– No puedes dejarla así –le susurró Raquel a Sergio como si yo no pudiera oírles-, ¿no te gustaría follártela?.

– Tiene más que un polvazo –contestó él-, me encantaría, nena, pero… ¿A ti no te importa?.

– Pues claro que no, ¡tonto!. Si yo tuviera polla también querría metérsela… Anda, fóllala bien follada, que se lo merece.

Se besaron con pasión, y Sergio volvió a girarse hacia mí.

– ¿Tú quieres que te folle? – me preguntó.

Asentí con la cabeza sin poder apartar la vista de la poderosa estaca que me apuntaba. La perspectiva de tener esa larga polla dentro de mí volvió a hacer que mi coñito se licuase. Me levanté, constatando que a pesar de llevar aún puestos los tacones de vértigo que me había calzado con la intención de salir, la estatura de aquel dios de ébano todavía quedaba lejos de mi alcance. Estaba tan excitada, que no dudé en coger su miembro y acariciarlo para asegurarme de que no estaba viviendo un húmedo sueño.

– Creo que deberíais poneros cómodos- dijo Raquel a nuestro lado-. Si no, puede hacerte daño.

Su novio me cogió en brazos exhibiendo su fuerza, y me llevó al dormitorio para tumbarme en mi amplio lecho, dejándome con las piernas abiertas. Me manejó con destreza, como si fuera una muñeca, y eso acrecentó mi lujuria. Se puso de rodillas entre mis muslos, y se sentó sobre sus talones.

– Creo que yo también me pondré más cómoda- dijo mi amiga quitándose el top, el sujetador y la falda para quedarse en las mismas condiciones que yo.

Abrazó a su hombre por la espalda, y recreó mi vista con sus blancas manos recorriendo el oscuro y fuerte torso de Sergio. Me gustaba el contraste que hacían sus pieles, me resultaba erótico y fascinante, más aún cuando los dorados bucles de ella se posaron sobre el hombro de él mientras le besaba el cuello.

Con una de sus grandes manos, el novio de Raquel me tomó de las caderas haciéndome levantar el culo de la cama y rodear su cintura con mis piernas. Raquel, desde atrás, cogió su potente ariete con las suyas y situó el grueso glande entre mis labios vaginales.

– Uuufffffff… resoplé.

Sergio tiró de mis caderas empujando con las suyas con suavidad, hasta que la punta de su verga franqueó la entrada de mi coñito introduciéndose en mi humedad hasta llegar a la primera mano de su novia. Los tres resoplamos. Mi amiga quitó su mano y él siguió empujando lentamente, haciéndome sentir cómo dilataba mis paredes internas con el grosor de su miembro, hasta que llegó a la segunda mano de su chica.

– Hasta aquí llego yo –dijo Raquel apartándola.

– Uuuummmm… Estoy llena –contesté.

– Pero aún te cabe un poco más… – añadió él volviendo a empujar.

Un par de centímetros más de anaconda arrastrándose por mi gruta, y “¡Oh!”, me quedé sin respiración sintiendo cómo el grueso glande se incrustaba en lo más profundo de mí presionándome el útero.

– Eres profunda – me dijo él apretando los dientes al sentir cómo mis potentes músculos vaginales se contraían estrangulando su polla-. Pero hasta aquí hemos llegado, preciosa.

– Jodeeerrrr –contesté-, la siento muchísimo… la siento toda dentro… Me encanta…

– Jajajajaja –rio Raquel-. Lucía, ha podido meterte un poco más que a mí, pero aún le quedan tres dedos fuera…

– Diosssss… -proferí loca de excitación y gusto-, métemela toda…

– Ya me gustaría a mí –contestó él-, pero no voy a poder. Si hago fuerza para metértela entera, te reventaría por dentro. Ahora que te he medido, puedo follarte sin hacerte daño, ahora vas a ver.

El grueso invasor se deslizó hacia atrás relajando mis paredes internas, y con un medido golpe de cadera, volvió a llenarme golpeando mis profundidades para dejarme nuevamente sin aliento: “¡Ah!”. Repitiendo la operación para empezar a marcar el ritmo de un medido mete-saca que hizo mis delicias.

Mi amiga volvía a estar abrazada a la espalda de su novio, abarcando su pecho con sus manos, observando cómo me penetraba con la barbilla sobre su hombro.

