Capítulo 20: Un nuevo jugador.

No le resultó demasiado difícil seguirlos y veinte minutos después estaba de nuevo en el piso, vigilándolos por el telescopio y comiendo chetos. Poco tiempo después las luces se apagaron y en los auriculares solo se escuchó silencio.

Hércules se arrellanó en el rincón y trató de dormir un poco, pero el sueño no llegaba. Las imágenes de la pareja haciendo el amor se mezclaban con sus propios recuerdos con Akanke y Francesca, impidiéndole relajarse lo suficiente para conciliar el sueño. No sabía qué hacer para matar el tiempo así que llamó a sus madres. Cogió el teléfono Angélica. No le pudo contar lo que hacía realmente, pero su le dijo que le trataban bien, que se estaba adaptando a su nueva vida y que pronto podría volver a verlas. Angélica, como siempre que se veía envuelta en un crisis, mantuvo el dominio de sí misma y le dirigió palabras de ánimo que le emocionaron hasta el punto de hacerle soltar un par de lágrimas.

A continuación se puso Diana que no se mostró tan tranquila y ecuánime, conteniendo las lágrimas a duras penas le preguntó si comía bien y si era muy duro el tratamiento. La tranquilizó como pudo, diciéndole que de momento le daban pocos fármacos y no le hacían nada raro como reeducación o electrochoques.

Antes de despedirse les dijo que las vería en cuanto pudiese, pero que estaba en la fase de evaluación y no podría verlas hasta que esta terminase. Les dijo que se cuidasen mucho y sin poder resistir el tono lastimero de su madre biológica colgó el teléfono.

La conversación no le tranquilizó, comió otro puñado de chetos y se acercó al telescopio. El piso seguía en la oscuridad. Lo observó unos minutos y finalmente se dio por vencido y se dejó caer sobre el sofá, dejando sus brazos estirados sobre los reposabrazos del desvencijado artefacto, con la mirada perdida, intentando no pensar en nada que no fuese su misión actual.

Inevitablemente su cerebro le jugó una mala pasada y terminó pensando en La Alameda y su nueva vida. ¿Sería así siempre? ¿Estaría condenado a ser el brazo ejecutor de una organización al margen de la ley el resto de su vida? Eran preguntas que hasta ese momento no habían surgido en su mente porque la forma precipitada en la que se habían sucedido los acontecimientos no le había dado tiempo a reflexionar. Siempre había pensado que le daba igual y que lo que hiciesen con él no importaba, pero no era así, tenía una familia y tenía amigos en los que no había pensado cuando cometió todas esas barbaridades…

Una luz encendiéndose en el piso de Joanna le obligó a interrumpir sus pensamientos y a centrarse en la misión. Incorporándose se acercó al telescopio y se puso los auriculares. Sintiéndose un mirón acercó el ojo al ocular, se ajustó de nuevo los auriculares y echó un vistazo. Joanna se había levantado y cogiendo algo del armario, salió de la habitación y se encerró en el baño mientras su novio sonreía en la cama con las manos detrás de la cabeza, esperando.

Tras un par de minutos Joanna volvió a salir vestida con un espectacular conjunto de lencería de satén negro. Gracias a las potentes lentes del telescopio pudo ver las flores bordadas en el sujetador y el escueto tanga así como el fino bordado del elástico de las medias y las trabillas del liguero.

La joven se acercó a la cama y apoyó uno de sus pies sobre ella simulando ajustarse la trabilla de una de las medias. Julio se quedó observándola mientras se masturbaba lentamente por debajo de las sabanas.

Con una sonrisa traviesa Joanna se acaricio el muslo y la pantorrilla hasta llegar a la punta de sus pies provocando un rugido de satisfacción por parte de su novio. Al notar que había captado la atención de su amante se mordió la uña de su dedo índice, se acarició el interior del muslo y tiró del tanga hasta que este se quedó enterrado en la raja de su coño.

Julio observó con la mandíbula crispada como la joven se ponía de pie sobre la cama y se acercaba a él, lentamente, exhibiéndose y acariciándose, haciendo que subiese la temperatura de la habitación. A continuación se agachó frente a él, dejando que Julio se regodeara observando los voluptuosos pechos de la joven pujando por salir del encierro del sostén.

Mirando a su novio a los ojos, Joanna retiró la sabana descubriendo el cuerpo desnudo de su amante, no muy fornido, pero aun en forma y cubierto con una fina capa de vello plateado. Joanna enredó sus dedos con los pelos que cubrían el pecho del hombre y fue bajando hasta llegar a sus ingles.

