SINOPSIS:

Unos disturbios en el barrio de Totenham cambiaron su vida, aunque Jaime Ortega no se entró hasta diez años después cuando a raíz de un desdichado accidente le informaron de la muerte de Elizabeth Ellis, la madre de un hijo cuya existencia desconocía.
Tras el impacto inicial de saber que era padre decide reclamar la patria potestad, dando inicio a una encarnizada guerra con Lady Mary y Lady Margaret Ellis, abuela y tía del chaval. Desde el principio, su enemistad con la menor de las dos fue tan evidente que Jaime buscó la amistad de la madre y mas cuando descubre que esa cincuentona posee una sexualidad desaforada.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los TRES primeros capítulos:

1

Esa tarde de agosto bien podría haber sido como cualquier otra, si no llega a ser por los disturbios que sacudían Londres y más concretamente el barrio de Tottenham donde vivía. Acostumbrado a una vida apacible en su Madrid natal, Jaime Ortega jamás había sentido tanto miedo. La orgía de violencia que recorría las calles le había hecho encerrarse en su apartamento al temer que su color de piel le hiciera objeto de las iras de los manifestantes.

Los disturbios habían empezado a raíz de la muerte de un haitiano de raza negra a manos de la policía y mientras las autoridades consideraban el hecho como algo fortuito, sus paisanos la consideraban un asesinato racista y por ello clamaban justicia. Tal y como suele suceder en ese tipo de tumultos, una vez prendida la mecha, los elementos más extremistas aprovecharon la circunstancia y convirtieron esa justa protesta, en una espiral de sangre y fuego que amenazaba la vida y el patrimonio de muchos inocentes.

Desde la seguridad de su ventana, observó como la turba no contenta con romper escaparates y quemar los automóviles aparcados en las aceras, se había lanzado a atacar a la única patrulla que se había atrevido a salir a recorrer ese distrito.

―Se va a armar― exclamó al ver que habían cercado a un policía y que el agente había sacado su pistola, temiendo por su vida.

El sonido de un tiro retumbó en sus oídos justo en el momento en que descubría a una mujer blanca intentando entrar en un edificio cercano. Durante unos segundos dudó que hacer, pero comportándose como un cretino irresponsable, decidió ofrecerle su ayuda a pesar de que con ello ponía en peligro su propia vida.

Bajando los escalones de dos en dos, llegó a la puerta y abriéndola, llamó a la mujer que seguía intentando abrir la suya. Era tal el estruendo que producían los manifestantes al gritar que fue imposible que le oyera y cometiendo por segunda vez una tontería, salió por ella mientras a su alrededor se sucedían las carreras y las cargas policiales.

La desconocida estaba tan nerviosa que al verle llegar pensó que la iba a asaltar y como acto reflejo se puso a pegarle con el bolso. Viendo que la turba se acercaba peligrosamente donde estaban, tomó una decisión desesperada y sin medir las consecuencias, se la echó al hombro y salió corriendo de vuelta hacia su portal.

Como no podía ser de otra forma, la mujer protestó y durante el trayecto, intentó zafarse, pero no lo consiguió y por ello al depositarla en el suelo, empezó a gritar como una loca, suponiendo quizás que iba a violarla.

«¡Esto me ocurre por imbécil!», pensó y mientras se daba la vuelta para subir a su piso, le dijo a la desconocida: ―Será mejor que espere a que se vaya esa gente antes de salir― tras lo cual se metió en el ascensor.

Fue entonces cuando esa mujer cayó en la cuenta de que no era un asaltante sino un benefactor y muerta de vergüenza, le dio las gracias por sacarla de la calle.

Jaime ni siquiera se había dignado en contestar, pero de reojo vio que un grupo de violentos estaban intentando entrar en su edificio y sin pensárselo dos veces, tiró del brazo de la desconocida y la metió en el ascensor, justo en el instante en que la puerta caía hecha añicos.

Sin dirigirle la palabra al llegar a su piso y tras cerrar con llave, aseguró la puerta poniendo una barra de hierro para hacer palanca mientras a su lado la mujer permanecía tan callada como asustada.

―Hay que llamar a la policía― dijo considerando que esa barrera no aguantaría mucho si esos energúmenos decidían forzarla.

