Asalto a la casa de verano (2)

– ¡No! – rogó Leonor, comprendiendo a qué se refería – ¡Por favor! ¡Ellas no!

Pero el hombre no le prestó atención. Llamó a su secuaz, Lucas, y le ordenó que atara a la mujer. Leonor, en su desesperación, trató de salir corriendo de ahí, como último recurso para pedir ayuda. Pero, tan pronto como aceleró, cayó de culo al tropezarse con sus propias bragas, que aún seguían al nivel de sus pies. Lucas la alcanzó y la pateó, evitando que pudiera incorporarse de nuevo; la piso, manteniéndola boca abajo, mientras la esposaba rápidamente y la terminaba de desnudar de la parte inferior, dejándole sólo la delgada bata de dormir, tan corta que apenas le cubría media nalga.

Leonor ya no pudo hacer nada; se sentía agotada y perdida. Ni siquiera pareció enterarse cuando el tal Lucas la sentó sobre la silla, atándola de la misma forma que habían atado a sus hijas. Con los pies atados a las patas delanteras de la silla y ella recargada de pecho sobre el respaldo, con sus manos sostenidas tras su espalda.

Seguía con el rostro cubierto con los restos seminales del sujeto de la camisa azul, pero ya no lo veía. Sólo se encontraba Lucas, con el arma empuñada. Este la miraba lujurioso y con una malicia inmensa; burlón, se acercó hacia las muchachas, sabiendo que Leonor lo miraba. A cada una de ellas les sobó el culo y les magreo las tetas, asegurándose de que Leonor no perdiera detalle, primero a Sonia y luego a Mireya.

Leonor lo miraba con odio, pero al mismo tiempo le imploraba que las dejara en paz. Sólo tras cinco minutos, la figura del sujeto de azul descendió de las escaleras, secándose el área de su entrepierna con una toalla rosa que le pertenecía a Mireya.

– ¡Por favor! – comenzó a implorar, al verlo bajar – ¡No les haga nada! ¡Haga lo que quiera conmigo!

– Amordaza a esta perra escandalosa. – dijo el sujeto de azul

– Ustedes dijeron…

– ¡Nosotros no dijimos nada! – gritó – Sólo le avisamos que haríamos lo que quisiéramos por las buenas, o por las malas; y que no veníamos a seguir ninguna orden.

– ¡Por favor! Por lo que más qui…– insistió Leonor, antes de que Lucas la tomara por el cuello para amordazarla.

La mujer ya no pudo decir nada; y no le quedó más opción que ver cómo aquel sujeto, completamente desnudo a excepción del pasamontañas, se acercaba como una fiera a sus indefensas hijas. De pronto tuvo que observar aquello sólo con un ojo, porque en el otro le había entrado esperma. Lloraba, de impotencia, dolor y humillación.

Miró como se acercaba a sus hijas; lo vio pasear por detrás de ellas, que se encontraban completamente aterrorizadas. Él les desató los pies y las hizo ponerse de pie. Comenzó con Mireya, que se mantuvo de pie frente a su silla; miraba de reojo a su madre, pero mantenía más que nada la vista al suelo.

– Muy bien, muy bien… – murmuraba el sujeto de azul.

Después desató a Sonia; esta si intentó oponer resistencia, pero no duró mucho su arrebato de rebeldía puesto que bastó una patada seca de aquel hombre para hacerla caer de rodillas. Tomó un cojín del sofá y lo tiró a un lado de dónde se encontraba Sonia.

– Arrodíllate ahí – ordenó a Mireya, señalándole el cojín.

Mireya no supo cómo reaccionar. El sujeto perdió la paciencia, se acercó a ella, la tomó de los hombros y la empujó hacia abajo, obligándola a arrodillarse en el cojín. Cuando por fin ambas quedaron de rodillas, las acomodó de manera que quedaran juntas.

Se agachó tras de Sonia, con las llaves de las esposas, pero sólo para volverla a esposar con las manos tras su espalda. Sonia pensó en huir en aquel momento, pero el miedo la había invadido de tal forma que no se atrevió. Después hizo lo mismo con Mireya, quien menos aún pensó en cualquier posibilidad de escapar.

