Que levante la mano aquél a quien no le gusten las colombianas.         

No os veo, pero imagino que no habrá muchas manos arriba tras vuestras pantallas. Y no es para menos, a mi particularmente me vuelven loquito. Con esos ojos oscuros, de mirada penetrante, esa piel aceitunada, esos cuerpos suaves, de caderas anchas, traseros grandes y pechos turgente. Y con esas voces dulces, que se regalan sobre los oídos, capaces de mover montañas y ríos, con solo un par de palabras.

Esta es la historia de cómo conseguí zumbarme a una, mientras estaba de vacaciones.

Estaba en la playa, disfrutando de unos días de descanso con mis amigos, tras acabar los exámenes de la universidad. Habíamos ido a pasar unos días a una playa de Málaga. Éramos cuatro, amigos desde la infancia, y yo era el único sin novia conocida. Es por esto que mis colegas, cada vez que tenían ocasión, se ponían a presentarme a cualquier tía medio decente que encontraban, en parte para reírse de mí; ya que sabían que me daba una vergüenza tremenda, pero los muy cabrones se lo pasaban como enanos.

En una de estas, estábamos comiendo en un chiringuito de playa, vestidos solamente con bañador y chanclas.

He de decir que a partir de mi encuentro con Lorena había empezado a cuidarme algo más, había perdido unos kilos, comenzado a entrenar en el gimnasio y me había dejado barba. No era un 10, ni mucho menos, pero tampoco era el 4 que era antes de que la pelirroja me follara. Dejémoslo en un 6,5.

Estábamos ahí sentados cuando viene a servirnos la mesa una despampanante chica latinoamericana, de unos 25 años, así a ojo, que era una delicia para la vista. Era alta, con el pelo negro liso, pechos medianitos pero muy bien parados, delgada, con unas caderas que se ensanchaban progresivamente para dar cabida a un trasero de los que quitan el hipo. Su cara era fina, de facciones delicadas, pero con unos gruesos labios carnosos que llamaban a ser besados. Además, sin ir extremadamente provocativa, la latina iba demostrando sus virtudes, con la camisa blanca del uniforme con un botón suelto más de lo recomendable, y unos leggings que marcaban completamente ese precioso culo del que os hablaba. No obstante, lo que más me marcó de ella fue su mirada. Una mirada potente, extremadamente exótica y sensual, delimitada por unos ojos rasgados que me heló por dentro, para después empezar a calentarme.

Mis amigos y yo nos quedamos con la boca abierta cuando vino a tomarnos nota, con un movimiento de culo mientras caminaba que hacía que se nos fueran los ojos a todos.

– Hola mis chicos, ¿qué quieren que les ponga? –nos dijo con una voz aflautada.

Durante unos segundos, no contestamos ninguno, sino que solamente intercambiamos miradas, la mayoría dirigidas a mí, hasta que conseguimos pedir unas cervezas; y nos quedamos hipnotizados viendo el culo de esa preciosidad mientras se alejaba hacia la barra.

Tras alejarse, la tertulia entre nosotros se dirigió en exclusiva hacia ella:

– Joder como está la latina –empezó diciendo Julián, con los ojos fuera de sí.

– Ya ves, debe hacer unas mamadas que te mueres con esos labios –siguió Ángel-, te tienes que correr en menos de un minuto.

– ¿Y ese culo? Follarla por ahí es mi meta en la vida –dijo entre risas Marcos- ¿Y a ti Antonio, te ha gustado? Te has quedado sin habla.

– Pues claro que me ha gustado, solo hay que verla, vaya culazo se gasta –contesté yo, un poco incómodo, porque esas conversaciones no eran mi estilo.

– Pues ahora cuando venga con las birras le dices que te espere, y te la zumbas detrás del chiringuito: “¡Pam, pam, pam!” –dijo Julián, mientras cerraba los ojos y hacía el gesto de unos azotes.

– Sí, seguro que está esperándome precisamente a mí, ¡cómo no hay tíos buenos en esta playa! –aduje yo, intentando acabar la conversación.