Mis muslos se atenazaban a las caderas de aquel macho, y cada vez que su verga profundizaba golpeándome en lo más hondo, me dejaba sin respiración haciéndome jadear.

– Ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah,…

Él parecía concentrado, manejándome con precisión, pero a la vez disfrutando de mi fuego interno, del húmedo deslizamiento y del potente masaje al que mi coñito sometía su gruesa polla tratando de engullirla entera. Con sus embestidas, me movía adelante y atrás haciendo que mis dos montañas bailasen con un delicioso vaivén que tenía a la pareja absorta en su movimiento.

– Cuánto me han gustado siempre esas tetazas –dijo Raquel-. Cuánto las he envidiado y cuánto las he deseado…

Rodeó a su chico y se recostó a mi lado para agacharse sobre uno de mis pechos, cogiéndomelo con una mano y comiéndoselo a boca llena. Succionando su volumen como si se amamantara, acariciando el erizado pezón con su lengua y apretándolo con su mano, me llevó al delirio mientras su novio tiraba una y otra vez de mis caderas taladrándome sin descanso.

– Ah… ummm… ah… ummm,,, ah… ummmm… -me hacían gemir y jadear.

La superdotada longitud de aquel macho me hacía sentir tan llena de polla, que por un momento pensé que jamás podría conformarme con menos. El cuerpo de Lucía, mi cuerpo, era un regalo divino para ser disfrutado tanto por mí como por mis amantes, y me estaba proporcionando muchas más experiencias y satisfacciones de las que jamás habría imaginado tener siendo un hombre. Gozar de aquel enorme pedazo de carne dentro de mí, me pareció lo más sublime del mundo, haciéndome sentir eufórica.

Pero, de pronto, en medio de mi embriaguez de sensaciones y disfrute, descubrí que el placer que me proporcionaba Sergio no era completo. En realidad estaba experimentando más una excitación mental, abrumada por la fascinación que me producían sus atributos, que una auténtica satisfacción física por las sensaciones que me producía. Precisamente, la mayor virtud de aquel poderoso macho, también era su mayor debilidad. Su largo miembro le obligaba a contenerse todo el tiempo para no reventarme por dentro desgarrando el fondo de mi coño, por lo que su pasión era contenida, y en aquel momento de mi nueva vida en que yo ya había adquirido experiencia con distintos hombres, ese detalle se me hizo muy notable. La fogosidad con la que me habían follado todos mis amantes había caracterizado cada uno de mis encuentros, ensalzando cada uno de mis orgasmos hasta convertirlos en gloriosos, pero con Sergio no podía percibir ese arrebato, me estaba echando un polvo controlado. Sin embargo, había otro detalle fundamental que hacía que el novio de mi amiga no me proporcionase tanto placer físico como otros me habían dado: su glande golpeteaba y presionaba mi profundidad maravillosamente, y su corona y tronco estimulaban todo mi conducto exquisitamente, pero no podía sentir sus caderas golpeando contra las mías, su pelvis chocando contra mi vulva, mi clítoris frotándose contra él… Todas aquellas excelsas sensaciones que me hacían enloquecer, con Sergio quedaban a tres dedos de distancia.

A pesar de esos detalles, estaba disfrutando de la oportunidad única de tener a semejante semental llenándome por dentro, y no podía dejar de jadear gozando de los continuos pollazos que me estaba dando en mis profundidades.

Raquel me comía tan bien, con tanta dedicación y pasión mis danzantes pechos, que su glotonería era el complemento perfecto a las penetraciones de su novio. Con una de mis manos pude acariciar su culito y tersos muslos hasta que, colándola entre ellos, alcancé su mojada almeja para meterle dos dedos. Mi amiga gimió, y sin dejar de amasar mis pechos con su mano, sus labios fueron al encuentro de los míos.

– Mmmmm… Eso es, chicas –dijo Sergio desde las alturas-. No hay nada más sexy que dos bellas mujeres besándose.

Yo tenía la boca abierta para poder coger aire entre penetración y penetración, y mientras mis dedos entraban y salían de su coñito, Raquel acariciaba mis labios con los suyos eróticamente. Apenas los rozaba, con delicadeza, produciéndome un delicioso cosquilleo mientras recorría su contorno. Después depositaba dulces besos en ellos, apenas succionándolos, y la punta de su lengua los delineaba para colarse en mi boca y rozar levemente la puntita de la mía, haciéndome desear más. Pero ella volvía al leve roce de labios para reiniciar el proceso gimiendo con el placer que mis dedos le proporcionaban explorando su coñito.

