Juventud en éxtasis: Navidad con Lorena

Eran las ocho y media de la noche cuando Lorena terminó la última documentación del último envío del día. Era la noche de Navidad, pero ella no estaba preocupada; a fin de cuentas, llevaba poco menos de cuatro meses en aquella ciudad, trabajando como becaria asistente de logística. Normalmente el lugar estaba lleno de oficinistas, pero ahora sólo el área de logística funcionaba. El resto de los empleados habían salido desde las tres de la tarde, y sólo ella y Uriel, su jefe, seguían ahí.

Los mensajeros habían llegado hacia una media hora, sólo para entregar las motocicletas. Ella debía preparar aún los envíos programados para el día de mañana. Había sido un día pesado, y estaba comenzando a hartarse.

A Lorena, sin embargo, le preocupaba el alcanzar el último tren urbano. En fechas especiales el último solía salir a las ocho de la noche, mientras que encontrar un taxi sería imposible. Daba igual, lo único que deseaba era llegar a su casa, hablar por teléfono con sus padres y dormirse. Sería una noche bastante común, aparentemente.

– ¿Casi terminas?

La voz de Uriel la hizo sobresaltarse, por un momento creyó que se encontraba sola.

– Perdón – dijo la chica, sonriendo – Casi termino…cinco minutos.

El hombre le lanzó una sonrisa cansada, y Lorena regresó a su papeleo. Casi terminaba.

A las cinco para las nueve, ambos se preparaban ya para salir. Hacía frío afuera, y Lorena no había llevado su abrigo para noches como esa. Sólo esperaba hallar un taxi lo más pronto posible.

– Hace frío – dijo Uriel, mientras activaba la clave de alarma.

– Sí – murmuró la chica, abrazándose a sí misma

Se mantuvieron parados diez segundos, como si ninguno se atreviera a dejar atrás al otro. Lorena estaba a punto de despedirse, cuando de pronto vio a Uriel señalando hacía el otro lado de la calle.

– ¿…qué te parece?

La chica no había logrado escuchar bien la pregunta. Uriel sonrió.

– Te preguntaba si no deseas que te lleve a tu casa. No llevo prisa, y creo que no encontraras transporte fácilmente.

La chica sonrió, abrió la boca, sin lograr dar una respuesta concreta. Aquello, en realidad, le iba de maravilla. Estaba claro que no encontraría taxi fácilmente.

– Muchas gracias – dijo

Ambos se dirigieron al automóvil. Uriel le permitió el paso, caballerosamente, y la chica se adelantó.

Tras ella, Uriel la miró, con un interés bastante fuera de lo común. Ella era su asistente, secretaria, becaría, lo que fuera. Hacía toda clase de cosas. Era una chica recién salida de la universidad, en su primer empleo formal. Era curioso mirarla, con sus pasos apurados de sus piernas casi desnudas bajo la falda negra, a excepción de las delgadas medias.

Era una chica de cabello oscuro y formas suntuosas. Su rostro infantil, de piel suave, ojos grandes y nariz respingona. Sus trajes grandes y su estatura media la hacían parecer regordeta, y daba la sensación de ser una niñata de bachillerato de no ser por su extraña forma de vestir.

Era una chica extraña, con peinados raros que incluían mechones rojizos entre su negra melena. Vestía casi siempre de negro, y él mismo le tuvo que pedir que se maquillara un poco para parecer menos pálida. Y, lo peor, tenía pírsines por todos lados. Uno colgaba de la parte exterior de su ceja derecha. El otro cruzaba la parte superior derecha de sus labios. Sabía que tenía otro en los ombligos, pero creía que lo que no se ve no se siente. Afortunadamente, la chica no llevaba tatuajes, lo que la volvía más tolerable.

Le sorprendía ver cómo una chica como ella podía, después de todo, ser tan responsable. Uriel era un hombre acostumbrado a los prejuicios, y aquella chica chocaba completamente con sus expectativas más negativas y lo hacía reflexionar sobre el tema de la tolerancia y las diferencias.

