La joven Julia venía atravesando los vacíos pasillos de su colegio religioso, abrazando con fuerza contra su pecho, un oso de peluche. Mientras recorría, la leve brisa hacía levantar más su mínima falda y revelaba a los pasillos, sus dorados muslos y largas piernas. La colegiala Julia, de lisos pelos negros y ojos azules que contrastaban con su pequeño cuerpo brillante y que vivía con su padrastro, por que a sus padres, los perdió en un accidente de tránsito.
Y si las desdichas que mencioné no les son suficientes, su padrastro no es sino el director en aquel lugar. Y como casi todos los días, Julia, iba a su oficina.
– Ven – le llamó el hombre cuando ésta entró.
Cabizbaja se acercó, posó su osito de peluche en una esquina del lugar y empezó a desabotonarse su ajustada camisa de colegiala como de costumbre. No era ni por asomo la primera vez que ella lo hacía, y que por costumbrismo, ya no le veía el lado malo de ser abusada por él. Quedó entonces a la vista, el blanco brassier que daba cierto escote, pero al retirarlas éstas, demostraron que sus senos eran pocos insinuantes, como correspondía a su edad.
– ¿Y tu falda más corta?
– Aún no la lavé.
– Cuando terminemos, enviaré ésta falda de mojigata que tienes, a un sastre. Quince centímetros sobre las rodillas son pocos. No me convencen las miradas de tus compañeros, seguro puedes excitarlos más.
– Sí – susurró cabizbaja con el rostro enrojecido tremendamente.
– Tus bragas… –ordenó.
Llevó sus manos bajo la faldita, y retiró su ropa interior, intentó lanzarla a una esquina pero el hombre la atajó a tiempo: – ¿Y esto? – observó con los ojos serios la ropa – ¿Ya te mojas tan rápido?
Un segundo hombre entraba, bastante pasado de peso y edad, era uno de los profesores de aquel lugar.
– Mmm… Preciosita – masculló al verla. En su entrepierna empezó a crecer rápidamente su excitación. Fue a tocarla de arriba abajo mientras la pobre Julia, mordía sus labios y cerraba con fuerza los ojos. – Me encanta esta muchacha, dócil, pequeña y fogosa. Este rostro de virgen – dijo tocándole con su mano su pequeño mentón. – este trasero de adolescente, y su voz de niña. Mmm…
– Ponte sobre el escritorio – ordenó el padrastro.
La joven Julia se apartó del magreo de las manos, y tan sólo con su falda, y medias recogidas hasta los tobillos, se recostó en el escritorio con su cuerpo boca abajo, exponiendo a éstos dos pervertidos, sus dos accesos.
Uno subió la falda por su torso, y empezó a untar una crema con un dedo, en su acceso anal. Julia gemía y arañaba la mesa, no era su primera vez, pero siempre dolía aquello, aunque bien sus gritos de niña que hacía cuando ellos la penetraban allí, parecían excitarlos más.
Ya iban dos dedos que bombeaban su esfínter, la lubricación estaba siendo eficaz. Cuando hubo llegado a tres dedos y la pobre Julia retorciéndose, uno de los dos reposó su glande en la entrada. La sujetó de su pequeña cadera, y lentamente, como si de su primera vez se tratase, empezaba a introducirla.
Al ver a Julia retorciéndose, ordenó a su amigo;
– Mécela por la boquita, así no grita como la última vez.
– ¡No gritaré!- rogó la joven, ¡cuánto odiaba ella lamer aquel gordo venoso y asqueroso mástil! ¡Cuánto odiaba ella el viscoso líquido que depositaba en su dulce boca! Tanto así odiaba ello, que prometió no gritar durante la sodomización.
Gran parte de la hombría de su padrastro estaba en su recto, los bombeos eran extremadamente delicados, pero la joven Julia ya se la veía increíblemente retorcida. Y fue cuando no dio abasto al éxtasis, que chilló ensordecedoramente. No tardó venir el obeso, para enterrar su gordo sexo en su boca.
– ¡Mmm…!
– Te dijo que no gritaras. Y será mejor que ablandes tus músculos traseros, ya sabes lo que te podría pasar si no lo ablandas. ¡Y empieza a lamer pequeña zorrilla!
Por su parte, el padrastro aumentaba los bombeos mientras mandaba una mano en el capullo carmesí de la joven, restregándole sus dedos en la pequeña raja mientras la penetraba el trasero.
– Es increíble como esta muchacha, se moja tan rápido, ¿te gusta verdad?
– ¿A cuántos chicos se las chupaste esta mañana en el baño? –preguntó el profesor.
– Mmm… sie… siete… – dijo a raudas debido al gigantesco sexo que la repletaba su boca.
– ¿¡Siete?! – rió fuertemente el padrastro- ¿No era cinco la “ración” diaria? Vaya que te adelantas al proceso de puta. Veremos cuándo te preparamos algunas jovencitas.
