Cinco años juntos y no la había mirado. Todo ese
tiempo, Ana era un mobiliario mas de la oficina. Aunque entre nosotros había nacido una gran amistad, no podía verla como mujer. Mis amigos, mis clientes e incluso mis otros compañeros de trabajo alucinaban que no me fijara en sus piernas esculturales, que no babeara, como un niño al que le están saliendo los dientes, contemplando su cuerpo contoneándose mientras se acercaba a mi despacho. Siempre mi respuesta era la misma, “Es mi secretaria”.
Por mucho que ensalzaban sus rotundos pechos, yo no tenía ojos para ellos, formaban parte del trabajo. Me daba igual que me comentaran la preciosidad de canalillo que sus provocativos escotes dejaban entrever, o que me susurraran al oído que era tonto al no darme cuenta de cómo coqueteaba conmigo. Siempre la misma contestación, “Donde tengas la olla, no metas la polla”.
Tuve que soportar el rumor de una supuesta homosexualidad, cuando en una fiesta de la empresa, estando yo totalmente borracho y Ana con más copas de las necesarias, se quejó en público que yo era insensible a sus encantos. No fue su intención, ella me estaba defendiendo, pero eso no evitó que los chismes corrieran por los pasillos. Miradas incrédulas de las otras secretarias, risas calladas de los otros jefes de sección que tuve que combatir haciendo una exhibición exagerada de mis conquistas. No pasaba un mes, en el que no pidiera a una amiga que me fuera a recoger a la salida del trabajo. “Es mona, pero es una compañera”.
Pero todo eso cambió el día que me dijo que estaba embarazada.
-¿Quién es el padre?-, le pregunté dándome cuenta que era una indiscreción pero la curiosidad pudo mas en este caso ya que no le conocía ninguna relación.
Un imbécil-, me contestó muy enfadada.
Ofendida hasta lo mas hondo, durante más de dos meses nuestras conversaciones se redujeron a la mínima expresión, mero intercambio de papeles y de órdenes. Pero en franco contraste, no pude evitar aprovechar cualquier momento para mirarla. Mi ojos no podían evadirse de su fijación, daba igual el motivo, si mi secretaria se levantaba por algo, me resultaba imposible no observarla, si en cambio se quedaba sentada, también tenía que fijarme en ella, escudriñando si la luz me iba a permitir esa vez, llegar a ver su silueta.
Pero el verdadero detonante, fue el día que al pedirme permiso para irse a su casa, por que se encontraba mal, le pregunté como llevaba el embarazo, y ella sin saber lo que iba a provocar, se levantó la camiseta, y orgullosa me enseñó la curvatura de su vientre.
-¿Puedo?-, le pregunté alargando mi mano hacía su estómago. Mis intenciones eran sanas, sin ningún contenido sexual, pero al sentir la tirante piel de embarazada bajo mi palma, todo se precipitó. Fue como una descarga de adrenalina inyectada directamente en la vena. Mi corazón empezó a palpitar sin freno, y fui incapaz de separar mi mano de ella.
-¿Te gusta?-, me dijo coquetamente, sin pedirme que retirara mis dedos que ya jugaban con su ombligo.
Balbuceé una respuesta, pero hoy en día soy me resulta imposible recordar que es lo que le contesté, estaba absorto, todavía esa tarde no era conciente de la atracción que me invadía, pero creo que ella sí, por que bajando la tela, me dijo que era un sol, que no comprendía que la tratara tan bien cuando iba a ser madre soltera y encima ahora que estaba gorda.
-Estas preciosa-, le dije volviendo a cometer el mismo fallo. Al levantar la mirada, me costó un esfuerzo brutal, no seguir fijo en sus pechos, que presionados por un sujetador de una talla menor a la que necesitaba, eran una tentación insoportable.
-¡Bobo!-, me dijo saliendo del despacho, dejándome sacado de onda por mi extraño comportamiento.
Fue algo inocente, pero tuvo un efecto brutal al haber roto el hielo que se había formado entre nosotros. Creyendo que me había pasado, al salir del trabajo fui a una tienda a comprarle un detalle, una tontería como desagravio a mi estúpida reacción.

Si algo fue estúpido, fue eso.