Desgraciadamente el número de emergencia estaba totalmente saturado y a pesar de los múltiples intentos para comunicar la precaria situación en la que se encontraban, solo consiguió dejar un recado en el contestador.

«¡Mierda! ¡Ya están aquí!», masculló entre dientes al escuchar voces en el pasillo y haciendo una seña, rogó a la aterrada mujer que mantuviese silencio. Ésta le hizo caso y durante cerca de cinco minutos, ninguno de los dos emitió ruido alguno que pudiese llamar la atención de los alborotadores.

Eso le permitió observarla sin que se sintiera intimidada:

«Es casi una niña», sentenció valorando el desmesurado pecho con el que la naturaleza había dotado a esa mujer y solo cuando ya no escuchaba ruido alguno, se atrevió a ofrecerle un café.

―Mejor un té― respondió casi susurrando.

Acostumbrado a los diferentes acentos de Inglaterra, Jaime comprendió que esa rubia pertenecía a la clase alta por el modo en que entonaba sus palabras y eso le sorprendió porque ese barrio era de clase obrera.

«¿Qué cojones estará haciendo aquí?», pensó, pero asumiendo que tendría tiempo de enterarse, decidió no preguntar y calentar el agua con el que hacer la infusión que le había pedido.

―Te debo una disculpa.

―No te preocupes― replicó mientras disimuladamente admiraba el trasero de su invitada, cuyo pantalón no conseguía ocultar el magnífico culo que escondía en su interior.

Sabiendo que pasaría junto a esa preciosidad unas cuantas horas antes que la policía consiguiera reestablecer el orden, se puso nervioso y al poner en sus manos el té, se presentó. Por un momento, la cría dudó si decirle su nombre y cuando finalmente le dijo que se llamaba Liz, bromeando con ella, Jaime le contestó:

―Estás en mi casa y en español tu nombre es Isabel.

Esta al captar que estaba de guasa, le replicó:

―Estamos en Inglaterra y por lo tanto seré yo quien te llame James.

Que optara por la vertiente formal de su nombre en vez de elegir la de Jimmy, confirmó sus sospechas de que su invitada era una pija.

El griterío proveniente del pasillo les alertó nuevamente de la proximidad de esos matones. Durante un instante se quedaron mirándose sin saber cómo actuar ni qué hacer.

―Acompáñame― susurró a la muchacha al escuchar que los alborotadores estaban tirando la puerta de un piso vecino.

No tuvo que repetir su sugerencia, Isabel temiendo por su propia seguridad le siguió hasta su cuarto y solo cuando le vio abrir la ventana, preguntó por sus intenciones.

         ―Estoy buscando una vía de escape por si esos cabrones consiguen entrar― contestó mientras comprobaba que fuera posible alcanzar la escalera de emergencia.

Afortunadamente, el acceso era sencillo y previendo que debía hacer algo para tener tiempo de reacción en caso necesario, atrancó con muebles la puerta de la habitación.

―Esto resistirá al menos un par de minutos― satisfecho comentó tras comprobar su resistencia y más tranquilo, se sentó en una silla mientras le ofrecía a Liz que tomara asiento sobre la cama.

Temporalmente a salvo, la muchacha se echó a llorar y por ello le pidió que se callara porque no era conveniente hacer ruido. Los propios nervios de la rubia provocaron que, en vez de obedecer, incrementara el volumen de sus lloros. Temiendo que la turba los escuchara, no le quedó otra que soltarle un tortazo para que se tranquilizara.

Liz enmudeció por la sorpresa y fue entonces cuando Jaime aprovechó para decirle al oído mientras la abrazaba:

―Perdona, pero estabas llamando la atención. Tenemos que permanecer en silencio.

Acariciando su mejilla con la mano, insistió en la necesidad de estar callados. Ella comprendió que había hecho lo correcto y levantando su mirada, dijo en voz baja que lo sentía y que no volvería a dejarse llevar por la histeria. Incomprensiblemente, ese guantazo había disuelto todos sus recelos y buscó el contacto con ese desconocido apoyando la cabeza sobre su pecho.

Jaime palideció porque contra su voluntad el olor de esa mujer provocó que sus hormonas se pusieran en funcionamiento mientras en su interior comenzaba a florecer una atracción brutal por ella. Solo haciendo un verdadero esfuerzo, consiguió repeler las ganas de besarla. Eso sí, lo que no pudo fue que bajo el pantalón su pene despertara y luciera una erección que, afortunadamente, pasó desapercibida.