Una vez hecho esto, se colocó de pie frente a ellas, desnudo como estaba, y con la verga levantándose poco a poco hasta llegar a su erección total.

Sonia y Leonor adivinaron de inmediato de qué se trataba todo aquello, pero Mireya parecía no entender mucho, hasta que el sujeto comenzó a hablar.

– Vamos a jugar un juego – dijo – Se llama “Salvando a mamá”. ¿Quieren jugar?

Ninguna de ellas se atrevió a decir nada.

– ¡Respondan! – gritó, asustándolas – ¿Quieren jugar?

– Ss..si – respondieron ambas, temblorosas

– ¿Sí qué?

– Si queremos jugar – respondió Sonia por ambas

– Perfecto. Las reglas son muy sencillas; hacen lo que les ordene y a su madre no le pasará nada. ¿De acuerdo?

– Sss..ss..si.

Sonia y Mireya eran muy similares. Sonia, la mayor, tenía una tez morena, heredada de su padre, y un cuerpo de infarto gracias a su madre. Media unos 165 centímetros, y lo que más destacaba de ella era, sin duda, el redondo y hermoso culo que decoraba su cuerpo. Sus tetas también eran preciosas, redondas y bien formadas.

Tenía un cabello lacio y negro; que caía a veinte centímetros bajo sus hombros. Su cara era más fina que la de su madre, a excepción de la nariz de su padre, pero conservaba sus labios hermosos y carnosos.

Mireya, por su parte, era aún más bonita, quizás por la edad. Era similar a su hermana, pero con los ojos ligeramente rasgados, como su madre. Su boca era pequeña, pero sus labios eran gruesos y carnosos. Su nariz, mucho más bonita que la de Sonia, estaba ligeramente respingada. Sus cejas, afinadas hacia poco en una estética de la capital, eran dos líneas finas y densas que la hacían parecer a su rostro más mayor de lo que en realidad era.

Era una chiquilla, apenas, de modo que en sus pechos no había más que pequeñas tetitas de adolescente. Su culo, sin embargo, ya tenía las formas redondas y voluminosas de cualquier mujer bien dotada; y con su gusto por la natación, no había hecho más que acentuarlas.

Ambas chicas estaban arrodilladas frente a aquel invasor, que les apuntaba con su verga erecta hacia sus rostros. Sus manos, atadas tras su espalda, las ponían en una situación incómoda y de indefensión.

Sonia lloraba, pero Mireya parecía más desorientada que triste. Entonces recordó lo que su madre había sido obligada a hacer, y sólo entonces comprendió lo que le esperaba. Tragó saliva.

– Pues bien, lo primero que tendrán que hacer es besarme aquí – dijo, señalando el glande de su verga – ¿entendido?

Pero sólo recibió un largo silencio. Ambas chicas se miraron, pero ninguna se atrevió a llevar a cabo lo que el hombre les ordenaba. Simplemente era algo que no querían hacer por nada del mundo.

– Que feo – dijo el hombre – eso es no querer a su mamá.

Iba a ordenar algo a Lucas cuando de pronto la voz de una de las chicas lo interrumpió. Era Sonia, la hermana mayor, que lo miraba desde abajo con ojos de cordero.

– Está bien – dijo, con la voz quedita – Lo haré. Pero, por favor, deja ir a mi herma…

Una bofetada cayó sobre su rostro, haciéndola llorar de inmediato. Mireya también lloró al ver aquello, pero se concentró en mirar al suelo. Su madre, amordazada desde la silla en la que estaba atada, también comenzó a llorar; tanto así, que sus lágrimas comenzaron a limpiar parte de su rostro manchado de esperma.

El sujeto de azul tomó con su mano la barbilla de Sonia y la hizo alzar el rostro, llorosa como estaba.

– A mí no me vengas con que qué debo hacer – dijo, con firmeza – A mí sólo me vas a obedecer. Así que vas a besarme la verga en este instante o la siguiente cachetada es para tu madre, y, si insistes, la que sigue es para tu hermanita.