Acarició la polla de Julio con la punta de sus uñas haciendo que esta se contrajese espasmódicamente. Julio gruño y se incorporó, alargando sus manos para intentar sobar los pechos de la joven, pero ella aun de pie solo tuvo que erguirse para ponerlos fuera de su alcance. El hombre rugió frustrado, pero su enfado se apagó cuando la joven se subió a la cama y alargó un pie y acarició con suavidad sus huevos.

A continuación se tumbó en el otro extremo de la cama mientras seguía acariciándole. La suavidad de la seda y los agiles dedos de sus pies hicieron que el hombre comenzara a gemir cada vez más excitado.

Desde el otro lado del ocular Hércules observó como la atención del hombre se centraba ahora exclusivamente en esos pies de dedos perfectos y uñas primorosamente pintadas. Con un gesto hambriento Julio cogió el pie y tiró de ella.

Lo acarició con suavidad y recorrió cada uno de sus dedos con los labios, besándolo y mordisqueándolo, consiguiendo que esta vez fuera Joanna la que gimiese enardecida y le acercase el otro pie ansiosa. Julio cogió ambos pies y tras acariciarlos unos instantes más los guio hacia su pecho y su vientre atrapando su polla con ellos.

Lentamente comenzó a masturbarse usando el hueco que formaban ambos puentes juntos. Joanna estaba tan excitada que comenzó a masturbarse a su vez. Se estrujaba los pechos con fuerza y entre gemidos se acariciaba el clítoris y se penetraba con los dedos apresuradamente.

El tanga pronto comenzó a empaparse con sus flujos a la vez que sus medias se humedecían con las secreciones preseminales de su amante.

Con un movimiento brusco Julio se incorporó y abriendo las piernas de Joanna la penetró de un golpe. Su polla resbaló con suavidad y el cuerpo de la joven se tensó al sentir aquel miembro duro y caliente en su interior. A continuación comenzó una salvaje cabalgada. Joanna se agarraba a Julio con desesperación rodeando el cuello de su amante con las piernas y clavándole las uñas en el pecho mientras él se multiplicaba empujando como un loco, estrujando sus pechos y sus culo, besando, mordiendo y lamiendo sus pálidos y titánicos muslos.

Joanna no aguantó más y se corrió gritando y declarándole a aquel gilipollas su amor. Julio, por toda respuesta se apartó y siguió acariciando y besando las piernas y los pies de la joven.

Cuando Joanna logró recuperarse se levantó y solto las trabillas del liguero quitándose las medias con lentitud delante de Julio. Los ojos de Julio estaban fijos en las manos de Joanna acariciándose las piernas mientras se masturbaba.

La joven se sentó al lado de Julio y frente a él, apartando las manos de su polla. Besándolo suavemente, acercó las suyas envueltas en las suaves medias a su polla y comenzó a pajearle. Julio comenzó a gemir roncamente acariciando el rostro y los pechos de la joven, cada vez más excitado hasta que no pudo aguantar más y apartando las manos de la joven se corrió sobre los pies de Joanna, manchado los pequeños dedos con varios chorreones de semen espeso y caliente.

Hércules no esperó a que se abrazasen y apagasen las luces y subió a la azotea para tomar un poco de aire fresco. Estaba tan excitado que casi se le pasó por alto el detalle. Dos edificios más allá, la brasa de un cigarrillo brilló en la oscuridad. Hércules se fijó inmediatamente, pero el desconocido también la vio y no esperó a ver quién era. Tirando la colilla echó a correr hacia la puerta que llevaba a las escaleras.

Hércules observó durante un instante la parábola que hacía la colilla antes de reaccionar y echar a correr tras aquella escurridiza sombra.

De dos largos saltos se encontró sobre la azotea de aquel edificio. Durante unos instantes dudo si debía lanzarse sobre la puerta y atrapar al tipo, pero solo tras pensar que después la sesión de sexo podía dejar a la pareja sola un tiempo y que quizás pudiese averiguar más si seguía a aquel desconocido, se convencio finalmente.

Era demasiado tarde para lanzarse tras el hombre escaleras abajo, pero cuando se asomó por el borde de la azotea vio como una figura salía del portal y se encaminaba a un todoterreno de aspecto mugriento. No le resultó demasiado difícil seguirlo saltando de tejado en tejado. Siguió al vehículo hasta que este se paró frente a un edificio en el distrito comercial. Cuando la figura salió del todoterreno, la luz de una farola lo iluminó de lleno descubriendo a un hombre enjuto, de mediana edad, con una fina perilla. Iba vestido con ropa oscura y su actitud y movimientos denotaban una gran confianza en sí mismo.