Su novio, encantado al contemplar a las dos hembras que tenía a su disposición disfrutando también entre ellas, se recreó en reducir la velocidad con la que me bombeaba para prolongar el recorrido de su verga dentro de mí. Arrastrándola hacia atrás hasta llegar al límite de casi salirse y volviendo a empujar hasta presionar la boca de mi útero. Aquello me encantó. Podía sentir la corona de su grueso glande penetrando en mi interior lentamente, y cómo me iba dilatando desde la entrada hasta la máxima profundidad haciendo que mis músculos lo acogieran contrayéndose para exprimirlo. Esa manera de follarme me permitió recuperar el aliento y experimentar su mayor virtud en toda su extensión. Así sí que gozaba bien de su largo miembro, y me permitía responder a los suaves besos de Raquel besándola yo del mismo modo. Aunque yo estaba un peldaño por encima de ella en excitación, así que no pude reprimir mi pasión, y cuando la punta de su lengua se coló entre mis labios, la cogí con ellos y la chupé haciéndola entrar y salir en mi boca mientras mi dedo pulgar se unía a la fiesta en su coñito para masajear su clítoris mientras los otros dos dedos seguían penetrándola.

Mi doble maniobra la incendió, y mi amiga abrió más su boca para abarcar mis labios con los suyos y permitirme succionar su lengua entrando y saliendo entre mis suaves pétalos. Su mano soltó mis tetas y se deslizó por mi abdomen hasta alcanzar mi monte de venus. Con la palma abierta, lo acarició junto al ariete que entraba y salía de mi vulva y, partiendo de la barra de carne que la perforaba, subió entre mis labios vaginales hasta que halló mi húmeda perla para hacerla vibrar con rápidas caricias de su dedo corazón.

Me volví loca, aquello era lo que me faltaba para que aquel polvo fuese sublime. Mis dedos aceleraron las penetraciones en la cueva de Raquel, profundizando más en ella mientras mi pulgar le frotaba el clítoris con más ahínco. Mi boca, con gemidos ahogados, chupó con pasión su lengua y la enredé con la mía mientras nuestros labios se comían mutuamente. Mis muslos apretaron las caderas del macho, espoleándole para que acelerase su ritmo, y este respondió a mi requerimiento metiéndome su polla con más fuerza, incrustándose en mis profundidades a una velocidad de vértigo.

Mi cabeza comenzó a dar vueltas, empecé a sentirme mareada, como si flotara entre las nubes de una tormenta de sensaciones y puro placer, hasta que me sentí propulsada por encima de esa tormenta con un rayo que recorrió mi espina dorsal, elevándome por encima de las nubes para ver el brillante sol de un potente orgasmo que me hizo convulsionar.

Raquel liberó mi boca permitiéndome gritar mi gozo:

– ¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhh!!!.

Mi mano se contrajo con fuerza en su coñito, incrustándosele mis dedos en forma de garra de águila.

– ¡Joder! –dijo-, ¡¡¡yo también me corrooooooooooooooooooooohhhh!!!.

Sin dejar de darme dura carne entrando y saliendo de mí, Sergio contempló el espectáculo de tenernos a ambas en pleno éxtasis, observando nuestros femeninos rostros envueltos en gestos de placer y lujuria. Y cuando las dos ya nos relajamos, anunció:

– Nenasssss, yo tammmbién mmmme voy a correeeeerrrrr…

– ¡Córrete dentro de mí! –exclamó de inmediato su chica.

Con la velocidad del rayo, Raquel se puso sobre mí a cuatro patas, quedando su rostro a la altura del mío.

– Lo siento, preciosa –me susurró-. Me gusta compartir, pero sigue siendo mío… -añadió guiñándome un ojo.

Sentí como la verga salía de mí y Sergio me soltaba permitiendo que mi culo se apoyase en la cama. Mis piernas soltaron la tenaza que habían hecho alrededor de su cintura, y él cogió a su novia por sus caderas, atrayéndola hacia sí, para apuntar con su lanza hacia la jugosa almeja. Mi amiga apoyó los codos en el lecho, ofreciéndose sometida, y quedando sus pechos aplastados sobre las míos, con nuestros rostros casi tocándose.