Desde un principio, el tema de los pírsines de la chica fue un tema de discusión. La chica de recursos humanos tuvo que defender a capa y espada su currículo para que Uriel no la rechazara sólo por el tema de los aretes. Confiando en su supuesta capacidad, que no tardó en confirmarse, Uriel se fue acostumbrando a la presencia de aquella rara chica, sacada de una película de adolescentes.

Así habían convivido los últimos meses. Y aunque no tenían plena confianza, habían aprendido a soportar sus diferencias en pro de los envíos a tiempo y forma.

Subieron al auto, y Uriel arrancó al tiempo que preguntaba a la chica las indicaciones para llegar a su departamento.

Sólo dos temas surgieron en el camino: comentarios exclusivos del trabajo y el qué harían esa noche. Ambas destacaban por depresivas. Ambos la pasarían solos. A Uriel no le tocaría estar con sus hijos hasta el Año Nuevo, de modo que cenaría solo. Lorena dijo conformarse con un cereal con leche. Aquello les hizo sentir empatía, pues al menos la pasarían igual de triste aquella noche.

El teléfono celular de Lorena comenzó a sonar. Uriel disminuyó el volumen de la radio y la chica contestó.

– ¿Hola?

– …

– Hola mamá, ¿cómo están?

– …

– En camino. Cenaré normal, en realidad.

– …

– En el departamento.

– …

– No, Elena se fue con su familia. Estaré sola.

– …

– No importa. Estaré bien, no te preocupes.

– …

– No.

– …

– Un compañero del trabajo, me llevara a casa.

– …

– No mamá.

– …

– No mamá. Sabes, creo que mejor te marco más tarde.

– …

– Sí, yo también. Saluda a papá.

– …

– Sí, feliz navidad.

No volvieron a hablar el resto del camino, a excepción de las cortas indicaciones que la chica daba respecto a su domicilio. Ambos parecían sumidos en sus pensamientos.

– Creo que llegamos – dijo la chica

– Permíteme orillarme.

El auto se detuvo, y la chica retiró lentamente el cinturón de seguridad. Parecía esperar algo que no entendía aún. Giró la vista hacia el hombre.

– Gracias – dijo, sin estar segura de si aquella era la forma correcta de dirigirse a él

– Por nada, Lorena – dijo el hombre, como si estuviese aún en la oficina – Ten una feliz navidad.

– Igualmente – dijo la chica, abriendo la puerta del vehículo.

Una de sus piernas salió a recibir el duro frío del viento, la chica estaba a punto de impulsarse hacía fuera cuando la voz de Uriel la detuvo.

– Lorena – dijo, lamiéndose los labios, como un adolescente que busca cómo acomodar sus ideas

– ¿Sí? – dijo Lorena, tragando saliva

– Sabes, estaba pensando que si no te gustaría cenar conmigo. Compré una cena en un restaurante, y creo que en realidad sobraría, y vale la pena invitarte…por ser Navidad.

La chica abrió la boca, sorprendida. Parecía pensar las cosas al tiempo que balbuceaba.

– Es sólo una invitación – se apuró entonces Uriel – Comprendo si no…

– No – le interrumpió la chica, pareciendo resolver sus pensamientos – Creo que es buena idea.

Acordaron que subiría a dejar sus cosas, y a cambiarse. Él la llevaría de regreso más tarde, por lo que sólo sería una simple cena de Navidad. Mientras la esperaba, sentado en el automóvil, Uriel comenzaba a convencerse de que aquella era una idea pésima, pero algo le hacía desear hacerlo. Escuchó la reja del edificio de departamentos cerrarse, la chica había regresado quince minutos después y se veía realmente esplendida.