Ellos siguieron un poco más con la coña, hasta que la chica volvió con las cervezas:

– Aquí tienen mis chicos lindos, sus cervesitas –dijo mientras las dejaba sobre la mesa, agachándose más de lo necesario, y brindándonos una primera plana espectacular de su escote, y del bikini negro con bordes rojos que llevaba.

– Gracias, ehh… –contestó Marcos, esperando a saber el nombre de la chica.

– Dayanna, me llamo Dayanna –le dijo la latina con una risita.

– Ya sabes, Antonio, se llama Dayanna, ya puedes ir a por ella sabiendo su nombre –me dijo Ángel, procurando, claro está, que ella lo oyera. Esto provocó que me pusiera rojo como un tomate, y más cuando ella me miró.

No obstante, hizo como si no hubiera oído nada y se fue, con una risita y su armónico movimiento de culo.

Nosotros seguimos a lo nuestro, comiendo, bebiendo y hablando de Dayanna, hasta que nos fuimos. Después de pagar la cuenta, nos pusimos en la playa, muy cerca del chiringuito en el que habíamos comido.

Al rato, me entró sed, y, como solo llevábamos cerveza en la nevera, fui al chiringuito a comprar una botella de agua.

– Sí, sí, agua… Este va a ver si le puede petar el culito a la mamita de antes –dijeron entre risas.

Yo me fui, sin pensar en eso, ya que no creía tener ninguna posibilidad, ni iba a intentarlo, de hecho. Además, ya tenía a Lorena esperando para follar conmigo cuando volviera a casa, al día siguiente.

Cuando llegué al chiringuito, solo estaba Dayanna tras la barra, y no quedaba ninguna mesa ocupada; normal por otra parte, ya que eran las cuatro de la tarde. Me senté en un taburete, y me dispuse a pedirle el agua, cuando fue ella la que empezó a hablar:

– Hola, Antonio era tu nombre, ¿no? –dijo entre risas- veo que le has hecho caso a tus amigos y has venido a por mi número.

– No, no, que va, es que mis amigos son unos idiotas, y aprovechan para presentarme a cualquier chica que se cruzan –dije un poco avergonzado -, y hoy pues te ha tocado a ti, lo siento. Dijiste que te llamabas Dayanna, ¿no?

– Oy, que rico, no tienes de qué disculparte, estoy acostumbrada a que me digan cosas mucho peores, mi amor. Y sí, me llamo Dayanna –dijo Dayanna con una sonrisa.

– Además es que los muy tontos se piensan que he venido de verdad a eso –dije intentando dar un poco de conversación-, y no solo eso, sino que piensan de verdad que me vas a dar el número.

– ¿Y por qué dises eso tan hundido cariño? –la dulzura de la voz de aquélla chica era espectacular, y el simple hecho de escucharla estaba haciendo que me pusiera como un toro.

– Pues porque tú eres un bombón, por ejemplo –dije un poco molesto, ya que la chica estaba dándome la típica bola que te dan en los bares para que empieces a consumir, y a invitarlas-. Por cierto, espero que no te moleste, ¿de dónde eres?

– Qué lindo mi niño, ¿acaso te gustó Dayanna de verdad? – dijo cogiéndome las manos con las suyas, mientras con los brazos apretaba sus pechos, puestos sobre la barra; lo que me estaba dando una primera plana de ellos absolutamente impresionante-. Soy de Colombia, y tengo 26 años.

– Me gustaste como a cualquiera de los mil tíos que hay en esta playa, porque estás buenísima, pero no creo ni por asomo que yo te interese a ti, la verdad –le dije, empezando a cabrearme-. Además, soy un niño a tu lado, tengo 22.

– Pero mi papi, no te enojes conmigo, ¿acaso piensas que quiero calentarte? –me contestó ella, con una expresión de tristeza que, si era fingida, estaba increíblemente bien lograda.

– Sí, es lo que pienso –dije, y para poner fin a la conversación le lancé: -y si no es así, ¿por qué no vamos a la parte de atrás del chiringuito y me lo demuestras, mamita?

Lo que vino después juro por todo lo jurable que no me lo esperaba, de hecho, casi me caigo del taburete cuando lo hizo. Dayanna cogió mis manos y las llevó hacia sus pechos, diciendo:

– Vamos mi papi, sígueme.