– Uuuuuuuuuhhhhhh –aulló cuando su chico metió en su chorreante coño su potente polla bañada con mi orgasmo.

Él la sacudió adelante y atrás con varias envites rápidos que le hicieron gemir con sus pechos restregándose contra los míos, hasta que cerró los ojos y le escuché a él:

– ¡¡¡Ooooooooohhhhh!!!… ¡Ooooooohhhhhh!… ¡Ooooooooooohhhh!…

Esa característica corrida de caballo estaba escaldando las profundidades de Raquel, inundándola del hirviente semen de su hombre, y eso le hizo corear los gemidos de su chico con su propio grito triunfal ante mi rostro por un nuevo orgasmo:

– ¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhh!!!.

– ¡Oooooooohhhhh!… ¡Ooooohhhh!… ¡Oooohhh!… – terminaba de descargar él.

Al sacarle la verga, sentí un par de cálidas gotas cayendo sobre mi propio sexo.

– Cariño –dijo aún resoplando-, no seas egoísta. Ya que no he podido correrme en tu amiga, por lo menos déjale que sacie su apetito…

– ¡Um, claro! – contestó ella gateando para situar su coñito sobre mi rostro.

Una gota de blanco y denso líquido cayó sobre mis labios y, sin siquiera pensarlo, la relamí. Raquel bajó sus caderas haciéndome llegar el penetrante olor de su encharcado sexo hasta que lo situó en mi boca. Cogí su culito y abrí mis labios para meterle la lengua a través de su vulva degustando su sabor de mujer. Acoplé mis labios a los suyos, y metiéndole más la lengua entre los suaves y calientes pliegues de su piel, succioné. Identifiqué el sabor y textura del denso y cálido elixir de macho arrastrándose por mi lengua y bajando por mi garganta, mezclado con fluido de hembra en una exclusiva combinación de los orgasmos de aquella pareja. Retorcí mi lengua en el coñito de mi amiga, y ella, con carcajadas de satisfacción, contrajo sus músculos ayudándome a exprimir todo el zumo de su fruta para llenarme la boca con la abundante corrida de su hombre, que le había llenado las entrañas de su leche logrando que volviera a correrse con él. Me sacié del néctar de ambos.

– Mmmmm, Lucía –dijo Raquel levantando su culito-, si sigues así me reinicias, y entonces no podremos parar… Estoy sedienta, ¿qué tal si tomamos algo?.

– A mí me vendría muy bien –contestó Sergio-. Me habéis dejado seco.

Era una buena idea. Los acontecimientos se habían precipitado de forma vertiginosa y completamente inesperada. Hacía poco más de una hora que había estado preparada para salir a tomar unas copas con mi amiga y su novio, pero en lugar de eso, ambos me habían tomado a mí para hacerme partícipe de la pasión en la que se encontraban envueltos.

Nos vestimos y serví unas nuevas copas en el salón. Con Raquel y Sergio la naturalidad fluía sin ningún obstáculo. Aquel episodio no tenía mayor trascendencia para ellos, no le daban más importancia que la de una excitante experiencia compartida para ponerle un poco más de picante a su relación. Yo alucinaba con ellos, y ante mi asombro por haber hecho un trío con tanta facilidad, mi amiga me confesó que era la primera vez que metían a una tercera persona en sus relaciones sexuales.

– ¡Joder!, si es que apenas lleváis un mes juntos –le dije.

– Un mes muy intenso –contestó Sergio-, y Raquel ya me había hablado mucho y muy bien de ti… Tenía muchas ganas de conocerte.

– Claro –añadió mi amiga-. Esto ha pasado por ser tú, ¡a ver si te crees que vamos por ahí follando con cualquiera!.

Los tres reímos a carcajadas, y entre tragos seguimos bromeando. Me encontraba tan cómoda con mi amiga y su chico, eran tan abiertos, liberales y desenfadados, que cualquier juicio o consideración moral quedaba en agua de borrajas con ellos. En mi vida como Lucía, y a base de buen sexo, ya había derribado varios muros de prejuicios, trastocándose mi escala de valores hasta hacerse infinitamente más laxa de lo que había sido cuando era un hombre, lo cual me resultó irónico, pues antes me había considerado una persona muy liberal.