Llevaba un vestido negro con flores blancas, corto, por encima de las rodillas. Las mangas cortas y el amplio escote francés permitían ver las verdaderas proporciones de sus pechos. No usaba sostén, y aquello se notaba hasta Australia. Aquello puso en jaque al sujeto, pero comprendió que aquello debía ser una cuestión de moda y no otra cosa. La chica se cubrió con un abrigo, y se dirigió al automóvil.

Se miraba realmente hermosa, y por la mente de Uriel recorrió la extraña idea de que aquello había sido una idea peor de lo que imaginaba. Le abrió la puerta, y la chica entró con una tímida sonrisa al vehículo. Un silencio sepulcral invadió el ambiente, la chica preguntó confundida.

– ¿Pasa algo?

Uriel despertó de sus pensamientos, y tardó en hallar la frase correcta.

– Te ves bastante bien.

La chica sonrió, agradecida. Aunque aquello incomodó completamente el resto del viaje.

Pasaron a un viejo restaurante, donde una anciana bonachona entregó varios envases de plástico térmico. Uriel sonrió desde afuera a Lorena, que miraba cómo apenas y podía con tantos envases. Pensó en salir a ayudarle, pero tardó en decidirse lo suficiente para que Uriel terminara de guardar las cosas en la cajuela. Uriel entró de nuevo al vehiculo.

– Es la cena – dijo, sonriente – Cocinan bastante bien.

Lorena no supo qué decir, y sólo le devolvió la sonrisa.

Llegaron al edificio de departamentos de Uriel. Desde uno de los balcones se veían a varios chicos en lo que parecía una fiesta. El resto de los departamentos parecían guarecer una cena más tranquila y tradicional. Sólo una de las ventanas permanecía a oscuras y Lorena adivinó que se trataba del departamento de Uriel.

Subieron y entraron al frío departamento. Dejaron las cosas sobre la mesa, blanca y limpia, digna de un hombre soltero y responsable. Uriel se acercó a la ventana, y encendió un calentador.

– No tardará en sentirme mejor el clima – le tranquilizó

La cena se llevó a cabo con una seriedad profesional. Les era difícil comportarse como si no estuvieran en la oficina. Las palabras de Uriel parecían indicaciones, y las respuestas de Lorena parecían las de una subordinada. Fue el vino el que los hizo dejarse de tonterías, y un lado simpático y gracioso que Lorena no imaginaba de Uriel salió a flote.

Él le habló de un montón de relatos y recuerdos graciosos. Hablaba con bastante fluidez y gracia, y Lorena detectó su habilidad para no tocar ni por error los pasajes tristes de su vida. Apenas y habló de su ex esposa y de sus hijos, como si se trataran de un mal recuerdo que valía la pena olvidar esa noche.

Lorena realmente se divirtió. Había descubierto una faceta inimaginable, hasta hacía unas horas, en el hombre que era su jefe. Encontró, al ritmo de las copas, una sonrisa encantadora y una mirada dulce en el usualmente endurecido y estresado rostro de Uriel. Él platicaba con un espíritu juvenil de una y otra cosa, sin preocuparse del tiempo ni de la realidad que pudiera rodearlos. Lorena realmente saltaba de la risa con sus chistes y, mirando discretamente su teléfono celular, se dio cuenta de que pasaban de las doce y cuarto de la madrugada.

Haciendo caso omiso, regaló una sonrisa a Uriel, que le platicaba sobre el divertido viaje de la preparatoria a unas cuevas.

Minutos después, Uriel se terminó su cuarta copa de vino. Se acercó a la barra, pero entonces miró el reloj que colgaba sobre el mueble del televisor.

– Creo que es algo tarde para ti

La chica miró sin interés la hora en su celular: cuarto para la una. Era tarde.

– Es cierto – admitió

– Bueno – dijo Uriel, era claro que no le agradaba la idea de que ella se fuera – Supongo que será mejor que vaya encendiendo el auto. Hace mucho frio.