Sin poder creerme mi suerte, salté la barra tras de ella, cogido de su mano y dándole un azote en ese trasero que, contra todo pronóstico, iba a poder sobar todo lo que quisiera.

La parte de atrás del chiringuito estaba compuesta de dos estancias: la cocina, que ocupaba la mayor parte del espacio; y un baño para el personal, bastante estrecho, que solamente incluía un lavabo con espejo y un váter. Entramos en él, cerrando la puerta tras de nosotros con pestillo, y encendiendo la luz. Era bastante pequeño, y los dos a duras penas cabíamos.

Dayanna se sentó en el váter, y yo sobre ella, besando con pasión sus carnosos labios rosados. Le empecé a soltar botones de la camisa, dejando a la vista ese bikini negro que tan bien nos había enseñado antes. Ella, por su parte, empezó a acariciar mi pecho desnudo, pellizcándome los pezones con pasión.

No hablábamos, teníamos las bocas ocupadas en otra cosa, y, ¡de qué manera! La latina besaba con la pasión, la intensidad y la calidez que las caracteriza. Me devoraba la boca, como si llevara años sin besar a nadie, pero con la experiencia de quien besa cada día. Su lengua recorrió toda mi boca varias veces, en todos los sentidos, se enrollaba con la mía, subía y bajaba, parecía una montaña rusa.

Mientras, nuestras manos ya iban bajando por nuestros cuerpos. Las suyas estaban dentro de mi bañador, empezando a pajear mi recién depilado miembro, con bastante fuerza; mientras que las mías jugaban con sus dulces peritas, y con sus oscuros pezones.

Ella, con una mano, se bajó los leggings y se apartó la parte de abajo del bikini, negro y rojo, igual que la parte de arriba; y sin más prolegómenos me dijo con su dulce voz que rezumaba deseo:

– Vamos papi, dámelo todo deprisa, no querrás que nos pille mi jefe mientras cogemos.

Su coño aparecía ante mí, pequeño y aparentemente apretado, depilado salvo por unos pocos vellos negros sobre su monte de Venus, mojado, y deseando ser acribillado por mi polla.

Sin mediar palabra, me bajé el bañador y se la metí de un golpe. Dayanna estaba muy mojada y entró sin dificultad, provocándole un sonoro gemido que sonaba a gloria en mis oídos. Para facilitarme la entrada, le cogí las piernas, sentada sobre el váter como estaba, y se la metí rápidamente, dentro y fuera. Ella ardía de deseo, se agarraba los pechos, se pellizcaba los pezones, y gemía mucho mientras me calentaba más con su sensual voz:

– Ah sí papito, vamos papito, démelo todo así como sabeeeeee… Humm que rico papito, cójame más duro, hummmmmm…

Estaba muy burro, fuera de mí, y entonces la levanté y la puse de espaldas a mí, apoyada sobre en el lavabo. Ahí le seguí dando. Su coñito estaba mucho más apretado así, y era más placentero incluso. Además, nos veíamos reflejados en el espejo, viendo nuestras expresiones de pasión y placer.

Le mordía la oreja, le besaba el cuello, le olía el pelo; y cuanto más le hacía, más caliente estaba Dayanna. Esa mujer era pura dinamita, y quería que explotase para mí. Entonces, decidir dar un pasito más, aprovechándome de lo caliente que estábamos.

Cogí mi dedo índice y se lo di a chupar. Ella lo saboreó con gusto y, después, se lo empecé a meter, con cuidado, por el culo.

Nunca había tenido sexo anal con nadie, mi experiencia se reducía a los vídeos porno y a los relatos de Golfo, pero ver su apretado esfínter justo delante de mis ojos, mientras bombardeaba su coño, me hacía desearlo más que nada en el mundo.

Ella no opuso resistencia, sino, al contrario, me animó a que le entrara por detrás:

– Oh sí papi, oh sí, por la colita papi, por la colita está rico, mmmm sí, por la colita me encanta mi papi.