Porque al día siguiente, nada mas verla le pedí que entrara en mi despacho, venía con ojeras, sin maquillar y daba la impresión que el desayuno le había sentado mal y que no había tenido mas remedio que vomitar. En resumen venía hecha un desastre. Pero al darle el regalo, me abrazó para darme un beso en la mejilla, y entonces al sentir como su panza de tres meses chocaba contra mi propio vientre, hizo que de golpe mi pene reaccionara al instante.
Ana, lo notó, pero no me hizo ningún comentario. Dudo que se hubiera ofendido, quizás al contrario se sintió halagada, por que sonriéndome me susurró un “gracias”, que para mí fue más excitante que la escena más erótica de la más sugerente actriz. Y con su contoneo característico, volvió a su mesa. Cabreado conmigo mismo pero sobretodo preocupado por la fascinación que me provocaba su embarazo, me fui de la oficina, aduciendo que tenía que visitar a unos clientes, aunque la verdad era que no podía estar a cinco metros de ella sin excitarme.
Me vino bien salir a la calle, el frío viento de la mañana me dio en la cara, haciéndome olvidar momentáneamente el calor que sentía en mi interior. Tratando de racionalizar que es lo que me pasaba, llegué a la conclusión que sufría un raro síndrome que me obligaba a protegerla debido a que no conocía a su pareja, por lo que temía por su futuro. Una vez, localizado el problema debía de averiguar quien era el padre, para que todo volviera a su lugar.
Parcialmente repuesto volví al trabajo con la firme convicción que había hallado la solución y que además sabía como afrontarlo. Si alguien podía informarme, esa era Sara, secretaria del departamento de contabilidad y gran amiga de Ana, por lo que nada más encerrarme en mi cubículo, llamándola por teléfono, la invité a comer. Su primera reacción fue de extrañeza, casi nunca había hablado con ella, y no comprendía mi interés, por lo que tuve que inventarme una excusa, que hoy me río de su puerilidad, ya que no se me ocurrió otro motivo que decirle que no sabía que regalar a Ana cuando naciera su hijo.
Eran poco mas de las dos de la tarde, cuando la recogí en la puerta de la oficina, la muchacha venía vestida con un traje de chaqueta que no podía disimular esos kilos de mas de su figura. Su cara era agradable, sin ser guapa, la simpatía que emanaba por sus poros hacía que uno estuviera a gusto en su compañía. Sonrió al entrar en el coche, y no paró de hablar hasta que ya estábamos sentado en la mesa del restaurante.
Haciéndome el despistado, entre al trapo explicándole que fue una sorpresa para mí el enterarme que se había quedado embarazada, y que por lo tanto no tenía ni idea de que regalarle. La respuesta de ella, no pudo turbarme más, al escuchar de sus labios que estaba segura que cualquier cosa que yo le regalara le iba a encantar.
-¿Por qué lo dices?-, le pregunté.
Sara, se puso colorada y evitó contestarme yéndose por las ramas, pero pude intuir que se sentía mal, al haberse extralimitado en algo que no conseguía descubrir. Traté de comprender que es lo que había dicho entre líneas, pero todos mis esfuerzos fueron en balde, por lo que volví a insistir preguntándole esta vez directamente quien era su novio, ya que nunca le había oído hablar de él, ni siquiera ahora que estaba esperando un hijo suyo.
-No le has oído hablar de él por que no existe-.
-¿Entonces?-, tuve que hacer una pausa, estaba desconcertado, -¿Quién es el padre?-.
-Eso debe de decírtelo ella-.
-No puedes dejarme así-, le dije casi gritando, al darme cuenta que me había salido el tiro por la culata.-Además de su jefe, soy su amigo-, protesté.
La reacción de Sara fue brutal.
-¿Amigo?, ¡No tengas jeta!-, me contestó enojadísima, -para ti, Ana siempre ha sido un cero a la izquierda, nunca te has preocupado por ella, por sus sentimientos…-
-¿Sentimientos?, ¿de qué coño hablas?-.
-¿Cómo crees que le sentaba que hicieras gala de tus conquistas?, ¿Te parece de buen amigo, que ella tuviera que llamar a la floristería cada vez que le echabas un polvo a una guarra?- .
Mi mundo se desmoronó, sin ningún reparo debido a su ira, Sara había delatado a su amiga, me había llamado insensible, pero también me había confirmado algo que no quise o no pude ver y era que mi secretaría estaba secretamente enamorada de mí. “Pobrecilla”, pensé, “el niño debe ser producto de una noche loca, ¡No tiene pareja!”. Me angustió darme cuenta que ahora mas que nunca se iba a convertir en una necesidad vital el protegerla, estaba jodido, y mas ahora que sabía que se desbebía por mí.