El desconocido echó un vistazo a su alrededor, asegurándose de que nadie le seguía y entró en un oscuro portal. Hércules no tuvo que esperar mucho antes de que una luz se encendiese en una ventana del tercer piso.

Se acercó al portal, forzó la antigua puerta sin dificultad y entró en un cochambroso recibidor. Estaba claro que aquel edificio había vivido tiempos mejores. En una esquina, unos sofás acumulaban polvo y unas plantas de plástico descoloridas por la luz del sol trataban de darle un ambiente un poco más acogedor.

En la pared derecha había una serie de placas identificando los distintos negocios que había instalados en el edificio. Más de un tercio estaban desocupados. Se acercó un poco más y las inspeccionó. La mayoría de los inquilinos eran pequeños negocios como cerrajeros, protésicos dentales y algún abogado. Recorrió la fila del tercer piso hasta que una de las placas le llamó la atención; “Sergio Lemman, Detective Privado”

No tuvo ninguna duda de que era él. Dando dos golpecitos en el número del despacho sonrió y se alejó camino de la escalera.

Entró como una tromba. De una patada arrancó la puerta del marco y se abalanzó sobre la desprevenida figura que se volvía sorprendida con el estruendo. A pesar de todo, el hombre mostró la suficiente sangre fría como para intentar sacar un viejo revólver de su pistolera, pero Hércules fue demasiado rápido, agarró la muñeca del hombre y la apretó hasta que este se vio obligado a soltar el arma.

Una vez desarmado Hércules le dio un empujón haciendo que cayese despatarrado sobre un ajado sofá cama.

—Buenas noches, Sergio Lemman, ¿En qué puedo servirle? —dijo el hombre recuperando la compostura y tendiéndole la mano con una sonrisa escurridiza.

—Encantado. —respondió Hércules sin intentar ocultar su enfado.

A continuación se estableció un tenso silencio que Hércules aprovechó para revelar al detective con su mirada que no estaba con ganas de bromas.

—¿Qué hacías en aquella azotea? —le preguntó Hércules.

—¿Qué azotea? —dijo el hombre sin ninguna intención de ocultar su mentira.

—Podría cogerte ahora mismo y sacarte a hostias todo lo que quiero saber. Créeme que lo conseguiría. —dijo Hércules ante la cara escéptica del detective— Pero solo te diré que la chica a la que estabas vigilando es la hija del cónsul danés. No hace falta que te diga que si le pasa algo se produciría un incidente internacional y tu serías el chivo expiatorio perfecto…

—Un momento, un momento. —le interrumpió Sergio— ¿Cómo sé que eso es cierto?

Sin dejarle terminar Hércules le mostró en su smartphone una noticia sobre una recepción en a que se veía a Joanna vestida de gala desfilar del brazo de su padre.

—¡Joder! ¿Por qué siempre me caen estos marrones a mí? ¿Es que nunca puedo tener un caso sencillo?

—Deja de quejarte y cuéntame que sabes.

—Yo no sé nada de la chica. Hace tres semanas una mujer que decía llamarse Triana Vázquez se presentó en el despacho y me dijo que sospechaba de su marido. Me soltó un pastón por vigilarle y documentar todos sus movimientos. En cinco días tenía pruebas suficientes para sacarle hasta los calzoncillos en el divorcio, pero ella, tras leer mi informe, dijo que necesitaba más y me soltó otro fajo.

—¿Qué sabes de la mujer?

—Poca cosa. Como ya he dicho se llama Triana Vázquez, aunque no creo que ese sea su nombre verdadero. Tenía pinta de actriz de culebrón. Treinta y tantos, alta, pelo castaño largo y lacio, ojos claros y grandes, nariz pequeña, labios gruesos y operados, lo mismo que los pechos, a juzgar por su tamaño y su firmeza y unas piernas de infarto. Vestía ropa cara y zapatos de tacón y no escatimaba el dinero, cada vez que abría la boca para poner un pero me la cerraba con un fajo de billetes.

—¿Le has entregado más informes? —preguntó Hércules.

—Otros tres.

—Quiero unas copias.

—Sin problemas las tengo en el ordenador…

El detective encendió el ordenador y cargó los documentos en un pendrive que le alargó a Hércules.

—¿Con esto estamos en paz?

—Casi. Quiero que sigas vigilando y tratando con esa gente con normalidad. —dijo Hércules cogiendo el pendrive y dándose la vuelta en dirección a la puerta.

—Y ¿tú? ¿Se puede saber quién eres? —pregunto Sergio.

—El tipo que te va a librar de un marrón. —respondió— Es lo único que necesitas saber.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

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