Enseguida me habitué a su total ausencia de decoro en sus mutuas muestras de afecto. Antes de sucumbir tan fácilmente a ellos, me había sorprendido ver cómo no dejaban de toquetearse mientras charlábamos, pero en ese momento, me parecía lo más normal del mundo observar cómo Sergio se chupaba un dedo y colocaba la mano bajo el culo de su chica para que ésta se sentase sobre él introduciéndoselo con un gemido, mientras ella acariciaba el miembro de su hombre marcándose escandalosamente en la pernera de su pantalón. Aquello me hizo morderme el labio de puro deseo.

– Ven –dijo Sergio viendo mi gesto-, tengo otra mano para ti –añadió chupándose un dedo.

Ni por un momento lo dudé. Me había convertido en una hembra lujuriosa, y cualquier pequeña chispa servía para incendiar mi lascivia, así que me acerqué a él, y apartando la tira de mi tanga me senté sobre su dedo para que entrase suavemente por mi culito haciéndome suspirar. Yo también acaricié su tremenda tercera pierna, y los labios de su novia fueron al encuentro de los míos para besarnos mientras aquellas falanges hacían las delicias de nuestras entradas traseras.

– Me gusta tu culo, Lucía… -dijo él-. Tan redondo y firme…Parece profundo…

– Yo creo que lo es –añadió su chica-. Antes le metí dos dedos sin ningún esfuerzo.

– Bueno –contesté-, lo que tú has estado entrenando con la garganta –le dije a ella-, yo lo he estado entrenando con el culito.

– Te gusta que te den por detrás, ¿eh? – preguntó Sergio trazando círculos con su dedo.

– Ummmm… Me encanta…

– Raquel lo tiene pequeñito y muy apretado, aún no he podido meterle más que la puntita…

– ¡Vaya! –contesté-, con lo rico que es que te metan una buena polla por detrás… Lo siento por ti, Raquel.

Mi amiga me contó que lo habían intentado varias veces, pero su agujerito era estrecho, y el miedo al dolor ante el pollón de su chico le impedía relajarse, por lo que siempre habían desistido para acabar esmerándose en la garganta profunda.

– Yo no podré tragármela entera –le dije-, pero a lo mejor tu chico sí que puede metérmela toda por el culo… Me encantaría…

– Cariño –le dijo Sergio-. Tengo que probarlo. No todos los días se tiene a un pibón pidiéndote que se la metas entera por el culo…

– Lo sé… Y si yo tuviera polla también querría hacerlo… Date el capricho, aunque necesitaréis un poco de lubricación.

Sin necesidad de hablar más, Sergio y yo volvimos a desnudarnos. Él se quedó sentado con su tiesa e impresionante verga invitándome a lubricarla, y yo, encantada, acepté su invitación poniéndome a cuatro patas para meterme en la boca cuanta longitud de dura carne me cabía. Mientras chupaba con devoción embadurnando aquel negro cetro con mi saliva, sentí cómo Raquel separaba mis nalgas e introducía su lengüita entre ellas para acariciarme el ojal. El húmedo músculo me produjo un satisfactorio cosquilleo que me hizo succionar la polla de su novio con más ganas aún.

– Sí que te gusta el chocolate, sí… -me decía él acariciando mis colgantes pechos.

Mi agujerito ya estaba preparado, apenas necesitaba ser estimulado para permitir el paso de cuanto quisiera penetrarlo, así que la punta de la lengua de Raquel pudo mojarlo bien hasta donde su longitud le permitió, y fue ayudada primero por un dedo, y luego por otro, que se introdujeron cubiertos de saliva por mi orificio para dilatarlo con profundos movimientos circulares. Aquello me gustaba tanto, que me hacía perder todo control sobre mí misma, provocando que le comiese la polla a aquel hombre con auténtico ansia.

– Joder –dijo él gruñendo-, si sigues así no voy a llegar a metértela por el culo…

Raquel dejó de trabajarme el trasero, y yo solté la pollaza de su novio. Me puse sobre él, dándole la espalda, hasta que sentí su grueso glande entre mis glúteos. Sergio me sujetó por la cadera con una mano, y su chica me sujetó por la otra para ayudarnos.