El resto de la comida fue un suplicio, ninguno de los dos hablaba, mecánicamente comíamos los alimentos que el camarero nos servía sin ni siquiera disfrutarlos. Fue en los postres, cuando Sara me cogió mi mano entre las suyas, y casi llorando me pidió que no le dijese nada sobre su indiscreción. Tratando de tranquilizarla, le contesté que no se preocupara, que por mi parte no iba a saberlo.
Mas preocupado que antes de la comida regresé a mi despacho, Ana, ignorante de que sabía lo que sentía por mí, estaba de buen humor, por lo visto se había probado el traje premamá que le había regalado y le quedaba estupendamente. Le gruñí entre dientes un me alegro, pero entonces ella me preguntó si quería ver como le sentaba y no pude negarme. Los tres minutos que tardó en volver, se me hicieron eternos.
Llegó riendo, como una niña a la que le acaban de decir que el niño que le gusta, esta por ella, pero no me fijé en su sonrisa, sino en la bella silueta que se dibujaba al trasluz de los focos de la oficina.
-¿Estoy Guapa?-, me dijo con picardía mientras se daba una vuelta para que pudiera disfrutar de todo su cuerpo.
-Si-, tuve que reconocer y sin poder apartar mis ojos de ella, -estás guapísima-.
-Gracias-, me contestó, y pegando la tela del vestido a su estomago, me dijo: -Mira, ya se me nota la pancita-.

No pude reprimir mi impulso, y poniendo mi mano en ella, recorrí la curvatura de su vientre. Estaba duro, suave, terso. Me entretuve acariciándola mas allá de lo educado, y de pronto descubrí que mis caricias habían provocado un efecto no deseado, sus pezones se habían endurecido y se me mostraban a través de la fina tela del vestido. Se había quitado el sujetador, para que no se le transparentara, y al percatarme de ello, estuve a un tris de tocarlos. Tenerlos tan cerca, con su aureolas en pleno florecimiento, me excitó pero todavía mas al mirarle a la cara y descubrir que ella también se había calentado. Como un par de tontos nos quedamos callados, sabiendo que lo que ambos sentíamos en ese momento era muy fuerte, y solo gracias a que en ese preciso instante sonó mi teléfono, pudimos separarnos.
Era el gran jefe, que quería que fuera a su oficina. Aprovechando que me llamaba, salí de mi despacho, casi sin despedirme de ella, pero no había pisado casi el pasillo cuando ya había decidido que tenía que hablar con ella. Don Roberto me hizo esperar mas de medía hora en la puerta, sentado en la sala de espera no podía quitarme de la cabeza su boca entreabierta como esperando que mis labios la cerraran, esos senos hinchados pero sugerentes y ese cuerpo germinado.
-Pase-, me dijo la asistente del jefe.
El viejo me esperaba tras de su imponente mesa, aunque en la compañía todo el mundo le tenía miedo, a mi me caía simpático. Era una ave de presa, frío, interesado, siempre dispuesto a comerse a un competidor, pero a la vez justo, honesto, imparcial, nunca entraba en chismes de oficina, solo valoraba a sus empleados por sus resultados, eso sí estaba educado a la antigua con retrógrados principios morales.
-Fernando, quería hablar contigo-.
-Usted dirá-, frase protocolaria que realmente quería decir: “aquí su esclavo para lo que desee”.
-Ha quedado vacante el puesto de director administrativo, y he pensado en ti-, increíblemente me estaba diciendo que me iba a nombrar número dos de toda la empresa, –pero antes quiero que me aclares algo-.
“¡Malo!”, me quedé callado esperando saber cual era el problema, revisando mentalmente cual era su duda, por eso no pude reprimir una carcajada cuando me preguntó si era homosexual.
-No, jefe, no lo soy-, y marcándome un farol le dije: -Tengo pareja estable e incluso ya tenemos planes de boda-.
-No sabes como me alegro, siempre he tenido buena imagen de ti, y por eso me costaba creer ese bulo. Para celebrar tu ascenso te espero a cenar en mi casa, y vente con tu novia-.
La entrevista había terminado, por lo que levantándome del asiento, me despedí de él, saliendo hecho un mar de nervios. Me había metido en un problema y no sabía como solucionarlo. Al llegar a mi despacho, Ana estaba esperándome, quería saber que es lo que quería el presidente de la compañía, pues era raro que se dirigiera a un subordinado directamente.