―Deberías intentar dormir. La noche será larga― susurró en su oído mientras delicadamente la tumbaba sobre las sábanas.

Sus palabras lejos de tranquilizar a la muchacha incrementaron sus temores y cuando quiso separarse de ella, con lágrimas en los ojos, Liz le pidió que siguiera abrazándola. Jaime, avergonzado, disimuló como pudo el bulto de su entrepierna y se tumbó junto a ella…

2

Durante más de dos horas, permanecieron abrazados, pero no pudieron descansar al temer que en cualquier momento la turba volviera y que para salvar sus vidas tuvieran que huir de su momentáneo refugio. Quizás la más nerviosa era Liz, no en vano era consciente que, de caer en manos de esos sujetos, su destino no sería halagüeño. En el mejor de los casos la matarían por ser blanca y en el peor, ¡también!, pero tras usarla para satisfacer sus más oscuros apetitos.

«Esos malditos me violarían», meditó mientras agradecía a Dios haber encontrado a un hombre como Jaime que no la veía como un pedazo de carne.

Lo que esa mujer desconocía era que en ese preciso instante el hombre, entre cuyos brazos se había cobijado, estaba haciendo verdaderos esfuerzos por no excitarse nuevamente ya que, por la postura, tenía una visión casi completa de su escote y estaba seguro de que a poco que ella se moviera iba a dejar uno de sus pezones al descubierto.

En un momento dado, la joven apoyó su cabeza en el pecho de su compañero de infortunio y llorando desconsolada, se pegó a Jaime buscando consuelo mientras éste se afanaba en arrullarla. La ausencia de actividad permitió que poco a poco Liz fuera calmándose hasta que contra todo pronóstico cayó profundamente dormida. Lo malo fue que tal y como estaba abrazada, su benefactor no podía moverse sin correr el riesgo de despertarla.

Al sentir la suave piel del muslo de la chavala rozando el suyo, se empezó a poner nervioso, imaginando que no tardaría en darse cuenta del tamaño que nuevamente había alcanzado su pene.

«Si se despierta, va a notar que estoy empalmado», pensó al sentir la presión que involuntariamente ejercía la vulva de la muchacha sobre su erección.

 A la desesperada intentó cambiar de postura, pero la rubia no le dejó separarse e instintivamente buscó su contacto provocando con ello que el hierro ardiente, en que se había convertido ya la virilidad de Jaime se incrustara irremediablemente entre sus pliegues.

«No puede ser», se lamentó este al sentir el calor que manaba del sexo de la desconocida y que, debido a ello, de forma lenta pero inexorable su miembro había alcanzado su máximo tamaño.

Si antes sentía que le iba a resultar difícil no excitarse, ahora sabía que era imposible y resignado, tuvo que hacerse a la idea que ese suplicio se iba a prolongar todo el resto de la tarde o al menos hasta que esa cría se despertara.

La situación no hacía más que empeorar porque cuando Jaime intentaba alejarse del cuerpo de la muchacha, ella se pegaba más a él encajando su pene más en su interior. Si no llega a ser inconcebible, Jaime hubiera afirmado que lo estaba haciendo a propósito y no pudiendo hacer nada por evitar empalmarse, acabó por quedarse dormido abrazado a ella.

Liz se percató en seguida de que su benefactor se había quedado dormido y a pesar de que le seguía extrañando que no hiciera ningún intento por aprovecharse de ella, tuvo que reconocer que estaba disfrutando de la dulce presión que esa miembro totalmente tieso ejercía sobre su clítoris.

«¿No me encontrará lo suficientemente atractiva para dar ese paso?», se preguntaba mientras trataba de contener la tentación de moverse.

Acostumbrada a que los hombres babearan por ella, le resultaba raro y excitante que ese extranjero no hubiese aprovechado que supuestamente estaba dormida para meterla mano y más aún cuando ella tenía claro que le costaría rechazar al dueño de semejante aparato.

«Algo así no se encuentra todos los días», dijo para sí mientras inconscientemente movía sus caderas intentando calmar su creciente calentura.

