tuve que repetírselo, ajustando el movimiento de sus caderas al ritmo de mis azotes, se lanzó desbocada en busca del placer rogándome que no cejara en su castigo.

― ¿Te gusta cómo te trato? ― pregunté mientras profundizaba mis estocadas.

―Sí― chilló:  ― ¡Hace mucho que nadie me mimaba así!

Me hizo gracia que usara el verbo mimar para referirse al modo en que estaba abusando de ella y deseando conocer cual eran los límites de esa morena, acerqué mi boca a su oído y le pregunté si deseaba ser marcada por mí.

―Mi señor, me encantaría. Desde que le vi entrar, supe que mi destino era ser su puta.

Habiendo recibido su conformidad, cerré mis mandíbulas alrededor de su cuello y ella al sentir mis dientes clavándose sobre su piel, creyó morir y dejándose llevar, se corrió entre mis brazos. No me apiadé de ella al verla retorcerse por el placer y tomándola de los hombros, usé mi estoque para empalarla una y otra vez.

―Seré suya dónde, cómo y cuándo me lo pida― gimió al experimentar que el orgasmo se alargaba más de lo razonable y que junto a mí, podría disfrutar de nuevas y placenteras sensaciones.

Convencido de cuál iba a ser la respuesta, pregunté a esa mujer si su entrega incluía su trasero:

―Todo mi ser le pertenece― respondió.

Saber que no tardaría en usar su culito fue el empujón que necesitaba para liberar mi lujuria y comencé a asaltar su pequeño cuerpo con tanta fuerza que la preciosa oriental sintió que mi verga la iba a partir por la mitad.

―Moriría por usted― aulló con auténtica alegría.

Para entonces mi excitación era máxima y mientras aceleraba mi galopar con azotes sobre las ancas de mi montura, caí en la cuenta de que ni siquiera sabía su nombre.

― ¿Cómo te llamas? ― le pregunté.

―Mis padres me pusieron Xiu, amo.

No tuve que ser un genio para comprender que implícitamente esa muchacha me acababa de decir que era libre de escogerle otro nombre si era mi deseo. Asumiendo que tendría tiempo suficiente para elegirle otro, dejé ese tema para mas tarde y me concentré en disfrutar de ella.

― ¡Muévete! ― le pedí.

Cómo si le fuera la vida en ello, de inmediato convirtió su cuerpo en una máquina de placer y mientras su coño se transmutaba en una ordeñadora industrial, me rogó que la premiase con otra tanda de nalgadas.

«Joder con la china», pensé cediendo a sus deseos y haciendo que el sonido de mis palmas sobre sus cachetes se adueñara de la habitación.

Pero fue cuando la escuché correrse cuando supe que no iba a resistir mucho más sin derramar mi simiente y al decírselo al oído, Xiu se volvió loca y completamente histérica me imploró que me corriera dentro de ella.

― ¿Estás segura? ― extrañado pregunté porque no en vano por las prisas no me había puesto condón.

―Cuando sienta mi coño lleno con su esencia, sabré que me ha aceptado.

Soltando una carcajada, quise saber cómo se decía esclava en chino:

― Núli, amo― respondió.

Me gustó como sonaba y supe que ese sería el nombre que usaría con ella y por ello mientras llenaba con mi semen su interior, la llamé por primera vez con ese apelativo.

Al escucharme, Xiu abrió los ojos de par en par y se echó a llorar. Me quedé pálido al verla porque incapaz de contenerme, seguí regando su coño de mi lefa mientras ella no paraba de berrear y no fue hasta después de unos veinte eternos segundos cuando reaccioné y le pregunté que le pasaba:

        ―Amo, su núli llora de felicidad. Nunca ha tenido un amo que la considere totalmente de su propiedad y escuchar que me reclama como suya me ha hecho inmensamente dichosa.

         La alegría que radiaba me hizo asumir que llamarla así había satisfecho alguna faceta de su educación y que para ella ese apelativo significaba una especie de contrato por medio del cual pasaba a ser irremediablemente mía.

La certeza de que era así, me llevo a preguntarme acerca de lo que diría Irene si aparecía con esa preciosidad en la casa de nuestra profesora. Dado el carácter calenturiento que había demostrado desde que me había pillado follando con doña Mercedes, pude asumir que estaría encantada con sumar ese exótico ejemplar a su harén y por ello, comenté a la oriental a qué hora cerraba la tienda.

―Normalmente a las ocho, pero si usted me lo pide cierro ahora mismo.

―No me parece una buena idea. Tu jefe podría echarte si cierras antes de tiempo.

Sonriendo de oreja a oreja, Xiu respondió:

―Amo. Desde que me hizo su sierva, usted se convirtió en el dueño de mi cuerpo y de mi negocio. Por eso si me pide que cierre la tienda, no tengo que dar más explicaciones a nadie.

Cogiendo del brazo a la propietaria del sex-shop, la atraje hacia mí y mordiendo sus labios, la besé por primera vez como su dueño, demostrando así mi total dominio sobre ella. Xiu, mi núli, no pudo más que reiniciar su llanto con mayor intensidad al saber que su amo estaba contento y satisfecho con su nuevo y bello juguete…

 

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