Pobre Julia, aún no sabía cómo aquellos hombres lograron arrancar aquella vena sumisa de su ingenua persona. ¡Pero cuánto le gustaba todo ello!
Aquel que trabajaba en su boca, largó toda su pegajosa esencia dentro de ella, pero ni aún así cesó sus violentos bombeos allí, y fue tal el caso, que el semen se le escurría de sus rojizos labios mientras seguía taladrándola hasta su garganta. El viscoso líquido fluía hasta su mentón y caían al escritorio haciendo hilos blanquecinos. Pero tuvo que retirarse de la boca, pues perdía fuerzas su venosa hombría.
– ¿¡Ya te viniste tan rápido!? – preguntó el padrastro. ¿Aún tienes ganas de probar su mojadito sexo? Es bien apretadito, te lo digo por experiencia. – decía adquiriendo mayor velocidad en el trasero.
Julia se enrojecía, empuñaba sus manos y mordía más sus labios con todo el semen regándose y secándose en su rostro. No dolía tanto aquella sodomización, tantas veces la vejaron allí, que empezaba a verle el gusto. Pero se odiaba a sí misma porque aquello le gustaba.
El obeso empezaba a sobársela para adquirir de nuevo el vigor necesario, se dirigió tras ella, apartando levemente al hombre que la sodomizaba. Reposó su hombría entre los humedecidos labios vaginales, y se la enterró bruscamente hasta su cuello uterino.
Gritó como nunca, chilló como niña, sus pelos se restregaban por su cristalino rostro, empezaba a sudar, a convulsionarse, arqueaba su espalda mientras los dos la penetraban sus dos accesos.
Sentía los glandes de aquellos rozarse en su interior, uno en su sexo, y el otro en su ano. Todo ello la tenía en un punto de nirvana insospechado mientras aullaba y se estremecía sobre el escritorio.
– ¿Te gusta esto, zorra?
– ¿Lo quieres más al fondo? ¿¡Así!?
Los sintió llenarla nuevamente, depositaron todo el pastoso y tibio líquido en su trasero y en su abultado sexo. Los dos se apartaron y la vieron retorcerse mientras el semen se escurría de entre sus piernas hasta los muslos. Su faldita estaba remangada hasta su panza, y junto a sus medias, daban una imagen excitante de la pobre Julia.
– Tómale unas fotografías.
– Está bien. Por cierto, ¿cuándo la enviaremos a tatuarse el trasero?
– Mmm… tal vez la semana que viene. Toma chiquilla, te compramos esta ropa para la próxima vez que salgamos a un bailable. – y lanzó al suelo una bolsa negra.
La muchacha se sentía como el ser más bajo del mundo al ver las ropas, una faldita blanca y un top rosado. Odiaba, pero a la vez le excitaba, que ambos vejetes la llevasen a discotecas en las afueras- donde no la reconocerían- tomada de los brazos de aquellos dos hombres que no eran sino sus amos. Bailar con ellos mientras todos en el lugar la miraban, restregar su pequeño cuerpo al de ellos mientras la comían con la vista, dejarse manosear bajo su faldita mientras todos mascullaban sobre ella. Todo aquello le gustaba a extremos insospechados, pero se odiaba a sí misma por esos gustos. Tan mal la tenían, tanto así la dominaban, y lejos de oponerse, su frágil personalidad le hacía enrojecerse y excitarse al escucharla cómo la degradaban.
– Siéntate sobre el escritorio – ordenó el profesor con una cámara en manos. – y abre las piernas. Empezó a hacerlos a raudas, aquel capullo carmesí con leves vellos y con semen escurriéndose de entre los hinchados labios, harían de las fotos, adquirir valores monetarios atmosféricos para vendérselas a quién sabe qué pervertido. Tras minutos en que la ordenaban posar, abrir sus piernas y mostrar sus intimidades para tomarle las imágenes, la abandonaron allí.
– Mejor vuelve en dos días, que mi esposa vendrá a visitarme.
– Y tu madrastra también, que si se entera… – rió socarronamente.
Salieron de la oficina, y Julia se repuso lentamente, se volvió a vestir de sus mínimas ropas de colegiala, y buscó su oso de peluche. Tomó un cuchillo de uno de los cajones del escritorio, y empezó a degollar el osito con su cara sonriente, no le importaba limpiarse el rostro del líquido allí impregnado, tenía unas ganas tremendas de destrozar su peluche.
Una vez despedazado, Julia retiró del mismo una micro cámara, y dentro de aquel aparato, un pequeño vídeo que había grabado todo. Un vídeo, con el que nuestra joven colegiala, demandaría a esos dos hijos de puta que le robaron su inocencia.
Y al parecer no era tan ingenua…
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