Para su desgracia, ese movimiento incrementó exponencialmente el deseo que sentía y antes que pudiera evitarlo, sintió que su coño se anegaba.

«Voy a mojarle el pantalón», temió al sentir que la humedad desbordaba los límites de sus pliegues y empapaba ya el leggings que llevaba puesto.

La razón le pedía que se separara de él, pero su naturaleza fogosa que tanto le había costado ocultar la azuzaba a seguir disfrutando del roce de ese enorme tronco.

«Dios, ¡qué bruta me tiene!», sollozó en silencio mientras movía lentamente su sexo sobre la verga del desconocido.

Se sentía una enferma, pero por mucho que quería dejar de restregarse contra él, no podía. Tras seis meses sin novio, esa hermosa polla era una tentación irresistible.

«Debe tenerla llena de venas», dijo para sí mientras en su mente, imaginaba que se agachaba y devoraba la virilidad que se escondía entre sus piernas.

La mera idea de que algún día pudiera observar esa belleza al natural le azuzó a incrementar la presión con la que estrujaba ese falo contra su sexo y antes de darse cuenta de lo que se avecinaba, sufrió los embates de un silencioso, pero igualmente placentero orgasmo.

«No me puedo creer que me haya corrido», pensó lamentándolo únicamente por lo que Jaime pudiese pensar de ella, «creerá que soy una fulana».

Tal y como había temido, al sentir que tenía el pantalón mojado, el hombre se despertó, pero, por suerte para la rubia que seguía haciéndose la dormida, pensó que la mancha de su pantalón se debía a la revolución hormonal que Liz había provocado en él y que su presencia era resultado de que, en mitad de un sueño, había eyaculado sobre su calzón.

«¡Qué vergüenza!», exclamó mentalmente mientras se escabullía hacia el baño, «solo espero que Liz siga dormida hasta que se le seque la ropa» …

3

Llevaba disimulando más de media hora, cuando de pronto escuchó su teléfono sonar y temiendo que atrajera la atención de los violentos, Jaime se levantó asustando a cogerlo.

No pudo evitar emitir un suspiro de alivio al enterarse que era la policía londinense devolviendo su llamada. La alegría le duró poco porque tras preguntarle su nombre y el de todos los que estuvieran con él en la casa, la telefonista le comunicó que deberían mantener la calma y seguir encerrados porque les estaba resultando difícil reinstaurar el orden.

― ¿Sabe lo que me está pidiendo? ― exclamó acojonado― ¿Es consciente de lo que le ocurriría a la muchacha que está conmigo si cae en manos de esa chusma? ¡Joder! ¡Es una rubia preciosa! ¡La violarían antes de matarnos! ¡Necesito que la saquen de aquí!

La empleada intentó tranquilizarlo, pero lo único que consiguió fue enfadarlo más hasta que viendo que no iba a conseguir nada, se despidió de él diciendo que le mandaría ayuda lo más rápido que pudiera.

― ¿Qué te han dicho? ― Liz preguntó desde la cama.

―En pocas palabras, que tenemos que buscarnos la vida. La situación debe ser peor de lo que pensábamos porque según esa inútil, la policía no puede hacer nada por nosotros― contestó mientras repasaba sus opciones.

No tuvo que esforzarse mucho para comprender que básicamente solo tenía una alternativa y era atrincherarse en ese cuarto hasta que llegara la ayuda porque la idea de subir a la azotea era todavía mas arriesgado que quedarse ahí. Habiendo decidido que permanecerían ahí, se planteó temas mas mundanos como la comida. Como lo poco que tenía en la casa, estaba en la cocina, no quedaba más alternativa que retirar momentáneamente los muebles que había colocado en la puerta para ir por las provisiones.

Tras explicárselo a la mujer, comenzó a desmontar la improvisada barrera intentando no hacer ruido para no alertar a nadie de su presencia.  A los cinco minutos y después de haber recolectado comida para un par de días, volvió a colocarla en su posición original mientras Liz le observaba sin perder detalle.

― ¿Tienes hambre? ― preguntó pensando que el interés de la chavala se debía a su estómago vacío.

Sonriendo, contestó:

― ¿Realmente me ves preciosa o solo lo decías para conseguir ayuda?