Temblando por la preocupación, le expliqué que me habían ascendido, pero que para ello había tenido que inventarme una novia y ahora no sabía que hacer. No tenía a ninguna amiga con suficiente confianza para pedirle que se hiciese pasar por ella.
-Si la tienes-, me contestó con decisión , -recógeme a las nueve-.
-¿Harías eso por mí?-.
-Claro, pero te voy a pasar la cuenta del vestido que me voy a comprar, y te aviso, te va a salir caro-.
No me dio tiempo de contestarla, porque antes de que me diera cuenta, ya se había ido. Había quedado como un imbécil otra vez, me había ofrecido su ayuda y yo no se lo había agradecido.
Me fui a casa, preocupado, no tanto por la atracción que sentía por Ana, sino por que Don Roberto descubriera nuestra farsa, me jugaba mi futuro profesional. Me fue imposible tranquilizarme mientras me preparaba para ir a la cena. Como no quería llegar tarde a la cita salí con tiempo suficiente a recoger a mi secretaria de forma que cuando toqué en la puerta de su casa eran la nueve menos cuarto.
Me recibió todavía sin acabar de vestir, y por eso me hizo pasar al salón para esperarla. Verme solo, me dio la ocasión de chismear las fotos de la librería buscando una que me diera una pista de quien podría ser el padre del niño, pero solo encontré fotos de su infancia en el pueblo con sus padres y una del personal de la oficina. Me quedé mirando esta última, en ella Ana aparecía abrazada a mí. No me acordaba de que nos la hubieran hecho, debía de ser de la fiesta en la que me cogí esa gran borrachera, de esa noche no me acordaba de nada a partir de la una de la madrugada, solo tenía recuerdos del enorme dolor de cabeza con el que me desperté.
Un ruido me hizo dar la vuelta, era Ana que salía de su cuarto. Pero lo que vi, no era a mi secretaria sino a una diosa. Envuelta en un breve vestido de raso negro, llegó a mi lado contorneándose sobre unas sandalias con tacón. No me podía creer la transformación, era impresionante. El escote sin ser exagerado, dejaba intuir la perfección de sus senos de embarazada, y la tela pegada sobre su piel no escondía sino mostraba la voluptuosidad de sus formas.
-¡Uauhhh!-, solté al verla sin poderme reprimir.
-Eres tonto-, me dijo riéndose por mi reacción, y dándome un beso en la mejilla, me informó que ya podíamos irnos.
No se dio cuenta de la tremenda erección que me provocó el olerla y posteriormente verla agachándose a por su bolso. O llevaba un diminuto tanga o no llevaba nada, por que sus dos nalgas me pedían silenciosamente que las tocara.
Hecho un flan le abrí su puerta para que se subiera al coche, y al hacerlo la raja de su falda me dejó contemplar en su plenitud sus piernas contorneadas. “Pero que buena que esta”, me dije para mis adentros, “como no me di cuenta antes”. Rápidamente intentando no pensar me senté al volante.
-¿Me ayudas?-, la escuché decir.
Tenía problemas con el cinturón que se había quedado bloqueado. Al intentar destrabarlo pasé mi mano por enfrente de su pecho, fue un ligero roce pero suficiente para alterar mi biorritmo. Ella, con la mirada al frente, trataba de disimular pero dos pequeños botones la delataron bajo la tela. La había excitado el contacto. Sabiendo que o arrancaba el coche o no sería capaz de detenerme, aceleré saliendo del parking.
Durante todo el trayecto, no dejé de mirar de reojo a mi acompañante, su cara, sus ojos, su pecho, sus piernas. Casi al llegar a nuestro destino, se percató de mis miradas y haciéndose la indignada me preguntó:
-¿Te gusta lo que ves?-
Estaba jugando conmigo y yo lo sabía, pero aun así le contesté afirmativamente. Y provocándome de manera descarada se levantó un poco el vestido diciéndome:
-¿Verdad, que me queda bien el moreno?-.
-No seas mala, te estas aprovechando de que hemos quedado con el gran jefe, que si no-
-Que si no, ¿qué?-
-Te violaba-, le dije un poco mosqueado.