– Eres una valiente –me susurró-, a ver hasta dónde llegas…

– Mmmmm… Si vamos despacio –contesté sintiendo el glande abriendo mi ano-, quiero que me la meta entera…

Raquel me besó y, haciendo que mis caderas bajasen, ayudó a que el ariete terminase de franquear mi entrada con su cabeza, haciéndome gemir con la exquisita sensación de su grosor dilatándome. Lentamente fui bajando y sintiendo cómo mis entrañas eran ocupadas por aquella pitón que se deslizaba hacia mis profundidades obligándome a realizar pausadas y largas respiraciones para que mi cuerpo aceptase a la invasora.

Con media verga metida en mi culo, Sergio dejó de apuntar sujetando su miembro con la mano, y puesto que su novia me sujetaba por las caderas dándome suaves lengüetazos en los labios, me agarró con fuerza de los senos elevando mi sensación de empalamiento hasta la gloria.

Levanté mi culito deslizándome por la dura pértiga, deleitándome con la maravillosa sensación de mis entrañas destensándose, pero sólo para volver a bajarlo ganando algunos centímetros más que me hicieron gritar de placer al sentir cómo me expandía por dentro llegando al máximo que sólo otro había alcanzado.

– Uuuummmm… aaaaaahhhhh… ¿me la has metido ya toda? –conseguí preguntar.

– Uffffff… aún no… aprietas muchísimo… me encanta… tengo que follarte…

Con sus manazas estrujándome las tetas, tiró de mí hacia arriba, y luego hacia abajo, hacia arriba, y hacia abajo… Metiéndome su negra verga por el culo para hacerme ver las estrellas con una profundidad que me hacía sentir completamente invadida.

Raquel tuvo que apartarse para permitir que su novio me follara en continuo sube y baja, y se quedó ante mí para desnudarse y ofrecerme su coñito situándomelo ante la boca. Con torpes lengüetazos, debido al movimiento, y casi ahogada por la falta de aliento que me dejaba la profunda sodomización, acaricié el húmedo clítoris de mi amiga, que me lo ofrecía separando sus labios con los dedos.

Con cada bajada, experimentaba cómo la pitón ganaba algún milímetro en el sondeo de mis entrañas, haciéndome enloquecer con la sensación de esa polla alcanzando profundidades que jamás habían sido exploradas. Mi cuerpo se posicionaba cada vez más oblicuamente al de aquel dios de ébano, y eso me permitía alcanzar mejor el coñito de su diosa de dorados bucles, quien jadeaba sintiendo cómo mi lengua acariciaba su botón y libaba el néctar de su flor.

El macho gruñía de placer, oprimiéndome los pechos con tanta fuerza, que me mantenía en la tenue frontera entre el placer y el dolor, mientras su taladro, sin encontrar una firme resistencia que impidiera su profundización, me penetraba más y más ensartándome hasta que mi inclinación hizo que sus manos bajasen por mi cintura y me sujetasen por las caderas. Tras varios sube y baja de mi pelvis, cada vez más prolongados por la mayor longitud que horadaba mi cuerpo en cada descenso, sentí cómo la sensible piel de mis nalgas chocaba contra el pubis de mi empalador.

– ¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhh…!!! – grité extasiada con toda esa larga verga alojada en mi cuerpo y mis glúteos aplastados.

El orgasmo sacudió mi espalda y me hizo abandonar la almeja de Raquel para incorporarme gritando de puro placer, sintiendo toda esa dura carne invadiendo mis entrañas, expandiéndolas con una exquisita tensión que me obligaba a contraer todos mis músculos. Sentía el grueso glande tan dentro, que tenía la sensación de que llenaba todo mi abdomen y alcanzaba mis costillas… Era una sensación sublime que se magnificaba aún más al sentir mi culo apretado contra su pelvis, confirmándome que aquel superdotado macho había podido meter toda su larga virilidad dentro de mí. Estaba ensartada, empalada, atravesada, invadida y tan extasiada por tan excepcional penetración, que mi orgasmo se prolongó durante unos momentos en los que mi placentero torturador sólo pudo gruñir sintiendo cómo todo mi cuerpo estrangulaba su estaca en toda su extensión.

– ¡Joooodeeeeerrrrr! –exclamó entre dientes al declinar mi orgasmo-, nunca la había metido entera… cómo aprietasssss, Luciaaaaaaahhhh… Tengo que darte duroooo…

– ¡Uf! – exclamó Raquel-. Cómo me gustaría estar en la piel de cualquiera de los dos… Aprovecha, nene.