Viendo que mi dedo entraba y salía sin dificultad, añadí otro más a la operación. La penetré analmente con el índice y el corazón, mientras que follaba duramente su coño con mi pene. Quería metérsela, demonios si lo quería, pero me daba miedo cagarla, así que le advertí:

– Dayanna… Dayanna, quiero decirte que… bueno, que nunca lo he hecho por detrás y… no quiero hacerte daño… así que, quiero que me ayudes a hacértelo –dije, medio cortado.

Ella, al escuchar mi voz cohibida se excitó más aún, ya que me iba a desvirgar analmente, y con su dulce voz, con un tono cariñoso, me dijo:

– Oy papi que lindo, nunca cogiste por la colita con una mujer. Tranquilo papi, solamente lleva cuidado y házmelo despasio, no me lastimes.

Yo, temeroso, saqué mi polla de su coño, y la acerqué a su apretada entrada trasera. Mi pene estaba totalmente empapado por su flujo, así que no íbamos a tener problemas en la lubricación.

Poco a poco, fui metiendo el glande. La sensación que tuve fue indescriptible, mucho más apretado y mucho mas caliente que su coño, o que cualquier otro que hubiera probado; y eso que solo había metido la puntita. Quería ensartarla completamente, de golpe, pero me contuve, esperando su respuesta.

– ¡Ohhhh sí, papi, sí! ¡Qué rico papi, como me gustaa! –gemía mucho más que antes, como una perra en celo-. Vamos sí, papi no pares, dame más, dame toda tu vergota.

Con el permiso de Dayanna, ya algo más confiado, comencé a introducir todo mi cipote, sorprendido de la facilidad con la que entraba en su enorme culo. Cuando se la conseguí meter entera, empecé con movimientos acompasado, adelante y atrás, follándola dulcemente.

– Joder Dayanna, que apretado está. ¡Esto es la hostia! Me encanta tu culo –le decía mientras empezaba a follarla.

– Vamos papi no te dé miedo, vamos, dame más fuerte. ¡Quiero que te vengas en mi colitaa! –decía Dayana fuera de sí, con la cabeza apoyada al espejo, y abriéndose las nalgas con las manos, para facilitar mi entrada.

Empecé a aumentar el ritmo, conforme ella me lo pedía, hasta que la estaba follando con la misma fuerza con la que antes taladraba su coño. Empecé también a azotarla, recordando los movimientos que había hecho Julián antes, cuando acabábamos de verla. Ella, con cada azote que recibía, soltaba un gritito de placer, completamente fuera de sí.

– Dayanna, me voy a… me voy a correr… ¡en tu culo! –le grité fuera de mis casillas, como un gesto de victoria.

Por toda respuesta recibí gemidos y convulsiones, entendiendo que ella estaba llegando al mismo sitio que yo, así que aceleré mis embestidas y mis azotes, bombardeando su culo con mi polla, hasta que noté como los chorros de semen caliente bañaban todo su culo. Mientras me corría la saqué, quería ver mi leche bañar su trasero y su espalda; y ella lo recibió con una sonrisa que vi reflejada en el espejo.

Antes de salir, aún desnudos, le pedí un último favor:

– Dayanna, quiero callar la boca a los estúpidos de mis amigos, así que quiero una foto contigo, para que vean que de verdad te he dado bien fuerte en la parte de atrás.

Ella, con una risa, asintió y se pegó a mi pecho mientras yo hice una foto de ambos, en la que se veía nuestros cuerpos desnudos, y su cara, con sus labios carnosos, y su penetrante mirada.

Tras un largo beso de despedida, volví con mis amigos, que me recibieron riéndose.

– ¡Anda! Mirad quién ha aparecido –dijo Julián-, ya estaba empezando a creerme que habías ido a por la latina.

– ¿Qué pasa, te has ido a cagar o qué? –espetó Marcos.

– No seas tonto, estaba haciéndose una paja –le contestó Ángel, con lágrimas en los ojos.

Yo, con una sonrisa de autosuficiencia, saqué el móvil y lo tiré sobre la toalla en la que estaban, mostrando la foto que nos habíamos hecho Dayanna y yo.

– ¿No decíais que me la zumbara? Pues eso he hecho –dije mientras las caras de mis amigos se desencajaban del asombro-. Por cierto Julián, gracias por el consejo, los azotes mientras le follaba el culo la han puesto súper caliente.

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