La soltó, pero el rostro de Sonia se mantuvo en alto. Tragó saliva, lo pensó un poco mientras el hombre la esperaba. Entonces, cerró los ojos, apretándolos muy fuerte, y comenzó a acercarse.

Sus labios apenas tocaron el glande del sujeto, alejándose inmediatamente, pero aquello siguió siendo terriblemente repúgnate.

– Ahora es tu turno – dijo el hombre de azul, dirigiéndose a Mireya

– ¡Por favor! – insistió Sonia – Deja…

Otra bofetada cayó sobre ella. Ella intentó, instintivamente, detener aquella mano con las suyas, pero estaba atada, y a veces lo olvidaba. Su rostro se había enrojecido, y sollozaba con la mirada hacia el suelo.

– Repito, es tu turno. – volvió a decir el sujeto, dirigiéndose a Mireya – ¿O también te pondrás necia?

La muchachita alzó la vista, y movió la cabeza negativamente.

– Perfecto – dijo el hombre – Te espero.

Pero no esperó demasiado, Mireya se acercó rápidamente y besó el glande del hombre para después retirarse inmediatamente. Era como si hubiera besado una llama de fuego. Leonor no tuvo más remedio que ver cómo, después de aquellos rápidos besos, el hombre iba exigiendo más y más, y sus hijas iban cediendo más y más.

Pronto les pidió que lamieran la punta de su verga, y ambas se negaron en un principio; pero cuando Sonia volvió a recibir una bofetada, ambas volvieron a acceder a los deseos. Después de aquellas lamidas, el hombre pidió que le chuparan el glande, y esta vez hubo menos resistencia y ninguna bofetada.

El hombre continuó y continuó; a veces, apretaba la quijada de Sonia, cuando esta le hacia alguna mueca. Otras veces empujaba a Mireya por la nuca, obligándola a no pensar tanto sus movimientos. Y las muchachas comenzaron a ceder a cada cosa que el hombre les decía, por que sabían que ninguna opción tenían si no querían ser lastimadas. Eso lo entendió perfectamente Mireya, cuando se detuvo para rogar compasión a aquel sujeto; entonces recibió su primera bofetada, y ya no volvió a desobedecer.

Sonia aun se ganó tres bofetadas más; y cinco pellizcos en sus pezones; y Mireya, en un momento de repugnancia en el que simplemente no quería tragarse la mitad de aquella verga, provocó que su madre recibiera cinco manotazos en el rostro.

La regla se volvió muy simple: someterse, o pagar las consecuencias. Leonor ya no sabía qué era peor; tanto ver a sus hijas siendo castigadas como verla mamándole el falo a aquel sujeto, le dolía verdaderamente en el alma.

Con el paso de los minutos, aquello pareció convertirse en cualquier escena barata de una película porno. Leonor se horrorizó con la facilidad con la que aquel sujeto había terminado por someter a sus hijas. Estas ni siquiera se quejaban ya; se habían rendido, y preferían obedecer las palabras y los movimientos de manos de aquel sujeto a ganarse uno de los castigos.

Su madre comprendía todo esto; y tampoco quería seguir viendo cómo las abofeteaban, pero en el fondo deseaba que se negaran, aunque sea un poco, que no se rindieran a los deseos de aquellas bestias. Pero nada podía hacer, sólo llorar.

Y en verdad que sus hijas ya no se quejaban; aquel hombre jugaba con ellas como si se trataran de un par de títeres. Con la mano derecha, detenía o empujaba hacia su verga la boca de Sonia, y con la izquierda tenía el mismo poder sobre Mireya.

La más chica era la que más injusticias se había llevado; Sonia debía tener cierta experiencia, por que el sujeto jamás la reprendió durante la felación. Pero la pobre Mireya, que no tenía la menor idea de aquello, había cometido los errores comunes de meter dentelladas o atragantarse sola.

Dos bofetadas, y un par de indicaciones ladradas por el sujeto de azul, parecieron suficientes para no repetir aquellos errores, aunque debía concentrarse demasiado, preguntándose si aquella o tal forma era la correcta, a sabiendas de que algún manotazo caería de nuevo sobre ella si se equivocaba.