Se rió a carcajada limpia, la burrada que le había soltado le había encantado, y profundizando en su guasa, me dijo que me conocía y que sabía que no me atrevería jamás. Con mi orgullo herido, paré a la derecha, y agarrándola suavemente del pelo, la atraje dándole un beso, mientras mis manos acariciaban su espalda. Era un primer beso, robado, pero beso al fin y ella no se había resistido.
-¡Te has atrevido!-, me espetó un poco confusa.
-Si-, le contesté reanudando la marcha.
Estaba encantado, le había demostrado que si juegas con fuego puedes quemarte, sin darme cuenta que era yo el que se había quemado, al notar que seguían sus labios en los míos, aunque estuvieran a un metro. Ella en cambio se mantuvo seria los tres minutos que tardamos en llegar al chalet de la cena. Pero al bajarme para abrirle la puerta, sonriendo con una cara de pícara que asustaba, me informó que pensaba vengarse.
El propio Don Roberto fue quien nos abrió, el puto viejo se quedó embobado mirando a mi supuesta novia mientras nos invitaba a pasar. Menos mal que llegó su esposa, una señora cañón, a la que le debía de llevar al menos treinta años. No le echaba más de cuarenta.
-¿Donde tenías escondida a este bombón?-, me preguntó mi jefe.
-Ana trabaja en la compañía, es mi secretaria-, le contesté con aprensión, pensando que le podría sentar mal el hecho que de que hubiera abusado de mi estatus.
Si le molestó, no dio señales de ello, al contrario acercándose a Ana, le felicitó por la futura boda y nos preguntó cuando iba a ser. La muchacha me dirigió una de esas miradas asesinas que lanzan las mujeres cuando nos agarran en un renuncio, pero reponiéndose al momento, pegándose el vestido con las manos a su abultado vientre contestó:
-Ya sabe usted, Don Roberto que Fernando es muy tradicional, y no quiere que su hijo nazca fuera del matrimonio y por eso hemos fijado la boda para dentro de un mes-.
-Bien hecho, muchacho, ya sabía yo que eras un tipo de fiar. No hay cosa que mas me guste que uno se responsabilice de sus actos-, me dijo el viejo dándome un abrazo,- Ahora ya tenemos tres motivos que brindar, tu ascenso, tu boda, y el nacimiento de tu hijo-.
No había tardado ni cinco minutos en vengarse, y cuando lo hizo fue de manera brutal, poniéndome una soga al cuello de la que no podría librarme. El resto de la cena fue un interrogatorio masivo, que desde cuando salíamos, como me había declarado, que me había contestado, …. que mi “queridísima novia y futura esposa” sorteó con facilidad inventándose una bonita historia acerca de un acoso y derribo por mi parte, y una negación inicial por la suya. En pocas palabras, lo nuestro fue “flechazo por coñazo”. Buena la había hecho, ahora o transigía y me casaba o perdía mi ascenso y hasta mi empleo.
Eres una cabrona-, le dije al oído en un momento que nos quedamos solos.

-¡Verdad que si!, amor mío-
, me dijo mientras su mano recorría mi trasero.
Debería de haberme indignado, pero percibir su caricia recorriendo mis nalgas mientras su olor impregnaba mi papilas, hizo que en vez de hacerlo, todo mi ser deseara besarla y abrazarla en ese instante. Como sería mi calentura, que tuve que acomodarme la servilleta, para que nadie viera mi erección.
Nadie excepto, Ana, que exacerbando mi vergüenza, recorrió la tela de mis pantalones haciendo una pequeña pausa en mi entrepierna.
Te estas pasando-, volví a susurrarle.
-Lo sé, amor mío-, disfrutaba de su juego. Su ojos irradiaban un brillo inusual, y como si fuera una cazadora, volvió a agarrar a su presa diciéndome:-Luego si quieres, no me vuelvas a hablar pero este es mi momento y no quiero parar-.
Sentí como su mano, se introducía debajo de la servilleta y bajándome la bragueta, liberaba mi ya sobreexcitado miembro. Su palma sobre mi piel, era tersa, deliciosamente tersa, y los movimientos verticales que le imprimió a mi sexo, una locura. Me estaba masturbando mientras yo tenía que seguir dándole conversación a la esposa de Don Roberto. No sé si os ha ocurrido algo semejante, tener que disimular en público algo que normalmente, se hace en privado, es un corte pero brutalmente excitante.
-Ana, quédate quieta, por favor, si quieres seguimos en tu casa-, le murmuré horrorizado con la idea de correrme manchando la servilleta y que nos pillaran.