Jaime tardó unos segundos en caer en que hablaba de su conversación con la policía y sin ganas de reconocer que la hallaba sumamente atractiva, insistió en sí quería algo de comer. La rubia soltó una carcajada al percatarse de la incomodidad que había provocado en él y queriendo profundizar en la brecha que había descubierto, se acercó:

―No me has contestado… ¿te parezco bonita?

Esa pregunta le pareció de lo mas inoportuna y con voz seria, le recordó la difícil situación en la que estaban y que debían de concentrarse en sobrevivir. La sensatez de Jaime alentó el carácter travieso de Liz y sin medir las consecuencias, lo miró en plan coqueto mientras se pegaba a él.

― ¿Qué coño haces? ― preguntó más excitado que molesto al sentir la presión que la entrepierna de la rubia ejercía contra su sexo.

Sin dejar de frotarse contra él, sonriendo contestó:

―Agradecerte el haberme salvado.

Liz al comprobar que sus maniobras estaban levantando y de qué forma el miembro del joven, se vio dominada por el deseo. Sin pedir su opinión, se arrodilló ante él y llevando las manos a su bragueta, lo liberó de su encierro. No contenta con ello, se puso a lamer el pene mientras comenzaba a juguetear con sus testículos.

La maestría de la rubia haciéndole esa inesperada mamada le tenía impresionado y por ello no opuso resistencia cuando con un suave empujón, le obligó a sentarse sobre la cama.

― ¡Qué ganas tenía de conocerte! – comentó mirando la erección y acercando su cara a ella, comenzó a restregarla contra sus mejillas.

Momentáneamente, el joven se olvidó del peligro en que se hallaban y no hizo ningún intento por pararla cuando sacó la lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de su glande. Es más, dejándose llevar, separó sus rodillas y acomodándome sobre el colchón, la dejó continuar. Liz al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, lo miró sonriendo y besando su pene, le empezó a masturbar.

Jaime no dudó en protestar al sentir que usaba las manos en vez de los labios, pero la chavala haciendo caso omiso a su queja, incrementó la velocidad de la paja mientras le decía que le diera de beber porque tenía sed. Nunca se esperó que una niña bien le hiciera semejante petición y menos que llevando la mano que le sobraba entre sus propias piernas, la rubia cogiera su clítoris entre los dedos y lo empezara a torturar.

Por eso no supo que decir cuando observó a esa preciosidad postrada ante él mientras masturbaba a ambos y menos cuando sin necesidad de que él interviniera, Liz se vio sacudida por un brutal orgasmo y poseída por una extraña necesidad, le gritó de viva voz:

― ¡Córrete en mi boca!

Acogiendo como propio el deseo de esa mujer, descargó casi de inmediato en su interior la presión que acumulaban sus huevos mientras, pegando un grito de alegría, la rubia intentaba no desperdiciar ni una gota de la simiente que estaba vertiendo en su garganta.

Para su deleite, en cuanto terminó de ordeñar su miembro, esa mujer se le volvió a sorprender porque decidida a someterlo, se sentó encima de sus rodillas.

― ¡Espero que te gusten! ― exclamó con los pechos a escasos centímetros de su cara y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se bajó los tirantes del sujetador y con una sonrisa en los labios, lo miró mientras iba liberando sus senos.

Aunque los había visto a través de su escote, tuvo que admitir que en vivo y en directo sus pezones eran aún más maravillosos. Grandes y de un color rosado claro, estaban claramente excitados cuando forzando su entrega, esa mujer rozó con ellos los labios de Jaime sin dejar de ronronear.  

A pesar de que lo que realmente le apetecía era abrir la boca para con los dientes apoderarse de esas bellezas, Jaime prefirió seguir quieto como si esa demostración no fuera con él, temiendo quizás que, si colaboraba con ella, la rubia perdiera su interés en él.

Esa ausencia de reacción, lejos de molestarla, fue incrementando poco a poco su calentura y hundiendo la cara del hombre entre sus pechos, maulló en su oreja:

―Necesito que me folles.

Para entonces su pene había recuperado la entereza, presionando la entrepierna de la rubia, la cual, imprimiendo a sus caderas un suave movimiento, empezó a frotar su sexo contra él mientras incrustaba el glande del muchacho entre los pliegues de su vulva. Solo la barrera que representaban sus bragas impidió que la penetrara.