No habían perdido aun el asco a chupar aquel horroroso y apestoso pellejo; pero si habían perdido la esperanza de cualquier alternativa. Sonia y Mireya, las pobres hijas de Leonor, no tenían más opción que evitar que todo aquello empeorara.

Por si fuera poco, el tal Lucas se acercó tras ella y comenzó a manosearla.

Conforme las hijas de Leonor mejoraban su desempeño, sin embargo, más les exigía el hombretón aquel. Comenzó a lastimarles el cabello; primero a Mireya, a quien jaloneaba de los pelos, atrayéndola hacia su verga, mientras de un empujón en la frente alejaba a Sonia, que sacaba aquella verga de su boca entre saliva y líquido seminal. Entonces la pobre chiquilla abría bien la boca, tomaba aire y cerraba los ojos antes de que aquella verga venuda invadiera su boca.

A veces el sujeto le permitía moverse sola pero, cuando se le antojaba, la mantenía atragantándose con aquel falo dentro de su garganta. Entonces la pobre chica se desesperaba, respiraba lo que podía por la nariz y sentía unas ganas insoportables de vomitar. Sólo cuando comenzaba a gorgotear fuertemente, aquel hombre la liberaba empujándola y entonces tomaba de los cabellos a Sonia y repetía lo mismo con ella, mientras Mireya sollozaba en silencio.

Repitió aquello varias veces, en lo que era lo más humillante que ellas habían tenido que soportar hasta entonces. Pero ya nada las sorprendía, cada cosa que él les hacía se convertía en lo más denigrante jamás vivido. Se preguntaban qué más seguiría después de todo eso.

– ¡Oye! – interrumpió Lucas, que estaba de pie tras Leonor – ¿Ya puedo…?

– ¡Si! – respondió molesto por la interrupción el tipo de azul, mientras mantenía a Sonia tosiendo con su verga dentro – ¡Sólo sabes qué parte me toca a mi!

– Perfecto – asintió el chico de amarillo

Leonor sintió entonces las manos de Lucas sobre su espalda y su culo; la abrazó por detrás para alcanzar a manosear sus tetas bajo la bata, ella intentó poner resistencia, creyendo que aquel sujeto sería suficiente, pero un jalón de cabello la regresó a su triste realidad.

– ¡No hagas tonterías – dijo Lucas, directo al oído de la mujer – maldita zorra!

Y Lourdes ya no hizo tonterías; ni cuando él la siguió manoseando, ni cuando comenzó a pellizcar sus pezones, ni cuando la obligó a besarla en la boca, sintiendo como la lengua del sujeto invadía su boca.

Tampoco hizo tonterías cuando él se agachó tras ella y comenzó a besar sus nalgas; ni cuando aquellos dedos comenzaron a magrear su coño, obligándola a excitarse; ni siquiera cuando la verga erecta de Lucas sobó por sobre la línea de su culo antes de penetrarla por el coño. Los dieciocho centímetros de aquel falo se clavaron en lo profundo de su húmedo coño; pero ella no hizo tonterías porque estaba llorando, había estado llorando mientras miraba a sus hijas siendo sodomizadas por el otro sujeto.

Pronto el muchacho comenzó a bombear su coño, y Leonor tuvo que perder de vista a sus hijas para enfrentarse a su propio destino. Más pequeña que la anterior verga, aquella de todos modos la hizo gemir de placer. El muchacho era joven y ágil; y todo aquello agitaba a aquella mujer que, a sus 42 años, todavía era muy capaz de sentir las delicias de una buena follada.

Se sentía sucia; pero su mente no dejaba de confundirse entre sentir asco o goce. Aquella posición sobre la silla la mantenía con el culo bien abierto, permitiendo el libre paso al pene de aquel ágil hombre. La cogía una y otra vez; hasta el fondo, sacando su verga por completo y volviéndosela a clavar.