Sin sacármela más que tres o cuatro dedos, y haciéndome jadear como una perra en celo al moverse dentro de mí, Sergio me manejó a su antojo para colocarme a cuatro patas sobre el chaise longe del sofá, con mis rodillas al borde del asiento y quedando él en pie. Me sujetó por las caderas, y me embistió golpeándome las nalgas con su pelvis al desaparecer su negro rabo entre mis cachetes. Grité de placer al volver a sentirme como la vaina de una larga espada medieval, disfrutando de ese azote que me encantaba sentir cuando me daban por el culo, gozando de esa fogosidad casi violenta que anteriormente había echado de menos.

– ¡¡¡Aaaaassssssíííííííí…!!!, ¡sigue dándome así…!

– ¡Uuuufffff! –resopló él-. ¡Esto es lo mejor!. Nunca he podido dar como a mí me gustaría… Lucía, voy a romperte este bonito culo que tienes…

No tuve tiempo de contestar, sólo pude resoplar al sentir cómo toda su anaconda se deslizaba por mis entrañas relajándolas para volver a invadirlas con una potente embestida que hizo que mis brazos se doblaran para acabar con mi rostro sobre un cojín.

– Así, con el culo en alto es aún mejor… -dijo.

Y empezó a darme un prolongado mete y saca que se iniciaba lentamente, con salida casi total de mí para volver a penetrarme lentamente hasta la profundidad que hasta ese día yo había creído máxima. Entonces, con un poderoso empujón, me metía el resto de su polla haciendo que mis pechos rebotasen contra mi barbilla al golpear sus caderas contra mi culo, con sus enormes pelotas estrellándose contra mi chorreante vulva.

Cómo me gustaba esa salvaje pasión y que me castigaran de aquella forma. Sergio me daba un placer extremo, haciéndome sentir que ardía por dentro y que podría estallar nuevamente en un glorioso orgasmo en cualquier momento, enajenada por sus largas penetraciones traseras y brutales empotramientos finales.

Y así me folló a placer, disfrutando la magnífica sensación, que hasta entonces se le había negado, de darle toda su potencia a una mujer castigando con su pelvis las generosas redondeces de sus posaderas.

Sergio se detuvo, y sentí que me quitaban el cojín de debajo de la cara. Percibí el penetrante aroma de la excitación femenina, y al abrir los ojos, vi cómo Raquel se sentaba ante mí abierta de piernas, colocando su sexo bajo mi rostro. Puso su mano sobre mi cabeza, y me hizo bajar.

– Ahora sí que cómeme bien, preciosa –me dijo-. Que me lo he ganado dejándote a mi novio para que te meta toda su polla por el culo.

Su chico volvió al ritmo de largo saca-mete, consiguiendo que con el último empujón me comiese la concha de su novia con gusto para los tres. Mantuvo la cadencia durante un rato, abrasando mis entrañas mientras el coñito de la rubia se licuaba en mi boca con las caricias de mi lengua y los besos de mis labios. Él gruñía, ella jadeaba y yo ahogaba mis gemidos en zumo de hembra.

– Joder, cómo me aprietas , Lucía… -le oí decir al macho-. Tengo que darte aún más duro…

Las largas penetraciones se hicieron más cortas y rápidas, repitiéndose más seguidamente los azotes en mis nalgas, haciéndome vibrar de gusto para comerme el sexo de mi amiga con más ansia. Ésta aceleró el ritmo de sus jadeaos, y comenzaron a convertirse en grititos hasta que, con un largo grito final, se corrió en mi boca. Sin embargo, su chico no podía dejar de darme más y más, metiendo y sacando con ganas, golpeando mis glúteos con decisión.

Me incorporé para permitir a Raquel echarse a un lado y contemplar cómo su novio me montaba con furia haciendo mis pechos bailar frenéticamente, escuchando nuestros gemidos y el continuo golpeteo de pelvis y culo, que seguía acelerándose más y más.

Sentía los dedos de Sergio atenazando mis caderas con tanta intensidad, que si no fuera por el placer que me estaba dando por detrás, me habrían causado dolor. Pero mi cuerpo estaba tan inmerso en la brutal enculada que me estaba dando, que sólo era capaz de percibir el gozo de mis entrañas perforadas y mi culito castigado. Todo el cuerpo de él estaba en tensión, y me movía adelante y atrás con frenesí. Yo sabía que estaba a punto de correrse, lo notaba, pero seguía y seguí dándome sin compasión y sin terminar de liberarse. En la febril piel de mis nalgas y curvatura de la espalda, sentía las gotas de sudor de él cayendo como helados copos de nieve, erizando mis pezones hasta hacérmelos sentir como incandescentes tizones. Y no pude más, me corrí como una loca, con mi grito de satisfacción entrecortado por sus rápidas y continuas arremetidas, sintiendo cómo se follaba todo mi ser a través de mi redondo culo para que mi profundo orgasmo se prolongara como si no pudiera tener fin.