-¿Me lo juras?-
-Si-, le respondí, si me hubiera hecho jurar que me tenía que vestir de mujer, también lo hubiese hecho, todo con tal de no tirar al traste mi futuro.
Una sonrisa satisfecha iluminó su cara, había conseguido su objetivo, y tal y como había empezado terminó, cerrándome la bragueta sin que nadie se diera cuenta. Quizás ilusionada con la perspectiva, Ana me dijo en voz alta que estaba cansada. Fue el propio Don Roberto, quien apiadándose de mi secretaria y atendiendo a su estado, dio por terminada la reunión.
María, la esposa de mi jefe, me dio su brazo para acompañarme a la puerta, mientras el viejo hacía lo mismo con Ana. Perfecta anfitriona, que cuando su marido ni mi novia nos oían me dijo al oído:
-No me habéis engañado, no sois novios pero esa muchacha te conviene. Hazla feliz, es una buena chica, y si no te llena, siempre puedes llamarme-, me soltó mientras disimuladamente me acariciaba el trasero.
No sé que me había puesto mas cachondo, si Ana masturbándome en frente de todos o María proponiéndose como sustituta, lo cierto es que nada mas acomodarme en el asiento de mi coche, estaba brutísimo, con mi sexo erecto y sudando por la excitación.
Mi supuesta novia estaba un poco cortada, esperando cual iba a ser mi actitud, en cuanto estuviéramos solos.
No tardé en sacarla de su duda al decirle:
-Quiero verte los pechos-.
Me miró sorprendida pero a la vez divertida, y bajando por sus hombros los dos tirantes, me mostró su torso. Sus dos pechos hinchados por el embarazo, fueron descubriéndose lentamente mientras sus dueña me preguntaba si me gustaban. Alargando mi brazo, los acaricié suavemente, sus negros pezones se erizaron solo con la cercanía de mis dedos. La suavidad de su piel me sorprendió, aunque luego supe que para evitar estrías, la muchacha se embadurnaba de crema, lo cierto es que me en ese momento me recordó a la piel de un bebé. Mi pene dio un salto dentro del pantalón, cuando noté que la mano de la muchacha se acercaba a mi entrepierna.
-¿Puedo?-, me preguntó mientras lo sacaba de su encierro, y sin esperar a que respondiera, agachó su cabeza sobre mis piernas, introduciéndoselo en la boca abierta.
Dudando si podría conducir con ella entre mi piernas, traté de retirarla, pero ella insistió diciendo:
-Conduce y déjame hacer-
Volví a sentir como la humedad de su boca envolvía toda mi extensión mientras con su mano acariciaba mis testículos. Su lengua recorría todos los pliegues de mi glande, lubricando mi extensión con su saliva. No me podía creer que la mujer que llevaba meses volviéndome loco, estuviera ahora haciéndome una felación. Era excitante, ver como se retorcía en el asiento buscando la mejor posición para profundizar sus caricias. No pude contenerme y levantándole el vestido descubrí que como había supuesto no llevaba bragas.
La visión de sus nalgas desnudas incrementó mi calentura, y pasando mi palma por su trasero, lo acaricié sin vergüenza alguna. Ella suspiró al sentir mi mano, recorriendo su culete. Mucho mas envalentonado por su respuesta, alargué mi brazo rozando su cueva. Esta vez fue un gemido lo que escuché, mientras uno de mis dedos se introducía en su sexo. Estaba totalmente licuado, el flujo lo anegaba, mostrándome claramente su excitación.
Ana estaba fuera de sí, buscando su placer se estaba masturbando brutalmente mientras devoraba mi miembro, metiéndoselo por completo en su garganta. Nunca nadie se había introducido mi pene hasta la base, jamás había sentido la presión que me estaba ejerciendo, con sus labios besándome el inicio de mi falo. “No debe de poder respirar”, pensé justo antes de oír como se corría empapando mi mano y la tapicería de asiento. Fue bestial mirarla arquearse y estremecerse por su orgasmo , sin sacar mi sexo de su boca, intentando que yo profundizara mi caricias. Absorto disfrutando de su climax, estuve a punto de chocar contra el coche que tenía enfrente, lo que me hizo recapacitar y decirle que parara, que ya estábamos cerca de su casa, y que podíamos esperar a terminar allí.