Leonor ya gemía escandalosamente, sin poder evitarlo; inundando el silencio incomodo que reinaba en la sala. Se sentía una idiota, pero no quería que aquello se detuviera, no en aquel justo momento cuando su interior se estremeció y un chorro de placer pareció recorrer su circuito sanguíneo. Entonces gritó, porque su mente estaba tan inundada de sensaciones que aquel orgasmo se sentía distinto a cualquier otro.

El sujeto ni siquiera dejó de bombearla, aún a sabiendas del orgasmo de la mujer y, hasta que no descargó su leche dentro del coño de Leonor, no paró de embestirla. Esperó a que su pene perdiera

Cuando Leonor regresó la vista al frente, miró de frente a sus hijas. Cruzó miradas con Mireya y después con Sonia; ambas estaban arrodilladas de frente, con el sujeto de azul detrás de ellas, tomándolas de los hombros y obligándolas a observar a su madre.

Leonor se ruborizó; deseaba estar en otra parte, desaparecer de ahí para siempre. Pero su realidad era otra; un extraño le había provocado un orgasmo, y había chillado como cerda frente a sus propias hijas. Entonces el teléfono sonó.

Sonó una vez, y otra, y ambos sujetos se pusieron alertas, aunque el de azul parecía relajado y el chico que la follaba ni siquiera había sacado su pene de su coño. Siguió sonando, hasta que el tono paró. Leonor comprendió, eran las diez y media de la mañana, y a esa hora su esposo y padre de las niñas marcaba todos los días desde el crucero.

– ¿Es él? – dijo la ronca voz del hombre de azul

Leonor asintió; ya no le sorprendía que aquel sujeto lo supiera.

– Pues va a volver a marcar, seguramente; aquí espérenme putitas – dijo, dirigiéndose a las chicas que seguían arrodilladas, mientras se alejaba hacia la mesita del teléfono.

Tomó el teléfono inalámbrico y se acercó a Leonor.

– Cuando conteste – dijo a Leonor, que lo miraba de reojo – vas a hablarle con toda normalidad. Le dirás que estas bien, que tus hijas están bien y que no existe problema alguno. Cualquier idiotez que cometas – dijo, al tiempo que tomaba una de las pistolas – provocará una situación decepcionante. ¿Me has entendido?

Leonor no contestó de inmediato; la sola posibilidad de provocar que dañaran de esa manera a alguna de sus hijas la hizo estremecerse, porque no estaba segura de guardar las apariencias ante su esposo en aquella situación. Entonces el teléfono volvió a sonar.

– Lo haré – dijo Leonor – No te preocupes.

El sujeto de azul le entregó el teléfono a Lucas, quien contestó y alargó su brazo para que Leonor contestara; ni siquiera sacó su verga de ella, y hasta parecía haber vuelto a ganar dureza.

– Bueno – dijo Leonor, tras una extraña pausa

– …

– Si, lo sé – dijo, tratando de normalizar su voz – Estábamos desayunando y dejamos los celulares en los cuartos.

– …

– Si, todo bien, despertamos a eso de las nueve de la mañana – continuó, y en aquel momento vio cómo el sujeto de azul regresaba hacia donde se hallaban sus hijas

– …

– ¡Ah! Que bien, ¿entonces llegan mañana a Puerto Rico?

– …

El sujeto de azul regresó a sus hijas a la posición anterior y, como si nada estuviese pasando, volvió a obligarlas a chupar su verga. Primero Mireya, quien estuvo obligada a realizarle aquella felación durante medio minuto, y luego Sonia otro rato; para después continuar aquel juego de turnos en que él metía su verga bruscamente en la boquita que más se le antojaba hacerlo.

Leonor escuchaba los relatos de su marido, y agradecía no tener que decir nada, puesto que su garganta se había ennudecido.

– Muy bien – dijo, cuando tuvo que responder – Pues yo creo que las niñas y yo vamos a quedarnos en la casa, a menos que salgamos por la tarde al pueblo.

– …

– Si, me parece bien, si los encuentro los compro – respondió, en el momento en que, por fin, Lucas sacaba su verga de ella, provocando que se le escapara un ligero gemido.

