A la mañana siguiente, mi despertar me dio una pista de cómo sería el resto de mi vida si es que no la cagaba y lo digo porque seguía dormido cuando escuché entre susurros a mi secretaria decir:

        -¿Cuál de las dos quiere encargarse de nuestro amo la primera?

        Al pedir ambas el turno, Isabel riendo les replicó que ya que se mostraban tan solicitas, Natalia fuera a preparar el baño mientras Eva calentaba el desayuno de su señor.

Sin comprender a que se refería, la hija pequeña de mi jefe se dispuso a ir a la cocina, pero entonces la gordita muerta de risa le espetó:

-El desayuno al que me refiero está entre mis dos piernas.

Natalia sonrió al comprender a lo que se refería y demostrando su disposición para mimar y cuidar a la que ya consideraba su maestra, replicó mientras hundía la cara entre sus gruesos muslos:

 -¿Cómo de caliente quiere que lo deje?

-Tú ocúpate de dejarlo a punto de caramelo para que nuestro amo sea el que le dé el último calentón.

Entreabriendo los ojos, observé a la morena separar los pliegues de mi secretaria y con un cariño que realmente me sorprendió dejó que su lengua jugara con el clítoris de Isabel unos instantes antes de en voz baja decir:

-Nunca pensé que lo feliz que me haría el comer un coño por la mañana.

Atrayendo con la mano a la descarada chavala, la gordita le regaló un mordisco en una nalga mientras le decía:

 -Come y calla. Mi coño debe de estar húmedo para acoger la virilidad de mi señor.

No sé con seguridad que fue lo que más me gustó, si comprobar la sumisión que Isabel demostraba hacía mí o la devoción con la que Natalia la obedeció. Lo cierto es que no hizo falta que me pusieran sus garras encima para que poco a poco mi miembro se fuera alzando bajo las sábanas.

Mi verga alcanzó su longitud máxima al comprobar que Eva, al volver de preparar el jacuzzi, sin decir nada se puso a ayudar a su hermana en su misión.

-Así me gusta, putitas. ¡No tengáis piedad de mí!- dijo en la gloria mi asistente al sentir los dientes de la rubia mordisqueando sus pezones.

Decidí esperar a escuchar los primeros síntomas de su orgasmo antes de dar a conocer a ese trio de putas que estaba despierto.   Por ello cuando a mis oídos llegaron los sollozos de la gordita al sentir que se corría, directamente y sin mediar prolegómeno alguno, la ensarté. Ella al experimentar la invasión, se dejó llevar y llorando me agradeció que la tomara.

Riendo a carcajadas, la giré sobre la cama y poniéndola a cuatro patas, la volví a empalar sin compasión mientras exigía a las hermanas que colaboraran conmigo diciendo:

-Si conseguís que esta zorra se corra dos veces antes de que yo la insemine, os llevo de paseo.

El salir de casa después de tanto tiempo encerradas fue estímulo suficiente para que tanto Natalia como Eva se lanzaran en picado sobre Isabel y mientras la mayor se dedicaba a masturbarla, la pequeña se dio un banquete jugueteando con las ubres de la treintañera. La insistencia de esas dos putas y mi continuo martilleo sobre el chocho de la jamona provocó su primer orgasmo.

-¡Dios! – gimió descompuesta mientras el manantial que manaba entre sus piernas amenazaba con inundar la habitación.

Ese exabrupto junto con la promesa de sacarlas a la calle estimuló más si cabe a las dos hermanas y juntas se dedicaron a masturbar a su maestra mientras le retorcían con saña los pezones.

-¡Cabronas! ¡Me vengaré! – chilló mi secretaria al sentir que nuevamente su cuerpo colapsaba sobre las sábanas.

Las risas de las dos jóvenes y la satisfacción de mi montura me llenaron de gozo y tomando su negra melena como riendas, azoté su trasero exigiendo que se moviera. Como por acto reflejo, las caderas de Isabel se convirtieron en una batidora, batidora que exprimió, zarandeó y sobre todo mimó mi herramienta hasta que derramé en su fértil vagina la simiente acumulada durante el sueño. Ella al sentir las andanadas se corrió por tercera vez mientras aullaba su sometimiento a mí diciendo lo mucho que me amaba.

Juro que me sorprendió escuchar de sus labios que su entrega a mí iba más allá de lo sexual y contra todo pronóstico, no me importó. Por ello y mientras descargaba las últimas gotas en su interior, mordí sus labios con fiereza mientras le decía:

-Me gusta comprobar que eres y te sientes mía.