― ¡Me encanta que te hagas el duro! ― rezongó mientras se retorcía al sentir cada vez más mojado el coño y moviendo su pelvis de arriba y a abajo a una velocidad pasmosa, le avisó que estaba a punto de correrse.

Jaime no la creyó porque no en vano hacía menos de tres minutos que se había corrido y por eso pensó que estaba actuando cuando sus débiles gemidos se convirtieron en aullidos de pasión.

En otro momento no hubiera soportado esa tortura y hubiese liberado su tensión follándosela, pero sabiendo que podían oírlos, le tapó la boca con las manos mientras esa loca se corría.

― ¡Dios! ― intentó gritar al sentir que su sexo vibraba dejando salir su placer: ― ¡Me estás matando!

―Quieres callarte y quedarte quieta, nos vas a descubrir― le chilló molesto.

A pesar de su queja, la rubia siguió frotando su pubis contra él durante un par de minutos hasta que dejándose caer sobre su pecho se quedó cómo en trance mientras la mente de Jaime se sumía en el caos. Aunque estaba orgulloso por haber sabido mantener el tipo y no entregarse a la lujuria, le cabreaba pensar que había perdido la oportunidad de tirarse a esa monada y mas cuando viéndola desnuda a su lado, no podía hacer otra cosa que observar el dibujo con forma de corazón que llevaba tatuado en mitad de la nalga.

Para su desesperación poco le duró la tranquilidad ya que en cuanto hubo descansado unos minutos, esa inconsciente le soltó:

―Todavía no me has follado.

Trató de hacerle ver que era una locura, pero ella, poniendo cara de zorrón, se quitó el tanga y sentándose a horcajadas sobre él, comenzó a empalarse lentamente. La parsimonia con la que lo hizo permitió a Jaime disfrutar del modo en que su extensión iba rozando y superando cada uno de los pliegues de esa cueva que le recibía empapada.

― ¡Qué estrecha eres! ― murmuró al sentir cómo iba envolviendo su tallo y cómo dulcemente lo presionaba.

Entregada a su lujuria, Liz no cejó hasta que el glande de su momentánea pareja tropezó con la pared de su vagina y sus huevos golpearon su trasero. Entonces y solo entonces se empezó a mover lentamente sobre él sin dejar gemir al hacerlo.

Sus sollozos recordaron a Jaime el sonido de un cachorro llamando a su madre, suave pero insistente. Y olvidando cualquier rastro de cordura, apoderándose de sus pezones, los empezó a pellizcar entre los dedos.

―Cabrón, no pares― Liz murmuró al sentir como los torturaba estirándolos cruelmente para llevarlos a su boca y gritó su excitación nada más notar la lengua de su benefactor jugueteando con su aureola.

La niña tímida había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada que, habiendo resbalar su cuerpo contra él, intentaba incrementar su calentura.

La cueva de la muchacha se anegó totalmente, empapando las piernas de Jaime con su flujo al sentir que los dientes de él se hundían en la piel de sus pechos mientras con las manos se afianzaba en su trasero.

―Córrete por favor― berreó de placer, demostrando que estaba disfrutando y mucho.

Jaime supo que no iba a poder aguantar mucho más, y apoyando sus manos en los hombros de la joven forzó la profundidad de su cuchillada mientras se licuaba en su interior.

Las intensas detonaciones de su pene llenaron de blanca semilla la vagina de la muchacha y juntos cabalgaron hacia el clímax. Pero justo cuando agotado y satisfecho, Jaime besaba por primera vez a Liz, la habitación pareció estallar en mil pedazos.

Todavía seguían abrazados cuando una horda de encapuchados entró en la habitación, atravesando la puerta.

― ¿Quiénes son? ― queriendo proteger a Liz, Jaime preguntó.

El que debía ser el líder, ni siquiera se dignó en contestar y dirigiéndose a la muchacha que parecía menos nerviosa que su acompañante, comentó:

―Su padre desea que nos acompañe. ¡Este barrio no es seguro para usted!

Aunque literalmente era una propuesta, en realidad era una orden. Sin esperar que la chavala reaccionara, tiraron de ella y tal y como llegaron desaparecieron de allí. Jaime intentó evitarlo, pero lo único que consiguió fue que la culata del arma de uno de esos desconocidos le rompiera un par de muelas…

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