Mi frenazo y su susto consecuente, le hizo comprender que tenía razón y acomodando su vestido, me miró diciendo:
-No tienes porque subir sino lo deseas-. Su cara mostraba pena.
-Si quiero-, fue toda mi respuesta.
El silencio se adueño del vehículo, ni ella ni yo hablamos el resto del trayecto, pero tampoco, cuando después de aparcar subimos en ascensor hasta su piso. Ana no las tenía todas consigo cuando tras hacerme pasar a su salón, me dijo que si quería una copa.
-No-, le contesté,- Vamos a tu cuarto-
Sin saber todavía a que atenerse, me llevó a su habitación, temiendo haberse pasado. De pie al lado de la cama, la atraje hacía mi, y acercando mis labios a los suyos, la besé. Fue un beso posesivo, mi lengua forzó su boca mientras mis manos se apoderaban de su trasero. Ella respondió frotando su pubis contra mi pene, haciéndolo reaccionar.
Tranquila, quiero disfrutar de ti-, le dije mientras la despojaba del vestido.
Nada mas retirar los tirantes, cayó al suelo, permitiéndome observarla totalmente desnuda por primera vez. Era impresionante, su cuerpo era de escándalo con grandes pechos y cintura estrecha que el embarazo no había deformado todavía.
De buen grado me hubiera quedado observándola durante horas, pero decidí tumbarla en la cama. Ella se dejó llevar. Teniéndola sobre el colchón, empecé a acariciarla. Mis manos recorrieron su cuello, bajando por su cuerpo. Los dos negros botones reaccionaron incluso antes de que los tocara, de forma que recibieron mis caricias duros y erguidos. Mi secretaria gimió cuando pellizcándolos le dije que eran hermosos.
Realmente eran bellos, bien formados, suaves y excitantes. No dudé en sustituir mis yemas por mi lengua, y apoderándome de ellos, los mamé como iba a hacer su hijo en unos meses. Tener su botón en mi boca, mientras tocaba su hinchado vientre, era una gozada. Me sentía como un lactante, disfrutando de su alimento.

Quería poseerla, pero lentamente. Por eso poniéndome de pié, me desnudé apreciando sus ojos clavados en mi cuerpo. Su mirada era de deseo, no de lascivia, me observaba ansiosa, nerviosa, temerosa de fallarme. Ya sin ropa, me tumbé a su lado abrazándola. Ella pegándose a mí, restregó su pubis contra mi sexo, buscando la penetración, pero la rechacé diciéndole:
Antes quiero, tocarte-, le dije concentrándome en su embarazo. Su vientre estaba precioso, con la curvatura típica de la mujeres embarazadas, mi lengua fue recorriéndolo hasta hallar un ombligo casi desaparecido por la tensión de su piel.
-¡Que buena estas!-, me escuchó decir mientras notaba que me acercaba a su entrepierna. Su sexo olía a hembra hambrienta, bien depilado era excitante, pero aun mas era observarla abrir sus piernas dándome vía libre a que me apoderara de su clítoris.
Separando sus labios, como si fueran los pétalos de un fruto largamente ansiado, apareció ante mí un más que erecto botón rosado. Primero lo tanteé con la punta de mi lengua, antes de apretarlo entre mis dientes mientras pellizcaba sus pezones. No llevaba todavía un minuto recorriendo sus pliegues cuando mi boca se llenó del flujo que manaba de su cueva. La muchacha que llevaba gimiendo un buen rato, aferró con sus manos mi cabeza en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo. Paulatinamente, éxtasis fue incrementándose a la par de mi calentura. No dejé de beber de su rio, hasta que llorando me imploró que le hiciera el amor.
-¿Te gusta?-, le pregunté cruelmente, poniendo la cabeza de mi glande en su abertura.
Si-, me respondió todavía con la respiración entrecortada por el orgasmo pasado.
-¿Mucho?-, le dije, mientras jugaba con su clítoris.
-¡Si!-, contestó, apretando sus pechos con su manos.
Escucharla tan caliente, me calentó, e introduciendo la punta de mi pene en su interior, esperé su reacción.
-¡Hazlo!, por favor, ¡no aguanto mas!-.
Lentamente, centímetro a centímetro, le fui metiendo mi pene. Toda la piel de mi extensión, disfrutó de los pliegues de su sexo al hacerlo. Su cueva, que era estrecha y suave, ejercía una intensa presión al irla empalando. Su calentura era total, levantando su trasero de la cama, intentaba metérsela mas profundamente pero chocaba contra su embarazo.