Mis palabras azuzaron más si cabe a Isabel y con dos gruesas lágrimas de felicidad recorriendo sus mejillas, disfrutó de las caricias de las hermanas mientras la inseminaba. Su actitud fue previsible, en cambio, la de Natalia no y es que la joven esperó a que me saliera de ella para abrazarla susurrando en su oído que, aunque yo era su amo, nos amaba a los dos. Si bien desde el primer momento había asumido la bisexualidad de la menor de las chavalas, me impresionó oír la respuesta de mi secretaria:

-Lo sé, pequeña, pero solo puedo aceptar tu amor si Fernando me deja. Soy suya por entero y para siempre.

Esa nueva confesión me hizo darme cuenta de que mis sentimientos hacia Isabel eran parecidos y por eso sonriendo respondí:

-Cariño, no puedo negar un capricho a la que es mi pareja. Por eso,  con solo pedírmelo, Eva es tuya.

-¿Me consideras tu pareja?- preguntó totalmente confundida.

-Claro- respondí: -Como quieres que llame a la mujer que mejor me comprende, que lleva a mi lado un montón de años y que encima vive conmigo.

Si bien estaba dichosa, vio que faltaba algo y por eso tanteó el terreno, preguntando:

-Pero… ¿me quieres?

Soltando una carcajada, repliqué tomándola entre mis brazos.

-Gordita, eres mi amiga, mi amante y mi mujer. No puedo pensar en que no estés a mi lado.

 Con una espléndida sonrisa, me besó y dándose la vuelta, miró a Natalia y le dijo:

-Zorrita, solo puedo darte las migajas de mi amor.

-Maestra. Me da lo mismo. Una caricia suya es suficiente para ser feliz- contestó la cría.

Su hermana que hasta entonces había permanecido callada, se atrevió a preguntarme cual iba a ser su papel ahora que Natalia era de Isabel. Comprendí al vuelo que Eva necesitaba que la confirmación de que seguía siendo mía. Por eso, despelotado, la senté en mis rodillas y regalando unas rudas caricias sobre sus nalgas, respondí que era una vergüenza que pusiera en tela de juicio quién era su amo.

Contra toda lógica, mi castigo la hizo reír y con alegría desbordante en su voz, me pidió perdón por su error y me juró que nunca volvería a dudar quien era su amado dueño.

-Así me gusta- contesté al tiempo que afianzaba mi poder mordiendo sus labios.

La rubia sollozó de felicidad al saberse de mi propiedad y como acto reflejo buscó con sus manos mi virilidad mientras restregaba su cuerpo contra el mío.

-Tranquilas- me reí al observar que tanto Isabel como Natalia la imitaban y que eran seis manos las que me acariciaban. Viendo que no me hacían caso y que buscaban con ahínco el excitarme, salí de la cama y mientras me dirigía al baño, pregunté quién me iba a enjabonar.

Al unísono mis tres mujeres corrieron a mi lado, compitiendo entre ellas para ver cuál iba a mimarme…

Tras la ducha, mandé a Natalia y a Eva a vestir sin caer en la cuenta de que las había despojado de toda su ropa y que era imposible que me obedecieran. Al explicármelo, Isabel asumió que esa era su función y tomándolas de la mano, se las llevó.

        Mientras las veía marchar, sonreí al percatarme de la naturalidad con la que esas tres habían asumido los papeles que les había marcado.

        «¿Quién me iba a decir que para estas niñas el saberse nuestras las iba a hacer tan feliz o que Isabel iba a resultar una amante tan ardiente?», me pregunté y encantado con el tema, me comencé a acicalar.

        Ya vestido tuve que hacer tiempo durante más de un cuarto de hora aguardando a que salieran y si bien me molestó la espera,  cambié de opinión al verlas salir. Cada una a su estilo, venía preciosa.

Isabel, embutida en un traje de ejecutiva agresiva que magnificaba sus curvas, me miró y señalando a las dos hermanas soltó muerta de risa:

-No sabes lo que me ha costado que estas dos locas se pusieran algo decente. Aunque no te lo creas decían que ya que eran nuestras putitas podían y debía vestirse como tales.

Observando la cantidad de piel que seguían enseñando, no quise ni saber cómo narices querían salir de casa y aceptando de plano la postura de mi secretaria, pregunté donde querían ir primero.

Para mi sorpresa, tomando la iniciativa, Eva me soltó:

-Llevamos tanto tiempo sin ver el sol que nos gustaría ir a una terraza.

Comprendí su elección y queriendo premiar el cambio que habían dado, las llevé a la terraza del Bernabéu sin saber que allí nos encontraríamos con el antiguo novio de Eva.

La alegría con la que llegaron al estadio mutó en cabreo al descubrir en ese lugar a Fefé y más cuando este, olvidando que junto a Toni las había tiradas en mis manos, se acercó. Supe con solo mirarla que la más enfadada era la rubia y por eso cuando con sus ojos me pidió permiso para vengarse, con una sonrisa accedí a que lo hiciera.