Se dirigió hacia la puerta, mientras Lorena miraba hacía el suelo, con las uñas de sus dedos rascándose unas a otras. Se lamió los labios. Parecía pensativa. Miró entonces a Uriel, y se atrevió a hablar.

– Sabes – dijo, lentamente – Creo que es algo tarde. ¿Crees que haya problema si duermo aquí?

Su corazón palpitaba descontroladamente, a pesar de su aparente tranquilidad. Mientras miraba a Uriel confundido.

– Bueno – resolvió él, regresando a la sala – Por supuesto que no hay problema. Tengo un cuarto de visitas…

Aquello tranquilizó a Lorena. Quien se recostó sobre el respaldo del sofá.

– ¿Quieres otra copa? – preguntó Uriel, sirviéndose

Pero Lorena no lo escuchó, seguía pellizcándose las yemas de sus dedos.

– ¡Lorena! – dijo más fuerte Uriel, haciéndola salir de sus meditaciones.

– ¿Sí? – respondió de inmediato

– Te preguntaba si deseas otra copa.

– ¡Sí! – dijo – ¡No! – corrigió de inmediato – Gracias.

Lo miró servirse una copa. Estaba acostumbrada a pasar las noches de fin de semana en los clubes alternativos, donde la música rock, metal y alterna eran la norma. Sus amigos – y sus efímeras parejas sexuales – solían ser chicos de su edad, con tatuajes en la piel y perforaciones en el cuerpo. Ver la piel limpia y el peinado corto y correctamente peinado de Uriel le parecía, por ende, patético, de no ser por el creciente interés que su mente iba teniendo por aquel maduro que, para variar, era su jefe.

– Te traje una copa con poco – dijo Uriel, haciéndola saltar de sus pensamientos – Hemos olvidado brindar.

Lorena se puso de pie, como si aquello hubiese sido una orden, y tomó la copa con una sonrisa nerviosa.

Uriel la alzó, y ella no tuvo más remedio que imitarlo. Aquello del brindis no era precisamente su parte favorita. Pero Uriel estaba inspirado; brindó por el trabajo, por la familia, por la ciudad y el país. Uriel miraba a todos lados, y hablaba fuerte, con tal decoro y sensatez que la chica casi se ríe, pues no sentía que existiera mucho por lo que valiera la pena brindar.

– Tu turno – dijo entonces Uriel

Lorena dejó de mirar la luz del extractor de la estufa, sobre el que había afanado sus ojos, y miró desconcertada a Uriel, que parecía más cerca que hace unos momentos.

Estaba bloqueada, no se le ocurría absolutamente nada qué decir, y tampoco encontró la manera de evadir aquella repentina responsabilidad. Se mordió los labios, y de pronto vio como la mirada estupefacta de Uriel se dibujaba de pronto. Había posado una mano bajo la pelvis de Uriel, había sentido con una ligera presión la rigidez de su verga bajo el pantalón; la chica no sabía si los sobresaltados ojos de Uriel se debían al horror de haber sido descubierto en su erección o por el inesperado actuar de la chica.

Él intentó separarse, pero en vez de ello se tambaleó hacía adelante; ella sólo tuvo que estirarse.

Lo beso de una manera extraña. Con un atrevimiento frio y apurado, como si aquello fuera parte de un concurso por televisión en el que el reto es besar a un desconocido a cambio de diez mil dólares. Él pensó en alejarla, pero ella no cedió en los movimientos de sus labios. Uriel terminó por rendirse, y sus manos se relajaron para posarse sobre los hombros de la chica.

Ella tomó las manos del hombre y las reubicó sobre su cintura. Él la atrajo esta vez, y ella se dejó llevar por aquel beso orientado por Uriel. El hombre pudo sentir entonces la pieza metálica que yacía en medio de la lengua de la chica. Cuando se detuvieron, Lorena aprovechó para mover sus manos ágilmente, liberando sus hombros de las mangas del vestido. Entonces las tetas desnudas de la chica aparecieron ante Uriel como una revelación. La chica sonrió paciente todo el tiempo necesario para que Uriel pudiera admirar la blancura de sus senos y sus pezones perforados por la mitad por un pendiente en cada uno.