– …

– No, nada, me lastimé la espalda durmiendo, yo creo, y me ha estado doliendo un poco.

– …

– Si, lo haré, no te preocupes. – continuó, con la leche de Lucas corriéndole por los muslos, emanando de su concha.

– …

– Si, yo les digo. Igualmente, cuídate.

Entonces colgó; Lucas le arrebató el teléfono y lo colocó en su lugar.

– ¡Lo ves! – dijo el sujeto de azul, mientras masturbaba su verga frente a los rostros de las hijas de Leonor, a quienes había obligado a pegar sus mejillas una al lado de otra y a mantenerse inmóviles, a la espera de su eyaculación – Eres muy buena actriz a pesar de tener una verga dentro.

Leonor hubiese querido verlo reventar en aquel mismo momento; pero se limitó a bajar la vista, ocultando el dolor de su mirada.

Ya no miró cómo aquel individuo mantenía entre amenazas y groserías los rostros de sus hijas aglutinados, esperando con los ojos cerrados el momento en que aquella verga escupiera semen sobre sus rostros, como hacía unos minutos había sucedido con su propia madre.

La espera era eterna, especialmente porque no querían que nada de aquello sucediera; de modo que, finalmente, el escupitajo de esperma las tomó por sorpresa. El primer chorro cayó sobre la frente de Mireya, y un segundo disparo llegó a la nariz y boca de Sonia. Azotó su pene sobre la cara de Sonia, manchándola lo más posible de su leche, pero ya la mayor parte había caído sobre Mireya, que empezaba a tener problemas con los ríos de semen corriéndole cerca de los ojos hasta comenzar a invadirlos.

– ¡Váyanse a bañar! – les gritó, mientras empujaba a Sonia para que se pusiera de pie, misma cosa que no tuvo que repetir con Mireya, que ya se incorporaba – Lucas, sube con ellas.

Lucas tomó su arma y las hizo subir.

– ¡Lucas! – gritó, mientras el muchacho subía – Acuérdate de lo que te dije.

El hombre de amarillo asintió, y siguió su camino. El individuo de azul se quedó solo con Leonor, quien seguía fija al suelo. No se podía saber si lloraba o si se había desmayado de tantas emociones. Le alzó el rostro, y se encontró con una mirada perdida y desesperanzada.

Se agachó, a un lado de ella, acariciándole la barbilla. El esperma de Lucas aun goteaba desde su coño, cayendo al suelo.

– Mira nada más que desastre – dijo el tipo, asomándose hacia el culo de Leonor – eres tan puta que ya dejaste un charco de mugre acá atrás.

Llevó su dedo bajo la concha de la mujer y una gota cayó en su dedo; se incorporó e impregnó la gota de esperma en la nariz de la mujer, que lo miraba con una extraña combinación de odio y miedo.

– En fin – continuó – Te puedo adelantar que esto es sólo el principio – dijo, agachándose de nuevo frente a ella, acercándose a su oído.

– ¿Qué más quieres? – preguntó Leonor, con una voz destrozada

– Todo, follarte, follarte hasta que me canse. Y follarme a tus hijas también; romperle el culo a Sonia, desvirgar a tu adorada Mireya; lanzarles mi leche sobre sus culos y atragantarlas con mi verga. Eso quiero.

Las lágrimas de Lourdes corrían silenciosamente por sus mejillas. Miraba al suelo, pensativa, mientras escuchaba las sandeces de aquel individuo que no dejaba de parecerle familiar.

– ¿Quién eres? – preguntó

Alzó la vista y mirándole los ojos a través de aquel pasamontañas. El hombre la miró; se quedó pensando un largo rato hasta que, por fin, decidió quitarse el pasamontañas.

– ¿No me recuerdas? – dijo

Ella no lo recordaba; no sabía quién era. Lo miró; y trató de recordar aquel rostro y aquella voz. Pero nunca había conocido a alguien como él. Estaba a punto de preguntar hasta que una idea le cruzó por la cabeza; entonces lo recordó.

– Benjamín – dijo, completamente segura

– El tipo al que le rompiste el corazón.

CONTINUARÁ…

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