Me recreé viéndola tratando infructuosamente de ensartarse con mi pene. Estaba como poseída, su ganas de ser tomada eran tantas que incluso me hizo daño.
-Quieta-, le grité, y alzándola, la puse a cuatro patas.
Si ya era hermosa de frente, por detrás lo era aún mas, sus poderosas nalgas escondían un tesoro virgen que estuve a punto de desvirgar, y que no lo hice solo por estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro. Poniendo mi verga en su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás. Pero o bien no me entendió, o tenía demasiadas ganas, por que nada mas notar la punta abriéndose camino dentro de ella de un solo golpe se la insertó.
Gimió al sentirse llena, pero al instante empezó a mover sus caderas, recreándose en mi monta. Mi yegua relinchó al sentir que me asía a sus pechos iniciando mi cabalgata, mientras mi pene la apuñalaba sin piedad. Escuchar sus suspiros, cada vez que mi sexo chocaba contra la pared de su vagina, y el chapoteo de su cueva inundada al sacar ligeramente mi miembro, fue el banderazo de salida para que acelerara mi incursiones. Y cambiando de posición, agarré su melena como si de riendas de tratara y palmeándole el trasero, la azucé a incrementar su ritmo. Eso, la excitó más si cabe, y chillando me pidió que no parara. Con su respiración entrecortada, no dejaba de exigirme que la tomara, que quería sentirse regada por mí.
Todavía no quería correrme, antes me apetecía verla convulsionarse en un segundo orgasmo, por lo que dándole la vuelta, me apoderé de su clítoris con mis dientes, a la vez que le introducía dos dedos en su vagina. Su sexo tenía un sabor agridulce que me volvió loco, y usando mi lengua como si fuera un micro pene, la introduje recorriendo las paredes de su cueva, mientras sorbía ansioso el flujo que manaba su interior. Esta vez la muchacha berreó brutalmente al notar como su placer la envolvía derramándose sobre mi boca, y sin poderlo evitar se corrió retorciéndose sobre la cama.
Insatisfecha, y queriendo más, me tumbó boca arriba, y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro, mientras lágrimas de placer mojaban mis piernas. Sus pechos rebotaban al compás de sus movimientos y su vientre rozaba el mío en un sensual contacto. Estaba hipnotizado con sus senos, su bamboleo y la imposibilidad de besarlos al chocar con su embarazo, me habían puesto a cien. Mojando mis dedos en su sexo, los froté humedeciéndolos, tras lo cual le pedí que fuera ella quien los besase.
Me hizo caso, estirándolos se los llevó a su boca y sacando su lengua los beso con lascivia. Tanta lascivia que fue demasiado para mi torturado pene, y naciendo en el fondo de mi ser, un genuino orgasmo se extendió por mi cuerpo explotando en el interior de su cueva.
Ana, al sentir que mi simiente bañaba su ya germinado vientre, aceleró sus embestidas consiguiendo culminar conmigo su gozo. Justo cuando terminaba de ordeñar mi miembro y la última oleada de mi semen salía expulsada, ella empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, se enroscaba en mi pene moribundo, dándome las gracias por sentirse mía.
Totalmente exhaustos, caímos sobre las sabanas. Estaba en el séptimo cielo, abrazado a la mujer que durante años no me había fijado pero que ahora era mi obsesión.
-Ana-, le dije totalmente subyugado por ella,- sé que no me he portado bien contigo, pero si me dejas me gustaría tratar a tu hijo como si fuera mío-
Sonrió y levantando su cara de la almohada me miró a los ojos diciendo:
-Todavía no te acuerdas-, no era una pregunta sino una afirmación.
-¿De que tengo que acordarme?-, le pregunté mosqueado.
-El día de la fiesta, ibas tan borracho que intentaste forzarme-.
-¿Qué?-
-Pero no te preocupes, por que al final fui yo quien te violó-, me dijo soltando una carcajada.
Mi mundo se desmoronó al escucharla, sabiendo que había caído en una trampa, de la que difícilmente podría escaparme, pero tras reflexionar un momento, dándole un tierno azote en su trasero, le dije:
Me excita verte preñada, por lo que estoy deseando que tengas a mi hijo, para volverte a embarazar-, esta vez fui yo el que se carcajeó, mientras ella dudaba si había elegido bien su pareja.

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