Lorena se preocupó, cuando de la mirada de Uriel no surgía ninguna respuesta. Pero entonces el rostro del hombre descendió, mientras las palmas de sus manos alzaban por la espalda a la chica. Besó aquellas tetas como si estuviesen cubiertas de miel. Lorena suspiró cuando la cuidadosa lengua de Uriel se infiltro hacia sus pezones. Ella posó una de sus manos hacia la nuca de su jefe, invitándolo a continuar, mientras sentía como una de las manos de Uriel descendía nerviosamente sobre la tela de su falda, hasta lograr apachurrar sus nalgas.

Así continuaron unos minutos, hasta que la boca de Uriel se sació del sabor de los pechos de la chica, ella lo llevó hasta el sofá, donde él se sentó mientras la chica se arrodillaba entre sus piernas.. Entonces dirigió sus manos y, con habilidad, desabrochó el cinturón y los pantalones del hombre. Los hizo descender con cierta desesperación, como si estuviesen corriendo contra el tiempo.

El vigoroso falo de Uriel salió a la luz y Lorena lo tomó con ambas manos, cuidadosamente, como si estuviese recibiendo un ramo de flores. La chica alzó la mirada, contra los ojos aún incrédulos de su jefe. Parecía como si estuviese solicitando alguna especie de autorización, pero Uriel no se atrevió a decir nada.

Era lo de menos. La chica abrió grande la boca y se engulló aquel pedazo de carne. Parecía dispuesta a comérselo de un bocado, y no lo sintió dentro de su boca hasta que la punta del glande de Uriel no chocó contra las paredes de la garganta de la chica. Entonces la lengua, boca y labios de la chica se cerraron en un estrujón sobre aquel tronco. Uriel sintió cómo la boca y labios de la muchacha recorrían la textura de su verga mientras Lorena la iba sacando de su boca. Repitió tres veces aquel lento y completamente excitante acto. Al final, despegó sus labios del glande de Uriel.

– ¿Te gusta? – preguntó, mirándolo fijamente

Uriel apenas y pudo responder afirmativamente, antes de que la chica volviera a la faena, llevándose toda su verga por completo. Esta vez no fueron los mismos movimientos lentos y suaves, sino unas rápidas y salvajes bocanadas contra el agradecido pene de su jefe.

La chica parecía enloquecida, Uriel se comenzó a desabrochar la corbata; el calor estaba aumentando demasiado rápido, mientras la chica no paraba de machacar su sorprendido falo. El cielo se le vino encima cuando la chica sacó su pene de su boca, besó su glande y se dirigió directamente a lamer sus bolas. Uno de sus testículos fue atrapado por aquella boca, refrescando la mente del hombre.

Entonces su huevo fue liberado, y Lorena volvió a subir, lamiendo toda la envergadura de su tronco, dejando al hombre sentir el frio pirsin de su lengua a lo largo de la zona externa de su uretra. Aquello hizo que Uriel lanzara un quejido de placer, a lo que la chica respondió con una sonrisa picara, al haber logrado su cometido.

Uriel acarició su rostro, y la chica reaccionó sonriente, de una manera gatuna. Aquello animó a Uriel a tomarla de la nuca y atraerla hacia su verga. La chica se dejó llevar obediente, mientras su jefe la obligaba a mantenerse con su verga entera clavada en su garganta.

Unas gárgaras, seguidas de un par de tosidos, hicieron que Uriel permitiera a la chica respirar un poco, antes de repetir el mismo movimiento. Así se mantuvieron algunos minutos, a veces Uriel la alejaba de su verga, alzándole la mirada para que la chica le regalara una de sus sonrisas, de las que corrían por sus mejillas los fluidos combinados de ambos.