El incauto joven ajeno a lo que se le avecinaba tuvo el descaro de saludarla con un beso, beso que Eva no rechazó a pesar de dejarme claro su rechazo.

-Preciosa, ¿me has echado de menos?- seguro de su atractivo preguntó.

Siguiéndole la corriente, la chavala se pegó a él. Como si nada hubiera pasado y mientras disimuladamente comenzaba a acariciarle, respondió:

-No sabes cuánto.

Fefé asumió que su atractivo seguía intacto al sentir la mano de Eva buscando su virilidad y por ello le preguntó si no prefería un lugar más discreto. La sonrisa desapareció de sus labios y mutó en una mueca de dolor cuando la mano  de la rubia se cerró alrededor de sus huevos.

-¡Qué ganas tenía de sentirte!- con tono dulce susurró la joven mientras incrementaba la presión con la que torturaba a su ex.

El dolor que le subía por el cuerpo le atenazó e incapaz siquiera de gritar, imploró con la mirada que lo dejara. Lejos de apiadarse de él, Eva continuó con su venganza y sin dejar de estrujar con todas sus fuerzas los testículos de ese cobarde, acercando su boca al oído de Fefé, le comentó:

-Te tengo que dar las gracias. Al dejarme tirada en manos de Fernando, descubrí el placer que un verdadero hombre era capaz de dar.

Dos gotas de sudor corrían por la frente de joven y con un sufrimiento sin par, consiguió pedir su compasión con voz casi inaudible.

-No te he oído- replicó Eva mientras retorcía con saña los genitales de su presa.

-Perdóname- sollozó con el rostro ya amoratado.

-Pídemelo mas alto. Quiero que tus amigotes te oigan.

Temiendo por su hombría, no le importó quedar en ridículo y llorando, rogó a la  rubia que lo liberara. La joven demostró su desdén por el que había sido su novio. Tras retorcer un poco más los huevos de Fefé, se mofó de él diciendo:

-No comprendo qué pude ver en ti cuando lo cierto es que eres un ser patético.

El menosprecio de Eva fue tal que  sus propios compañeros de juergas se avergonzaron de él y mientras él intentaba levantarse del suelo, se giraron para no verle y más cuando sin cortarme un pelo, me puse a aplaudir en mitad del gentío.

Sonriendo, Eva me abrazó y buscando mis labios, susurró en mi oído:

-¿Sabe mi señor lo mucho que lo amo?

Aunque sabía lo mucho que había cambiado bajo mi mando, he de decir que me  cogió descolocado que la misma chavala que pocos días había intentado acabar conmigo de un tiro, reconociera de manera tan abierta que estaba enamorada de mí y por ello tardé unos segundos en asimilarlo, no en vano era la segunda que me lo decía ese día. Eva malinterpretó mi silencio y con lágrimas en los ojos, salió corriendo del lugar.

Isabel que hasta entonces se había mantenido al margen, se giró hacía mí y me dijo:

-Vete tras ella. Te necesita.

        Aceptando su sugerencia, fui tras ella. Mi rápida reacción me permitió alcanzarla antes que consiguiera cruzar la calle. Entonces,  tomándola del brazo, la atraje hacía mí y sin darle opción a negarse, la besé.

        -Déjame- sollozó.

        Obviando sus quejas, acaricié su rubia melena mientras le decía en voz baja que por mucho que me lo pidiera nunca la dejaría ir.

        -¿Por qué?

        Su pregunta me hizo plantearme muchas cosas. Fue justo entonces, cuando caí en la cuenta de lo mucho que yo había cambiado y que el solterón empedernido había desaparecido.

        «No me lo puedo creer», pensé al percatarme que estaba totalmente enculado por las tres.

        Aprovechando que Natalia e Isabel se nos habían  unido, la contesté:

-Una familia siempre tiene que permanecer unida y tú eres una parte esencial de nosotros. Me da igual lo que la gente piense. Sois mías y no pienso renunciar a ninguna.

Las risas de las tres me hicieron saber lo felices que se sentían y por eso, tomándolas de la cintura, les pregunté que les apetecía hacer.

-Siempre he tenido ganas de pasar una noche en el Ritz- en plan pícara, Natalia comentó.

Despelotado de risa y sabiendo que tenía dinero suficiente para cumplir ese y muchos caprichos más, volví con ellas a la terraza. Una vez ahí, llamé al camarero y pedí una botella de cava.

-¿Qué tenemos que celebrar?- quiso saber mi secretaria.

-¡El principio una larga vida los cuatro juntos!- declaré alzando mi copa.

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