– Me encanta, me encanta, me encanta… -decía él entre dientes mientras yo me corría.

Sentía mi cálido flujo vaginal corriendo por la cara interna de mis muslos, y el ano me ardía de la continua fricción. Mis entrañas se contraían y relajaban en un terremoto de sacudidas que me hacían sentir en el centro de una explosión pirotécnica.

– Necesito correrme, necesito correrme, necesito estallaaaaaarrrr… -repetía aquel que me estaba reventando por dentro.

– Córrete dentro, nene –le dijo Raquel-. Lucía se lo ha ganado de sobra.

– ¡No puedo!. Estoy tan justo dentro de ella, ¡me aprieta tanto que soy incapaz de correrme!..

– ¡Pues dale más fuerte!.

– ¡No! –exclamé con mi orgasmo finalizado. Pero no pude añadir más.

Sergio empezó a darme con tanta fuerza que sentí que realmente me desgarraría por dentro. No me dolía, mi cuerpo ya se había acostumbrado a esa profundidad y grosor, pero tras dos intensos orgasmos con aquel pedazo de polla dentro de mí, ya no era capaz de experimentar placer, Mis brazos volvieron a flaquear y acabé postrada con mi rostro apoyado en el chaise longue, sintiendo las violentas embestidas del semental como un martillo de demolición contra mis nalgas.

– ¡Joder, no puedoooooooooo…!.

– ¡Sácamela, que me revientas! –le grité yo.

Mi jinete, viendo que no podía soportar más estar a punto de estallar sin lograrlo, me sacó la polla y gritó en pleno orgasmo cuando su verga liberada empezó a soltar hirvientes borbotones de lefa sobre mi culo en pompa, escurriendo por mi espalda y provocándome un escalofrío que se grabó en mi cerebro como una inesperada y curiosa experiencia placentera. Aquella corrida no fue tan abundante como las anteriores, pero sí lo suficiente como para que toda mi ano y espina dorsal brillasen cubiertos de leche de hombre.

-¡Cómo la has puesto! –dijo Raquel.

Y para mi sorpresa, cogió mi culo y lamió el semen de mi ano, proporcionándome una refrescante sensación de alivio en mi escaldado ojal. Y después lamió mi columna vertebral, provocándome otro escalofrío con el que acabé por quedarme tumbada boca abajo.

– Estoy muerta –conseguí decir-. Ha sido brutal…

– Está claro que tendremos que practicar mucho más para lograr algo así–añadió Raquel-. Lucía, ¡me has dejado el listón muy alto!.

Los dos rieron, y provocaron mi risa.

Dolorida por los excesos, tras un rato de descanso, despedí a la pareja afirmando que estaba realmente rota y necesitaba un baño. Raquel y Sergio se despidieron prometiéndome que volverían a visitarme en cuanto pudieran y, entre risas, aseguraron que la próxima vez sí que saldríamos a tomar unas copas.

Tuve molestias traseras durante tres días, y me prometí a mí misma que jamás volvería a practicar el sexo anal, pero al igual que ocurre con las borracheras en las que dices que jamás volverás a probar el alcohol cuando sientes la resaca, no tardé mucho en romper mi propia promesa. De hecho, unas semanas después de aquello, recibí una foto de Raquel. Se veía su bonito culito blanco con forma de corazón, con la negra verga de Sergio entre sus redondeces presionando con el glande su agujerito. Al momento recibí otra foto: el negro glande había desaparecido introduciéndose en el pálido culito. Otra foto: el corazón blanco había engullido la mitad de la gruesa barra de carne que lo perforaba. Y por último, una foto con la cadera del chico presionando las nalgas de Raquel con todo su falo dentro de ella. Esta última foto tenía un mensaje: “¡Conseguido!. ¡Gracias, preciosa!”.

Aquellas fotos incendiaron mi lujuria, y deseé volver a sentir algo así.

CONTINUARÁ…

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