En determinado momento, la chica pareció decidida a pasar a la siguiente etapa. Recostó a Uriel sobre el respaldo del asiento. Se inclinó para quitarle los zapatos y terminar de desnudar la parte baja de su cuerpo. Como una masajista oriental, desabrochó cuidadosamente la camisa del hombre; una vez descubierto su pecho, la chica posó sus manos sobre los duros pectorales de Uriel. La chica sonrió complacida, mientras las manos del hombre se posaban sobre sus caderas, tratando de adivinar las curvas de la chica bajo la delgada tela de su vestido.

Ella decidió no dejarle nada más a la imaginación; se desvistió y arrojó el vestido lejos, como si se tratara de un vil pedazo de tela. Las tetas desnudas y la bella curva en la cintura antes de dar paso a las caderas carnosas de la chica aparecieron ante los cada vez más relajados ojos del hombre. Ahora la miraba con un deseo que estaba mojando demasiado la entrepierna de la chica, oculta aún bajo unas bragas negras de satín.

Entonces la chica se puso de pie, procediendo a quitárselas, pero Uriel detuvo sus manos. Lo hizo el mismo, con la lentitud de quien abre un regalo sin querer dañar el envoltorio. Descubrió un pubis depilado en su zona más alta, pero enmarañado de vellos en lo más bajo. La chica se colocó de rodillas sobre él y, no perdiendo tiempo, tomó el tronco de Uriel y lo apuntó contra la humedecida entrada de su coño.

Comenzó a cabalgar lentamente al hombre que le ayudaba alzándola con las manos sobre su cintura. La chica tomó su propio ritmo, y Uriel aprovechó para acariciarle sus preciosos senos. Era un verdadero deleite sentir sus manos en aquellos pechos suaves mientras la calidez del interior de la chica iba y venía sobre su verga.

Sus manos descendieron, recorriendo las curvas de la chica, se apropió entonces de los glúteos de la chica, que se movían conforme a los movimientos de sus caderas. Las palmas de sus manos disfrutaron de la calidez de aquellas pálidas nalgas. Sus manos las apretujaron, mientras las puntas de sus dedos sintieron el aterciopelado canal que se formaba en medio del culo de la chica.

Aquello encendió de alguna manera a Lorena, que aumentó el ímpetu de sus sentones. Uriel puso de su parte, y acomodó sus pies para comenzar a mover sus caderas, sincronizando sus embestidas con los meneos de la chica.

La chica gemía y gritaba conforme los movimientos de ambos se iban intensificando. En determinado momento, ella se detuvo jadeante, pero Uriel siguió escarmentándola con sus embestidas. La chica se llevó las manos al pecho mientras su vientre se contraía y su piel se crispaba por todos lados.

La verga de Uriel sintió como el coño de la chica se mojaba de pronto, mientras la fuerza de su vagina se apretujaba. Las manos temblorosas de Lorena buscaron ayuda, y colocó las palmas de sus manos sobre el sudoroso pecho de Uriel, quien le acarició los pechos antes de apretujar suavemente sus pezones. Lorena respiró, recobrando el aliento mientras la dura verga de Uriel permanecía dentro de ella. Sonrió a su jefe, satisfecha, y se puso de pie.

Se dirigieron a la recamara del hombre. Lorena parecía una criatura distinta, los movimientos de sus caderas habían aumentado su coqueteo, y en cada paso sus preciosas nalgas parecían empujarse una contra otra, como si la desnudez completa no les diera suficiente espacio.

La arrojó contra la cama. Lorena estaba ya tan excitada que se dejó caer como una presa. Se colocó en cuatro sobre el colchón, mientras miraba hacia atrás, viendo como el endurecido pene de su jefe se acercaba. Abrió sus piernas y alzó sus nalgas, ofreciéndole a Uriel la distinguida vista de su culo. Él se detuvo unos segundos para contemplar los delgados y oscuros vellos que arremolinaban protectores alrededor del ano de la muchacha, antes de lanzar su rostro contra el culo de Lorena y disfrutar con su lengua de la textura suave de los pliegues del esfínter de la chica, provocándole unos suspiros bajos que aumentaban de intensidad cuando su lengua intentaba atravesar los músculos de su culo.

Uriel cayó en la cuenta de que aquello no había molestado en lo absoluto a la chica, y aquello le animó a continuar. Lanzó un par de escupitajos contra el ojete de la chica, y con la punta de su lengua los restregó en toda aquella área.

La chica había permanecido en silencio, y continuó así cuando el alejó su rostro e incorporó su cuerpo tras la chica. Entonces posó su verga endurecida sobre el canal que se abría entre las nalgas de la muchacha.

– Despacio – fue lo único que escapó de los labios de Lorena, con tal suavidad que Uriel apenas y logró escucharla.

Entonces el hombre apuntó su verga contra el oscuro y pequeño agujero que yacía bajo aquel bosque de suaves vellos y su glande comenzó a pujar contra aquella membrana, abriéndose paso poco a poco entre las duras y lisas paredes del ano de Lorena. La chica apretó las sabanas de la cama entre sus puños, mientras la verga de su gerente iba rompiéndole lentamente el culo. No era la primera vez que alguien la iba a follar por el culo, pero tampoco habían sido tantas; y la última había sido hacía tanto que aquello se sentía como la primera vez. Estaba a punto de rendirse y pedir que parara, pero era demasiado tarde. En un último movimiento, más rígido que los primeros, Uriel introdujo de un tajón el último tercio de su tronco.

El culo de Lorena era tan apretado y la lubricación tan insuficiente que realmente le costó trabajo a Uriel comenzar a moverse. Tuvo que sacar por completo su verga, que parecía inmensa ante aquel pobre esfínter. Se dirigió al baño y regresó con un aceite corporal. La chica aguardaba sobre la cama, sin moverse, giró su rostro para mirar sonriente las manos de Uriel derramando el aceite sobre la entrada de su culo. Un poco de aceite manó también sobre el tronco de Uriel antes de que volviese a colocarse tras Lorena.

La segunda penetración fue, naturalmente, mucho más sencilla. Un quejido breve de la chica fue ignorado por Uriel cuando este le metió la totalidad de su falo. Entonces inició un lento va y viene que despertó los gemidos de placer y dolor mezclados de la chica.

La cabeza de Lorena se comenzó a arrastrar sobre la cama conforme Uriel aumentaba la intensidad de sus arremetidas. Pero la chica sabía lo que le convenía.

– Más, más…sigue cabrrrrroooonnnnnnnn – era lo único que decía

La mente de Uriel también había terminado por calentarse, y sus palmas caían de vez en cuando sobre las nalgas de la chica, quien no podía más que concentrarse en el placer que se concentraba dentro de su castigado culo.

– ¿Te gusta? – vociferó Uriel, embrutecido – ¿Te gusta, perrita?

Pero la chica no podía decir nada; un mar de placer recorrió su cuerpo desde su culo hasta su cabeza. Apretó las sabanas con sus manos al tiempo que sus gritos de placer invadían todo el cuerpo. Su piel comenzó a vibrar, y sus nalgas se enfriaron de pronto. Entonces Joel sintió las palpitaciones de las paredes del ano de la chica, mientras esta apretujaba con fuerza su tronco.

Lorena se estaba corriendo, y a Uriel le faltaba poco. Contuvo un poco y lo aprovechó para lanzar las cinco últimas y profundas embestidas contra el ojete de su asistente. Aquello fue demasiado para la chica, que yacía recostada sobre la cama, completamente agotada. Sólo entonces Uriel se irguió al sentir como el placer fluia en su entrepierna, llenándole la cabeza de una calma celestial.

Lorena suspiró rendida, mientras sentía el fuego de Uriel manando dentro de su recto. Sus músculos, con lentas palpitaciones, apretujaban aquella verga, como si estuviese ordeñando sus fluidos. El hombre introdujo su verga lo más profundo, asegurándose de que su esperma se escupiera en lo más hondo de la chica. Su verga pulsaba, en un último esfuerzo, hasta que fue perdiendo rigidez poco a poco. Sacó entonces su falo de la chica; miro el oscuro y dilatado esfínter de la chica, sobre el que cayeron las últimas gotas de su néctar. El ojete de la chica parecía contraerse y volverse a dilatar en despedida a medida que se iba cerrando, dejando aparecer de nuevo los pliegues a su alrededor.

Uriel se puso de pie, se dio cuenta que debía lavarse el pene. Se dirigió hacia el baño de su recamara.

– ¿Tienes jacuzzi? – dijo la chica, haciéndolo girar; seguía aun colocada en cuatro y con el culo alzado, y tenía una cara de viciosa que Uriel nunca se hubiera imaginado en ella.

Él la miró, y sonrió.

– Te veo en el baño.

Mientras la tina se llenaba, ambos se fundieron de nuevo en un beso. Un poco de los fluidos de Uriel había comenzado a escapar de entre las nalgas de Lorena, y comenzaba a correr entre sus piernas, pero no hizo mayor escándalo. Empujó a Uriel de nuevo hacia la regadera, y él se encargó de abrir el agua caliente que comenzó a lavar sus cuerpos. Bajo el agua cayendo, siguieron besándose, mientras el cuerpo de la chica volvía a relajarse, la entrepierna del hombre iba recuperando su dureza.

Ella misma se encargó de corroborarlo, apretando su falo con una mano. Él dirigió su mirada hacia la tina, indicándole que estaba lista.

Mientras la chica preparaba las sales y las burbujas, Uriel admiraba la desnudez de la chica recargado en el marco de la regadera.

Entraron al agua tomados de la mano; las piernas de Uriel rodearon el cuerpo de la chica. Ella no tardó en girarse, posando sus mojadas tetas sobre el pecho del hombre. El sintió los pezones de la chica caer fríos sobre su tórax mientras la delicada mano de la chica rodeaba el tronco de su verga. El cuerpo de la chica cayó deslizándose fácilmente sobre él; Uriel nunca había sentido penetrar a nadie bajo el agua, pero en aquel momento apenas y lo percibió.

Sólo lo supo al sentir la calidez de la chica abrazando su falo, antes de que comenzaran los suaves y lentos meneos de sus caderas. Los mojados pechos de la chica lucían preciosos con la luz reflejada. Enjabonados, escapaban traviesamente de las manos de Uriel. La chica iba aumentando la intensidad de sus movimientos, y el oleaje de la tina a su alrededor iba aumentando su ímpetu.

Alcanzó a sostenerse de la orilla de la tina antes de caer rendida sobre Uriel, quien comenzó, bajo el agua, a eyacular dentro del coño de su secretaria. La chica alzó con cierta violencia el rostro de Uriel, para besarlo; lo hizo con tal fuerza que parecía que le estaba agradeciendo y reclamando algo al mismo tiempo. El sujeto se limitó a recorrer con sus manos las preciosas curvas de la chica.

Eran más de las tres de la madrugada cuando comieron el postre por fin, desnudos bajo las sabanas de la alcoba de Uriel. Comieron directamente del envase de plástico. Era una deliciosa ensalada rusa. Miraban Ben Hur en un canal de cable. Uriel acariciaba de vez en cuando los cabellos de la chica y la piel suave de sus hombros. Ella le respondía con una sonrisa, y de vez en cuando se fundían en un beso sabor a manzana.

FIN

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *